Siete

Por lo general, no veía el momento de que acabara la clase de Biología, pero el jueves contaba los segundos.

La desastrosa salida del día anterior no hizo más que confirmar lo afortunada que era por tener a Ryan en mi vida. Quería preparar algo especial para él, pero no sabía qué. Solo había un chico de cuya opinión me fiaba de verdad.

—¡Tyson! —le llamé después de que sonara el timbre.

—¿Qué tal?

—¿Te puedo hacer una pregunta? —Recorrí el pasillo con la vista—. En confianza.

Puso gesto serio.

—Claro. ¿Le pasa algo a Morgan?

—No —me conmovió que su primera reacción fuese preocuparse por ella—. Quería pedirte consejo sobre Ryan.

—Ah —pareció sorprendido—. Creía que las cosas iban bien entre vosotros.

—Y van bien, pero quiero hacer algo especial por él. No sé si te has enterado de lo que ha hecho para el día de San Valentín… —Tyson afirmó con la cabeza—. Sé que a veces lo pongo en segundo lugar, después del club, y quiero que sepa cuánto lo aprecio.

Tyson siguió mirando hacia el pasillo.

—¿Puedo hablar con franqueza?

—Claro.

—Sinceramente, pienso que lo único que tienes que hacer es decirle que te importa. Y demostrarlo.

—Vale —aunque lo que decía parecía fácil, por el gesto de su cara daba la impresión de que dudaba de que yo fuera capaz.

Negó con la cabeza.

—Me parece que no te enteras de lo que estoy hablando.

Tal vez tuviera razón.

—Cuando salimos con vosotros, es evidente que Ryan está loco por ti. Creo que no te das cuenta de la forma con la que te mira porque estás demasiado ocupada observando a tu alrededor, como si te fueran a pillar. Yo lo noto, y estoy seguro de que Ryan se da cuenta también. Lo que no me encaja es que, por lo que se ve, las chicas del club apoyan vuestra relación, igual que tus mejores amigas. Entonces, ¿dónde está el problema?

—No lo sé —respondí. Y era verdad. No entendía por qué siempre me sentía cohibida cuando estábamos en público. No era tan egocéntrica como para pensar que a la gente le importaba con quién salía yo. Pero existía esa pequeña parte de mí que se preocupaba de que todo fuera demasiado… perfecto. Mi castillo de naipes estaba perfectamente construido con el club y con Ryan, y una pequeña ráfaga de viento podía hacer que se viniera abajo.

—Penny, si te he ofendido, lo siento —Tyson se colocó un mechón de su larga melena detrás de la oreja—. No conozco muy bien a Ryan, pero creo que podrías romperle el corazón. Así que ten cuidado.

Como respuesta, solo pude asentir con la cabeza. Tyson hizo una pausa antes de dirigirse a su taquilla.

—¡Espera! —Por fin, había recuperado la voz. Tyson se dio la vuelta con cautela—. ¿Qué opinas del club, sinceramente? Como novio de una de las socias.

Tyson no lo dudó.

—Creo que es genial. Sinceramente. Procura no fastidiar eso tampoco —se echó a reír, pero a mí no me hizo gracia.

¿De veras podía hacer las dos cosas bien sin fastidiar una de ellas?

Seguía con la mente confusa cuando llegué a mi taquilla después del almuerzo. Estaba tan sumida en mis pensamientos que no presté atención a la persona misma con la que intentaba ser más considerada.

—¡La Tierra llamando a Penny! —Ryan agitaba la mano delante de mi cara.

—¡Hola! —exclamé. Acto seguido, me puse de puntillas para darle un beso—. ¿Cómo te ha ido la mañana?

Mi demostración pública de afecto en el instituto lo pilló desprevenido.

—Mmm, después de eso, mucho mejor. ¿Qué mosca te ha picado?

—¿Es que una chica no puede demostrarle a su novio lo mucho que lo aprecia?

—Sí —respondió—. Pero ¿por qué lo haces ?

Fingí estar ofendida, aunque ambos sabíamos que tenía razón.

—No te preocupes —esbozó una sonrisa burlona—. Nunca más tendrás que soportar otra salida con Todd. He aprendido la lección.

—A Dios gracias. Pero no tiene que ver con eso. Estaba pensando que, como los dos vamos a estar ocupados el día de San Valentín, me gustaría hacer algo especial para ti el viernes anterior —calculé que tenía dos semanas para pensar en qué iba a consistir ese algo especial.

Ryan parecía decepcionado.

—Esa noche tengo un partido. ¿Qué tal el domingo?

Por una parte, me sentí agradecida por el hecho de que, por una vez, fuera él quien tenía otros planes.

—El domingo está bien.

Se le iluminó la cara.

—Genial. Lo estoy deseando. Ya sabes, puede que yo también tenga algo especial para ti.

Sacudió la cabeza de un lado a otro con excesiva energía.

—Ya has hecho un montón al conseguirnos el local.

—Pero quería algo especial para ti.

Recordé lo que Tyson me había dicho.

—Vale y, eh… Ryan…

Cerró la puerta de su taquilla.

—¿Sí?

—Yo, mmm… te aprecio mucho.

Me rodeó con el brazo mientras nos dirigíamos a la cafetería.

—Ya lo sé, Penny. No tienes que seguir dándome las gracias por lo del centro de recreo. Estoy encantado de ayudar.

—No, no es eso… Quiero decir, yo… eh… claro que te lo agradezco. Me refiero a que te aprecio por otras cosas, además de lo que haces por el club.

Ryan se detuvo, y luego se giró para mirarme.

—Me encanta cuando te pones nerviosa, así que voy a prestarte toda mi atención.

Le di una palmada en el brazo.

—Intento decirte que me importas mucho, ¿vale?

Nos quedamos mirando el uno al otro. No me podía creer que lo hubiera soltado así, de sopetón.

Me sentí como una tonta. Estuve a punto de recorrer el pasillo con la vista para comprobar si alguien nos estaba mirando, pero me frené. En vez de eso, le agarré de la mano y di un paso adelante de modo que solo nos separaban unos centímetros.

—Con centro de recreo o sin él, significas mucho para mí, en serio. Yo, eh… bueno, se me ocurrió que… en fin… deberías saberlo —Dios mío, cuando se trataba de declaraciones de afecto, era una tarada sin remedio.

—Y tú significas mucho para mí, Penny.

Mientras avanzábamos poco a poco, se percibía en el ambiente una electricidad estática. Hice callar a la parte de mí que me gritaba que no montara un espectáculo, para que la gente que se dirigía a almorzar no me viera. En vez de eso, dejé que Ryan me tomara entre sus brazos y saboreé sus labios en los míos.

—¡Ya está bien! —bramó un profesor—. Nada de exhibiciones públicas en los pasillos.

Quizá debería haber comprobado antes si había algún profesor por los alrededores. Pero aunque nos pillaran, había merecido la pena. Totalmente.

Cuando terminaron las clases, me sentía aún flotando por el beso del mediodía. Tardé un segundo en darme cuenta de que Bruce me esperaba junto a mi taquilla.

—Hola, ¿qué tal va todo? —pregunté mientras reunía mis deberes.

—Bien, bien… —Cambiaba el peso del cuerpo de un pie al otro sin parar—. Quería saber si puedo hacerte una pregunta.

—Claro que sí —dejé de luchar contra mi libro de Historia y levanté la vista hacia Bruce.

—No quiero meterme en donde no me llaman, pero oí hablar a Tracy sobre esa fiesta que vais a organizar en San Valentín. Me interesaba saber si las chicas pueden llevar pareja.

—Ya. Bueno… no —respondí, confiando en que Bruce y yo mantuviéramos algún día una conversación en la que no me viera forzada a excluirle. Después de la metedura de pata de su primer día, cuando se sentó con nosotras, había encontrado a varios grupos con los que almorzar. Lo veía en clase, pero lo cierto es que casi nunca hablábamos—. Se trata más bien de hacer correr la voz sobre el club en otras ciudades.

—Mola un montón. ¿Necesitas ayuda? —se ofreció.

Necesitábamos mucha ayuda, la verdad.

—¿Sabes qué? Sería genial. Ryan va a estar, seguro que le encantará la compañía de alguien que no sea padre, madre, o una chica envenenada por el odio a los varones.

—Bueno, pensándolo bien… —empezó a dar marcha atrás y luego se echó a reír—. Era broma. Suena genial.

Los ojos de Bruce se iluminaron al mirar a mis espaldas. Estuve a punto de frotarme la barbilla con el hombro disimuladamente para ver qué había captado su atención, pero al momento oí aquella voz conocida.

—¿Lista para marcharnos, Pen? —Tracy llevaba las llaves del coche en la mano.

—Sí, estaba hablando con Bruce sobre la fiesta de San Valentín.

Bruce dedicó a Tracy una cálida sonrisa.

—¿Cómo ha sido el día, Tracy?

—Lo normal: mañana, tarde… me figuro que se hará de noche, o estaremos condenados —sacó su móvil y empezó a escribir.

—¿Sabes? —dije yo—, Tracy se encarga de los adornos. Y tú eres tan alto… —Me giré hacia mi amiga, que levantó la vista del teléfono—. Tracy, te voy a poner a cargo de Bruce.

—¿Eh? —No tenía la menor idea de lo que estaba hablando.

—Se ha ofrecido a ayudar para la fiesta, y me imagino que necesitas un chico alto para colgar los adornos.

—Vale —lo miró y asintió con la cabeza—. Muy bien. Lo que su majestad disponga.

—¡Impresionante! —Bruce vaciló un poco—. En ese caso, ¿me puedes dar tu número?

—Claro —Tracy intercambió su número de móvil con el de Bruce.

Me hizo gracia, no pude evitarlo. Uno, completamente cautivado; la otra, absolutamente inconsciente.

Luego oí aquella voz nasal e irritante que había esperado no volver a oír jamás.

—Bruce, no permitas que estas dos te laven el cerebro.

Missy Winston. Tercero de secundaria. La pareja de Ryan en la fiesta de antiguos alumnos. Y Enemigo Público Número Uno del club. Aunque tal vez ese honor debería estar reservado para Todd. Algunos días resultaba difícil averiguarlo.

—¡Buen día, Missy! —saludó Bruce—. ¿Vas a la fiesta de San Valentín?

Missy arrugó la nariz como si percibiera un olor nauseabundo (yo supuse que era el perfume que la empapaba). Acto seguido, se colocó una mano con manicura impecable en la cadera.

—No, y tú tampoco deberías relacionarte con esta gente. No te conviene echar a perder tu reputación.

Tracy le lanzó una mirada asesina.

—Sí, es mucho mejor relacionarse con un monstruo de tercero que se dedica a mirarse el ombligo.

—Lo que su majestad disponga —respondió Missy.

—Oye, ¡ni se te ocurra decir eso! —Tracy dio un paso para acercarse a Missy, que dio un respingo. Yo sabía que Tracy no la iba a pegar, pero nunca había conocido a nadie con la suficiente sangre fría para copiar una de las expresiones de Tracy y utilizarla en su contra.

Missy se recuperó a toda prisa de su instante de cobardía. Echando hacia atrás su pelo, con exceso de mechas y recién alisado con productos químicos, añadió:

—Bruce, en serio, deberías salir con gente que sabe divertirse, y no con un puñado de chicas patéticas e incapaces de conseguir pareja.

Tracy dio otro paso al frente.

—Recuérdamelo otra vez, ¿cómo acabó tu acoso a Ryan? Ah, sí, es verdad, sale con Pen. Porque Pen es increíble y no apesta a desesperación y perfume barato.

Missy empezó a alejarse tan rápido como sus botas de plataforma de doce centímetros se lo permitieron. Luego, elevando la voz, dijo:

—¿Vienes, Bruce?

—Se viene conmigo —replicó Tracy para gran alegría de Bruce, que no volvió a mirar a Missy. Obediente, siguió a Tracy. Ella no le explicó adónde iban, pero lo más probable es que él la hubiera seguido a cualquier parte.

Missy se quedó mirando cómo se marchaban antes de devolver su atención a mí. Me examinó con desconfianza, probablemente preguntándose por qué Ryan querría a alguien como yo cuando la podría haber tenido a ella.

—Bueno —le dije al tiempo que me empezaba a alejar—. Un placer haberte visto, Missy, como siempre —reflexioné que, con personas como ella, la amabilidad era la mejor arma. Más que nada porque así podía matarlas de una manera legal.

Siguió clavándome la mirada, furiosa.

—Sí, lo mismo digo. Que te diviertas con tu plan patético y tus amigas patéticas. Yo pasaré San Valentín con Todd, mi pareja.

Me detuve en seco.

—¿Ahora sales con Todd? —En realidad, no me sorprendía que Todd se hubiera olvidado de Nicole con tanta rapidez. Nunca permitía que nada, como los sentimientos de la gente, por ejemplo, se le pusiera en el camino.

—Sí —esbozó una sonrisa satisfecha, claramente encantada consigo misma por salir con un alumno de un curso superior.

—Bueno, pues buena suerte —le dije, y la dejé atrás para ir en busca de Tracy y Bruce.

La iba a necesitar, eso seguro.