VII
—¡Se ha abierto la Puerta Oriental! —gritó alguien.
Sin necesidad de recibir ninguna orden, rápidamente se produjo un movimiento de las tropas de defensa en aquella dirección y, mientras tanto, la nefasta noticia fue comunicada a la Sala de Generales.
—¿Cómo ha sido?
—Lo ignoro —respondió el joven soldado, con la respiración entrecortada tras haber subido a la carrera varios tramos de empinadas escaleras.
El general Kalastar dejó escapar varios improperios.
—No podemos descuidar los demás flancos, pero si no cortamos la entrada por oriente y bloqueamos de nuevo esa maldita puerta…
No concluyó la frase, pero tampoco hacía falta. Todos sabían que si el enemigo penetraba en la ciudad, el fin estaría muy próximo.
El oriental era en cierto modo el lado más protegido, pues la puerta que había allí únicamente salvaba la muralla exterior. Para acceder a La Ciudadela y al palacio era necesario atravesar una nueva puerta y un nuevo muro, aunque, eso sí, de menor altura. Detener allí al enemigo sería una tarea ardua, pero al menos existía una oportunidad de conseguirlo antes de que las huestes del príncipe Gerhson penetrasen en las calles de la capital de Olkrann.
El rey Krojnar salió a la terraza para mirar hacia la Puerta Oriental, apenas visible desde allí. Lo que sí se veía con toda claridad era el desplazamiento de las defensas y a varios soldados corriendo por la calzada, justo debajo del monarca.
Durante tres horas el ejército de su hermanastro se había limitado a disparar sin descanso sus catapultas, provocando importantes daños tanto en la muralla como en el interior de La Ciudadela, en varias zonas de la cual se habían desatado incendios que se propagaban sin freno, porque por el momento no se les podía prestar la atención necesaria. Solo transcurridas esas primeras tres horas se pudo ver al enemigo avanzar, como una masa informe e infinita que se sentía vencedora de antemano. Las tres puertas de entrada a La Ciudadela recibieron el ataque al mismo tiempo, lo que dificultaba su defensa. Con el grueso de su ejército aniquilado semanas antes al intentar detener el avance del príncipe Gerhson, Krojnar era consciente de que no se podría proteger la ciudad entera contando únicamente con dos batallones que, además, estaban agotados por la falta de descanso en los últimos días, pero le sorprendió que la Puerta Oriental cediera tan pronto. Se preguntó si la habrían abierto desde el interior, si alguno de los que llevaban tiempo conspirando en su contra se las habría ingeniado para dejar el paso franco a sabiendas de que la atención se había centrado en la Puerta Principal, situada en el punto más al sur de la ciudad.
Mientras, en la zona este la situación iba empeorando irremisiblemente. Los soldados allí destacados no podían hacer frente al torrente de enemigos que había conseguido entrar, y cerrar la puerta ya era algo impracticable. Todos los esfuerzos se dirigían ahora a mantenerlos a raya en el segundo portalón, tras el cual se estaban amontonando carros y todo tipo de enseres, cualquier cosa que sirviera para impedir que fuera abierto.
Los refuerzos enviados desde la Puerta Principal no imaginaban el desastre que los aguardaba y, sobre todo, no esperaban que las primeras palabras que sus compañeros les iban a dedicar fueran:
—¡No son hombres!
¿Qué significaba aquello? ¿Qué diablos podía significar semejante frase? La explicación llegó al momento, cuando ocuparon sus puestos y se asomaron al trecho de tierra que separaba la muralla exterior y la que ellos debían defender. La mayor parte del ejército invasor sí estaba compuesta por hombres, mas la avanzadilla que había superado la primera puerta… No, no eran hombres… Pero ¿qué eran?
—¡Monstruos! —gritó alguien, sin poder controlar su espanto ante lo que veía.
Aquellos seres, que recordaban a gorilas de gran tamaño cubiertos con corazas, eran lomerns. Nadie los había visto en Olkrann desde hacía muchos años, hasta el punto de que ya solo se mencionaba su nombre en los relatos de los más viejos, que a su vez solo repetían lo que habían escuchado a sus mayores.
Uno de ellos alzó la mirada en la dirección de la que había procedido el grito y, tras una breve carrera para tomar impulso, saltó al muro, consiguiendo que sus garras se aferrasen a los sillares de piedra como si en las yemas de sus dedos hubiera ventosas, y ascendió desde allí sin aparente dificultad hasta alcanzar la cima. Durante un par de segundos, el tiempo pareció dejar de fluir y el rostro del monstruo y el del soldado apenas quedaron separados por medio metro; luego, otro de los soldados reaccionó clavando su lanza en el pecho del enemigo a través de su coraza. El lomern la recibió con cierta expresión de asombro, como si en su cabeza no hubiera cabido ni por un instante la idea de que pudiera ser herido. Su cuerpo se dobló y cayó hacia atrás, pero enseguida otros le imitaron. La segunda muralla era demasiado baja frente a la portentosa agilidad de aquellos seres.
Un estruendo infernal subió desde el suelo al producirse una explosión que debilitó los goznes del portalón. Una segunda y una tercera, tan consecutivas que parecieron más bien una sola, acabaron por arrancar una de las dos hojas de la puerta de sus puntos de sujeción, y esta cayó, hecha añicos, hacia delante. Por el hueco resultante entró un tropel de figuras oscuras e informes; las primeras recibieron el mortal impacto de las lanzas y las flechas de los defensores, pero había tantas que era del todo imposible detenerlas.
Desde aquel momento, la lucha pasó a ser cuerpo a cuerpo y se hizo evidente que La Ciudadela de Olkrann caería en manos del príncipe.