Dieciocho

«No pasa nada».

Eso era lo que Ryan me decía cada vez que yo sacaba a relucir la noche del sábado o cualquier otra cosa, en realidad.

Pero sí pasaba. Todo lo que estaba ocurriendo iba mal.

Es verdad, Ryan lanzó el primer puñetazo pero, el lunes por la mañana, el instituto al completo actuaba como si fuera un auténtico criminal. Y estaba convencida de que eran las mismas personas a las que, de haber tenido la oportunidad, no les habría importado bajarle los humos a Todd.

Yo me había acostumbrado a las miradas acusadoras y a los susurros mucho tiempo atrás, pero para Ryan era territorio nuevo. Sí, hubo muchos cotilleos cuando él y Diane rompieron, pero en su mayoría eran apuestas sobre quién sería su próxima novia.

Yo nunca había sido la favorita.

Me pasé el día entero mirando alrededor siempre que estábamos juntos. Ryan no paraba de decir:

—Penny, no pasa nada. No tiene la importancia que le estás dando.

Pero sí la tenía.

¿Es que no prestaba atención o acaso, en realidad, no le importaba?

Estaba yo andando de un lado a otro frente a nuestras taquillas al final de las clases, esperando a Ryan para irnos a mi casa a estudiar, puesto que ya no tenía entrenamiento de baloncesto. Pero se retrasaba.

Ryan nunca se retrasaba.

Mi cabeza estaba a punto de estallar. En mi mente, la voz de Todd no dejaba de repetir que Ryan había cambiado desde que empezamos a salir.

¿Era verdad?

Había llegado el momento de analizar los hechos. Desde que Ryan y yo empezamos a salir, él y Todd dejaron de ser amigos (un punto a favor, a mi entender). Durante el almuerzo, ya no se sentaba a su mesa de siempre. Sus otros amigos se mantenían a distancia. No se hablaba con su padre. Se había enzarzado en una pelea. Le habían expulsado del equipo de baloncesto.

«¡Puf!».

Bueno, al menos no le habían castigado sin salir. Su madre pensó que dada la «circunstancia atenuante» de que su padre estuviera presente, su forma de actuar, aunque no aceptada, era comprensible.

Aun así, eso no explicaba dónde estaba ahora.

Hilary Jacobs pasó de largo y, probablemente, se fijó en que clavaba la vista en la taquilla de Ryan.

—Hola, Penny. Ryan está en el despacho del director.

El estómago se me revolvió.

—¿Ah, sí?

—Sí, lo llamaron al final de la clase.

Salí corriendo hacia el despacho, pero vi a Ryan nada más doblar la esquina.

—¡Hola! —le dije, aliviada—. Empezaba a preocuparme.

—Lo siento, tuve que ir a hablar con Braddock —siguió andando sin aminorar el ritmo.

—Eh… ¿va todo bien? —Por su expresión imperturbable, supe que no era así.

—Sí. Bueno, no. Me ha quitado del Comité de Asesoría sobre el Alumnado.

—¿Que ha hecho qué? —pregunté casi a gritos, haciendo que la gente que no se había fijado en nosotros ahora nos mirase. Aunque, claro, parecía lógico. Era una ingenuidad pensar que lo que había pasado en la cancha se hubiera quedado en la cancha. Tal vez Ryan debería haber sido expulsado temporalmente del McKinkey. Por primera vez, me sentí agradecida porque el director Braddock favoreciera sin tapujos a los atletas masculinos del instituto, haciendo a veces la vista gorda ante su comportamiento.

«Ay, Dios —pensé—. ¿Afectará esto a sus solicitudes para la universidad?».

—Ha dicho que lo que hice el sábado no le deja elección. Luego, por descontado, quiso hablar sobre qué posibilidades creo yo que tendrá el equipo en la eliminatoria.

—¿Sigue Todd en ese comité de lameculos?

—No lo sé —Ryan abrió su taquilla—. Procuro no seguir de cerca lo que Todd se trae entre manos.

—Apuesto a que sigue ahí —respondí con un gruñido.

Ryan suspiró.

—No pasa nada.

Estuve a punto de chillar cuando dijo eso.

—En serio, Penny —continuó—. Es lo mejor.

Ya no pude aguantarme más.

—¿Ah, sí? ¿De veras es lo mejor?

¿Cómo podía pensar que perder dos partes importantes de su vida escolar era algo bueno?

Lanzó las manos al aire.

—¿Qué voy a hacer? Nada. No tengo una máquina del tiempo. He hecho una elección. Tengo que vivir con las consecuencias —subió la cremallera de su cazadora y empezó a caminar hacia la salida.

Lentamente, lo seguí.

Sí, claro, había hecho una elección.

Me había elegido a mí.

«Y mira el precio que ha tenido que pagar».

Martes.

—¿Qué tal tus notas? —le pregunté a Ryan con cautela durante el almuerzo, esperando que su brillante historial académico no se hubiera puesto también en peligro.

Ryan encogió los hombros con indiferencia.

—Buenas.

—¿Buenas para la gente normal, o buenas para Ryan Bauer? —Quería que me lo aclarase ya que mis notas, que no estaban mal, no le parecerían buenas a Ryan, para quien un notable alto era mediocre.

—Penny, están bien; no pasa nada.

«Nada».

Miércoles.

Cada minuto que pasaba con Ryan lo observaba intensamente. Por fuera, parecía el de siempre (salvo por el moratón en la cara y el pequeño corte en el labio que se hizo durante la pelea). Pero todo lo demás había cambiado mucho. Me propuse encontrar una cosa que todavía le fuera bien. Tenía que convencerme a mí misma de que no había destrozado su vida.

—Bueno… —Di unos golpecitos en su cuaderno. Levantó los ojos y me miró—. Últimamente he estado pensando mucho en el asunto de elegir. ¿Sabes? En plan, las decisiones que tomamos.

—Vale —empujó a un lado su libro de Historia con un suspiro, como si estuviera molesto conmigo—. Adelante.

—¿Alguna vez te arrepientes? ¿De alguna cosa?

Hecho. Lancé el sedal a ver si picaba el anzuelo.

—Claro, ¿no le pasa a todo el mundo? —Volvió a escribir en su cuaderno—. Tenemos que vivir con nuestros errores. No tiene sentido torturarse por ellos.

«No tiene sentido torturarse».

Jueves.

Decisiones.

Seguí dándole vueltas y más vueltas a cómo mejorar las cosas con Ryan.

Se podría pensar que, con todo lo que había pasado, estaríamos más unidos que nunca; pero algo iba mal.

No me hablaba. A veces, ni siquiera me miraba.

Seguía insistiendo en que no pasaba «nada», pero al estar a su lado quedaba claro lo verdaderamente desgraciado que se sentía.

El daño estaba hecho con respecto al padre de Ryan, a Todd y al equipo de baloncesto. No había nada que yo pudiera hacer. Pero había otra persona que también le había hecho sufrir las últimas dos semanas.

Yo.

Traté de hablar con él, pero fue inútil. A veces, daba la impresión de que un muro se elevaba entre nosotros. Un muro que se iba construyendo ladrillo a ladrillo por las consecuencias que Ryan tenía que sufrir al haberme elegido a mí.

Estábamos estancados. Y la única respuesta que me venía sin cesar a la cabeza era la más difícil.

La libertad.

Su libertad.

Seguí pensando en lo que había dicho Tracy: «¿Qué sentido tiene?».

¿Qué sentido tenía que Ryan estuviera conmigo si yo solo le causaba sufrimiento? ¿Qué sentido tenía si solo acabábamos haciéndonos daño el uno al otro? ¿No le había hecho yo suficiente daño ya?

No quería dejar a Ryan, pero al mantenerlo en mi vida estaba siendo egoísta. No hacia falta que rompiéramos pero ¿y si nos dábamos un tiempo? Un pequeño descanso, para que él pudiera volver a colocar todo donde había estado antes. Para que pudiera llegar a un lugar donde fuera feliz, donde no se arrepintiera de las decisiones que había tomado.

—¿Va todo bien? —preguntó Ryan mientras detenía el coche en el camino particular de mi casa—. Has estado un poco ausente toda la semana. ¿Es el estrés de la boda?

¿Yo había estado un poco ausente aquella semana? Sí, estaban pasando muchas cosas con el gran acontecimiento familiar que iba a celebrarse en menos de dos días, pero no era yo quien se negaba a aceptar la realidad. No era yo quien despachaba todo lo que había estado ocurriendo diciendo que no pasaba «nada».

Porque a pesar de lo que Ryan repetía sin cesar, sí pasaba algo. Pasaba mucho.

—No, he estado pensando… ¿Qué te parecen unas vacaciones?

Los ojos de Ryan se iluminaron.

—Unas vacaciones suenan genial. ¿Qué clase de vacaciones?

Las palabras se me atascaron en la garganta, pero sabía que tenía que hacerlo por él.

—Unas vacaciones de mí.

Se echó hacia atrás en el asiento.

—¿Qué quieres decir? ¿Unas vacaciones de ti?

—Con todo lo que está pasando, he pensado que quizá lo mejor para nosotros sea darnos un tiempo. Tal vez pulsar el botón de reinicio —noté un escozor en los párpados y un peso en el corazón.

—¿Te refieres a volver a cuando no tenías que elegir entre el club o yo?

—No. Esto no tiene nada que ver con el club —aunque una parte de mí se preguntaba si, en el fondo, tenía algo que ver. Separarme de Ryan significaría que ya no estaría obligada a elegir entre los dos. Que él ya no tendría que sentirse herido por ocupar el segundo lugar—. ¿No sería agradable para ti que las cosas volvieran a ser normales?

—¿Normales? ¿Crees que mi vida sería normal si tú no estás? —El tono de Ryan empezó a elevarse—. ¿Eso es lo que ha pasado esta semana? ¿Todas esas preguntas? Con todo lo que está pasando, ¿quieres añadir romper conmigo a la lista?

—No, para nada —protesté. Pero ¿no era eso lo que estaba haciendo?—. No es una ruptura. ¿No crees que tu vida será mejor si yo no estoy? Lo único que he conseguido es hacerte sufrir.

Abrió la boca, sin dar crédito.

—¿Y esto no me haría sufrir? ¿Crees sinceramente que mi vida sería mejor sin ti?

Tuve que apartar la mirada.

—Sí —respondí en voz tan baja que no estaba segura de si me había oído—. Pero no estamos rompiendo.

—Entonces, ¿qué estamos haciendo?

—¿Es que tengo que repetir todo lo que te ha ocurrido desde que estás conmigo?

—Nada de eso tiene que ver contigo.

—¿Puedes decir eso sinceramente?

—Penny, mírame —con delicadeza, puso una mano en mi rodilla.

No fui capaz. Mantuve la vista clavada en mis manos, apretadas sobre mi regazo.

—¿Es lo que quieres de verdad? —preguntó.

«No».

Pero ¿cómo podía seguir haciéndole esto? ¿Y cómo no veía él que las cosas irían mucho mejor si no estaba conmigo?

—Penny —el tono de Ryan se iba volviendo más impaciente—. Te he hecho una pregunta sencilla. ¿Qué quieres ?

—Yo… —Lágrimas ardientes me surcaban el rostro. «Te quiero a ti, pero no te quiero hacer más daño»—. Por favor, no me lo pongas más difícil.

—¿Que no te lo ponga difícil a ti? Y yo, ¿qué? Esto es cosa tuya. Eres quien quiere romper —espetó con dureza—. Vale, pongámoslo fácil para ti: ¿te quedas o te marchas?

Ahí estaba la cuestión. Yo ya sabía lo que tenía que hacer, pero me resistía.

Dejé que las palabras de Ryan me otorgaran fuerza para actuar como era debido.

«Solo intento averiguar qué narices le ha pasado a mi vida».

«Hice una elección. Tengo que vivir con las consecuencias».

«No tiene sentido torturarse».

—Me marcho —respondí con voz sumisa antes de bajarme del coche a todo correr.

Seguí repitiéndome otra cosa que Ryan había dicho.

«Es lo mejor».

Pero era una afirmación que no me podía creer.

Viernes.

Un infierno en toda regla.

En el instituto, me pasé el día con la cabeza baja. Me negué a darme por enterada de los susurros de todo el mundo, incluyendo los del Club de los Corazones Solitarios. Lo único que tenía que hacer era aguantar hasta el final de las clases. Evité a Ryan. Evité a todo el mundo. Permanecí atontada.

Había tomado mi decisión. Y tenía que vivir con las consecuencias.