Tres

on labios trémulos, Eve levantó la cabeza para darle a Reno el beso que le había pedido. Tras presionar durante un segundo su boca contra la de él, la joven retrocedió con el corazón latiéndole desenfrenadamente.

¿Llamas a eso un beso? -preguntó Reno.

Ella asintió, porque se sentía demasiado nerviosa para hablar.

- Debería haberme imaginado que harías trampas con esto, igual que las hiciste con las cartas -le espetó, disgustado.

- ¡Te he besado!

- De la forma que lo haría una asustada virgen a su primer novio. Pero hay un problema, tú no eres virgen, y yo no soy ningún ingenuo.

- Pero, yo… yo lo soy -tartamudeó Eve.

Reno dijo algo entre dientes antes de añadir con voz cortante:

- Ahórrate tu actuación de chica inocente para alguien sin experiencia. Los hombres de mi edad sabemos todo lo que hay que saber sobre las mujeres como tú; y todo lo que sabemos, lo hemos aprendido a base de golpes.

- Entonces, no has aprendido lo suficiente. No soy como tú piensas.

- Créeme -replicó el secamente-, puedes decir lo que quieras, pero tus miradas inocentes no me engañan.

Eve abrió la boca para seguir defendiéndose, pero una única mirada al rostro de Reno le basto para convencerse de que el ya había tomado una decisión sobre el tema. No había ningún consuelo en sus gélidos ojos verdes, ni en la fina línea que trazaba su boca. Estaba convencido de que era una chica de salón y una tramposa, simple y llanamente.

Y lo peor era que no podía echarle toda la culpa. Aunque no había empezado con la idea de usarlo en su mortal partida con Slater y Raleigh, al final había puesto en peligro la vida de Reno sin siquiera advertirle de lo que estaba en juego.

Y si, lo había ayudado, pero después había salido huyendo con el botín. El hecho de que él se hubiera salvado se debía únicamente a su inusual destreza con la pistola.

Un beso parecía una disculpa bastante pobre para un hombre al que casi había llevado a la muerte.

Levantando la cabeza de nuevo, Eve coloco sus labios sobre los de Reno. Esa vez no retrocedió inmediatamente. En lugar de eso, aumento la presión del beso de forma gradual, descubriendo la suave textura de sus labios en un silencio interrumpido sólo por los frenéticos latidos de su corazón.

Cuando el pistolero no hizo ningún movimiento para profundizar o finalizar el beso, Eve vacilo, preguntándose que debía hacer a continuación. Aunque Reno no lo creyera, le había dicho la verdad sobre su inocencia. Las pocas veces que no había sido lo bastante rápida como para esquivar un beso de un vaquero, no había encontrado nada agradable en el abrazo. Ellos la habían agarrado, ella había logrado soltarse, y ese había sido el final. Si había habido algún placer en la experiencia, no había sido por su parte.

Pero Reno no la agarraba, y ella había accedido a besarle; así que no sabía que debía hacer. Darse cuenta de ello la había dejado casi tan perpleja como el descubrimiento de que besarlo la afectaba de una forma totalmente inesperada.

Le gustaba.

- ¿Reno?

- No pares. Quiero un beso sincero de ti.

Las manos femeninas se deslizaron vacilantes alrededor del cuello de Reno, pues empezaba a cansarse de mantenerse medio erguida. Al principio, se mostro reticente a confiar su peso a su fuerza, pero la tentación era demasiado grande para resistirse por mucho tiempo. Poco a poco, la presión de sus brazos alrededor de su cuello aumento, dejando que su peso fuera sostenido por él.

- Mejor -susurró Reno con voz profunda.

Sus labios estaban muy cerca y la calidez del aliento masculino hizo que la joven se estremeciera. Por un momento, la respiración del pistolero se vio interrumpida, luego volvió a tomar aire aún más rápido.

Sin ser consciente, Eve arqueó su cuerpo para cubrir la distancia que había entre su boca y la de Reno.

El escalofrío de placer que la recorrió cuando sus bocas se encontraron le fue familiar. El sedoso roce de sus labios fue otro placer que ella también había conocido ya. Sin embargo, cada vez que experimentaba esa sensación, su intensidad se incrementaba acelerando su respiración todavía más.

- Nunca lo habría dicho -musitó Eve con voz apenas audible,

Estaban tan cerca que cada palabra fue como una suave caricia sobre la boca de Reno.

- ¿Qué es lo que nunca habrías dicho? -preguntó él.

- Que tus labios pudieran ser tan duros y suaves a la vez.

La joven se sorprendió ante el estremecimiento que atravesó a Reno. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello, pues sus brazos se estaban deslizando a su alrededor. Eve se tensó, esperando que la sujetara y la hiciera sentir su fuerza de nuevo.

Pero él no la forzó a nada. Se limito a estrecharla con suavidad, de forma que no tuvo que hacer ningún esfuerzo por permanecer pegada a él. Poco a poco, la joven se fue relajando, permitiendo que los fuertes brazos masculinos la sostuvieran.

- Todavía estoy esperando mi beso -anunció Reno.

- Creo que te he besado más de una vez.

- Y yo creo que no me has besado en absoluto.

- ¿Y qué es lo que acabo de hacer?

- Provocarme -respondió sin rodeos-. Ha sido agradable, pero no es lo que tenía en mente y tú lo sabes tan bien como yo.

- No, no lo sé. ¿cómo iba a saberlo? -replicó irritada al darse cuenta de que el suave y tierno beso no había tenido sobre él el devastador efecto que ella había sentido.

- Sé quién eres. Eres una chica de salón con manos rápidas que me ha prometido lo único que no puede ofrecer, un beso sincero.

Eve abrió la boca para preguntar a Reno como debía ser un beso sincero en su opinión y luego la cerró, decidida a darle lo que le pedía.

Antes de perder el valor, la joven acercó sus labios a la boca entreabierta de Reno y tocó brevemente su lengua con la suya. La aterciopelada textura que sintió la intrigo y, vacilante, Eve deslizó la punta de su lengua sobre la de él una vez más. Se volvió atrevida y se entregó por completo al beso, olvidándose de todo excepto de las ardientes sensaciones que la recorrían.

Eve no se dio cuenta de cómo se tensaban los brazos de Reno a su alrededor ni de como empezaba a tener problemas para respirar. Tampoco se percató de que se estaba perdiendo en un mundo desconocido para ella con cada acelerado latido de su corazón. Lo único que sabía era que el sabor de Reno y su calidez eran más embriagadores que el brandy francés que a los Lyon les había gustado tanto.

La joven no se cuestionó la creciente urgencia que la reclamaba. Simplemente tensó sus brazos alrededor del cuello masculino intentando acercarse aún más a él, buscando una fusión más completa de sus labios.

De repente, sintió la presión del duro suelo bajo su cuerpo. Se encontró tumbada de nuevo sobre su espalda, y el poderoso cuerpo de Reno volvió a cubrirla como una pesada y cálida manta.

Esa vez, Eve no protestó, ya que la posición intensificaba las sensaciones que la atravesaban. Sus finos dedos, inquietos, se deslizaron por su pelo disfrutando de la frondosa textura.

Reno se movió y se arqueó contra ella, diciéndole sin palabras que le gustaba sentir el roce de sus uñas sobre su cuero cabelludo, su cuello y los agarrotados músculos de su espalda.

Asombrado, también fue consciente de lo mucho que le gustaba su sabor y suavidad, el tacto de su piel, saborearla hasta conducirla a un punto sin retorno.

La lengua de Reno se introdujo más profundamente en la boca de Eve al tiempo que acomodaba su peso entre sus muslos, separándolos hasta que su dolorosa erección descansó en el suave refugio hecho para recibirlo. El pistolero sintió el sensual estremecimiento que recorrió el frágil cuerpo femenino y deseo gritar ante el salvaje impulso de su propia respuesta.

Reno no había pensado llegar tan lejos, no había pretendido mostrarle cuanto la deseaba.

Pero ya era demasiado tarde. Ella sabía cuánto ansiaba poseerla y utilizaría ese conocimiento contra él para conseguir lo que deseara. Todo lo que podía hacer ahora era ver hasta donde le permitiría llegar antes de pedirle algo a cambio de su dulce entrega.

El pistolero se movió de nuevo, rozando intencionadamente el complaciente cuerpo femenino y logrando que una ardiente llama de deseo se encendiera en la boca del estomago de la joven, haciéndola gemir. Sin ser consciente de ello, sus brazos se estrecharon alrededor de él, intentando mantenerlo cerca. Fue recompensada con un provocativo movimiento de las caderas de Reno, que imitaba el mismo ritmo primitivo de posesión con el que su lengua saqueaba su boca.

Los fuertes y largos dedos del pistolero se deslizaron por la camisola de encaje de la joven y llegaron a la cintura de sus pololos, que era todo lo llevaba puesto para dormir. Reno le acaricio las caderas y luego volvió a subir sin detenerse, hasta que uno de los generosos pechos de Eve lleno su mano. Movió su pulgar, descubrió la dureza aterciopelada de su pezón y lo exploró con una sensual presión giratoria.

El placer invadió a la joven sorprendiéndola por completo. Instintivamente, se arqueó contra su mano, retorciéndose contra él como una gata.

Con un ronco gemido de triunfo, Reno atrapó el pezón de Eve entre sus dedos y jugó con él, llevándola primero al punto de un exquisito dolor y luego relajando su tensión acariciándola con suavidad, mientras contenía con su boca los ahogados gemidos que surgían de los labios femeninos. Cuando ya no pudo resistir por más tiempo la tentación, el pistolero dejo de besarla y trazo con sus labios un errático sendero de fuego que descendió por su cuello y llegó hasta su pecho, en busca de la dureza del pezón que el mismo había provocado.

La calidez de la boca del pistolero atravesó la fina camisola y llegó a la desnuda carne que había bajo ella, haciendo que Eve volviera en sí a causa de la sorpresa. Aturdida, insegura sobre lo que estaba sucediendo, la joven luchó por tomar aire y recuperar un aliento que volvió a perder cuando los dientes de Reno se cerraron sobre su pezón, logrando que una llamarada de fuego recorriera su cuerpo.

De pronto, el pistolero movió la mano y deshizo los lazos que cerraban la camisola, amenazando con desnudarla y llegar a una intimidad que ella nunca había conocido.

- ¡No! -jadeó Eve.

Antes de poder pronunciar otra palabra de protesta, se encontró con los suaves y firmes labios masculinos sobre los suyos y con su lengua introduciéndose provocativamente en su boca, haciéndole imposible hablar. El hambriento y seductor roce de su lengua contra la de ella hizo que el mundo empezara a girar a su alrededor una vez más, dejando sólo el calor de Reno y su fuerza como única tabla de salvación.

Antes de que el pistolero volviera a alzar la cabeza, Eve se hallaba sumida de nuevo en el mundo de placer que el había creado para ella.

Sin que la joven pudiera detenerlo, Reno abrió la camisola con un hábil movimiento, dejando expuestos a su hambrienta mirada sus tensos pezones y las cremosas y turgentes cumbres de sus pechos. Al ser consciente de la plenitud femenina, el pistolero dejó escapar el aire soltando un grave gemido de deseo. Eve respondía a él como si fueran un solo cuerpo; cada rápida inspiración que Reno tomaba hacia que sus senos se estremecieran incitantes.

Sin verdaderamente pretenderlo, se inclinó sobre la joven una vez más.

- Reno, no. Yo…

Eve emitió un sonido entrecortado que dejaba entrever tanto su miedo, como el fuego que corría con fuerza por sus venas. El pistolero ignoró su débil protesta y deslizo sus manos lentamente por su espalda; tenso los brazos y la hizo arquearse de nuevo antes de abrir sus labios y empezar a succionar y a atormentar los pezones que clamaban por él.

La joven emitió un gemido desgarrador y se estremeció cuando un relámpago de placer arqueó aún más su cuerpo, provocando que Reno aumentara la presión que ejercía con su boca.

- ¿Qué… me estas… haciendo? -preguntó con voz quebrada.

Su única respuesta consistió en abandonarla un instante antes de introducir su otro pezón en el seductor e inesperado paraíso de su boca.

La sensación de placer fue incluso más violenta esa vez. Arrancó otro grito a Eve al tiempo que su cuerpo se arqueaba para satisfacer las demandas del hombre que la sostenía como si fuera algo precioso para él.

Pero de pronto, sintió la mano de Reno entre sus piernas.

El miedo se desato en su interior, haciendo que el placer desapareciera y sofocando su apasionado fuego con la glacial seguridad de que el pistolero no pararía hasta hacerla suya.

- ¡Basta! -exigió desesperadamente, intentando retorcerse para liberarse-. ¡No! ¡Para! Te he besado como tú has dicho que te gustaba, ¿no es cierto? He cumplido mi parte del trato. Por favor, para, te lo ruego.

Despacio, reticentemente, él levantó la cabeza y liberó el pezón de Eve de una forma tan lenta y sensual, que hizo que un inevitable estremecimiento volviera a atravesarla.

Reno cerró los ojos y apretó los dientes para evitar un gemido involuntario. La mano que mantenía cubriendo el centro del placer femenino estaba envuelta con una clase de fuego que él nunca había provocado en ninguna mujer tan rápidamente.

Sin clemencia, flexionó los dedos con delicadeza saboreando el apasionado calor de Eve, arrancándole un grito de sus temblorosos labios que no era enteramente de miedo.

- ¿Por qué debería detenerme? -preguntó con voz ronca mientras la observaba-. Tú lo deseas casi tanto como yo.

Movió la mano de nuevo y ella volvió a gritar. Ni siquiera contaba con la frágil barrera del algodón para reducir la sensación de su mano curvada de forma posesiva sobre ella, pues la apertura de sus pololos en la parte en la que se unían sus piernas la dejaba expuesta ante sus expertas caricias.

Aturdida, la joven agarró a Reno de la muñeca, intentando apartar su mano. No pudo. Era mucho más fuerte que ella.

- Has dicho que pararías si te daba un beso sincero -insistió entrecortadamente-. ¿Acaso no lo ha sido? ¿No ha sido sincero?

La desesperación en la voz de Eve era inconfundible, al igual que la repentina rigidez de su cuerpo y la fuerza con que sus uñas se hundían en su muñeca.

- Si ese beso hubiera sido «sincero». Yo estaría dentro de ti ahora mismo, tú estarías usando esas pequeñas garras afiladas de una forma muy diferente y los dos estaríamos disfrutando al máximo de ello -señaló el pistolero con sequedad.

- ¿Es esa la única honestidad que conoces? -preguntó Eve-. ¿La de una chica ofreciéndose a cualquier hombre que la desee?

- Tú me deseabas.

- En este instante no te deseo. ¿Vas a faltar a tu palabra, pistolero?

Reno respiró profundamente y se llamó estúpido a sí mismo de veinte formas diferentes por desear a la bella timadora del salón Gold Dust. Él creía que ya había sido engañado por la mayor experta del mundo, su novia de Virginia, quien lo había atrapado provocándole hasta el límite y arrancándole toda clase de promesas antes de permitirle volver a besarle siquiera la mano.

Pero cuando la promesa que ella realmente deseaba escuchar, una vida estable lejos del Oeste, no llegó, Savannah se abrochó su corpiño con dedos tranquilos y se alejo de él. En aquel tiempo no le había sido fácil controlar su deseo. Pero había aprendido. Tuvo una buena profesora.

- No te había prometido detenerme -la corrigió Reno con frialdad-. Sólo he dicho que negociaríamos después de un beso. Ofréceme algo, gatita. Ofréceme algo tan interesante como esto.

La mano de Reno la acarició de nuevo, provocándola, atormentándola. La joven volvió a intentar alejarlo pero le resultó imposible.

- La mina -soltó Eve de pronto-. La mina de oro de los Lyon.

- ¿El tesoro español?

- ¡Sí!

Reno se encogió de hombros y volvió a inclinarse sobre ella.

- Eso ya lo he ganado, ¿no te acuerdas? -le preguntó.

- Sólo el diario, pero no será suficiente si no conoces el significado de los símbolos -añadió la joven rápidamente.

Reno se detuvo y la observó a través de sus ojos entornados. Puede que antes estuviera ansiosa por sus besos, pero ahora sólo estaba desesperada por librarse de su contacto. Al darse cuenta, alejó la mano bruscamente. No había nada que despreciara más que una violación.

- ¿Qué símbolos? -preguntó escéptico.

- Los que el antepasado de Don Lyon grabó a lo largo del camino que conduce hasta la mina para señalizar los callejones sin salida y los peligros, además de cualquier cosa que pudiera ser de ayuda.

Reno se echó hacia atrás lentamente, dejando más espacio a Eve. Pero tuvo cuidado de no alejarse demasiado de ella. La había visto moverse y era rápida. Muy rápida.

- Muy bien, gatita. Háblame del oro español.

- Mi nombre es Eve, no gatita -protestó ella mientras empezaba a atar los lazos de la camisola tratando de cubrirse.

- ¿Así que Eve? Debería haberlo imaginado. Bueno, mi nombre no es Adán; así que no intentes hacerme comer ninguna manzana.

- Peor para ti -masculló-. Dicen que mi tarta de manzana es la mejor al oeste del Mississippi y al norte de la línea de Mason a Dixon, y quizá también al sur de esta.

La joven terminó de abrocharse la camisola con unos dedos que se mostraron inusualmente torpes. Sabía que se había escapado por muy poco y se sentía agradecida por el hecho de que el pistolero que la había atrapado mantuviera su palabra.

- Estoy más interesado en el oro que en las tartas de manzana -replicó Reno, deslizando un dedo con suavidad por el interior del muslo femenino-. ¿Recuerdas? -El gesto fue tanto una caricia como una amenaza.

- Don Lyon era descendiente de la pequeña nobleza española -explicó Eve rápidamente antes de mirarlo a los ojos, recordándole sin rodeos el trato que habían hecho.

El pistolero retiró la mano lentamente.

- Uno de sus antepasados tenía una licencia del rey que le permitía buscar metales preciosos en Nuevo México -continúo la joven-. Y otro fue un oficial del ejército español encargado de custodiar una mina de oro dirigida por un sacerdote jesuita.

- ¿Jesuita? ¿No franciscano?

- No. Esto ocurrió antes de que el rey de España expulsara a los jesuitas del Nuevo Mundo.

- Eso fue hace mucho tiempo.

- La primera entrada del diario esta datada en 1550 6 1580 -aclaró Eve-. Es difícil de saber porque la tinta esta borrosa y la página rota.

Cuando vio que la joven no seguía con su explicación, Reno puso su poderosa mano sobre el vientre femenino y extendió los dedos de forma posesiva. Fue como si estuviera calculando el espacio del que dispondría un bebé para crecer allí.

- Continua -le ordenó.

Supo que su voz había sonado demasiado profunda, demasiado ronca, pero no había nada que él pudiera hacer para evitarlo, aparte de intentar controlar el impulso de poseerla, de hacerla suya, de hacerle olvidar todos los hombres que había conocido antes que él.

El calor que emanaba del cuerpo de Eve era como una droga que se filtraba por su piel y que su sangre absorbía, haciendo más difícil, con cada latido de su corazón, recordar que sólo era una mujer dispuesta a conseguir lo que pudiera usando su cuerpo como cebo.

Reno fue consciente de pronto de que Eve persistía en su silencio. Levantó la vista y la vio observándolo con ojos desafiantes.

- ¿Vas a faltar a tu palabra tan pronto? -preguntó la joven.

- Furioso, Reno levantó la mano.

- Creo que debía de ser 1580 -continuó Eve.

- Más bien 1867.

- ¿Qué?

Sin responder, Reno se quedó mirando el frágil algodón de la camisola, que sólo servía para resaltar, más que para ocultar, el atractivo de sus pechos.

- ¿Reno?

Cuando el volvió a alzar la mirada, Eve temió haber perdido en el peligroso juego que había empezado. Los ojos del pistolero dejaban traslucir claramente el violento deseo que sentía por ella.

- Estamos en el verano -respondió el con voz ronca- de 1867, en el extremo este de las Montañas Rocosas, y estoy intentando decidir si prefiero seguir escuchando más cuentos de hadas sobre un tesoro o tomar lo que gane jugando a las cartas.

- ¡No es un cuento! Está todo en el diario. Existió un capitán apodado León y alguien llamado Sosa.

- ¿Sosa?

- Sí -se apresuró a responder la joven-. Gaspar de Sosa. Y un sacerdote jesuita. Y también había un grupo de soldados.

Después de hablar, Eve observó al peligroso hombre que se cernía sobre ella, rezando por que la creyera.

- Te escucho -le dijo el pistolero-. Te advierto que se me empieza a acabar la paciencia, pero te escucho.

Lo que Reno no le dijo es que estaba escuchándola con mucha atención. El había intentado seguir los pasos de las expediciones de Espejo y Sosa más de una vez. En ambas expediciones, se habían encontrado minas de oro y plata que habían sido el origen de grandes fortunas.

- Y todas esas minas se habían «perdido» antes de ser agotadas sus riquezas.

- A Sosa y a León se les dio permiso para buscar y explotar minas en nombre del rey -explicó Eve con el ceño fruncido, intentando recordar todo lo que había aprendido de los Lyon y del viejo diario-. La expedición se dirigió hacia el norte atravesando todo el territorio de los indios Yutah.

- Hoy en día se les conoce como Utes -la corrigió Reno.

- Sosa siguió a Espejo, que fue quien le dio a esa tierra el nombre de Nuevo México -añadió ella precipitadamente-. Y también fue él quien llamo a las rutas que unían todas las minas con México, el Viejo Camino Español.

- Muy amable por su parte al escribir todo eso en ingles para que pudieras entenderlo -comentó Reno con tono sarcástico.

- ¿Qué quieres decir? -Le lanzó una rápida mirada-. Lo escribieron todo en español. Un español muy extraño. Es todo como un endemoniado rompecabezas.

Reno levantó la cabeza de repente. Las palabras de Eve, en lugar de su cuerpo, captaron al fin toda su atención.

- ¿Puedes leer viejos escritos españoles? -preguntó.

- Don me enseñó a hacerlo antes de que sus ojos empeoraran hasta el punto de no poder distinguir las palabras. Mientras yo leía, el intentaba recordar lo que su padre y su abuelo le habían contado sobre esos pasajes.

- Todo eso no son más que cuentos de hadas.

Eve ignoró la interrupción.

- Después, yo escribía en los márgenes del diario lo que Don recordaba.

- ¿El no podía escribir?

- No durante los últimos años. Sus manos estaban demasiado agarrotadas.

Inconscientemente, la joven entrelazó sus propios dedos, recordando cuanto sufría la anciana pareja durante el frío invierno. Las manos de Donna no estaban mucho mejor que las de su marido.

- Supongo que pasaron demasiados inviernos en lugares donde había más whisky que leña para hacer un fuego -comentó con voz ronca.

- Muy bien, Eve Lyon. Continua.

- Mi apellido no es Lyon. Ellos eran mis patrones, no mi familia.

Reno captó el cambio en el tono de voz de la joven y la leve tensión en su cuerpo, y se pregunto si estaba mintiendo.

- ¿Patrones? -repitió.

- Ellos… -Eve apartó la mirada.

Reno le dio el tiempo suficiente para que se recuperara de sus recuerdos y pudiera explicarse.

- Ellos me compraron en una caravana de huérfanos, en Denver, hace cinco años -añadió en voz baja después de una larga pausa.

Justo cuando el pistolero abrió la boca para hacer un comentario sarcástico sobre lo inútil que era intentar engañarlo con historias tristes, se dio cuenta de que Eve podía estar contándole la verdad. Los Lyon realmente podían haberla comprado como si se tratara de un trozo de carne.

No sería la primera vez que sucediera algo así. Reno había oído muchas otras historias como esa. Algunos huérfanos encontraban buenos hogares. Sin embargo, para la mayoría no era así. Tenían que trabajar, y trabajar muy duro, para colonos o gentes de ciudad que no tenían dinero suficiente para contratar ayuda, pero sí bastante comida como para alimentar una boca más.

Finalmente Reno asintió con lentitud.

- Tiene sentido. Apuesto a que sus manos empezaban a no responderles.

- Apenas podían barajar, y mucho menos repartir las cartas. Sobre todo, Don.

- ¿Eran tahúres?

Eve cerró los ojos por un instante, recordando la vergüenza y el miedo que paso la primera vez que la sorprendieron haciendo trampas. Tenía catorce años y estaba tan nerviosa que se le resbalaron las cartas de las manos cuando intentaba barajar. Al recoger los naipes, uno de los hombres con los que estaba jugando noto la leve aspereza que marcaba los ases, los reyes y las reinas.

- Eran jugadores profesionales -respondió la joven con un tono apagado.

- Tramposos.

Eve parpadeó.

- A veces.

- Cuando pensaban que podían salirse con la suya -afirmó Reno sin molestarse en ocultar su desprecio.

- No -le corrigió Eve con voz suave-. Sólo cuando tenían que hacerlo. La mayor parte de las veces los demás jugadores estaban demasiado borrachos como para darse cuenta de que cartas se les repartían.

- Así que la agradable pareja de ancianos te enseno como barajar y repartir haciendo trampas -concluyó Reno.

- También me enseñaron a hablar y escribir español, como montar sobre cualquier caballo que tuviera a mi alcance, a cocinar, a coser y…

- A hacer trampas en el juego -la interrumpió-. Apuesto a que te ensenaron también muchas otras cosas. ¿Cuánto pedían a los hombres por pasar unas cuantas horas contigo?

Nada en la voz o la expresión de Reno revelaba la ira que le revolvía las entrañas ante la idea del hermoso cuerpo de Eve siendo comprado por cualquier vagabundo que lo deseara y que tuviera un puñado de monedas.

- ¿Qué? -preguntó asombrada.

- ¿Cuánto le cobraban tus patrones a un hombre por poder meterse bajo tus faldas?

Por un instante, la joven se sintió demasiado conmocionada como para ser capaz de responder. Después, su mano se movió tan rápido que sólo unos pocos hombres habrían sido capaces de detener el golpe.

Reno era uno de ellos. Un segundo antes de que su palma alcanzara su mejilla, él la agarró de la muñeca, la obligó a tumbarse sobre el saco de dormir y la aplasto bajo su poderoso cuerpo con un único movimiento violento.

- No vuelvas a intentarlo nunca -le advirtió con dureza-. Lo sé todo sobre mujeres de mirada inocente que abofetean a un hombre cuando sugiere que no actúan como debería hacerlo una dama. La próxima vez que me levantes la mano, no me comportare como un caballero.

Eve emitió un sonido que pudo ser tanto una risa como un sollozo.

- ¿Un caballero? ¿Tu? ¡Ningún caballero forzaría a una dama!

- Pero ni no eres una dama -replicó Reno-. Tú eres una mercancía que fue comprada en una caravana de huérfanos y fue vendida siempre que un hombre estuvo lo bastante interesado como para gastarse un dólar.

- Nunca ningún hombre pago por obtener nada de mí -gritó indignada.

- ¿Simplemente les regalaste tus… favores? -sugirió el con ironía-. Estaban tan agradecidos que te dejaban un billete sobre la mesilla de noche, ¿es eso?

- Ningún hombre se metió nunca bajo mis faldas, pagando o sin pagar -declaró la joven con voz glacial.

Reno rodó hacia un lado dejando libre a Eve. Pero antes de que ella pudiera alejarse, su mano descendió hasta el lugar donde un suave vello color bronce protegía el centro de su feminidad.

- Eso no es verdad. Yo he estado bajo tu falda y soy un hombre -afirmó antes de retirar la mano.

- Vete al infierno, pistolero -exclamó Eve con voz firme a pesar de las lágrimas de vergüenza y rabia que inundaban sus ojos.

Reno vio sólo la rabia y pensó que lo más prudente sería no darle la espalda a aquella pequeña chica de salón hasta que se hubiera calmado un poco. Eve era rápida, muy rápida, y, en ese momento, parecía totalmente capaz de agarrar la escopeta y vaciar todo el cargador sobre él.

- Estas lo bastante furiosa como para ser capaz de matar, ¿verdad? -preguntó con aire burlón-. Bueno, no te preocupes. Podrás soportarlo. Ahora, continúa con tu historia.

Eve se mantuvo en silencio mientras lo observaba a través de las brillantes hendiduras ambarinas en que se habían convertido sus ojos.

- Si no te apetece hablar, puedo pensar en otra cosa que pueda hacer esa pequeña y rápida lengua que tienes -sugirió Reno arqueando una ceja.