25

Sellado con sangre

Glome había esperado que llegara su momento, y ese momento había llegado. Durante días, estuvo observando cómo los jefes de los thanes sucumbían, uno tras otro, a las extrañas y nuevas ideas presentadas por los forasteros que se llamaban a sí mismos hylars. Sabía por qué los jefes de thanes eran tan maleables: tenían miedo de estos enanos recién llegados.

Pero Glome no los temía. Los había visto combatir, y sabía que un ataque directo con muchas tropas no era el modo de derrotarlos. Pero este tipo de ataque no era su estilo. Fuerte y brutal, taimado y oportunista, Glome el Asesino había llegado al poder entre los theiwars porque no había corrido riesgos estúpidos. Sabía que, en este asunto, su oportunidad estaba en coger desprevenidos a los hylars y aniquilar su liderazgo.

La oportunidad llegó cuando el jefe hylar, satisfecho con que la estúpida alianza entre los líderes de los clanes fuera un pacto solemne, envió a sus soldados en busca del resto de su pueblo para traerlo a la caverna.

Para la retorcida mente de Glome, era el colmo de la estupidez el que el líder hylar confiara tanto en algo tan frágil como una promesa. Las promesas, para Glome, no eran más que palabras dichas para tranquilizar a un antagonista y aletargarlo el tiempo suficiente para descargar un golpe sobre él. Casi no podía creerlo cuando vio a los guardias montados hylars desaparecer por el túnel daewar, seguidos por el contingente de infantería, que transportaban herramientas de construcción, y después vio a Colin Diente de Piedra deambular por la orilla del lago acompañado sólo por sus diez guardias personales.

Por un instante, sospechó que era una trampa. Pero no lo era. El hylar confiaba en aquellos con los que habían hecho un trato, y se había quedado solo, indefenso. Glome no tardó más que unos pocos minutos en reunir y situar a sus seguidores, y fue él en persona quien inició el ataque y vio cómo su jabalina hendía el ligero peto del jefe hylar. Entonces, a centenares, los rebeldes cayeron sobre la guardia personal.

Durante largos minutos, la escena al borde del lago fue una barahúnda caótica mientras los atacantes trepaban unos sobre otros para tener la ocasión de utilizar sus armas. Luego, a una orden bramada por Glome, los rebeldes retrocedieron y miraron fijamente el montón de enanos muertos o moribundos. Había un centenar o más, apilados como muñecos retorcidos en el lugar donde la guardia personal hylar había caído. Pero, cuando todavía contemplaban el montón de cadáveres, la pila se agitó, los cuerpos rodaron hacia los lados, y media docena de escudos hylars, chorreando sangre, salieron entre ellos. Y detrás de los escudos aparecieron guerreros, un círculo cerrado de corazas sobre un montón de muerte, y aquellos rebeldes que estaban lo bastante cerca sintieron el aguijonazo de los aceros que arremetieron silbantes entre los escudos.

Dominados por el pánico, los atacantes retrocedieron. Algunos dieron media vuelta para echar a correr, pero el grito de Glome los frenó:

—¡Atacad! —ordenó—. ¡Sólo son unos pocos! ¡Acabad con ellos! ¡Sacad el cuerpo de su jefe!

Era más fácil decirlo que hacerlo. De tres en tres o de cinco en cinco, los enanos rebeldes cargaron contra la defensa hylar, y de tres en tres o de cinco en cinco fueron cayendo, contribuyendo a la carnicería.

Aun así, la superioridad numérica era abrumadora. Un guardia hylar se desplomó con un hacha clavada en la espalda. Otro cayó atravesado por cuchilladas; y un tercero, por el impacto de un martillo lanzado. Glome oyó gritos lejanos y vio venir enanos de todas partes: theiwars, daergars, kiars, y, detrás de ellos, las llamativas filas daewars.

Ya sólo quedaba vivo un hylar, de pie entre los muertos, volviéndose aquí y allí, su espada y su escudo tan tintos de sangre como la pila de cadáveres que tenía a sus pies. Era el llamado Jerem Pizarra Larga, el conocido como el Primero de los Diez.

Dos rebeldes theiwars se abalanzaron sobre él, cada uno por un lado, y arremetieron con sus oscuras espadas daergars. El hylar pareció no moverse apenas, pero uno de los atacantes se estrelló contra el afilado borde de su escudo mientras que la espada del otro salía volando de su mano, giraba en el aire haciendo rápidas piruetas hacia arriba, y después caía sobre su propietario, con la punta por delante.

Los proyectiles zumbaron a su alrededor, haciendo carambola en su escudo, su yelmo, sus guanteletes, pero él continuaba en pie. Un tropel vociferante de enanos aliados se acercaba rápidamente a la horda de rebeldes. Con una maldición, Glome agarró a uno de sus propios seguidores por la nuca y cargó contra el solitario hylar, empujando a su partidario por delante de él, como un escudo. En el último instante, arrojó al rebelde sobre la espada del hylar, se agachó, y rodó por el suelo al tiempo que arremetía con su espada hacia arriba.

Entonces todo acabó, y, mientras Jerem Pizarra Larga se desplomaba, Glome el Asesino removió y apartó a patadas los ensangrentados cadáveres hasta que encontró al jefe hylar, Colin Diente de Piedra. El hylar estaba muerto, con la jabalina de Glome clavada todavía en el pecho. Glome aupó el cadáver sobre su cabeza y lo sostuvo en alto, volviéndose de cara a los enanos que venían corriendo hacia él desde las excavaciones.

—¡El hylar ha muerto! —gritó—. ¡Miradlo, está muerto! ¡El que os hizo traicionar las viejas costumbres ya no existe, y el pacto está roto!

Mientras los seguidores de Glome se arremolinaban a su alrededor, con los ojos muy abiertos, los miles procedentes de las excavaciones se agruparon en torno a ellos, empujándose entre sí para ver qué estaba pasando, pero manteniéndose alejados de las espadas goteantes de los rebeldes.

—¡Os he salvado a todos del forastero! —gritó Glome—. ¡Yo, Glome, os he liberado! ¡El pacto ha terminado! ¡Kal-Thax ha sido devuelta a sus legítimos dueños!

La multitud se adelantó un poco más cuando otros recién llegados empujaron desde atrás, mirando estupefactos y boquiabiertos la escena que tenían ante sí. Glome creyó ver respeto y temor en aquellos rostros, y empezó a refocilarse con su victoria. ¡Lo había conseguido! ¡Había ganado!

—¡Miradme! —gritó—. ¡Soy Glome! ¡Soy theiwar, y daewar, y daergar y kiar! ¡Soy vuestro salvador! ¡He matado al hylar! ¡Arrodillaos ante mí! ¡Arrodillaos y nombradme rey!

Todavía sosteniendo el ensangrentado cuerpo sin vida del jefe hylar sobre su cabeza, Glome se giró despacio, dejando que todos lo vieran. Se volvió y vaciló. Talud Tolec estaba ante él, mirándolo con ojos espantados.

—¡Arrodíllate ante mí, Talud Tolec de los theiwars! —exigió Glome—. Arrodíllate, y quizá tenga piedad de ti.

—Glome, —dijo el theiwar—, Glome, ¿qué has hecho?

—He matado al hylar, —repitió el asesino—. El falso pacto está roto.

—¿Roto? —Talud sacudió la cabeza lentamente—. No has roto nada, Glome, salvo una promesa. Hubo un tiempo en que fuiste theiwar. Yo soy theiwar y di mi palabra. Tú la has roto.

A su espalda, Glome oyó otra voz, hueca y enfurecida:

—¡Y la mía!

Glome se volvió y se encontró mirando la máscara sin rasgos de Vog Cara de Hierro.

—¡Y la mía! —clamó otra voz, desde donde una gran multitud de daewars estaba reunida—. Hice el vínculo de la forja, asesino. La palabra de Olim Hebilla de Oro.

Avanzando en grupo hacia el asesino se encontraba una muchedumbre de salvajes kiars, con Bol Trune a la cabeza, blandiendo un pesado garrote.

—¡Gente de Kal-Thax! —gritó Glome, en cuya voz se advertía la desesperación—. ¡Vuestros líderes os han traicionado! ¡El hylar, el forastero los condujo hacia un rumbo equivocado! ¡Destituidlos y dadme vuestro apoyo! ¡Seré vuestro rey!

En la muchedumbre hubo muchos que vacilaron, sin saber qué hacer, tan numerosas y prietas sus filas que impedían el paso de los que empujaban hacia Glome y su banda. Entonces, desde el borde del lago un polvoriento excavador daewar, con el martillo de trabajo todavía en la mano, gritó:

—¡Mirad! ¡Mirad el agua!

Los que estaban cerca de él se volvieron. De los cadáveres amontonados a los pies de Glome la sangre había fluido cuesta abajo hacia el borde del lago, —sangre daewar mezclada con theiwar; theiwar con daergar; daergar con kiar; y todas ellas con sangre hylar—, y los espesos regueros llegaron al agua del mar de Urkhan, y esta se tornó rosa y posteriormente roja, mientras la mancha se ensanchaba hacia adentro desde la orilla.

Se extendió casi un centenar de metros, y entonces las aguas parecieron agitarse, como en una marea creciente. La superficie se abrió, y una figura salió de ella y subió hasta quedar suspendida por encima, sin rozarla. Era una figura vestida con andrajos, de cabello y barba blancos que enmarcaban un rostro triste, cansado y viejo. Como si caminara por tierra, aunque sus pies se encontraban a un palmo de la superficie del lago, la aparición se dirigió hacia la orilla en tanto que los enanos retrocedían y se dispersaban ante su proximidad. Cuando se encontró en la orilla, pareció flaquear por el cansancio, se apoyó en su lanza de punta doble y levantó una mano, con la palma hacia adelante. Sus dedos se abrieron y dejaron a la vista un amuleto de catorce puntas.

En una voz que era como los vientos en los túneles, dijo:

—El pacto se forjó con fuego y se templó con agua. Ahora ha sido sellado con sangre. —El fantasma bajó la mano y se irguió. Levantó la lanza y la apuntó directamente hacia Glome, que estaba paralizado, todavía sosteniendo al jefe hylar muerto sobre su cabeza—. Tú, Glome, ¿sabes que has consumado lo que querías deshacer? Hasta este momento, Thorbardin sólo era una promesa. Ahora, Thorbardin vive.

La figura se volvió y desapareció. Todos los que estaban en la orilla, contemplaron, con los ojos desorbitados en un gesto de temor reverente, el lugar donde había estado un instante antes. Luego se volvieron. Algunos gruñidos empezaron a surgir de aquí y allí entre la multitud y por fin se convirtieron en un clamor generalizado de cólera cuando la muchedumbre de enanos, —toda clase de enanos, armados con martillos, escoplos, piedras o lo que quiera que tuvieran a mano—, se abalanzó sobre el grupo de rebeldes que rodeaban a Glome.

Con un grito, Glome arrojó el cadáver de Colin Diente de Piedra al suelo y, abriéndose paso entre sus apiñados seguidores, retrocedió hacia la penumbra del túnel que conducía a la primera madriguera.

—Contenedlos, —gritó a sus partidarios—. ¡Resistid! ¡Os ordeno que opongáis resistencia!

Desconcertados y asustados, los rebeldes se arremolinaron; algunos plantaron cara a la horda que se los echaba encima, en tanto que otros intentaban huir. Por un instante, pareció que resistirían donde estaban, blandiendo espadas y lanzas contra la diversidad de herramientas de la multitud. Pero un paso se abrió entre la muchedumbre, y una masa compacta de guerreros daewars cargó contra ellos. La Maza Dorada de Gema Manguito Azul había llegado desde Nueva Daebardin.

Los rebeldes dieron media vuelta, se separaron y huyeron llenos de pánico, con miles de enanos vociferantes pisándoles los talones.

En las negras sombras, cerca del túnel de la madriguera, Glome el Asesino permaneció oculto mientras la persecución tenía lugar, y después trepó sigilosamente hacia la hendedura donde empezaba el túnel. Tras él, perdiéndose en distintas direcciones, llegaba el estruendo del conflicto, de sus rebeldes al ser arrollados por la enardecida multitud. Pero eso a él no le importaba. Lo único que quería era un sitio donde esconderse, un medio de escapar. Casi estaba en la hendedura cuando una figura solitaria le salió al paso desde las sombras.

—Te conozco Glome, —dijo Talud Tolec fríamente—. Sabía dónde te encontraría.

Talud conocía a Glome demasiado como para darle una ocasión de atacar. Aun antes de que el asesino pudiera levantar la espada, el jefe theiwar se abalanzó sobre él y el hacha que manejaba casi partió en dos a Glome.

Algunos de los rebeldes llegaron hasta las excavaciones theiwars antes de ser derribados. Otros murieron al borde del lago, y otros bajo los salientes rocosos que tapaban la orilla noroeste. Un centenar o más, conducidos por los mejores del grupo, opusieron resistencia en un sitio que no tenía nombre, y allí fueron hechos pedazos de manera metódica por la infantería daewar, los espadachines daergars, los aceros theiwars y las hachas de piedra kiars.

Dos antiguos daewars, a los que se dio caza en la primera madriguera posteriormente, fueron desarmados y encadenados por la guardia de Gema Manguito Azul. De alguna parte, los excavadores trajeron las pequeñas campanillas de plata para murciélagos y las colgaron de las cadenas de los prisioneros. Desde cierta distancia, los daewars presenciaron cómo un enfurecido gusano remolcador localizaba la fuente del sonido y la machacaba hasta que las campanas dejaron de sonar.

Olim Hebilla de Oro en persona salió a la calzada del túnel al encuentro de los hylars que regresaban, y Willen Mazo de Hierro y Tera Sharn vieron algo que ningún enano vivo había visto jamás: al príncipe de los daewars de Kal-Thax le corrían las lágrimas por las mejillas cuando les contó lo que había ocurrido.

En una luminosa mañana invernal, los cuerpos de Colin Diente de Piedra y los Diez fueron llevados en solemne procesión a lo largo del gran corredor que era la fuente de los vientos, y los vientos parecieron acallar sus susurros mientras los tambores de los hylars entonaban un réquiem.

Fueron enterrados con grandes honores en el profundo valle cerrado que los theiwars habían llamado siempre Caída Mortal. Pero, mientras Olim Hebilla de Oro invocaba a Reorx y a los otros dioses para que reconocieran y honraran a los que estaban enterrados aquí, le dio un nuevo nombre al lugar.

A partir de aquel día, el lugar se conocería como el Valle de los Thanes.

En lo alto, muy arriba, todo alrededor de las crestas de las paredes que cerraban el valle, cuerpos sin vida se mecían, colgados de picas de hierro. Los cadáveres de Glome y sus seguidores habían sido sacados de Thorbardin y entregados a Cale Ojo Verde y a sus aventureros neidars. Fue el tributo de Cale a su padre el que los cuerpos de sus asesinos fueran colgados donde sus ojos muertos pudieran mirar hacia abajo, a lo que habían hecho, y desde donde, —cuando la putrefacción hiciera que los huesos se desprendieran y cayeran de las picas—, se perderían para siempre entre los pedruscos de los riscos.

Durante un tiempo, el dolor de Tera Sharn por la muerte de su padre la mantuvo recluida en sus aposentos, y Willen Mazo de Hierro deambuló por las excavaciones hylars, solitario y con una expresión dura en sus ojos, atormentado por la culpabilidad de no haber estado presente cuando su jefe, —el padre de su amada esposa—, lo había necesitado. No obstante, el tiempo de aflicción pasó por fin, y los dos volvieron a estar juntos. Con todo, en ocasiones Willen la sorprendía mirándolo fijamente, con una expresión melancólica, especulativa, sumida en pensamientos que no estaba dispuesta a compartir.

En cierto modo, la muerte de Colin Diente de Piedra había estrechado los lazos de unión entre los clanes, como si la acción sanguinaria y absurda de Glome y sus seguidores se alzara como un ejemplo de todo lo malo y sin sentido que tenían las antiguas costumbres, cuando la rivalidad tribal había eclipsado todos los demás intereses. Ahora, daewars, theiwars, daergars y kiars habían luchado hombro con hombro contra enemigos internos, y se veían unos a otros con ojos más sabios.

Aun así, era como si Thorbardin se hubiera quedado sin corazón. Colin Diente de Piedra había sido ese corazón, y ahora los thanes se ocupaban de sus excavaciones, hoscos y apartados de los demás; cada tribu progresaba a su propio paso mientras intentaban construir hogares dentro de la gran caverna del mar subterráneo. Los daewars excavaban con rapidez, pero no a gran profundidad. Los theiwars perforaban madrigueras que eran poco más que unas cuevas dentro de otra cueva; y los daergars se mantenían en los sitios oscuros, reacios a acercarse a los demás.

La población de Thorbardin había aumentado considerablemente cuando los einars del exterior vinieron para unirse a uno u otro clan, pero el creciente número de enanos sólo consiguió hacer escasear los alimentos, ya que todavía no se habían desarrollado verdaderos sistemas de producción y comercio.

Entonces, en una mañana en la que el sol de Krynn brillaba radiante a través de las vetas de cuarzo y el lago subterráneo centelleaba con su luz, un sonido se alzó e hizo que la gente dejara sus tareas y saliera de sus madrigueras. Los tambores hylars estaban cantando otra vez, el mismo toque apresurado, acuciante, que habían entonado en las laderas del Buscador de Nubes. La música hylar conocida como la Llamada a Balladine.

Los tambores estaban amortiguados aquí, en las entrañas de las montañas, pero todos los oídos de Thorbardin escucharon la llamada y la mayoría respondió a ella. A millares, siguiendo la línea de la costa del lago, fueron a ver qué era lo que pasaba.

La mesa de los siete lados había sido colocada de nuevo sobre la lisa y pulida roca junto al lago, en la misma orilla donde Colin Diente de Piedra había muerto, y tras ella esperaban una docena de tambores hylars y Olim Hebilla de Oro, príncipe de los daewars. Cuando los líderes de los thanes estuvieron presentes, Olim les pidió solemnemente que tomaran asiento en los mismos sitios que habían elegido anteriormente. Cuando todos se hubieron acomodado, Tera Sharn se adelantó y se detuvo en el lugar de su padre, el séptimo lado. Con Willen Mazo de Hierro junto a ella, la joven miró en silencio a los cuatro jefes reunidos a la mesa, uno por uno. Cuando sus ojos se detuvieron en Olim Hebilla de Oro, preguntó:

—¿Ordenaste que los tambores llamaran?

—Es como se convocó a los thanes por primera vez, —repuso el daewar mientras se encogía de hombros, con su dorada barba reluciendo a la mortecina luz—. Me pareció adecuado, y los tambores también estuvieron de acuerdo. Tenemos que tratar ciertas cosas en esta mesa, y ahora nos encontramos todos reunidos. —Miró en derredor—. Bueno, casi todos.

En esta ocasión, los aghars no estaban presentes porque la tribu al completo se había mudado a algún otro sitio y todavía no había sido localizada. Y la mayoría de los einars se había retirado a sus valles para prepararse para la primavera.

Pero el príncipe daewar se encontraba aquí, así como el jefe theiwar, Talud Tolec, junto con Vog Cara de Hierro, de los daergars, y el líder kiar, Bol Trune. Los tambores hylars habían llamado, y ellos habían acudido. Los ojos de Tera Sharn, grandes, oscuros y sabios como los de su padre, pasaron escrutadores de uno a otro.

—Tú… Todos vosotros… vengasteis a mi padre. ¿Por qué? —preguntó después.

El silencio reinó durante un momento, y luego Olim Hebilla de Oro respondió:

—No fue una venganza. Nos unimos para mantener la paz acordada en el pacto.

—Glome y sus seguidores habrían traído el caos a Thorbardin —intervino Talud Tolec—. En Kal-Thax hemos visto el rostro del caos. Nos hemos despreciado los unos a los otros, y hemos pagado por ello.

—El hylar, tu padre, —retumbó Vog—, trajo el sentido común aquí.

—Entiendo, —dijo Tera—. Y ahora mi padre está muerto.

—Que es el motivo por el que nos encontramos a esta mesa hoy —dijo Olim—. ¿Quién dirigirá a los hylars ahora?

Detrás de Tera, Willen Mazo de Hierro tomó la palabra con actitud enorgullecida:

—Nuestro pueblo le ha pedido a mi esposa que ocupe el lugar de su padre.

—¿Tú, no tu hermano? —Vog levantó su máscara y observó a la joven enana con curiosidad. Incluso a sus ojos daergars, la belleza de Tera era evidente, tan obvia como el abultamiento de su vientre—. ¿Los hylars acatarían el liderazgo de una mujer?

—Mi hermano, Cale Ojo Verde, prefiere el cielo abierto sobre su cabeza, —repuso Tera—. Es un neidar, y no desea ocupar la jefatura. Así se lo ha dicho a nuestra gente.

—Y tú ¿qué respuesta has dado a vuestro pueblo?

—Todavía ninguna, aunque he meditado el asunto. —Tera vaciló, repasando sus ideas, y luego dijo:— Colin Diente de Piedra, mi padre, era una persona sabia. Siempre miraba hacia adelante, nunca hacia atrás. Y, a causa de esa sabiduría, cometió un error… dos veces. Confió en la gente adecuada, viendo el camino que se abría al frente, pero no vio a las personas malas que se escondían detrás. En Thorin, que para nosotros es ahora Thoradin, fueron humanos quienes lo traicionaron.

Un gruñido sonoro retumbó tras la máscara de Vog, pero Tera levantó su pequeña mano.

—No todos los humanos, —dijo—. Aquellos en los que mi padre confiaba eran, hasta donde podían serlo, amigos de verdad. Pero otros no lo eran. Y aquí, donde encontramos a otros de nuestra misma raza, confió en ellos. Confió y no vio a los enemigos que lo acechaban.

—Como nos acechaban a todos los demás, —asintió Olim.

—Soy hija de mi padre, —dijo Tera—. Su sangre es mi sangre, y su proceder es el mío. Más pronto o más tarde cometería los mismos errores, porque veo las cosas como él las veía. En consecuencia, propondré a mi pueblo a otro como dirigente de los hylars, pero me gustaría tener vuestra aprobación antes de hacerlo.

Los reunidos la miraron sin comprender.

—¿Por qué pides nuestra opinión? —Talud Tolec ladeó la cabeza—. Cada thane de Thorbardin es independiente. El pacto es muy claro a ese respecto.

—Sí, lo es, —convino la joven—. Pero queda mucho por hacer si es que Thorbardin ha de construirse como mi padre, y cada uno de vosotros, imaginó que sería. Las viejas diferencias entre clanes deben reconocerse, y las costumbres de cada cual han de respetarse, pero el consejo de thanes tiene que actuar como un solo ente en asuntos del futuro. Para hacer cosas que no se han hecho hasta ahora, hay que trabajar juntos. Sólo este consejo puede hacer eso realidad. Por consiguiente, pido vuestra aprobación antes de anunciar a mi pueblo que mi esposo, Willen Mazo de Hierro, debería ser su dirigente.

A sus espaldas, Willen se quedó boquiabierto por la sorpresa.

—¿Yo? ¡Tera, soy soldado, no dirigente! No sabría como…

Tera se volvió a mirarlo y enlazó su mano con la de él.

—Nadie lo es hasta que le llega el momento de dirigir, —dijo.

Lentamente, una sonrisa ensanchó el rostro de Olim Hebilla de Oro.

—Eres digna hija de tu padre, —afirmó—. Me pregunto si los hylars sospecharán lo afortunados que son.

—Yo daría la bienvenida a Willen Mazo de Hierro a esta mesa —declaró Talud Tolec con solemnidad—. Sé, quizá mejor que cualquiera de nosotros, que ser dirigente surge más por necesidad que por designio.

Vog Cara de Hierro vaciló, y luego levantó su máscara. Unos ojos, relucientes como los de un hurón en un rostro de rasgos zorrunos, examinaron al corpulento guardia hylar, y después el daergar asintió con la cabeza.

—Te he visto luchar, —dijo—. En tu estrategia hay algo más que fuerza y precisión. Algo que no se ve. ¿Qué es?

—Es orden. —Willen se encogió de hombros—. El maestro que nos enseñó a combatir también nos enseñó el porqué y el cuándo. Decía que las aptitudes sin honor, que en mi opinión no es más que el orden del corazón, son como una forja sin fuego.

—¿El honor es orden? —reflexionó el daergar—. El orden del corazón. Interesante. Sabiduría, —miró a Tera—, y honor. Willen Mazo de Hierro, Vog Cara de Hierro te dará la bienvenida a esta mesa.

—Al igual que yo, —acotó Olim Hebilla de Oro, sonriente—. Quizá un poco de orden del corazón es lo que se necesita para hacer que todos empecemos a movernos otra vez.

Al lado opuesto, Bol Trune se puso de pie, cogió su enorme garrote, lo dejó sobre la mesa ante él, y luego se volvió hacia Willen.

—Kiars han confiado en hylars, —retumbó—. Bol Trune confía en ti.

Unos cuantos días después los amortiguados tambores anunciaron que Willen Mazo de Hierro había sido nombrado dirigente del thane hylar de Thorbardin. Y en el canto de los tambores había una resonancia que hizo eco en los corazones de los enanos de todos los clanes, y aligeró sus pasos mientras trabajaban. Sentían que se había recuperado el propósito.