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20 DE NOVIEMBRE
DIARIO DE A.
En realidad, L. Frank Baum ambientó catorce libros en el mundo de Oz, y escribió otras cuarenta y una novelas, muchas de las cuales están representadas en Axton House. Esto lo confirmamos en el catálogo de la biblioteca, un viaje en coche y una entrada triunfal más tarde, marchando en tromba de la entrada al segundo piso como un ejército, los tres chorreando. Corrijo: los cuatro. Help también estaba.
Fue Niamh quien nos condujo al libro correcto: se le ocurrió ir a por el que estaba en el anaquel más alto, que gente más baja que Strückner no habría visto. Tuve que subirla en hombros para alcanzarlo.
Era El mágico monarca de Mo, una edición de 1930 con ilustraciones de Frank Ver Beck. En eso reparé cuando ya lo había hojeado dos veces. A la tercera, cuando Strückner se nos había unido en el balcón de hierro, detectamos el truco: varios pares de páginas estaban encolados por los márgenes, formando tres bolsillos distintos. Para entonces ya estábamos lo bastante sosegados para usar un abrecartas y ahorrarle una carnicería al libro. Agitar todos los ejemplares de la biblioteca, al final, no hubiera servido de nada.
Fue en este momento, cuando teníamos los tres sobres cerrados sobre la mesa más cercana y Niamh empuñaba el abrecartas, que el sentido de mayordomazgo de Strückner se sobrepuso a la excitación.
—Bien —dijo—, por mucha curiosidad que sienta, no podemos leerlas.
Niamh y yo intercambiamos miradas. Le dije a Strückner que tenía toda la razón del mundo. Así que las metimos en el cajón y le ordené a Niamh que las llevara a correos por la mañana junto con nuestra carta diaria a tía Liza.
A lo que ella niveó en señal de conformidad.
Y, por supuesto, jamás lo llevó a cabo.
A la mañana siguiente nos levantamos más temprano que nunca para despedirnos de Strückner una vez más. Había llamado a su casa la noche anterior, pidiendo disculpas por las molestias, como si retrasarse por los tornados fuera una licencia imperdonable.
El amanecer postapocalíptico tras la tormenta era sensacional. Incluso para los estándares americanos.
Tan pronto como el coche desapareció tras los árboles grises, corrimos escaleras arriba y rasgamos los sobres.
CARTA
Axton House
Point Bless, VA
V. Belknap
Lafayette St. 402
Midburg, VA 26900
Mi leal Belknap,
Lamento mucho comunicarle que, desgraciadamente, no voy a poder continuar con nuestras sesiones. Mi salud me impide seguir haciendo el viaje a Midburg, ni siquiera una vez por trimestre.
Por favor, créame cuando le digo cuán mal me sabe terminar nuestra relación profesional (y déjeme añadir, por mi parte, amistosa) de forma tan abrupta. No solo porque nuestras sesiones, me doy cuenta, eran más beneficiosas de lo que mi incurable cinismo admitía, sino porque aunque fuese por la excusa para pasar un día fuera, las disfrutaba. Disfrutaba del largo viaje en coche, del pequeño café bajo su oficina y, sobre todo, de nuestros sesenta minutos de conversación. A medida que recorro el camino de mi vida y mi cuerpo y mente pagan el peaje, arreglar las piezas averiadas se vuelve menos prioritario que apreciar lo que queda entero. Por lo tanto, debo darle las gracias por tratar tan eficazmente mis dos achaques más graves: el aburrimiento y la soledad.
A título personal, y solo en caso de que le interese continuar nuestras charlas sobre sueños y similares, ¿me permitirá recomendarle algunas lecturas? Pruebe con el artículo de U. Bianchi en el número de junio de 1968 de la revista Mind & Beyond, y si tolera usted sus opiniones, consulte la bibliografía; en particular J. Kuttner e I. Dänemarr. Vi cómo reprimía usted cortésmente una mueca de desdén cuando le mencioné esos nombres, pero no los cito ahora como paciente en busca de comprensión, sino como amigo. Acéptelos, si quiere, como un recuerdo del que indudablemente es su caso más trivial.
Cordialmente,
Ambrose Gabriel Wells
CARTA
14/2/1995
Axton House
Point Bless, VA
Curtis Knox
Vaughan St. 120
Lawrenceville, VA 23868
Apreciado Curtis,
Para cuando recibas esta carta, sabrás qué fue de mí mejor de lo que lo sé yo. Me atrevo a aseverarlo porque eres Sócrates, y ambos sabemos que un Sócrates no viaja mucho. Otros años escogí una introducción distinta, pues llevo reescribiendo esta carta cada año desde 1974, normalmente alrededor de mi cumpleaños. (Siempre he confiado en que no me iría a principios de invierno, al inicio de una nueva campaña. Aunque sí temo, de cuando en cuando, especialmente en las vísperas de las reuniones, mientras Strückner supervisa los preparativos, que algún año, quizá no este, quizá tampoco el próximo, pero algún año, será tan terrible que no duraremos ni una sola noche. Jamás he sacado el tema, pero lo pienso a menudo. Me pregunto si tú también.)
Pero te pido disculpas: me estoy desviando. Como habrás adivinado, esto no es una nota de suicidio. En el momento de escribir esto, no pretendo poner fin a mi vida. Lo escribo porque temo que el fin pueda llegar igualmente.
Si ocurre así, hay temas de los que ocuparnos, cabos que atar en nuestra Sociedad. Como Miembro, soy responsable de aportar un sustituto. Como Anfitrión, soy responsable de fijar un rumbo. Como nuestro Historiador, debo confiarte a ti mi voto póstumo sobre el destino de la Sociedad. Y mi voto es este: disolvedla.
Sí, ya sé lo que estás pensando: soy un hipócrita. Es así, lo soy. Lo he sido durante veintiún años. Cada febrero escribo una atolondrada admonición sobre nuestras actividades y os exhorto a no celebrar otra reunión. Y sin embargo, cuando la reunión se acerca y mi carta permanece sin leer, exclamo: ¡sigamos, otro año más! En pocas palabras, quiero que todos dejéis el juego solo porque yo ya no puedo jugar más.
Es cierto, Curtis. Soy un perdedor pésimo. Pero como sé que no eres tan inclemente como para desestimar una carta de un muerto, trataré de justificar mi postura.
Primer punto: soy un Wells. Como bien sabes, mi nombre me otorga algunos privilegios. Como Anfitrión, convoco las reuniones. Los Miembros me informan a mí. Los Archivos los guardo yo. Mi abuelo Horace estaba entre los primeros jugadores. De no ser por él, esta hermandad no tendría razón de ser; no nos reuniríamos; dormiríamos por las noches; viviríamos tranquilamente en la ignorancia. Un Wells empezó el juego; un Wells merecería la oportunidad de terminarlo.
Segundo: no tengo hijos. Lo cual os coloca a todos en una posición que la Sociedad ha evitado históricamente: un debate de sucesión. Nadie cuestionó a mi abuelo cuando le legó las riendas a su hijo. Y cuando mi padre se olvidó de escribir un testamento, nadie objetó a que Stillwall se convirtiera en mi maestro y pusiera las riendas en mis manos. (¿Has considerado, por cierto, que mi padre, que sí se suicidó, jamás dejó una nota? ¿Has considerado que su acto también fue un intento de disolver la Sociedad?)
Tercero: estoy muerto. Y esto es lo que mi padre no consiguió haceros ver. Probablemente se sentía como yo me siento ahora, como todos nos sentimos en los años malos. Pero fue él quien se quitó la vida. Así que el Juego no lo hizo, pensamos todos.
Pues bien, Curtis, esta vez no. El Juego me ha quitado la vida a mí. El Juego es el culpable. Igual que lo fue con Spears, Lutz, Dagenais… ¿Sigo?
Todo esto puedes transmitirlo a los Miembros para su consideración. Encontrarás sus datos de contacto en la agenda roja en el primer cajón de la izquierda del estudio del tercer piso, junto con mi llave de los Archivos, que ahora están a tu disposición. Siempre he admirado tu oratoria, Curtis; estoy seguro de que el debate concluirá con la Sociedad tomando el camino que tú apoyes, sea cual sea. No obstante, la Llave de la continuidad de la Sociedad se la confío al Secretario. Esto es solo para asegurar que habrá un debate.
Sé que no estoy planteando ningún problema que los diecinueve restantes no podáis superar. Nuevas situaciones requieren nuevas medidas, y nuestra sociedad tiene grandes dotes de improvisación. No nos atan leyes grabadas en piedra, al fin y al cabo. Es solo un pasatiempo burgués.
Adiós, amigo mío.
Con afecto,
Ambrose Gabriel Wells
CARTA
[A Caleb Ford, en Clayboro, Virginia]
LIBRETA DE NIAMH
(Desayuno en Gordon’s.)
—¿Qué? ¿Qué sacas en claro?
—Has dormido algo?
—Un par de horas.
—No puedes seguir así.
—¿Podemos centrarnos en las cartas?
(…No puedo.)
—A ver, entiendo que Belknap es un psicoterapeuta. No tiene nada que ver con la secta o lo que sea. Pasemos al siguiente: Knox.
—Ambrose confiaba en él, pero no tanto.
—Le transmite sus últimas voluntades, pero le pasa el testigo, como tú decías, a Caleb. «El Secretario.»
—Y lo cifra.
(Miramos el mensaje en clave.)
—Exacto. Así que, ¿qué es esta ilusión óptica?
—No es como nota de Aeschylus: muy largo.
—Strückner dijo que el padre de Caleb estuvo en la guerra con el padre de Ambrose; tal vez ambos sabían de criptografía. Esto podría ser un nivel más avanzado. ¿Qué es más avanzado que un código de sustitución?
—Todo.
—Ya. Lo sospechaba. Vale. Investigaré.
—Lo haré yo. Tú ve a dormir.