Veinticinco

Había llegado a tal punto de agotamiento con los planes para el maratón de baile que solo era cuestión de tiempo que algo se me escapara de las manos.

La tarde siguiente, entre clase y clase, lancé una mirada rápida a la esquina en dirección a mi taquilla para asegurarme de que el pasillo estaba despejado. Caminé lo más rápido posible sin llegar a llamar la atención. Estaba a punto de sacar en un tiempo récord el cuaderno de Biología que me había olvidado cuando tuve un ataque de estornudos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó una voz a mi lado.

—Sí, perfectamente —me disponía a hacer señas a quien fuera para que se marchara cuando caí en la cuenta de que era Ryan. Me giré de espaldas para sonarme la nariz con un poco de intimidad mientras maldecía a mis oídos taponados por no haberme permitido reconocer su voz—. Perdona, es la alergia. O un resfriado. No lo sé —me metí en la boca otra pastilla para la garganta.

—No tienes buen aspecto —comentó Ryan con más suavidad. Saltaba a la vista que estaba preocupado, lo que me hizo sentir mucho, muchísimo peor. Negó con la cabeza—. Sé que no es asunto mío, pero te estás imponiendo demasiadas obligaciones. No lo puedes abarcar todo —hizo una mueca, pues conocía de sobra mi incapacidad para compaginar excesivas cosas a la vez.

—Lo tengo controlado —le aseguré, aunque no hacía falta. No había razón para que Ryan se preocupase por mí. De acuerdo, había estado pachucha y me costaba dormir; pero era solamente porque muchos detalles del maratón de baile me agobiaban.

Al menos, eso me decía a mí misma.

—Vale, perfecto —abrió su taquilla—. Perdona por el comentario.

Me lancé mi bolsa al hombro y noté el peso de los libros y cuadernos de cuatro asignaturas. No era un peso con el que me apeteciera cargar, pero no tenía elección.

Podía enfrentarme a muchas cosas… pero no a conversaciones como la que acababa de tener lugar.

Además de evitar mi taquilla como si fuera la peste, me pasé las tres semanas siguientes concentrada en el maratón de baile cada minuto del día. Enseguida me di cuenta de que me encontraba mucho mejor si estaba ocupada.

Ahora que teníamos el instituto asegurado, avanzamos rápidamente para conseguir patrocinadores, premios para el concurso y, por descontado, participantes. Ya se habían inscrito más de cincuenta equipos, desde alumnos de instituto hasta jubilados. Aunque el objetivo principal del maratón consistía en recaudar dinero para una beca de estudios destinada a una socia de último curso del club, también conseguimos que los habitantes de Parkview y las zonas circundantes fueran más conscientes de la existencia del Club de los Corazones Solitarios. El tráfico de nuestra página web se había incrementado considerablemente y añadimos más clubs de localidades vecinas.

—Un momento —dije, llamando al orden a nuestro grupo a la hora del almuerzo—. ¿Cómo vamos con los premios para la rifa?

Missy habló en primer lugar.

—Me han prometido cestas en el spa y en la peluquería del centro de Parkview, además de una cesta de productos para gourmets —disfrutó con la respuesta positiva del grupo.

Habíamos decidido darle una oportunidad. En teoría, aún no era socia del club; pero se sentaba con nosotras en la cafetería y se esforzaba por echar una mano. Missy se había enfrentado con firme determinación a todas las tareas que le encomendamos. Incluso estaba dispuesta a acudir a las tiendas con las que no teníamos ninguna relación a solicitar donativos. Michelle la acompañaba para asegurarse de que el club estuviera representado como era debido, pero Missy tomaba la iniciativa.

Aunque ella y yo nunca habíamos sido buenas amigas, había llegado a conocerla un poco mejor. Tras la fachada de dureza, era una persona sensible con un sentido del humor mordaz. Incluso habíamos intercambiado saludos amables en el pasillo, entre clase y clase.

Cosas más raras se han visto.

—¡Genial! Gracias, Missy —empecé a estornudar. Después de casi un mes de toses y estornudos, por fin admití que tenía un resfriado en toda regla. Mi madre me había dado una medicina muy fuerte para el catarro, pero nada me lo curaba. Me sentía fatal, aunque en realidad no tenía tiempo para centrarme en eso, ya que había demasiado trabajo—. Bueno, creo que el sábado tendremos la música preparada y los pósters terminados —miré la lista de cosas que teníamos que hacer.

—Oye, Penny —Diane paseó la vista por el grupo—. Sé que hemos estado muy ocupadas con el maratón de baile y demás, pero no podemos olvidarnos del otro baile que se celebra. Algunas de nosotras hemos pensado ir el sábado al centro comercial a buscar vestidos para la fiesta de fin de curso, por si alguna está interesada en acompañarnos.

Quedaba una semana para el maratón, y dos para el baile de fin de curso. Yo había pensado escaparme al centro comercial el día después del maratón a comprar mi vestido. O llevaría el que me había puesto para el baile de antiguos alumnos. Francamente, no era una prioridad.

—Suena divertido —me puse a toser de manera incontrolable mientras las desafortunadas que estaban a mi lado salían disparadas.

—¿No deberías irte a casa? —Tracy me miró, preocupada.

—Estoy bien —mordisqueé mi sándwich de pavo. No tenía mucho apetito pero probé a dar un par de bocados. Me resultaba seco, incluso cuando bebí agua después del mordisco. Aparté mi comida a un lado.

—Diane, ¿quieres seguir tú? —le pedí mientras buscaba en mi bolsa la pastilla de la tarde para el resfriado.

—Claro que sí —Diane empezó a hablar sobre otras cosas que había que hacer mientras yo, desesperada, intentaba beber el agua que tenía delante. Probablemente me debería haber quedado en casa. Por lo general, no me habría importado perderme unos días de clase, pero a diario llegaban noticias emocionantes sobre el maratón de baile o sobre nuevos clubs. No quería perderme ni un detalle. Un resfriado horrible no me iba a apartar a la fuerza.

Me sentía floja cuando mis amigas se levantaron de la mesa de la cafetería. Mientras iba camino a mi taquilla, Hilary llegó corriendo.

—Hola, Pen, me gustaría hablar contigo un minuto.

—Claro —respondí, aunque la garganta me dolía con cada palabra que pronunciaba.

—No sé si es buen momento para hablar del tema, pero he conocido a alguien —bajó la vista al suelo—. Y, en fin, pensé que debía decirte que me gusta mucho y quiero pedirle que venga con nosotras al baile de fin de curso.

Me soné la nariz ruidosamente.

—Genial. ¿Quién es el afortunado?

Ante la pregunta, el rostro de Hilary se iluminó.

—Se llama Glen. Nos conocimos en el trabajo. Va al instituto en… —Hice todo lo posible por concentrarme en lo que estaba diciendo, pero en mis oídos empezó a sonar una especie de zumbido. Aminoré el paso mientras una sensación de calor me recorría el cuerpo.

Intenté recobrar el equilibrio colocando una mano en la pared.

Entonces, me desmayé.