Trece

Como regalo de cumpleaños, debería haber pedido la capacidad para volver atrás en el tiempo.

Ryan no contestó a ninguno de mis mensajes el domingo por la noche. No contestó el teléfono cuando lo llamé. Y mientras caminaba hacia nuestras taquillas aquel lunes por la mañana, temía el recibimiento con el que me iba a encontrar.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Tracy cuando llegamos a la sección del pasillo donde ella tenía que girar para ir a su taquilla.

—No, estaré bien —ambas sabíamos que era mentira.

Tuve sentimientos encontrados de alivio y ansiedad cuando vi a Ryan junto a su taquilla, guardando su abrigo.

—Hola… —dije con cautela—. ¿Cómo va todo?

Cerró la taquilla.

—Muy bien. Tengo que hablar con la señora Cowan —se dio la vuelta para alejarse.

—Mira, Ryan —me planté delante de él—. Se que la fastidié. En serio. No sé cuántas veces quieres que te pida perdón, pero me quedaré aquí el día entero si hace falta.

—Necesito tiempo —dijo, y luego se apartó a un lado y siguió andando por el pasillo.

Aturdida, me dirigí a mi primera clase. Oí que decían mi nombre, pero no me pude concentrar.

—¡Penny! —Diane me dio un leve codazo—. Parece que estás en otro mundo.

—No me apetece hablar del tema —le espeté.

—Mmm, vale.

—Aunque quizá debería preguntártelo yo a ti, ya que él te lo cuenta todo a ti.

Arrugó la frente.

—¿De qué estás hablando? ¿Va todo bien?

Me detuve en seco y me quedé mirándola.

—¿En serio no lo sabes?

Negó con la cabeza.

—Saber… ¿qué? No tengo ni idea de qué hablas.

—Creo que Ryan y yo vamos a romper —no quería admitirlo, solo decirlo me dolía; pero era el único resultado que me podía imaginar después de lo que había pasado.

¿Cómo? ¿Qué pasó ayer? No puede haberse enfadado hasta tal punto porque llegaras tarde.

—No… —admití—. Fue porque llegué tarde y no tenía nada planeado, y siempre lo pongo en segundo lugar con respecto a todo lo que hago en mi vida. No le culpo por estar enfadado conmigo. No puedo ser la novia que eras tú.

—Sabes muy bien que no debes compararte con los demás.

—Está claro —señalé con un gesto el pelo, el cuerpo y la ropa de Diane, un ejemplo de perfección.

—No me refiero a eso. Compararte con los demás solo te sacará de quicio. Sabes que yo no era la novia perfecta. Dependía de él. Me ponía de los nervios si no tenía noticias suyas mañana, tarde y noche. Dale un tiempo para que se calme —Diane enganchó su brazo con el mío—. Sabes que está loco por ti. Se le pasará antes de que te des cuenta.

Diane era una de las personas más inteligentes de nuestra clase. Estaba acostumbrada a tener razón sobre casi todo. Por lo general, me fiaba de su criterio.

Pero yo había estado allí. Había visto lo disgustado que estaba. Sabía lo que había hecho (o, más exactamente, lo que no había hecho). Pensaba que no se le iba a pasar.

Hay ciertas cosas en el instituto que te acostumbras a ver a diario: tu taquilla, la secretaría, los baños, el profesor con uno de esos peinados cutres para taparse la calva, las vitrinas con trofeos que bordean el pasillo.

Así que cuando entré en la cafetería, inmediatamente me percaté de que faltaba algo. Algo había cambiado.

Y entonces me di cuenta.

Ryan no estaba sentado a la mesa habitual con Todd y el resto de sus amigos. Estaba con Bruce, ocupando una mesa pequeña en un rincón.

—¿Qué pasa? —le pregunté a Tracy mientras me sentaba.

Tracy, siempre en primera línea de los cotilleos del McKinley, me dio la exclusiva.

—Ryan fue a su mesa, como siempre, aunque tuvo la sensatez de sentarse al lado contrario de Todd. Pero Todd estaba en plan «ni hablar, tío, ya has elegido bando» y, básicamente, lo echó.

Otro elemento más para añadir a la lista de las cosas horribles que yo le había hecho a Ryan. Sabía que el único problema de Todd con Ryan era que estaba conmigo. Y el hecho de que Ryan se hubiera enfrentado a Todd el sábado. Por esos delitos menores, había sido exiliado de su grupo de amigos.

La tensión se palpaba en toda la cafetería. En el comedor abundaban los susurros y las miradas curiosas. Por su parte, Ryan fingía estar absorto en la historia que Bruce le contaba, fuera cual fuese.

Por descontado, Todd iba a manejar el desafío por parte de Ryan como un niñato mimado, pero no me podía creer que los demás amigos de Ryan, como Don y Brian, no se enfrentaran a Todd.

¿Por qué Ryan tenía que sufrir por mis pecados? Bueno, en realidad no eran mis pecados, porque yo no había hecho nada malo.

Tal vez Ryan no tendría que ser el único que pusiera a Todd en su sitio. Tal vez debía yo recordarle a Todd un par de cosas. No había tenido que hacerlo todavía… aquella semana.

—Pen —dijo Tracy—. Conozco esa mirada, y es una mala idea.

—¿Qué mirada? —pregunté con inocencia.

Me dedicó una sonrisita.

—Venga ya. La mirada que dice que quieres plantarte ahí a bajarle los humos a Todd.

—Y para ti sería un problema porque…

Tracy bajó la voz.

—Porque ahora mismo las cosas entre Ryan y tú no van tan genial. Así que seguramente no te agradecería que montaras un pollo monumental en su nombre.

—Pero siento que debería hacer algo. Quizá esto demuestre que él me importa de verdad, ¿no? —razoné mientras apartaba a un lado mi bandeja de comida.

—Lo que tienes que hacer es estar ahí para él, sobre todo ahora.

—Pero si lo he intentado —mi voz sonaba tan exhausta como yo misma estaba.

—Dale tiempo. Está quemado. Se le pasará —alargó el brazo y me dio unas palmadas en la mano—. Venga, toma mi brownie.

A Tracy le encantaba el dulce y nunca renunciaría a un brownie a menos que yo tuviera un problema importante.

Me pasé el resto del almuerzo escuchando a todo el mundo hablar de sus clases de la mañana e ignorando la bomba de relojería sentada a una mesa pequeña, en un rincón del comedor.

Decidí que lo mejor iba a ser pasarme el día con la cabeza gacha. Si Ryan estaba dispuesto a ignorarme, yo haría todo lo posible por ignorar el pánico que empezaba a extenderse por todo mi cuerpo.

No es que nunca antes me hubieran dejado, pero la idea de que Ryan rompiera conmigo era más de lo que podía soportar.

Al doblar la esquina para ir a la clase de Español, Bruce me alcanzó.

—¡Hola Penny! «¿Cómo estás?» —se interesó en correcto español.

—Muy bien —no tenía la energía para traducir mi respuesta al español. Aún me seguía costando descifrar mi propio idioma—. ¿Qué tal el almuerzo?

—Bien. Ryan es un tío legal —respondió, o bien porque no conocía los problemas entre Ryan y yo, o porque era un actor de primera—. De hecho, quería hacerte una pregunta.

—Dispara —me dispuse a entrar al aula, pero Bruce se detuvo junto a la puerta.

—Sí, a ver, ¿crees que Tracy aceptaría quedar conmigo? —Sus ojos rebosaban de esperanza.

Me sabía fatal tener que destruir su ilusión.

—En este momento Tracy no sale con chicos —me estaba quedando corta—. Está muy comprometida con el club, y no creo que acepte que alguien le pida salir.

Bruce asintió lentamente.

—¿Podrías hablar con ella de mi parte? ¿Enterarte de si estaría dispuesta a salir a cenar? Me parece fantástica. Divertida, guapa y, ya sabes, un poco rebelde —se echó a reír.

Yo lo sabía de sobra.

Pensé que no habría manera de hacer que Tracy cambiara de opinión, aunque me preocupaba un poco que el club le hubiera quitado las ganas de volver a tener citas en plan romántico. Había pasado de estar obsesionada y fantasear constantemente con salir con chicos a poco menos que ridiculizar el hecho en sí de quedar con ellos. Quizá sería bueno para ella salir un día con un buen chico, como Bruce.

Había apoyado tanto a Ryan y al club que decidí echarle una mano.

—Claro, ¿por qué no?

Reflexioné que entre las tres personas más cercanas a mí —Tracy, Diane y Ryan—, Tracy era la única con la que no me había puesto furiosa ni me había peleado en las últimas veinticuatro horas. Tratar de ver si aceptaría quedar con un chico era mi mejor oportunidad para salir ganadora por partida triple.

O vas a por todas, o te quedas en casa.

Ay, qué ganas de quedarme en casa.