Seis

uando llegaron al amplio valle donde Willow y Caleb habían construido su hogar, Eve se sorprendió enormemente al ver el cambio que se produjo en Reno. Desapareció la cautela de sus ojos y el recelo de depredador de su rostro, revelando a un hombre relajado y de sonrisa fácil que debía rondar los treinta años.

Sólo la transformación en su compañero de viaje fue suficiente para que el valle atrajera a Eve, pero aún había más. El lugar poseía una belleza extraordinaria gracias a su amplitud y a no hallarse embutido entre imponentes montañas. Un río de color azul plata resplandecía flanqueado por álamos de Virginia a lo largo de todo su recorrido. Y en el otro extremo del enorme y exuberante valle, un grupo de cimas de montañas se elevaban esplendorosas contrastando con un cielo azul zafiro.

Las serpenteantes cercas que dividían parte del valle en pastos parecían no tener más de una o dos estaciones de antigüedad. Y el ganado pastaba plácidamente mientras Eve y Reno pasaban junto a él, seguidos por los tres caballos de carga. Desde un pasto cercano, un rojizo y musculoso semental relincho a los cuatro vientos y galopó hacia los visitantes con la cola levantada a modo de estandarte.

Al ver aproximarse al semental, Whitefoot sacudió las orejas inquieta y aumento la velocidad para pasar de largo. Sin embargo, la yegua de Reno no pareció en absoluto nerviosa y levanto la cabeza para dedicar un entusiasmado relincho de bienvenida al caballo.

- Este año no, Darla -le dijo Reno sonriendo, mientras contenía a la inquieta yegua-. Eres la mejor montura que he tenido nunca. Ya habrá tiempo de sobra para que tengas potrillos de Ishmael cuando haya encontrado el oro que buscamos.

La yegua mordió el freno con resentimiento, resopló e hizo un intento de tirar a su jinete.

Reno, riendo, soportó el disgusto del animal con la misma engañosa indolencia con la que hacia el resto de las cosas. Luego galopó en dirección a la gran casa de troncos que presidia el valle, y desde la cual, una mujer vestida con una blusa blanca y una falda verde, salía corriendo a recibirlo.

- ¿Matt? -gritó al jinete que se acercaba-. ¿Eres tú?

Reno frenó a la yegua que se detuvo entre gráciles saltos, y respondió con cariño:

- Si no fuera así, tu esposo ya me habría hecho caer del caballo mientras admirábamos a tu semental árabe.

- Puedes apostar por ello -aseguró Caleb mientras salía de la casa.

- ¿Todavía estas preocupado por los comanches? -preguntó Reno al ver el rifle en las manos de su cuñado.

- Vagabundos, comanches, buscadores de oro… Incluso pasaron por aquí un grupo de nobles ingleses en tu ausencia -respondió, encogiéndose de hombros-. Esto se está volviendo un lugar demasiado concurrido durante el verano.

- Aristócratas ingleses, ¿eh? Apuesto a que a Wolfe no le hizo mucha gracia.

- Jessica y el no se encontraban aquí -explicó Willow-. Todavía están de viaje.

Reno sonrió. Si él hubiera estado en el lugar de Wolfe, también habría hecho lo mismo. Se habría llevado a su joven esposa a recorrer las tierras salvajes y a pasar el mayor tiempo posible solos.

- Hemos oído que viajaron en dirección oeste -continuó su hermana-, a algún lugar dentro de ese laberinto de cañones de piedra. Jessi juro que la luna de miel no acabaría hasta que hubiera visto todos los rincones favoritos de Wolfe.

- Quizá me topé con ellos en el desierto rojo -comentó Reno-. ¿Qué hay de Rafe? ¿Ha vuelto ya?

Willow negó con la cabeza, haciendo que su pelo rubio brillara bajo la luz del sol de las tierras altas.

- Sigue por ahí, buscando una senda a través del cañón del que le habló Wolfe, el que se supone que es tan amplio y profundo que sólo el sol puede cruzarlo.

- ¿De cuándo son esas noticias?

- De la semana pasada -contestó su hermana-. Un viajero que se encontró con él en río Verde paso por aquí ayer.

- Venía en busca de los panecillos de mi esposa -añadió Caleb secamente-. Le dijeron que merecía la pena desviarse un centenar de kilómetros para probarlos.

- Maldita sea -murmuró Reno-. Esperaba contar con Rafe para que me acompañara en una pequeña expedición en busca de oro.

Willow aparto la mirada de su hermano y la dirigió a los caballos de carga y al delgado jinete que se acercaba lentamente.

- ¿Has contratado a un chico para ayudarte? -preguntó.

Caleb notó al instante el cambio en la expresión de su cuñado.

- No exactamente -respondió Reno-. Ella es mi… mi socia.

Eve se encontraba lo bastante cerca como para escuchar las palabras del pistolero. Hizo detenerse a su agotado caballo junto al de él y se encargo de hacer las presentaciones que su «socio» se mostraba tan reacio a hacer.

- Mi nombre es Eve Starr -dijo en voz baja-. Y tú debes de ser la hermana de Reno.

Willow enrojeció antes de echarse a reír.

- Oh, vaya. Lo siento, señorita Starr. Sí, soy Willow Black, y debería pensármelo dos veces antes de asumir que cualquiera que lleve pantalones es un hombre. Jessi y yo también los usamos cuando cabalgamos.

Caleb miró la desgastada camisa y los desteñidos pantalones que vestía la acompañante de Reno, y supo que nunca la habría confundido con un muchacho. Había algo demasiado femenino en la silueta que ocultaban las raídas ropas como para que un hombre pudiera confundirse.

- Soy Caleb Black -la saludó-. Desmonte y entre en casa. El camino a través de la Gran División es largo y duro para una mujer.

- Sí, venga conmigo -la animó Willow rápidamente-. Hace meses que no tengo una mujer con la que hablar.

La generosa y acogedora sonrisa de la hermana de Reno fue como un bálsamo para el orgullo de Eve. Agradecida, le respondió con una sonrisa que también incluyó a Caleb, un hombre tan fuerte y poderoso como Reno, pero que parecía mucho más amable, sobre todo, cuando sonreía como lo estaba haciendo en ese momento.

- Gracias -respondió-. Ha sido un largo viaje.

- No te pongas demasiado cómoda -le advirtió Reno cortante mientras la joven desmontaba-. Nos quedaremos sólo el tiempo necesario para que cambies de montura.

Caleb entorno los ojos cuando percibió la tensión oculta bajo la calmada voz de su cuñado, pero no dijo nada al respecto.

Sin embargo, Willow, como siempre, si dijo lo que pensaba.

- Matthew Moran, ¿donde están tus modales? ¡Sin mencionar tu sentido común!

- Alguien podría estar siguiéndonos -intentó explicarse-. No quiero atraerle hasta aquí.

- ¿Jericho Slater? -supuso su cuñado.

Reno pareció sorprendido.

- Los hombres tienen poco de lo que hablar por aquí, si no es de otros hombres -aclaró Caleb con sequedad-. Uno de mis jinetes tiene una… una amiga comanche, que al parecer comparte sus afectos con el rastreador de Slater.

- Pocas cosas se te escapan, ¿verdad? -murmuró Reno-. Sí, probablemente sea Slater.

La feroz expresión que apareció en el rostro de su anfitrión, hizo que Eve se replanteara rápidamente su idea sobre su carácter amable.

- Y yo que pensaba que te habías olvidado de mi cumpleaños - dijo Caleb-. Es muy amable por tu parte traer hasta aquí a Slater para compartirlo con nosotros. Quedan muy pocos tipos como él.

Riendo suavemente, Reno sacudió la cabeza y acepto lo inevitable.

- Muy bien, Cal. Nos quedaremos a cenar.

- Haréis más que eso -replicó Willow con rapidez.

- Lo siento, Willy -se disculpó su hermano-, pero no podemos. Nos queda demasiado camino por recorrer.

- ¿A qué viene tanta prisa? -quiso saber Caleb-. ¿Slater os sigue tan de cerca?

- No.

Su cuñado frunció el ceño ante la seca respuesta.

Matt se movió inquieto en la silla, y pensó en que excusa podría dar para evitar decir que se sentía condenadamente mal por meter a una chica de salón en casa de su hermana.

- La estación está muy avanzada para atravesar las tierras altas -se excusó-, y tenemos que recorrer mucho desierto antes de llegar siquiera a los Abajos.

- ¿A los Abajos? Has escogido explorar un grupo de montañas solitario y de difícil acceso.

- Yo no. Los jesuitas. Al menos, creo que es allí hacia donde nos dirigimos -añadió Reno, mirando de soslayo a Eve.

- ¿Crees? -preguntó Willy confusa-. ¿No estás seguro?

- No soy muy bueno con el español antiguo, y no puedo descifrar el código familiar privado de los antiguos dueños del diario. Ahí es donde… mi socia entra en juego.

- Oh. -Su hermana todavía parecía confusa.

Sin embargo, Reno no parecía dispuesto a dar más explicaciones.

Caleb miró a través del prado hacia la cima más cercana y observó que en lo alto de su escarpada ladera, un grupo de álamos temblones parecía arder con la amarilla antorcha del otoño.

- Todavía os queda algo de tiempo antes de que las tierras altas queden aisladas -señaló con voz pausada-. Sólo unos pocos álamos en la cara norte de las montañas han cambiado ya de color. Yo no apostaría por que nieve pronto.

Reno se encogió de hombros y la rigidez de su rostro dijo más que cualquier palabra. No se quedaría ni un minuto más de lo necesario en el rancho.

- Es la fiebre del oro, ¿eh? -comentó Caleb-. Estas impaciente por encontrarlo. -Su cuñado asintió cortante-. Deberías pensar en tu socia. Parece un poco agotada de galopar tras el oro de algún loco. Quizá sea prudente que la dejes aquí para que descanse mientras tu haces un reconocimiento del terreno.

Aunque nada en la voz o la expresión de Caleb sugería que creyera que había algo poco usual en una mujer cabalgando sola por aquellas tierras salvajes con un hombre que no era su esposo, su prometido o algún pariente, Eve se sonrojo.

- Es mi mapa -afirmó.

- No exactamente -replicó su socio al instante.

Caleb arqueó una ceja.

- Es una historia muy larga -masculló Reno.

- Esas son sin duda las mejores -repuso su cuñado en tono impasible.

- Y requerirá un largo tiempo contarla, ¿no es cierto? -preguntó Willow.

- Willy…

- No internes embaucarme, Matthew Moran -le interrumpió al tiempo que apoyaba las manos sobre las caderas y se colocaba frente a él para poder encararlo.

- De acuerdo, sólo un mom… -empezó Reno.

Pero no sirvió de nada.

- Incluso si cambiáis de caballos y galopáis hasta la puesta de sol -siguió la joven sin dejar que su hermano hablara-, no adelantareis más que unos pocos kilómetros. Os quedareis por un tiempo y se acabo. Hace mucho que no tengo una mujer con la que hablar.

- Cariño… -empezó su esposo.

- En esto no podrás llevarme la contraria. -Willow se mantuvo firme en su postura-. Matt lleva demasiado tiempo viviendo solo. No tiene mejores modales que un lobo.

Entre fascinada y horrorizada, Eve contempló como la bella mujer que vivía en aquel valle, hacia frente a aquellos dos hombres enormes. El hecho de que su esposo y su hermano fueran bastante más altos y fuertes que ella, no hizo que se mordiera la lengua en absoluto.

Por otro lado, a Eve no le pareció que ninguno de los dos hombres fuera de los que cedieran ante nadie, y mucho menos ante una persona que pesaba la mitad que ellos y tenía la tercera parte de su fuerza.

Los dos cuñados se miraron por el rabillo del ojo mientras Willow tomaba aire. Caleb sonrió antes de empezar a reír en voz baja. A Reno le costó un poco más, pero finalmente, también cedió ante su hermana pequeña.

- De acuerdo. Aunque sólo nos quedaremos una noche. Nos iremos al amanecer.

Willow abrió la boca para protestar, pero miró a su hermano a los ojos y supo que no serviría de nada discutir más.

- Y sólo si haces panecillos -añadió Reno, sonriendo al tiempo que desmontaba.

La joven rió y abrazó a su hermano.

- Bienvenido a casa, Matt.

Él le devolvió el abrazo, sin embargo, sus ojos se oscurecieron cuando observó la casa y el prado donde pastaba el ganado. Era bienvenido, pero no era su casa. Él no tenía un hogar. Por primera vez en su vida, esa idea le inquieto.

La cocina olía a panecillos, a estofado de buey y al pastel de manzana que Eve había insistido en preparar para la cena. Willow no opuso mucha resistencia y acepto el hecho de que la «socia» de su hermano prefiriera ser tratada como una vecina o una amiga, en lugar de como una invitada.

Sin embargo, Reno no se mostró muy complacido al encontrar a Eve en la cocina cuando volvió de escoger los caballos y de preparar las provisiones para partir al alba del día siguiente. Las dos mujeres trabajaban en la cocina mientras hablaban como si fueran viejas amigas.

Eve se había bañado y se había puesto el viejo vestido que el pistolero había encontrado en su alforja cuando buscaba cosas mucho más valiosas. La prenda estaba arrugada, muy gastada, más o menos limpia y era evidente que estaba hecha con sacos de harina. La tela había sido lavada con jabón fuerte y secada al sol tantas veces, que los nombres de los fabricantes de los sacos se habían borrado hasta convertirse en manchas rosas y azules ilegibles. O el material se había encogido con el tiempo, o Eve había heredado el vestido, porque le quedaba demasiado ajustado a la altura del pecho e insinuaba la curva de sus caderas.

Vieja o no, la basta tela hacia que Reno desease deshacerse de ella para acariciar la suave piel que había debajo.

Pero, al menos, era mejor que el vestido de seda rojo con el que la había visto por primera vez. Había temido que se lo pusiera en casa de Willow como una forma de vengarse por haber dicho que no llevaría nunca a una amante a casa de su hermana.

Reno no había pretendido que el comentario fuera un insulto, simplemente expreso un hecho. Respetaba y quería demasiado a su hermana como para llevar a su casa mujeres de mala reputación.

- Oh, vaya -exclamó Willow-. He olvidado el pañal de Ethan.

- Yo iré a por él -se ofreció Eve.

- Gracias. Está en el dormitorio contiguo al tuyo.

- La joven se giro y se encontró con la mirada de desaprobación de Reno. Irguió la espalda, levanto la barbilla y paso ante el sin pronunciar palabra.

La fría mirada del pistolero siguió el inconsciente balanceo de sus caderas hasta que la perdió de vista. Sólo entonces dirigió su atención hacia su sobrino, al que su hermana estaba bañando cerca del calor de la estufa de la cocina.

El bebé tenía el mismo color de ojos que su padre. Aunque todavía no tenía seis meses, Ethan había crecido mucho y extendía los brazos hacia su madre salpicando y chapoteando con entusiasmo en el barreno de agua caliente.

- Déjame -le pidió Reno-. Yo me encargo de él. Tú dedícate a los panecillos.

- Ya he hecho tres hornadas. La última se está cociendo ahora mismo.

- Esos son para esta noche. Yo hablaba de panecillos para el viaje de mañana.

Riéndose, Willow se echo a un lado.

Reno froto jabón en un lienzo y empezó a lavar a su sobrino. El bebé emitió un sonido de alegría y estiró sus pequeños y regordetes dedos hacia el pelo de su tío. Este retrocedió, pero no fue lo bastante rápido; Ethan consiguió agarrar un buen mechón de pelo y tirar de él.

Haciendo un gesto de dolor, Reno desengancho los pequeños dedos. A pesar de los tirones del bebé, el pistolero tuvo cuidado de liberarse con suavidad de la mano de su sobrino. Después le dio un sonoro beso en la pequeña palma que le hizo cosquillas, y se echó a reír cuando Ethan abrió los ojos de par en par complacido con sus mimos.

El niño gorjeo y volvió a intentar la misma operación de nuevo, Esa vez, Reno ya tenía calculado hasta donde llegaban los brazos del niño y los esquivó con éxito.

- Es increíble lo que has crecido desde la última vez que te vi -le dijo en voz baja a su inquieto sobrino.

Ethan, en respuesta, agito los brazos salpicando agua por todas partes. Willow levantó la vista de la harina que estaba tamizando, contempló la cara de felicidad de su hijo y sacudió la cabeza.

- Lo mimas demasiado -afirmó. Pero no había ni rastro de censura en su voz.

- Es uno de los placeres de mi vida -confesó Reno-. Eso, y tus panecillos.

Con un grito de alegría, Ethan se abalanzo sobre el pecho de su tío.

- Tranquilo, hombrecito.

Con extreme cuidado, refrenó un poco el ímpetu del bebé para evitar que la cocina acabara tan mojada y resbaladiza como el suelo de unos baños públicos.

Ethan intento retorcerse para liberarse, pero no pudo. Justo cuando las lágrimas empezaban a empañar sus ojos y amenazaba con echarse a llorar con vehemencia, Reno lo distrajo agarrando sus pequeñas manitas, apretando la boca contra sus palmas y soplando fuerte. Los sonoros ruidos que emitió encantaron al bebé.

Nadie se dio cuenta de que Eve permanecía en la entrada de la cocina, observando los juegos de tío y sobrino con unos ojos llenos de incredulidad y anhelo. Nunca habría imaginado que pudiera existir tanta ternura oculta bajo el duro cuerpo de Reno y su letal velocidad con el revólver. El hecho de verlo bañar al pequeño bebé la hizo sentir como si estuviera en otro mundo, un mundo en el que incluso era posible que la ternura y la fuerza convivieran en armonía dentro de un mismo hombre.

- Estás tan resbaladizo como una anguila -protestó Reno.

- Prueba a enjuagarlo -sugirió Willow sin levantar la vista.

- ¿Con qué? La mayor parte del agua ha ido a parar sobre mí.

Su hermana rió feliz.

- Espera. Hay agua caliente sobre la estufa. Te la daré tan pronto como acabe de tamizar esta harina.

- Yo lo haré -se ofreció Eve mientras entraba en la cocina.

Al oír la voz de la joven a su espalda, se produjo un sutil cambio en la actitud de Reno, una tensión que no había sido visible desde que llegaron a la cabaña.

Willow lo noto y se preguntó por qué su hermano se sentía tan incomodo en compañía de la mujer que le acompañaba en aquel duro viaje. Entre ellos no había ni rastro de la camaradería que se podría haber esperado entre una pareja unida por un noviazgo o por una relación más física.

- Tampoco había nada de coqueteo. Matt trataba a su socia como si fuera prácticamente una extraña.

Eso sorprendió a Willow, porque su hermano normalmente era educado y atento con las mujeres. Sobre todo, con aquellas que eran tan amables como parecía serlo su invitada. Además, la joven poseía una sonrisa generosa y una gracia felina en sus movimientos que estaba llena de sensualidad.

- Gracias, Eve -dijo Willow-. La toalla de Ethan se está calentando en esa percha junto a la estufa.

Por el rabillo del ojo, el pistolero observó como Eve cogía la toalla y el agua caliente para el bebé. Cuando se inclinó, la desgastada tela de su vestido se ajustó sobre su escote de una forma tal, que dejo al descubierto la turgencia de sus pechos.

La violenta punzada de deseo que atravesó a Reno le enfureció. Nunca había sentido tantos deseos de poseer a una mujer. Deliberadamente, apartó la vista de la joven y la dirigió al saludable bebé que se movía inquieto entre sus manos.

- El color de sus ojos es el de Caleb, pero la inquietante mirada felina es tuya, hermanita -afirmó Reno, estudiando a Ethan.

- Yo podría decir lo mismo de tus ojos -respondió Willow-. Dios mío, las chicas solían caer rendidas a tus pies en West Virginia.

- Me estas confundiendo con Rafe.

Su hermana resopló.

- Me refiero a los dos. Savannah Marie parecía no saber por cual decidirse.

En silencio, Eve empezó a verter un hilillo de agua sobre el escurridizo bebé que su tío sostenía.

- Lo que la atraía era la granja que poseíamos y que lindaba con la de su padre -comentó Reno.

La dureza y el desprecio que se percibían en la voz de su hermano, hicieron que Willow levantara la cabeza para mirarlo.

- ¿Tú crees? -preguntó escéptica.

- Lo sé. En lo único que esa chica pensaba era en buscarse un marido adecuado que le procurase el lujo al que estaba acostumbrada. Eso es lo que les interesa a la mayoría de las mujeres.

Su hermana emitió un gruñido a modo de protesta.

- Excepto tu -se apresuró a añadir Reno-. Tú eres diferente. Siempre has tenido un corazón tan grande que apenas te cabe en el pecho y muy poco sentido común.

- Sinceramente, Matt -comentó Willow seria-. No deberías decir cosas así. Quien no te conozca podría creer que hablas en serio.

Cuando Eve alzó la cabeza, quedó atrapada por los claros ojos verdes del hombre que sostenía a su sobrino. No era necesario que le dijera nada; ella sabía que la incluía entre la clase de mujeres que pensaba en su propio bienestar y a las que les daba igual lo que los demás necesitaran.

La mirada que Reno le lanzó le decía que haría bien tomándolo en serio.

- Echa la cabeza de Ethan hacia atrás -le pidió Eve en voz baja.

Él siguió sus indicaciones para que la joven pudiera enjuagar el sedoso y oscuro pelo del bebé, sin que le entrara jabón en los ojos.

Cuando Ethan empezó a protestar, la joven se inclinó sobre él y le susurró cosas ininteligibles y tranquilizadoras mientras seguía enjuagándole el pelo. Sus hábiles y diestras manos pronto consiguieron que su cabeza estuviera libre de jabón.

- Tranquilo, tranquilo, cariño. No te preocupes que te taparé y te secaré antes de que te des cuenta. ¿Lo ves? Ya está.

Eve cogió la toalla de su hombro, envolvió a Ethan con ella y lo sacó del barreno. Después lo colocó sobre el banco de la cocina y empezó a secarlo con habilidad. Mientras lo hacía, tiraba suavemente de los dedos de los pies del pequeño y recitaba fragmentos de antiguas rimas en las que no había pensado desde hacía años.

- … y este cerdito se fue a comprar pan…

Ethan gorjeaba encantado. El juego de los cerditos era uno de sus favoritos, después del juego de esconderse y volver a aparecer gritando «cucu».

- … y este cerdito se lo comió todo, todo, ¡y todo!

El bebé se rió, al igual que Eve, quien lo envolvió con la toalla y lo acunó entre sus brazos para darle un beso.

Con los ojos cerrados, absorta en recuerdos y sueños, la joven se balanceó de lado a lado con Ethan en sus brazos, recordando una época que había quedado atrás hacia años, en la que había ansiado tener su propio hogar, su propia familia y su propio hijo.

Después de unos pocos minutos, Eve se dio cuenta de que la cocina estaba muy silenciosa. Abrió los ojos y descubrió que la madre de Ethan le sonreía con suavidad, mientras que Reno la observaba como si nunca hubiera visto a una mujer ocupándose de un bebé.

- Lo haces muy bien -la elogió Willow.

Eve colocó a Ethan sobre el banco y empezó a ponerle el panal con verdadera destreza.

- Siempre había bebés en el orfanato -comentó la joven en voz baja-. Solía fingir que eran míos… que éramos una familia.

Willow emitió un profundo sonido de compasión.

Reno entornó los ojos. Si hubiera podido pensar en una forma de evitar que Eve contara sus conmovedoras mentiras, lo habría hecho. Pero ya era demasiado tarde. La pequeña embaucadora estaba hablando de nuevo y su hermana la escuchaba prestándole toda su atención.

- Pero había demasiados niños en el orfanato. Cada vez que salía una caravana, se enviaba a los más mayores al Oeste y, finalmente, me llegó el turno.

- Lo siento -dijo Willow en voz baja-. No pretendía hacerte recordar cosas desagradables.

Eve sonrió rápidamente a la otra mujer.

- No pasa nada. La gente que me compró fue amable conmigo. Tuve más suerte que la mayoría de mis compañeros.

- ¿Fuiste comprada? -La voz de Willow se quebró en un silencio lleno de consternación.

- ¿No es hora de acostar a Ethan? -las interrumpió Reno cortante.

Su hermana aceptó el cambio de tema con alivio.

- Sí -se apresuró a decir-. Hoy no ha dormido nada a mediodía.

- ¿Puedo acostarlo yo? -preguntó Eve.

- Por supuesto.

Los ojos de Reno siguieron de cerca a la joven hasta que salió de la cocina, prometiendo castigarla por partirle el corazón a su compasiva hermana.