XIII
Geoffrey esperaba que el director Rogers lo llamara a su despacho en cualquier momento para hablar con él, pero la llamada no se produjo. De hecho, ninguno de los chicos pudo ver al director en todo el día.
Llegada la tarde, incluso Martin, que había intentado mantener una actitud positiva, se contagió del pesimismo de los demás. Seguían sin saber nada en concreto, pero ya no dudaban de que ocurría algo grave.
—No pienso irme con el Jorobado —dijo Geoffrey entre dientes cuando los cuatro chicos del Club se reunieron a solas en la última mesa de la biblioteca. Arlen no estaba con ellos: ninguno sabía realmente dónde se había metido.
—Nadie ha dicho todavía que tengas que hacerlo.
—Esta vez creo que Desmond no mentía.
—Con ese no se puede estar seguro nunca.
—Ya, pero… No sé, pensemos que ha dicho la verdad, que oyó al director y al Jorobado mencionar mi nombre. Si espero a que el director me diga lo que pasa, puede que ya sea tarde.
—¿Tarde para qué? —le preguntó James.
—Para evitarlo.
Los otros tres miraron a Geoffrey sin saber qué decir.
—No deberíamos llegar a conclusiones precipitadas. Aún no sabemos nada, y por mucho que te pareciera que el profesor Thürp dudaba al contestarte, puede que lo que provocó la reunión entre el Jorobado y el director no tenga nada que ver contigo.
—Vosotros podéis conformaros con pensar eso, pero imaginad por un momento que mañana se presenta el señor Rogers y me dice que recoja todas mis cosas porque tengo que irme a vivir con el Jorobado.
—¡Ya vale! —exclamó Martin—. Deja de pensar que esto te afecta solo a ti. El otro día hicimos un juramento, ¿no? Los cuatro estamos juntos, los cinco, si contamos también a Arlen, y lo que le pasa a uno de nosotros les pasa a todos.
Geoffrey sonrió sin ganas.
—Ya, ¿y qué hacemos? ¿Le pedimos a Rogers que el Jorobado nos adopte a todos?
—Yo tengo una idea mejor —apuntó de pronto Nicholas, acaparando toda la atención—. Esta noche hacemos una excursión y averiguamos todo lo que podamos.
—¿Una excursión?
—Una incursión, más bien, en el despacho del director.
Su hermano mayor le dedicó una mirada recriminatoria, pero enseguida cambió el gesto.
—Puede ser buena idea.
—Ya lo haré yo —terció Geoffrey—. No tenéis que meteros en líos por mí.
—Para ya, Geoff. Si hay que meterse en líos, nos meteremos los cuatro. Punto.
—Los cinco —los sobresaltó de pronto Arlen.
—¿De dónde sales tú ahora? —la interrogó James.
—He estado ocupada… jugando a los espías —se limitó a decir, enigmáticamente—, pero ya llevo un rato escuchándoos. Lo suficiente para oír lo de esa aventura nocturna que planeáis. Me apunto.
—¿Jugando a los espías? —le preguntó Nicholas.
—Me he pasado un par de horas escondida en un armario para poder escuchar a mis padres sin que se enterasen.
—¿Y has descubierto algo interesante? —quiso saber Martin.
—Que la próxima vez tengo que buscar un sitio más cómodo —respondió medio en broma, y acto seguido se puso seria—: No sé quién es ese jorobado, pero está claro que es alguien importante. Cuando he podido salir del armario sin que me vieran, he probado suerte con los demás profesores. Me he acercado a ellos con la primera excusa que se me ocurría y he tenido los oídos bien abiertos.
—¿Y?
—Todos hablan del asunto y todos se callan en cuanto advierten mi presencia. Están muy preocupados.
—Pero ¡¿preocupados por qué?! —exclamó James.
—Eso mismo digo yo —terció Martin—. Daría lo que fuera por saberlo.