CAPÍTULO SIETE

Sanatorio Waverly Hills, Louisville, Kentucky , 7 de Marzo de 2013

Me arrastro hacia la puerta sin dejar de observar los ojos de expresión vacía de aquel extraño. Giro el pomo, pero el maldito Doctor Moore me ha dejado encerrada aquí dentro. Se me acelera la respiración al ser consciente de que se desliza desde debajo de la cama y estrecha la distancia que nos separa. No tengo nada con lo que defenderme, y estoy encerrada en un cubículo de dimensiones ridículas con un hombre al que he ultrajado con mis propias manos. Presa de la desesperación y el miedo, hago lo único que puedo hacer dadas las circunstancias. Aporreo la puerta con los puños y los pies, y grito todo lo fuerte que puedo.

¡Socorro, socorro! ─no me da tiempo a más, pues una mano me tira del cabello y aulló de dolor. Las palabras se atascan en mi garganta cuando una mano se hunde alrededor de mi cuello y presiona sobre la tierna carne, cortándome la respiración. Logro enunciar una última palabra de auxilio que suena como un gruñido estrangulado─. S-socorro.

El hombre me empuja contra la pared, y la mirada se le vuelve turbulenta y peligrosa. Tiene la expresión ida de aquel que no atiende a razones, consumida por la ira y el deseo carnal. Lo sé en cuanto soy consciente de que no es a mí a quien mira, sino a cada curva de mi cuerpo, relamiéndose los labios de una manera que me provoca náuseas. La lascivia recorriendo sus venas, instándolo a apoderarse de mi cuerpo; a adentrarse en cada parte de mi ser hasta que me despoje de todo lo que soy, de todo lo que me queda.

Estoy débil, pero siempre me he enorgullecido de ser una mujer en forma, por lo que empujo mi rodilla contra su entrepierna en un intento por alejarlo de mí. Todo lo que consigo es volverlo más furioso, y su mano libre comienza a manosearme con locura. Sollozo y me retuerzo bajo su agarre. No puedo creer que tras todos estos años de trabajo inflexible, vaya a acabar de una manera semejante. Con mi cuerpo al antojo de un demente, y mi dignidad enclaustrada en un manicomio.

Noto que los músculos me pesan y empieza a faltarme el oxígeno. Elevo los brazos en un intento por detenerlo, pero los párpados me pesan y el pecho me duele. Siento frío, pánico y cansancio. Tal vez sea mejor así. No quiero ser consciente de lo que va a hacerme...

De repente, un sonido seco me despierta de mi aturdimiento. La puerta se abre, y veo figuras borrosas que llenan la habitación. Manos que separan al extraño de mí, y una voz dulce y femenina que me susurra palabras de consuelo al oído. Me dejo caer sobre la pared, y no logro recuperar la entereza hasta que se lo llevan de mi habitación. Es entonces cuando soy consciente de que la joven llamada Veronica, y la enfermera que me infunde tanto temor están dentro de mi habitación.

Veronica me rodea entre sus brazos, y por primera vez desde que estoy en este sitio, no hago nada por apartarme. Simplemente apoyo la cabeza sobre su pecho, e imagino que todo lo que ha sucedido no es más que una pesadilla. Si me esfuerzo, puedo percibir el olor de un pastel de calabaza en el horno, y los brazos fuertes de Jack consolándome en silencio.

Deberíamos hablar con el Doctor Moore. Estará de acuerdo en que hay que trasladarla a la otra planta ─le dice Veronica a Anne, como si no fuera consciente de que estoy presenciando su conversación.

Con una cercanía que me descoloca, Veronica coloca una mano sobre el hombro de Anne en un intento por hacerla comprender. Anne deja traslucir una sonrisa breve a su rostro severo antes de fijarse de nuevo en mí y esbozar una mueca censuradora. Me percato de que entre ambas mujeres hay una cordialidad que va más allá de la mera relación laboral.

Cielo, eres demasiado benévola y te encariñas con rapidez de todos los internos. Te advertí que este trabajo no era para ti ─se lamenta Anna, dedicándole una mirada cargada de cariño─. Además, ¿Por qué habríamos de otorgarle un trato diferente? ─la contradice.

Estoy segura de que me aborrece, a pesar de que aún no he descubierto la razón.

¿Te has dado cuenta de cómo la miran todos? La pobre debe estar aterrorizada.

Anne carraspea molesta, y se larga sin enunciar una palabra más. La joven Veronica me acompaña hacia la cama, y se sienta a mi lado. Sostiene mi mano con delicadeza, y me ofrece una mirada cargada de empatía.

Todo esto es culpa del Doctor Moore. Él me ha encerrado bajo llave ─me lamento, dejando traslucir toda la rabia que contengo.

Esto no es culpa de nadie.

La miro con los ojos muy abiertos, pero por la expresión confiada que se desprende de su rostro, parece que ella está convencida de sus propias palabras.

¿Ni siquiera del hombre que me ha atacado?

Ni siquiera de él. Ninguno de los que están aquí son conscientes de lo que hacen. No obran con maldad, y debes perdonarlos.

Entrecierro los ojos para contemplarla con suspicacia, pues soy incapaz de creer que la cordialidad de Veronica llegue hasta tales extremos. Sin embargo, en el apacible rostro de la joven morena no se desprende un atisbo de duda.

Yo sí he sido consciente de lo que ha sucedido, y créeme cuando te digo que por muy loco que esté, jamás podré perdonar al hombre que ha intentado violarme.

Es razonable. Yo en tu lugar no sabría lo que hacer.

Pero tú no estás en mi lugar ─sentencio con acritud.

Veronica deja de envolverme entre sus brazos para sostener mi mano con ternura.

¿Quieres que me quede contigo durante un rato? ─se ofrece, con buena intención.

¡No! Lo que quiero es salir de este maldito lugar.

Me temo que eso es imposible.

Me llevo las manos al rostro, y dejo caer los hombros con derrotismo. Veronica me acaricia la espalda para hacerme sentir mejor, pero me aparto de ella con brusquedad y me mantengo impasible en mi determinación.

No estoy loca... ¿Por qué nadie me escucha? ─musito, y alzo la cabeza para mirarla a los ojos, con la exigencia de que ella me ofrezca una respuesta que me satisfaga.

Tal vez, porque ninguno de los que estáis aquí lo está.

Eso es ridículo.

¿Cómo quieres que te escuchen si eres igual que los demás? ─argumenta.

Entrecierro los ojos y la miro sin comprender a qué se refiere.

No me mires así, tengo razón. Si te esforzaras en mostrar una actitud más abierta ante todos los que te rodean, te darías cuenta de que ellos no te miran con recelo u odio sin razón. Es imposible que no lo hagan cuando tú los miras como si fueras mejor que ellos. Esa actitud no te servirá de nada en este lugar.

No me creo mejor que ellos. Soy distinta ─enfatizo.

Veronica suspira.

La mayoría de los internos, e incluso las enfermeras y el personal de servicio, piensan que eres una ególatra insoportable. Si quieres que te escuchen, deja de mirar lo que tienes a tu alrededor por encima del hombro.

Tú no me entiendes. Sólo quiero salir de aquí ─musito con voz queda.

Como todos ─responde de manera evasiva.

Me dejo caer sobre el colchón y fijo la vista en el techo blanco. Noto la respiración pausada de Veronica a mi lado, y soy consciente de que se incorpora para marcharse. No estoy segura de querer permanecer sola, pero tampoco estoy convencida de querer tener como compañía a alguien que piensa que soy una egocéntrica, por lo que no hago nada por detenerla.

¿Puedo hacer algo más por ti? ─sugiere, antes de marcharse.

Cierro los ojos, y opto por ignorarla. Escucho sus pasos cada vez más lejos, y cuando se hace el silencio, sé que se ha marchado.

Desconozco el tiempo que transcurre mientras estoy tumbada en la cama. La habitación carece de reloj, y no estoy segura de que alguien que no fuera Veronica me respondiese sobre algo tan banal como el tiempo, dadas las circunstancias. Sólo sé que, varias horas más tarde, uno de los únicos enfermeros del centro aparece en mi habitación y me avisa de que es la hora de cenar. Me dirijo como una autómata hacia el comedor, y arrastro mis pies hacia una mesa que está vacía. No muy lejos de mí, me doy cuenta de que Tessa está sentada, mirándome de reojo. Es natural que no quiera volver a acercarse a mí, teniendo en cuenta la frialdad con la que la he tratado.

Todavía no te has terminado tu cena. No me hagas que te obligue a comértela ─me regaña la voz de Anne.

Su voz me desagrada, pero más lo hace la forma altiva y autoritaria con la que se dirige a mí.

Observo la poco apetecible bandeja de comida. Una crema verde me está esperando, y el filete tieso puede seguir justo donde lo he dejado. Como si fuera una niña desobediente, alejo la bandeja de mi alcance y pongo cara de asco.

¿Por qué no me dejas en paz?

Más quisieras.

Su enorme mano agarra mi muñeca y me obliga a sostener el cuchillo de plástico. Me entran ganas de hincárselo en el pecho, pero dado lo absurdo que resulta apuñalar a alguien con un utensilio de plástico, desecho la idea y le lanzo una mirada ácida. Anne me ofrece una sonrisa petulante, y me anima a que la contradiga. No lo hago. Lo único que quiero es perderla de vista, y sé que está deseando que la contradiga para humillarme con una buena paliza. Así que me llevo el trozo de filete a la boca y mastico con la boca abierta sólo para mortificarla.

Si me tratan como a una loca, y a los locos se les está todo permitido, van a saber lo que es tratar con una lunática de verdad.

Buena chica ─me palmea la cabeza con fastidio, y me habla a escasos centímetros del oído─. A ellos los puedes engañar con tu bonito pelo y tus supuestos modales refinados, pero aquí eres otra más, ¿Me has entendido?

Suelto los cubiertos y la miro asombrada.

¿Qué quieres decir? ─la cuestiono, pero ya sé a lo que ella se refiere.

Termínate toda la comida y vete a dormir. Yo no cuestiono las órdenes. No hagas tú lo mismo.

Se marcha dejándome con la palabra en la boca, y me doy cuenta de que en este lugar, la persona que menos esperaba es la única que cree en mi cordura. Acabo de adivinar que Anne no me soporta porque cuando me mira, no ve a una loca, sino a una completa engreída que la saca de quicio.

Me levanto con la intención de buscarla y hacerle ver cual es mi verdad, pero alguien me agarra del brazo y me ordena que me marche a mi habitación. Agobiada y excitada al mismo tiempo, hago lo que me piden sin rechistar.

Mañana, voy a convencer a Anne de que estoy cuerda, aunque para ello tenga que emplear las argucias más maleducadas, repelentes y caprichosas que haya utilizado nunca.