CAPÍTULO DIECISÉIS

Seattle, veinticinco días antes

Jack presionó el apósito de algodón sobre mis antebrazos cargados de arañazos, hasta que consiguió hacerme aullar de dolor. A pesar de mi alarido, aquello no lo detuvo, y juro que en ese momento llegué a pensar que él estaba disfrutando, en cierto modo vengándose, por todos los comentarios malignos que había vertido sobre él en el pasado, y que seguía soltando de vez en cuando, si bien tenía que admitir que con menor asiduidad e inquina.

¡Auch! ─traté de soltarme, pero él me sostuvo la muñeca con firmeza para que no me escapara.

Cuando terminó de limpiar las heridas de los brazos, le dedicó una mirada intensa a mi rostro, hasta que las mejillas se me arrebolaron. Cubierta de tierra como estaba, supuse que el estupor no se me notaría tanto, por lo que le sostuve la mirada mientras ponía cara de fastidio, a pesar de que podía acostumbrarme a la agradable sensación de que alguien cuidara de mí. De hecho, lo estaba deseando, por mucho que me empeñara en disimularlo con una mueca de fingida irritación.

Jack empapó un paño en agua para frotarme las mejillas y la frente, cubiertas por el polvo, la tierra y las ramitas de aquella zarza traicionera sobre la que había aterrizado. Lo hizo con sumo cuidado, y fui consciente de que intentaba provocarme el menor dolor posible.

Levántate la camiseta ─me pidió.

¿Qué? No estoy dispuesta a enseñarte las tetas. Ni hablar, por mucho que lo estés deseando ─repliqué altanera.

Puso los ojos en blanco.

Quiero cerciorarme de que no tienes ninguna herida, Pamela. No tengo intención de nada más, te lo aseguro ─respondió muy calmado. Entonces se le dibujó una mueca burlona en el rostro─. A no ser que tú desees lo contrario.

Me mordí el labio, bastante abochornada. Agradecí que él me obligara a girarme para así no tener que verle la expresión, que supuse que estaría envalentonada por mi metedura de pata. Sin previo aviso, me subió la camiseta hasta las costillas, y tuve que reprimir un gritito de sorpresa. Suspiré al sentir sus manos cálidas sobre la parte baja de mi espalda, calmándome justo en el lugar en el que me había golpeado al caer desde lo alto de la tapia. Durante unos minutos que no quise que acabaran nunca, me masajeó la zona dolorida haciéndome soltar gemidos incontenibles. Lo cierto es que me había hecho algo de daño, y era justo ahora, en reposo, cuando la contusión empezaba a pasarme factura.

Un tatuaje ─comentó, como si acabara de ver un extraterrestre.

Ah...sí ─recordé el atrapasueños que tenía tatuado sobre el coxis; aquel del que siempre renegaba poniéndole ropa encima─. Un error de juventud.

Me gusta ─me hizo saber. Sus dedos acariciaron el tatuaje con suavidad.

Cerré los ojos, concentrándome en aquella caricia casi prohibida, hasta que se volvió lo suficiente amenazadora como para pedir, en silencio, que se detuviera.

A mí no.

Apartó las manos tras mis palabras.

Tienes la zona enrojecida por el golpe, así que mañana te saldrá un moratón ─me informó; y con su respiración pesada me acarició la nuca.

Muchas gracias, Doctor ─traté de bromear, pues lo notaba demasiado tenso para algo que carecía de gravedad.

No me hace gracia, Pamela. Si la caída hubiera sido más alta, podrías haberte matado ─refunfuñó, como si fuera mi padre─. No sé a donde se ha marchado tu sensatez, pero pídele de mi parte que vuelva.

Se largó corriendo el día que me casé contigo ─solté, y al instante me arrepentí.

Apreté los labios, y sentí que las manos de él se tensaban sobre mi espalda. Lo había cabreado, por supuesto que lo había hecho. Él solo intentaba ser amable, cuidarme para hacer que me sintiera mejor, y yo se lo agradecía comportándome como la altanera que nunca había sido. Tal vez orgullosa, pero jamás hacía daño a propósito.

Eso tiene fácil solución. Se llama divorcio, y tú lo mencionas cada vez que me tienes cerca.

Ladeé la cabeza para mirarlo a los ojos, y me encontré con su expresión endurecida y distante.

No me siento orgullosa de lo que acabo de decir ─le aseguré, disculpándome─. No estoy acostumbrada a que me digan lo que tengo que hacer, es obvio que ya te has dado cuenta.

No me digas.

Lo siento.

Apartó la mirada, reacio a aceptar mis disculpas.

No te disculpes por decir lo que piensas.

Si lo hubiera pensado, no lo habría dicho ─le aseguré, ofreciéndole una media sonrisa─. La boda fue cosa de los dos, y no me gusta comportarme como si tú me hubieras obligado. Somos responsables de nuestras propias acciones, así que si no quieres aceptar mis disculpas sinceras, tú sabrás. Soy culpable de decir lo primero que se me pasa por la cabeza en un arrebato, pero no de lo que sucede a continuación.

No tengo ni idea de cómo consigues darle la vuelta a la tortilla, pero funciona ─respondió resignado.

Es que soy abogada.

Yo también, pero carezco de argumentos sólidos cuando discutimos. Al final termino prefiriendo hacer otras cosas contigo que discutir, la verdad. ─se sinceró.

Preferí no preguntar qué tipo de cosas, pues me imaginaba que me incluían a mí con las bragas bajadas y las piernas abiertas.

Esa es una manera perfecta de definirlo ─me miró sorprendido, por lo que continué─, yo me siento igual cuando estoy contigo. Me prometo a mí misma que voy a alejarme de ti, pero no sé qué haces, pues siempre consigues que quiera estar a tu lado.

Qué romántico ─musitó.

Sólo soy sincera ─repliqué, encogiéndome de hombros.

Entonces me gusta tu sinceridad.

Lo que te gusta es tenerme comiendo de la palma de tu mano ─refunfuñé, molesta por todo lo que le acababa de demostrar.

Yo no lo veo así ─me aseguró con suavidad.

Apoyé la frente sobre la suya y suspiré. No quería sentir lo que sentía. Ser vulnerable, estar expuesta ante él como jamás lo había estado ante otra persona. Antes de hablar, dejé escapar un suspiro trémulo, cargado de angustia.
─Apenas sé nada de ti ─musité.
Levantó mi rostro entre sus manos para mirarme a los ojos. Existía en ellos un fuego que me consumía y que no le había visto antes. Sus dedos acariciaron mis mejillas hasta que la piel me ardió. Era evidente que tenía que separarme de él, pero fui incapaz de retroceder como la chica cauta que siempre había sido.
─Y sin embargo, yo sé lo suficiente de ti.
─¿Lo suficiente para qué? ─pregunté con voz queda.
─Para que me vuelvas loco.

Quise besarlo, y así lo hice. Mandé al garete la prudencia, la desconfianza y todo aquello que me alejaba de él para impedirme hacer lo que en realidad quería, que no era más que tenerlo a mi lado, sobre mis labios, contra los suyos, derritiéndome en un beso suave, lento, que siempre se volvía feroz, hambriento y cargado de mutuo deseo.

Rodeé su cuello con mis manos para traerlo hacía mí, mientras mi lengua lamió su labio inferior en una caricia pausada que nos hizo jadear a ambos. Todo explotaba cuando estábamos juntos. Todo se ralentizaba y potenciaba si nos tocábamos, como si alguien hubiera activado el mecanismo de cámara lenta. Porque a mí siempre me apetecía ir despacio pero abarcarlo todo, para prolongar el beso el mayor tiempo posible. Sinceramente, qué gozada cuando su boca se aplastaba contra la mía. Su pecho subía y bajaba contra el mío, sentía su respiración agitada en la garganta, presa de la anticipación. Hundió sus manos en mi cabello, desató el coletero medio deshecho y descendió los labios para besarme la garganta. Cerré los ojos, entreabrí los labios y poco me importó gemir. En aquel momento, mostrarme desinhibida y necesitada era el menor de mis problemas. De hecho, desnudarme de la apariencia frívola para demostrarle que podía ser una mujer apasionada me liberó.

Por Dios Pamela... me vuelves loco ─rugió, antes de encontrar mi boca de nuevo─. Me gustaría hacerte tantas cosas que no sé por dónde empezar.

Sus manos estaban en todas partes, me mareaban, me excitaban; me hacían perder la conciencia. Aquello era como beber vodka de un trago mientras alguien te lamía la garganta. Tenía calor, la extraña necesidad urgente de que aquello empezara y no acabara nunca. Pero acabó.

Entreabrí los ojos y vislumbré sin querer la tarjeta que tenía en su bolsillo. Me hubiera pasado desapercibida de no ser porque el signo grabado era el del cartel de Mistyc 108 que relucía en letras de neón en aquella nave poligonera en la que las prostitutas y los gorilas de dos metros se reunían para impedirme el paso.

Descolocada ─he de admitir que sin ganas de separarlo de mí─, le puse las manos en el pecho para alejarlo de mi cuerpo, pues a mí me era imposible lo contrario.

¿Qué tienes en el bolsillo? ─exigí saber. Mi desconfianza fue palpable.

Lo miré, él continuó besándome pero se puso rígido.

Pamela, ahora no... ─pidió ansioso.

Te he hecho una pregunta ─le dije, con evidente recelo.

Fue más rápido que yo al atrapar la tarjeta con las manos, impidiéndome que viera lo que ya había visto; un número de teléfono garabateado en el papel.

No es de tu incumbencia ─espetó, y era evidente que trataba de no alterarse, a pesar de que la considerable erección que tenía en sus pantalones opinaba lo contrario.

Qué no ─me mordí los labios, rabiosa.

No saques conclusiones precipitadas ─advirtió, al percatarse de mi evidente recelo.

¿De quién es ese número? ─insistí.

No lo sé.

No pude evitar volver a la carga.

¿Por qué lo tenías en tu bolsillo?

Porque lo encontré en la mesita de noche de Jessica Smith y no quería que lo vieras.

Extendí la mano con calma.

Dámelo ─le ordené.

Arrugó la frente, sorprendido ante mi orden concisa. Estaba acostumbrada a que mis órdenes no se rebatieran, y él habituado a ser el líder de la manada de ineptos que conformaban la fiscalía de Seattle. De todos modos, no quería pensar en la extraña pareja que hacíamos. No ahora que él había optado por ocultarme información que sabía de sobra que era importante no sólo para mí, sino para el caso con el que me jugaba la carrera y la vida de un hombre.

Déjalo estar, Pamela. No recibo órdenes tuyas, por muy acostumbrada que estés a que los demás hagan lo que les pides.

Este caso no es asunto tuyo ─repliqué con la mandíbula apretada, pues no quería perder los nervios, pese a que ya había cruzado la línea que me convertía en una mujer cabreada.

Puede ser, pero no voy a permitir que cometas más locuras. Se empieza con los arañazos de una zarza y se acaba en el fondo del Misisipi. Ya me lo agradecerás cuando recobres la cordura.

Abrí la boca presa de la indignación. Me dirigí hacia él batiendo un dedo en alto que terminó por apuntar contra su pecho. A él no lo impresionó el gesto altivo; peor aún, le dibujó una sonrisa chulesca que culminó al agarrarme el dedo para llevárselo a la boca y soltarme un pequeño mordisco que me ofendió el orgullo.

Dicen que en el río Misisipi hay pirañas.

Le dediqué una mirada glacial a pesar de que tenía el rostro arrebolado por la frustración.

Y seguro que está plagado de tontos ─siseé.

De repente, me estrechó entre sus brazos y me plantó un beso que me dejó con la boca abierta. No había podido reaccionar cuando él soltó:

Por las molestias que me tomo.

Contra todo pronóstico, mi expresión atontada le hizo mucha gracia. Echó la cabeza hacia atrás, me sostuvo por la cintura sin venir a cuento y comenzó a reírse. Lo contemplé con estupor hasta que no pude más y en un arranque de ira lo golpeé con los puños, o al menos lo intenté, pues al primer golpe él me agarró las muñecas para detenerme. Me salieron dos lágrimas de pura irritación, y él me miró bastante asombrado.

Estaba de más admitir que detestaba no salirme con la mía.

Jack puso mala cara, apoyó su frente sobre la mía y noté que se sacaba algo del bolsillo. Me removí para apartarme de él, pero no me lo permitió. Su mano encontró la mía para extenderme aquella tarjeta.

Haces conmigo lo que quieres ─declaró abochornado─. ¿Ya estás contenta?

Sacudí la cabeza con despreocupación.

Todavía no. Préstame tu teléfono, porque el mío se ha roto con la caída.

No ─me soltó con desagrado como si con aquel gesto pudiera reafirmar su postura, lo que tan sólo consiguió ponerme más furiosa.

¿Y entonces para qué me lo das?

Para que veas que no tengo nada que esconder. Por la cara que pusiste, apuesto a que se te pasó lo peor por la cabeza.

No me ha dado tiempo a realizar elucubraciones baratas. Sólo quería saber lo que escondías en el bolsillo. En ningún caso se me ha ocurrido culparte. Qué absurdo, ¿Eh? ─al ver que no me entendía, añadí─: acusarme de sacar conclusiones precipitadas cuando tú acabas de hacer lo mismo conmigo.

Hizo caso omiso a mis palabras, arrebatándome la tarjeta de las manos cuando hice el intento de memorizar el número de teléfono, por lo que apreté los labios con fastidio. Lo que sí me dio tiempo a entrever fueron las dos iniciales escritas en el reverso: N.S

No me dio tiempo a preguntarme a qué haría referencia aquellas dos letras, pues Jack volvió a la carga.

No vas a llamar a ese número de teléfono, porque no sabemos lo que podemos encontrarnos al otro lado de la línea. Puedes discutir contigo misma todo lo que quieras, me trae sin cuidado. Llámalo como quieras, pero siento que tengo un deber contigo.

Si te crees que puedes impedir que llame a ese teléfono, estás equivocado. Eres tonto, Jack Fisher.

Se guardó la tarjeta en el bolsillo.

Bruja ─masculló, mientras se largaba en dirección a la cocina.

Me dejé caer en el sofá para cavilar sobre las opciones que tenía para conseguir aquel número de teléfono. Convencer a Jack no era una de ellas, pues parecía que disfrutaba llevándome la contraria. Mentirle, por el contrario, sí que podía llegar a funcionar.

¿Y cuál es tu plan? ¿Dejarlo estar hasta que pierda el juicio? Te juro que no lo hago por mí, y estoy segura de que la vida de ese hombre te importa tanto como a mí, pues eres un hombre justo─. Lo adulé a propósito.

Me miró con las cejas enarcadas.

Buen intento, Pamela.

Puse cara de fastidio, pero me negué a perder aquella batalla, pues formaba parte del selecto grupo de ganadores a base de intentos forzados.

Te escucho. Quiero saber lo que tienes pensado hacer, pues es evidente que vas a hacer algo, ¿No?

No lo dudes. Voy a contactar con un amigo que puede descubrir a quién pertenece la línea. Tardará un día; dos a lo sumo.

No tenía un día, y mucho menos dos, pero fingí una actitud conciliadora.

Me parece buena idea.

Supongo que estás acostumbrada a mentir porque todo el mundo se cree tus mentiras, pero conmigo no funciona. Te conozco lo suficiente para saber que jamás te darías por vencida cuando crees llevar la razón.

Me hice la sorprendida ante un comentario cargado de sinceridad.

Te equivocas. Sé que llevo la razón, pero por una vez vamos a hacerlo a tu manera. Que no se diga que no estoy abierta a soluciones secundarias. Estoy segura de que a veces es bueno trabajar en equipo, ¿No?─. Volví a mentir, y esta vez él vaciló en su determinación.

¿Y qué vas a hacer de mientras?

Me crucé de brazos para relajarme sobre el sofá.

Esperar.

Frunció el entrecejo, visiblemente confuso ante mi falta de iniciativa, pues como bien decía, estaba acostumbrada a salirme con la suya, y pese a lo que él creyera, así seguiría siendo. En cuanto bajara la guardia, me haría con la tarjeta para marcar el número de teléfono.

Jack me obligó a darme la vuelta para colocarme una bolsa de agua caliente en la espalda que me alivió al instante. Suspiré, cerré los ojos y lo dejé preparar el almuerzo mientras fingía que estaba de acuerdo en acatar sus órdenes.

¿Con quién se creía que estaba tratando? Por supuesto, se equivocaba si creía que tres tibios besos ─que era más apasionados de lo que estaba dispuesta a admitir en aquel momento─, podían calmar mis ansias de iniciativa y de hacer lo que me diera la gana.

Pamela Blume, y así me gustaba llamarme cuando hablaba de mí misma, era una mujer a la que no le iban las medias tintas ni los empates derroteros. Quizá pudiera conformarme con una vida compartida con un hombre atractivo como él, pero me descolocaba aquella actitud suya de ni contigo ni sin ti, y algo me decía que él estaba tan dispuesto como yo o incluso más a otorgarme un divorcio que lo liberara de la carga de soportarme. Al fin y al cabo, pocas personas me querían más que por la obligación de tenerme como familiar cercano. Deprimente y sincera; las dos palabras que mejor definían mi existencia. Trabajo aparte, evidentemente.

Llamaron a la puerta del apartamento de Jack, y él me preguntó si podía atender la llamada, pues estaba ocupado con alguna tarea culinaria que a mí poco me interesaba. Me levanté tras quitarme la bolsa de agua caliente de la espalda, y llegué hacia la puerta. Abrí la puerta sin mirar, y me encontré ante una rubia espigada, tan alta como Jack, con aquellos característicos ojos de plata bruñida que en aquel rostro me resultaron carentes de cualquier atractivo.

No hizo falta presentación, o al menos por mi parte, pues supe reconocer a la esbelta mujer como la hermana de la que Jack me había hablado. Le tendí una mano que quedó en el aire cuando ella me empujó con el hombro y se abrió camino hacia la cocina. Mal empezábamos, por mucha unión de sangre que tuviera con Jack.

¡Jack, querido! ¿Estás por ahí? ─con su voz nasal y sus andares de petarda se encaminó hacia la figura de su hermano, al que abrazó entre sus garras de fiera, mientras me lanzaba una mirada atravesada que no me pasó desapercibida.

Qué sorpresa Lorraine, no te esperábamos ─replicó su hermano, y pareció muy molesto de que ella se hubiera presentado sin avisar.

Al menos, tuvo la delicadeza de incluirme en aquella frase, y su respuesta, sin motivo aparente, me agradó obligándome a lanzar una sonrisa triunfal a la tal Lorraine, quien me observaba como si hubiera visto un fantasma al que estaba esperando encontrarse por el pasillo.

Supongo que no conoces a Pamela ─nos presentó, y ambas nos sonreímos falsamente.

¿Supones? Cómo si no hubiera oído hablar de ella, y como si hubieras tenido algún día intención de presentarnos ─replicó su hermana con acidez, y supe de antemano que lo que fuese a decir a continuación no iba a gustarme, pues si de algo estaba segura es de que Lorraine se había presentado sin avisar para cazarme en la casa de su hermano─. Aunque, ahora que lo pienso, teniendo en cuenta que soy tu abogada, algún día iba a tener que conocerla.

Jack y yo nos miramos incómodos, a pesar de que no quería caer en el juego de Lorraine. No pude evitar sentirme fuera de lugar, en la casa del que se suponía que sería mi futuro ex marido.

Esa decisión tenemos que tomarla ella y yo ─insistió Jack, de manera tajante.

Pensé que ese tema ya estaba zanjado. Al fin y al cabo, hace unos días me llamaste exigiéndome que te preparase los papeles del divorcio. Sonaste tan alterado que creí que te presentarías en mi casa para arrebatármelos.

Clavé los ojos en Jack, quien no dio muestras de lo que acababa de narrar su hermana fuese mentira. Noté que la nuez de su garganta subía y bajaba, dando muestra de la desagradable situación en la que nos encontrábamos sin haberlo querido ninguno de los dos.

Sabía que no podía culparlo por tener la determinación de querer divorciarse de mí, pues yo misma le lanzaba las pullas suficientes para que no quisiera compartir su vida conmigo. Y teniendo en cuenta que nuestra convivencia conyugal era nula, tampoco tenía ningún sentido. De todos modos, aquello no impidió que me sintiera vapuleada. Engañada. Muy herida.

Si tan ansioso estaba por separarse de mí, no entendía por qué se empeñaba en entorpecer los trámites para darme una lección que se me escapaba.

A veces es bueno replantearse ciertas cosas ─dijo, con una voz ronca que me desató.

Al decir aquella frase, me dedicó una mirada que solo era para mí. Una que nos incumbía a ambos, y a nadie más. Que hablaba de secretos por descubrir, medias verdades dichas en voz alta, y un montón de mentiras que se interponían entre nosotros. Quise creerlo, pero el miedo; la cobardía innecesaria con la que, en determinados aspectos relacionados con los demás, siempre se había reñido mi vida me impidió seguir sosteniéndole la mirada cuando su queridísima hermana recabó su atención con una frase que no venía a cuento. Pese a todo, Jack le respondió sin quitarme la vista de encima.

¿Qué te quedes a cenar? ─respondió a su hermana, sin el menor interés. Se encogió de hombros─. Me parece bien, y así conoces mejor a Pamela.

Su hermana refunfuño por lo bajo.

Tenemos muchas cosas de las que hablar, y había pensado...

La interrumpió con dureza.

No me importa lo que hubieras pensado, Lorraine. Pamela y yo ya habíamos hecho planes ─respondió tajante.

Pese a ello, me sentí tan fuera de lugar, tan juzgada y herida que sacudí la cabeza, forcé un sonrisa y me eché el bolso al hombro mientras Jack me contemplaba impávido.

No importa, seguro que tenéis muchas cosas de las que hablar..., y yo tengo un montón de trabajo ─mentí, deseosa de salir de allí cuanto antes.

Me apresuré a la salida, notando que Jack me perseguía. Antes de llegar al ascensor, me detuvo colocándose entre el botón y mi cuerpo. Parecía decepcionado, lo cual era normal. Yo también lo estaba conmigo misma. Me rabiaba ser tan débil, pero era incapaz de volver allí dentro para plantarle cara a la que era mi cuñada impuesta.

Me gustaría que te quedaras, si es que sirve de algo ─me dijo, muy serio.

No es eso, Jack ─rehusé, pulsando el botón del ascensor. Las puertas se abrieron de inmediato, por lo que se apartó con las manos metidas en los bolsillos. Antes de que pudiera pensármelo, le arrebaté la tarjeta que llevaba en el bolsillo mientras le sostenía la mirada para que no se diera cuenta de lo que estaba haciendo─. Nos vemos el próximo día.

Jack se pasó las manos por el rostro, se mordió el labio inferior, suspiró y me lanzó una mirada acerada.

Eres muy valiente para algunas cosas, pero para otras... ─sacudió la cabeza, y sentí la rabia que desprendía hacia mí por haberme dejando vencer con tanta facilidad─. ¿Tanto miedo te da mi hermana?

Alcé el rostro para encararlo desde el interior del ascensor.

¿Y a ti?

A mí me importa una mierda lo que piense de ti, si es lo que me estás preguntando. Hace mucho tiempo que me rijo por mis propias opiniones. Y a mí me gustas mucho, Pamela.

La puerta se cerró atrapando aquella última frase que me golpeó la conciencia con la certeza de que era una debilucha de sumo cuidado. Tan atrevida para ciertas cosas, tan apocada para sentirme juzgada. Lo peor de todo fue percibir la frialdad con la que le había arrebatado aquella tarjeta. Si estaba intentando granjearme una mala opinión sobre mí misma, lo había conseguido, pues en aquel momento sí que quise desvincularme de la Pamela Blume en la que acababa de convertirme.

***

El agente Norton me estaba esperando dos calles abajo de mi despacho. Tener a un policía recién licenciado colado por ti suponía una gran ventaja, pues siendo abogada penalista tener un contacto con el lado más cercano de la ley te ahorraba cierto tipo de chanchullos. Esta vez no hubo sobre cerrado, pues lo único que necesitaba era un nombre que esclareciera algo las cosas.

Le di un apretón de manos antes de que él se inclinara para dejar un húmedo beso en mi mejilla. Un apretón que denotaba más necesidad que afecto sincero, por mucho que me esforcé en acompañarlo con una sonrisa artificial. No es que me sintiera cómoda utilizando al agente Norton porque sabía que él estaba colado por mí, pero podría decirse que sentía cierta indiferencia ante tal hecho, pues de todos modos no es que yo le hubiera ofrecido esperanza alguna. Mis respuestas cortantes y mi desdén excesivo evidenciaban que no lo tenía en gran estima, pese a que él se esforzara en convencerme de lo contrario.

¿Tienes un nombre? ─insistí, al percatarme de que Norton me observaba en completo silencio.

Antes de responder, me pidió un cigarrillo que le di de mala gana.

Lo siento, pero se trata de una tarjeta telefónica prepagada. De hecho, fue comprada hace seis meses y dudo que le quede algún minuto.

Le prendí el cigarrillo que él sostenía sobre los delgados labios, a pesar de que hubiera preferido hacer arder el grueso jersey de lana decorado con rayas horizontales. Por favor, un tipo con la estatura de Norton debería tener aprendida la lección de que las rayas horizontales hacían flaco favor a su estatura.

¿Y para eso me has hecho venir? ─repliqué, haciéndome un ovillo dentro del abrigo con la intención de marcharme.

En realidad deberías darme las gracias ─entrecerré los ojos para mirarlo con suspicacia, por lo que él añadió─: no he conseguido su nombre, pero tengo un listado de sus llamadas telefónicas y el contenido de las mismas. Soy un hombre de contactos con un amigo que trabaja para la NSA2; ¿Sorprendida?

Me ofreció una patética mirada de seductor del tres al cuarto por la que tuve que aguantarme las ganas de reír. Sabía de sobra que Norton no tenía un amigo en la NSA. De hecho, me parecía la clase de tipo que no tenía muchos amigos.

Entonces caí en la cuenta de que no sólo me estaba mintiendo sobre eso, sino también sobre el hecho de que la tarjeta era prepagada, pues no tenía sentido que se rastrearan las llamadas y su contenido si no se conocía la identidad del titular de las mismas.

¿Por qué la policía tenía interceptadas sus llamadas? ─exigí saber.

A él se le descompuso el semblante ante mi predicción.

¿Qué? Bueno...ya te he dicho que...

¿Pretendes hacerme creer que un policía de Seattle ha podido acceder a un informe confidencial de la NSA? Estabais vigilando al titular de este número de teléfono por alguna razón, así que será mejor que me la cuentes antes de que le vaya con el chivatazo a tu jefe. No me pongas a prueba, te aseguro que lo haría.

Desagradecida.

Desde luego ─repliqué con desdén.

No tengo ni idea. Estaba buscando en nuestra base de datos cuando encontré una autorización judicial para pinchar la línea telefónica de ese número. Querían cogerlo por tráfico de drogas, pero la investigación quedó en nada. Al parecer, el tipo solo habla con chicas jóvenes a las que les consigue un trabajo como bailarinas en un club. No hay nada ilegal en eso...así que...

Me estremecí ante su declaración.

¿Qué club?

Mystic, o algo así.

¿Y el nombre del tipo?

Norton se metió las manos en los bolsillos, agachó la cabeza y rehuyó mi mirada.

Sabes que eso no puedo decirlo. Cualquier ciudadano estadounidense es muy celoso con el espionaje, y este tío ni siquiera sabía que su línea estaba pinchada. Si se entera por mi culpa, me abrirán un expediente.

No tengo intención de decírselo ─argumenté, y era la verdad. Extendí la mano para que él me contara el resto.

Tyler Wells.

Almacené el nombre en mi memoria mientras recapacitaba sobre la información que me había ofrecido del Mistyc. Lo de las chicas jóvenes, desde luego, casaba con la descripción de Jessica Smith.

Con que una tarjeta prepagada eh... ─sacudí la cabeza y me eché a reír. Norton puso cara de circunstancia, por lo que me mordí el labio para no hacer yaga en la herida. Hace diez años me hubiera engañado, pero me había vuelto una mujer inflexible, audaz y perspicaz que había aprendido para convertirse en la mejor.

¿Si te digo que te mentí para impresionarte... te impresionaría?

Le tendí la mano para despedirme.

Gracias.

¿Por qué necesitas esa información?

Me tensé de inmediato.

No es asunto tuyo.

Norton no volvió a intentarlo. En cuanto me di la vuelta para caminar hacia mi coche, su voz me detuvo.

¿Hay alguien más? Ya sabes..., en tu vida. Me gustaría saber si tengo alguna oportunidad.

Puede ser que haya alguien ─admití, pues no lo hice para quitármelo de encima.

Estaba Jack. Con él, pensar en otra persona me parecía un imposible, a pesar de que lo que deseaba era borrarlo de mi cabeza.

En cuanto me monté en el coche marqué el número de Frank para que él me pusiera al corriente de Tyler Wells, pero no obtuve respuesta. Me cansé de llamar al sexto intento, pero aquello no me detuvo, por lo que me dirigí hacia su domicilio, pese a que era yo quien insistía en mantener las distancias personales en lo relativo al trabajo.

Tampoco lo encontré en su domicilio, por lo que me metí dentro del coche y cavilé sobre las opciones que tenía. Tyler Wells podía ser un hombre peligroso, aunque para mí tenía sentido que no fuera más que un puente entre las chicas asesinadas ─pues a estas alturas estaba segura de que existía más de una si tenía en cuenta la grabación que estaba en mi dvd─, y los verdaderos asesinos de las mismas, quienes preferían mantenerse en el anonimato hasta perpetrar el crimen.

El auricular de la cabina telefónica me quemaba en las manos, pese a que nunca me había visto a mí misma como una mujer que se moviera por impulsos. Tras unos minutos de deliberación, a sabiendas de que me ponía en peligro y de que estaba rompiendo la promesa que le había hecho a Jack, marqué el número de teléfono dándome la suficiente prisa para no arrepentirme.

Una voz ronca me saludó desde el otro lado del teléfono en un inglés muy forzado con acento de la Europa del este.

¿Tyler Wells? ─dije.

Sí, ¿Qué quiere?

Crucé los dedos y respondí:

Quiero un trabajo como bailarina.

Se quedó en silencio durante un breve instante.

¿Quién te ha dado mi número? ─su voz me resultó lo suficiente amenazadora como para pensarme una respuesta que no me dejara en evidencia.

Una chica.

¿Qué chica? ─insistió. Me dio la sensación de que aquel hombre estaba perdiendo la paciencia.

No lo sé. Una chica rubia, delgada... ─respondí dándole escasas características sobre la joven que aparecía en el vídeo─. La conocí en una parada de autobús, le dije que estaba buscando trabajo y ella me dio su número. No he vuelto a verla.

Tienes acento de norteamericana ─se enfureció.

¿Y qué acento se suponía que debía tener?

Me quedé petrificada mientras aquel hombre ladraba unas cuantas palabras en un idioma que desconocía, con toda seguridad a otra persona. Entonces, recordé que Jessica Smith era canadiense, y que la chica que aparecía en el vídeo había soltado unas palabras en un idioma que no reconocí. No entendí el porqué, pero supe que para que aquella conversación telefónica continuara yo tenía que ser extranjera.

Tengo acento norteamericano porque llevo más de diez años viviendo en Estados Unidos, pero en realidad soy Irlandesa.

¿Y tu familia? ─insistió.

En Irlanda ─fingí, aunque pensándolo bien no era del todo mentira.

Chapurreé algunas palabras en irlandés rogando que se tragara aquella coartada recién inventada.

¿Qué edad tienes?

Veintidós ─volví a mentir, pues supe de inmediato que necesitaba tener la apariencia de Jessica Smith.

Joven, extranjera, piel pálida y atractiva. Aquella era la chica que Tyler Wells estaba buscando.

Has dicho que llevas más de diez años viviendo en Estados Unidos ─me contradijo.

Tardé demasiado tiempo en responder, por lo que me atreví a inventarme que había llegado a Estados Unidos con mi abuela cuando tenía once años, la cual había muerto hacía un par de años, dejándome desamparada y sin dinero para volver a mi Irlanda natal.

El tal Tyler tuvo que quedarse satisfecho con mi coartada, pues me citó esa misma noche en una nave industrial en el barrio de SoDo. Cuando colgué el teléfono, me percaté de que me temblaba todo el cuerpo, lo que no me impidió que me convenciera de que quedar con un completo desconocido que se encargaba de reclutar jóvenes extranjeras para un trabajo falso era muy peligroso.

En aquel momento, tenía dos problemas peores: averiguar por qué Tyler Wells me había citado a doscientos metros del club Mystic, y rebajarme diez años consiguiendo un aspecto de veinteañera.

Carecía de la ropa adecuada para el cometido que me había propuesto, por lo que telefoneé a Linda para que me prestara alguno de sus modelitos ceñidos y escasos de tela que utilizaba para bailar los fines de semana hasta las tantas de la madrugada. A los pocos minutos de recibir su confirmación, me desplacé hasta la puerta de su casa. Vivía en el barrio de Eastlake, justo encima del Lago Union. Y sí, dije justo encima porque Linda residía en una casa flotante pintada en un estridente color rojo.

Cuando me abrió la puerta de su particular vivienda, me sorprendió más el no saber nada de ella que el hecho en sí de que viviera en una casa flotante que poco tenía que ver con la empleada recatada y simple a la que estaba acostumbrada.

¡Hola! ─el abrazo que me dio me pilló por sorpresa, pero al menos me reconfortó saber que se alegraba de verme en un ambiente que no fuera el laboral─. ¿Le ha pasado algo a tu teléfono? Me has llamado desde un número muy largo y raro.

Te he llamado desde una cabina telefónica. Lo tengo estropeado ─respondí, sin ganas de entrar en detalles que pudieran granjearle una mala opinión de mí.

¡Oh, pero no te quedes ahí! Pasa, a no ser que le tengas miedo al agua. A mucha gente le sucede ─comentó, pero al ver que no era mi caso se apartó de la puerta para invitarme.

¿El agua? No; lo mío eran los espacios altos en los que no tenía los pies en el suelo.

Es un sitio muy... original ─acerté a decir.

Aquel apartamento de soltera era muy distinto al de mi casa de Queen Anne. Gozaba de una sola planta, era pequeño y estaba ordenado. Me resultó agradable y lo suficiente espacioso para una sola persona. Además, tenía unas espectaculares vistas del lago Union y el Space Neddle. Por otra parte, era más estable de lo que parecía desde fuera.

Cuando le dije a mi madre que me venía a vivir a Seattle me soltó: “ ¡Pero si allí no hace más que llover!”. Qué curioso, porque me dijo lo mismo que le dicen a Tom Hanks en la película Algo para recordar.

¿Por eso te viniste al lago Union? ─pregunté divertida por su confesión.

Me encantaba lo suficiente aquella película para saber que el viudo al que interpretaba Tom Hanks había vivido en una casa flotante situada en el 2640 Weslake Avenue N; justo a pocos metros de donde residía Linda.

En realidad, vine a Seattle porque quería aprender de la mejor ─se sinceró, turbándose por completo.

Pero no te he dado muchas oportunidades ─me enfurecí conmigo misma al reconocer que tan sólo le había permitido rebajarme la carga de trabajo haciendo las tareas de una pasante.

Sé que todavía no estoy preparada, pero lo estaré ─se excusó.

No es eso. Estoy acostumbrada a trabajar por mi cuenta, pero va siendo hora de empezar a aprender a trabajar en equipo.

El rostro se le iluminó al escuchar mis palabras.

No sé qué decir...

Ni se te ocurra darme las gracias.

Sonrió de oreja a oreja mientras me tendía el vestido de lentejuelas rojas que había escogido para la ocasión. No quise dar mi opinión acerca de aquel modelito, pero me odié a mí misma por no haberle hecho caso a Jack. Por supuesto, luego se me pasó el arrebato.

Tengo que pedirte un favor.

Dispara ─le dije, asombrada de que estuviera tan nerviosa de repente.

Me sentí como la clase de persona que inspiraba un temor del que no sentirse orgullosa.

Mi hermano se va a divorciar dentro de unos días, y me pidió que yo fuera su abogada. Pero no tengo ni idea de derecho matrimonial, sería mi primer caso y...

No quieres que la responsabilidad de perder el juicio recaiga sobre ti ─adivinó.

Asintió con ansiedad.

¿Dónde y cuando?

En Washington. Tengo la fecha apuntada por aquí.

Me entregó un papelito con la fecha del divorcio, que era dentro de pocos días. A pesar de mis reticencias iniciales, terminé por claudicar y acepté llevar aquel caso que poco me aportaba. Cruzamos algunas palabras respecto al hijo del señor Colombini, pues el malcriado había vuelto a meterse en problemas. Al final, determiné que un cliente tan problemático no me interesaba, por lo que le pedí a Linda que se pusiera en contacto con el señor Colombini para finalizar la relación profesional.

¿Te quedas a merendar?

Imposible. Tengo demasiado trabajo que atender ─respondí, y era verdad.

Frunció el entrecejo al percatarse del vestido.

Es para una cita muy importante ─me apresuré a decir.

¿Con Jack? ─intuyó.

No sé por qué piensas eso, la verdad ─refunfuñé, molesta porque mi obstinación con Jack fuera tan evidente incluso para alguien que me conocía tan poco.

Linda me acompañó hasta la puerta. Al llegar, me estrechó para darme un abrazo que me hizo sentir incómoda pero que al final me gustó.

¡Gracias, gracias, gracias! Eh... me ha podido la emoción ─se mordisqueó el labio con nerviosismo.

Le di un torpe apretón de manos antes de marcharme de vuelta a mi casa, donde mi gato me recibió ronroneando de placer. Ojalá algún día alguien se alegrara tanto de verme. Por un instante, deseé que ese alguien fuera Jack, o peor aún, tuve la sensación de que era lo que había estado esperando durante toda mi vida.

Puede que fuera ciega e incapaz de aceptar lo que la vida me estaba brindando. Me temía que de ser más valiente, le pediría que nos diéramos una oportunidad. Por supuesto, para él no debía tener ningún sentido aquella propuesta tan descabellada.

¿Por qué iba a querer pasar su vida conmigo? ¿Por un error del que ni siquiera se acordaba?

Sacudí la cabeza para desterrar aquel pensamiento de mi mente, pues puede que estuviera sola, pero era mejor así. En la soledad tan sólo yo podía hacerme daño.

Al menos seguía siendo una mujer práctica.

Antes de entrar a la ducha, guardé todas las pruebas del caso O´connor en la caja fuerte que tenía dentro del armario, incluída la tarjeta hallada por Jack con aquellas iniciales que me daban tan mala espina. Me enjaboné todo el cuerpo hasta llegar a la zona dolorida. Pasé las manos por donde antes habían estado las de Jack, hasta llegar a aquel tatuaje que me hice con dieciséis años en un alarde de rebeldía. Quizá el destino quisiera burlarse de mí, recordándome en mi propia piel y de manera perpetua que hacía años que no dormía con normalidad. Curioso, por tanto, llevar tatuado un atrapasueños cuya función era la de atrapar las pesadillas de mis sueños. Los que no tenía, pues estaba demasiado ocupada con mi realidad y la imposibilidad de olvidar la muerte de mi padre.

Al salir de la ducha, me sequé la maraña de rizos, dejándolos sueltos sobre mi espalda. Me vestí con aquel vestido que no estaba hecho para mi cuerpo, me calcé unos tacones y me miré en el espejo. No sabía si colaría, pero al menos tenía una apariencia que sería difícil de olvidar.

Con bastante miedo, pedí un taxi que me dejara a las afueras del distrito industrial de SoDo. A varios Kilómetros se encontraba el club Mystic, por lo que era muy curioso que tuviera más miedo de estar frente a Tyler Wells que de entrar a un sitio del que sabía que no podía esperar nada bueno.

El taxista me preguntó un par de veces si quería que esperara por mí, pero al ver que había una cabina telefónica cerca, le pedí que me diera una tarjeta por si volvía a necesitar sus servicios. Me arrebujé dentro del abrigo, inspiré y caminé con determinación hacia la entrada de la nave, pero al escuchar el parloteo de varias voces masculinas, me detuve de inmediato y rodeé la nave. No iba a entrar ahí dentro sin saber a lo que tenía que hacer frente.

Me tembló todo el cuerpo al percatarme de que la única ventana estaba a dos metros de altura, frente a una escalerilla de metal oxidado que no parecía muy estable. Me quité los zapatos, los metí en el bolso e hice acopio de valor. Sabía que me sería más difícil descender que subir, por lo que no quise pensar en ello y ascendí sin atender a las consecuencias posteriores.

Me sudaban las palmas de las manos al encaramarme a la barandilla. Se me agitó la respiración y un frío constante se apoderó de mi cuerpo al echar la vista abajo. Entonces, contemplé la figura de Jack, encaramado al último peldaño de la escalera. No me dio tiempo a preguntarme cómo me había encontrado, pues su rostro iracundo me golpeó la conciencia.

Con una facilidad pasmosa que me dejó en ridículo, subió hacia la plataforma, apoyó la espalda sobre la barandilla y suspiró. Quise advertirle de que no me parecía muy segura aquella postura, pero al percatarme de cómo me miraba no pude decir nada.

Estaba decepcionado.

Luego hablamos ─masculló con violencia.

Se colocó a un lado de la ventana para espiar a las personas que había en el interior. Cuatro hombres hablaban entre sí. Por la voz, deduje que Tyler Wells era el de la cabeza rapada y los piercings en las orejas. Se lo señalé a Jack, quien se irguió en cuanto le puse una mano encima.

Ese es el tipo con el que he hablado por teléfono. Se llama Tyler Wells, y creo que es el que se encarga de reclutar a las chicas ofreciéndoles un falso trabajo de bailarinas.

Los ojos de Jack ardieron sobre Tyler, y luego se posaron en mí con dureza. Sacudió la cabeza y se apartó de mí, de una manera que me dolió más de lo que estaba dispuesta a aceptar.

¿Dónde está la chica? ─le preguntó uno de los hombres a Tyler.

Ya debería haber llegado.

¿Estás seguro de que es de fiar?

Ninguna de las chicas le daría mi teléfono a nadie que no fuera de confianza. Saben lo que les espera si lo hacen ─a Tyler se le encendió el rostro de maldad─. Pero no saben lo que les espera de todos modos.

A nadie le importan un puñado de putillas extranjeras ─rezongó otro─. Si la irlandesa de la que hablas no viene, Giovanni no te perdonará un nuevo error.

Al pusilánime de Paolo sí que se los perdona. Ese chaval solo sirve para darnos problemas ─se enfureció Tyler.

Olvidas que es su sobrino. Giovanni no es imparcial con él. De haberlo sido, habría acabado con él cuando permitió que Jessica Smith se pasara de la raya y estuviera a punto de destaparlo todo.

Tyler Wells apretó los puños y expulsó el aire por las fosas nasales, como si se tratara de un toro enfurecido con el que no convenía meterse.

¡Ese imbécil no sabe mantener la polla en su sitio! ─bramó encolerizado─. Y mientras tanto, yo tengo que soportar la ira de Norman Strasser. Dice que si volvemos a cometer un solo error nos echará a sus perros.

Me llevé las manos a la boca y aguanté el grito que estuvo a punto de escapar de mi garganta. A mi lado, Jack tuvo una reacción más comedida. Por el rabillo del ojo, me percaté de que lo estaba grabando todo con una grabadora, lo cual agradecí. Uno de los dos había sido más racional al no dejarse llevar por los impulsos y actuar con algo de cabeza.

Norman Strasser correspondía a las iniciales de aquella tarjeta encontrada en casa de Jessica Smith. Norman Strasser, el Jefe de Policía de Seattle, estaba inmiscuido junto al Juez Marshall y Dios sabría cuantos peces gordos más en los asuntos turbios que sucedían en el club Mystic.

¿Todavía sigues queriendo ir a la policía? ─susurré a Jack.

No es el momento ─sentenció cabreado.

Asentí con los labios apretados y volví a centrarme en la conversación. Mientras que Tyler Wells permanecía en una postura que emanaba tensión, su compañero vociferaba mientras hacía aspavientos con los brazos.

No puede hacer eso ─respondió el otro. Pese a su tono seguro, se desprendió cierto nerviosismo en el temblor de su mandíbula─. Está tan pringado como nosotros...

No tienes ni idea. ¡Giovanni y todos los suyos se quitarán de en medio si los salpica la mierda! ¡Seremos nosotros los que paguemos por sus malditos pecados! ¿Y sabes qué? Yo soy quien les consigue a las chicas, ¡Pero son ellos quienes hacen el resto, maldita sea!

Estaba tan asqueada por la conversación que di un paso hacia atrás, pisé por una zona inestable y el pie se hundió en el interior. Solté un grito y me agarré a Jack con desesperación, quien me atrapó de la cintura para subirme a pulso.

Ambos escuchamos las voces y los pasos acelerados de los hombres, por lo que se me heló la sangre. Jamás podría perdonarme que nos atraparan por mi culpa.

Podemos llegar hasta esa zona y bajar por la otra escalera ─determinó.

Me dio la mano para que lo siguiera, pero el cuerpo se me quedó paralizado por el miedo. Miré hacia abajo, se me nubló la vista y tuve que agarrarme a su antebrazo para no marearme.

Mierda, no mires abajo ─me pidió. Me sostuvo por los hombros, zarandeándome para que le prestara atención─. Ahora no es momento de derrumbarse, Pamela.

Me llevé las manos al rostro para reprimir un sollozo.

Te juro que no puedo hacerlo ─musité abochornada.

Sin mediar palabra, me cogió en brazos y corrió por la plataforma conmigo a cuestas. A pesar de que me tenía bien sujeta; la altura y la estrechez de la plataforma me impulsaron a aferrarme a él, segura de que era mi único salvavidas. De repente, su pie se hundió en una zona corrompida por el óxido y se golpeó la espalda contra la barandilla. Consiguió mantenerme en brazos, pero escuchamos el sonido que provocó la grabadora al chocar contra la barandilla.

¡Mierda!

¿Se ha roto? ─me preocupé.

Joder... ¡Qué más da eso ahora!

Apoyé la mejilla sobre su pecho, aspiré su olor mientras fingía no hacerlo y me dí cuenta de que había dejado de temblar, pues su cuerpo era el lugar más estable al que encaramarme. De hecho, tuve la sensación de que jamás me dejaría caer.

Me depositó en el suelo, y se agachó para que me encaramara a su espalda.

¿Estás seguro de poder bajar esa escalera conmigo a cuestas? ─dudé.

Que te subas ─gruñó.

Acepté su orden sin dudar, me encaramé a su espalda pasándole las manos por el cuello y confié en él. No me cabía la menor duda de que en cualquier otro momento no habría confiado mi vida a otra persona, pero no dudé de que él fuera capaz de sacarnos a ambos de aquella situación.

Jack descendió la escalera con cierta dificultad debido a que me llevaba subida a la espalda, y en cuanto puso los pies en el suelo, los dos echamos a correr hacia un callejón oscuro que no tenía salida. Angustiada, me pegué contra la pared, lo agarré de la camisa y comencé a besarlo. Sus manos se negaron a soltarme, pero su boca no quiso continuar el beso, por lo que le dije:

Nadie desconfiará de una pareja.

Él asintió, besándome con un desapego que me confundió. Escuché a aquellos hombres avanzar hacia el callejón, cerré los ojos y recé porque aquella treta funcionara. Jack me sujetó la mano, consciente del temor que me invadía.

Sentí que nos estaban mirando, por lo que pasé una pierna alrededor de su cintura y jadeé a propósito, lo que se granjeó las risas lascivas de aquellos matones. Segundos después, escuché sus pasos alejarse hacia otro lugar. De inmediato, Jack se separó de mí.

Le coloqué una mano en el hombro, pese a que él ni siquiera se inmutó.

Jack...

Ni se te ocurra decir ni una palabra ─masculló, apartándose de mí.

Me dolió, pese a que estaba justificado que se comportara de esa forma. Lo había traicionado sin pensármelo dos veces, y ahora estaba recogiendo lo que había sembrado.

Déjame en paz ─me ordenó, a pesar de que ambos sabíamos que era una petición encubierta, pues era él quien parecía incapaz de permitir que me alejara.

Di un paso hacia él y lo miré de frente.

Sólo quiero que lo entiendas.

Me contempló enfurecido.

¿Qué lo entienda? ─replicó cabreado. Asentí como una tonta, y él soltó una risa dolorosa─. Eres la mujer más egoísta, independiente,ambiciosa, fría y... ¡Joder, me sacas de quicio! ¿En qué demonios estabas pensado? ─me agarró de los hombros y me zarandeó con violencia─. ¿Y si te hubiera sucedido algo? ¿Y si...? ─se tragó sus siguientes palabras y me soltó de golpe.

Tuve la sensación de que él iba a golpear algo para desprenderse de la furia que lo consumía, pero no lo hizo. Su cuerpo; aquella pose extremadamente masculina, exudaba una calma peligrosa que me aterraba.

Entiendo que estés enfadado.

Me miró como si no me viera. Dejó escapar el aire por la boca, se inclinó y colocó las manos sobre la pared, como si buscara un punto que pudiera estabilizarlo.

No, tú no entiendes nada ─me miró de soslayo. Sobre su frente cayeron varios mechones rubios que le conferían el aspecto de un ángel herido─. Ni siquiera yo sé por qué me casé contigo.

Me aparté de él, dolida por su brutal sinceridad.

No digas eso, por favor ─musité.

Pasó por mi lado sin mirarme.

Quieres continuar sola y yo te lo pondré fácil. Ahí te quedas, Pamela. Con tus inseguridades, tu independencia y todo lo que te de la gana. Me he cansado de esperar.

Se alejó de mí a grandes zancadas, maldiciendo en voz alta con unas palabras y una violencia que jamas le hubiera creído posible. Estaba dolido; tenía razones para estarlo, y me conmovió saber que yo era el motivo de su malestar. Al traicionarlo, había arruinado su fachada inquebrantable.

No tenía ni idea de por qué le importaba tanto, pero bastó saberlo para renovarme el ánimo. Las ganas de él, por otro lado, siempre estaban ahí. Intactas. Ardiéndome en la piel. Pidiendo otro beso.

¡Esperar el qué! ─le grité desde la distancia.

Lo noté tensarse.

Ya lo sabes ─replicó entre dientes.

No; no lo sabía. O tal vez no quería saberlo.

Jack se detuvo, con los puños cerrados y el cuerpo tenso.

Te llevo a tu casa ─fue una orden. No me cupo la menor duda.

Jack Fisher podía estar decepcionado, pero jamás me dejaría tirada en una callejón desierto con un vestido lleno de lentejuelas. Lo seguí hasta su automóvil, donde no nos dirigimos la palabra hasta que aparcó frente a mi casa. Y no porque yo no quisiera, pero ofrecerle una disculpa barata me pareció fuera de lugar teniendo en cuenta lo cabreado que estaba.

Él necesitaba más. Merecía más. Y yo quería dárselo, pero no sabía cómo.

Me negué a bajar del coche, por lo que él se inclinó sobre mí para abrirme la puerta desde dentro. Su mejilla rozó la mía, y eso fue todo. Era yo quien había puesto distancia entre nosotros, y a pesar de que intuía que podía solucionarlo, no tenía ni idea de cómo hacerlo.

Como no tenías teléfono y la tarjeta había desaparecido de mi bolsillo, intuí lo que había sucedido. Has debido de divertirte mucho tomándome por un tonto ─me informó con rabia.

No es así.

Continuó como si no me hubiera oído.

Llamé a Linda, y me dijo que habías pasado por su casa para recoger un vestido. Fue sorprendente que me felicitara por nuestra cita, y me felicitó porque intentáramos arreglar las cosas. Pero la gente que trabaja para ti no tiene ni idea de quién eres. Dime una cosa, ¿Tú te conoces?

No quise tener en cuenta aquellas palabras que estaban vertidas desde la rabia, pero dolieron. Dolieron de todos modos, pese a que intenté ignorarlas. Con la puerta abierta, y un pie fuera del coche, lo más fácil hubiera sido salir de allí, pero por primera vez no quise huir.

Te seguí ─se sinceró abochornado.

Me gustaría decir que no volvería a hacerlo, pero es mentira ─admití.

No hace falta que digas nada más. De hecho, preferiría que te callaras y te largaras de mi coche ─me espetó.

Mereces una explicación, y no me quiero ir hasta que...

Vete ─ordenó, y esta vez, no me dio opción de réplica.

Salió del vehículo hecho un poseso, se acercó hacia mí y me sacó a rastras del coche, llevándome hacia mi casa de una manera que hizo que me sintiera patética. Si pretendía ultrajarme a propósito para hacérmelas pagar, estaba funcionando y no me gustaba. Pasé del aturdimiento inicial a la rabia, comencé a gritarle incoherencias y a golpearlo con los puños, hasta que no pude más y me separé de él para buscar las llaves, que se me cayeron al suelo.

Me agaché mientras él me contemplaba impasible. Estaba a punto de recoger las llaves cuando él se inclinó y me las arrebató. Enfurecida, me tiré sobre él como una fiera, pero me detuvo con una sola mano, mientras me contemplaba a los ojos con algo difícil de desentrañar.

Aléjate de mí, es lo que querías... ─deseaba exigírselo, pero fue más un reclamo que otra cosa.

Eres tú la que se aleja de mí ─me reprochó.

Nos miramos, y no sabría decir en qué momento me tuvo en sus brazos. Comenzamos a besarnos sin que ninguno de los dos pudiera evitarlo. Me agarró de los hombros para besarme contra la pared. Apenas separó su boca de la mía para hablarme sobre los labios, pese a que dolía. Dolía y gustaba demasiado, pues detestaba necesitar más.
─Te alejas porque te acojona admitir que puedes sentir algo por mí.
Pese a que me estremecí, le dediqué una mirada furibunda.
─Eso no te lo crees ni tú.

Sacudió la cabeza y volvió a capturar mis labios, con la intención de contradecirme. Me arrebató las llaves, abrió la puerta y me empujó al interior con suavidad. Quería separarme de él, por lo que no entendía que mis manos estuvieran en su cuerpo. Acariciándolo, sosteniéndolo contra mí para pedirle en silencio que no se marchara.

¡Para dejarme en evidencia!

Te odio ─volví a mentir.

Se separó un poco de mí, preso de la confusión.

¿Me odias? ─lo puso en duda.

Me dejé caer sobre el sillón más cercano con agotamiento. Estaba harta de mentiras, pues seguir fingiendo ante él me desesperaba, y por una vez sentí que la verdad podía liberarme. No importaba que se convirtiera en la prueba de fuego para nosotros, ni que temiera que esta conversación nos catapultara a un punto de no retorno.

Ojalá fuera tan sencillo como eso ─admití con resignación─. Odiarte facilitaría mucho las cosas.

Explícate mejor ─exigió.

Me levanté para quedar a su altura y le sostuve la mirada con determinación.

Si te odiara, podría alejarme de ti sin sentirlo demasiado. Probablemente lo pasaría mal durante un par de días, pero no sería nada comparado con la agonía de temer que puedo perderte ─le ofrecí una mirada exigente─. Te crees que estoy ciega o bien poseo un temple de hierro, pero no es cierto. Me miras como si fuera una mala persona; como si me tratase de un error que hay que corregir. A veces, cuando me besas, puedo fingir que ves en mí la mujer que necesitas. Esos son buenos momentos.

Me miró con los ojos muy abiertos.

Tan lista para unas cosas y tan ilusa para otras...─desdeñó mi argumento─. O eso o debo explicarme fatal.

Ni se te ocurra justificarte.

Contradecirte ─me corrigió con gravedad─. Es imposible que crea eso de ti, porque te admiro..., te deseo..., te...

Cállate ─le pedí.

Y se calló, posando sus labios sobre los míos en una caricia que me hizo olvidarme de todo durante el breve instante que duró aquel beso. Percibí que introducía la mano en el bolsillo para luego arrastrarla hacia mí y dejar sobre mi palma un objeto metálico. No pudo vislumbrar de qué se trataba, pues cerró mi mano y colocó la suya encima.

Pamela ─enunció mi nombre con voz ronca.

Ni se te ocurra decirlo.

Me sostuvo por los hombros para que no escapara.

Déjame que lo haga. Lo necesito.

Quiero el divorcio ─mentí, para que dejara de torturarme con aquellas palabras que me encantaba oír.

Jamás.

Volvió a besarme hasta que me dejó exhausta, para luego hablarme a escasos centímetros de los labios.

Jamás conseguirás separarme de ti.

Estás loco.

Sonrió.

Por ti, desde luego.

Se abrochó el abrigo antes de encaminarse hacia la puerta, por lo que lo contemplé presa de la confusión.

¿A dónde vas?

A mi casa, desde luego ─esbozó una media sonrisa cargada de intenciones─. Hay una llave bajo el macetero de la entrada. Demuéstrame que estoy equivocado, porque yo estoy convencido de que lo nuestro tiene futuro. Vas a ir a mi casa porque es lo que quieres.

Quise gritarle que estaba equivocado, pero no lo hice. Me quedé allí parada, mirándolo mientras se montaba en el coche y se alejaba. Había puesto la pelota en mi tejado, y era a mí a quien tocaba tomar una decisión.

Me prometí que esa noche no iría a su casa, pero me descubrí a mí misma sopesándolo. Flaqueando. Entonces, abrí la mano y encontré aquel anillo en forma de dado, fruto de nuestra boda, que él había guardado tras habérselo devuelto en un sobre. No pude evitarlo y me eché a llorar.

¿Quería o no quería demostrarle que podíamos tener un futuro?