IV
Poco después de salir del bosque, Lyrboc vio a lo lejos a un grupo numeroso que avanzaba hacia él en dirección contraria y se apresuró a apartarse del camino y buscar un lugar desde el que poder observarlo sin ser descubierto. En un primer momento la distancia no le permitió saber quiénes eran, pero no tardó en darse cuenta de que se trataba de la comitiva del duque de Lauq Rhun, compuesta por los soldados, los médicos personales de Nompton y un lujoso carro cubierto en el que supuso que viajaban Yaôl y el propio duque.
Se alegró de que no le vieran, para así no tener que dar explicaciones de por qué estaba allí cuando había dicho que se dirigía al norte, y se alegró igualmente de que por fin todos ellos regresaran a palacio y abandonasen la posada para que todo pudiera volver a la normalidad.
Cuando, unas tres horas más tarde, llegó al galope, comprobó que Cerrÿn y Rihlvia lo esperaban despiertas.
Ambas lo abrazaron con cariño y lo condujeron a la taberna para servirle la cena.
—Seguro que tienes hambre —dijo Rihlvia.
—Nos tenías preocupadas —añadió su madre.
—Dormí un poco para recuperar fuerzas.
—Me lo imaginaba, pero aun así no podía dejar de preocuparme —replicó Cerrÿn mientras ponía en la mesa un cuenco rebosante de sopa.
—Se han ido —le informó Rihlvia.
—Me he cruzado con ellos. Por suerte no me han visto. ¿Tan rápido se ha recuperado el duque?
—Sus médicos no podían creérselo. Oí a uno de ellos admitir que casi lo había dado por muerto, aunque enseguida comprendió la gravedad de lo que había dicho y lo negó. No tienen ni idea de lo que ha ocurrido realmente. El hijo del duque todavía no le ha dicho nada a su padre, que yo sepa, pero supongo que lo hará tarde o temprano. ¡Tenías que haber visto las miradas que les dedicaba a los médicos cuando se les ocurrió decir que sus cuidados habían surtido efecto! Lyrboc, quiero que sepas que te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho. Has corrido muchos riesgos…
—No te preocupes, Cerrÿn. Lo he hecho encantado. Sabes que me siento en deuda contigo.
—¡No digas tonterías! Somos familia, como si lo fuéramos, al menos, y entre familiares no hay deudas que pagar. —Lyrboc asintió y bajó la mirada hacia su cuenco de sopa, porque notó que sus ojos empezaban a humedecerse. Le habría gustado decir lo mucho que las quería a las dos y lo querido que se sentía por ellas, pero supo de antemano que las palabras no le saldrían de la boca—. Cuéntame cómo te hiciste esas heridas.
Al escuchar aquello, de pronto Lyrboc revivió por un efímero instante el momento en que la punta de su espada penetraba en la garganta del ladrón y la incredulidad de este al comprender que iba a morir.
No estaba seguro de qué sentimientos le producía el hecho de haber acabado con la vida de una persona. Quería ser un guerrero, el más grande de todos después del legendario Klaëm; llevaba años preparándose para ello, y un guerrero de semejante grandeza tendría tantos muertos a sus espaldas que le resultaría imposible llevar la cuenta, pero aquel ladrón era el primero, el primero de sus muertos, y Lyrboc sabía que no podría olvidarlo por muchos años que pasasen, por muchos hombres que perecieran bajo su espada en el futuro. Aquella mirada de espanto y sorpresa lo acompañaría siempre, y el muchacho intuía que aquellos ojos se unirían a los que descubría observándolo en sus sueños, los ojos de su padre y de su madre.
—No es nada —dijo—, pequeños rasguños.
—¿Rasguños? No, señor, son dos golpes bien fuertes. Cuéntamelo.
Finalmente, Lyrboc decidió hacerlo:
—Ayer maté a un hombre —confesó, y cada una de las palabras que siguieron dibujó en las mentes de Rihlvia y Cerrÿn la pelea que el muchacho había librado para salvar su propia vida.
Ninguna pudo decir nada: se limitaron a escuchar su narración, y cuando hubo concluido, Cerrÿn se levantó y lo envolvió en un fuerte abrazo.
—Has crecido más rápido de lo que deberías —murmuró unos segundos después—. No habría podido perdonármelo si ese hombre te hubiera matado solo porque yo te envié a buscar a Rebber.
—Tuve suerte y fui yo el vencedor.
Cerrÿn apoyó su frente contra la de Lyrboc y sonrió, aunque aquella sonrisa no estaba exenta de amargura.
—Ve a acostarte, ¿de acuerdo? Y mañana no hace falta que te levantes temprano. La posada está vacía, nosotras nos encargaremos de prepararlo todo para empezar a recibir huéspedes de nuevo.
Esa noche Lyrboc estaba tan agotado que se durmió en cuanto su cuerpo tocó el lecho, pero su cabeza se pobló de imágenes confusas que no le permitieron descansar. Vio al ladrón del bosque, a veces joven y otras veces viejo, persiguiéndolo entre los árboles, amenazándolo. Vio a su padre, primero encadenado, luego libre y enseñándole a preparar trampas para conejos, riendo cuando Lyrboc conseguía atrapar uno. Y vio a su madre, Raima, abrazándolo con fuerza, acostándose a su lado para calmarlo cuando tenía una pesadilla. Ese último sueño fue tan intenso que creyó incluso sentir su presencia junto a él, la presión del cuerpo de su madre sobre el lecho y, un poco después, el roce tierno de sus labios en la frente. El rostro de su madre transformándose en otro mucho más joven, el rostro de Rihlvia. Los labios de Rihlvia. Un sonido suave, sigiloso. Trató de abrir los ojos cuando notó que el cuerpo se iba de su lado, pero cuando logró hacerlo tuvo la certeza de que había tardado demasiado.
Casi un mes más tarde, cuando la rutina había vuelto a la posada, tuvieron nuevas noticias del duque.
Estaba próximo el mediodía y en la taberna tan solo había un pequeño grupo de vecinos que se había tomado un descanso para conversar alrededor de unas jarras de linfa de cebada. De pronto se oyó el trote de unos caballos en el exterior y al punto un soldado hizo su entrada en el local. Todos se callaron y lo miraron con curiosidad, pero Cerrÿn, desde la barra, lo reconoció enseguida. Era el capitán que había estado a cargo de la vigilancia durante la enfermedad del duque.
—Buenos días, capitán.
—Señora… —Fue a la barra y bajó la voz para que el grupo de curiosos no pudiera oírlo—. A su excelencia el duque de Lauq Rhun le gustaría agradeceros todo cuanto hicisteis por él y recompensaros por las pérdidas que su estancia aquí causó a vuestro negocio.
Cerrÿn apenas pudo contener su sorpresa. No había esperado un gesto semejante, que contradecía la fama cruel y despótica del duque. Optó por no decir nada, pues no es que en realidad hubiera tenido alternativa para hacer algo distinto a lo que había hecho, ya que la posibilidad de negar alojamiento a Nompton y a sus hombres nunca había existido, pero debía admitir que la recompensa, si era económica, le vendría muy bien. La posada tenía muchos gastos y, en los últimos tiempos, cada vez menos ingresos.
El capitán prosiguió:
—Su excelencia os invita a vos y a vuestra hija a su palacio para que compartáis cena con él y con su esposa e hijo.
Ahora Cerrÿn titubeó.
—Decidle que se lo agradezco mucho —respondió al fin—, pero…
El oficial la interrumpió con una sonrisa condescendiente:
—El duque me hizo saber que no aceptará una negativa, señora. Si es necesario que cerréis la posada durante vuestra ausencia, os recompensará también por ello, aunque supongo que por una sola noche no será necesario. Seguro que alguno de vuestros empleados puede hacerse cargo de todo.
La mujer se mordió el labio superior. Le incomodaba todo aquel asunto, pero comprendía que no le convenía rehusar la invitación y granjearse la enemistad del duque. Y, al fin y al cabo, solo se trataba de una invitación a cenar. Por poco que le agradase la idea, sabía que a Rihlvia le entusiasmaría visitar el palacio y conocerlo por dentro. Pese a que ya no era una niña, seguía fascinada con la belleza de aquel lugar y con las maravillas que suponía que albergaba en su interior. Una sola noche, se dijo Cerrÿn, y luego todo volvería a la normalidad, quizá con una buena recompensa en la mano.
—Me temo que no tengo la menor noción de las normas de protocolo —dijo, provocando una carcajada del soldado.
—Seguro que los duques ya cuentan con ello. No son tan fieros como imaginan los que no los conocen.
—Tampoco poseo ropas adecuadas.
—En palacio vos y vuestra hija tendréis cientos de vestidos entre los que elegir.
Lyrboc no recibió de buen grado la noticia después de haber escuchado de boca de Neft lo que a él y a su hermano les había ocurrido en su desafortunado encuentro con el duque, pero entendió las razones de Cerrÿn para acudir. Sin embargo, cuando las dos se marcharon escoltadas por el capitán y los tres soldados que lo acompañaban, le invadió una inquietud de la que no pudo desprenderse.
Se encargó de atender la taberna, con la ayuda de Naerma y Lÿnn, y en cuanto la reducida clientela de esa noche se fue, les dijo a las dos cocineras que volvieran a sus casas y él se quedó solo para recoger y limpiar todo. Sabía que si se retiraba a su habitación no haría otra cosa que darle vueltas en la cabeza a lo que pudiera estar sucediendo en el palacio de Lauq Rhun, así que prefería estar ocupado y tratar de no pensar. No obstante, a medida que las horas iban pasando su desasosiego aumentaba, una intranquilidad que en realidad no sabía a qué achacar, como si se tratase de un mal presagio, la intuición de que aquella noche iba a suponer un cambio drástico en su vida…
Barrió y fregó el suelo de la taberna por segunda vez, pero no le sirvió para recuperar la calma.
Cerrÿn y Rihlvia eran su familia, una segunda familia con la que en realidad a esas alturas había pasado casi el mismo tiempo que con la primera; aunque nunca ocuparían el espacio dejado por sus padres, sí habían creado uno nuevo en el que él se sentía cómodo y a gusto. Había decidido regresar a Olkrann, pero al mismo tiempo no quería pensar en separarse de ellas. Y el presentimiento que lo incordiaba tenía precisamente relación con eso.
Por fin el sueño derrotó su resistencia y se refugió bajo las mantas, abriendo la puerta de su subconsciente para que penetrase en él toda una maraña de pesadillas que tenían como escenario recurrente el palacio de Lauq Rhun.
Mediada la tarde del día siguiente, la llegada de Cerrÿn y Rihlvia confirmó sus temores. No dijeron nada, probablemente por la presencia de los soldados que las habían escoltado, pero en sus rostros se percibía con toda claridad que se hallaban de muy mal humor. Lyrboc estaba ansioso por saber lo ocurrido, pero no le quedó más remedio que aguantarse hasta que la escolta se hubo marchado. Entonces fue en busca de Rihlvia, aunque la joven se había encerrado en su habitación y le gritó desde dentro que estaba muy cansada y quería estar sola. Cada vez más preocupado, Lyrboc se dirigió a la taberna, donde encontró a Cerrÿn acodada en una mesa, frente a un gran tazón del que ascendía una columna de vapor. La mujer tenía la mirada fija en el contenido de su tazón, como si en la infusión pudiera encontrar la respuesta a todas las preguntas que la atormentaban.
Al sentarse junto a ella descubrió que tenía los ojos arrasados por el llanto, de modo que aunque las respuestas hubieran estado allí, en el fondo del tazón, no habría podido verlas.
Lyrboc anticipó el desastre antes de preguntar:
—¿Qué ha ocurrido?
Cerrÿn inspiró y luego resopló, mientras se pasaba una mano por la cara.
—El duque quería agradecerme haberle dado alojamiento durante su enfermedad.
—Eso ya lo sé. Pero ¿qué ha pasado allí? ¿Por qué lloras?
—Su hijo le contó la verdad, lo de tu amigo Rebber.
—¿Y os han preguntado dónde pueden encontrarlo? —se alarmó Lyrboc.
—No, no se trata de eso. Lo que ocurre es que el duque dice que su deuda conmigo es demasiado importante como para solventarla con una cena. Dice que si sigue vivo es gracias a que el destino lo trajo aquí, a la posada, y no a ningún otro sitio. Dice que la mejor forma de agradecerme lo que he hecho por él es… una que, según él, nadie se atrevería a imaginar, y mucho menos a rechazar.
—No te entiendo, Cerrÿn. Y me estás asustando. Por favor, explícate mejor.
La mujer le cogió la mano y se la apretó.
—Al duque se le ha ocurrido darme las gracias… haciendo que nuestros respectivos hijos se unan en matrimonio. —Lyrboc no pudo reaccionar en un primer momento. Sintió ganas de gritar, de golpear la mesa con el puño, pero no hizo ninguna de esas cosas. En cambio, se quedó inmóvil, callado, esperando la siguiente frase de Cerrÿn—. Al parecer, ese bobo de Yaôl se enamoró de Rihlvia mientras estuvo aquí.
De pronto, Lyrboc creyó entender.
—No se lo han tomado nada bien, es eso, ¿verdad? Ni a Yaôl ni a su padre les ha gustado que Rihlvia lo rechazase. Ahora están enfadados en lugar de agradecidos. ¡Estúpido pretencioso!
Cerrÿn volvió a inspirar profundamente y le apretó de nuevo la mano.
—No, Lyrboc —dijo—, la cuestión es que ella no se ha negado a contraer ese matrimonio.