Veintiuno
Debería haber sabido que Nate no podría resistirse a amargarme la vida.
Pero aunque en el mundo siempre existirían Nates, por suerte yo tenía de mi parte a las Tracys del mundo. Se lanzó en tromba a la mesa, seguida muy de cerca por mi madre y un miembro del personal de la empresa de catering.
—Parece que ha habido un error —explicó mi madre a la mujer, la cual examinaba los papeles que llevaba en la mano.
La mujer dio la vuelta a la mesa, comparando los nombres de las tarjetas con la disposición de los asientos.
—Ah, sí, verá. Tuvimos una cancelación de última hora e hicimos un par de cambios para asegurarnos de que las mesas estuvieran completas. La novia nos dio el visto bueno.
Mi madre lanzó una mirada furiosa en dirección a Lucy. Mi hermana había estado tan ocupada con los preparativos que, seguramente, no se dio cuenta de que era Nate a quien habían cambiado a mi mesa.
—Está bien —agité la mano hacia Nate como para quitarle importancia al asunto. Luego, agarré un panecillo caliente y empecé a charlar con Brent confiando en que, entre la comida y la conversación, no tendría que mirar al otro lado de la mesa durante el resto de la cena.
Y funcionó, en su mayor parte. Por descontado, me sentí cohibida todo el tiempo. Intenté concentrarme al máximo en mis conversaciones con las personas que tenía a mi derecha e izquierda mientras, al mismo tiempo, me esforzaba por hacer caso omiso de los intentos de Nate por participar. Para cuando acabamos el plato principal, casi me había olvidado de su presencia. Entonces, Tracy se levantó para ir al lavabo.
Nate se dejó caer en el asiento de Tracy.
—¿Es que no me vas a hacer caso en toda la noche?
Me resultaba difícil mirarlo a los ojos, y no porque ejercieran ya ningún poder sobre mí. La grasa que tenía en la frente me desvió la atención.
—Por lo que se ve, no voy a tener esa suerte —comí sin ganas lo que me quedaba de pollo.
—¿Cuánto tiempo me vas a seguir guardando rencor? —Alargó la mano para tocarme el brazo, pero yo lo aparté.
—¿Cuánto tiempo tienes? —Paseé la vista alrededor de la habitación, confiando en que alguien me salvara. Mi madre se encontraba de espaldas a nosotros, Rita estaba absorta en una conversación en el otro extremo de la sala y a Tracy no se la veía por ninguna parte.
Suspiré.
—Mira, Nate, no tengo ningún interés en ser tu amiga. He pasado página y me gustaría que tú hicieras lo mismo.
Se echó a reír y una pizca de comida le salió disparada de la boca.
—Venga ya, si hubieras pasado página, no te supondría un problema estar en el mismo sitio que yo.
—Es que no me gusta quedarme atrapada con cretinos en lugares cerrados.
La comisura derecha de sus labios se arqueó hacia arriba.
—Sí, claro. Y dime, ¿dónde está ese novio tuyo? Un momento, a ver si lo adivino: no era lo bastante perfecto para ti, de modo que lo dejaste plantado. Parece que siempre sigues la misma pauta.
—¿Cómo? —Le lancé una mirada al estilo «anda y que te den» de la que Tracy se habría sentido orgullosa—. Deja que te diga una cosa sobre Ryan Bauer. No le pillé tratando de echar un polvo en el sótano de mis padres. Ni se te pase por la imaginación que te puedes comparar con él. No te mereces ni siquiera pensar en su nombre. O en el mío, para el caso —me levanté.
—Sí, claro. La culpa siempre la tiene el tío —Nate soltó un bufido—. Asume un poco de responsabilidad, ¿vale, Pen? Yo no era perfecto, eso seguro; pero esa mentalidad de víctima que tienes se está quedando trasnochada.
Abrí la boca para replicar, pero antes de que tuviera oportunidad, uno de mis primos pequeños pasó corriendo por allí y derramó un vaso entero de refresco en la cabeza de Nate. Nate chilló como una niña. Se puso a soltar tacos y agarró una servilleta para secar el mejunje azucarado que le caía por el traje.
Fue una de las mejores escenas que había presenciado en mi vida.
—¡Ups! —exclamó Jason, de siete años de edad—. Lo siento mucho, señor. Mi mamá me dijo que no corriera. No se chivará, ¿verdad? —Miró a Nate con ojos de cachorrito.
Nate se alejó, maldiciendo por lo bajo.
Jason volvió la vista hacia el lateral de la sala, donde Tracy estaba de pie con una enorme sonrisa en la cara. Después de levantar los pulgares en dirección a Jason, el niño se marchó pegando saltos alegremente.
Fue un agradable recordatorio de que las Tracys del mundo siempre tenían las de ganar.
El destino de las Penny Lanes aún estaba por decidir.
Cuando se abrió la pista de baile y la música empezó a sonar, mi humor cambió al instante. Allí, en la pista, bailé con pequeños y mayores. Con parientes y desconocidos. Con viejos amigos y amigos nuevos.
La música era la fuente definitiva de igualdad.
El DJ estaba pinchando una mezcla de tantas décadas diferentes —los clásicos de Motown, los Beatles (¡cómo no!), Village People, Madonna, Beyoncé, Teenage Kicks— que todo el mundo lo estaba pasando en grande.
En la pista me encontraba verdaderamente feliz. Todos mis motivos de estrés se desvanecieron. A mi alrededor solo veía caras sonrientes que celebraban la ocasión moviendo los pies.
Mi padre daba vueltas a Tracy mientras Buddy Holly atronaba por los altavoces. Mi madre se sujetó el costado y, por señas, indicó que se iba a sentar unos minutos. Yo seguía moviendo las caderas con alegría y bailoteando por toda la pista mientras cantaba a voz en grito.
Tracy se acercó hasta mí bailando.
—No hay quien te pare, Pen. Eres una máquina de baile.
Me sequé el sudor de la frente y seguí manteniendo el ritmo mientras la música cambiaba a la banda de chicos preferida de Lucy cuando era adolescente. Tracy y yo nos unimos a sus amigas mientras cantaban y ejecutaban unos movimientos muy concretos que seguramente procedían de algún vídeo musical. Yo nunca había pasado por esa fase de bandas de chicos… Probablemente porque había contado con la mejor banda de chicos desde que nací.
—Tenemos que empezar a bailar más —comentó Tracy al tiempo que chocaba su cadera contra la mía—. Estoy segura de que me he ganado otro trozo de la tarta de boda —me hizo señas para que la acompañara mientras se abría camino a través de la abarrotada pista de baile hacia la mesa con porciones para repetir.
Examiné la mesa hasta que encontré una esquina de la tarta y clavé el tenedor en el glaseado de vainilla.
—Me encanta cómo la música te deja llevar. Es verdad, tenemos que bailar más a menudo.
—¡Penny! —La madre de Nate se acercó a mí con los brazos abiertos—. No he tenido oportunidad de hablar contigo en toda la noche. ¿Cómo te va? ¡Estás preciosa!
Abracé a la señora Taylor, pues no quería culparla por el comportamiento de su hijo.
—Me va genial, gracias. ¿Cómo está usted?
—Bien. Te echo de menos —me frotó el brazo—. Escucha, cariño, ¿me haces un favor? Nate parece aburrido. ¿Te importa bailar con él? Antes estabais muy unidos —me dedicó una sonrisa esperanzada (y completamente inconsciente).
Le hice a Tracy un gesto de asentimiento con la cabeza para que no interviniera. Con gesto animado, Tracy se metió otro pedazo de tarta en la boca.
Consideré mis opciones sobre cómo manejar el asunto. La salida fácil sería bailar una canción con él para que la señora Taylor continuara viviendo en la ignorancia. O podía terminar aquella estúpida farsa de una vez por todas. Apenas tenía energías para ser feliz, y mucho menos para enfrentarme a las chorradas de Nate.
—En realidad, señora Taylor, estoy ocupada pasándomelo bien. Los últimos meses, su hijo se ha portado conmigo como un cretino mentiroso, así que no quiero perder más tiempo con él. Siento no poder ayudarla, pero si tengo que pasar un minuto más mirando la cara engreída de Nate, puede que le pegue un puñetazo —lancé las manos al aire, como si no tuviera elección.
Se quedó allí parada, estupefacta.
—Pero… ¿qué…?
—Lo siento mucho, de verdad. Las cosas ya no son lo mismo entre Nate y yo. Pero no por eso la relación entre nuestros padres tiene que cambiar. Y ahora, si me disculpa, me voy a seguir bailando —le dediqué una sonrisa cortés antes de regresar a la pista de baile.
—¿Te he dicho últimamente que eres mi ídolo? —preguntó Tracy.
—No lo suficiente. Pero ya sabes lo que dicen, Tracy: la verdad te hará libre.
Aunque lamentaba haber sido tan directa y, hay que reconocerlo, un tanto grosera con la señora Taylor, noté que se me quitaba un peso de los hombros. Ya lo había soltado. Ya no había razón para que mantuviera las apariencias en lo que a los Taylor se refería. Nada me iba a impedir disfrutar de la boda de mi hermana. Aparte de estar totalmente desconsolada.
Tracy y yo regresamos a la pista. El plan consistía en bailar un poco, coquetear un poco (con las cámaras), y disfrutar de la fiesta.
Pero alguien tenía otros planes.
Tracy y Jason estaban ejecutando el baile del robot en mitad de un círculo que se había formado cuando me dieron un fuerte tirón del brazo.
—Tenemos que hablar —espetó Nate, indignado, mientras me arrastraba hacia el lado contrario de la sala—. ¿Qué narices te pasa? ¿Qué le has dicho a mi madre? —Tenía manchas púrpura en la cara y una gota de sudor le bajaba por la sien.
—Le dije que no me interesaba hacer de canguro tuyo —tiré de mi brazo para soltarme.
—Tienes problemas muy serios —cerraba los puños con fuerza.
—Bueno, los dos sabemos que mi gusto en lo que a antiguos novios se refiere resulta gravemente sospechoso. A Dios gracias que lo he superado —entorné los ojos—. Estaba harta de fingir que tú y yo somos la pareja ideal. Mi madre está al tanto. Y, ahora, tu madre sabe que eres un imbécil. Aunque estoy segura de que con el tiempo se habría enterado, por el simple hecho de que vives y respiras a su lado. Era de esperar que se diera cuenta de tu manera de ser.
—Dios, tienes que bajar esos humos —prácticamente me escupió las palabras—. ¿Es que piensas que quería venir a esta boda? Quizá tengo que darte las gracias. Ahora ya no me veré obligado a arrastrarme a tus pies cada vez que tus padres exijan que nos veamos.
—Ah, ¿es eso lo que has estado haciendo? —contraataqué—. Porque si esa es tu idea de arrastrarse, no has hecho bien los deberes. Créeme. Me encantaría no volver a verte la cara nunca más.
Se rio de forma exagerada.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? Tendrás que encontrar a otro a quien culpar de tus problemas, digo yo. Qué suerte la de Ryan o la de quienquiera que sea el próximo tío al que decidas torturar.
Di un paso adelante y me quedé a unos escasos centímetros de su cara. No había estado tan cerca de él desde la última vez que nos besamos. El simple recuerdo bastó para que me entraran ganas de echar la pota.
—Me hace gracia que insistas en que culpo a los demás, aunque tú no te has responsabilizado ni una sola vez de lo que hiciste. Dime, ¿es que esa chica desnuda te cayó en las rodillas, así, sin más? ¡Qué cosa tan horrible para ti! —Puse los ojos en blanco con gesto exagerado.
—Eres una zorra.
—Y tú, un tarado mentiroso —declaré—. Dime una cosa, Nate. Si tan mal piensas de mí, ¿por qué estás tan desesperado por conseguir que te perdone? Los mensajes de texto, los e-mails, las tarjetas de felicitación… ¿Qué te importa? No me puedo imaginar que seas tan iluso para pensar que exista la más mínima posibilidad de que volvamos a estar juntos —le miré directamente a los ojos, asegurándome de que entendiera lo que iba a decir a continuación—. Porque eso no va a pasar nunca. Jamás.
Tensó la mandíbula.
—¿Por qué las cosas no pueden ser como antes? No hablo de volver a salir. Hablo de cuando éramos amigos, amigos de verdad, Penny.
Hice una pausa.
—Sí, fuimos amigos. Pero luego vi cómo eras en realidad. No quiero salir contigo, no quiero ser amiga tuya —entonces, me vino de repente un pensamiento. ¿Por qué no me había dado cuenta hasta ese instante?—. ¿Sabes qué? Yo antes te idolatraba, y tú te aprovechaste. Sinceramente, la única razón por la que creo que no puedes dejarme en paz es porque ya no me controlas. Tengo mis propias opiniones, mi propia vida sin ti. De eso se trataba el engaño, ¿a que sí? Te gusta coleccionar cosas. Te gusta estar al mando, pero a mí no se me puede poner a la fuerza en un pedestal y esperar que obedezca.
—Ah, pues yo creo que te encanta que te pongan en un pedestal.
Abrí la boca para replicar, pero me lo pensé mejor. ¿Por qué me iba a molestar? No quería tener nada más que ver con Nate. Quería irme a bailar con Tracy y con mi familia. Quería pasar página por fin. De acuerdo, no era una novia perfecta. A veces me comportaba de forma imprudente, enredaba y complicaba las cosas… pero ¿no era ese el sentido de las relaciones? ¿Encontrar a una persona que te amara, con defectos y todo?
—Nate, se ha terminado.
Le di la espalda. Estuve tentada de soltarle una última pulla rápida, pero decidí que prefería dedicar mis energías a la gente que de veras me importaba.
Mi madre se aproximó a mí con cautela mientras me abría camino de vuelta a la pista de baile.
—Te he visto hablando con Nate. ¿Va todo bien? Iba a acercarme, pero parecía que estabas manejando la situación perfectamente.
Le di un fuerte abrazo.
—Sí. Todo va genial. Aunque a lo mejor la señora Taylor quiere hablar un momento contigo. No me pude contener más con ella.
—Pues claro que no —me rodeó con un brazo—. Al fin y al cabo, eres hija mía.
Sí, era hija suya. Nosotras, las mujeres Bloom, no aguantábamos demasiado bien las estupideces y solo nos reprimíamos hasta cierto punto. Y por eso siempre estaría agradecida a mi madre, por muchos cambios de humor que tuviera.
Como si el DJ se hubiera dado cuenta de lo que yo necesitaba, empezó a sonar Twist and Shout. Mi familia y yo nos plantamos en mitad de la sala y empezamos a cantar a viva voz. Ni siquiera Rita se pudo contener.
Mi padre asumió la voz cantante dirigiéndose a mi madre, que bailaba el twist como una loca mientras Lucy, Rita y yo nos asomábamos de repente por detrás de papá y entonábamos las voces de fondo. Durante los «¡aaahs!» que iban increscendo, nos turnábamos para extender los brazos y papá acabó cayendo de rodillas mientras gritaba la última parte. Sería un milagro que a alguno de nosotros nos quedara voz al final de la noche.
Cuando terminamos, nuestro padre se desplomó en el suelo con gesto teatral. La multitud que nos rodeaba rompió en aplausos. Mamá nos indicó por señas que hiciéramos una reverencia. Efectuamos la profunda reverencia que los Beatles siempre hacían después de una actuación.
Tracy sonreía mientras sujetaba su móvil.
—Material para chantajes —inició el vídeo que había grabado.
—De ti, no me extrañaría —respondí.
La música empezó a sonar de nuevo y nos pusimos a bailar. Y seguimos bailando.
—¡Tracy! —exclamé casi a gritos—. ¡Lo tengo!
Parecía desconcertada.
—¿Qué tienes?
—¡Esto! —Hice un gesto abarcando la sala—. Para la beca. Montamos un baile. Con música de estas décadas. Conseguimos que la comunidad se implique. Sé que es mucho trabajo, pero piensa lo divertido que sería.
Los ojos de Tracy se iluminaron.
—Una especie de maratón de baile. Podríamos organizarlo por equipos, y preparar concursos, y repartir premios —sacó su móvil y se puso a teclear con energía.
Sí, un baile sería perfecto para recaudar dinero para nuestro programa de becas.
Y me mantendría ocupada durante meses. Por mucho que me hubiera liberado de Nate, olvidarme de Ryan iba a ser otra (terrible) historia muy distinta.