Diecisiete

La humillación de una persona era la fuente de la más absoluta diversión de otra.

Tracy se secó una lágrima.

—Es lo mejor que he oído en mi vida, en serio. ¿Crees que podría conseguir las grabaciones de las cámaras de seguridad de la tienda para ver la cara de tu madre?

Hice caso omiso de sus comentarios mientras subíamos por las gradas hasta donde se sentaban las socias del Club de los Corazones Solitarios para el partido del sábado. Diane, Jen y Jessica se reunirían después con nosotras, porque aquella tarde tenían un partido fuera de casa.

Tracy continuó, inconsciente de mi indignación.

—Como ya te he dicho, estas relaciones de instituto no merecen la pena, y punto.

—Gracias por recordármelo. Otra vez.

La sonrisa que Tracy llevaba en la cara se desvaneció.

—Sabes que solo estoy hablando de mí. La historia es tronchante, pero tienes razón. Los romances de instituto pueden ser divertidos… para según quién. Al menos, eso me han contado.

Ignoré su observación pasivo agresiva y descubrí a la madre de Ryan y a su hermanastra de ocho años sentadas en una zona por encima de nosotras.

—Voy a saludar a la familia de Ryan ya que, como sabes, no soy más que un peón en la jerarquía del romance de instituto. ¡Eeeh! —Alcé la voz con un falso gorgorito—. Espero poder llegar hasta allí yo sola, sin que mi novio tenga que acompañarme.

—No me refería a eso, y lo sabes.

Era verdad, pero también era verdad que la opinión negativa de Tracy sobre el hecho de salir con los chicos del instituto procedía de mí.

Katie, la hermanastra de Ryan, me saludó alegremente con la mano al ver que me aproximaba.

—¡Hola, Penny! —dijo elevando la voz. Llevaba una sudadera del McKinley que le quedaba grande.

Le di un rápido abrazo mientras la madre de Ryan me hacía sitio.

—Encantada de verte, Penny —volvió la mirada hacia las socias del club—. Veo que has convencido a las chicas para que salgan esta noche. Es genial. Me cuesta creer lo grande que se ha hecho el grupo. Y habéis ido más allá de Parkview. Debes de estar muy emocionada.

Me invadió aquel familiar sentimiento de orgullo.

—Gracias, la verdad es que no me puedo creer… —Mi voz se fue apagando al ver que la madre de Ryan se llevaba una mano a la boca como si estuviera a punto de vomitar.

—¿Va todo bien? —pregunté.

Asintió con la cabeza, incrédula.

—Sí, es…

Volví los ojos a la entrada, por donde un hombre de cierta edad acababa de pasar. Me sonaba de algo, pero no acababa de identificarlo. Llevaba vaqueros oscuros y una cazadora de cuero negra que parecía de mucha calidad. Era alto, delgado, de pelo negro ondulado con algunas canas en las sienes y ojos azules.

—¿Es el padre de Ryan? —pregunté, casi asustada ante la respuesta.

La madre de Ryan asintió con lentitud.

—Sí. Si la montaña no va a Mahoma…

Saltaba a la vista que ignoraba por completo que iba a acudir, de modo que me imaginé que Ryan tampoco sabía nada. Sin embargo, la reacción de Ryan sería de furia, más que de conmoción.

—Yo, eh… tengo que irme —me excusé. Parecía que el recién llegado iba a acercarse, y no quería estar presente cuando lo hiciera. No quería conocer al padre de Ryan, sobre todo después de lo que le había hecho a su hijo. No quería traicionar a Ryan siendo educada con su padre cuando su padre no era capaz de mostrar la misma cortesía a su único hijo.

Una vez que regresé a mi sitio, estuve observando a Ryan durante el calentamiento para ver cuándo se daría cuenta de que su padre estaba allí. No se me ocurría ninguna manera de avisarlo. Quizá ya lo sabía y estaba haciendo un excelente trabajo a la hora de pasarlo por alto. Yo era consciente de que Ryan era un atleta que se concentraba mucho, pero era imposible que la situación no le afectara.

Después del himno nacional, anunciaron a los jugadores titulares. Las socias del club lanzamos escandalosos vítores en apoyo del McKinley, aunque nos mostramos mucho más discretas cuando nombraron a Todd. Cuando dijeron el nombre de Ryan, este salió hasta el centro de la cancha y entrechocó las manos con sus compañeros de equipo. Volvió la vista un instante hacia donde su madre estaba sentada; luego, se quedó inmóvil.

Vio a su padre.

Probablemente, cualquier otra persona que hubiera mirado a Ryan no se habría dado cuenta de nada, puesto que, a toda velocidad, volvió a sacudir los brazos y las piernas. El equipo formó un corrillo otra vez. Todd le dijo algo a Ryan, lo que tuvo como resultado que Ryan le pegara un empujón. No supe si se trataba de la típica broma entre compañeros o si Todd estaba actuando a su manera habitual, propia de un cretino.

Desde el salto de inicio, fue evidente que Ryan no estaba concentrado. Falló su primera canasta, perdió control del balón y no pudo frenar una simple bandeja cuando estaba en la defensa. Y eso solo los dos primeros minutos del partido.

Ryan Bauer no fallaba tiros. No permitía que el equipo contrario anotase puntos. Y, desde luego, nunca perdía la calma.

Pero no era su día.

Después de fallar otro tiro, atravesó la cancha corriendo, con las mejillas encendidas por la frustración y la mandíbula apretada al máximo.

—¡VAMOS, RYAN! ¡CONCÉNTRATE! —gritó su padre.

Todd subió la vista hacia la tribuna y, al darse cuenta de quién estaba allí, esbozó una sonrisa engreída que se le extendió por el rostro.

Mientras bajaban corriendo por la cancha, Todd se chocó contra Ryan y dijo algo que provocó que este le volviera a empujar, ahora con más fuerza que la vez anterior.

Uno de los jugadores contrarios recorrió la cancha driblando y, cuando se disponía a lanzar, Ryan pegó un salto y bloqueó el tiro. Pero fue demasiado agresivo y le pitaron falta.

Ryan se apartó de la línea de tiro libre y el otro jugador hizo canasta. Todd se acercó a él, y confié con todas mis fuerzas en que se portara como era debido e intentara calmar a Ryan. Si no se tranquilizaba, perderían la oportunidad de ganar.

Todd dio unos toquecitos en la cabeza de Ryan. Como solo estaban a doce metros de nosotras, pudimos captar una parte de la conversación, sobre todo una palabra que destacó entre las demás.

—Un momento —Tracy se incorporó en su asiento—. ¿Todd acaba de decir algo sobre ti?

Lamentablemente, no eran imaginaciones mías. No existía ningún motivo para que mi nombre saliera a relucir durante un partido de baloncesto.

Ryan se alejó de Todd. Nunca le había visto tan alterado. Ni cuando le fallé el día después de San Valentín, ni cuando sus amigos eligieron a Todd antes que a él, ni cuando su padre le ocultó que se había prometido en matrimonio. Todo lo cual había ocurrido en menos de una semana.

Aunque nunca me había gustado ser el foco de atención, en ese momento sentí ganas de lanzarme a la cancha y darle un abrazo. Pero era consciente de que no podía hacer nada. Ryan estaba solo. Mientras la mayoría del instituto miraba. Mientras su padre miraba. Y mientras Todd pateaba a un jugador que estaba en el suelo.

Durante los minutos siguientes, las puyas y los topetazos entre Todd y Ryan se intensificaron, tanto así que, al final, el entrenador pidió tiempo muerto. No hice caso a las animadoras cuando salieron a la cancha, sino que observé cómo el entrenador se indignaba con Todd y Ryan.

—Eh, ¿qué está pasando? —preguntó Tracy.

—Sí —dijo Kara, que estaba sentada a su lado, elevando la voz—. ¿Por qué Ryan y Todd se pelean durante el partido? Se supone que tienen que guardar su agresividad para el equipo contrario, ¿no?

Miré a ambas y me di cuenta de que casi todas las chicas del club se inclinaban hacia delante para escuchar lo que yo tuviera que decir. De modo que estaba claro para todo el mundo, no solo para mí. Desvié la mirada y vi que la madre de Ryan le suplicaba al padre, seguramente pidiéndole que se marchara.

Sonó el silbato y los jugadores regresaron a la cancha. Sentí que tenía que hacer algo para que Ryan supiera que allí había gente que se preocupaba por él.

Me levanté y grité:

—¡VAMOS, RYAN!

Un intento un poco patético, ya lo sé; pero no me imaginaba la reacción en cadena que una muestra de apoyo tan breve, tan débil, iba a conseguir.

Todd se echó a reír allí mismo, en mitad del partido. Me señaló y le dijo algo a Ryan.

Entonces ocurrió algo que nunca, ni en un millón de años, habría pensado que vería.

Ryan Bauer, Chico de Oro y Alumno de Sobresaliente, le pegó un puñetazo en la cara a Todd Chesney y lo derribó al suelo.

Se produjo una refriega mientras el silbato pitaba y los compañeros de equipo tiraban de ambos para apartarlos. Desde la tribuna llegaron gritos ahogados de incredulidad y algunos abucheos. Todd y Ryan estaban retenidos por dos jugadores cada uno, pero uno y otro seguían intentando atacar.

Me quedé allí sentada, impotente, horrorizada, mientras los árbitros se acercaban y expulsaban a Ryan y a Todd del partido. Todd se liberó de sus captores y se enfrentó al árbitro, señalando a Ryan con gesto acusador.

En efecto, Ryan había empezado la pelea; pero Todd no puso de su parte en absoluto. Ryan jamás habría actuado de aquella manera a menos que lo llevaran al límite. La semana que había tenido habría sacado de quicio a cualquiera.

Por otra parte, ya iba siendo hora de que alguien le plantara un puñetazo a Todd en la cara. Ojalá hubiera sido yo misma.

La conmoción en la cancha se apaciguó por fin mientras el segundo entrenador escoltaba a Ryan y Todd hasta el vestuario. Los seguía el padre de Todd y, para mi horror, el padre de Ryan.

Me quedé parada, incapaz de moverme. Sabía que en ese momento no podía hacer nada para mejorar la situación, pero también pensé que tenía que estar allí por Ryan. Le susurré algo a Tracy y, lentamente, salí del gimnasio y doblé la esquina hacia la puerta del vestuario.

Los fluorescentes que zumbaban por encima de mi cabeza me servían de compañía, mientras que, de vez en cuando, escuchaba el ruido que llegaba del gimnasio. Luego, oí gritos en el vestuario.

—¿En qué narices estabas pensando? ¿Qué comportamiento es ese? —atronaba una voz que no reconocí—. Pensaba que tenías más cabeza. Pero no. Me avergüenza que seas hijo mío.

Me aparté unos pasos de la puerta para no inmiscuirme en una conversación tan privada, tan desmoralizante, tan dura. Una conversación que, sin ninguna duda, iba dirigida a Ryan.

La puerta se abrió de golpe, lo que me hizo dar un salto atrás.

Me encontré cara a cara con el padre de Ryan. Ni siquiera me miró y se alejó, hecho una furia. La puerta se abrió otra vez, con mucha menos fuerza. Era la madre de Ryan, que se mostraba visiblemente disgustada.

Al verme, se detuvo.

—Ah, Penny. Me alegra que estés aquí. Una amiga está cuidando a Katie porque tengo que… —Miró en dirección a su exmarido.

—Tranquila, yo me quedo —respondí, sabiendo que alguien tenía que encargarse de la desafortunada tarea: intentar que el padre de Ryan entrara en razón.

Salió corriendo detrás de él.

—¡Vuelve! ¿Cómo te atreves a hablar a tu…? —Su voz se fue desvaneciendo cuando dobló la esquina.

Escuché otras voces detrás de la puerta y me descubrí conteniendo el aliento.

Todd y su padre salieron del vestuario. Su padre no paraba de decir lo injusto que era todo. Todd clavaba la vista en el suelo pero, al ver mis pies, levantó los ojos. Un moratón empezaba a aflorar en su ojo derecho.

—Ah, genial, ¿vienes a restregármelo en la cara? —preguntó con gesto serio.

—No, yo no… —tartamudeé.

Se rio con frialdad.

—Vale, como quieras. Puedes hacer lo que te venga en gana y te da igual lo que pase, ¿verdad?

No tenía ni idea de qué estaba hablando.

—Tiene gracia —hizo un gesto en dirección a su padre—. Monta un club absurdo. Se trata de que las chicas no cambien al tener novio, o chorradas por el estilo con las que les lava el cerebro a las pibas. Y ahora resulta que es su novio el que más cambia de todos. A ver, ¿cómo se llama eso? ¿Ironía?

Me impresionó que Todd fuera capaz de definir con tanta exactitud el concepto de «ironía». Debía de estar estudiando para las pruebas de admisión a la universidad.

El padre de Todd tenía los brazos cruzados y no se le veía en lo más mínimo interesado en lo que su hijo decía.

—Venga, nos vamos.

Ambos me dieron la espalda, pero me quedé asombrada cuando yo misma grité:

—¡Un momento!

Todd se dio la vuelta y su padre le dijo que se reuniera con él en el coche.

—¿Qué quieres? —Todd dio dos pasos al frente. Lancé una mirada a la puerta de doble hoja, deseando que Ryan apareciera.

—Yo, yo… —De pronto, me sentí agotada. Estaba harta de luchar—. Todd, ¿cuál es tu problema? En serio. Vale, no te gusta el club. Supéralo. Así no vamos a ninguna parte. No te gusta que Ryan salga conmigo. Muy bien, pero no es asunto tuyo. ¿Por qué te empeñas en pinchar, pinchar y pinchar a la gente hasta que ya no pueden aguantarlo? —Le clavé un dedo para enfatizar mis palabras—. Pinchar, pinchar, pinchar. ¿De veras disfrutas tanto haciendo sufrir a los demás? ¿Acaso te sientes más importante?

—Sí, lo hago a propósito —entornó los ojos—. Mira la vida de Ryan desde que empezó a salir contigo. Ha perdido a casi todos sus amigos. Su padre le ha echado una bronca monumental; no es nada nuevo, pero nunca le había visto tan furioso. Y hay otra cosa —con gesto teatral, se dio unos golpecitos con el dedo en los labios—. Ah, sí. Le han expulsado del equipo de baloncesto para el resto de la temporada. A ver, ¿quién se lo está quitando todo? Yo no —Todd me dirigió una última mirada de indignación antes de marcharse. Me dejó a solas mientras sus acusaciones me daban vueltas en la cabeza.

No me podía creer que hubieran expulsado a Ryan del equipo. Solo quedaban dos o tres partidos en la temporada, pero aun así. A Ryan no lo expulsaban de los equipos. Tampoco se metía en peleas. Ni en problemas.

Trataba yo de encontrar sentido a lo que estaba pasando cuando la puerta se abrió lentamente. Ryan salió con la cabeza encorvada; la capucha de la sudadera le tapaba la cara.

—Hola —le saludé con voz suave, sin saber qué decir para mejorar las cosas.

—Hola —respondió él. Levantó la cabeza un poco y dejó a la vista un moratón que se iba formando debajo de su ojo izquierdo.

Me acerqué con cautela y lo abracé. Mantuvo los brazos inertes, pegados a los costados, unos segundos antes de abrazarse a mí, estrechándome cada vez más. Noté que soltaba aire con fuerza. Lo seguí abrazando. Ryan no necesitaba que le preguntase nada o intentase convencerlo de que todo iba a salir bien.

Porque, la verdad sea dicha, no tenía ni idea de lo que iba a pasar a continuación. Antes de aquel día, ya habían cambiado muchas cosas en su vida. Y no precisamente para bien.

Pasados unos minutos, se oyó el eco del pitido final, que llegaba desde el gimnasio. Ryan se apartó de mí.

—Supongo que debemos irnos. En este momento no me encuentro capaz de enfrentarme a un público.

Nos encaminamos a su coche a toda prisa pero, una vez que estuvimos a salvo en el interior, no encendió el motor. Soltó una risa forzada.

—¿Qué tiene tanta gracia? —pregunté.

—Bah, nada. Solo intento averiguar qué narices le ha pasado a mi vida.

—Ryan… —empecé a razonar con él, pero negó con la cabeza.

—Sé que es lo mejor —en mi opinión, ni siquiera él mismo se creía lo que estaba diciendo—. Me encantaba ir a los entrenamientos y a jugar con los chicos, pero desde hace mucho tiempo ya no es lo mismo. Ya no me lo paso bien.

—Bueno, es por culpa de Todd.

—Supongo —por fin encendió el motor y salió del aparcamiento.

¿Lo suponía? Todo era culpa de Todd. Ryan nunca le habría asestado un puñetazo si Todd no le hubiera provocado. Sí, Todd Chesney tenía la culpa al cien por cien. ¿Cómo se atrevía Todd a culparme a mí?

En realidad, no me debería haber sorprendido, porque los cobardes siempre cargan a alguien con el muerto.

Ryan conducía sin rumbo por la ciudad.

—¿Quieres que te deje en la cafetería? ¿Es allí donde habéis quedado esta noche?

—Ah, sí —miré el reloj. Las chicas del club llegarían al poco rato—. Pero no hace falta que vaya.

—No. Debes ir. Yo tengo que ir a casa y hablar con mi madre.

—¿Estás seguro?

—Estoy seguro.

Me sabía fatal dejarle, pero la verdad es que ignoraba qué otra cosa podía decir.

—¿Quieres que quedemos mañana? —le propuse.

—Si no me castigan sin salir —respondió con naturalidad.

—Ah —no se me había ocurrido que las repercusiones del partido irían más allá del equipo de baloncesto.

—Pero tu madre entenderá que Todd ha vuelto a hacer de las suyas, ¿verdad?

—No lo sé. Nunca me han castigado; pero meterme en una pelea, en público, parece un motivo más que suficiente.

¿Nunca te han castigado?

—No. ¿A ti? —Me miró de reojo mientras los labios se le curvaban en una sonrisa.

—Me amparo en la quinta enmienda: no voy a responder —por supuesto que me habían castigado sin salir. Vivo en una casa donde me castigan por no limpiar mi habitación, por «contestar» a mi madre y por llamar «ruido» a Revolution 9, el tema experimental de los Beatles. O bien el grado de tolerancia de mis padres respecto a las trastadas de los adolescentes era muy bajo, o Ryan era así de perfecto.

Una de dos.

Detuvo el coche delante de la cafetería.

—Ya estás aquí. Procura no meterte en líos, delincuente juvenil.

—De acuerdo, Castigado a los Diecisiete. Oye, igual podía ser el título de tus memorias.

—¿Y no Hundido a los diecisiete? —replicó. Luego, se puso serio.

—¿Seguro que estás bien?

—No —respondió—. Y sé que no se va a resolver esta noche. Lo mejor será que entres ahí y defiendas mi honor.

Intenté tomármelo a la ligera.

—Le has plantado un puñetazo a Todd en la cara; para mí que el instituto al completo te envidia ahora mismo.

—Vale —tenía la expresión en blanco. No me podía imaginar en qué estaba pensando. Quizá fuera mejor no enterarme.

—Bueno… —Traté de imaginar algo que decir para aliviar su tensión, pero entonces recordé que, a veces, las acciones son más elocuentes que las palabras. Me incliné hacia él y lo besé. Con fuerza.

Ryan se apartó.

—Que lo pases bien.

De acuerdo, quizá intentar enrollarme con mi novio justo después de que lo expulsaran del equipo de baloncesto no era mi mejor jugada.

A toda prisa me bajé del coche y entré en la cafetería. Las chicas del club ocupaban varias mesas al fondo. Tracy me vio y se levantó.

—¿Qué haces aquí?

Aparté una silla y pasé por alto su mirada de extrañeza.

—A ver, es una reunión del Club de los Corazones Solitarios, ¿no? Quizá hayáis oído hablar de mí, Penny Lane Bloom. Yo, en fin, lo fundé.

La atención del grupo se desvió hacia mi persona. Se produjeron murmullos de sorpresa por verme allí.

—Chicas —dije, intentando no sentirme ofendida porque, por primera vez, no se alegraran de verme—. Es sábado por la noche. ¿Por qué no iba a venir?

—Pero Ryan… —Tracy sacudía la cabeza de un lado a otro como si le fuera a explotar—. ¿Lo has dejado solo?

—No, no lo he dejado solo. Me dijo que no pasaba nada.

Pero ahora me pregunté si, de verdad, no pasaba nada.

Todo el tiempo que pasamos en la cafetería estuve presente físicamente, pero mi pensamiento estaba con Ryan. Él había dicho que no me necesitaba, aunque era posible que sí lo hiciera.

No podía proteger a Ryan de su padre, ni de Todd. Sin embargo, podía controlar mis propias acciones.

Y había decidido irme cuando debería haberme empeñado en quedarme.

«Estar ahí para él». Se suponía que era así de sencillo.

Pero no estuve ahí para él.

Y ahora solo podía cuestionar mi decisión.