NOTA DEL AUTOR
El 15 de octubre de 1840, cuando exhumaron los restos de Napoleón Bonaparte, el hecho de que el cuerpo se hallara intacto causó conmoción. Hasta mediados del siglo XX el gobierno francés no derogó la ley que prohibía a los Bonaparte residir en Francia.
Ya en 1996, el profesor Guériot, presidente de la Academia Francesa de Medicina, reconoció que el perfecto estado de conservación del cuerpo se debía a los efectos del arsénico.
Posteriormente, el FBI no puso objeción a analizar algunos de los cabellos del Gran Corso. Los laboratorios toxicológicos del FBI confirmaron que la cantidad presente en los cabellos analizados era significativa de envenenamiento por arsénico, y los resultados se presentaron oficialmente en el Senado de París, el 4 de mayo de 2000, ante la indignación de un sector de la intelectualidad francesa.
El 2 de junio de 2005, Pascal Kintz, presidente de la Asociación Internacional de Toxicólogos de Medicina Legal, ante representantes del Ministerio francés de Justicia, de la Policía y de la Gendarmería, determinó que la presencia de arsénico en el corazón del cabello del Emperador acusaba un paso por la vía sanguínea, y, en consecuencia, por el circuito digestivo; en otras palabras, demostraba que había sido ingerido. Se trataba de arsénico mineral, y era la forma más tóxica, conocida popularmente como «matarratas».
Y, sin embargo, todavía hoy, para algunos, Napoleón Bonaparte falleció de un cáncer de estómago; mientras, para otros, su muerte continúa siendo un enigma.
Ésta es la historia que jamás figurará en los manuales oficiales.