CAPÍTULO QUINCE

Sanatorio Waverly Hills, Louisville, Kentucky , 10 de Marzo de 2013

¿Cómo se podía fingir la muerte de una persona sin su cadáver? ¿Cómo podían identificar los familiares a la víctima si no podían ver su cuerpo?

Haciéndola desaparecer.

En esas cavilaciones me encuentro cuando deparo en que Tessa cruza el salón a toda prisa para ocultarse del resto de la gente. Entrecierro los ojos para observarla con mayor curiosidad de la habitual, y me percato de que en el fondo es una persona asustadiza por naturaleza que emplea la violencia para defenderse si se cree atacada, justo la actitud que adoptó cuando aquel hombre intentó hacerme daño.

La han mantenido un par de días en una celda de reclusión, alejada del resto de internos con la intención de darle una lección. Me pregunto si yo soy la única cuerda en este lugar tan desconcertante, pues es absurdo reprender a alguien que actúa de acuerdo a como le dicta la conciencia. Bien lo sé yo, que me he pasado una tercera parte de mi vida haciendo lo que me daba la gana sin atender a los reclamos sin justificación de mi madre, empecinada en hacer de mí la mujer que dicta su escrupulosa moral, que no la mía.

Me levanto con ansiedad al percatarme de que Tessa vuelve a cobijarse en el pasillo, espantada por las miradas curiosas, tan sinceras como pueden ser las de a quienes ha dejado de importar la opinión que los demás tengan de ellos.

¡Tessa! ─sacudo los brazos para que me vea.

Pienso que va a esconder la cabeza entre los hombros antes de echar a correr, pero no lo hace. Me apena descubrir su sonrisa honesta cuando recabo su atención, pues significa que después de haberla tratado tan mal, soy la única amiga de aquella pobre diabla internada en un lugar tan solitario.

Viene corriendo hacia mí y la invito a sentarse a mi lado, cobijadas bajo la espesa copa de un árbol que nos protege del sol del mediodía.

Así que ya te han soltado ─le palmeo la mano para infundirle ánimo, y ella parece alegre de estar a mi lado.

Pelo bonito ─me dice, enredando sus manazas en mi cabellera.

En cualquier otra etapa de mi vida me habría molestado y me la habría quitado de encima con un aspaviento, pero en este instante la dejo juguetear con mis rizos naranjas mientras suelto el aire contenido y oteo el horizonte. Necesito a aquellos a los que nunca les he dicho te quiero, y en cuanto vuelva a verlos ─porque estoy segura de que así será─, serán las dos primeras palabras que cruzaré con ellos.

A Helen, mamá, las gemelas, Molly..., a Jack.

Tuve la oportunidad de decírselo, en aquella maldita noche y en las anteriores, pero el miedo a no ser correspondida me paralizó. Y luego, el temor de regresar a la soledad me hizo comportarme de una manera egoísta y estúpida.

Qué poco cuesta acostumbrarse a lo bueno, y con qué facilidad se pierde aquello que merece la pena. Tal vez esto sea una señal del destino para hacerme comprender que necesito luchar por las cosas que poseen verdadero valor, pero no puedo evitar pensar ─e incluso odiar─ a aquello que se supone que hay allí arriba y me la está haciendo pasar tan canutas.

Pelo bonito ─repite Tessa, encandilada.

Me llamo Pamela ─la corrijo, pues no recuerdo haberme presentado.

Pamela pelo bonito ─insiste enfurruñada.

Tessa manos grandes ─replico bromeando.

Para mi sorpresa, se empieza a reír hasta que se le hinchan los mofletes y los ojos le brillan con algo sincero que me conmueve. No puedo evitarlo, y contagiada por su risa, estallo en una carcajada. La primera que suelto desde que permanezco encerrada en este sitio.

Ante mi estupor, Tessa apoya la cabeza en mi hombro y me pasa el brazo por la espalda en un abrazo cargado de afecto. Me tenso ante la inesperada muestra de cariño, pues soy poco dada a las demostraciones de afecto en público, pero al final, quizá porque me siento demasiado sola y necesito sentir el cariño de alguien, le devuelvo el abrazo.

Tras unos minutos abrazadas, me tumbo sobre la hierba y apoyo ambas manos sobre el vientre en un gesto espontáneo que poseo desde hace varios días. Tessa, que parece sentir curiosidad por todo lo que me rodea, señala con un dedo mi vientre todavía plano.

¿Por qué siempre colocas tus manos sobre la barriga? ¿Estás enferma?

¡Ssssssh! ─le ordeno silencio, alterada porque alguien pueda haber escuchado ese comentario tan inocente por su parte, pero al mismo tiempo tan revelador─. ¡No vuelvas a decir eso! Yo... me encuentro perfectamente.

Tessa arruga la frente.

Pero...

De repente, observo por el rabillo del ojo que el tipo de los ojos codiciosos se acerca hacia nosotras con el puño de la mano cerrada. Tessa también lo advierte, se pone tensa y se coloca entre medio de los dos en actitud beligerante. Me apresuro a interponerme entre ambos, pues me da miedo que intente volver a utilizar los puños para solucionar aquella reyerta absurda que me tiene a mí como reclamo. Si me hubieran dejado, les habría dicho que no merece la pena, pues tengo previsto quedarme en este lugar el menor tiempo posible.

Entonces, aquel hombre del que desconozco el nombre abre la mano, me sortea y le ofrece una flor arrugada a Tessa. Ella abre los ojos, titubea algo y se la arrebata de mala manera. Antes de que pudiera abrir la boca para soltar una de las mías, el hombre echa a correr como si se tratara de un chiquillo temeroso.

Me parece que le has gustado ─le digo, mientras razono sobre aquella curiosa forma de pedir perdón.

Tessa se pone colorada, por lo que tengo que aguantar una risilla. Enfurruñada, mira la flor con desconfianza antes de tirarla al suelo y desdeñarla de un pisotón.

¡Pero si era muy bonita!

Me agacho para recogerla, y ella me la arrebata de mala manera para volver a arrojarla al prado.

No me gusta ─insiste enfadada.

Pues yo creo que te comportas de esa manera porque te ha encantado.

Bah ─suelta un bufido, echándose sobre la hierba con la intención de seguir a lo suyo.

Al percatarme de la sombra pequeña y morena que cruza el salón, me despido de Tessa para interceptarla antes de que vuelva a rehuirme. Lleva dos días escondiéndose de mí a la menor oportunidad, pero no voy a permitir que Veronica se salga de nuevo con la suya. Necesito su ayuda, y aunque parezca egoísta ─que lo es ─, no pararé hasta inmiscuirla en mis planes.

Me adentro por el pasillo, buscándola con la vista. Como la he perdido, doblo la esquina para dirigirme hacia la enfermería, pese a que intuyo que me ganaré una reprimenda en cuanto me descubran. Pero entonces, una mano me detiene agarrándome del brazo y tirando de mí hacia la pared opuesta. Tengo el instinto natural de gritar, por lo que la mano me tapona la boca antes de que lo haga. Al abrir los ojos, me encuentro con el rostro tenso de Veronica.

No grites ─me ordena. En cuanto asiento, aparta la mano de mi boca─. Tenemos que hablar.

Has descubierto algo ─adivino esperanzada.

Veronica ladea la cabeza hacia uno y otro lado del pasillo, como si estuviera buscando a alguien.

Aquí no.

Pero...

Se aparta de mí para continuar su camino.

Esta noche acudirás a la enfermería con la excusa de que te ha sentado mal la cena. Estaré allí sola.

Intento alcanzarla cuando se aleja a toda prisa, pero ella intuye que voy a gritar su nombre, por lo que se gira para llevarse un dedo a los labios para ordenarme que permanezca en silencio. Acepto con el cuerpo pegado a la pared. Sea lo que sea que ha descubierto, estoy segura de que me aleja de este sitio.