EPÍLOGO
Sufro locura transitoria
bajo a la tierra y cruzo
la línea divisoria
que separa en esta historia
la locura y la razón
Extremoduro.
Un año más tarde.
Estoy en la casa que resurgió de sus cenizas cuando adquirí el terreno para volver a construirla, y Fígaro, el gato persa al que adoro y se salvó saltando por la ventana ronronea a mis pies. Este gato ha de tener siete vidas, y yo soy una superviviente.
Paso la página del álbum de fotos de nuestra boda y se me escapa una sonrisa. Podíamos haber tenido una boda colmada de invitados, comida y música, pero decidimos casarnos en Las Vegas por segunda vez. Una boda que pudiéramos recordar era todo lo que yo deseaba.
Me sobraban los invitados, la comida y la música. Nosotros y el bebé que crecía en mi vientre fuimos los únicos invitados de una boda íntima que culminó en un festín de besos con la banda sonora de U2.
Ya hace seis meses, pero lo recuerdo como si fuera ayer.
Jack me llevó en brazos hasta la misma habitación de aquel hotel en la que nos despertamos casados por primera vez. Tenía en el dedo aquel anillo tan brillante con el que nos habíamos prometido todo aquello por lo que el matrimonio merecía la pena.
Me tendió en la cama mientras pronunciaba aquellas palabras que conseguían el efecto mágico de querer que volviera a decirlas, no acabara el momento de escucharlas y al mismo tiempo repetirlas con mi boca.
─Te amo, Pamela ─dijo, antes de besarme.
Le dije que lo amaba, y que quizás volviera a divorciarme de él para casarme de nuevo dentro de un par de años, lo que lo hizo reír ante una ocurrencia tan disparatada. Me besó aquel vientre que se había convertido en el fruto de sus carantoñas, y nos amamos de mil maneras distintas en aquella habitación que nos regaló una segunda noche de bodas que sí pudimos recordar.
─¡Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas! ─grité al brindar.
Brindemos con champagne porque era nuestro momento y no íbamos a arrebatárnoslo de la memoria. Esta vez no.
─Pero siempre contigo ─decidió él.
Le enseño a mi madre la fotografía en la que Jack y yo posamos ante la cámara. Él me tiene cogida en brazos y yo sonrío como si fuera el mejor día de mi vida. Estoy segura de que fue el segundo mejor día de mi vida, porque todo cambió el día en el que Sally nació.
─No lo entiendo. Tenías la oportunidad de que tu segunda boda fuera algo inolvidable ─murmura, pero sostiene la fotografía en la mano y sus labios se curvan en una sonrisa honesta.
─Tenía que ser en Las Vegas porque allí empezó todo ─le explico, por lo que me gano un suspiro cargado de resignación.
Tabhita, la madre de Jack, puso el grito en el cielo por segunda vez. Jack y yo nos reímos cada vez que recordamos su expresión al anunciarle que íbamos a hacerla abuela y que nos habíamos vuelto a casar.
─¿Sigue ahí arriba? ─se interesa mi madre, señalando con la cabeza hacia la segunda planta─. se supone que me has llamado para que haga de canguro.
─Tendrás que disculparlo. Desde que nació no se despega de ella ─le explico.
Mamá vuelve a sonreír.
Subo hasta la segunda planta para encontrarme a Jack en la habitación de Sally, observándola embelesado mientras nuestra hija duerme en la cuna. Camino hacia él sin que se percate de mi existencia, hasta que le toco el hombro y ladea la cabeza.
─Qué bien lo hemos hecho, Pamela ─mira a la pequeña con adoración.
─Sí, se nos da bastante bien.
Me acoge entre sus brazos para besarme en los labios. Suspiro cuando siento su boca aplastada contra la mía, acogiéndome en un beso del que no quiero despegarme nunca, hasta que Sally emite un gorgoteo y ambos nos separamos para observarla. La pequeña sigue dormida, y se parece tanto a su padre que siento que no puede ser más perfecta.
Jack me besa el cuello, y siento que sus labios sonríen por encima de mi piel.
─Deberíamos hacer otro bebé... ─murmura, besando mi garganta─. Y otro, y otro, y otro...
Lo separo un poco de mí para mirarlo a los ojos.
─Estás loco ─musito, medio riendo por sus ocurrencias.
Tengo que sacarlo de la habitación a rastras, pues no quiere despegarse de la pequeña Sally. La observa una última vez, y siento que contiene el aire mientras la contempla con los ojos muy abiertos. Sostiene mi mano y sonríe. Todavía no se ha recuperado de la emoción del primer instante en el que la vio.
─Es perfecta y es nuestra ─lo dice con gran orgullo, por lo que sé que tendremos un problema el día que Sally crezca y empiece a exigir su propio espacio.
Mamá nos está esperando en la entrada de casa, y en cuanto nos ve llegar, sus ojos se llenan de una dicha que no le he visto desde que mi padre seguía con vida. Ambas nos hemos convertido en dos mujeres nuevas que han conseguido olvidar el pasado para mirar hacia un futuro que no parece tan desolador cuando logras desterrar el rencor, el odio y todo aquello que no nos permitía seguir adelante.
Nos despedimos de mi madre para ir a celebrar nuestro primer aniversario de casados de una boda que sí podemos recordar. Hay tantas cosas por las que celebrar que sé que este será un día de sonrisas y lágrimas. A veces siento que no tomé la decisión correcta al acusar a Olivia, pero entonces, cuando flaqueo en mi decisión, el fantasma de Jessica Smith me recuerda que hice justicia.
Me sorprendió que ella no decidiera huir, y que afrontara sus últimos minutos de libertad en compañía de todos nosotros. Recuerdo el día de mi resurrección como un momento emocionante y sumamente triste que nos dio algo a cambio de arrebatarnos a Olivia, quien debía pagar por sus propios pecados.
Respecto al Doctor Moore y Giovanni, fueron encarcelados en cuanto entregué las pruebas a la policía. No logramos recuperar la grabación de Jack, pero con todas las pruebas fue más que suficiente para que Giovanni desvelara que tanto el Juez Marshall como Norman Strasser estaban inmiscuidos en su asquerosa organización. Fue un verdadero escándalo descubrir que los hombres más respetables de Seattle estaban relacionados con aquella organización sádica que se dedicaba a asesinar mujeres como una prueba de iniciación.
Respecto a mi vida...
Tengo la suerte de contar con personas que me quieren y siempre me lo recuerdan. Mi hermana Helen, mi madre, Molly e incluso Anne, la madre que perdió una hija que vivía para los demás. Tengo a Jack y a nuestra hija. La satisfacción de que el Doctor Moore, Giovanni y todos los que cometieron esos crímenes han sido encarcelados.
Las pastillas para dormir se han ido, al igual que las pesadillas que me impedían conciliar el sueño por las noches. Por suerte, tengo un hombre que me pidió que nos divorciáramos para empezar una vida en la que los errores del pasado no tuvieran la fuerza de ensombrecer nuestro presente.
En ocasiones recuerdo a un ángel llamado Tessa que me salvó de mi misma, y al que nunca podré agradecer lo suficiente todo lo que hizo por mí. Creo en los gestos espontáneos de amor porque son la muestra más sincera de que existe bondad en el lugar más inesperado.
Jack rodea mis hombros con un brazo, y me dedica esa mirada que solo tiene para mí.
─Te quiero, Pamela Blume.
Estoy segura de que nunca me cansaré de escuchar esas cuatro palabras.
Tuve que morir para aprender a amar. Tuve que morir para volver a creer en mí. Tuve que morir para volver a vivir y descubrir que la vida puede ser tan maravillosa como tú se lo permitas.