Ocho

ucho antes de que amaneciera, Eve ya estaba vestida y salía de la casa sin hacer ruido. Cargada con sus alforjas y su saco de dormir, se dirigió al establo. Esperaba encontrar allí a Reno preparando los caballos, ya que había escuchado a Caleb levantarse temprano y salir de la silenciosa casa, y unos minutos después, había captado el débil murmullo de voces masculinas provenientes del establo.

A pesar de que la joven había dormido poco la noche anterior, se sentía demasiado inquieta para permanecer por más tiempo en la habitación de invitados de los Black. Se había dicho a sí misma que lo que le ocurría era que estaba nerviosa ante la perspectiva de empezar la búsqueda del oro, que tan esquiva había sido con la familia León. Sin embargo, no era el oro lo que había dominado los pensamientos de Eve durante el tiempo que había permanecido despierta. Era el recuerdo de dos varillas de metal tocándose por las que fluían corrientes invisibles.

Cuando llegó a su destino, encontró la puerta del establo abierta y pudo ver como los dos cuñados se encargaban de preparar a los caballos. Una lámpara colgada de un gancho en el corral cercano, proyectaba una pálida luz dorada sobre la oscuridad de la noche que empezaba a desvanecerse.

Mientras se acercaba sin hacer ruido, Eve escuchó hablar a su anfitrión.

- … están descendiendo y alejándose de las tierras altas. La mayoría están demasiado ocupados trasladando sus campamentos de invierno como para ser un problema, pero mantente alerta. Los guerreros cada vez tienen más problemas con el ejército y los chamanes buscan respuesta en el desierto a la espera de que los visiten sus espíritus.

Reno gruñó.

- Y luego esta todo lo demás -continuó Caleb.

- ¿Todo lo demás?

- Oh, sólo creo que como amigo y cuñado tuyo, mi obligación es advertirte de lo que puede pasar cuando un hombre se lleva a una mujer como Eve a esas montañas -dijo arrastrando las palabras.

- Ahórrate la charla -le interrumpió Reno. Luego, añadió con sequedad-: Darla, si aguantas la respiración, te encontrarás con mi rodilla en tu panza antes de que puedas darte cuenta.

Eve sonrió. Durante el viaje, había descubierto que la mustang de Reno solía coger mucho aire antes de que la cincha estuviera tensada, para luego dejarlo escapar de golpe y que esta quedara floja. Si Reno no se hubiera dado cuenta del truco de la yegua, se habría encontrado a sí mismo cabalgando boca abajo más de una vez.

El roce de cuero contra cuero emitió un brusco sonido cuando el pistolero apretó la cincha de su yegua tensándola al máximo. El animal resopló y dio una patada en el suelo expresando su disgusto.

En la serenidad de los instantes previos al amanecer, cada sonido se percibía con una claridad fuera de lo normal.

- De todas formas te recordare -insistió Caleb- que yo acepté guiar a una dama por las montañas de San Juan en busca de su hermano, y acabe casándome con ella.

- Mi hermana era otra cosa. Eve no tiene nada que ver con ella. No se le parece en nada.

- No es tan diferente. Está claro que su cabello es más oscuro que el de Willow, y que el color de sus ojos también es distinto, pero…

- No me refiero a eso y lo sabes -le interrumpió Reno cortante.

- Me recuerdas a un semental que siente por primera vez el contacto de una soga -repuso Caleb en un tono claramente divertido.

El pistolero gruñó.

Riéndose en voz alta, su cuñado colocó una silla de carga sobre un pequeño caballo castaño. La espesa crin del animal caía sobre sus hombros y la cola era tan larga que dejaba marcas en el polvoriento suelo.

Otro caballo castaño esperaba pacientemente junto al primero. Los dos animales eran idénticos e inseparables; donde iba uno, el otro le seguía.

Finalmente, también terminaron de cargar al segundo mustang. Además de las provisiones habituales para un viaje, llevaban grandes cantimploras vacías y dos pequeños barriles de pólvora atados a ambos lados de la silla.

- Hosco como un semental recién cazado -continuó Caleb en tono alegre-. A Wolfe le paso lo mismo al principio, pero al final entro en razón; los hombres inteligentes saben cuando han encontrado algo bueno. -Hizo una pausa y continuó-. Hazme caso, sea lo que sea lo que crees que tienes ahora, no puede ni siquiera compararse a lo que te hará sentir una mujer.

Reno actuó como si no le hubiera escuchado y le dio una palmada en la grupa a la mustang color acero.

- Además, su pastel de manzana estaba delicioso -insistió su cuñado.

- No -replicó el pistolero en tono cortante.

- Tonterías. Si no te gusto, ¿por qué repetiste dos veces?

- ¡Maldita sea! No me refería al pastel.

- Entonces, ¿a qué te referías? -preguntó Caleb con ironía.

Soltando una maldición entre dientes, Reno pasó por debajo del cuello de Darla y se dirigió al último caballo, una yegua de color castaño con la crin y la cola negros, y una línea de ese mismo color sobre su lomo.

Los dos hombres trabajaban tan cerca el uno del otro que sus codos casi chocaban entre ellos, lo que hacía más difícil a Reno fingir que no escuchaba la voz grave y despreocupada de su cuñado. Ansioso por ponerse en camino, cepillo a la yegua con enérgicos movimientos.

Justo en el momento en que Eve pensó que era seguro acercarse al círculo de luz que proyectaba la lámpara, Caleb empezó a hablar de nuevo.

- A Willow le ha caído bien tu «socia». Incluso hasta a Ethan le gusta, y ya sabes cómo odia a los desconocidos.

Reno se quedó paralizado con el cepillo en la mano. La yegua resopló y lo empujó suavemente, deseando que siguiera con el cepillado.

- Es inteligente y está llena de vida -añadió Caleb-. Al principio no te lo pondrá fácil pero luego…

- ¿La yegua? Quizá fuera mejor que la usara de caballo de carga y que ella montara a uno de los mustang.

- Puede que su vida no haya sido la de una dama, pero es perfecta para ti.

- Prefiero a Dark.

Caleb se rió.

- Yo pensaba eso de mis dos caballos. Luego, Willow me enseno que…

- Eve no es como Willow -insistió Reno con voz fría.

- Cuanto más te resistas, peor será.

El pistolero dijo algo cruel entre dientes.

- Resistirte no te hará ningún bien -le advirtió su cuñado-, pero ningún hombre que se precie se rinde nunca sin antes luchar.

Siseando una maldición, Reno se volvió hacia Caleb y dijo con voz gélida:

- Deberían azotarme por haber traído a esa mujer a casa de mi hermana.

Un escalofrió atravesó a Eve. Sabía lo que vendría a continuación y no deseaba ser testigo. Pero aún deseaba menos que la sorprendieran escuchando a escondidas, independientemente de lo inocentes que fueran sus intenciones. Empezó a retroceder despacio, rezando por no hacer ningún ruido que la delatara.

- Me preguntaste como la conocí y yo eludí la pregunta -siguió Reno-. Bien, pues ya me he cansado de evitar responderla.

- Me alegra oír eso.

- La conocí en un salón de Canyon City.

La sonrisa de Caleb desapareció.

- ¿Qué?

- Ya me has oído. Estaba jugando a las cartas en el Gold Dust con Slater y un pistolero llamado Raleigh King.

Reno dejo de hablar, rodeó a la yegua y empezó a cepillarle el otro costado.

- ¿Y? -le animó Caleb.

- Me uní a la partida.

El único sonido que se escucho en el siguiente minuto fue el que hacia el cepillo al moverse sobre el lomo del animal. Luego, se oyó el débil griterío del ganado cuando el amanecer empezó a robar estrellas al cielo.

- Continua -dijo su cuñado finalmente.

- Repartía ella y estaba haciendo trampas.

Se hizo el silencio de nuevo y por fin Caleb explotó:

- Dios, suéltalo de una vez.

- Eso es lo esencial.

- Maldita sea, Reno. Te conozco. Tú no serías capaz de traer a una mujerzuela a casa de tu hermana.

- He dicho que jugaba sucio con las cartas, no que estuviera vendiendo su cuerpo.

Se produjo un tenso silencio, seguido por la sacudida de una manta al ser colocada sobre el lomo de la yegua.

- Sigue -insistió Caleb secamente.

- Cuando le tocó repartir a ella, me dio una mano amañada. Raleigh intentó sacar su revólver y yo volqué la mesa impidiéndoselo. Eve recogió mis ganancias y salía por la puerta de atrás, dejándome en medio de un tiroteo con Raleigh y Slater.

- La amiga de Oso Encorvado no dijo nada sobre que Slater estuviera muerto. Sólo habló de Raleigh King y Steamer.

- Slater no desenfundó. Ellos sí.

Sacudiendo la cabeza, Caleb exclamó:

- Eve no parece una chica de salón.

- Es una timadora y una ladrona, y me tendió una trampa que podría haberme costado la vida.

- Si cualquier hombre que no fueras tú me contara esto, pensaría que está mintiendo.

Sin previo aviso, Reno se volvió y miró más allá de la luz de la lámpara.

- Díselo tú, chica de salón.

Eve se quedó paralizada justo en el momento en que daba un paso hacia atrás. Tras una dura lucha consigo misma, controló el impulso de volverse y escapar, pero no había nada que pudiera hacer para devolver el color a un rostro que se había vuelto tan blanco como la nieve, así que irguió la espalda y avanzó hacia el círculo de luz con la cabeza alta.

- Yo no soy como me has descrito -afirmó.

El pistolero agarró las alforjas que sostenía la joven, abrió una de ellas y saco de un tirón el vestido que había llevado en Canyon City, de forma que quedó colgando de su puño como una condena escarlata.

- No tan conmovedor como un vestido hecho con sacos de harina, pero muchísimo mas sincero -comentó Reno a Caleb.

Una marea roja devolvió el color a las mejillas de Eve.

- Yo era una sirvienta a la que compraron -musitó con un hilo de voz-. Me ponía lo que me daban.

- Cuando te conocí jugando en Canyon City llevabas esto -afirmó, agitando la tela ante sus ojos-, y tus patrones ya estaban muertos.

Dicho aquello, Reno volvió a meter el vestido en la alforja, colgó las dos bolsas en la verja del corral y siguió ensillando a la yegua.

- ¿Has comido algo? -le preguntó Caleb a Eve.

Ella negó con la cabeza, sin atreverse a hablar por miedo a que su voz le fallara. Tampoco era capaz de mirar a su anfitrión a los ojos. Él la había acogido en su casa, y lo que debía pensar de ella ahora que sabía la verdad, le hacía desear desaparecer, que se la tragara la tierra.

- ¿Se ha levantado Willow ya? -le siguió preguntando.

La joven volvió a negar con la cabeza.

- No me sorprende -comentó su anfitrión con naturalidad-. Ethan ha estado de mal humor toda la noche.

- Son los dientes.

Sus palabras fueron apenas un susurro, pero Caleb las entendió.

Reno soltó una maldición entre dientes que resonó a través del silencio del amanecer.

- Clavo -susurró Eve un minuto después.

- ¿Cómo? -preguntó su anfitrión.

Eve se aclaró la garganta con dificultad.

- Si le ponéis un poco de aceite de clavo en las encías, se sentirá mucho mejor.

- Proferiría patearle el culo por todo el establo -dijo Caleb-, y no me refiero a Ethan.

El pistolero levantó la cabeza, lanzó una dura mirada a su cuñado y este se la devolvió.

- Pensaba que serías la última persona en el mundo en caer hechizado por una cara bonita -le espetó Reno con frialdad.

Extendió el brazo por debajo de la panza de la yegua parda, metió la larga correa de piel por el aro de la cincha y empezó a tensarla con duros y rápidos movimientos. Sus palabras fueron igual de rápidas y duras.

- Tú recorriste las Rocosas con Willow, y sabes mejor que nadie que era totalmente inocente antes de conocerte y que lo único que buscaba en ti era que la amaras.

Se oyó un silbido causado por el roce de la piel contra la piel.

- Yo recorreré el Oeste con una pequeña timadora experimentada que sólo desea la mitad de una mina de oro. -Cuando colocó el estribo en su lugar, el crujido de la piel fue como un grito en medio del silencio-. Si encontramos la mina, tendré que ir con cuidado para que no me robe y me dispare por la espalda, o para que no me abandone con la esperanza de que me mate alguien como Jericho Slater. Al fin y al cabo, ya lo ha hecho antes.

Desde la casa se oyó el sonido de un triángulo de hierro al ser golpeado con una vara de metal cuando Willow les aviso de que el desayuno estaba listo.

Reno cogió las alforjas de la verja, arrebató el saco de dormir de las manos de una paralizada Eve, y lo sujetó todo detrás de su silla. Cuando acabó, se giró sobre sus talones, la alzó y la dejó caer sobre la yegua.

Sólo entonces se volvió hacia Caleb.

- Despídete de Willy de nuestra parte.

El pistolero saltó sobre el lomo de su montura con un diestro movimiento y la rozó con las espuelas para que avanzara a paso ligero.

Los dos mustang de Wolfe y la yegua con la raya en el lomo la siguieron.

A su espalda se oyó la burlona voz de Caleb,

- Corre mientras puedas. No hay nada más fuerte que una soga de seda. ¡O más suave!

Reno sabía que los estaban siguiendo. Exigió mucho a los caballos desde el amanecer hasta la puesta de sol, cubriendo el doble de distancia que un viajero normal, con la esperanza de agotar a los caballos de Jericho Slater.

En ese momento, el forajido tenía ventaja porque sus caballos tennessee de largas patas eran más rápidos que los mustang. En el desierto, las cosas cambiarían radicalmente. Los mustang podrían avanzar más rápido y durante más tiempo con menos comida y agua que cualquier caballo que Slater tuviera.

Ni una sola vez, durante las largas horas en las que cabalgaron, se quejó Eve del ritmo marcado. De hecho, no dijo nada en absoluto a no ser que fuera para responder a las pocas preguntas directas que Reno le dirigió.

Gradualmente, la ira de la joven cedió paso a su curiosidad por el paisaje. La grandiosidad del territorio la fue llenando lentamente de paz y de la embriagadora sensación de encontrarse en el borde de una vasta tierra aún por descubrir.

A su izquierda se levantaba una alta e irregular meseta, cubierta de pinos y enebros. A su derecha, se erigían las onduladas pendientes de pequeños picos plagados de arboles. Y frente a ella, se extendía un hermoso valle delimitado por cumbres de granito, escarpadas montañas y una inmensa e hirsuta meseta con sus precipicios de pálidas rocas.

Incluso sin el diario para guiarla, Eve sabía que estaban descendiendo. La tierra iba cambiando bajo los agiles cascos de los mustang. La arenisca había sustituido al granito y la pizarra, y los elegantes álamos temblones y los densos grupos de abetos y piceas habían cedido el paso a los álamos y a los enebros. También surgían grandes artemisas por todas partes en lugar de robles. Las nubes se agolpaban en las cimas, seguidas por los truenos, pero no caía nada de lluvia en las elevaciones más bajas.

Y por encima de todo aquello, surgía la oscura meseta. Eve no podía apartar los ojos de la irregular masa de tierra, pues nunca había visto nada igual. Las plantas crecían sobre sus escarpadas laderas, pero no eran suficientes para ocultar las diferentes capas de piedra que había bajo ellas. Ningún arroyo bajaba por sus abruptas pendientes. No había ni rastro de agua en sus barrancos. Y tampoco los árboles se atrevían a hundir sus raíces en lo alto de la oscura altiplanicie.

El mapa en el diario español daba a entender que la meseta, tan grande como muchas naciones europeas, era sólo el principio de los cambios que se encontrarían. Más adelante, las tierras altas iban descendiendo a través de inmensos escalones de rocas que finalmente se convertían en infinitos cañones.

Eve no podía ver el laberinto de piedra, pero podía percibir su perfil sobre el horizonte, el final del terreno montañoso que tenía su inicio en Canyon City y se extendía durante cientos de kilómetros.

El laberinto de piedra era una tierra de imponente aridez, donde no fluía ningún río excepto después de alguna tormenta, y sólo muy brevemente. Aún así, a los pies del cañón más profundo había un río tan poderoso que era como la misma muerte: nadie que cruzara sus límites regresaba para hablar de lo que había al otro lado.

Eve deseaba preguntarle a Reno sobre todo lo que estaba viendo. Pero no lo hizo. No exigiría nada de él que no formara parte del maldito acuerdo al que habían llegado.

La idea de tener que mantener ese trato, de ofrecerse a sí misma a un hombre que la consideraba una cualquiera y una tramposa, le helaba el alma.

Reno acabará por darse cuenta de que está equivocado. Cuanto más tiempo estemos juntos, más consciente será de que no soy como el que piensa.

El pistolero se volvió de pronto e inspecciono el camino que dejaban atrás, al igual que había estado haciendo durante todo el día. Al principio, Eve había pensado que lo que le mantenía alerta era su preocupación por que ella pudiera escaparse. Pero con el paso de las horas se fue dando cuenta de que se debía a una razón totalmente diferente.

Los estaban siguiendo. La joven lo sentía igual de instintivamente que sentía el deseo de Reno por tomarla cuando la miraba.

Se preguntó si el pistolero, como ella, recordaba las dos varillas rozándose, unidas por corrientes secretas, brillando ante posibilidades desconocidas. Nunca había sentido algo así en su vida.

Durante las largas horas de viaje, ese recuerdo la había obsesionado. Y cada vez que ese pensamiento volvía a su mente, provocaba que escalofríos de asombro y placer la recorrieran, debilitando su ira contra Reno.

¿Cómo podía enfadarse con un hombre que encajaba en cuerpo y alma con ella?

Él lo sintió tan claramente como yo. No puede creer que yo no sea mejor que mi barato vestido rojo. Cuando deje su testarudez a un lado reconocerá que se equivoca conmigo.

Esa idea le atraía tanto como la posibilidad de que hubiera oro en algún lugar de aquellas tierras salvajes, esperando ser descubierto por alguien lo bastante valiente y loco como para aventurarse en el peligroso laberinto de piedra.

De pronto, sus pensamientos fueron interrumpidos por la dura voz de Reno.

- Espera aquí.

El no dijo nada más. Tampoco tuvo necesidad de hacerlo.

Eve detuvo a su cansada montura, agarró las riendas de los caballos de carga y observo como Reno se alejaba sin preguntarle adónde iba ni para qué. Se limito a esperar su regreso con una paciencia que era fruto del agotamiento. A su alrededor, los últimos colores del día desaparecían del cielo, dejando paso a la penumbra.

Ya era bien entrada la noche cuando Reno reapareció tan silencioso como un espectro. Los caballos estaban demasiado ocupados comiendo de la escasa vegetación como para molestarse en dar la bienvenida a su compañero de viaje. La yegua de Reno pensó lo mismo sobre malgastar energía en ceremonias, y tan pronto como su jinete se lo permitió, se puso a pastar con el ansia de un mustang que había crecido robando su propia comida.

Reno esperó a que Eve le preguntara donde había estado y que había estado haciendo. Cuando se dio cuenta de que no lo haría, tenso su boca con irritación.

- ¿Todavía estas enfadada?

- ¿Por qué habría de importarte lo que sienta una tramposa chica de salón? -le preguntó a su vez, cansada.

La joven fingió no haber escuchado la palabra que el pistolero susurró entre dientes mientras desmontaba.

Después de desensillar a Dark con movimientos rápidos y llenos de rabia, y una vez hubo dejado la silla en posición vertical sobre el suelo para permitir que la parte interior de esta se secara, Reno se dio la vuelta para encarar a Eve.

- No logro entender por qué las mujeres se molestan tanto cuando un hombre dice lo que piensa de ellas -exclamó cortante.

La joven estaba demasiado agotada para ser prudente o educada.

- Yo si puedo comprender como un obseso lleno de lujuria, que a su vez es testarudo, ciego, grosero y frío como tú pueda sentirse así -replicó.

Se produjo un tenso silencio cargado de significado antes de que Reno riera en voz alta.

- No te preocupes, esta noche estas a salvo de mí. -Eve le dirigió una recelosa mirada de soslayo-. Puede que sea un obseso lleno de lujuria, pero no soy estúpido. Mientras Slater nos siga los pasos, no permitiré que me pillen con los pantalones bajados.

La joven se repitió a sí misma que no estaba decepcionada por no sentir las perturbadoras caricias de Reno esa noche, ni ninguna de las siguientes. Era mejor así.

Un hombre sólo desea una cosa de una mujer, que no te quepa la menor duda sobre ello. Una vez se lo des, será mejor que estéis casados, o se marchará y buscará a otra estúpida en la que encontrará lo que tú le diste en nombre del amor.

Ni siquiera los ecos del amargo consejo de Donna Lyon podían evitar que Eve recordara la ternura que Reno había demostrado con su sobrino y su hermana, y que había llegado a emocionarla.

A lo largo del día, se había descubierto observándolo mientras cabalgaba, adquiriendo una extraña sensibilidad a los pequeños detalles de su cuerpo, la forma de sus manos, la amplitud de sus hombros, la fuerte mandíbula…

Intuía que él era el hombre fuerte y tierno con el que siempre había soñado. Un hombre con el que poder formar un hogar, un refugio seguro contra un mundo al que no le importaba si ella vivía o moría. Un hombre que al abrazarla, le hiciera sentir que estaba en casa.

Darse cuenta de lo mucho que anhelaba a Reno la asustó. A diferencia de las varillas españolas, la joven no estaba hecha de hierro. A ellas no les harían daño las misteriosas corrientes que las unían. Sin embargo, Eve dudaba que ella fuera a ser tan afortunada si se dejaba llevar por el complejo e inesperado deseo que sentía por Reno.

Con ese pensamiento, desmontó apresuradamente. Pero antes de que pudiera liberar a la yegua de la silla, Reno rodeó su cintura con el brazo y la estrechó contra sí. Fue entonces cuando la joven pudo sentir la dureza del cuerpo masculino. Al ser consciente de la rígida erección que se apretaba contra sus caderas, se quedó sin respiración.

- Te aseguro que no soy frío en absoluto -musitó Reno en su oído-. Cuando estoy cerca de ti, ardo sin control.

En el silencio que siguió, el pistolero se dedicó a seducirla. Primero fueron sus labios los que jugaron con su sensible oreja, luego utilizó la punta de su lengua y, finalmente, los dientes. La contención de sus caricias no concordaba con su dura excitación.

La combinación de intenso deseo masculino e, igualmente intenso autocontrol, desarmaba y atraía a Eve al mismo tiempo. Nunca había conocido a un hombre fuerte que se contuviera cuando se trataba de tomar lo que deseaba.

Pero Reno era diferente a cualquier hombre que hubiera conocido con anterioridad.

Con el tiempo se dará cuenta de que no soy la mujer que él cree.

La idea era muy atrayente. Eve deseaba que Reno la mirara y viera en ella a alguien a quien respetar y en quien poder confiar, una mujer con la que poder crear un hogar y compartir una vida.

Una mujer a la que pudiera amar.

Quizá cuando vea que mantengo mi palabra, también me mirará con algo más que no sea deseo, pensó con anhelo. Y quizá, quizá…

Si no lo intento, no lo sabré nunca.

Apuestas sobre la mesa. Una mano de cinco cartas. Puedo tener una escalera de color de corazones o quedarme con un único corazón solitario e inservible.

Debo arriesgarme o abandonar la partida.

Cuando Reno sintió la sutil relajación del frágil cuerpo que sostenía entre sus brazos, permitió que el deseo y el alivio recorrieran el suyo. El no había pretendido que Eve escuchara su conversación en los establos. Lo último que deseaba era herirla cuando le dejó claro a su cuñado que ella no era la inocente chica de campo que parecía ser. Pero Caleb le había puesto contra las cuerdas y no le había dejado otra alternativa.

- ¿Significa esto que le llevamos la suficiente ventaja a Slater como para que no te preocupe… distraerte? -preguntó Eve.

- No -admitió el pistolero de mala gana mientras la soltaba y observaba como se giraba para mirarlo-. Me temo que esta noche tendremos que soportar un campamento frío en más de un aspecto.

- ¿Esta Slater tan cerca?

- Sí.

- Dios, ¿cómo puede ser? Hemos cabalgado durante todo el día como si nos persiguiera el mismo diablo -dijo Eve-. ¿Cómo ha sabido donde encontrarnos después de que perdiera mi rastro a las afueras de Canyon City?

- No hay muchos caminos que atraviesen la Gran División.

- Supongo que estos territorios están más transitados de lo que parece.

- No, no suele ser así. He pasado varios meses seguidos en las tierras altas sin ver a nadie. Sólo en los cruces de caminos y en los pasos de montaña es más probable encontrarse con alguien.

- Deberíamos tener en cuenta la naturaleza humana -comentó Eve.

- ¿Qué quieres decir?

- Aunque tomemos el camino más duro hacia nuestro destino, Oso Encorvado se enterara por su amante del lugar en el que he pasado la noche.

- Contaba con ello -adujo Reno-. Pero tenemos una ventaja sobre nuestros perseguidores.

- ¿A qué te refieres?

- Slater sólo cuenta con caballos tennessee.

- Tienen fama de ser muy rápidos -señaló Eve.

La sonrisa de Reno resultó tan dura como su voz.

- Pero no son resistentes. Nuestros mustang harán que los caballos tennessee de Slater caigan reventados al suelo.