Treinta
El gimnasio estaba abarrotado de jóvenes y mayores, mujeres y hombres, residentes en Parkview y gente de ciudades vecinas, de quienes conocían el Club de los Corazones Solitarios y los que ahora se estaban enterando de lo fabuloso que era.
Fuimos bailando por turnos. Después de tres horas, mientras los años sesenta daban paso a la música disco de los setenta, acabó uno de mis turnos y trasladé el baile a Tracy. Bruce la agarró de la mano y empezó a darle vueltas. Tracy se acercó a él, al ritmo de la música, con una sonrisa traviesa en el semblante.
Por mucho que Tracy protestara sobre la constante atención de Bruce, no parecía importarle mientras asaltaban la pista de baile. Y por la expresión emocionada en el rostro de Bruce, él también parecía divertirse. Me pregunté si cuando hizo aquel largo viaje en avión hacia Estados Unidos el pasado enero, con el corazón destrozado, se había imaginado poder ser tan feliz como lo era en ese momento.
Me dejé caer al lado de Kara para echarle una mano en el mostrador de información. Estaba ocupada, calculando unas cifras en su móvil.
—Esto va a ser la bomba. Con las promesas de donación y los tiques para la rifa, nos acercamos a treinta.
—Perdona… ¿quieres decir que nos vamos a acercar a treinta mil dólares?
—Sí. Una locura, ¿verdad?
Decir «locura» era quedarse corto.
Y todavía faltaban nueve horas.
Escudriñé la pista de baile en busca de Ryan. Lo había localizado antes, bailando con su hermanastra, y agradecí que se encontrase lo suficientemente bien como para haber acudido al maratón. Había pensado pedirle que bailara conmigo un rato, pero luego tuve que ayudar a resolver un problema con las papeletas de la rifa.
Daba la impresión de que nunca encontrábamos el momento oportuno.
—Voy a por un refresco. ¿Te apetece algo? —le ofrecí a Kara antes de salir hacia los puestos de comida y bebida situados fuera del gimnasio, junto a la puerta.
No había rastro de Ryan o de Katie. Como me esperaba una noche larga, elegí el vaso más grande de Coca-Cola de cereza que encontré. Y una cookie doble con virutas de chocolate. Me figuré que, al estar cansada, y ante la duda, lo mejor era decidirse por cafeína y azúcar.
Al darme la vuelta para volver al gimnasio, vi que el director Braddock me miraba desde el otro lado del pasillo. Me hizo señas para que me acercara a él y al instante se me revolvió el estómago. Todo había ido muy bien, pero tendría que haber sabido que el director encontraría algo que criticar.
—Hola —le saludé con toda la calidez de la que fui capaz—. Gracias por venir.
Miró alrededor del pasillo, inspeccionando las colas de gente que compraba comida y se apuntaba para la subasta a sobre cerrado.
—Parece que todo va bien.
—Sí —convine yo, y reprimí el deseo de añadir «hasta que usted se presentó».
—Como ya he dicho otras veces, sigo sin estar de acuerdo con este pequeño club suyo. Sigo pensando que, en cierta forma, es demasiado exclusivo para mi gusto.
No me pude contener.
—En ese caso, ¿me puedo apuntar al equipo de fútbol americano el año que viene?
Tuvo la prudencia de pasar por alto mi comentario.
—Sin embargo, no se puede negar lo que ha conseguido hoy. Creo que debería presentar su beca en nuestra noche de entrega de premios.
—¿En serio? —Me quedé allí parada, con la boca abierta. La noche de entrega de premios era la ocasión en la que el instituto presentaba las becas y los galardones académicos. Se trataba de un acto oficial del instituto McKinley. Y Braddock quería que el Club de los Corazones Solitarios formara parte de él—. Sería increíble, gracias.
Me hizo un rápido gesto de afirmación.
—Señorita Bloom, ha conseguido algo digno de admiración.
—Bueno, en realidad ha sido un esfuerzo en equipo. El club no es solo una persona, y nada de esto habría sucedido sin todas y cada una de las socias.
Se rio por lo bajo.
—Sí, ese es el lema, o como se llame, de su club, ¿verdad? Básicamente es lo que me dijo la señorita Monroe cuando retiró su propio nombre de la lista de nominadas para reina del baile.
—¿CÓMO? —le grité prácticamente al oído.
—¿No lo sabía? —Braddock curvó los labios y esbozó una sonrisa burlona—. Vino a mi despacho y me dijo que no le parecía justo ser elegida entre sus compañeras de clase. No será candidata en la votación para reina del baile de fin de curso.
No llegaba a comprenderlo. Pensaba que conocía a Diane y, básicamente, había sido «futura reina del baile» desde primaria. Era la candidata favorita. ¿Por qué se iba a retirar… sin decirnos nada?
Excusé mi presencia ante Braddock y me fui en busca de la desertora de la lista de nominadas. Y, por descontado, como no estaba buscando a Ryan, apareció como por arte de magia.
—¡Hola! —Le di un apretón en el brazo—. ¡Has venido! ¿Cómo te encuentras?
—Bien —respondió, un poco falto de aliento por bailar—. ¡Enhorabuena! Todo está saliendo genial.
—¡Gracias! —Seguí mirando alrededor en busca de Diane—. Escucha, quiero ese baile que te prometí, pero antes tengo que encontrar a Diane. ¿La has visto?
Señaló una mesa en un rincón al fondo del gimnasio.
—La última vez que la vi, estaba atendiendo la mesa de peticiones.
Antes de dejar a Ryan, sentí la necesidad de realizar cierto control de daños.
—Estoy deseando bailar contigo… ahora mismo esto es una locura. Pero nos quedan… más de ocho horas.
Si no podía sacar tiempo en ocho horas para bailar una canción con él, Ryan tendría todo el derecho para no querer volver conmigo.
Diane estaba anotando peticiones para que los DJ’s (es decir, Tyson y Morgan) adjudicasen canciones a los grupos anunciándolo en alto, por el precio de un dólar. Resultaba increíble cuánta gente quería escuchar su nombre a través de los altavoces, o bien avergonzar a otros en público. De este último caso hubo muchas peticiones.
Diane estaba contando un fajo de billetes de dólar cuando me acerqué.
—¿Te has retirado de la votación para la reina del baile de fin de curso?
No se inmutó y siguió contando el dinero.
—Te lo iba a decir hoy, más tarde.
—Pero ¿por qué?
—Parecía bastante obvio.
—¿Desapuntarte? —pregunté porque, para mí, no tenía nada de obvio.
—No —miró alrededor para asegurarse de que nadie la escuchaba—. Parecía obvio que iba a ganar. Es lo que hace Diane Monroe. Consigue una corona resplandeciente. Sonríe y hace lo que se espera de ella. No me interesa ser la versión de lo que todo el mundo espera que yo sea. Quiero ser yo misma.
—Pero tú eres tú —razoné con ella—. Abandonaste el equipo de animadoras, eres fantástica en baloncesto. No tienes que ser nadie más que tú misma, porque la Diane Monroe verdadera es superespecial.
Se colocó un mechón de su pelo corto detrás de la oreja.
—Me sigo preguntando quién es esa persona. Siempre tuve un plan: ser la novia, ser la animadora, ser la alumna de matrícula; pero luego, cambié completamente. Créeme cuando te digo que estoy encantada de haberlo hecho. Pero no he terminado de progresar. Lo único que pretendo es averiguar lo que quiero hacer. Mientras tanto, ¿sabes lo que me haría muy feliz?
—¿Qué?
—Que tú ganes la votación a reina del baile.
Me eché a reír.
—Ah, por favor… eso podría hundir la jerarquía social de este instituto. No va a pasar jamás.
—Nunca se sabe —bromeó Diane—. Imagina lo que me iba a divertir viendo cómo Pam y Audrey se sacan los ojos la una a la otra, ahora que dan por sentado que son las favoritas.
No sabía qué me resultaba más difícil de creer: que alguien que no fuera Diane Monroe se convirtiese en reina del baile o que Diane se divirtiera trastocando el delicado equilibrio entre sus antiguas mejores amigas del equipo de animadoras.
¿Quién iba a pensar que Diane sería semejante agitadora?
Yo no, pero estaba completamente de acuerdo.
La banda de Tyson subió puntualmente al escenario a las ocho de la tarde. Solo quedaban cuatro horas.
Morgan, encantada, salió a la pista de baile para ese turno. El resto de nuestro grupo estaba sentado en las gradas, comiendo pizza. La banda tocaría durante una hora, alternando versiones y temas originales, todos ellos animados para mantener el ritmo.
Mi madre se acercó a nosotras mientras se secaba el sudor de la frente. Había estado bailando prácticamente sin parar.
—Voy a por café. ¿Os traigo algo, chicas?
Por lo general, mi madre chasquearía la lengua en desaprobación al verme tomar café, siempre insistiendo en que iba a impedir mi crecimiento, aunque yo era ya diez centímetros más alta que ella. Pero saltaba a la vista que eran tiempos desesperados.
Y los tiempos desesperados requieren cafeína.
Estaba anotando nuestros pedidos de café con azúcar cuando la banda de Tyson comenzó una versión de I Saw Her Standing There.
Morgan se acercó bailando y nos hizo señas para que nos uniéramos a ella. Mi madre la miró con recelo.
Esta mujer jamás se olvida de nada.
Complacimos a Morgan y bailamos al ritmo de la canción. Era agradable contar con aquellos momentos en los que nos podíamos divertir a nuestras anchas sin preocuparnos sobre la hora siguiente o sobre lo que teníamos que hacer.
Al terminar la canción, el público aplaudió con entusiasmo. Morgan estaba radiante mientras lanzaba vítores a Tyson. Él, por su parte, le sopló un beso.
Hacían que pareciera tan fácil. A Morgan le gustaba Tyson. A Tyson le gustaba Morgan. Salían juntos. Reservaban tiempo para el otro.
¿Por qué yo siempre tenía que complicar las cosas?
Morgan me tiró del brazo.
—Me entró pánico al ver a tu madre. Me imaginé que, con mirarme una vez, lo sabría.
Empecé a asentir con la cabeza antes de acabar de entender a qué se refería. Se llevó la mano a la boca y empezó a soltar risitas. Risitas en plan superfemenino, lo que a Morgan no le pegaba en absoluto.
—Un momento —miré alrededor e intenté hablar tan bajo como es posible durante un concierto de rock—. ¿Es que ya…?
Morgan hizo un gesto de afirmación.
—Pasó hace un par de semanas. Te lo iba a contar, pero estabas muy enferma y tenías un montón de cosas que atender.
—¡Madre mía! —exclamé sin poder evitarlo—. ¿Qué tal fue? —pregunté sin pararme a pensar. Tenía mucha curiosidad, pero también sabía que era un asunto personal.
Morgan levantó la vista hacia Tyson con una sonrisa enorme.
—Fue agradable. A ver, la primera vez dolió un poco. Pero ahora me siento tranquila y bien.
Yo era totalmente consciente de que estaba allí parada, inmóvil, clavando la mirada en Morgan mientras todo el mundo a nuestro alrededor se concentraba en el concierto y en bailar de un lado a otro. Con delicadeza, coloqué una mano en su brazo.
—¿Seguro que estás bien? —Aunque parecía estar más que bien, deseé haber estado a su lado cuando tomó aquella decisión trascendental.
—Perfectamente —se la veía radiante.
—¿Sin arrepentimiento?
—Penny, deja que te diga una cosa —empezó a bailar a mi alrededor—. La vida es mucho mejor si la vives sin arrepentimiento.
«Sin arrepentimiento».
Una vez más, fui en busca de Ryan y lo encontré comiendo con su madre y su hermanastra.
—Hola, chicos —saludé al acercarme—. ¿Pasándolo bien?
—Sí —la madre de Ryan asintió con un gesto—. Pero no creo que Katie vaya a durar mucho más.
Aunque sacudía la cabeza de arriba abajo en una lucha contra el sueño, Katie protestó ante la idea de que la mandaran a casa con su padre.
—Bueno, confiaba en poder robar a Ryan para un baile —expliqué, incómoda, como si necesitara el permiso de su madre.
Ryan soltó su hamburguesa de queso y me agarró de la mano.
—Creí que nunca me lo ibas a pedir.
Mientras nos dirigíamos hacia la pista de baile, sentí un hormigueo por el cuerpo ante su roce. Aunque me resultaba familiar, había pasado un tiempo desde que nos habíamos demostrado cariño en público.
Confié en que por fin pudiéramos mantener esa conversación que habíamos estado evitando. Bueno, que yo había estado evitando.
—¡Penny! —me gritó Kara antes de que tuviéramos la oportunidad de pisar la pista de baile—. Nos hemos quedado sin folletos. ¿Sabes dónde tenemos más?
Negué con la cabeza.
—Los debe de tener Tracy. ¿La has visto? —Hice un intento inútil de mirar alrededor, a sabiendas de que era casi imposible encontrar a alguien en el abarrotado gimnasio.
—No, por eso he venido a decírtelo.
Miré a Ryan como pidiendo disculpas.
—Deja que me encargue de esto y vuelvo inmediatamente.
Me dedicó una sonrisa en el límite de la comprensión antes de que yo saliera disparada una vez más.
Kara y yo tomamos direcciones diferentes para localizar a Tracy. Le envié un mensaje, esperando que nos ayudara a encontrarla. Recorrí el gimnasio de un extremo a otro, deteniéndome de vez en cuando para recibir cumplidos sobre el maratón.
—¿Has visto a Tracy? —le pregunté a María, que bailaba con su hermano mayor.
Por suerte, asintió con la cabeza.
—Sí, la vi irse detrás del escenario hace unos minutos.
Me dirigí al lateral del escenario y me abrí paso entre los estuches de los instrumentos de la banda de Tyson. Casi habían terminado su actuación, lo que significaba que solo quedaban tres horas. En la zona entre bastidores reinaba la oscuridad. Tracy no estaba a la izquierda del escenario, de modo que me dirigí por detrás del telón hacia el otro extremo.
Se produjo un movimiento en la esquina, detrás del telón, donde habíamos almacenado algunas de nuestras bolsas y cajas. Automáticamente di por sentado que era Tracy, o tal vez Kara, buscando más folletos.
—¿Tracy? —dije elevando la voz, pero el sonido quedó ahogado por la banda, que interpretaba Shout.
Tiré del telón para abrirlo y me quedé helada al ver a Tracy enrollándose con Bruce a base de bien.
«Ay, sir Paul… mío».
A toda prisa, Tracy se apartó del apasionado abrazo de Bruce y se alisó el pelo y la ropa.
—Hola, Pen, ¿qué tal?
Bruce estaba sin aliento, y una sonrisa de satisfacción le cruzaba el semblante.
—Eh… quizá debería volver a… —Esbozó una sonrisa de oreja a oreja mientras se giraba hacia Tracy—. ¿Nos encontramos luego?
—Ya veremos —respondió Tracy con una sonrisa coqueta.
No pude evitar quedarme boquiabierta. Esperé a conseguir una confidencia o una explicación de lo que estaba pasando.
Bruce se inclinó hacia delante e hizo todo lo posible para susurrarme al oído:
—He recobrado la fe en el sexo femenino.
Me quedé parada y seguí clavando la vista en Tracy durante lo que me parecieron meses.
Cuando por fin habló, fue para decir:
—No se lo puedes contar a nadie.
—Contar a nadie ¿qué? —Estaba convencida de que los ojos se me salían de las órbitas—. Intento averiguar qué he visto yo, porque daba la impresión de que te estabas dando el lote del siglo con Bruce.
—Bueno, es verdad… —Tracy se echó a reír—. A ver, sí, está buenísimo. Y es un tío legal, así que me apeteció, en plan, besarle. Más me vale empezar a practicar.
—¡Tracy! —exclamé emocionada—. ¡Te han besado por primera vez! Y ha sido supersecreto.
—Y bastante apasionado —añadió Tracy—. Pero Pen, en serio, no se lo puedes contar a nadie.
—¿Por qué no? —No entendía por qué Tracy lo quería ocultar. No es que yo esperase que lo anunciara por el sistema de megafonía, pero aun así.
—No quiero arruinar mi reputación —declaró con tono serio.
—Tracy, enrollarse con un tío no te convierte en una zorra —respondí sin dar crédito.
—No me refiero a eso —miró a su alrededor con cautela—. Me gusta ser la chica que no está desesperada por conseguir novio. Me gusta no estar ya obsesionada con los tíos. Bruce es un encanto, pero eso no cambia el hecho de que se vuelve a casa dentro de un mes. Sencillamente, decidí que no debería esperar hasta cumplir los veinte para por fin besar a un tío. Me parece que es un rollo inocente que no le hace daño a nadie. Sí, sé que Bruce está por mí; a ver, el chico tiene un gusto excepcional, obviamente. Pero los dos sabemos lo que ha sido. No creo que tenga de qué quejarse. Sabe que no puede decir nada.
Procesé lo que Tracy me explicaba.
—Tracy, ¿me estás diciendo que te has enrollado con Bruce exclusivamente para practicar?
—A ver, ha sido agradable, no me malinterpretes —Tracy empezó a juguetear con su pulsera—. Pero sí, es verdad. Me imagino que los tíos lo hacen todo el rato —fue como si Tracy notara mi preocupación por Bruce—. Y te diré que Bruce me contó todo lo de la chica de Australia. Él sabe que solo nos estamos divirtiendo. No hace falta que pongas esa cara de preocupación.
—Vale, tu increíble secreto erótico está a salvo conmigo —casi se me había olvidado por qué la estaba buscando en primer lugar—. ¿Tienes más folletos?
—Sí, estoy en ello —se agachó bajo la otra parte del telón para recoger más folletos; luego, tomó la dirección contraria a la que había tomado Bruce.
Me quedé allí unos segundos para reponerme.
¿Es que todo el mundo me ocultaba secretos?
—¿Penny? —La voz de Ryan me devolvió al presente. Me di la vuelta y lo encontré con aspecto furioso y los puños apretados.
—¿Qué pasa? —pregunté sin pensarlo.
Parecía furioso.
—¿Qué pasa? ¿Estás de broma? Como si no lo supieras.
El estómago me dio un vuelco. No tenía ni idea de qué me estaba hablando.
—¿Cómo? Yo no… ¿A qué te…?
—No me lo puedo creer —parecía muy dolido. Di un paso al frente para intentar consolarle, para intentar averiguar qué le pasaba. Pero él dio un paso atrás, con un gesto de repugnancia en la cara. Soltó una risa amarga—. Te estaba buscando, y Brian me dijo que vio a Bruce enrollándose aquí arriba con una chica. Entonces, Bruce sale todo nervioso, pero no me quiere decir nada. Y luego vengo aquí y me encuentro contigo.
—¿Qué? —Intenté comprender de qué me estaba acusando—. ¿Crees que estaba besando a Bruce? Eso no es lo que ha pasado.
—Ah, entonces, ¿a quién besaba Bruce, si no era a ti? Eres la única persona que hay aquí —miró alrededor con gesto teatral.
—Estaba con… —Me detuve al recordar la promesa que le había hecho a Tracy—. No lo puedo decir, pero tienes que creerme. Sabes que nunca haría eso.
—Ya no lo soporto más, Penny —su voz estaba teñida de tristeza—. No he dejado de pensar que podíamos solucionarlo, pero es demasiado. Nunca sé a qué atenerme contigo. Parece que quieres que volvamos a estar juntos y al minuto siguiente me das la espalda. No puedo seguir estando ahí para ti si lo único que consigo es que me apartes a un lado. Nada va a cambiar, ¿verdad?
Alargué la mano y le acaricié el brazo.
—Ryan, por favor, escúchame —supliqué con la voz quebrada.
Dio un rápido paso atrás para apartarse de mí, como si fuera venenosa.
—No puedo.
Deseaba hasta tal punto que escuchara lo que tenía que decirle que me costaba respirar.
Siguió alejándose de mí.
—Se ha terminado —luego, hizo una pausa durante un segundo, con la mandíbula contraída—. Para siempre.
Se dirigió a toda velocidad a las escaleras y lo llamé, pero era demasiado tarde.
Empecé a teclear en el móvil con furia.
Te necesito. Detrás del escenario. Ya.
Entonces, me senté en el suelo, sacudiendo los hombros por el llanto. Aunque no hubiera besado a Bruce, sentía que Ryan tenía razón. Había aguantado mucho y yo no había hecho más que apartarlo a un lado. Era yo quien le había tratado mal.
Yo era su Nate.
—¿Pen? —Tracy subió corriendo las escaleras y Diane la seguía de cerca. Se arrodilló a mi lado y me rodeó con sus brazos—. ¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado?
—Lo he echado todo a perder —confesé—. Ryan está harto. Me ha dejado. Piensa que yo estaba aquí besando a Bruce… Tan bajo me considera. Aunque quizá es lo que me merezco.
Diane se arrodilló a mi otro lado y me frotó la espalda.
—Pensé que Ryan y tú habíais… —Afortunadamente no dijo «roto», «cortado», «terminado».
—Sí, habíamos… bueno, ahora hemos… —Agarré el pañuelo de papel que Diane me tendió—. Pero…
Entonces, les conté todo. Los encuentros en secreto. Cuánto quería yo que funcionara. Cuánto daño le había hecho.
Cuando terminé, ambas guardaron silencio. Tracy tenía un gesto de determinación en la cara.
—Le contaré la verdad sobre Bruce.
Diane parecía desconcertada, pero siguió sin abrir la boca. Se lo imaginaría ella sola. No me podía creer que Ryan no hubiera hecho lo mismo.
—Gracias, pero no creo que vaya a importar mucho —era una causa completamente perdida.
—¿Por qué seguías fingiendo que no te importaba la ruptura? —preguntó Diane.
—¡Porque me equivoqué! —admití por fin. Tan pronto como la confesión salió de mis labios, supe el desastre total en el que yo había convertido mi relación con Ryan—. No soy perfecta. De hecho, me he estado portando como una idiota integral. Pero no sé cómo arreglarlo. Todo es un horror.
—Pen —Tracy me clavó la mirada—. ¿Qué es lo que quieres?
Mi mente regresó a cuando estaba en el coche con Ryan, después de que rompiéramos. Me había hecho la misma pregunta. Entonces, le había mentido a él. Pero ya no iba a ocultar más la verdad. La respuesta era sencilla.
—Quiero estar con Ryan —declaré con seguridad—. Pero luego pienso en lo que dijiste, Tracy.
Tracy se quedó perpleja.
—¿Lo que dije yo?
—«¿Qué sentido tiene?».
Tracy me observó durante unos segundos y luego se echó a reír.
—Ay. Dios-mí-o. ¿En serio, Pen? ¿Vas a aceptar mis consejos sobre las relaciones? ¿En qué narices estás pensando? Nunca he salido con nadie. No tengo ni idea de lo que estoy hablando.
—Pero…
Tracy agitó la mano para silenciarme.
—Pen, nada de peros. Utilizaste los problemas que tenía Ryan para romper con él. Utilizas el club como pretexto de que no puedes estar con él. Basta ya. El Club de los Corazones Solitarios es ahora una especie de organismo independiente. No tienes que sentir la presión de hacerlo todo o estar en todas partes para todo el mundo. Creo que cuando llega el momento, siempre pones excusas porque tienes miedo de que te vuelvan a hacer daño.
—Como si a ti no te diera miedo que te hagan daño —contraataqué.
—¿De qué hablas?
—Para empezar, no quieres estar con Bruce porque has visto que todas mis relaciones fallidas me condujeron a fundar el Club de los Corazones Solitarios, ¿verdad?
—¿QUÉ? —Tracy negó con la cabeza—. No me puedo creer que hayas pensado eso. No, la razón por la que no quiero estar con Bruce es que no quiero estar con nadie. Me apetece enrollarme con él porque es un pibón, por pasarlo bien. Una cosa de la que me he dado cuenta acerca de mí durante este último año es que, en realidad, soy bastante práctica. Perdona que te diga, pero la romántica eres tú.
—Sí —coincidió Diane—. Parece lógico, Penny. Siempre has tenido la cabeza en su sitio con los chicos pero, cuando uno te gusta de veras, como te pasa con Ryan, vas a por todas. Y es lo que deberías hacer. Deberías estar con Ryan. Sin excusas.
—¿Qué sentido tiene? —pregunté.
—¡Deja de decir eso! —me regañó Tracy.
—Me refiero a que nada importa ya. Podemos decir lo que queramos, pero eso no cambia el hecho de que Ryan piensa que soy una zorra embustera y tramposa. Le he vuelto a hacer daño otra vez. Ya no se lo puedo hacer más. Así que no importa lo que yo quiera, ¿a que no?
—Pero… —Diane intentó razonar conmigo y levanté la mano para silenciarla.
—No quiero seguir hablando del tema. No tiene ningún sentido. El daño está hecho, y de sobra —me sequé una lágrima con gesto enérgico—. ¿Podemos salir ahí fuera y fingir que nada de esto ha pasado?
Decidí que la única manera en la que yo iba a sobrevivir el tiempo que me quedaba de instituto era fingir que lo mío con Ryan nunca había pasado.
—Si eso es lo que quieres… —Diane se ablandó.
—Lo es —aunque en realidad ya no importaba lo que yo quisiera. Tal vez no me merecía tener lo que deseaba.
—¿En serio te parece bien volver a salir ahí fuera?
Hice un débil gesto de afirmación.
Porque aún nos quedaban dos horas más de baile.
Después de que Diane me ayudase a limpiarme la cara, manchada de lágrimas, las tres nos enganchamos del brazo y regresamos al gimnasio, donde la fiesta seguía en pleno apogeo. No me hizo falta mirar a mi alrededor. Sabía que no iba a encontrar a Ryan.
—Venga, ¡allá vamos! —exclamó Tracy mientras me agarraba de la mano. Entonces, se puso a bailar en plan de broma con movimientos estrafalarios—. Por eso tengo que seguir soltera: nadie puede con tantas movidas. Demasiado misterio, demasiada emoción, demasiado de todo.
Forcé una sonrisa.
—¿Demasiadas bravatas?
—Tú lo has dicho —me hizo girar—. Mira, no te preocupes por Ryan. Se acabará calmando. Bruce y yo le confesaremos lo nuestro. Yo tengo la culpa de que piense que le has engañado. Aunque, en teoría, no le habrías estado engañando, ya que oficialmente no estabais juntos; pero ya sabes como son los tíos a veces —sacudió la cabeza de un lado a otro fingiendo exasperación.
Amy llegó corriendo hacia nosotras.
—Ha venido un equipo de cámara de las noticias del Canal Cinco.
Diane dio un respingo y dirigió la vista al rincón, donde una mujer con un elegante traje de chaqueta azul estaba situada frente a las luces.
—¿En serio? Es increíble. Va a ser impresionante para el club.
—Quieren hacerle una entrevista a Penny sobre el club y el maratón de baile —Amy, preocupada, me escudriñó la cara. Al parecer, iba a necesitar más que unos cuantos pañuelos de papel y crema hidratante con color para ocultar mi tristeza.
Me giré hacia Diane.
—¿Puedes hacerla tú, por favor? Yo soy incapaz —hasta para pronunciar esas palabras utilicé más energía de la que me quedaba.
—Claro —respondió—. Me aseguraré de que consigan todo lo que necesitan. No te preocupes por eso, para nada —sacó un tubo de brillo del bolsillo de sus vaqueros y se lo aplicó en los labios.
—Gracias. Te lo debo.
Diane dejó de acicalarse y me clavó las pupilas.
—Penny, no me debes nada.
La mirada que le lancé dejaba claro que sí estaba en deuda con ella. Por muchas cosas.
Me dio un beso en la mejilla y susurró:
—Ay, Penny, creo que no hay nadie que se haya beneficiado más que yo por tenerte en mi vida. Acepta la ayuda. Necesitas equilibrio, tienes que delegar, ¿te acuerdas?
Tenía razón. Diane siempre tenía razón.
—Sí.
—Todo va a salir bien —afirmó, con tanta seguridad que quise creerla desesperadamente—. ¿Entendido? —insistió.
Cerré los ojos y, con tanta certeza como pude reunir, respondí:
—Todo va a salir bien.