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6 DE NOVIEMBRE
DIARIO DE A.
Lo segundo peor que te puede pasar en la consulta del médico es que el doctor llame a un colega porque necesita una segunda opinión.
Y lo peor que te puede pasar es que te pidan permiso para hacerte una foto.
Al margen de todas estas atenciones, nuestra visita a la pequeña clínica de Point Bless ha sido esencialmente inútil, salvo por el placer de ver el horror en la cara de los peatones que cruzaban por delante de la pequeña Niamh al volante de un Audi como un tanque a ciento veinte por hora.
Desayunamos en Gordon’s, la cafetería de Monroe Street que los jóvenes de aquí deben de considerar el epítome del tedio. A mí me encantó. Era puro Estados Unidos, con sus mesas junto a la ventana y un montón de botellitas de salsa y cachivaches contra el cristal, como en las pelis. Hacía que todo lo que decíamos sonara súper interesante. Y no es que no lo fuera; Niamh juzgó mi relato del poltergeist en el baño bastante transcendente. Y las gafas de sol que llevaba yo al contárselo sin duda contribuían al misterio.
*
—No deberíamos llamar a alguien?
—«¿A quién vas a llamar?»
—Electricista!
CÁMARA DE SEGURIDAD: INFORMÁTICA Y ELECTRÓNICA RAY’S
06-11-1995 LUN 11:02
Un JOVEN sin afeitar y con gafas de sol mira directamente a cámara.
[Una MUJER en chaleco de plumas y gorro de lana aparece tras el mostrador.]
MUJER: Hola.
JOVEN: Ah, hola. Ehm, la chica de la cafetería me ha dicho que si quería un electricista tenía que venir aquí y hablar con… ¿Sam?
MUJER: Espere, le llamaré.
[La mujer se va. Tras el hombre, una CHICA esmirriada de aspecto punk, de unos quince años, curiosea en los estantes. El cabello oscuro le cae en tirabuzones por las sienes, acaba à la garçonne por detrás y culmina por arriba en una erupción volcánica de rastas y cintas de lana.]
[El joven se gira para verla desprecintar una caja.]
JOVEN: ¿Quién va a pagar eso?
NIÑA: [Le señala distraídamente.]
JOVEN: ¿Yo? Caray. Ya no sé en qué gastarme el dinero. Me doy asco de lo nuevo rico que soy.
[La chica pulsa algunos botones de la grabadora que ha sacado de la caja.]
GRABACIÓN: … co de lo nuevo rico que soy.
JOVEN: Mola. [Inspeccionando el aparato.] ¿Dónde va la cinta?
NIÑA: [Indica una palabra en la caja.]
JOVEN: «Digital.» Guao. Parece que fue ayer cuando fuimos a ver Llegada de un tren a la estación y huimos en estampida de la sala.
[La mujer vuelve.]
MUJER: ¿Es por una avería del coche?
JOVEN: Er… no, no. Es en mi casa. Solo quería que un electricista se pasara.
MUJER: ¿Se han quedado sin luz?
JOVEN: No.
MUJER: ¿Algún corte, bajadas de tensión…?
JOVEN: No, al contrario. Funciona perfectamente. Solo quería que alguien lo comprobara.
MUJER: Aquí básicamente vendemos electrodomésticos y herramientas. Sam solo va a las casas para emergencias.
JOVEN: Ah. Ya veo.
[La mujer se fija en la niña manipulando la grabadora.]
MUJER: ¿Son de por aquí?
JOVEN: Sí, nos acabamos de mudar a… [Para; lee los labios de la chica. A continuación, a la dependienta.] Vivimos en Axton House.
MUJER: Axton House.
JOVEN: Sí.
MUJER: Oh. Bueno, er… Tal vez Sam pueda pasarse en algún momento esta semana. De hecho, le echaré a patadas del sofá si hace falta.
JOVEN: Oh, perfecto. Gracias.
MUJER: [A la chica.] ¿Te puedo ayudar, cielo?
[La chica devuelve el aparato a la caja y la deja en el mostrador.] MUJER: ¿Vas a comprar esto?
NIÑA: [Asiente.]
MUJER: [Consulta la etiqueta.] Vale, serán… ochenta y cinco con noventa y nueve.
NIÑA: [Silba y chasquea los dedos al joven.]
JOVEN: [Sacándose la cartera.] ¿Aceptáis Visa?
MUJER: Sí.
JOVEN: [Dándole la tarjeta de crédito, a la chica.] Tía Liza me advirtió de que harías esto.
[Ella sonríe. La mujer pasa la tarjeta, le entrega el recibo, él firma.]
MUJER: Gracias. Y bienvenidos a Point Bless.
JOVEN: Gracias. [A la chica.] Vamos.
[La mujer desaparece por la trastienda; ellos se dirigen hacia la puerta, la chica cargando la caja bajo el brazo.]
JOVEN: ¿Para qué hemos comprado esto exactamente?
[Ella tira del cordel que lleva alrededor del cuello y recupera de bajo su camiseta una pequeña libreta y un lápiz cortísimo atado a una anilla. Escribe un mensaje y se lo muestra.]
JOVEN: O yo estoy espeso o tú abrevias demasiado. ¿Qué significa «e uve pe»?
CARTA
Axton House
Axton Rd. 1
Point Bless, VA 26969
Querida tía Liza,
Son las seis y media de la tarde y estoy tumbado en el sofá de la sala de música (primera puerta a la izquierda desde la entrada). La luz amarilla de la lámpara de pie combate el anochecer que se filtra por las ventanas. Al otro lado de la habitación, como a un kilómetro, oigo a Niamh al piano. ¿Cómo ha aprendido una mocosa criada en las calles de Irlanda a tocar el piano?
Me enseñaron las monjas![3]
En fin. El día ha sido sombrío y memorablemente triste, así que hemos pasado la mayor parte en casa. Pronto comenzaremos a encender fuego; si no, en cuanto el invierno empiece a asediar estos largos y ventosos pasillos, la casa se volverá inhabitable, a excepción del edredón en el que Niamh se envuelve por las noches como un rollito de primavera.
Hemos explorado el laberinto. Es precioso, como demuestran las fotos de Niamh. Tal vez aún lo es más con los setos crecidos sin control por arriba y el suelo embarrado de hojarasca por abajo. Creo que la decadencia le sienta bien a un laberinto. Lo mismo se aplica a la casa: el abandono y el hollín la embellecen.
Tampoco es que el trazado sea ningún gran desafío. Niamh me contó el truco que le enseñaste, «gira siempre hacia el mismo lado y cambia solo si estás en un bucle», y llegamos al centro enseguida. El intrincado camino hasta allí convierte cuatro bancos de piedra y una estatua de Ariadna enredando un ovillo en un pequeño tesoro. Nos sentamos, pese a la llovizna y al miedo a que los dedos de hiedra bajo nuestros asientos nos agarraran por los pies y el seto nos engullera, y nos quedamos allí, respirando ese pequeño cuadrado gélido, asumiendo que un laberinto es de las cosas reales más locas y guays que uno puede aspirar a poseer.
Hay pocas novedades más. Registré el despacho de Ambrose aquí en la primera planta y solo encontré la confirmación de que este era el lugar de trabajo que quería que la gente viera, el dedicado a sus banales negocios públicos. Sin duda, los demás escritorios repartidos por la casa, flanqueados por torres de papeles, esconderán premios más valiosos.
A su vez, Niamh exploró la habitación de Strückner y las dependencias de los criados. Estas caben bajo la escalera principal y, salvo por un lavabo muy conveniente en esas latitudes, hace tiempo que no se utilizan. Según Glew, a Strückner le ofrecieron ocupar uno de los cuartos de invitados más bonitos en la recién reformada ala sur del segundo piso. Aunque aceptó, creo que se quedó el más pequeño por modestia. Me pregunto si se atrevió a desordenarlo.
Por cierto, fuimos al pueblo esta mañana y Niamh compró una grabadora. Su idea es dejarla en el baño por la noche y registrar «EVP» (Electronic Voice Phenomena, psicofonías). Me temo que ahora tendré que tirar de la cadena cada vez que eche una chalupa al agua para tapar el pluf. Y hablando de cosas que salpican, también ha cogido un folleto informativo de un instalador de piscinas. Haré lo posible por impedirle que convierta esto en un resort de vacaciones antes de que llegues, pero tendrás que darte prisa; no sé cuánto tiempo podré contenerla.
Y sí, esta vendría a ser mi manera de decir que empiezo a echarte un poco de menos. Y Niamh también, estoy seguro. Ya no le doy a leer estas cartas; total, lo único que hace es reírse de mi prosa y señalarme lo pomposo que sueno. Dice que he leído demasiado a Lovecraft.
Bueno, al menos me ha enseñado una forma de inglés. Y ahora vivimos en una casa encantada, así que el estilo Lovecraft me puede ser útil.
Ah, y Niamh insiste en que quiere un perro.
Besos,
A.
P. D.: Me ha parecido que esto merecía añadir una página. Mientras buscaba un sobre para esta carta, Niamh ha tropezado con el que encontré en el despacho de Ambrose, vacío y con «Aeschylus» escrito en el anverso, y se ha dado cuenta de esto:
A E S C H Y L U S
S T R Ü C K N E R
FRAGMENTO DE ARS CRYPTOGRAPHICA, DE SAMUEL MANDALAY. LONDRES, 1977
De entre los códigos de sustitución, la forma más simple (y en consecuencia la más transparente) es la sustitución monoalfabética, que consiste en reemplazar individualmente cada letra por otro símbolo. Un ejemplo memorable de este código lo encontramos en El escarabajo de oro, de Edgar Allan Poe. Sherlock Holmes descifró un sistema similar en La aventura de los bailarines, de sir Arthur Conan Doyle. La alta incidencia de este tipo de cifrado en la ficción detectivesca denota su ineficiencia para esconder información de forma segura en la vida real.
Hay varias formas de asignar un nuevo valor para cada letra. La más simple implica la transposición del alfabeto. Por ejemplo, desplácese el abecedario una letra, cambiando así cada una por la siguiente: a = b, b = c, c = d. A esto se le llama un cifrado César. Un método igualmente pueril: escríbanse las veintiséis letras del alfabeto en dos filas de trece; a continuación, reemplácese cada letra por la de arriba o la de abajo. Así: a = n, b = o, c = p.
El siguiente método permite codificar y descodificar un mensaje rápidamente conociendo solo una palabra clave: escríbase el abecedario en una fila; debajo, escríbase una palabra, cuanto más larga mejor, sin letras repetidas, seguida de lo que quede del alfabeto. En el siguiente ejemplo, hemos utilizado la palabra Mozambique.
Y otra vez se sustituyen las letras de la fila superior con las de la inferior: a = m, b = o, c = z. […]
Si se conoce el idioma del mensaje, romper un código monoalfabético de sustitución es extremadamente fácil. Esto se debe a las secuencias de caracteres recurrentes referidas en el §Apéndice II. Un ejemplo: la palabra más frecuente en inglés es, con diferencia, el artículo «the». Si un mensaje cifrado contiene varios casos de una palabra tipo 123, lo más razonable es empezar verificando si 1 = t, 2 = h, 3 = e.
Para contrarrestar los esfuerzos de posibles espías, el mensajero puede reducir estas secuencias al mínimo de dos maneras: a) omitiendo o recortando palabras comunes como artículos, demostrativos y pronombres personales, y b) omitiendo espacios y puntuación. Aun así, algunas secuencias de caracteres recurrentes seguirán siendo detectables, como explica el §Apéndice II.3. Por ejemplo, si 4 siempre va seguido de 5, pero 5 puede ir precedido por otros símbolos, entonces probablemente 4 = q y 5 = u. Esto vale para todas las lenguas de Europa Occidental.
Igualmente, el mensaje será aún susceptible a un análisis de frecuencia como el detallado en el §Apéndice II, igual que hace Legrand en el cuento de Poe: tómense todos los símbolos en el mensaje codificado y ordénense por frecuencia. Si el mensaje es en inglés, el símbolo que encabece la lista muy probablemente será la letra e.
La manera definitiva de reforzar un código de sustitución es la brevedad. Se estima (vid. Zangler, 1949) que cualquier mensaje más largo de ochenta caracteres está al alcance de un aficionado más o menos laborioso. Por contra, un mensaje escrito en una sola línea, sin espacios ni puntuación, incluso usando un sencillo cifrado César, puede muy bien ser indescifrable.
Pero, claro está, un mensaje indescifrable no es un mensaje.
*
(Dormitorio.)
—¿Qué significa esto?
—Que Ambrose DEJÓ mensaje a Strückner.
—¿Cómo iba Strückner a saber que él era Aeschylus?
—Usaron código antes? Wells padre era criptógrafo.
—Claro. Y él tuvo a un Strückner sirviéndole también. No es un código muy elaborado, por eso. Supongo que tenía que estar al alcance del mayordomo.
—No tan fácil si el mensaje es corto. Como «LLAMAACALEB».
—Eso es ir al otro extremo: de pasatiempo a indescifrable.
—Pero la clave está en sobre. Strückner ya sabe 8 letras:
A = S
E = T
S = R
C = U
H = C
Y = K
L = N
U = E
—Y a partir de aquí puede deducir el resto. Mientras que alguien que encontrara el sobre por accidente, al no saber para quién era, tendría que empezar de cero. Ingenioso.
—Lástima solo tenemos el sobre.
—¿Qué debió hacer con el mensaje?
—Destruido.
—Supongo.
DIARIO DE A.
Hace escasos minutos me encontraba en un deslumbrante desierto blanco. El calor era intolerable, pero la culpa no era del sol. Un fuego ardía a mi espalda. Oía gritos lejanos. La luz me engulló. Yo llevaba una pistola.
De un parpadeo volví a la oscuridad. Creo que me traje un grito del sueño a la realidad; lo oí disolverse en el silencio. Esperé que Niamh se moviera, pero no lo hizo.
Me quedé en la cama un rato hasta sentir la cabeza despejada; entonces me levanté y, a tientas, palpando el borde del colchón, rodeé la cama y me dirigí al baño. Si algo raro iba a pasar, quería estar despierto para registrarlo en condiciones.
Cerré los ojos a la luz del baño. Las bombillas nuevas funcionaban bien, pero ahora tengo la vista más sensible. Medio dormido, me lavé la cara, intentando no salpicar la grabadora de Niamh que reposaba en el lavabo. Me miré en el espejo, y mi reflejo dio un paso atrás. Tenía los ojos algo más limpios, pero la piel del contorno era escarlata, como si hubiera llorado durante semanas.
Debí de oír algo. No recuerdo qué. Sé que instintivamente me giré hacia la bañera. No vi ninguna sombra.
Mientras me acercaba, imaginaba la banda sonora de la escena: o bien dos únicas notas de piano sucediéndose rápidamente, o bien un trémolo de violines creciendo a medida que mi mano imprudente se elevaba hasta la cortina.
Tiré de ella, y un estallido de guitarra eléctrica sacudió los cimientos de Axton House.
Procedía de la sala de música, traspasando dos pisos y sobrándole potencia para volar el techo. Era el mismo álbum de los Dead Kennedys que Niamh había estado escuchando por la tarde, pero eso no lo reconocí al principio. Lo que sí reconocí fue un silbido de Niamh por encima de la voz de Jello Biafra que por poco rajó el espejo de parte a parte.
Corrí; no, volé escaleras abajo, lamentando todo el trayecto que nuestra casa es demasiado grande: un largo pasillo, el rellano de la tercera planta, un largo tramo de escaleras, el rellano de la segunda, dos tramos de escaleras más, otro pasillo iluminado por la sala de música donde había estallado la música punk, y la antesala, justo enfrente, a la que llegué a tiempo de ver a Niamh abriendo de par en par la puerta doble del despacho de Ambrose.
Corrimos a la ventana y escaneamos el jardín. Más tarde ella aseguró haber visto a alguien; yo no vi a nadie.
Las puertas habían sido bloqueadas desde dentro. La alfombra estaba cubierta de papeles. En el panel de madera central detrás de la mesa, donde antes colgaba un cuadro de unos esclavos rezando en una plantación, bostezaba una caja fuerte abierta.
Niamh no estaba dormida cuando pasó. Supongo que el mutismo le ha aguzado el oído; si no, no me explico cómo pudo captar un cristal roto a dos pisos y varias puertas cerradas de distancia. No oyó nada más, pero bastó para ponerla en marcha. Bajó las escaleras, descalza, y empezó a comprobar todas las habitaciones a oscuras. En cuanto localizó dónde estaba el intruso, y juzgando demasiado peligroso enfrentarse a él, optó por asustarle. Fue a la sala de música, donde había estado tocando el piano primero y escuchando sus discos después, subió el volumen al máximo y pulsó play para asustar al intruso; luego silbó para alertarme a mí, y finalmente, embistió las puertas del despacho sin abrirlas para ahuyentarlo (solo empujó con fuerza al llegar yo). Por supuesto, para entonces el ladrón se había ido.
*
(Sala de estar, después.)
—Creo que era Knox.
—¿Crees o lo has visto?
—Creo.
—No basta. Dudo que fuese Knox. Si yo fuera él y quisiera algo de esa caja fuerte, no vendría en persona.
(Meditamos.)
—Es igual, olvida el quién; piensa en el qué. Knox esperaba que Ambrose le dejase algo; eso lo sabemos. Pero lo que Ambrose dejó fue un mensaje cifrado para Strückner.
—Y Knox muy interesado en Strückner.
—Cierto. Sabemos que era un mensaje breve; tenía que serlo. Es presumible que guiara a Strückner a un mensaje más largo guardado en otro lugar. O sea, que probablemente dijera…
—«Mira en la caja fuerte.»
—Exacto. Estamos asumiendo que Strückner sabía dónde estaba la caja. Igual no lo sabía. Pero bueno, asumamos que sí.
—La abrió, cogió lo que buscaba y se fue. Y cuando Knox llegó después, no encontró nada.
—Si fue Knox. ¿Estás segura de que se marchó con las manos vacías?
—90% sí.
—Pero no tiene sentido. Si la caja contenía las últimas voluntades de Ambrose, y si estas concernían a Knox, como Knox creía, si todo eso fuese cierto, Strückner se las habría transmitido a Knox y punto.
—Y si Str. NO abrió la caja?
—¿Por qué no?
—Quizá no siguió instrucciones?
—¿Por qué no?
—Quizá no las descifró?
—¿Y aun así las destruyó?
—Quizá no?
—No; si no las hubiera entendido, o no hubiera entendido que eran para él, las hubiese metido de nuevo en el sobre. Es lo que haría cualquiera.
(Meditamos otra vez.)
—Vale, digamos que las leyó, pero decidió no seguirlas. Es raro, pero… supongámoslo. Él dice que al cuerno; se va, muy afectado… Luego llegamos nosotros… Luego llega Knox…
—Knox hace lo que Strückner no hizo?
—Muy arriesgado. Además, algo no encaja: ¿Cuánto tiempo ha pasado entre que has oído la ventana romperse y has dado la alarma?
—5-10 minutos.
—¿O sea que sabía en qué habitación buscar, sabía dónde estaba la caja fuerte y perdió diez minutos registrándola?
—ABRIÉNDOLA.
—¿Ves? Ahí se hunde nuestro castillo de hipótesis. Ni siquiera registra la casa; va directo a la caja fuerte; incluso se cuela por la ventana más próxima. ¿Por qué tiene tanta confianza en la caja? ¿Por qué está seguro de que valdrá la pena?
—Strückner se lo dijo!
—¿Y no le dio la combinación?
—Bien jugado.
(Depresión.)
—¿Por qué no has subido cuando te has dado cuenta de que había un intruso? ¡Podría haber sido un profesional! ¡Podría haberte matado!
—Estoy aquí para protegerte.
(Meditamos…)
—¡Vale, tú ganas, cómprate un perro!
*
Supongo que ya nos sentíamos bastante profanados por una noche, así que descartamos volver a la cama. Tras un café y un chocolate caliente empezamos a inventariar el contenido de la caja fuerte (básicamente una colección de monedas, un joyero y una carpeta con títulos de propiedad cuyo orden original no supe reconstruir) y lo devolvimos todo a su sitio.
La revelación llegó al alba.
La caja había sido abierta, no forzada. Una vez devuelto todo el contenido a su interior, me di cuenta de que si la cerrábamos, no la podríamos volver a abrir. Resolví que un ladrón no volvería a por lo que no se llevó la primera vez y dejé la caja entornada; entonces empecé a buscar otro sitio para colgar el cuadro. Mientras lo paseaba, advertí en el reverso de la tela las mismas chinchetas azules que había visto entre el material del escritorio de Ambrose.
Estuve ahí de pie con el cuadro en la mano un par de minutos hasta que caí.
Las instrucciones dejadas a Aeschylus no eran «mira en la caja fuerte». Eran «mira detrás del cuadro».
Tanto Strückner como Knox pensaron que eso significaba mirar en la caja fuerte, pero ninguno tenía la combinación: por eso uno no siguió las instrucciones y el otro mandó a alguien a abrirla.
En realidad, era tan simple como sacar la lámina de corcho de detrás del lienzo. Salía el sol cuando encontramos la carta de Ambrose Wells pegada al reverso del cuadro.