Tres
Aunque mi cumpleaños no caía en Navidad o Nochevieja, compadecía a la gente que tenía que compartir su fecha de nacimiento con una fiesta importante. Porque, en casa de los Bloom, el siete de febrero no solo era mi cumpleaños; era el aniversario de la llegada de los Beatles a Estados Unidos.
Durante años, mis hermanas y yo creímos que mamá se había negado a empujar para que yo naciera el día del año preferido de nuestros progenitores. Podría parecer de locos, pero mis padres, obsesionados con los Beatles, habían llegado a poner a sus tres hijas nombres de canciones del cuarteto de Liverpool: Lucy (in the Sky with Diamonds), (Lovely) Rita y Penny Lane. (Menos mal que a la tercera va la vencida, que si no podríamos haber tenido una pobre hermana pequeña llamada Eleanor Rigby).
Aunque yo había heredado de mis padres su amor por los Beatles, mis hermanas se resistían.
—¡No seas tan testaruda, Lucy! —exigió mamá por teléfono, gesticulando como una loca a mi padre, que estaba en la otra línea.
—A ver, Lucy —empezó a decir papá—, prométenos que lo pensarás.
Mamá le lanzó una mirada asesina. Yo mantuve la cabeza baja mientras terminaba de lavar los platos de la cena.
La inminente boda de Lucy tenía en tensión a toda la familia. Esta bronca en particular no trataba sobre los asuntos habituales relacionados con una boda, como la distribución de asientos, la comida o las flores. No, esta pelea era por la insistencia de mis padres en poner una canción de los Beatles para el primer baile de Lucy y Peter. Hasta el momento, el acuerdo era que papá y Lucy optarían por In My Life para su baile de padre e hija, lo que habría satisfecho a la mayoría de la gente.
Sin embargo, mis padres no eran como la mayoría de la gente.
—Vamos, no seas ridícula —gimió mamá—. ¡No te olvides de quién paga esta boda!
Me senté a la mesa de la cocina para echar un vistazo a las tarjetas de confirmación de asistencia y reconocí una serie de parientes y amigos. Los nombres que desconocía eran de la costa este, de donde procedía el futuro marido de Lucy.
—Bueno, supongo que hablaremos del tema cuando vengas a casa el próximo fin de semana —zanjó mamá con un suspiro.
Hice todo lo posible por contener la expresión divertida que me afloraba en la cara. En algún momento, mis padres tendrían que darse cuenta de que, aunque la boda de ellos había incluido música y pósters de los Beatles, y los testigos del novio vestían atuendos parecidos a los que el cuarteto llevaba en su famoso debut en el programa The Ed Sullivan Show, la mayoría de las personas mostrarían un poco de moderación.
Mamá se dejó caer en una silla, a mi lado, después de colgar el teléfono.
—Mira, Penny Lane, será mejor que no nos plantees problemas por tu cumpleaños. Ya sabes lo que hay que hacer.
Accedí a toda prisa, sabiendo lo que me convenía. La tradicional canción Cumpleaños feliz nunca había sonado en casa de los Bloom. Dudo de que mis padres conocieran la letra. No, la única canción «aprobada por Dave y Becky Bloom» para las fiestas de cumpleaños era Birthday, de los Beatles. Aunque a Lucy y a Rita les molestaba enormemente, a mí me apasionaba.
—Bueno, pequeña, ¿cuál es el plan? —preguntó papá mientras se sentaba frente a mí con una pila de tarjetas de confirmación de asistencia en la mano.
—Bueno, este año mi cumpleaños cae en sábado, así que vendrán mis amigas del club. He pensado que podíamos hacer una tarta. En realidad, no necesito nada especial —era verdad. Lo único que necesitaba era el club.
—¿Y Ryan?
—Me va a invitar a comer —había estado dudando si pedirle que viniera esa noche, pero no quería que se sintiera incómodo. Además, no pensaba romper las reglas en mi propio beneficio, por mucho que fuera mi cumpleaños.
—Parece un plan divertido —respondió mi padre—. Ryan viene a la boda, ¿verdad?
Levanté los ojos y lo miré. Ni siquiera me había parado a pensarlo. Ryan y yo solo llevábamos cuatro semanas saliendo, y quedaban otras seis para la boda.
Antes de que tuviera oportunidad de responder, a papá se le iluminó la cara y dijo:
—Ah, aquí está la respuesta de los Taylor.
En ese instante se me revolvió el estómago. Se me había olvidado que los Taylor estaban invitados, y casi seguro que mis padres no iban a excluir a Nate, el cretino de su hijo, el que me había pisoteado el corazón.
Mamá bajó la mirada a la lista de invitados.
—Vienen, ¿verdad?
Me descubrí conteniendo el aliento.
Papá bajó la vista y leyó la respuesta.
—Sí, quieren dos menús de pollo y uno de ternera.
Nuestros respectivos padres eran íntimos amigos, por lo que yo ya sabía que nuestros caminos se acabarían encontrando. Pero no quería que fuera en un acontecimiento familiar tan importante.
De hecho, no quería que sucediese bajo ninguna circunstancia.
—Eh, papá —por fin recuperé la voz—. Ryan sí viene a la boda.
—¡Genial, Penny Lane! —Me hizo un guiño y mi madre añadió su nombre a la lista.
Sí, era genial.
Me consideraba capaz de manejar a Nate, lo había demostrado en Acción de Gracias, cuando por fin le eché la bronca.
Pero contar con apoyo nunca estaba de más.
En el mismo instante en que le mencioné la boda a Ryan, me di cuenta de lo tonta que había sido por no invitarlo antes.
Seguía emocionado cuando el viernes por la noche quedamos con Morgan y Tyson.
—Con tantos invitados —bromeó—, ¿me vas a permitir bailar contigo? ¿Delante de todo el mundo? —dejó caer la mandíbula, fingiendo exasperación.
—¿Eres consciente de que puedo retirar la invitación en cualquier momento…? —le recordé.
—¡No te atreves!
—Ponme a prueba —le desafié.
—Vale, no tentaré mi suerte.
—Inteligente jugada.
—Pero eso no significa que esta noche me vaya a tomar las cosas con calma contigo. Prepárate para una lección —entonces, Ryan empezó a ejecutar lo que solo se me ocurría que podía ser un baile al estilo Michael Jackson, agitando brazos y piernas sin parar.
Era una gansada; pero me pareció entrañable, totalmente.
—Sí, bueno, supongo que me lo he aprendido —levanté las manos y las agité de forma exagerada—. ¡Ay, qué nervios!
Ryan dejó de bailar.
—Acuérdate de la semana que viene.
—¿Qué pasa la semana que viene?
Me miró como si yo debiera saber de qué estaba hablando.
—Vamos a ese minigolf cubierto con mi hermana. El miércoles.
—Oh, no —me sentí fatal—. Se me había olvidado por completo. He quedado con algunas de las chicas para probar el nuevo restaurante chino.
—Vale —respondió sin mostrarse demasiado comprensivo—. ¿Y en algún momento del próximo fin de semana? El sábado por la noche no, obviamente.
—Claro —entonces, me di cuenta de lo que pasaba el fin de semana siguiente—. Espera, Lucy viene a casa el próximo fin de semana. Tenemos movidas familiares, y luego le voy a presentar a las chicas del club.
—Ya —repuso con voz inexpresiva, sin ocultar más su decepción—. Bueno, en realidad a mí también me gustaría conocerla, si es que hay tiempo.
Empecé a repasar mentalmente el horario para el fin de semana, pero en cada segundo había algo relacionado con la boda o con el club.
—¿Qué me dices de la semana después? —propuse, aunque yo misma sabía lo patético que sonaba.
—Ya que estoy saliendo con una chica tan popular, me contento con lo que me toca —entrelazó sus dedos con los míos y fuimos caminando hasta los recreativos, donde Morgan y Tyson ya estaban jugando una partida de skeeball.
Aunque algunas personas daban por sentado que el Club de los Corazones Solitarios permitió quedar con chicos exclusivamente para que yo pudiera salir con Ryan, en realidad fue por causa de Morgan y Tyson. Mientras yo pasaba por la fase «todos los tíos son el diablo», me pusieron a Tyson de compañero en el laboratorio de Biología. En un primer momento, su larga melena negra y su atuendo en plan rockero hicieron que lo tomara por un tipo superficial que solo se preocupaba por su grupo de rock. Pero cuanto más lo conocía, más me daba cuenta de que era un músico sensible y genial. Cuando me contó que le gustaba Morgan (que había estado por él desde tercero de secundaria), entendí que no era justo permitir que mis malas experiencias impidieran la felicidad de Morgan y Tyson.
Al observar cómo se reían y se lanzaban pullas en plan de broma, supe que el cambio del club había sido para bien. Y tampoco estuvo mal que yo consiguiera salir con Ryan.
A Morgan le quedaba una única bola. Estiró los brazos, recogió su larga melena negra en una coleta y agarró la bola.
—Y ahora, la doble campeona de skeeball, Morgan Stephens, solo necesita veinte puntos para ganar la partida. ¿Lo conseguirá?
Hizo una pausa teatral antes de lanzar la bola por la rampa, donde entró limpiamente en el hoyo de cincuenta puntos. Tyson soltó un gruñido, mientras Morgan recogía los tiques de las dos máquinas.
La decepción de Tyson se desvaneció al instante cuando tiró de Morgan hacia sí para besarla.
—¡Bien hecho! —Entrechoqué las manos con Morgan—. Hay que enseñar a estos chicos cómo se hace.
—¿Estás dispuesta a enfrentarte a la ganadora? —me retó.
—Por favor —saqué mis monedas de veinticinco centavos y las introduje en la máquina—. Reto aceptado.
Morgan y yo jugamos tres rondas. Ella mantuvo intacta su racha de ganadora y su montón de tiques fue aumentando por segundos.
—¿Podemos hablar un momento? —me preguntó cuando terminamos. Dirigió la vista hacia el rincón donde Ryan y Tyson lanzaban aros para conseguir premios.
—Claro que sí —su tono de voz me preocupó.
Morgan vaciló al tiempo que, nerviosa, jugueteaba con su brazalete de cuero.
—Últimamente he estado pensando mucho en dar el siguiente paso con Tyson… ya sabes.
Tardé un segundo en darme cuenta de lo que estaba hablando. De alguna manera, conocía las circunstancias. La presión constante a la que Nate me sometía para dar ese siguiente paso fue lo que condujo a la muerte de nuestra relación o, al menos, a que me diera cuenta de que era un cerdo tramposo.
—Sí… —Le di pie a que continuara. Tenía la sensación de que no podía aportarle gran cosa, ya que mi experiencia era nula en lo que al acto sexual se refería; pero saltaba a la vista que Morgan necesitaba hablar.
—Sé que solo llevamos saliendo unos meses, pero él está en segundo de bachillerato. No quiero esperar a que se vaya. Tampoco me apetece seguir la típica costumbre de hacerlo después del baile de fin de curso. No sé.
—Bueno… —respondí con evasivas, porque no tenía ni idea de qué decir a continuación—. Supongo que… si no estás segura, probablemente deberías esperar hasta que lo estés.
Asintió con gesto pensativo.
—Tienes razón. Lo que tengo claro es que quiero que sea especial. No es mi intención que esto se convierta en un asunto relacionado con el club ni nada parecido, pero me preguntaba si habrá alguien con quien debería hablar.
—Sé que Amy lo ha… experimentado —el hecho de no poder decir en alto «ha perdido su virginidad» o «ha practicado sexo» dejaba a las claras que yo no era la persona adecuada con la que mantener esa importante conversación—. Pero, si recuerdo bien, no fue nada del otro mundo. Seguro que a alguna otra chica le habrá ido mejor; ese detalle no está precisamente incluido en el formulario de inscripción del club.
—¿Ah, no? Qué lástima —se echó a reír—. Bueno, te agradezco mucho que me hayas escuchado.
—De nada, siempre que quieras. Ya lo sabes —aunque yo fuera del todo incompetente en cuanto al tema.
—Bueno, ¿y tú?
Respondí con mi más maduro: «¿Eh?».
—¿Ryan y tú habéis hablado de…? —dejó la idea en el aire.
—¡No! —respondí con un horror un tanto exagerado. La manera en la que estaba manejando la conversación dejaba dolorosamente claro que no estaba preparada para dar ese paso. Traté de combatir los recuerdos sobre la traición de Nate, que empezaban a salir a la superficie. Aún me parecía escuchar los ecos de la cruel risa de Nate y de esa chica cuando los sorprendí.
Ni que decir tiene, aquello me hizo preguntarme si el propio Ryan estaba contemplando la posibilidad. Sabía que él y Diane habían pensado hacerlo, pero que no llegó a pasar.
—¡Eh! —Tyson se acercó, seguido de Ryan, que sujetaba un fajo de tiques—. ¿De qué habláis vosotras dos?
—¡DE NADA! —chillamos Morgan y yo al unísono. Nos habían cazado in fraganti.
Tyson se echó a reír.
—Vale, vale, lo pillo. Cosas de chicas.
En realidad, yo pensaba que no lo había pillado, para nada.
Morgan miró las manos vacías de Tyson.
—Por lo que veo, la partida no ha ido bien.
Tyson miró a Ryan con un gesto de derrota.
—Debería haber sabido que no hay que competir con un deportista en un juego de deportes.
—Te lo avisé —Ryan me rodeó con los brazos, y al notar su roce me puse un poco en tensión. Se echó atrás, percibiendo mi incomodidad—. Podemos jugar a uno de tocar la guitarra, si piensas que igualaría el marcador.
Tyson arrugó la nariz.
—Tocar la guitarra en un videojuego o en la vida real son dos historias que no tienen nada que ver.
Morgan decidió subir la apuesta.
—¿Y si nos echamos una partida al juego de tocar la guitarra y yo os enseño a los dos? El que pierda paga la pizza.
Tyson y Ryan no estaban dispuestos a aceptar la proposición de Morgan de ninguna manera.
Mientras nos dirigíamos a jugar la partida, Ryan me atrajo hacia él.
—¿Va todo bien? Pareces un poco distante.
—Sí, estoy perfectamente —mentí.
Se detuvo y me miró de frente.
—Escucha, Bloom, te olvidas de lo bien que te conozco. Tienes ese gesto en la cara que significa que estás desconcertada, o preocupada, o puede que las dos cosas. Así que te vuelvo a preguntar: ¿va todo bien?
Miré a Ryan y no pude evitar la sonrisa que se extendió por mi rostro. Me estaba portando como una tonta, preocupándome por una conversación que no tenía que ocurrir hasta meses después, quizá más tarde aún.
Lo mejor de salir con un chico al que has conocido prácticamente toda tu vida es que sabes la clase de persona que es. Ryan nunca me obligaría a hacer algo para lo que yo no estuviera preparada. Yo sola me estaba agobiando sin ningún motivo.
Me incliné hacia él.
—Todo está genial —luego, lo sorprendí con un beso en los labios.
—¡Guauu! —exclamó cuando lo solté—. Ha sido increíble. Y en público.
Hice caso omiso de sus bromas (del todo injustificadas) y lo arrastré de la mano hasta donde esperaban Morgan y Tyson.
—De acuerdo, chicos, me apunto —metí la mano en el bolsillo de mis vaqueros en busca de monedas—. Y os lo advierto: mis padres exigen una partida de Beatles Rock Band en familia una vez por semana. Preparaos para entregar esos tiques e invitarme a una pizza.
Ryan podría ser el deportista; Tyson, el rockero, y Morgan, la jugona. Pero ninguno de los tres estaba a mi altura en ese videojuego.
Utilicé mis ganancias para comprarle a Ryan una minicanasta de baloncesto con el logo de los Chicago Bulls. Parecía algo propio de una novia… y decidí que era un momento tan bueno como cualquier otro para empezar a ser una novia mejor.