Veintiséis

—¡Penny, despierta! —me dijo una voz.

Traté de abrir los ojos, pero los párpados me pesaban demasiado. Miré de reojo y vi a la enfermera del instituto de pie, inclinada sobre mí. Tracy y Diane estaban a su espalda, parecían muy preocupadas.

—¿Qu-qué… qué…? —Intenté hablar, pero tenía la boca seca.

La enfermera sujetaba un vaso de agua con una pajita. Bebí con avidez.

—Pequeños sorbos —advirtió—. Creo que estás deshidratada, así que tienes que dar sorbos pequeños para que tu cuerpo absorba el líquido como es debido.

No le hice caso y seguí bebiendo. Reconocí la habitación y me esforcé por recordar cómo había llegado allí.

—Te desmayaste… —empezó a explicar la enfermera.

—Y nos pegaste un susto de muerte —continuó Tracy—. Te dije que te marcharas a casa. Tienes una pinta horrible, Pen. Te has metido una paliza y lo estás pagando.

Diane le dio un codazo a Tracy.

—Ya basta.

—Lo siento —Tracy me dedicó una débil sonrisa—. Estoy muy preocupada por ti, y tu madre te va a echar una buena bronca.

A la mención de su persona, mi madre entró como una exhalación por la puerta de la enfermería.

—¿Qué ha pasado, por Dios?

Escuchó a la enfermera pacientemente, pero se puso a comprobar mis signos vitales, queriendo aportar una segunda opinión.

Mi padre llegó corriendo unos minutos después. Mis padres y la enfermera hablaron largo y tendido. Escuché las palabras «agotamiento», «deshidratación» y «descanso». También oí a mamá repetir una y otra vez que ya me había advertido que me tomara las cosas con calma.

Tracy se acercó al lado de mi cama mientras los adultos continuaban su asamblea en un rincón.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, aún tratando de atar cabos.

—Estabas hablando con Hilary. Dice que, de repente, te pusiste blanca y te desmayaste, sin más. Yo estaba a un par de metros de distancia y vi cómo te caías, pero di por sentado que te habías tropezado o algo por el estilo —Tracy agarró mi mano fría con la suya, caliente—. Bruce estaba conmigo y salió disparado hacia ti. Fue entonces cuando supe que algo iba mal. Bruce, Hilary y yo intentamos despertarte, pero no reaccionabas, salvo por algunos titubeos incoherentes… ya sabes, típicos de ti —Tracy trataba de actuar restando importancia a la situación, y se lo agradecí—. Bruce te recogió del suelo y te llevó a la enfermería.

—¿Ah, sí? —Me sentí agradecida a Bruce, pero también avergonzada porque me hubiera llevado en brazos por el pasillo, delante de todo el mundo.

Tracy hizo un gesto de afirmación, impresionada.

—Sí, y casi todas las chicas del club lo siguieron. Ahora están ahí afuera, deseando saber cómo te encuentras. En Secretaría no están muy contentos de que tantas de nosotras nos hayamos saltado la clase; pero, a ver, decidimos plantarnos. Braddock parece molesto, pero no nos obligó a volver a clase. Todas queremos asegurarnos de que te encuentras bien.

—¿Las chicas del club están fuera, esperando? —me conmovió su apoyo incondicional.

Diane se acercó a la cama.

—Claro que sí. Bruce también —intercambió una mirada con Tracy—. Y Ryan.

¿Por qué me sorprendía tanto que Ryan estuviera al otro lado de la puerta? Me había desmayado delante de la práctica totalidad del instituto.

Solté un gruñido al recordarlo, y mi reacción provocó el pánico entre los presentes en la enfermería.

—¿Qué te pasa? ¿Qué ocurre? —Mi madre se acercó y me agarró de la muñeca para comprobar el pulso.

—Me duele la cabeza —respondí, lo que en parte era verdad.

Mamá metió la mano en su bolso y sacó una aspirina y otro medicamento para el resfriado. Daba la impresión de que había asaltado la farmacia antes de marcharse. Obediente, me tomé las pastillas siguiendo sus instrucciones. Tracy se fue para recoger mis libros.

—Te vienes a casa y te quedas allí el resto de la semana —decretó mamá. Yo estaba tan cansada que tuve que estar de acuerdo con ella. Solo me iba a perder un par de días de instituto, y eso me daría tiempo extra para trabajar en el maratón de baile.

Como si me pudiera leer la mente, mi madre me lanzó una mirada de advertencia.

—Y vas a descansar, Penny Lane. Puedes hacer deberes, pero nada más. Y, Diane, creo que el club debe reunirse en otro sitio este fin de semana. Penny Lane necesita descanso. Punto.

Diane asintió enérgicamente. Sabía distinguir cuándo la única opción que te quedaba era darle la razón a mi madre. Y cuanto antes, mejor.

Al incorporarme, la cabeza me empezó a palpitar. Tuve que recobrar el equilibrio. Mi padre acudió a mi lado para ayudarme.

—Ten cuidado, pequeña. ¿Quieres que te levante en brazos?

Negué con la cabeza, pues no quería que la gente pensara que estaba aún más débil. Aguardé unos segundos hasta que cesaron las palpitaciones y luego traté de incorporarme de nuevo. Tuve que beber un poco de zumo antes de que me permitieran marcharme.

La enfermera dirigió la vista hacia la puerta.

—Un público que te adora te está esperando —me tocó el hombro con suavidad, como si yo fuera una frágil muñeca de porcelana.

—Gracias —por fin me levanté, y mi padre me ayudó a estabilizarme rodeándome la cintura con el brazo—. Creo que estoy bien, papá. Cansada, nada más. Me dormiré en cuanto llegue a casa —le prometí.

Cuando se abrió la puerta, los suaves murmullos al otro lado cesaron de repente. Sentí una enorme presión para parecer que estaba perfectamente aunque, por las miradas de inquietud que todo el mundo en la enfermería me había estado lanzando, estaba segura de que no había gran cosa que yo pudiera hacer para fingir que me encontraba bien.

Me planté una sonrisa en la cara al doblar la esquina, y vi las miradas de preocupación de mis compañeras del club. Algunos miembros del personal de Secretaría se mostraban enfadados y empezaron a rellenar fichas de retraso.

—Hola a todos. Perdón por el susto —dije—. Me voy a casa a dormir unos cuatro días, pero luego volveré en plena forma —una a una, examiné las caras de aquella familia que me había construido a lo largo de los últimos seis meses. Con cautela, me dirigí a la salida de la enfermería, tratando de mirar a los ojos a cada una de mis amigas, para que supieran que de verdad me encontraba bien. También buscaba a Ryan, pero no estaba.

Detuve la mirada en Bruce.

—Muchas gracias. Espero que no te lesionaras la espalda.

Negó con la cabeza.

—Tranquila. Me alegro de que estés mejor.

—Sí, gracias. Ojalá que nadie se meta en líos por saltarse la clase.

—¡Por favor! —intervino Tracy. Alargó las manos como si pusiera dos opciones en la balanza—. Ir a clase o acompañarte a ti. ¡Como si hubiera duda!

Ante ese comentario, la encargada de Secretaría carraspeó y empezó a entregar fichas de retraso para que los alumnos, por fin, regresaran a clase.

Mi padre metió mis cosas en el coche de mamá y me fui a casa con ella. Durante el trayecto cerré los ojos y no veía el momento de desplomarme en la intimidad de mi habitación. Al subir las escaleras, me notaba muy pesada. Ni siquiera me molesté en quitarme los vaqueros antes de meterme bajo las sábanas.

Mi madre llamó a la puerta con suavidad.

—Te he traído zumo y galletas saladas —se sentó al borde de la cama—. ¿Te encuentras bien? Me refiero a todo lo que ha estado pasando últimamente. Parecías tan ensimismada, tan concentrada en ese maratón de baile que no sé si de verdad has tenido tiempo para enfrentarte a… —Mamá me examinó el semblante, preguntándose hasta qué punto debería presionarme.

Me acurruqué de costado justo cuando un oportuno bostezo se apoderó de mí.

—Es este resfriado absurdo y, tienes razón, quizá me he estado forzando demasiado. Pero ahora… me voy a…

Entonces, me dejé vencer por el sueño. Me trasladé a un lugar donde carecía de responsabilidades, donde no me hacía falta fingir que era feliz cuando no me apetecía, donde no tenía el corazón destrozado.

Por lo general, en mi casa, si alguno de nosotros dormía más allá de las nueve, aunque fuera fin de semana, mi madre lo despertaba. Su postura siempre había sido que si duermes de más, estás desperdiciando el día.

Quién iba a saber que lo único que hacía falta para que te dejara dormir era que te desmayases en el instituto. Así que me dejó tranquila y dormí, dormí, y seguí durmiendo. Resultaba increíble lo bien que veinte horas de sueño me hicieron sentir. Al día siguiente seguí el consejo de mi madre y no hice nada, salvo algunos deberes.

El jueves por la tarde estaba viendo la televisión en el sótano cuando oí el timbre. Había conseguido convencer a mis padres de que podía quedarme sola, de modo que subí trabajosamente la escalera y abrí la puerta antes de comprobar quién era. Si hubiera conocido la identidad de la persona que había al otro lado, al menos habría procurado arreglar mi coleta desaliñada, o correr al piso de arriba para tratar de no parecer la persona sin techo que aparentaba ser en ese momento.

—Hola —saludó Ryan con timidez.

—Hola —respondí—. ¿Qué estás…? —Mi primera reacción fue que estaba viendo visiones.

Sujetó en alto una bolsa.

—Te he traído algunas cosas.

Miré el reloj del cuarto de estar; eran casi las 14.00.

—¿No deberías estar en Historia ahora mismo?

—Estoy en el médico —me hizo un guiño.

—¿Te has saltado la clase? —pregunté—. Tu trayectoria descendiente continúa…

Frunció un poco el ceño ante mi comentario.

—¿Quieres que te dé la bolsa o me vas a dejar entrar?

Me quedé parada, mirándolo. No me podía creer que estuviera allí.

—Creí que me odiabas —espeté con brusquedad sin poder evitarlo. Le eché la culpa al agotamiento.

Ryan negó con la cabeza.

—No te odio, Penny. Estoy furioso contigo, sí; pero no te odio.

—Es razonable —me aparté para que pudiera entrar. Ryan tenía todo el derecho a estar furioso conmigo por haberle hecho daño. También me debería haber odiado por todo lo que le había hecho, pero no me odiaba. La simple idea me hizo sentir considerablemente mejor.

Ryan se dirigió a la cocina y empezó a vaciar la bolsa.

—He traído Gatorade para que te ayude a hidratarte, helado para el dolor de garganta y… —desenvolvió una bolsa de plástico. El olor me llegó a la nariz y mi estómago se puso a gruñir al instante— patatas fritas con queso… porque son patatas fritas con queso.

Estuve a punto de lanzarme a las patatas; en vez de eso, saqué dos tenedores y empecé a clavar el mío.

—¿Te apetece? —pregunté con la boca llena.

—Ya he comido. Aparte de que tú las necesitas más que yo.

—Gracias —respondí antes de elegir una patata con una capa especialmente gruesa de queso.

—Ah, se me olvidaba —metió la mano en su cartera de bandolera y me entregó a Abbey, la morsa, mi juguete de la infancia que le había regalado a la hermanastra de Ryan—. De parte de Katie. Quiere que te mejores pronto.

Abracé a mi vieja amiga de peluche, ni una pizca avergonzada porque Ryan fuera testigo del cariño que sentía por un objeto inanimado. Me coloqué a Abbey en las rodillas y seguí comiendo las patatas fritas. Me debería haber resultado incómodo estar tan cerca de Ryan, sobre todo por la tensión que había existido entre nosotros. Sin embargo, me confortaba que estuviera allí conmigo.

Tardé solo unos minutos en dejar el plato limpio y beberme un vaso de Gatorade.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Ryan mientras, nervioso, se pasaba los dedos por el pelo.

—Mejor. Te lo agradezco mucho. Obviamente —señalé el plato vacío.

—Ayer nos diste a todos un buen susto —hizo una pausa—. Sobre todo a mí. Supongo que yo tenía razón.

—¿Tú tenías razón?

¿Cuándo no tenía razón Ryan? Excepto en lo relativo a su desconocimiento de las muchas maneras en las que le había destrozado la vida.

—Estabas trabajando demasiado.

—Lo sé, es absurdo, creo que estaba… —Intenté encontrar las palabras adecuadas para hacer que todos los demás se sintieran mejor sobre lo que me había pasado. En las últimas veinticuatro horas, había gastado la mayor parte de mi energía en responder mensajes acerca de mi salud.

Ryan alargó el brazo y me agarró la mano. Conmocionada, me quedé mirando nuestras manos. Era algo a lo que me había acostumbrado cuando aún estábamos juntos, pero ahora…

Se inclinó hacia delante.

—Esto no te exime de lo que has hecho, pero lo único que quiero es que te pongas mejor. Sin poder evitarlo, me siento un poco culpable por haber estado tan frío contigo últimamente.

—¿Me tomas el pelo? Yo soy la única persona culpable del desmayo. En cuanto a nosotros… —Qué raro me hacía pensar en Ryan y en mí como «nosotros»—. Yo he sido quien no se acercaba a nuestras taquillas. Yo he sido quien te ha estado evitando. Todo lo he hecho yo, y todo es culpa mía —expliqué, confiando en que entendiera que no solo me refería al último mes—. Hasta tú mismo lo tienes que admitir: de alguna manera me merecía esa frialdad.

—Sí, tienes razón —se echó a reír y me apretó la mano—. Penny, te he echado mucho de menos.

Estaba tan cerca de mí que me volví a sentir mareada, pero no de agotamiento. Aunque había sido yo quien había roto, no estaba preparada para que ninguno de los dos pasara página. Me moría de ganas de contarle todo, de suplicarle que me volviera a aceptar; pero eso no cambiaba el porqué habíamos tenido que romper. Además, no me encontraba en condiciones para añadir más estrés a mi vida antes del maratón de baile. Tal como estaban las cosas, resultaba evidente que no era capaz de enfrentarme a todo lo que tenía delante. A no ser que se tratara de un plato de patatas fritas con queso.

Pero lo cierto era que yo también lo echaba de menos. Podía evitar verlo, podía abarrotar de planes mis días y mis fines de semana. Pero, en definitiva, nada conseguía llenar el hueco de no tenerlo conmigo.

—Ryan —no sabía qué le iba a decir. No sabía qué podía decirle para que se enterase de todo lo que yo sentía.

Se trasladó al asiento al lado del mío sin dejar de mirarme a los ojos con sus ojos azules. A diferencia del día anterior, cuando me había sentido tan distante, tan despojada de mi entorno, esta vez percibía un zumbido de emoción a mi alrededor. Al tenerlo a tan poca distancia, notaba un hormigueo en el cuerpo y mis sentidos estaban alerta. Seguí intentando pensar en qué decirle, pero me encontraba totalmente perdida. Todo lo que quería hacer era estar junto a él. Había guardado las distancias con Ryan el pasado mes, pero ahora, al tenerlo tan cerca, mi cuerpo reaccionaba.

Tiró hacia sí de mi mano, agarrada a la suya. Instintivamente alargué los brazos hacia él y, antes de que me pudiera dar cuenta de lo que hacíamos, sus labios estaban sobre los míos. Me atrajo hacia él y lo abracé por el cuello. Fue como si en su beso estuviera la respuesta a lo que de verdad me estaba enfermando.

Ignoraba por completo si nos habíamos besado durante segundos, minutos u horas. Solo sabía que no quería que terminara. No quería apartarme de él y enfrentarme a la dura realidad del precio que Ryan se había visto obligado a pagar por estar conmigo. Entonces, oí el ruido de la puerta del garaje al abrirse. En silencio, maldije a quien fuera el que llegaba a casa.

—Dios, cuánto lo echaba de menos —comentó Ryan, falto de aliento. Sus manos me seguían rodeando la cintura.

—Yo también —admití.

Nos besamos a toda prisa una vez más antes de apartarnos el uno del otro. Di un largo trago de agua, confiando en poder tragarme todo lo que le quería decir.

La puerta que daba al garaje se abrió. Mi madre se paró de pronto al ver que teníamos visita.

—Ah, hola, Ryan. No sabía que estabas aquí. He venido para ver cómo se encuentra Penny Lane —me dedicó una fugaz sonrisa que aumentó de tamaño cuando se fijó en mi rostro—. Parece que estás mucho mejor. Te ha vuelto el color a la cara —se acercó y me puso el dorso de su mano en la mejilla—. Estás ardiendo. Deja que te tome la temperatura —salió corriendo a recoger el termómetro del cuarto de baño.

Yo no podía mirar a Ryan a los ojos. Los dos sabíamos lo que había provocado que la temperatura se me disparara. Eché una mirada de reojo y vi que tenía las mejillas coloradas.

—Probablemente deberías irte antes de que mi madre decida tomarte la temperatura a ti también.

—Merecería la pena —miró hacia atrás para asegurarse de que el terreno estaba despejado y me plantó otro beso rápido—. Vendré a verte este fin de semana. Si necesitas cualquier cosa, dímelo, ¿de acuerdo?

—Sí —lo besé otra vez antes de que se levantara para marcharse.

Oí que hablaba con mi madre en el vestíbulo antes de que ella regresara y me metiera el termómetro en la boca de un empujón.

—Ryan ha sido muy amable al pasarse por aquí. Creía que las cosas estaban… —Me miró y levantó una ceja. Agradecí que el termómetro me impidiera darle una respuesta.

No tenía ni idea de cómo estaban las cosas entre nosotros. Todo lo que sabía era que no podía negar lo mucho que sus besos significaban para mí y lo mucho que deseaba que me volviera a besar cuanto antes.