Veintitrés

El viernes después de clase me encerré en la biblioteca durante casi una hora para hacer tantos deberes como fuera posible antes de pasar el fin de semana trabajando en el maratón de baile. También había estado evitando pasar por mi taquilla para no tener que enfrentarme a las consecuencias de mi decisión. Dado que los pasillos estaban prácticamente desiertos, ni siquiera miré antes de doblar la esquina camino a mi taquilla. Creí que estaba a salvo. ¿Por qué narices tenía que estar él allí?

Pero allí estaba Ryan. Junto a su taquilla, reuniendo sus libros. Me quedé parada, dudando de si escapar en la dirección contraria. Pero entonces, se dio la vuelta y nuestros ojos se encontraron. No tuve más remedio que ir hacia allá.

Apenas habíamos hablado desde el día que volví de la boda. Por descontado, lo había visto en clase; pero me aseguraba de estar cerca de una compañera del club para poder distraer la atención.

—Hola —saludé con cautela.

—Hola —respondió él—. Te has quedado hasta tarde.

—Estaba en la biblioteca, ¿y tú?

—En una reunión del Consejo de Alumnos.

—¡El Consejo de Alumnos! —Le di una palmada en el brazo sin poder remediarlo. Ryan seguía en el Consejo de Alumnos. De modo que había una cosa que no se había destrozado del todo por mi culpa.

Parecía desconcertado.

—Sí, llevo en el consejo desde tercero de secundaria. Bueno, tengo que irme. Siento haber cortado tu racha de buena suerte para evitarme.

—Yo no… —me interrumpí para no mentir. Él me conocía de sobra—. ¿Qué tal va todo?

—Todo va estupendamente —respondió con una nota de sarcasmo.

—Veo que en la cafetería te vuelves a sentar con la mayor parte de tus amigos.

—Sí.

Ryan había vuelto con todos… excepto con Todd. Creo que Ryan no tenía ningunas ganas de arreglar esa relación. Pero parecía que al resto de los chicos les preocupaba menos fastidiar a Todd, así que se sentaban con Ryan cuando les apetecía.

—Entonces, ¿las cosas van… mejor? —Necesitaba confirmación de que la ruptura había merecido la pena.

Ryan suspiró.

—¿Qué quieres que diga?

Para ser sincera, no existía una respuesta que pudiera darme para que me sintiera mejor. Si le iba genial, quedaba demostrado que yo le había arruinado la vida. Si estaba abatido, confirmaba que yo había cometido una equivocación terrible.

—Quiero saber la verdad —respondí. Aunque no estaba segura de que fuera el caso.

—Perfecto, aquí tienes la verdad: me alegro de que Todd haya salido de mi vida, es una persona tóxica y era solo cuestión de tiempo que me acabara dando cuenta. Mi padre siempre ha sido, y continúa siendo, un capullo. Perdí dos partidos de baloncesto. El Comité de Asesoría de Braddock era de broma, y me alegro de no tener que perder más tiempo en él. De modo que mi vida no es diferente de la de hace unos meses salvo por algo fundamental. Lo que más me ha dolido. No sé qué otra cosa quieres oír. No pienso quedarme aquí y conseguir que te sientas mejor por lo que hiciste —Ryan dio media vuelta y se alejó.

Yo era quien más daño le había hecho. No había garantías de que no le volviera a hacer daño de nuevo. Había intentando que funcionara, pero no lo conseguí. Lo había herido. No quería herirlo otra vez, así que tenía que mantenerme a la mayor distancia posible.

Intenté encontrar consuelo en el hecho de que su vida parecía estar regresando a la normalidad. De que estaba mejor sin mí. Tenía todo el derecho a odiarme.

Pero por mucho que intentara consolarme con eso, solo sentía que el corazón se me destrozaba cada vez más.

Únicamente existía una solución para mi inmenso dolor: el Club de los Corazones Solitarios. Por suerte, seguía tan potente y ajetreado como siempre. Nos quedaban cinco semanas para conseguir lo imposible.

Si se tratara de cualquier otro grupo de personas, habría tenido mis dudas. Pero tenía fe en nosotras.

El sótano recordaba a una sala de guerra: por toda la pared había listas de cosas que hacer, de locales y de ideas.

—Vale —Diane tomó el mando de nuestra reunión aquel sábado—. Tenemos que repasar las reglas.

Tracy se levantó.

—¿Reglas? ¿Reglas? ¡No necesitamos las malditas reglas!

Diane continuó sin la más mínima pausa.

—En realidad, sí las necesitamos. El maratón de baile durará doce horas. La gente se apuntará en equipos de cuatro o de seis miembros. Un miembro de cada equipo tiene que permanecer en la pista de baile en todo momento. Es necesario que cada equipo cuente con un patrocinio de al menos cuatrocientos dólares para participar. Habrá premios para el equipo que recaude más dinero y para el equipo con el mejor vestuario. También tendremos una rifa y a la entrada entregaremos papeletas para un sorteo. Lo que significa que tenemos que conseguir premios —se puso a repartir una hoja de cálculo—. He elaborado una lista de tiendas del centro de Parkview con las que nos pondremos en contacto. Decidme si vosotras o vuestras familias tenéis alguna relación con estas tiendas.

Se alzaron tantas manos en el aire que solo nos veríamos obligadas a llamar a unos cuantos establecimientos.

Diane repasó la lista antes de volver su atención hacia mí.

—¿Quieres hablar de la música?

«¿Cuándo no quería yo hablar de música?».

—Sí, vamos a empezar el baile con música de los cincuenta y luego iremos avanzando hasta llegar a la música de hoy en día, al final. La banda de Tyson va a tocar canciones de todas las décadas durante una hora.

Morgan interrumpió.

—Penny, ha prometido tocar algo de los Beatles.

—Ah, no tiene por qué —levanté la vista al techo, sabiendo perfectamente lo que opinaban mis padres de que cualquiera que no fuera John, Paul, George o Ringo interpretara su música—. También vamos a negociar con el encargado de un puesto de comida y bebida para obtener un porcentaje de las ventas. Estamos actualizando la página web para poder manejar la venta de entradas y las inscripciones, aunque intentaremos conseguir que las tiendas también ofrezcan entradas. Por ahora todo va muy bien, excepto…

Siempre acabábamos con lo mismo: el local, el local, el local.

Los hoteles que visitamos disminuirían nuestras ganancias, aunque el padre de Hilary estaba intentando registrarnos en una especie de régimen de exención de impuestos, ya que todos los beneficios se iban a destinar a donativos. Cada día, surgía un nuevo problema. Nuestro pequeño baile se iba volviendo cada vez más complicado.

Pero eso no hacía más que intensificar mi empeño. Sentía que teníamos que conseguirlo. Yo tenía que conseguirlo. Cada segundo que no estaba en el instituto, o estudiando o trabajando, lo dedicaba al maratón de baile. Se estaba convirtiendo en una obsesión. No paraba de decirme a mí misma que todo era por el club. Ojalá estuviera en lo cierto.

Jessica se levantó.

—Mi madre está intentando conseguir el colegio de primaria. Por lo visto, considera que si la comunidad se implicara a fondo, estaría más abierta al maratón de baile que si solo fuera un asunto del club.

Se oyeron murmullos en un rincón. Meg se levantó y dijo:

—Veréis, las alumnas de último curso hemos estado hablando. No tenemos palabras para deciros lo mucho que significa que hagáis todo esto por una de nosotras. Pero también opinamos que si dividimos los beneficios con otra organización, se daría un impulso al club. De modo que podríamos destinar la mitad a la beca de estudios y el resto, a otra buena causa. Como el Parque Municipal de Recreo del Distrito de Parkview. La gente del parque nos ha apoyado mucho y, en fin, ha vivido tiempos mejores.

Murmullos de acuerdo empezaron a recorrer el sótano.

—Me parece una idea genial —aprobó Diane; luego lo sometió a la votación del grupo.

El voto fue unánime.

Al final de la reunión, Michelle se acercó a mí y me preguntó si podía hablar conmigo un segundo.

—Claro que sí —respondí mientras me restregaba la frente. Un dolor sordo me empezaba a dar punzadas en las sienes—. ¿Qué pasa?

Michelle vaciló.

—El otro día hablé con Missy Winston. Está muy disgustada porque Todd rompiera con ella, aunque a Missy no le pega nada. Ha tenido muchos novios, pero siempre ha pasado página rápidamente. Está hecha polvo, la verdad.

Aquella semana, yo había estado observando a Missy, y no se había acercado en lo más mínimo a Todd o a la pandilla de este. Se sentaba con sus amigas y se la veía hundida. Solo llevaba la mitad del maquillaje que se ponía normalmente, y la mayor parte de las veces se recogía el pelo en una coleta. Incluso se le notaban las raíces. Tuve la ligera sensación de que ya no intentaba ocultar su verdadero yo.

—De todas formas —prosiguió Michelle—, entiendo que no te decidas a permitirle que se una al club y todo eso. Yo misma tuve problemas con ella hace tiempo. Pero en el caso de Missy, se trata de «perro ladrador, poco mordedor». Sus padres se divorciaron el año pasado y ella, a ver, está acostumbrada a fingir que es una persona dura y segura de sí misma. No te estoy pidiendo que la invites a unirse a nosotras; lo único que digo es que te quiere demostrar lo que vale, y también al club. ¿Y si le encargamos que haga algo para el maratón? Nada importante, solo alguna tarea para ver cómo la hace. Creo que significaría mucho para ella.

—Lo pensaré —respondí, aún no del todo capaz de imaginarme a Missy con madera para pertenecer al club. Por otro lado, Michelle tenía razón en parte. Quizá podríamos encomendarle alguna tarea. Desde luego, necesitábamos ayuda. Pero tenía que tratarse de algo que no fuera demasiado importante, por si acaso tuviera la intención de sabotearnos.

—Gracias —Michelle empezó a alejarse; luego, se detuvo—. Quiero que sepas que no me ha pedido que hable contigo. Te lo he dicho porque me pareció que era lo que debía hacer.

Asentí con un gesto. Yo también quería hacer lo correcto. El problema era que, a veces, decirlo era más fácil que hacerlo.

No era difícil para una persona que me detestaba abiertamente mostrarse atenta conmigo en la intimidad de mi propia casa, de modo que decidí poner a prueba la sinceridad de Missy en el lugar más público de todos: la cafetería del instituto McKinley.

—¡Hola, Missy! —exclamé con entusiasmo al verla entrar con dos de sus clones a remolque.

—Hola, Penny —saludó en voz baja. Ni siquiera me había dado cuenta de que Missy era capaz de hablar bajo.

—¿Puedo hablar contigo? —pregunté. Sus dos sombras me lanzaron la familiar mirada de asco que Missy solía compartir con ellas.

Pero, esta vez, no la compartió.

—Claro que sí —respondió. Se volvió con poco entusiasmo hacia sus amigas y les dijo que volvía enseguida.

Ambas la miraron con la boca abierta, como si no supieran encontrar su mesa para comer sin ella.

Nos acercamos a un lateral de la cafetería mientras varios ojos inquisitivos nos contemplaban, incluidos los de Ryan. Él, más que nadie, conocía mis sentimientos hacia Missy.

—Mira —empezó a decir ella—. Lo entiendo. En serio. Comprendo que te cuestiones mis motivos. Te diré la verdad: si hace un mes hubieras venido a pedirme lo que fuera, te habría tratado de la misma manera. O peor.

Al menos, era sincera.

Me dedicó una sonrisa tímida que se desvaneció al momento. Durante un segundo, centró su atención a mis espaldas. Luego, bajó la vista al suelo y empezó a agitar la pierna con nerviosismo.

Me di la vuelta y vi que Todd se acercaba a nosotras con una sonrisa victoriosa en el rostro. Tuve la sensación de que me iban a hacer una encerrona. Sabía que no debería haberme creído nada de lo que Missy decía. Ahora Todd iba a dejar al descubierto su jugarreta contra mí y a disfrutar cada segundo.

Todd lanzó a Missy una mirada furiosa y me rodeó con el brazo.

—Veo que vuelves a recoger mi basura, Bloom. Quizá deberías cambiar el nombre a ese club tuyo y llamarlo el Club Todd Chesney Me Ha Roto el Corazón.

Missy rompió a llorar y salió corriendo de la cafetería. Sus dos amigas se levantaron de la mesa y la siguieron.

Todd se echó a reír… hasta que le clavé el codo con fuerza en un lado del estómago. Se inclinó hacia delante, sujetándose el costado.

—Pero ¿qué narices…? ¡Eso es un asalto!

—No —lo aparté de un empujón—. Eso es lo que te mereces.