Ocho

En los cumpleaños, los Bloom teníamos varias tradiciones a las que me había acostumbrado en los diecisiete años que llevaba en el planeta Tierra. Por lo tanto, no me debería haber sobresaltado hasta tal punto cuando mis padres me despertaron abriendo las cortinas para que una explosión de luz y el sonido ensordecedor de Good Day Sunshine me dieran los buenos días.

—¡Despierta, cumpleañera! —canturreó mi madre al ritmo de la música.

Papá empezó a hacerle dar vueltas y se pusieron a bailar en mi habitación.

«Feliz cumpleaños, Penny», me dije.

A regañadientes, aparté las mantas de una patada y me bajé de la cama. Me envolvieron en un abrazo e intentaron que bailara con ellos pero, dado que no estaba despierta del todo, me escapé al cuarto de baño para echarme agua fría en la cara.

Iba a ser una mañana muy larga.

Cuando bajé las escaleras, mis padres bailaban al son del álbum Meet the Beatles!

Today is the day! —cantaba mamá mientras movía las caderas y daba la vuelta a las tortitas sobre la plancha.

Le dediqué una sonrisa tímida mientras ocupaba mi asiento habitual a la mesa de la cocina, donde estaba el plato especial que solo se utilizaba en los cumpleaños: una foto de los Beatles comiendo tarta con la leyenda «¡FELIZ CUMPLEAÑOS!».

Di un sorbo de zumo de naranja y empecé a abrir las tarjetas. Estaban las felicitaciones normales de mis tíos y mis tías… y también un sobre rojo con un remite que me cortó la respiración.

Nate.

¿Cómo se le ocurría que yo quisiera seguir intercambiando felicitaciones de cumpleaños igual que habíamos hecho desde niños? Saqué la tarjeta y me molestó ver un dibujo de los Beatles, con sus uniformes del sargento Pepper, rodeando a una chica con una tarta delante. La tarjeta rezaba: «You say it’s your birthday?», (¿dices que es tu cumpleaños?), el primer verso de la canción de los Beatles.

«¡Cómo se atreve a mezclar a los Beatles en esto!».

No quería abrirla, ni leer lo que había escrito. Pero mi madre me observaba mientras apilaba las tortitas en un plato y no podía permitir que se enterara de lo que estaba ocurriendo. De modo que abrí la tarjeta y me preparé para lo peor.

¡Hola Penny!

¡Feliz cumpleaños! ¿Te gusta la tarjeta? Al verla, me acordé de ti. Bueno, espero que pases un día increíble. Estoy deseando verte en la boda de Lucy. Seguro que, para entonces, ya me habrás perdonado.

Besos,

Nate

¿Perdonarlo? Pues iba a ser que no.

A toda prisa volví a meter la tarjeta en el sobre. Mi padre se sentó a mi lado.

—Bueno, pequeña, ¿qué tal si abrimos tus regalos después de desayunar?

—Suena bien —respondí.

Mi padre agarró una de mis tarjetas y empezó a mirar los remites.

—¡Anda! ¿Qué tal está Nate?

Respondí metiéndome en la boca un pedazo enorme de tortita.

Mi madre se sirvió más café.

—Mira, Penny Lane, que tengas novio no significa que te olvides de tus amistades.

No sé si se daba cuenta de con quién estaba hablando?

—Ya lo sé, mamá —mi voz tenía una nota de indignación—. ¿Has oído hablar de una menudencia llamada Club de los Corazones Solitarios?

La mirada que me lanzó dejaba clarísimo que no se me permitía ser respondona con ella, ni siquiera en mi cumpleaños.

—Apenas has vuelto a hablar con Nate. Y eso que estabais muy unidos.

—Sí, bueno… —Sopesé mis opciones—. No fue muy buen amigo conmigo el verano pasado. De hecho, es un cretino integral, pero no me apetece hablar más del tema.

—Pero, Penny Lane… —empezó a decir mi madre. Afortunadamente, mi padre levantó la mano para detenerla.

Me pasó el sirope.

—Bueno, ¿adónde vais a comer Ryan y tú hoy?

—No lo sé —Ryan quería darme una sorpresa, lo que me presionaba aún más a la hora de decidir qué hacer el siguiente fin de semana por San Valentín.

—¿Va a venir para la ceremonia especial de hoy? —preguntó mi madre.

«No, por Dios».

—Mmm, esta mañana tiene cosas que hacer —mentí—. No viene hasta las doce y media.

—Qué lástima. Se lo va a perder por cuestión de minutos —se mostraba sinceramente disgustada.

—Sí, una lástima.

La hora a la que Ryan me iba a recoger no era una coincidencia. La humillación que una persona es capaz de sufrir ante los demás tiene un límite. Mis compañeras del club ya iban a tener que presenciar el baile de cumpleaños aquella noche. Así que no pensaba decirle una palabra a Ryan sobre la «ceremonia».

Decidí que no pasaba nada por hacerme a mí misma ese pequeño regalo de cumpleaños.

Mis padres y yo nos quedamos mirando el reloj del cuarto de estar. El ambiente era sereno y reflexivo (en el caso de ellos. Yo estaba nerviosa, deseando que se acabara de una vez).

Para mi horror, el timbre sonó poco después de las doce y cuarto.

Mi madre se levantó de un salto.

—Ah, ¡Ryan ha llegado a tiempo! ¡Fabuloso!

«Sí, fabuloso».

La seguí.

—Quizá él y yo deberíamos…

Mi madre abrió la puerta y tomó a Ryan del brazo antes siquiera de que pudiera saludar.

—¡Has llegado por los pelos! ¡Rápido! —Lo hizo pasar al cuarto de estar.

Los seguí de mala gana mientras pensaba: «¿Por qué no puedo tener un novio de los que siempre llegan tarde?».

Mamá lanzó una mirada al reloj.

—¡A sentarse, todo el mundo! Solo quedan un par de minutos.

Ryan se sentó a mi lado y me miró con curiosidad.

—Sigue el juego —le indiqué, consciente de que las mejillas me ardían de pura vergüenza. Y eso que la ceremonia no había empezado aún.

Ryan parecía divertido.

—Estás horrorizada, eso es buena señal.

No sabía él hasta qué punto.

Mi madre levantó la mano a las doce y diecinueve.

—Me alegro mucho de que hayas podido acompañarnos hoy en nuestra celebración. Esta fecha significa mucho para mucha gente. Fue el comienzo de algo excepcional. Algo que nos cambió a Dave y a mí, a esta familia y al mundo entero. Gracias a lo que ocurrió en esta fecha, nos va mejor a todos —la voz se le quebró.

Ryan sonreía a mi madre con dulzura.

«Sí, sería encantador si estuviera hablando de mi cumpleaños».

Esperó a que el reloj marcara las doce y veinte. Papá y mamá estaban inclinados hacia delante el segundo mismo en que la manecilla dio su última vuelta.

Empezaron la cuenta atrás y Ryan los siguió, contagiado de la emoción. Yo empecé a hundirme todavía más en los cojines del sofá.

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Feliz aniversario de los Beatles en Estados Unidos! —exclamaron mis padres, justo al mismo tiempo que Ryan, equivocadamente, me deseaba un feliz cumpleaños.

Mis padres se abrazaron y, acto seguido, se unieron a I Want to Hold Your Hand, el primer sencillo de los Beatles que fue número uno en las listas.

—Ah, pensé… —Ryan, desconcertado por lo que estaba presenciando, se rascó la cabeza.

Comencé a explicárselo.

—Los Beatles llegaron a Estados Unidos un día como hoy, a esta hora exacta, en 1964. Mis padres hacen esto todos los años —levanté los ojos para mirarlos. Estaban absortos en su baile anual de celebración—. Nos vamos. Igual ni se dan cuenta.

Ryan asintió con aire conspirador y, en silencio, nos encaminamos a la puerta principal.

—¡Penny Lane! —Papá me agarró de la mano y empezó a bailar conmigo. Para mi horror, mi madre se acercó a Ryan y se puso a bailar con él.

«¿Por qué, ay, por qué no pude nacer el seis de febrero, o el ocho? ¿O en una familia con un mínimo de cordura?».

—Papá —supliqué al más racional de mis progenitores—. Por favor…

Se rio por lo bajo.

Goo goo g’joob! —exclamó, utilizando el grito de los Beatles.

Tal vez no tan racional como yo pensaba…

Me aparté y me acerqué bailando a Ryan para librarle de los brazos de mi madre.

—Ni se te ocurra contarle esto a nadie… —Le advertí.

Se estaba riendo.

—Venga ya, ¡es superdivertido! Ellos estarán celebrando a los Beatles, pero yo te estoy celebrando a ti.

—La mejor forma de escapar es seguirles la corriente —expliqué.

Continuamos bailando pero, poco a poco, nos fuimos dirigiendo a la puerta mientras sonaban los primeros acordes de I Saw Her Standing There. Esperé el instante preciso para canturrear:

—Y nosotros nos vaaaamos a comer —abrí la puerta y le grité a Ryan—: ¡AHORA!

Ryan y yo salimos disparados hacia su coche.

—¡Rápido! —Le hice gestos para que arrancara el motor, pero estaba demasiado ocupado tronchándose de risa. Yo no dejaba de volver la cabeza para mirar hacia la casa—. ¡Puede que vengan, Ryan! ¡Largo de aquí!

A Ryan le faltaba el aliento.

—Eres una exagerada. Te has puesto histérica —respiró hondo y, por fin, introdujo la llave de contacto—. Madre mía, guau, si así empieza tu cumpleaños…

Sí, yo sabía que el comienzo era cuestionable. Pero el hecho de poder pasar la tarde a solas con Ryan me hacía confiar en que las cosas fueran a mejor.

—No, Ryan, no podemos —protesté.

Siguió guiándome al interior del restaurante.

—No seas tonta, Penny. Es tu cumpleaños.

Aunque, en efecto, era mi cumpleaños, no tenía por qué llevarme al mejor restaurante italiano de la ciudad. La única vez que nuestros padres nos habían llevado a Sorrento fue cuando Lucy se graduó en el instituto. Al instante empecé a hacer cálculos mentales sobre cuánto dinero habría podido yo ahorrar entre hacer de canguro y ayudar a mi padre en su clínica dental. De ninguna manera podría competir el fin de semana siguiente, en nuestra comida atrasada de San Valentín, o la cena… o lo que fuera que se me pudiera ocurrir.

Nunca había pensado que lamentaría tener un novio tan generoso, pero resultaba difícil estar a su altura, la verdad.

«Un novio amable, qué fastidio».

—Debería haberme puesto una falda o algo así —comenté mientras colocaba la servilleta blanca de lino sobre mis vaqueros oscuros.

—Es mediodía. Vas bien vestida. De hecho, estás preciosa —me acarició la espalda con suavidad.

—Gracias —respondí. Mi instinto natural habría sido hacer un comentario autocrítico o chistoso. Pero aquella tarde estaba decidida a ser la novia perfecta, una novia que no mirara a su alrededor en plan mafioso, asustada de que le dieran una paliza.

—Entonces, ¿tu madre volverá a representar ese ritual suyo esta noche, en la fiesta del club? —preguntó, aún divertido por la actuación de mis padres. Para él era fácil reírse; no tenía que vivir con ellos.

—Por suerte, no. Pero en el día de hoy también cumplen con otras tradiciones. Ahora mismo están viendo la rueda de prensa en el aeropuerto, cuando los Beatles aterrizaron. Luego, verán la actuación original en el programa The Ed Sullivan Show, aunque eso fue dos días más tarde —me detuve, cayendo en la cuenta de que cada vez hablaba más como mis padres—. De todas formas, esta noche, cuando saquen mi tarta, cantarán a coro Birthday… con baile incluido.

—Dime que alguien lo va a grabar, anda.

—No, si es que esa persona valora su vida —debería haberme parado ahí, pero Ryan estaba disfrutando hasta tal punto del bochorno que supone criarse en la familia Bloom que decidí darle unas migajas de más—. Y, en fin, a mí… no sé, me gusta… y bailo con ellos.

Sus ojos se iluminaron.

—Por favor, ¿puedo renunciar a mi condición masculina durante cinco minutos para verlo?

Tomé la carta, esperando que los precios me quitaran el apetito. Además, era una manera fácil de hacer caso omiso de Ryan.

—Penny —empujó mi silla—. De acuerdo, pero ¿qué se necesita para conseguir una actuación privada?

—Celebrar un cumpleaños —contraataqué.

—Pero ¡mi cumpleaños no es hasta noviembre!

—Ay, vaya —me encogí de hombros—. No puedo hacer nada al respecto.

Una sonrisa sesgada le apareció en el semblante.

—O podrías desagraviarme por el hecho de que, en mi último cumpleaños, ni siquiera me dirigías la palabra. Llámalo «compensación».

Lo miré y estuve a punto de lanzarle una réplica ingeniosa, pero la expresión ilusionada de sus ojos, y el hecho de que la balanza se hubiera inclinado a su favor como el mejor de los dos, hicieron que me ablandara.

Quizá —le ofrecí un poco de esperanza. Sin embargo, antes de que se emocionara demasiado, le hice saber mis condiciones—: Aunque eso significa que voy a tomar un aperitivo. Y postre.

Se rio por lo bajo.

—No me esperaba menos de ti, Bloom.

Por desgracia, para su propio beneficio, seguramente le interesaba esperar mucho menos de mí.