XVIII

Antes de lo previsto, solo unos meses después de su partida, la Hermandad regresó a Tae Rhun, de nuevo guarecida por la quietud de la noche. El frío era gélido y la lluvia que había caído de forma constante durante todo aquel día había convertido la población en un barrizal.

Antes de despertar a los chicos, Cerrÿn se encerró en la cocina para preparar a toda prisa algo de cenar y, cuando lo hubo servido, avisó a su hija y a Lyrboc para que bajasen a la taberna. Los tres estaban ansiosos por escuchar las noticias que los de la Hermandad llevaban consigo.

—¿Habéis estado en Olkrann? —les preguntó Lyrboc, impaciente.

—Así es.

La extrema seriedad de sus rostros y el tono de sus voces dejaron claro desde el primer momento que en esta ocasión no se repetiría el ambiente festivo de su última visita.

La mayoría de los hombres-bestia intercambiaron miradas furtivas. Tras una mínima pausa, fue Zerbo quien se decidió a hablar:

—Lo primero que queremos decirte, Lyrboc, es que no sabemos nada seguro acerca de tus padres. Hemos oído historias muy confusas, que en no pocos casos se contradicen unas a otras, pero ninguna sobresale por encima del resto como verdadera… Por lo general, la verdad reside fragmentada muy en el fondo de ese tipo de historias. Se cuentan muchas cosas sobre los que se mantuvieron fieles al rey Krojnar hasta el final y sobrevivieron a la última batalla: muchos de ellos fueron ahorcados en los días siguientes; unos cuantos, al parecer, continúan encerrados en los sótanos del palacio real; a otros se les concedió la opción del destierro eterno bajo la amenaza de una muerte segura si volvían a poner un pie en Olkrann. Otros, ya lo sabes, huyeron y están ahora desperdigados por Wolrhun y Nemeghram. Algunos, incluso, decidieron irse más lejos, hacia Oriente. Muchos más, sin embargo, permanecen en Olkrann. Ahora su rey es Luber, como antes lo fue Krojnar, y dentro de un tiempo lo será otro, quizá el hijo de Luber, si algún día lo tiene, o su tío Gerhson, que por el momento da la impresión de haber aceptado quedarse a la sombra de su sobrino.

—¿Por qué? —se extrañó Cerrÿn—. Fue él mismo quien comenzó la guerra precisamente para conseguir el trono. ¿Por qué ahora se conforma con que lo tenga Luber?

—Ambos lo pactaron si Luber traicionaba a su padre. Según varios rumores que hemos oído, fue el propio Luber quien asesinó a Krojnar. Y también facilitó la entrada del ejército de Gerhson al hacer que sus hombres aprovecharan el desconcierto de las defensas para abrir una de las puertas de la muralla de La Ciudadela.

—De todos modos —apuntó Terbol—, Gerhson no parece un hombre de palabra. Tal vez solo esté esperando un tiempo para hacerse definitivamente con el trono.

—Todo es posible, sí. También hemos oído hablar de un hombre extraño que se ha convertido en consejero del rey y que nadie sabe muy bien quién es ni de dónde ha salido. Lo más probable es que viniera con Gerhson desde el Gran Sur.

—Entre los tres gobiernan Olkrann, aunque sea Luber el que lleva la corona —dijo Terbol.

—Olkrann es hoy un reino sumido en la oscuridad, Lyrboc —sentenció Zerbo.

El muchacho cerró los ojos con fuerza para retener las lágrimas, pero estas encontraron el modo de salir y se derramaron por sus mejillas. La única esperanza de que su padre continuara con vida era la de que estuviera encerrado en las mazmorras de La Ciudadela, pero ¿y su madre? ¿Había esperanzas de que ella estuviera viva? Nadie dijo nada durante unos minutos. Rihlvia buscó la mano de Lyrboc bajo la mesa y se la apretó.

—Vendrán tiempos mejores —aseguró Brandul—. Tenemos que mantener esa esperanza.

De pronto, Lyrboc abrió los ojos, arrasados ya por el torrente de lágrimas, y asintió con la cabeza, con convicción y rabia contenida.

—Sí, vendrán. Vendrán. Yo mismo los llevaré hasta Olkrann.

De nuevo se hizo el silencio. Nadie consideró oportuno decir nada ante aquella promesa.

—¿Qué pensáis hacer vosotros ahora? —preguntó Cerrÿn en un intento de cambiar la dirección de la conversación.

Terbol tomó la palabra:

—Vamos a seguir el rastro de una de las historias que hemos oído en Olkrann. Queremos confirmar si es cierta.

—¿Cuál es esa historia? —quiso saber Rihlvia.

—Perdonadnos, pero preferimos no hablar de ella hasta que sepamos más. La próxima vez que nos veamos, prometemos contaros lo que hayamos podido averiguar.

—¿Adónde vais?

—Al norte.

—¿Una historia que habéis oído en La Ciudadela de Olkrann y que os lleva al norte? ¿Al norte de Wolrhun? —murmuró Cerrÿn.

—Al norte solo nos conduce un presentimiento. Ojalá estemos en lo cierto —repuso Zerbo.

—¿Cuándo volveréis? —le preguntó Lyrboc.

—No sabría decirte, cachorro. Puede que nos lleve mucho tiempo confirmar el rumor que nos lleva allí.

Esta vez Lyrboc no lo dijo, pues estaba seguro de que la respuesta sería negativa, pero ardía en deseos de acompañarlos. Sabía que no se lo permitirían por mucho que suplicase, que no le quedaba más remedio que esperar a que regresasen, ya fuera en unos meses, en un año o quizá más, para saber qué rumor era aquel al que le seguían el rastro.

Su regreso se retrasó más de un año y medio, y entonces los miembros de la llamada Hermandad Oscura se encontraron con un Lyrboc muy cambiado. Había crecido y el entrenamiento continuado había desarrollado sus músculos, con lo que daba la impresión de tener dos o tres años más de los que en realidad tenía. Se había empecinado en no cortarse el pelo en todos aquellos meses y ahora presentaba una larga melena que caía hasta sus hombros.

Esa noche Zerbo y sus compañeros tenían prisa por compartir con sus amigos lo que habían averiguado. Terbol fue quien habló primero.

—Lo que vamos a contaros es secreto —dijo—. Ni siquiera estamos aún seguros de que sea verdad, pero en caso de que lo sea…

Titubeó en busca de las palabras adecuadas, y la pausa aumentó la ansiedad de Cerrÿn, Lyrboc y Rihlvia.

—¿Qué? —se impacientó la chica.

—Si todo lo que hemos oído es cierto, es probable entonces que las profecías de los Antiguos también lo sean.

—Lyrboc —intervino Zerbo—, ¿te hablaron tus padres de las leyes de Olkrann?

—Claro, pero ¿a cuál de ellas te refieres?

—A la que rige quién ha de ocupar el trono y gobernar el reino. Supongo que sabes que Krojnar únicamente tenía derecho a sentarse en él porque hacía décadas que no se tenía constancia de que hubiera nacido un Dragón Blanco. —Lyrboc y Cerrÿn asintieron. Rihlvia ni siquiera pudo imitarlos, pues estaba boquiabierta—. El padre de Krojnar y Gerhson fue elegido tras la muerte del último Dragón Blanco, y de acuerdo con la ley, la corona iría pasando a sus descendientes mientras no naciera un nuevo Dragón.

—Mi padre me lo contó —afirmó Lyrboc—. Y me dijo que muchos temían que el linaje de los Dragones Blancos hubiera desaparecido para siempre, que habían nacido varios niños de piel pálida, aunque ninguno poseía la marca del dragón.

—Así es.

—Pero también me dijo que tanto Krojnar como su padre, Krathern, eran buenos reyes.

—Sí, ambos respetaban las leyes.

—Sin embargo —intervino Terbol—, según uno de los rumores que oímos en La Ciudadela, el príncipe Gerhson atacó a su hermanastro porque sabía, o temía, que un nuevo Dragón Blanco estaba a punto de nacer. Oímos que durante los meses posteriores a la muerte de Krojnar, todas las mujeres embarazadas fueron recluidas hasta que dieron a luz.

—¡Querían matar al bebé! —exclamó Rihlvia.

—Exacto. Pero lo que oímos es que no lo encontraron. El Dragón Blanco, si es cierto que nació durante aquellos días, permanece aún oculto. Parece probable que el Anciano Donan, que fue maestro tanto de Krojnar como de su padre, Krathern, se lo llevó consigo antes de que La Ciudadela cayera en manos de Gerhson. El rey Luber y su tío Gerhson, y ese extraño consejero que tienen con ellos, han ordenado realizar varias batidas por todo el reino para localizarlo, aunque hasta el momento todos sus intentos han sido en vano.

—Si algún día apareciera… —comenzó a decir Lyrboc.

—Si apareciera —repitió Zerbo—, tendría derecho a reclamar el trono. Por eso quieren encontrarlo y eliminarlo.

—¿Es esa la historia que os llevó al norte? —les preguntó Cerrÿn, que no comprendía la relación que había entre aquel rumor y el último viaje de la Hermandad Oscura.

—Llegó a nuestros oídos la sospecha de que un grupo fiel a Krojnar, liderado por el Anciano Donan, se llevó al Dragón Blanco por mar. Por eso fuimos hacia el norte, porque lo más lógico es que intentasen alcanzar alguno de los pequeños puertos de pescadores que hay desperdigados por la costa de Wolrhun o más allá, aunque consideramos bastante improbable que quisieran ir muy al este.

—¿Lo habéis encontrado? —inquirió Lyrboc, entusiasmado ante aquella posibilidad que nunca había contemplado. Si nacía un nuevo Dragón Blanco, todo el pueblo de Olkrann se pondría de su parte y él podría regresar y buscar a sus padres. O vengarlos.

—No, ni el menor rastro —respondió Zerbo.

—Entonces —dijo Rihlvia, adelantándose a Lyrboc—, ¿el rumor era falso?

—No necesariamente. Si la historia es cierta, hay muchas opciones abiertas. Puede que nos equivocásemos pensando que se dirigirían al norte, aunque seguimos creyendo que es la opción más factible; y puede también que sí que lo hicieran, pero que hayan sido capaces de ocultar su rastro, de esconderse a la perfección, porque saben que mientras el Dragón Blanco no sea adulto no es seguro que revelen su existencia.

—En definitiva —resumió Brandul—, puede que en estos momentos se esté gestando una nueva guerra. La que habrá de devolver la justicia a Olkrann.

Lyrboc cerró los puños y se prometió que continuaría entrenando día a día para estar preparado cuando esa guerra estallase.

—¿Qué vais a hacer ahora, entonces? —les preguntó Cerrÿn.

—Cambiaremos el norte por el sur —contestó Terbol.

—¿El sur? ¿Dónde?

—Hemos decidido ir al Gran Sur. Nunca hemos ido, y siempre debe haber una primera vez para todo.

—¿Bromeáis?

—¡Nadie que haya ido allí ha regresado! —exclamó Lyrboc con alarma.

—Te equivocas, colibrí. El príncipe Gerhson sí volvió —lo corrigió Beren.

—Y trajo consigo todo un ejército, lo que demuestra que esa región está habitada.

—Pero ¡es muy peligrosa!

—Queremos ver qué hay allí, más allá del desierto, y averiguar si Gerhson y su consejero tienen más ejércitos a los que recurrir en caso de que los necesiten. Si es cierto que ha nacido un nuevo Dragón Blanco y que sigue vivo en alguna parte, es muy probable que la próxima guerra traspase las fronteras de Olkrann.

—Yo lucharé en esa guerra al lado del Dragón Blanco —aseguró Lyrboc.

Por unos instantes nadie dijo nada. Todos eran conscientes de que resultaría inútil intentar que el muchacho cambiase de opinión.

Cerrÿn se decidió al fin a hablar:

—Supongo que no sabéis cuánto tiempo os llevará este nuevo viaje.

Terbol se encogió de hombros.

—Quién sabe. Ignoramos hasta dónde se extiende esa región. Puede que sea pequeña y que unos meses basten para recorrerla, o puede que sea más grande que la parte del mundo que ya conocemos.

—Tened mucho cuidado, por favor —les suplicó Rihlvia con la voz convertida en un murmullo.

—Siempre lo tenemos, princesita —respondió Brandul.

A partir de aquel día, no hubo una sola noche en la que Lyrboc no soñase con que se encontraba con el Dragón Blanco y se unía a él para reconquistar Olkrann.