«PALACIO DEL JARDÍN / FACTURA DE COMPRA E INSTALACIÓN
»Dirección de envío: Axton Road 1, Point Bless 26969. Vendido a: Niamh S. Connell. Artículos: Piscina desmontable modelo Tanganika talla XL (5 m × 10 m × 193 cm). / Filtro. / Escalerilla. / Clorador flotante modelo Clownfish.
»Fecha: 17-11-1995.»
CARTA
[…] Fue Help quien dio la alarma: la caída apenas se oyó. El agua se cerró sobre mi cabeza tan pronto como me estrellé en ella y me desperté. Antes de que pudiese siquiera adivinar dónde estaba, tentáculos de hielo me agarraban los brazos y las piernas, inyectándome plomo en los músculos, abortando cualquier posibilidad de nadar.
Niamh no necesitó más de diez segundos para esprintar al jardín, trepar a la piscina, zambullirse vestida, cogerme y sacarme la cabeza del agua. Y cuando lo hizo, la inmersión debía de haberme lavado casi toda la sangre de los ojos, porque veía perfectamente las paredes de plástico azul de la piscina y la piedra de la fachada norte de Axton House y la cara de Niamh, a átomos de la mía, sus pestañas salpicadas de rocío, los párpados en ultra alta resolución sobre sus ojos cerrados mientras nos apretábamos uno contra el otro y sus labios púrpuras congelados besaban los míos de puro cansancio.
Y entonces los ladridos cesaron porque Help saltó o cayó (muy probablemente cayó) desde el alféizar del dormitorio. Y tuvimos que pescarle.
Corrimos dentro, empapados, castañeteando los dientes (no sabía que los dientes de los perros podían castañetear), dejando un rastro de tablones hinchados del recibidor a la sala de música, donde encendimos un fuego, nos quitamos la ropa mojada, y Niamh se puso una muda nueva antes de correr escaleras arriba a buscar una para mí. (Obsérvense las ventajas de contaminar una casa de tres plantas con prendas de ropa dejadas al buen tuntún.)
LIBRETA DE NIAMH
(Junto al fuego.)
—Buen trabajo, Niamh. Jodidamente brillante.
(Abrazo.)
—Tus ojos?
—Veo bastante bien. ¿Qué pinta tienen?
—Mejor que hace 1 hora.
—Bien.
—Mandé telegrama a tía Liza; me dijo que destruyera la cama.
—A la cama no le pasa nada. No debería pasarle nada. Algo falla.
*
Inspeccionamos la cama. Ya te la hemos descrito: está hecha de madera tallada, con un dosel de latón vestido de seda color salmón, y es lo bastante grande para tener su propio código postal. Hicieron falta cuatro brazos para apartarla unos centímetros de la pared. Quitamos las sábanas, comprobamos el colchón, gateamos debajo con una linterna. No le pasa nada. Sí, ya sé que estás leyendo esto en diagonal esperando el párrafo que empiece con una conjunción adversativa, así que aquí va.
Pero. Niamh tuvo el segundo pronto de genialidad del día y trajo el voltímetro que el electricista se dejó hace dos semanas. Escaneó el dosel. Al tocar la estructura de latón, el aparato crepitó. Movimos la cama, lo que requirió un esfuerzo titánico, y examinamos la pared de detrás. No hay cables visibles, pero en la esquina izquierda encontramos la boca de una tubería de cobre. Creo que es un conducto de gas; la casa tiene electricidad desde hace décadas, pero el técnico dijo que las tuberías de agua no se habían renovado; supongo que la instalación de gas tampoco. Niamh midió la corriente en la parte expuesta de la tubería; daba cuatro o cinco voltios de más.
*
—¿Qué hay justo debajo de esta habitación?
—Biblioteca?
—Pero la biblioteca no tiene ventanas. ¿Cuál es la ventana de abajo?
—Guardería?
*
El ala norte del segundo piso es mayormente terra incognita. Como dije, la biblioteca ocupa la mayor parte de la planta y solemos atajar a través de ella para ir de las escaleras en el lado oeste a la galería en el este. El ala sur es una zona reformada que consta de dos dormitorios y un baño (una de las habitaciones la ocupaba Strückner). El lado norte comprende, desde las escaleras, la sala de fumar donde tenemos los monitores del circuito cerrado, una guardería o cuarto de los juguetes, un dormitorio pequeño para una niñera, un dormitorio más grande para un niño o adolescente, y la galería este otra vez.
Nuestro dormitorio debe de estar encima de la biblioteca y la guardería. Contamos los pasos hasta las ventanas en la tercera y segunda plantas. Encontramos una cinta métrica y medimos las distancias. Empezamos a golpear las paredes, Niamh desde la guardería y yo en la biblioteca, desalojando falanges de libros de las estanterías que forman el perímetro de la habitación.
Inútil. No nos oíamos el uno al otro. Había una habitación escondida en medio.
*
—Déjame coger un hacha y tirarlo todo abajo.
—Qué violenta estás hoy. ¿Qué hay de lo de ser dignos del misterio?
—A la mierda el misterio; casi te pierdo por su culpa!
*
Al final Niamh tuvo que conformarse con vaciar las estanterías.
La Geografía de Estrabón ofreció resistencia. Niamh palpó tras el volumen; encontró un pestillo. Tiró de él. Algún mecanismo despertó detrás del estante con un clac. Las librerías están separadas por pilastras de madera donde van las lámparas; la pilastra a nuestra izquierda se había abierto, dejando un resquicio. Tiramos de ella; eso le dio espacio a la librería para pivotar sobre una bisagra. Me pregunté quién construiría esa entrada secreta: ¿Axton, o quizá los Wells? Si fue Axton, razón de más para que los Wells compraran la casa; si fueron los Wells… solo puedo decir que esta familia mola muchísimo.
La habitación secreta es larga y estrecha y cabe entre la biblioteca y la guardería. Un mueble de compartimientos para guardar pergaminos se pudre en un lado, una desolada mesa de trabajo en el otro. Incluso para los estándares de Axton House ambos eran viejos.
Antes de encontrar el interruptor de la luz ya intuimos el tesoro. Quizá fue un reflejo en la oscuridad, como el que emitiría un objeto de cristal, pues era un objeto de cristal. Quizá fue esa sensación como cuando estás en el exterior y el aire se queda quieto, y miras hacia arriba y encuentras la tormenta perfecta justo encima de tu cabeza. Y parecía una nube de tormenta atrapada en una bola de cristal.
La curiosidad venció a la prudencia, y la toqué.
Recuerdo cómo la doctora Belknap se refirió a la telepatía conductiva como una «ciencia obsoleta». Dijo que Dänemarr y sus predecesores «aún» intentaban grabar sueños. Ahora me gustaría coger esa bola de cristal y hacer todo el camino hasta Midburg solo para demostrarle que se equivocaba. Porque lo habían hecho: un artefacto para grabar pensamientos. Y cada criatura de pesadilla que me ha perseguido desde mi primera noche en Axton House, cada cara, cada letra, cada objeto afilado y cada fenómeno meteorológico me esperaba dentro de esa bola de cristal para darme el golpe de gracia, y tan pronto como el átomo de proa en la punta de mi dedo chocó con su superficie, abordaron mi cuerpo y me atacaron: el vagabundo que noqueó a los dos policías, el chaval que tiró la granada, la estudiante china al piano y la DJ en Ibiza, el cocinero en su parada de fideos, el lector moribundo y el trino de la fuente, la atracadora con su bebé y las moscas cruzándose estúpidamente en la trayectoria prevista de la bala, las gemelas en el bosque, la tomboy en el tejado, el fantasma en el trópico, el surfista en la tempestad, el torturado vengándose, la que besa la amapola, la jugadora griega de Scrabble, el que da la mano antes de la explosión, el asesino de la horca, el paciente intubado, el esqueleto, la mujer meteoro y sus zapatillas Puma golpeando el techo del búnker en una isla en un océano en ninguna parte, y después de que Niamh me hubiera apartado de un tirón y lanzado a la otra punta de la habitación, muchos milisegundos después, mientras se arrodillaba y dibujaba con los labios un qué pasa, aún veía en su expresión preocupada la inestimable sonrisa de la diosa en lencería al volante, mirando el cubo de Rubik en mi mano, orgullosa de mí, porque finalmente, sin la ayuda de nadie, lo había resuelto.
*
—Y ahora qué?
—No lo sé.
—Voto por enterrarlo.
—Tal vez es un poquito drástico.
—NUNCA demasiado drástico.
—Lo importante es mantenerlo aislado. Haz fotos para tía Liza; luego mételo de nuevo en la caja. Luego mete esa caja en una caja, y esa caja en una caja…
—Y al sótano.
—Y ponte guantes para manejarlo.
*
Encontramos otros objetos de interés (polaroids adjuntas). El más notable es una barra hexagonal de hierro, como una llave Allen enorme, cuya finalidad nos es desconocida. Entre los papeles enrollados en el armario hay planos de Axton House, que abarcan desde la época de Axton hasta los años sesenta. La cámara secreta es una contribución de Horace en 1901. (Entiendo que los planos se guardaban aquí solo porque guardarlos en cualquier otro sitio revelaría la habitación.)
La bola de cristal, por cierto, la encontramos en el rincón de la mesa. Había llegado rodando desde una caja de cartón llena de cacahuetes de espuma que se había volcado de un estante caído hasta el extremo norte de la habitación, donde se quedó tocando la tubería de cobre que trepa por los ladrillos desnudos. El resto es especulación.
*
—Qué más?
—Bueno, la llave Allen gigante es un nuevo cabo suelto. Llevamos dos llaves, y ninguna cerradura. Deberíamos encontrarlas. ¿Qué hay del mensaje en clave?
—Hice mapa del laberinto y traté de aplicar la pauta al mensaje y fracasé. No es una rejilla.
—Ya me lo pensaba.
—No lo dijiste!
—Estaba ocupado tirándome por ventanas.
—Deberías echarle un vistazo.
—Lo haremos. Juntos. Mañana por la mañana buscaremos manuales de criptografía en la biblioteca y lo resolveremos.
—Por la tarde.
—¿Por qué?
—DOMINGO.
—¿Otra vez? ¡Venga ya! ¡He estado a punto de matarme!
—Con más motivo!
*
En fin. Que volvemos a no echarte de menos. Pero gracias. Muchísimas gracias.
Te queremos,
A. y N.
P. D.: Nos hemos besado!