ENERO

—Ken Matsuo sobrevivió —empecé, con mis manos rodeando al fin una taza de café no americano—. Sigue ingresado, pero va a mejor. El tercer intruso, la chica, sigue a la fuga. Glew huyó del país el mismo día.

Niamh estaba sentada junto a la ventana con una taza de chocolate blanco. Parecía concentrada, menos infantil en espíritu, pero tan ansiosa de aventuras como al principio.

—En cualquier caso, tenemos motivos para creer que Glew estaba metido solo por dinero, haciendo de director sobre el terreno. El verdadero cerebro es otro. Probablemente Isaak Dänemarr. Es el tipo que inventó los grabadores de sueños. La Sociedad le habló de la leyenda del Ojo, en la que se inspiró para su invento, pero supongo que al final se hartó de crear réplicas y se obsesionó con el original. Seguramente dedujo que Wells y sus amigos tenían uno, o a lo mejor el mismo Ambrose se la mostró.

Niamh abofeteó una palabra en su libreta solo para mis ojos: Pasta!

—Sí, cierto; lo único que no me cuadra de esta teoría es que a un científico del antiguo bloque comunista no me lo figuro capaz de manejar las sumas de dinero que Glew mencionaba. Así que quizá él es otro peón y tiene un patrocinador detrás. De todas formas, seguro que Glew recortó gastos contratando a matones de tan baja estofa como esos.

Los ojos de tía Liza cayeron sobre la muleta apoyada en mi silla.

—Lamento mucho que hayáis tenido que pasar por todo esto.

—No pasa nada. La verdad es que la Sociedad se hubiera vuelto a reunir para la resolución de este año, y Glew habría mandado a los asesinos, estuviéramos ahí o no. Eso no se podía prever.

—Estaba lo de la cama, sin embargo. Eso fue peligroso.

—Tenía a Niamh para protegerme.

—Podría hacer algo por tu rodilla, lo sabes.

—Estoy convencido —aseguré—. Pero no, gracias. Me apañaré. Tengo un año de rehabilitación por delante. Pero, eh, mi fisioterapeuta es un pibón muy considerable. —Sentí una patada en la espinilla buena—. Y por «pibón muy considerable» quiero decir un siete en la escala del uno al Niamh.

Liza rio. Tenía una piel perfecta, tanto ahora a sus presumibles treinta años como a cualquier edad que quisiera aparentar. Era guapísima, saliéndose de la escala Niamh. Perennemente hermosa como algo esculpido en la proa de un galeón.

—Habéis hecho un gran trabajo —dijo—. Los dos.

—Perdimos el Ojo —lamenté.

—Eso no era importante. Nunca quisimos el Ojo. No sabíamos nada de ojos ni de bolas de cristal cuando empezamos.

—Pero tú sabías que era una bola de cristal lo que me proyectaba los sueños a través del dosel metálico.

—Me lo imaginé después de leer la bibliografía sobre telepatía conducida. A diferencia de ti, yo sí leo alemán. Pero no sabía que existían bolas de cristal u ojos. Solo sabía que alguien, o alguna cosa, o algunas cosas, nos observaban. Y que una observaba desde Axton House. Vosotros descubristeis qué. Estoy contenta de haber confiado en vosotros. Fuisteis la opción acertada.

—Sí, bueno, no hace tanto que empecé a entender tus opciones. Me llevó mi tiempo entender por qué Niamh era la encargada de la protección.

—Era la única Guardiana que tenía a mano —dijo Liza.

Okay. Eso explica por qué ella. Pero ¿por qué yo?

—Te escogió ella.

Niamh y Liza nivearon a la vez.

Me volví hacia Niamh.

—Bueno, pues gracias. Ha sido… muy iluminador.

Afuera, el mundo de calles realmente viejas, timbres de bicicleta y edificios sin escalera de incendios fluía gris y ajeno a nuestra presencia. Era reconfortante mirarlo.

—Lo que peor me sabe —dije— es que nunca le pedimos disculpas a Knox. Sospechábamos de él todo el rato porque él sospechaba de nosotros, y mientras, no reparamos en Glew, porque él nunca sospechó de nuestra tapadera. Nadie lo hizo, en realidad. Strückner mencionó que alguien había contactado con Ambrose en mayo para hablarle de algo relacionado con su familia en Europa; contó que Ambrose se había entrevistado con esa persona en Clayboro, pero su discreción le impidió preguntar más. A veces creo… No sé, es como si incluso Ambrose hubiera creído que de verdad era mi tío abuelo.

—Estoy segura de que no le hubiera importado —dijo Liza—. Cuando quedé con Ambrose en mayo estaba convencido de que iba a morir pronto y nada podía hacerse para evitarlo. Sí podía, como demostrasteis más tarde, pero en aquel momento él estaba resignado a seguir los pasos de su padre. Moriría como una víctima más del juego, y sus amigos le llorarían un día y seguirían jugando, ignorando sus últimos deseos. Por eso aceptó este trato: yo vigilo a la Sociedad, o mando a alguien a vigilarla por mí, y a cambio me entero de todo. Quién está espiándome, cómo y por qué.

—Lástima que la parte de vigilarles no se nos diera muy bien —dije amargamente—. De todos modos, el trato que te propuso era muy bueno. Debía de estar contentísimo de haber dado contigo.

—En realidad, no dio conmigo. Estuvo husmeando, y yo di con él. Pero sí, pareció encantado de conocerme. —Liza apartó la mirada sonriendo, modesta—. Al fin y al cabo, había visto ya mucho de mí. Lo mejor de mí.

—Lo sé —dije, maravillado de sus muchas facetas desconocidas—: sesenta y seis veces desde 1900. Por cierto, vuelves a ser el Coloso este año. Felicidades, Betty.

—Gracias —dijo tía Liza, jugando con un tirabuzón de cabello castaño—. Procuro ser digna de ello.