Uno
Era increíble lo rápido que las cosas podían cambiar.
Solo habían pasado seis meses desde que creía que estaba enamorada de uno de mis mejores amigos desde que nací.
Cinco meses desde que ese canalla mentiroso y estafador me había destrozado el corazón.
Cuatro meses desde que fundé el Club de los Corazones Solitarios como socia única.
Es decir, cuatro meses desde que todo cambió.
Pasé de tener un puñado de buenos amigos a contar con cerca de treinta chicas que me apoyaban siempre que las necesitaba (lo que ocurría con frecuencia). Había gente que me admiraba por defender a mis amigas y a mí misma. Aunque, por descontado, también suponía que otras personas me ridiculizaban en público por ir a contracorriente.
Pero merecía la pena, totalmente.
Y ahora había pasado un mes desde que empecé a salir con Ryan. Bueno, en sentido estricto, veintidós días desde nuestra primera cita. No es que me dedicara a calcular el tiempo ni nada parecido. (Vale, un poco sí).
Si bien era consciente de que no existen dos relaciones idénticas, en un primer momento no había caído en la cuenta de lo diferente que era Ryan de todos los chicos con los que había salido. Aunque, en retrospectiva, lo que había tenido con aquellos chicos (más bien críos inmaduros) no podía llamarse exactamente «relación». Íbamos al cine y a tomar pizza, poco más. Se trataba más bien de tener a alguien con quien recorrer los pasillos, alguien con quien comer al mediodía, alguien con quien matar el tiempo después de clase. Pero solo me aportaban inseguridad. Nunca lo sentí como algo real.
Estar con él era otra historia. Quería estar con Ryan por él mismo, y no porque necesitara un novio. Y Ryan quería estar conmigo por mí, no porque hubiera una vacante para el puesto de Novia de Ryan Bauer. Nos gustaba pasar tiempo juntos. Era mutuo.
Bueno, tal vez no todo era completamente mutuo…
—Venga, Penny, no es para tanto —Ryan, impaciente, alargó la mano—. Todas las parejas lo hacen.
Aunque yo no tenía tanta experiencia como Ryan en cuanto a las relaciones, sabía que mi reacción no era desproporcionada.
Ryan estaba equivocado.
Era un paso importante.
Un paso para el que no estaba segura de estar preparada.
Quizá otras parejas lo hacían sin parar, pero yo no estaba lista para adquirir semejante compromiso tan pronto. Solo llevábamos saliendo unas semanas. No quería precipitarme en ningún sentido.
Existen ciertas cosas para las que no hay marcha atrás.
Una sonrisa se le extendió lentamente por el rostro, sus ojos azules lanzaban chispas traviesas.
—Vale, sé cómo convencerte.
Se apartó unos centímetros de mí, como si necesitara montones de espacio para lo que se disponía a hacer, fuera lo que fuese. Se aclaró la garganta, me dedicó otra sonrisa y empezó a dar palmas siguiendo el ritmo. Clap, clap. Clap. Clap, clap. Clap.
Entonces, en mitad del patio de restaurantes del centro comercial, se puso a cantar a pleno pulmón: Oh, yeah, I’ll tell you something, I think you’ll understand… La gente empezó a mirar en nuestra dirección, pero él no se dejó intimidar. Siguió cantando, aunque en más de una ocasión había demostrado que no sabía cantar sin desafinar. Ryan tenía todo lo que una chica puede desear de un chico, eso seguro; pero también era aparentemente incapaz de pasar vergüenza.
Por otra parte, a mí me entraron ganas de esconderme detrás del puesto de información del centro comercial para que nadie me pudiera ver la cara, roja como un tomate. Supe que solo había una forma de detenerlo.
—¡Muy bien! —Cedí. Le agarré de la mano y entrelacé nuestros dedos—. ¿Contento?
Sonreía de oreja a oreja.
—Sí, muy contento. Ay, cuánto me gustan los Beatles.
—Sí, estarían muy orgullosos —me lo llevé a rastras de la escena del crimen musical. No tenía sentido explicarle que no eran los Beatles quienes habían conseguido que se saliera con la suya; fue mi miedo a montar una escena lo que me hizo claudicar. No es que no me apeteciera agarrar a Ryan de la mano… pero al presentarnos en público como pareja me sentía demasiado expuesta.
Unas cuantas semanas atrás, nada más, yo misma les decía a las chicas que no quedaran con chicos, insistiendo en que todos eran unos mentirosos y unos estafadores, la escoria de la Tierra. Y aunque, en efecto, así sucedía con algunos de ellos (como el canalla de Nate Taylor, por ejemplo), Ryan era maravilloso. Bochornos públicos aparte.
El Club de los Corazones Solitarios había levantado tal revuelo en el McKinley que no quería que pareciera que, al estar con Ryan, me estaba echando atrás. El club era lo mejor que me había pasado en el instituto, no quería que nada lo estropeara. Y era plenamente consciente de que un chico puede estropear las cosas.
Doblamos la esquina para subir las escaleras mecánicas hasta el cine y vi que bajaban varias compañeras del Club de los Corazones Solitarios.
—¡Pen! —Tracy nos saludó con la mano; Jen y Morgan se asomaron a su espalda.
Instintivamente, solté la mano de Ryan mientras se acercaban a nosotros.
—Hola —Tracy me abrazó, y su coleta de color rubio oscuro me rozó la mejilla. Luego, se volvió hacia Ryan—. Bauer —saludó con voz solemne.
—¿Cómo te va, Tracy? —preguntó él con tono alegre, a todas luces queriendo congraciarse con mi mejor amiga. Ya contaba con su aprobación (Tracy era en parte responsable de que por fin estuviéramos juntos); pero cuando se trataba de Tracy, más te valía ganártela todo lo posible.
Tracy lo miró de arriba abajo con gesto exagerado.
—Me va genial, por supuesto. Estoy con mis chicas, he visto una peli, no tengo que aguantar a ningún tío. ¿Qué más se puede pedir?
—Eh… —Ryan no tenía ni idea de qué responder.
Intercedí.
—¿Qué vais a hacer, chicas? Ryan y yo solo estábamos… mmm…, lo vi… —me interrumpí, sin dar crédito a que estaba a punto de inventarme una historia para explicar el hecho de que Ryan y yo estuviéramos juntos. Sin saber por qué, me sentía como si tuviera que medir mis palabras. Aquellas chicas eran prácticamente mi familia, y Ryan y yo nos conocíamos desde hacía años. Debería haberme encontrado cómoda al estar todos juntos, pero no me había acostumbrado a ser «la chica que ahora sale con chicos», especialmente para las amigas con las que había pasado la mayoría de los sábados del último semestre, en los que comparábamos notas acerca de las cosas horribles de las que los chicos eran capaces.
—Te diré lo que vamos a hacer —Jen se dio unas palmadas en el estómago—. Comida. Un montón de comida.
Tracy percibía mi incomodidad. Ladeó la cabeza ligeramente.
—Bueno, tenemos que irnos. Por aquí cerca hay un bollo de canela con mi nombre escrito. Pasadlo bien… pero no demasiado.
—No, tranquila —le prometí. Ryan me pinchó en un costado en señal de protesta—. ¿Cómo es posible divertirse si tú no estás?
—¡Exacto! —replicó Tracy—. ¿Lo ves, Pen? Tú me entiendes. Tú me en-tien-des —pronunció marcadamente, dándose unos golpecitos en el pecho con el puño. El grupo empezó a apartarse, pero Tracy mantuvo su posición—. Recuérdalo, Bauer —se llevó dos dedos a los ojos y luego miró a Ryan—. Te estoy observando —se rio como una maníaca mientras entrelazaba los brazos con Jen y Morgan. Luego, el trío se alejó.
—Está de broma, ya lo sabes —le recordé a Ryan.
Se pasó los dedos por el pelo, oscuro y ondulado.
—Sí, lo sé. Por lo general, los tíos tienen que preocuparse por dar una buena impresión a los padres de su novia, pero yo también tengo que conseguir el consentimiento de más de veinte chicas. Nada de presión, qué va.
Utilizaba la palabra «novia» con toda naturalidad, como si lo nuestro estuviera completamente claro.
Para mí no estaba tan claro. Pero, al mismo tiempo, me gustaba que utilizase la palabra sin vacilar, sin miedo a adquirir un compromiso conmigo.
Lo agarré de la mano otra vez y nos dirigimos a las escaleras mecánicas.
—Venga ya, las chicas del club te adoran —le aseguré—. Ya sabes lo contentas que se pusieron cuando empezamos a salir.
—Sí, es verdad —respondió, y me dio un leve apretón en la mano—. Y, para tu información, mi madre está entusiasmada de que estemos juntos, porque así los sábados tiene canguro asegurado.
Una de las reglas del club consistía en que las reuniones tenían que celebrarse los sábados por la noche, lo que en realidad no era para tanto. Ryan y yo quedábamos los viernes, y a veces pasábamos los domingos juntos si el club no había organizado nada. A ninguno nos importaba.
La risa de Tracy subía como un eco por las escaleras mecánicas. Miré hacia atrás y vi a las chicas carcajeándose de algo.
Ryan me miró a la cara mientras yo veía cómo mis amigas se marchaban sin mí.
—¿Te quieres ir con ellas? —me preguntó.
—No, para nada —pero tenía que admitir que me sentía un poco dolida porque no me hubieran incluido en su plan del día.
Me rodeó con los brazos cuando bajamos de las escaleras.
—Eres una mentirosa pésima.
—¿Ah, sí? —Me incliné sobre él—. Oye, Ryan.
—¿Sí, señorita Penny Lane?
Le miré haciendo aletear las pestañas de forma exagerada.
—Eres un cantante superbueno.
Me hizo cosquillas en el estómago, y reaccioné con un chillido escandaloso. Una pareja que caminaba delante de nosotros se dio la vuelta. Antes de que pudiera seguir protestando, Ryan me abrazó con fuerza y me besó la frente.
En lugar de apartarme como había hecho antes, me apoyé sobre él. A pesar de mis punzadas de celos, era consciente de que necesitaba centrarme en el aquí y ahora. Y justo allí y entonces supe que no había otro sitio donde quisiera estar, y nadie más con quien quisiera pasar mi día de domingo.