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Una empresa peliaguda

Después de que su cuartel general resultara inhabitable debido a la desenfrenada extracción de pirita, Su Pomposidad Fallo el Supremo, Gran Bulp por Elección y Señor Protector de Este Sitio y de Cualquier Otro Sitio en el que Repare por Casualidad, había trasladado la sede de su jefatura a un aljibe abandonado situado detrás de la afilada torre de Este Sitio. Allí se encontraba, dormitando en aquella amplia sede, cuando Garabato llevó a Bron para que ofreciera sus servicios.

No era idea del joven enano. En realidad, éste no tenía ni idea de cuál era la idea. Garabato lo había encontrado y le había dicho: «Vamos, ir ver Gran Bulp», y Bron lo había seguido servicialmente.

El descenso al fondo del aljibe resultó un poco angustioso, ya que el acceso principal —una espiral de peldaños de piedra que descendía rodeando el pozo— se encontraba momentáneamente obstruido por una multitud de enanos gullys con montones de cascotes en cada escalón. Los mineros separaban las refulgentes chucherías del material inferior mediante el procedimiento de machacar el mineral con piedras y arrojar los escombros desde las paredes, para que los recogieran abajo una vez que la gravedad había separado las doradas chucherías de los desperdicios.

Así pues, Bron tomó el camino directo, todo recto hacia abajo por la vertiginosa pared. Su compañero, Garabato, perdió pie en dos ocasiones, pero el fornido aghar consiguió sujetarlo las dos veces, y tras la segunda, se echó a su profesor al hombro y lo transportó así el resto del camino.

Todavía llevaba a Garabato al hombro, farfullando y retorciéndose, cuando se presentó ante la augusta presencia de Fallo el Supremo. El jefe del clan estaba en aquellos momentos profundamente dormido y ya empezaba a roncar, así que, muy respetuosamente, Bron se abrió paso por entre la muchedumbre de enanos gullys que recogían pirita y pateó polvo sobre el rostro de su padre para despertarlo. El Gran Bulp profirió un resoplido, abrió unos ojos malhumorados y alzó la cabeza.

—¿Qué querer, papá? —inquirió el joven.

—¿Querer? —Fallo parpadeó con energía, y lo miró bizqueando—. ¿Yo?

—Ajá. Tú. ¿Qué querer?

—¡«Solta» mi pie! —siseó Garabato detrás de él, retorciéndose boca abajo mientras el joven enano gully lo sujetaba con firmeza—. ¡Dejar ir!

—Supongo que yo querer estofado —decidió el Gran Bulp—. Y quizás unas cuantas babosas fritas.

—Vale —respondió Bron; se dio la vuelta y Garabato le golpeó con fuerza la espalda.

—¡Esto no motivo por el que nosotros venir! —chilló—. ¡Bron, «solta»! ¡Tú estar aquí por trabajo, no por estofado!

Desconcertado, el enano se detuvo y soltó a su carga, que aterrizó de cabeza sobre el suelo de piedra cubierto de arena. Bron se giró y bajó los ojos hacia él.

—¿Presentar por trabajo? ¿Qué trabajo?

A poca distancia de ellos, la dama Lidda reparó en la conversación y fue a buscar un poco de estofado para Fallo. Si el Gran Bulp no conseguía estofado cuando lo pedía, por lo general se enfurruñaba.

—Gran Bulp necesitar un explorador —indicó Garabato, incorporándose.

—¿Yo necesitar? —Fallo volvió a parpadear—. ¿Para qué?

—Para investigar por qué Altos siempre estar pasando encima de Este Sitio —recordó el otro a su jefe y señor—. ¡Prestar «tensión», zoquete!

—Ah —respondió el aludido con solemnidad, aunque no tenía ni la más remota idea de sobre qué le estaba hablando Garabato.

—Eso fácil —indicó Bron a su mentor—. Altos pasar por ahí arriba «poque» allí ser donde puente estar.

—¡Altos tramar algo! —dijo Garabato—. Nosotros averiguar qué ser.

—¿Cómo?

—¿Qué?

—¿Cómo averiguar qué?

—¿Averiguar qué? —inquirió Fallo.

—Alguien ir a ver —explicó Garabato a Bron.

—¡Oh! —El enano se rascó la cabeza, luego asintió—. Vale. Tú ir a ver.

—Ir ver ¿qué? —quiso saber el Gran Bulp.

—Yo no ir. —Garabato sacudió la cabeza con energía—. Bron ir.

—¿Por qué yo?

—¿Por qué no?

—¿Por qué no qué? —rugió Fallo, provocando que toda la actividad gully del lugar se interrumpiera en medio de un gran estrépito.

—¿Por qué no poder ir Bron a mirar a Altos? —explicó Garabato—. Gran Bulp decir ir mirar a Altos, ver qué pasar. ¿Cierto, Gran Bulp?

—Cierto —respondió éste, asintiendo—. ¿Por qué?

—Alguien deber ir —prosiguió el otro—. Gran Bulp decir que Bron ir. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, Bron ir mirar a Altos.

—Ya ver Altos —les recordó el joven gully—. Yo ver ellos todo el tiempo en el puente.

—Pero ¿adónde ir Altos? —insistió Garabato, enrojeciendo.

—No saber —respondió él—. ¿Querer que yo ir ver?

—¡Ir ver dónde Altos van! —ordenó Fallo, que empezaba a estar harto de todo aquello.

—Vale —dijo Bron.

—Vale —repitieron otros que se encontraban cerca.

Bron se encaminó a la pared del aljibe, seguido por docenas de otros enanos gullys. Los que consiguieron llegar a lo alto a la primera intentona marcharon en dirección al extremo opuesto del desfiladero y a lugares situados más allá, transportando con ellos lo que fuera que llevaran en la mano cuando llegó la orden de partir: una bolsa de champiñones, una calabaza, rocas, un lagarto muerto, un zapato extra, y varios otros trofeos.

Aquéllos que no consiguieron trepar por la pared se limitaron a olvidarse de ello y encontraron otras tareas a las que dedicarse.

En el riachuelo situado más abajo de Este Sitio, Bron y sus seguidores pasaron junto a un grupo de enanas ocupadas en lo que podría denominarse el lavado de ciertas cosas. En la colada se incluían varios utensilios, herramientas, bebés y prendas, y también el Gran Opinante, que protestaba a voz en grito mientras se dedicaban a restregarlo con energía, sumergiéndolo repetidamente durante el proceso. Gandy era muy anciano y muy sabio, pero algunas de las damas habían decidido encargarse de que se bañara de vez en cuando, tanto si lo necesitaba como si no.

Tarabilla se encontraba entre el grupo que lavaba ropa. En cuanto vio a Bron, soltó el trozo de tela que restregaba y se puso en pie. La prenda, olvidada, se alejó flotando riachuelo abajo.

—¿Dónde va Bron? —preguntó.

—Tener que mirar a Altos. —El joven señaló en dirección este—. Gran Bulp dice ir a ver dónde ellos van.

—¿Porqué?

—No saber —respondió él, encogiéndose de hombros—. Gran Bulp no tener idea muy clara sobre eso.

—Gran Bulp no tener ideas claras sobre nada —indicó ella.

—Cierto. Pasar buen día.

Dicho esto, el enano gully se metió en el arroyo para pasar al otro lado. El riachuelo era bastante profundo en la zona central, y unos cuantos miembros de la resuelta tropa de Bron se alejaron flotando aguas abajo, mientras se debatían en busca de algún lugar al que aferrarse. A pesar de todo ello, todavía lo acompañaban un buen número de enanos cuando alcanzó la orilla opuesta, escaló la pared del desfiladero y se puso en marcha, a campo traviesa, en la dirección que seguía la calzada del puente. A lo lejos y al frente se distinguían unas cumbres bajas, con una cordillera más alta detrás.

La mayoría no tenía ni idea de adónde iba, y ni uno solo sabía por qué, pero todos eran auténticos enanos gullys. Una vez que decidían hacer algo, seguían adelante con ello hasta que alguien les decía que lo dejaran o surgía algo más interesante. La fuerza motriz más poderosa de cualquier aghar era la simple inercia.

Aquella noche descansaron en una cueva poco profunda, tras una cena a base de un lagarto escuálido y varias raíces y bayas recogidas en el camino.

—Nosotros un muy buen grupo explorador, Bron. Cantidad de nosotros aquí —dijo uno llamado Pingajo.

—Ajá —asintió Bron—. Dos.

—¿Dónde ir? —inquirió Pingajo.

—Tener que mirar a Altos —explicó el otro—. ¿Alguien visto algún Alto?

—No últimamente —contestaron varios de ellos.

—Bueno, nosotros seguir mirando. —Bron frunció el entrecejo mientras masticaba una raíz—. Tener que conseguir ratas —reflexionó—. Poder hacer estofado con ratas.

—Ver rata —indicó uno de ellos—. Pero no poder atrapar. Necesitar un «isturmento atizador».

—A lo mejor encontrar «isturmento atizador» en algún sitio —decidió Bron y, con ese propósito, se tumbó sobre el suelo, se enroscó en una postura cómoda y se durmió.