3
Los peligros de El Pozzo
Los exploradores aghars recuperaron el proyectil —una lanza de hierro de unos tres metros y medio con una punta de acero tan ancha como una pala— en un punto situado muy arriba del «gran túnel» donde había ido a clavarse en una de las paredes de piedra tras brincar y rebotar durante varios cientos de metros. Pesaba al menos veinte kilos e hicieron falta cuatro fornidos enanos gullys para transportarla de vuelta a Este Sitio.
—Esa cosa peligrosa —declaró el Gran Bulp, estudiándola desde lo alto de su trono verde—. ¿De dónde salir?
—De agujero asesino de ahí arriba —alguien señaló en dirección a la pared opuesta, hacia el mosaico de piedra. Habían avivado las hogueras, y el agujero situado tras el rostro de metal resultaba claramente visible.
—¿Alguien arrojarla por aquel agujero? —dijo alguien.
—Arrojar él mismo, «pobablemente» —manifestó Gandy, golpeando sonoramente el suelo con su bastón mientras rodeaba la hoguera sin dejar de mirar en dirección al hueco del muro—. «Veja» trampa que alguien coloca, para proteger gran túnel. Lidda abre trampa y trampa dispararse.
Todos los rostros contemplaron con mayor interés la decoración del muro. Todavía quedaban ocho caras intactas.
—¿Haber más de éstas ahí arriba? —preguntó el Gran Bulp.
—Sí —decidió Gandy, tras contemplar las ocho placas restantes guiñando los ojos—, dos más.
Los reunidos cuchichearon y pasearon alrededor de la lanza durante un rato, pero no se les ocurrió ninguna utilidad para ella. No era comestible, y resultaba demasiado grande para que ni siquiera Sopapo pudiera usarla como herramienta. Por fin, al no ocurrírsele nada mejor, Gandy ató un pedazo de tela sucia a la punta del arma y supervisó cómo una docena de sus congéneres la colocaban en posición vertical e introducían el extremo inferior en un agujero del pavimento, a unos pocos metros del trono.
—Listo —anunció, cuando por fin se alzó firme y segura.
—«Listo», ¿qué? —quiso saber alguien—. ¿Qué ser eso?
—Bandera —explicó el Gran Opinante—. La nueva bandera de Gran Bulp. —Se dio la vuelta—. ¿Ver, Gran Bulp? Tener nueva… —Se interrumpió y suspiró. Fallo el Supremo se encontraba hecho un ovillo sobre su «trono»; se había dormido y dejaba escapar los primeros ronquidos.
—Lidda tener razón —refunfuñó Gandy—. Gran Bulp ser un majadero.
Sin embargo, el trono parecía sentirse muy feliz, pues brillaba bajo el cuerpo del gully con una uniforme luz verde, y parecía palpitar ligeramente, como si siguiera el ritmo de la respiración del Gran Bulp.
El anciano enano frunció el entrecejo, y ladeó la cabeza para mirarlo con atención. Se sentía casi seguro de que estaba creciendo. Resultaba sensiblemente mayor ahora que cuando Lidda había aparecido con él por primera vez.
Saliendo de la nada, se deslizó con suavidad hasta una especie de conciencia. Sueños imprecisos y lentos vagaban a su alrededor y ella formaba parte de ellos. Más sentimientos que imágenes, se movían sin rumbo, serpenteando y adoptando primero una forma y luego otra; se trataba de sentimientos de bienestar y malestar, de anhelo por… algo desaparecido hacía mucho tiempo, y de expectación ante algo que todavía no había acaecido.
Flotaba por entre la sucesión de sueños, sin saber más que lo que éstos le contaban. Los extraños anhelos eran menos que recuerdos, pero más que sueños. Eran añoranzas de cosas pasadas y desaparecidas: sensaciones de libertad y poder, de regocijo y júbilo cruel, de enfrentamiento y combate, de volar impulsada por enormes alas que gobernaban los cielos sobre un inmenso mundo servil. Eran sensaciones agridulces, ensombrecidas por la certeza de que todo aquello había desaparecido para siempre. Y sin embargo, las otras impresiones —los distintos sentimientos expectantes— estaban llenas de promesas, como si lo que había terminado para siempre pudiera aún, de alguna forma, volver a empezar.
Transcurrió una eternidad, y las imágenes adquirieron mayor definición. Tuvo conciencia de sí misma como una presencia y percibió de modo confuso otras presencias a su alrededor, presencias situadas más allá de los límites del universo verde que le pertenecía, pero no demasiado lejanas.
Las presencias no eran como ella. Eran cosas insignificantes, pero seguían siendo manifestaciones vivas. Un vago instinto le informó de que eran alimento, y se replegó sobre sí misma como si unas garras invisibles la hubieran arañado, castigándola por aquel pensamiento. Se trataba de una lección. No eran alimento, entonces. Había cosas de poca relevancia en las proximidades, pero no eran comida.
Entonces, ¿por qué eran importantes? El fulgurante verdor fluctuó y cambió de forma y en su interior una oscuridad le habló.
Les perteneces, dijo. Eres suya.
Una terrible certeza la envolvió.
No puedes hacerles daño, declaró la oscuridad. Sólo puedes servirles. Les perteneces. No tardarás en saberlo.
Un humor cruel y frío fluyó de la negrura.
Crece deprisa ahora, le ordenó. Crece y despierta a tu destino. Enfréntate a tu sino. Pronto, le indicaron las esencias, lo comprenderás. Pronto lo sabrás, tal como lo sabías antes. Y será entonces cuando se inicie tu castigo.
Con el transcurso de los días, lo que resultaba evidente para Gandy resultó aparente para todos los demás habitantes de Este Sitio. El trono del Gran Bulp estaba creciendo. Durante un tiempo, eso complació enormemente a Fallo el Supremo, pues daba la impresión de que, con cada día que pasaba, su eminencia por encima de sus súbditos aumentaba, reforzando así su importancia.
El problema era que el Gran Bulp no hacía más que caerse y los batacazos resultaban cada día más violentos. En ocasiones, él mismo provocaba la caída al darse la vuelta mientras dormía y acabar hecho un ovillo sobre el duro y frío suelo. Pero, de vez en cuando, era el trono el que se estremecía y retorcía y, a veces, sus violentas convulsiones eran suficientes para arrojar al enano fuera de su atalaya.
Había crecido tanto que cada vez resultaba más difícil volver a encaramarse a lo alto después de una caída.
—Gran Bulp necesita escalera —refunfuñó tras una expulsión particularmente enérgica de su trono.
Nadie tenía la menor idea de cómo construir una, pero Fallo el Supremo se mostraba cada vez más gruñón; por fin, alguien tuvo una inspiración, provocada en realidad por la más absoluta exasperación.
Fue un enano gully llamado Tunk quien dio con ella cuando, en compañía de otros, exploraba las regiones más remotas de El Pozzo —donde maravillas inexplicables habían sido abandonadas por las criaturas reptilianas y otros seres en tiempos pretéritos—, y se dio de bruces con una salamandra gigante que estaba intentando dormir un rato.
Al instante, todo el grupo salió huyendo despavorido por un oscuro túnel, unos pocos pasos por delante de la reptante criatura que poseía una boca bastante más grande de lo que eran ellos y unos dientes tan afilados como agujas. Las salamandras gigantes eran uno de los peligros que entrañaba la vida en El Pozzo y, aunque los Altos y los hombres reptil se habían marchado, quedaban muchas otras criaturas enormes y desagradables que seguían habitando entre los cascotes del Sitio Prometido.
Tunk notaba ya el repugnante aliento de la criatura a sus espaldas cuando uno de los enanos que iba en cabeza encontró una grieta en la que introducirse, y, tras dejar un zapato colgando de los afilados dientes del reptil, el atemorizado enano consiguió ponerse a salvo en el último instante. Oyeron cómo la salamandra escarbaba para atraparlos; pero el animal era demasiado grande para seguirlos, y no consiguió abrirse paso a través de la roca que le cerraba el paso.
Entretanto, el grupo de exploradores había conseguido escabullirse por la abertura y caído rodando por el otro lado hasta el interior de una caverna enorme que ninguno de ellos había visto antes, un lugar donde una serie de balcones bordeaba las paredes de piedra bajo un enorme y altísimo techo abovedado, y cuya zona central mostraba un suelo de arena compacta.
—¡Cáspita! —declaró Tunk, volviendo la mirada hacia la grieta que había cerrado el paso a la salamandra—. ¡Nosotros escapar por un cabello!
Olvidado el peligro, se encaminaron hacia la especie de plaza redonda, contemplando boquiabiertos el enorme espacio.
—¿Qué clase lugar éste? —se preguntó en voz alta uno de ellos.
—No saber —dijo otro—. Aunque ser grande. ¿Tal vez poder encontrar cosas buenas?
En ese instante, Tunk lo vio, y sus ojos se abrieron de par en par.
—¡Mirar ahí! —indicó. En el centro de la arena había un asta de bandera con un acollador, y algo se encendió en la mente sencilla del enano—. Eso ser lo que Gran Bulp necesitar —anunció—. Con eso él callar de una vez.
Cuando por fin regresaron a Este Sitio —mediante otras rutas para evitar a la voraz salamandra que los había perseguido— iban cargados con varios objetos. Entre otras cosas, traían un rollo de cuerda y una polea con abrazaderas circulares. Sin cumplidos, avanzaron hasta el centro de Este Sitio —lanzando miradas de preocupación al trono que ya tenía una altura de más de metro y medio y mostraba una alarmante propensión a estremecerse— y dejaron caer sus tesoros al suelo, junto a Fallo el Supremo, que también acababa de aterrizar justo allí.
—Toma, Gran Bulp —dijo Tunk.
—¿Qué ser todo esto? —inquirió él, contemplando el montón con expresión airada.
—Elevador —explicó el otro—. Para regresar a trono.
Transcurrida una hora, el «asta de bandera» del Gran Bulp, que se encontraba ahora a pocos centímetros del creciente trono, quedó equipada con un práctico acollador, de un modo muy parecido a como había estado el mástil en la plaza. Una muchedumbre curiosa se congregó en la zona mientras Tunk ataba orgulloso el pedazo de bandera del Gran Bulp a la cuerda de la polea, e izaba el trapo hasta lo alto.
—Ya está —anunció con una sonrisa satisfecha.
A su lado, Fallo contempló con el entrecejo fruncido la bandera situada en lo alto de la enorme lanza.
—¿Para qué servir eso? —espetó—. Bajar bandera, poner cuerda, volver a subir bandera. ¿Para qué?
—Esto experimento —declaró Tunk, dirigiéndole una mirada siniestra. Rápidamente bajó la bandera, la desató del acollador y, antes de que el otro pudiera protestar, pasó el acollador alrededor de la rechoncha cintura de su jefe—. Ayudar aquí —hizo señas a varios de los presentes—. ¡Subir!
Entre farfulleos, maldiciones y forcejeos, Fallo el Supremo se encontró elevándose del suelo a lo largo de su lanza, para a continuación balancearse por encima de su trono.
—¡Parar eso! —protestó.
—Muy bueno —aprobó Gandy, que había aparecido de improviso y estudiaba la situación asintiendo con la cabeza—. Ahora balancear a él hacia allí.
En lo alto, el Gran Bulp se encontró describiendo un arco en el aire, lejos del asta, para luego quedar justo sobre el trono y en caída libre cuando Gandy dio la orden de soltar la cuerda. Fallo se estrelló contra la parte superior del reluciente y convulsionado trono, y éste respondió con tal violencia que el enano estuvo a punto de volver a caerse. Se aferró con fuerza, no obstante, profiriendo todas las maldiciones que le venían a la mente en tanto el trono temblaba sin cesar y los que se encontraban situados abajo se felicitaban por un trabajo bien hecho.
—Muy bien —aseguró Gandy a los que habían izado al Gran Bulp—. ¿Qué pasar ahora con bandera?
—Tal vez poder bajarlo y atar bandera a él —sugirió Tunk, rascándose la cabeza con expresión pensativa.
El Gran Opinante meditó la sugerencia, mientras echaba una ojeada al pálido rostro de su Señor Protector, y meneó negativamente la cabeza.
—Mejor dejar en paz —decidió.