Dieciocho

os restos entremezclados de roca, arena y resistentes arbustos parecían continuar eternamente hacia todas las direcciones, pero Reno sabía que no era así. Simplemente era otro amplio escalón en el largo descenso desde las Rocosas al lugar que se encontraba a más de ciento sesenta kilómetros al oeste, donde el misterioso y poderoso río Colorado serpenteaba entre riberas rocosas.

Si no fuera porque Slater se cierne en el horizonte como un buitre, me habría encantado acampar junto al agua fresca y no moverme de allí durante semanas.

O meses.

Reno sonrió con ironía ante sus propios pensamientos. Por primera vez en su vida, no tenía prisa por encontrar oro. Estaba obteniendo demasiado placer en otras exploraciones, trazando el mapa de un territorio de pasión desconocido hasta ahora para él, que era salvaje y sublime al mismo tiempo, violento y tierno, exigente y renovador.

Hasta que encontremos la mina, serás mi mujer cuando lo desee y para lo que desee.

Eve había mantenido su parte del trato con una generosidad tan inesperada y arrolladora como la dulce violencia de sus cuerpos unidos. No deseaba que acabara nunca, y la idea de no volver a encontrar su dulce cuerpo en la oscuridad perturbaba a Reno de una manera inquie-tante. Aunque siempre que le venía ese pensamiento a la cabeza, lo apartaba de inmediato.

Ya me preocuparé por eso. Cada cosa a su tiempo.

El viejo consejo de confiar sólo en el oro, resonaba en el silencio de la mente del pistolero con algunas dudas, pero haciendo un esfuerzo, se centró en los problemas que lo acuciaban.

Por el momento, estaba seguro de que el rumor de la presencia de un hombre y una mujer cabalgando por los límites del laberinto de piedra, se habría extendido por el Oeste como el humo.

Espero que Rafe no haya olvidado todas las antiguas señales que solíamos dejarnos cuando cazábamos de niños y que Wolfe se entere de que estoy aquí buscando oro. Él conoce estas tierras. Sabrá que necesitaré ayuda si encuentro la mina.

Maldito Slater y su rastreador mestizo con ojos de lince. Cualquier otro se hubiera rendido hacía tiempo.

Al final del día siguiente, acamparon a los pies de una formación de arenisca roja que se elevaba hacia el cielo como una vela tallada a partir de una única pieza de piedra. En lo alto del lateral del precipicio, la roca se había erosionado más rápidamente que en otras partes de la formación. El resultado era una ventana situada como una gema en la solida pared de roca. El sol de poniente atravesaba la abertura, iluminando todo lo que tocaba con una oscura luz dorada.

Sin embargo, el apagado murmullo del agua fresca en las cercanías resultaba incluso más asombroso que una ventana formada por los elementos de la naturaleza. Habían salido del laberinto de piedra y volvían a cabalgar una vez más por un paisaje, donde las montanas estaban lo bastante cerca como para poder distinguir cada cima.

Cansados de cabalgar durante todo el día, establecieron el campamento entre los soleados recodos de un río.

El pistolero había estado en lo cierto sobre la reacción de Eve ante el agua después de haber atravesado un desierto de roca. La primera vez que vio un hilo de agua serpenteando en el centro de un árido valle, habló con excitación sobre volver a cabalgar junto a un «río». Reno se había burlado de ella, pero no había puesto ninguna objeción cuando le pidió que acamparan donde el pequeño arroyo se deshacía en una serie de balsas bañadas por el sol y bordeadas por susurrantes álamos.

Durante la puesta de sol y al amanecer, el paisaje había parecido una ilustración de un libro mítico que los hombres habían olvidado como leer. Aquellas magnificas vistas le hicieron preguntarse a la joven si había llegado a una tierra encantada donde el tiempo se hubiera detenido hacia siglos.

- Parece como si siempre hubiera estado aquí -comentó Eve.

Reno siguió su mirada hacia la dorada ventana que el tiempo había tallado en la piedra.

- Nada dura eternamente -le respondió-. Ni siquiera la roca.

Ella lo miró y luego volvió a dirigir la mirada hacia la piedra que se erigía de forma inverosímil contra el cielo infinito.

- Da la impresión de que permanecerá así por siempre -insistió suavemente.

- Las apariencias engañan. Esa ventana se hace cada día más grande a medida que la arenisca es cincelada grano a grano por el viento -le explicó Reno.

La joven escuchó y percibió lo que había tras sus palabras: los cambios se producían, fueran o no deseados.

- Algún día esa pequeña ventana podría convertirse en un verdadero arco -continuó él-. Con el paso del tiempo, el arco se irá erosionando volviéndose más fino, y finalmente se desmoronara, dejando una grieta en la pared de roca. Luego, la grieta ira haciéndose más profunda y amplia a causa del viento y de la lluvia, hasta que por último no quede nada, excepto escombros rojizos y el cielo azul.

Eve se estremeció de nuevo.

- No puedo imaginar que algo así llegue a pasar.

- Así es como surgió la arenisca en un principio -prosiguió el pistolero, mirando la impresionante pared roja-. Las montañas se fueron desgastando grano a grano y se fueron acumulando a causa del viento en dunas o en el lecho de antiguos mares que desaparecieron hace siglos.

El timbre de la voz masculina hizo que la joven apartara su mirada de las hermosas formaciones de roca. Inmóvil, lo observo mientras él, a su vez, contemplaba el paisaje y hablaba sobre épocas inimaginables que habían pasado a formar parte de la historia de la Tierra.

- Entonces, la arena se convirtió de nuevo en roca -siguió relatando-, y nuevas montanas se elevaron hacia el cielo para ser desgastadas por nuevos vientos, nuevas tormentas, nuevos ríos que fluían hacia nuevos mares.

- La ceniza a la ceniza, el polvo al polvo… -susurró Eve.

- Así funciona el mundo. Principios y fines entremezclados como los pictogramas que encontramos en la laguna grabados por los indios, los españoles y por nosotros mismos; diferentes símbolos, diferentes gentes, diferentes épocas.

Lentamente, la joven volvió a dirigir la mirada hacia la formación rocosa que parecía tan solida y duradera. Luego, se enfrentó al hombre que se negaba a admitir que cualquier cosa perdurara, incluso la piedra. Y supo que se equivocaba, que el amor que albergaba en su corazón por él, permanecería inalterable hasta su muerte.

A medida que Reno y Eve seguían la ruta del diario, cada valle o cuenca que atravesaban tenía más agua y menos roca que el anterior.

Lentamente, las plantas de artemisa cedieron el paso a bosques de pinos piñoneros y estos, a otros tipos de pinos. Sólo una cosa no cambiaba. Cada vez que el pistolero miraba hacia el camino que ya habían recorrido, descubría un fino velo de polvo a muchos kilómetros de distancia.

- Alguien nos persigue todavía -comentó, bajando el catalejo.

- ¿Slater? -preguntó Eve, preocupada.

- Están levantando mucho polvo, así que, o son los hombres de Slater o una partida de indios.

- ¡Dios mío! -murmuró la joven.

El pistolero se encogió de hombros.

- Yo diría que es Slater. No tenemos nada que los indios deseen lo suficiente como para pasar dos días siguiéndonos para conseguirlo.

- ¿Vamos a intentar despistarles?

- No hay tiempo -respondió Reno tajante-. ¿Ves esas manchas amarillas en lo alto de las laderas de las montanas?

Eve asintió.

- Los álamos temblones están cambiando de color -le explicó-. Con toda seguridad esas nubes que vemos allí descargaran unos pocos copos de nieve en las tierras altas esta noche.

- ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que caiga la primera nevada?

- Es difícil de predecir. Algunos anos las tierras altas quedan aisladas la primera semana de septiembre.

- ¡Pero eso sería ya! -exclamó la joven, emitiendo un gemido de asombro.

- Otros años se puede acceder a ellas hasta Acción de gracias, o incluso más tarde -añadió Reno.

- Entonces, no hay problema -suspiró aliviada

- No te fíes. Puede estallar una tormenta y cubrir de nieve a un caballo de Montaña hasta el pecho en una noche.

En silencio, la joven recordó las advertencias en el diario sobre los veranos cortos y los largos y crueles inviernos en las tierras que rodeaban la mina. Don Lyon había llegado a decir que en el caso de que los indios no hubieran acabado con sus ancestros, lo habrían hecho las fuerzas de la naturaleza.

- Esas montañas no cederán su oro con facilidad -aseguró Reno, como si leyera los pensamientos de Eve.

- Si conseguir ese oro fuera fácil, cualquier otro habría vaciado la mina de los Lyon hace tiempo -señaló ella-. Lo que no entiendo es por qué se está quedando Slater rezagado.

Reno se irguió sobre los estribos, observando el camino que dejaban a su espalda de nuevo.

- Sospecho que la codicia de Jericho le ha ganado la batalla a su sed de venganza -respondió secamente.

- ¿Qué quieres decir?

- Él no creía en la posibilidad de que el diario llevara hasta una verdadera mina de oro.

- Raleigh King sí.

- Raleigh King era un estúpido. Fuera lo que fuera lo que el pensara, Jericho no le dio mucha importancia. Pero desde el momento en que comenzamos a encontrar señales españolas en el camino, ha empezado a creer en la existencia del oro. No nos da alcance porque él no puede leer los símbolos ni encontrar la mina. Nosotros sí.

Eve miró con angustia hacia el camino que habían dejado atrás.

- Y aunque sus comanches pudieran interpretar los símbolos -continuó Reno-, apuesto que Jericho está pensando en cuanto trabajo duro supondrá extraer el oro de una mina.

- Eso no le ha hecho rendirse.

- No. Simplemente va a esperar a que encontremos la mina y reunamos cierta cantidad de oro. -Hizo una pausa significativa-. Luego, se abalanzará sobre nosotros como un ave rapaz.

El silencio siguió a las calmadas palabras de Reno.

Pasados unos minutos, Eve preguntó con voz apenas audible:

- ¿Qué vamos a hacer?

- Encontrar el oro y esperar que Cal, Wolfe o Rafe se enteren de que Slater nos persigue antes de que se ponga nervioso y decida matarnos.

- ¿Puedes calcular cuántos nos siguen?

- Tiene al menos a dos hombres siguiendo nuestro rastro; el resto está levantando el suficiente polvo como para ser una docena y ha sustituido a los hombres que perdió en aquella emboscada por el triple.

- ¿Crees que hay alguna posibilidad de que Caleb nos siga?

- Hay más posibilidades de ello que de que encontremos el oro -respondió Reno sucintamente.

- ¿Cómo sabrá dónde estamos?

- Las noticias viajan rápido en estas tierras, y Cal es un hombre que sabe escuchar.

- Entonces, Slater también se enterara de que hay más personas siguiéndonos.

- Puede ser.

- No pareces preocupado.

- Cal no me sigue pensando en matarme -señaló-. Slater lo conoce como el hombre de Yuma. No estará muy contento de descubrir que le sigue los pasos. Cal, Wolfe y yo atrapamos al gemelo de Jericho en un fuego cruzado. Lo que le ocurrió a su hermano debería haber sido una buena lección para un hombre tan inteligente como Slater.

Dos días después, Eve seguía tan pendiente del camino que dejaban atrás como del que tenían por delante.

Inquieta, se irguió sobre los estribos y estudio el terreno que ya habían recorrido. Creyó ver que el aire se espesaba donde Los Abajos empezaban a alzarse desde el ultimo amplio escalón del laberinto de piedra, pero era difícil estar seguro. En el horizonte, todo parecía fundirse en una apagada confusión multicolor.

La ligera neblina que había creído ver podría haberse debido a un grupo de caballos salvajes que se habían asustado por algo y salían al galope, o deberse al polvo levantado por el viento. Pero dudo al darse cuenta de que se había producido bajo una de las aglomeraciones de nubes azul oscuro que avanzaba sobre la tierra. El polvo y la lluvia no parecían una combinación muy probable.

Podía ser un espejismo, o podían ser Slater y su banda.

De pronto, vio a Reno acercarse a caballo y aquello le produjo una evidente sensación de placer. La llamaba gatita, pero era él quien poseía una rapidez y gracia felina cuando se movía.

Incluso antes de que el hablara, la joven percibió un oculto entusiasmo en su actitud. Muy pocos hubieran podido sentir su sutil cambio de humor, pero ella había llegado a conocerlo muy bien durante los largos días y las apasionadas noches de camino.

- ¿Qué has descubierto? -le preguntó antes de que el pistolero pudiera hablar.

- ¿Qué te hace pensar que he descubierto algo? -contestó, deteniéndose junto a ella.

- ¡Oh, vamos! Cuéntamelo -insistió ella con impaciencia.

Sonriendo, Reno extendió el brazo hacia una alforja. Cuando su mano emergió de nuevo, sostenía una pieza de madera tallada envuelta en cuero sin curtir, que estaba agrietado por el tiempo y la sequedad y descolorido por el sol.

Eve miró el trozo de madera que reposaba sobre la poderosa mano masculina. Luego lo miró a él, perpleja por su entusiasmo.

Sonriendo, Reno la acercó a él para darle un breve pero intenso beso antes de soltarla y explicarse.

- Es un trozo de estribo. Los españoles no siempre usaban estribos de hierro. Este fue tallado de un árbol de madera noble que crece al otro lado del mundo.

Vacilante, Eve tocó casi con reverencia el trozo de estribo. Cuando las puntas de sus dedos rozaron la suave y desgastada madera, sintió que un espectral escalofrió recorría su espina dorsal.

- Me pregunto si el hombre que uso esto sería un sacerdote o un soldado -especuló la joven, dejando traslucir en su voz la enorme curiosidad que sentía-. ¿Se llamaría Sosa o León? ¿Escribió en el diario o se limitaba a observar mientras otro hombre lo hacía? ¿Tenía una esposa e hijos en España o en México, o dedicó su vida a servir a Dios?

- Yo estaba pensando en lo mismo -reconoció Reno-. Esto te hace preguntarte si alguien, dentro de doscientos años, se encontrará el aro de la cincha rota que dejamos junto a las cenizas de nuestro campamento ayer, y si se hará preguntas sobre quien cabalgo hasta allí, cuando lo hizo y por qué, y si, de alguna manera, sabremos que alguien está pensando en nosotros cien años después de que hayamos muerto.

La joven volvió a estremecerse y aparto la mano.

- Quizá sea Slater quien encuentre el aro de la cincha y lo use para hacer prácticas de tiro -aventuró.

Reno levantó la cabeza bruscamente.

- ¿Has visto algún rastro de él o de su banda?

- No podría asegurarlo -dijo Eve mientras señalaba hacia su espalda-. Está muy lejos.

De pie sobre los estribos, el pistolero miró fijamente el camino que habían dejado atrás. Después de un largo minuto, volvió a sentarse sin que en su expresión se pudiera leer nada.

- Todo lo que veo en esa dirección son algunas nubes descargando lluvia -afirmó.

- Pero todo está lleno de polvo -comentó Eve-, y las nubes se encontraban justo sobre ese punto. La lluvia y el polvo no se mezclan.

- Aquí si lo hacen. En verano, hace tanto calor y esta todo tan seco que la lluvia de una pequeña tormenta como esa nunca llega al suelo. Las gotas simplemente se evaporan en el aire y desaparecen.

Eve volvió a mirar hacia las nubes. Eran de color pizarra en la parte inferior y blancas en la superior. Un irregular e inclinado velo gris surgía de ellas formando una pequeña tormenta.

Cuanto más miraba, más segura estaba de que Reno tenía razón. El velo se volvía más y más fino a medida que se aproximaba al suelo. Pero cuando alcanzaba la superficie de la tierra, no había ni rastro de humedad.

- Una lluvia seca, una lluvia sin agua -dijo sorprendida.

El pistolero le lanzó una mirada de soslayo.

Cuando la joven se dio cuenta de que la estaba mirando con atención, le dirigió una extraña y agridulce sonrisa.

- No te preocupes, Reno. Estas a salvo. He visto barcos de piedra y una lluvia sin agua, pero no hay ni rastro de una luz que no proyecte ninguna sombra.

Antes de que él pudiera pensar en una respuesta, Eve hizo avanzar a su caballo introduciéndose aún más en las montañas, en busca de la única cosa en la que confiaba el hombre que amaba.

El oro.

Durante dos días más, siguieron un camino que era tan antiguo que solo era visible en las últimas horas del día, cuando la luz del sol se inclinaba abruptamente y adquiría el color del tesoro que buscaban. Los valles que atravesaban se volvieron mas pequeños y profundos cuanto más ascendían en las montañas. Y por fin la lluvia cayó fría y con fuerza, deslizándose por los arboles en forma de velos de encaje plateado.

Entre las tormentas, los álamos temblones sobre las pendientes más altas elevaban sus doradas antorchas hacia el cielo índigo. Ciervos y antílopes retrocedían ante los caballos, veloces como fantasmas. Abundaban los arroyos de asombrosa pureza, llenando los barrancos repletos de sombras con el sonido del agua que no dejaba de fluir. Sólo eran visibles las huellas de los animales de caza. No había rastros de caballos salvajes o de hombres, pues no había nada en las abruptas pendientes o en los escarpados cañones de montaña, que no pudiera encontrarse con más facilidad en altitudes inferiores.

Cuando Eve y Reno llegaron al último valle alto descrito tanto por el chamán como por el diario español, lo recorrieron en silencio mirando a todas partes.

No había ni rastro de la mina perdida del capitán León.