Veintiocho

Me había acostumbrado a los murmullos que me seguían mientras recorría los pasillos del instituto. Al principio eran sobre la chica «patética» y «solitaria» que había fundado el Club de los Corazones Solitarios.

Ahora, al parecer, eran sobre la chica que se había desmayado.

Tracy me había advertido de que los rumores acerca de lo que me había pasado iban desde que me había emborrachado o era anoréxica hasta que estaba tan destrozada por mi ruptura con Ryan que no era capaz de realizar una acción tan sencilla como caminar por el pasillo.

«Si supieran…».

Al entrar al instituto hice caso omiso de las miradas fijas. Ryan y yo nos habíamos estado escribiendo todo el domingo, aunque mantuvimos un tono ligero. Y yo quería que siguiéramos igual. Mis días de descanso habían sido agradables, pero tenía que volver a pensar en el maratón de baile. Y en el club. Y en los deberes.

«Aun así…».

Escuchaba una voz en mi cabeza que insistía en convencerme de que podría volver a funcionar.

Ahuyenté tales pensamientos mientras me dirigía a mi taquilla, consciente de que ya no existía motivo alguno para mantenerme alejada de ella. Ryan no estaba a la vista, de modo que aquella mañana no tenía que preocuparme acerca de encuentros incómodos.

Al mismo tiempo, sabía que lo que de verdad deseaba era besarlo otra vez.

Ojalá una relación pudiera ser tan simple como un beso.

Antes de que sonara el primer timbre, se produjo un zumbido de emoción particularmente intenso.

—Puaj… —protestó Tracy, sentada a mi lado en Trigonometría—. ¿Por qué a la gente le parece tan emocionante?

—¿Qué le parece tan emocionante? —No tenía ni idea de lo que estaba pasando.

—El anuncio de los candidatos a reyes del baile de fin de curso —con un gesto, señaló el altavoz situado en la parte delantera del aula cuando este empezó a sonar.

—¡Shhh! —ordenó Pam Schneider a la clase. Dio unos golpecitos con el pie, impaciente, mientras el subdirector comunicaba los demás anuncios del día.

—Y ahora, los candidatos a reyes del baile de fin de curso —la voz del subdirector crepitaba por el altavoz. Pam estaba sentada al borde de su silla—. Para rey del baile, vuestros nominados por orden alfabético son: Ryan Bauer, Todd Chesney, Don Levitz y Brian Reed —Pam soltó un escandaloso chillido cuando se nombró a Brian, su novio.

Tracy gruñó por lo bajo.

—Qué predecible.

El anuncio continuó:

—Y vuestras nominadas a reina del baile, esta vez en orden alfabético inverso…

—¡Oh! —Tracy fingió escandalizarse—. ¡Qué locura! Orden alfabético inverso.

Pam se giró para lanzarle una mirada asesina.

—Audrey Werner, Pam Schneider —cómo no—, Diane Monroe y… —Tracy se desplomó sobre su silla como si se estuviera muriendo de aburrimiento— Penny Lane Bloom.

«¡¿¡¿Q?!?!».

Tracy levantó la cabeza de su mesa a tanta velocidad que, seguramente, se produjo un tirón en el cuello.

—Vaya, vaya, vaya —me dedicó una sonrisa burlona—. La cosa se pone interesante.

Ser nominada a reina del baile no era lo único que me desconcertaba. Ryan no había pasado por su taquilla en toda la mañana. Empecé a preocuparme por si volvía a estar enfadado conmigo, ya que la última vez que él se había mantenido apartado de la taquilla había sido el semestre anterior, cuando le había hecho tanto daño.

La cabeza me daba vueltas sin parar mientras caminaba a la cafetería para el almuerzo.

«Quizá te han nominado solo para que alguien te eche por encima sangre de cerdo».

«Quizá puedas solucionar las cosas con Ryan. Eso se llama llegar a un arreglo».

«Pero la última vez no funcionó, ¿verdad?».

Estaba tan absorta en mis pensamientos que no oí a Tracy, que me llamó por mi nombre mientras me dirigía a comer.

—¡PENNY! —me vociferó al oído.

—¿Eh?

Tracy arrugó la frente en señal de preocupación.

—¿Te encuentras bien? ¿O es que ya estás preparando tu campaña para reina del baile?

—¿Cómo? No pienso hacer campaña —nunca haría algo así. Además, solo había una verdadera contendiente para la corona… y era Diane—. Estaba pensando.

Vaaale —Tracy me miró negando con la cabeza—. Oye, se te ve mucho mejor. Por lo que parece, este fin de semana has tenido todo el descanso que necesitabas. Entre otras cosas.

—Sí, me encuentro casi al cien por cien —solté mi bolsa del almuerzo sobre la mesa.

El sonido de una tos seca llegó desde detrás. Volví la vista y me quedé horrorizada al ver a Ryan sentado a su mesa, con una pila de pañuelos de papel a su lado. Tenía un aspecto horrible, con la nariz roja y los ojos llorosos.

La culpabilidad me abrumó mientras él seguía tosiendo.

Se lo había pegado.

«Pues claro».

Iba a preguntarle cómo se encontraba y si había algo que yo pudiera hacer («¿patatas fritas con queso?») pero antes, Diane y yo tuvimos que recibir la felicitación de todo el mundo por haber sido nominadas para reina del baile. Mientras tanto, algunas compañeras del club, emocionadas, empezaron a pasarse fotos en sus móviles de los vestidos que se habían probado el fin de semana anterior. Hice todo lo posible por dejar que la conversación me quitara de la mente la sensación de culpa por el contagio.

Hasta que Amy se presentó.

—Guau, Ryan está superenfermo. Esta mañana llegó tarde a clase y tiene pinta de fiebre —me señaló con un gesto—. Está como tú la semana pasada.

Di un mordisco grande a mi sándwich para que no se esperase una respuesta por mi parte. Me quedé allí sentada confiando en que nadie atara cabos pero, por las miradas que se cruzaban en la mesa, se lo estaban imaginando bastante bien.

Tracy me salvó.

—A ver, creo que he encontrado un modelito explosivo para el baile de fin de curso —sacó una foto de un vestido largo, púrpura oscuro, con un pronunciado escote en forma de «V» en la espalda.

—Sí —convino Kara—. Pero creo que, si te pones eso, deberíamos tener preparada una ambulancia para cuando te vea Bruce.

—¡Eh! —Tracy lanzó las manos al aire—. El chico ha querido venir con nosotras. Hombre, debería conocer los riesgos de estar al lado de este cuerpo supermegasexy —chasqueó los dedos en plan travieso.

Escuché con paciencia la charla sobre el baile durante el resto del descanso para el almuerzo. No veía el momento de que terminara para poder ir a enterarme de cómo estaba Ryan. En cuanto las chicas empezaron a marcharse, me levanté de un salto para ir a mi taquilla.

Tracy me seguía muy de cerca.

—Bueno, ¿te apetece ir de compras, a buscar tu conjunto, en algún momento de la semana que viene? No estoy del todo convencida del vestido púrpura.

—Claro —convine a toda velocidad; luego, me puse a andar más deprisa.

—¿Y quieres que vaya a tu casa hoy, después de las clases, para informarte sobre el maratón de baile?

—Sería genial.

—¿Y te importaría explicarme por qué Ryan está tan enfermo?

Mantuve el paso rápido, procurando que no se diera cuenta de que me había pillado.

—No lo sé. Debe de haber algo rondando.

—De acuerdo —dijo Tracy—. Pero entonces, ¿puedes explicar qué hacía su coche aparcado a la puerta de tu casa el sábado por la noche?

«Pillada. Del todo».

Tracy dio unos pasos y se plantó delante de mí, de modo que me vi obligada a mirarle a la cara.

—Pen, si volvéis a estar juntos, genial. Pero ¿por qué no nos lo quieres contar? Por lo menos, a mí —se mostraba dolida. No era la primera vez que yo le ocultaba la verdad adrede, aunque realmente deseaba que fuera la última.

—No hemos vuelto a estar juntos… No sé dónde estamos —respondí con sinceridad—. Vino a verme el jueves, y pasaron cosas. Pero este fin de semana ha sido diferente. Estábamos en nuestra pequeña burbuja. Nadie lo sabe, así que no es que le haya vuelto a arruinar su reputación en el instituto. Éramos solo nosotros dos. Yo solo era Penny. No tenía nada que hacer. Tenía tiempo para un novio. Pero ahora estoy de vuelta y están pasando tantas cosas, que ya no lo sé. Antes no funcionó, ¿por qué iba a funcionar ahora? No me puedo arriesgar.

—Eso me suena a excusa.

—No es una excusa, es la verdad.

Tracy guardó silencio unos momentos.

Luego, soltó un sonoro suspiro.

—Sabes que te quiero, Pen; pero a veces eres una idiota de narices.

Se alejó caminando y me dejó allí parada, en el pasillo, pensando en lo que me había dicho. Tracy nunca había hecho un comentario negativo sobre mí, de modo que si de verdad pensaba que me estaba portando como una idiota, quizá tuviera razón.

¿Cómo pides disculpas como es debido por contagiar una enfermedad a alguien porque te haya besado?

Por suerte, no tuve que preocuparme de eso hasta después de las clases, cuando por fin coincidimos en nuestras taquillas a la misma hora.

Ryan soltó una risita mientras me acercaba.

—Bueno, supongo que has aprendido la lección —bromeé. Aunque lo cierto era que me sentía fatal por su estado presente.

—Ha merecido la pena, eso seguro —comentó justo antes de estornudar con escándalo—. Pero creo que lo mejor es que no te acerques a mí. Esto podría convertirse en un círculo muy vicioso.

Aunque Ryan estaba de broma y se refería a que yo debería mantenerme alejada de él físicamente hasta que se encontrara mejor, aquella voz que me acosaba regresó. Yo era dolorosamente consciente de lo mucho que debería haberme mantenido alejada de Ryan.

Después de otro estornudo, comentó:

—Me voy a quedar en casa mañana. Puede que algún tiempo más. Así que creo que mi cortejo se pospondrá una semana hasta que me encuentre mejor al cien por cien.

—¿Seguimos utilizando la palabra «cortejo»? —bromeé.

Me miró expectante con sus ojos llorosos, enrojecidos.

—Así que… ¿crees que puedo invitarte a salir a finales de semana? Ya sabes, un cortejo como es debido.

—El maratón de baile es este fin de semana, por eso tenemos bastante jaleo. Pero te prometo guardar un baile para ti. Eso te debería motivar para mejorarte pronto.

—Me motiva —Ryan hizo un gesto de afirmación con la cabeza—. Bueno, está la semana que viene. Y el baile de fin de curso. Y como los dos estamos nominados a rey y reina…

No estaba segura de por qué no me limité a invitarle a que nos acompañara. No habría tenido importancia que Ryan se hubiera unido al grupo. Y también a mí. Todo estaba tan en el aire… ¿De veras lo mejor sería utilizar el baile de fin de curso como nuestra segunda primera cita en plan romántico?

Ryan notó mi vacilación. Alargó el brazo y dio un paso atrás.

—¿Es porque no quieres ponerte enferma otra vez o porque no quieres ir al baile de fin de curso conmigo? —La voz se le notaba tensa por el resfriado pero, probablemente, también por mi actitud.

Ryan estaba hablando con toda franqueza, y mi única reacción era quedarme allí parada y mirarlo fijamente. No sabía qué decir. Si decía que quería ir con él al baile de fin de curso, podía acabar haciéndole daño al ponerlo por detrás del club. Si decía que no quería ir con él, también le haría daño.

Tenía todas las de perder.

Seguí allí parada, sin poder articular palabra.

Hasta el propio Ryan Bauer tenía sus límites.

—¿Otra vez? —Ryan se dio la vuelta y cerró su taquilla—. ¿Sabes, Penny? Estoy agotado. Me encuentro mal y ahora mismo no estoy de humor para juegos. Supongo que más tarde hablaré contigo del tema.

—Espera —le tiré de la manga—. Me siento fatal por lo mal que te encuentras, y ahora mismo las cosas están un poco liadas. Mejórate y ya lo solucionaremos —confié en que posponer lo inevitable me proporcionara tiempo para resolver qué hacer. Ryan me había ayudado muchísimo durante mi enfermedad y quería hacer lo mismo por él—. Por favor, si hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor, dímelo. Me han contado que el Gatorade, el helado y las patatas fritas con queso van muy bien.

Dirigió la vista a la distancia. En realidad, no me podía imaginar qué estaba pensando. Por fin, habló.

—¿Sabes qué me haría sentir mejor?

Negué con la cabeza.

—Solo hay una cosa que siempre he querido tener —por fin, se giró y me miró directamente a los ojos—. Y eres tú.

Titubeé buscando qué decir. ¿Cómo me habría sido posible reaccionar a una confesión tan maravillosa? Había muchas cosas que podría haber dicho en ese momento. Que yo también lo quería tener. Que encontraría la manera de que las cosas funcionaran. Que no le volvería a hacer daño.

En vez de eso, me quedé parada, con la boca abierta, tratando de comprender.

Ryan no estaba dispuesto a esperar más. Se dio la vuelta y se alejó.

Tracy tenía razón.

«Yo, Penny Lane Bloom, soy una idiota de narices».