CAPÍTULO VEINTIDÓS
Washington Dc, veinte días antes
Aproveché que Jack había salido a visitar a sus padres para telefonear a mi hermana Helen. Lo cierto es que estaba alargando aquel encuentro todo lo posible, pero no podía permitir que Helen viviera en la ignorancia durante más tiempo. Sobre todo, cuando había tomado la decisión, o eso quería creer, de conocer a mi familia política.
Que nadie de mi familia conociera la existencia de mi matrimonio obedecía a una razón práctica. Desde que me había casado con Jack, me había empeñado en manifestar que el divorcio solucionaría nuestra situación, pero ahora que acababa de replantearme nuestro matrimonio como una unión con futuro, el hecho de haberle ocultado a mi hermana aquel pequeño detalle me introducía en un mar de contradicciones que me hacían sentir culpable.
─Hola Helen, ¿Qué tal va todo? ─la saludé, en cuanto ella descolgó el teléfono.
─Hola cariño, ¿Desde dónde me llamas? No es tu número habitual.
No lo era porque estaba telefoneándola desde el móvil de Jack. Así estaban las cosas.
─Estoy en mi apartamento de Washington. Mañana tengo un juicio aquí.
─¿En tu apartamento? ─se alarmó, pues a pesar de que no fuera un tema del que hablara abiertamente, mi hermana conocía mi pánico a las alturas desde la muerte de mi padre
─. ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que vaya a buscarte?
Su tono paternalista no me sentó nada mal. De hecho me agradó. Nuestra relación se había enfriado bastante a raíz de la muerte de mi padre, pero no podía negar que Helen era la familia que siempre estaba ahí cuando la necesitaba. De niñas habíamos estado muy unidas, y de mayores se había creado entre nosotras un tipo de vínculo de adoración mutua del que Olivia se había excluido ella solita. Empezaba a creer, por mucho que me doliera admitirlo, que la culpable de que nos hubiéramos separado en los últimos años era yo.
─No hace falta que vengas a buscarme. De hecho estoy acompañada.
─¿Ah sí? ─se asombró.
Tomé aire y le dije aquello que me había estado guardando desde los últimos meses.
─Por mi marido.
Helen soltó una carcajada.
─Tienes un humor muy peculiar, Pamela. ¿No te lo han dicho nunca?
─En contadas ocasiones, pero te estoy diciendo la verdad ─respondí, con la suficiente gravedad para que a ella se le esfumara la risa─. Nos casamos hace unos meses en Las Vegas, y se suponía que íbamos a divorciarnos, pero... me gusta demasiado para dejarlo escapar.
─¡Y no me lo has contado! ¡Mamá se pondrá de los nervios cuando lo sepa! ─se alteró, reacción que me pareció de lo más normal.
Comenzó a lanzar exabruptos por la boca mientras yo permanecía al otro lado de la línea, haciendo como que la escuchaba mientras en realidad me limaba las uñas. Cuando finalizó y logró tranquilizarse, volvió a la carga con un tono de voz más calmado.
─¿Qué os pasa a las mujeres de esta familia que os casáis sin invitar a nadie a la boda? ─se lamentó.
─Si te sirve de consuelo, Jack no está encarcelado.
─¡Pamela! ─me sermoneó.
Solté una risilla mientras ella me lanzaba una reprimenda que no acerté a oír.
─Así que se llama Jack... ─murmuró presa de la curiosidad.
─Mañana voy a conocer a sus padres.
Temí su reacción posterior, y algo así como una recriminación acerca de que no tenía vergüenza alguna cuando ella ni siquiera había sabido de su existencia hasta hacía unos minutos, pero nada de eso sucedió. Mi hermana suspiró, como si se hubiera quedado satisfecha.
─Entonces vais en serio.
─Hasta hace escasos días iba a firmar los papeles del divorcio, pero las cosas han cambiado ─le expliqué.
Pareció entender a lo que me refería.
─¿Cómo es?
─Me vuelve loca ─admití, y me dí cuenta de que estaba sonriendo.
─¿A qué se dedica?
─Es fiscal del distrito de Seattle.
Esta vez, mi hermana se partió de risa durante unos minutos que me resultaron eternos e insoportables.
─¿Has terminado?
─¿Cuándo vas a presentárnoslo? ─replicó, contestando a mi pregunta con otra que me atormentó.
No quería que Jack se percatara de que la relación con mi familia no era excesivamente cordial. Con Helen puede que sí, pero respecto a Olivia me unía una indiferencia compartida, y la relación con mi madre era tirante, escasa y casi obligada por las circunstancias.
─No se lo digas a mamá, ¿De acuerdo? Ya se lo diré yo cuando vaya a visitarla.
─Nunca vas a visitarla ─puntualizo, con una recriminación que no me hizo sentir culpable. Luego añadió ─: mamá te quiere, es hora de que empieces a asimilarlo y te dejes de monsergas. Ambas lo habéis pasado muy mal, y el dolor os ha alejado cuando deberíais haberlo superado juntas.
Qué sabia era Helen, y qué poco me servía aquel consejo que llegaba con tres años de retraso.
─¿Qué tal está Olivia? ─opté por cambiar de tema, pues tratar de la relación con mi madre siempre me ponía de los nervios.
─Se fue de viaje hace unos días a Vancouver. Dice que iba a recoger sus cosas para traerlas a casa. Le he conseguido un trabajo y está contenta por volver a empezar de nuevo. Ya sabes cómo es, pero aún así me sorprende la entereza con la que está llevando el encarcelamiento de su esposo.
A mí también me sorprendía, pese a que todavía guardaba en mi memoria la visión atormentada de mi hermana suplicándome que sacara a su marido de la cárcel.
¿Pensaría lo mismo cuando le contara que le había sido infiel con mi propio dinero?
Me despedí de Helen, no sin antes asegurarle que le presentaría a Jack en cuanto tuviera oportunidad. Acababa de colgar el teléfono cuando Jack se presentó en mi apartamento con un sobre y una caja de mis chocolatinas preferidas. Así era Jack; imprevisible, sencillo y con un encanto que me desarmaba.
Me aproximé hacia él a medida que me quitaba toda la ropa que me sobraba. Lo acerqué hacia mí, sentí que repasaba mi cuerpo con aquellos ojos grises que me encantaban y lo besé en los labios. Cuando nos separamos, le hablé mientras le desanudaba los botones del jersey de punto rojo que contrastaba tan bien con el cabello rubio plomizo.
─Acabo de contarle a mi hermana que estoy casada ─le expliqué.
Él me observó con una satisfacción que no quiso ocultar. Me empujó contra la pared para acariciarme la clavícula con sus labios, hasta que todo se convirtió en un maremoto de besos que amenazaba con evolucionar en algo mucho más íntimo.
─¿Y cómo se lo ha tomado? ─inquirió, al tiempo que capturaba el lóbulo de mi oreja entre sus dientes.
─Mejor de lo que esperaba. Creo que estaba segura de que sería la solterona de la familia, y saber que estoy casada la ha tranquilizado.
─Tonterías.
Comenzó a despojarme de la ropa interior, deslizando sus manos por el interior de los tirantes del brasier, hasta que mis pechos se redondearon bajo el tacto de sus manos. Jack endureció mis pezones con la lengua, hasta que me oyó jadear. Me desató sentir sus manos provocándome en el interior de mis muslos, y su erección asentada en la curva de mi vientre, palpitante y caliente ante lo que se avecinaba.
Sus labios se abrieron para dejar besos cortos en mi cuello que me impacientaban.
─Tú nunca te habrías quedado soltera ─murmuró con la voz ronca.
Hundí mis manos en su cabello para inclinar su cabeza antes de que esta descendiera bajo mi ombligo.
─Pero si no hubiera ido a Las Vegas... ─contuve la respiración cuando su lengua se paseó por la curva de mi vientre.
Ladeó la cabeza, me miró a los ojos y los suyos brillaron con algo peligroso.
─Te habría pedido que te casaras conmigo de todos modos, Pamela.
Se me aceleró el corazón, sin saber si era por sus palabras o por las caricias que me prodigaba en aquella parte de mi anatomía que amenazaba con explotar de placer contenido.
─Lo sé.
Dejó breves mordiscos placenteros en el interior de mis muslos.
─Entonces no hay nada más que decir.
Sin duda, en aquel momento no lo había.
Sentí que era sincero, y que yo también lo estaba siendo. Poco me importaba lo que aquella vocecita molesta intentaba gritarme, porque aquella vez no quería escucharla. Lo miré a la cara antes de asentir para permitir que me condujera al dormitorio entre beso y beso.
Estaba enamorada de él. Estaba perdida en él.
Ni siquiera tuve conciencia de llegar a la cama, pero sentí que todo mi cuerpo se relajaba cuando él se tumbó sobre mí, apoyó el peso de su cuerpo sobre los antebrazos y se introdujo en mi interior sin dejar de mirarme a los ojos. Entreabrí los ojos, maravillada ante el hombre que me contemplaba como si fuera una animal exótico en peligro de extinción.
Quise decirle que lo amaba, pero silencié aquella palabra cuando él capturó mi boca y comenzó a moverse con un ritmo apremiante y casi salvaje. Me hacía delirar al arrancarme gemidos y palabras obscenas que negaría haber dicho cuando todo acabara. Pero que no acabara nunca...
Entorné los ojos, eché la cabeza hacia atrás y permití que él me llevara a un punto de no retorno cuando acarició aquel botón que me conduciría al clímax junto con sus embestidas. Lo agarré de los antebrazos, besé cada parte de su cuerpo que se exponía ante mí y me deshice de las inhibiciones.
Jack soltó un grito gutural antes de dejarse ir en el momento adecuado en el que yo no podía contenerme más. Rodó hacia un lado para no aplastarme y se tumbó bocabajo con una mano tirada sobre mi vientre. En aquella postura, admiré su espalda ancha, sus piernas trabajadas y el contorno perfecto de sus glúteos.
Le solté una cachetada en el mismo trasero al que me agarraba cuando terminaba por enloquecerme, y él puso mala cara.
Sabía que le encantaba que le arañara la espalda con la manicura francesa que tanto parecía admirar. De hecho, a mí no dejaba de asombrarme que él mostrara una admiración sincera ante los pequeños detalles que a mí me resultaban tan insignificantes; como el ritual de colocarme las medias sin provocar una carrera, pintarme las uñas o alisar mi ropa para que estuviera impecable sin tener una sola arruga.
Sin mediar palabra, Jack se incorporó para salir de la habitación, volviendo a los pocos minutos con el sobre que le había visto portar antes. Me lo extendió con una sonrisa temblorosa, como si temiera no haber acertado con el regalo. Lo que desconocía es que me invadió la emoción por la sorpresa, pues era la primera vez en muchos años que alguien que no fuera yo misma me regalaba algo.
Desgarré el sobre y me encontré con dos entradas para el concierto que U2 daba en Washington aquella noche. Cuando creí que no podía sorprenderme más, abrió el paquete de m&ms por las que sentía un vicio insano y se llevó un puñado a la boca antes de decir:
─Feliz San Valentín.
Casi me atraganté al percatarme de que ni siquiera me había acordado de que era catorce de Febrero. De hecho, y era lo más preocupante, no lo habría celebrado de haberlo sabido sin imaginar que él mostraría tanta ilusión. La misma que acababa de contagiarme.
─No me digas que eres de esas personas que piensan que San Valentín es un invento de los grandes almacenes... ─me provocó, arrebatándome las dos entradas que yo sostenía con codicia.
Me abalancé hacia él como una fiera que quería proteger a su retoño.
─¡Devuélvemelas! ─exigí, y él se partió de risa durante el rato que hacía como que forcejeaba. En cuanto las tuve en mi poder, ensanché una sonrisa─. Muchas gracias. Ahora tengo que pensar a quien llevo de acompañante.
Se le evaporó la sonrisa.
─Muy graciosa, Pamela.
─¿Tienes algo que hacer esta noche, encanto? ─sugerí, solo para provocarlo.
─No sé por qué, pero sabía que te gustaría U2.
─La recopilación que tengo junto al televisor seguro que no te lo ha chivado ─bromeé.
Puso cara de fastidio.
─Mira que eres mala, Pamela.
Me mordí el labio al suponer que estaría esperando un regalo que no le llegaría.
─Lo siento, pero no tengo nada para ti ─le dije.
Se encogió de hombros, como si aquello fuera algo secundario.
─Me da igual. De hecho, no esperaba nada.
─Eso no dice nada bueno de mí ─murmuré.
Me miró a los ojos, y supe que no había sido su intención, por lo que se apresuró a matizar su respuesta.
─Quiero decir que lo he hecho porque me apetecía. Quería darte una sorpresa y hacer que sonrieras. ¿Te he dicho ya que me encanta cuando sonríes? Se te hace una arruguita justo aquí ─me dio un beso en la comisura de los labios─. Me gusta que sonrías. Pero sobre todo, me gusta que sonrías cuando soy yo el motivo, Pamela. Ese es mi regalo.
─En realidad la culpa la tiene U2...
A Jack se le desencajó la expresión mientras yo soltaba una carcajada. De repente, se tiró encima mía y comenzó a hacerme cosquillas, como si me conociera desde hacía años y supiera cuales eran mis puntos débiles. Me reí hasta que se me saltaron las lágrimas y me dolió el estómago.
No recordaba haberme sentido tan viva, ni deseada, ni querida. Qué bien sentaba.
─Empezamos por el final, pero retroceder está siendo increíble ─le confesé.
─Quiero que sientas que tomaste la decisión correcta cuando te casaste conmigo aquella noche. Deja el champagne y la amnesia a un lado. Me traen sin cuidado.
─Pero Jack... ─me incliné sobre él para confesarle lo que me estaba guardando desde que lo conocí
─. Tu ya me gustabas antes de que nos encontráramos en Las Vegas. Si te he estado evitando fue porque me aterraba ser una más de tu lista.
─¿De qué lista?
Puse los ojos en blanco.
─No te hagas el tonto.
─Me parece que tienes una idea equivocada de mí ─me aseguró, y yo lo observé con evidente recelo─. Es un halago que me tengas por un conquistador, pero no he tenido demasiadas relaciones esporádicas.
─Me estás tomando el pelo. Seguro que tenías mucho éxito con las mujeres.
─¿Mi madre y mi hermana cuentan? ─sugirió.
Sofoqué una risilla antes de comenzar a vestirme.
─Vamos ─lo apremié.
Se negó a salir de la cama, por lo que tiré de su brazo para sacarlo a la fuerza. Era un perezoso de manual, pero con aquel cabello dorado despeinado y la sonrisa de pícaro podía perdonárselo todo.
─¿A dónde? Quiero que nos quedemos en la cama y puedo convencerte.
No hacía falta que me lo prometiera, por lo que retrocedí para no volver a caer en sus redes.
─No te haría falta mucho para hacerme volver a la cama ─admití, pues era un hecho─. Pero quiero ir de compras.
─Qué emocionante ─lo dijo como si fuera una verdadera tortura.
─Siempre he querido tener un novio que me llevara las bolsas mientras yo gritaba entusiasmada ante la última ganga de Chanel. No me prives de ese capricho.
─Qué raras sois las mujeres.
Se incorporo de mala gana mientras encontraba la ropa que habíamos tirado por el piso.
─Y luego ir a patinar a la pista de patinaje de la Explanada Nacional mientras te grito que no tengo ni idea de patinar, pese a que lo estoy deseando.
─Lamento decirte que serás tú la que tenga que sujetarme a mí ─se mofó, y a mí me dio la risa─. ¿Cuántas películas románticas has visto?
─Demasiadas ─admití.
─Miedosa de manual y cursi. ¿Algo más que deba saber?
Me acerqué a él para hablarle muy bajito.
─Me gustas mucho.
─Eso ya lo sabía.
Se abrochó con destreza los botones del jersey, pese a que no podía disimular la sonrisa que aquellas palabras le habían conferido.
Salimos de mi apartamento para encaminarnos hacia el centro comercial, donde la algarabía de ruido y gente me convirtió en una quinceañera que acababa de descubrir el poder de la tarjeta de crédito de sus padres, sólo que en realidad era la de Jack. A pesar de que me negué en repetidas ocasiones a que gastara su dinero en caprichos que yo me podía permitir sobradamente, terminé por claudicar cuando me percaté de que estaba hiriendo sus sentimientos.
Jack provenía de una familia acaudalada, mientras que yo me había criado en una familia de clase modesta con penurias para llegar a fin de mes. Quizás por el estricto ambiente en el que se había criado, al independizarse se había empeñado en llevar una vida sencilla y modesta como fiscal. Sólo habíamos tratado el tema una vez, y él me habló con la sinceridad que lo caracterizaba. Me contó que tras estudiar derecho en Yale, su padre le había conseguido un puesto en uno de los despachos de abogados más prestigiosos de todo Estados Unidos, pero Jack rehusó la oferta y prefirió hacerse un hueco como fiscal. El sueldo y la reputación era menor, pero él parecía satisfecho de su labor como funcionario público.
Podía imaginarme el varapalo que eso había supuesto para su familia. Como estudiante de la universidad de derecho más prestigiosa del país, haberse decantado por un camino que rompía con los estereotipos de su familia no debía haber sido agradable para Jack, sobre todo teniendo en cuenta las altas expectativas que habría volcado su padre en él..
Sólo tenía que echar un vistazo a la estirada de Lorraine...
Me costaba entender que ambos hubiéramos tomado caminos tan distintos, pues yo había escapado del futuro poco prometedor que me tenía ligada a mis raíces familiares, y tras estudiar en una universidad pública que ni siquiera podía permitirme, había trabajado en un despacho de abogados de mediano renombre hasta que había conseguido establecerme por mi cuenta. Jack, por su lado, formaba parte de aquel selecto grupo de la Ivy League5 que excluía a la mayor parte de la población. Que se hubiera decantado por un camino menos ambicioso, por tanto, era todo un misterio para mí.
Me subió la cremallera de un vestido color rojo escarlata que me probé debido a su insistencia. Estaba acostumbrada a vestir en tonos neutros y apagados, y aquel vestido que contrastaba con el color fuego de mi cabello me hizo sentir como una mujer fatal que estaba fuera de lugar, aunque Jack me miraba alucinado y admitía que no había mejor atuendo para un día de San Valentín que el de aquel vestido entubado con escote redondo.
─Quiero te pongas este vestido porque estoy deseando quitártelo ─me susurró. Casi pudo desnudarme con sus palabras.
─Eso no tiene mucho sentido.
─Entonces llévalo puesto a la cena con mis padres. Así podré fastidiar a mi madre, cuando me lance algún comentario mordaz que no pueda oír al estar demasiado ocupado imaginando la lencería que llevas puesta bajo este vestido que está hecho para ti.
Hecho para mí.
Me asombré ante la mirada que me devolvió la mujer coqueta que se asomaba al espejo. Atrás quedo la Pamela rígida y con el moño apretado, pues la mujer de cabello suelto y curvas bajo el vestido volvía loco al hombre cuyos ojos ardían de deseo tras mi espalda.
Me percaté de que una mujer rubia y muy bonita, con un aire etéreo a lo Grace Kelly, nos observaba con curiosidad desde el otro extremo de la tienda. No le concedí mayor importancia, hasta que Jack se percató de su presencia y se le oscureció el semblante. También me di cuenta de que, desde que la había visto, se había separado de mí como un resorte activado ante la sorpresa de aquel encuentro inesperado.
─Voy a saludar a una vieja amiga mientras te cambias ─me dijo.
Lo vi marchar y acercarse hacia la mujer, quien se hizo la sorprendida tras darle dos efusivos besos en cada mejilla que se me atragantaron junto a los celos, la inseguridad y todo aquello que me sentaba tan mal. Me obligué a mí misma a entrar dentro del probador, pese a que no quería perderme detalle de aquel encuentro. Me quité el vestido, lo arrojé al suelo y me cambié de ropa. Apenas tardé un par de minutos que se me hicieron eternos. Para cuando salí y me planté frente a la caja registradora, me alarmé al descubrir que habían acortado las distancias. Aquella mujer acariciaba el brazo de Jack, gesto que a él no parecía importarle lo más mínimo. Deseé que la alejara o que le cortara el brazo de un mordisco, lo cual no tenía ningún sentido si tenía en cuenta que no estaban haciendo nada malo. Pero tenía la sensación de que aquella mujer lo había conocido de una manera más íntima que me enervaba.
Me percaté de la expresión de ensoñación con la que lo observaba, y supe sin necesidad de echar otro vistazo que estaba enamorada de él. Lo estaba, y no me cabía la menor duda, pues tenía el mismo gesto que yo cuando Jack se dirigía a mí.
Lo miraba con un amor que no podía disimular. Lo miraba como yo.
Pagué el vestido y me encaminé hacia ellos. Ya que Jack no nos presentaba, sería yo quien con la excusa de la presentación pondría tierra de por medio entre ambos, pero el inesperado encuentro con una joven pelirroja que rebuscaba ensimismada entre las prendas de ropa me detuvo.
─Olivia, ¿Qué haces aquí? ─la saludé.
Ella se giró boquiabierta, pero enmascaró la sorpresa inicial tras una falsa alegría ante el reencuentro inesperado.
─Hola Pamela. Te hacía en Seattle.
Nos dimos un beso en la mejilla, más por obligación que por la verdadera necesidad de tenernos cerca. No dejaba de asombrarme lo extrañas que éramos la una para la otra, ni la escasa necesidad que sentíamos por conocernos o estrechar el vínculo ahora que se nos presentaba la oportunidad.
─Y yo te hacía en Vancouver ─respondí. No quería que sonara como una acusación, pero lo cierto es que empezaba a mosquearme el hecho de que volviera a las andadas. Olivia esperaba que todos le tendiéramos una mano cuando más lo necesitara, pero se empeñaba en marcar las distancias e ir y venir sin ofrecer explicación alguna. Por ello, le pregunté directamente para acallar mis dudas
─. ¿Qué haces aquí?
Me dio la sensación de que se puso un poco nerviosa.
─Fui a Vancouver a recoger nuestras cosas ─se refirió a las suyas y las de su marido, lo que me hizo sentir incómoda al recordar que yo tampoco había sido sincera─. Estoy de paso porque he venido a visitar a un viejo amigo. Vuelvo mañana a casa de Helen.
─Olivia... tenemos que hablar ─le dije al fin.
─¿De qué? ─preguntó con curiosidad.
No quería armar un escándalo en el interior de aquella tienda, pero sobre todo, mi hermana tenía suficiente con un marido encarcelado como para que yo le descubriera su infidelidad delante de un montón de desconocidos que no tenían por qué sentir empatía.
─¿Podemos vernos mañana a solas?
─Sí. Me pasaré por tu apartamento a la hora de la cena..
─Entonces conocerás a Jack ─hice una seña hacia él, e ignoré a la mujer con la que hablaba.
Olivia parpadeó con incredulidad.
─Parece que no soy la única que oculta secretos ─murmuró, con un poco de malicia.
Torcí el gesto con cierta rabia. Desde luego, mis secretillos no podían compararse con los suyos.
─Me alegro de verte, Olivia.
─Yo también.
Se despidió con un abrazo torpe, y la vi marchar antes de reunirme con Jack y aquella mujer que no me daba buena espina. Antes de que se percataran de mi presencia, escuché que ella le decía que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se vieron.
Demasiado, evidentemente, no sería la palabra que yo hubiera elegido para definirlo.
Me coloqué al lado de Jack, granjeándome una mirada curiosa de la copia de Grace Kelly, quien al igual que yo, forzó una sonrisa de compromiso. Jack mantuvo las distancias respecto a mí, lo que terminó por enervarme. No entendía la razón por la que se mostraba tan reservado conmigo delante de aquella extraña, pero empecé a creer que tenía la necesidad de fingir una actitud de soltería delante de ella.
─Blair, te presento a Pamela ─estreché una mano blanca y de uñas impecables.
─Es un placer conocerte ─me dijo una voz dulce, y ambas supimos que era mentira.
Jack me puso una mano en la espalda para alejarme de ella, lo que terminó por sacarme de mis casillas. Estrechó su mano para despedirse de ella, y nos marchamos de la tienda. Por puro instinto, giré la cabeza y me encontré con los ojos húmedos de Blair clavados en mí, que se apresuró a apartar la mirada en cuanto se percató de que la estaba observando.
Con desasosiego, acompañé a Jack a la salida de la tienda. Ni el frío de Washington ni su mutismo consiguieron apaciguar mis sospechas infundadas, por lo que tuve la intención de hacerle la pregunta que disipara mis dudas. Me detuve para hablarle sin tapujos, pero me tropecé con una boca de incendios y se me cayó el bolso al suelo. Observé con estupor el bote de pastillas que rodó ante nuestros ojos. Algunas píldoras fueron a parar a una alcantarilla cercana, por lo que me apresuré a recoger con ansiedad lo poco que quedaba de su contenido. Jack sostuvo el bote vacío en una mano, por lo que metí los puñados de pastillas que iba recogiendo en los bolsillos, sin importarme que pareciera una yonki desquiciada a la que acababan de arrebatarle su sustento vital. Él me contempló impasible hasta que terminé.
─¿Qué mierda es esto? ─espetó de mal humor.
Agitó el bote vacío delante de mi cara, haciéndome sentir ridícula. Fue humillante.
─No entiendo para que preguntas si conoces de sobra la respuesta ─respondí con frialdad.
─Explícate de todos modos ─exigió con la mandíbula apretada.
Sostenía de tal forma el bote de pastillas que deseé arrebatárselo de un tirón, pero no lo hice por temor a sentirme más absurda. Quise creer que su repentino cambio de humor se debía a su encuentro con Blair, por lo que terminé por exaltarme.
─Son para dormir ─le dije, sintiendo la necesidad de defenderme.
─No las necesitas. Te veo tomarlas todas las noches. ¿Cuantos botes tienes?
Los suficientes para no ser capaz de justificar mi adicción, por lo que respondí con un hecho irrefutable.
─Las adquiero con receta ─me justifiqué, en un intento por apaciguarlo.
Lo que le oculté fue que el médico que me las recetaba sin limitar la cantidad era un cliente que me debía demasiados favores.
─Esto no es normal ─tiró el bote a un cubo de basura cercano.
Aquello fue el colmo.
Me encaré con él en mitad de la calle, sin que me importara que los viandantes prestaran atención a nuestra trifulca.
─No tienes ningún derecho a juzgarme ni a meterte en mi vida.
─Me preocupo por ti.
─Pues no es asunto tuyo ─espeté.
─Atiborrarse de pastillas no es la solución a tus problemas ─me recriminó con aspereza.
Sabía que tenía razón, pero en aquel momento me sentí humillada y tratada sin tacto alguno. Mi adicción descontrolada a los somníferos que me empeñaba en ocultar al resto del mundo, descubierta por un hombre que me vació los bolsillos en mitad de la calle.
Ni siquiera fui capaz de reaccionar hasta que él tiró el contenido a la papelera y me dejó allí plantada con dos palmos de narices. Nadie en toda mi vida me había tratado de aquella forma. Podía destruirme a mí misma, pero no consentiría que me humillarán en público, ni aunque fuera por mi propio bien.
Todo se descontroló cuando al reprimir las ganas que sentía de gritar como una posesa, ladeé la cabeza y me encontré con Blair, quien observaba la escena con la boca abierta.
─Finge todo lo que quieras, pero ambos sabemos que tu actitud ha cambiado desde que te la has encontrado por casualidad ─supo que me refería a Blair, y me lanzó una advertencia con los ojos llameantes que ignoré presa de la rabia que me consumía─. Me has hecho sentir como una imbécil.
─Entonces deberías trabajar en tu autoestima.
Su respuesta fue un golpe demasiado bajo teniendo en cuenta que llevaba parte de razón.
─Es difícil cuando te comportas de una manera tan grosera conmigo. No era necesario que montaras un espectáculo en mitad de la calle, pero estoy segura de que ahora que sabes que ella nos está mirando vas a volver a ignorarme.
─Estás muy equivocada ─fue todo lo que dijo.
Le arrebaté mi bolso de un manotazo . Jack no opuso resistencia, pero me observó de una manera que demostraba un desencanto que me hirió el orgullo. Me vi a mí misma como una mujer fuera de sí, alterada y que no podía hacer nada por mantener a raya la situación, pese a que sabía que debía comportarse.
─¿Qué pasa? ¿Te has quedado con las ganas de montar un ménage à trois? ─pregunté con acritud.
Me fulminó con la mirada.
─Basta ya.
─No me pidas que me calme.
─Sería imposible porque te estás comportando como una histérica.
Comenzó a caminar dejándome atrás, por lo que avancé hacia él y me interpuse en su camino con la respiración agitada. Sabía que debía detenerme, pero fui incapaz de apartarme de su camino y comportarme como la persona civilizada que era.
No sabía si era por el reciente descubrimiento de Blair, o por la pérdida de las pastillas, pero me sentía trastornada e incapaz de actuar con cordura. El hecho de saberlo, además, me puso más furiosa.
─¿Quién es esa mujer? ─exigí saber.
─Cuidado, Pamela ─me advirtió con una calma peligrosa─. Las escenitas de celos no son tu especialidad.
Curvé los labios en una sonrisa siniestra, me envalentoné y di un paso al frente.
─Tal vez debería preguntárselo a ella ─decidí con un descaro que no me pertenecía.
Jack me sostuvo del brazo antes de que cometiera una locura injustificable de la que luego me arrepintiera. Sus ojos se oscurecieron con violencia, y me empujó fuera del alcance visual de Blair. Necesité unos segundos para que mi respiración volviera a la normalidad, pero fui incapaz de mirarlo a los ojos. Por el contrario, sentía su mirada apremiante y acusadora clavada en la nuca.
─Es mi ex prometida ─dijo.
***
El concierto de U2 fue el espectáculo más desagradable al que tuve la desgracia de asistir por mi propia voluntad. La culpa no la tuvo Bono, cuya voz sonó tan melodiosa como en los discos que guardaba en mi poder.
Tras aquella discusión en mitad de la calle, ninguno de los dos nos habíamos dirigido la palabra tras el incidente del que prefería olvidarme. En el concierto, nos ignoramos mutuamente, y tuve la certeza de que acababa de estropear los planes que Jack había preparado con ilusión.
Me senté en la grada, esperé a que finalizara el concierto y volvimos a mi apartamento sin ni siquiera mantener el contacto visual. En el ascensor, la tensión podía cortarse con un cuchillo. Mantuve la vista fija en las puertas, mientras que por mi mente vagaban las imágenes de una Pamela desquiciada que recogía las pastillas tiradas en el asfalto como una verdadera adicta.
Supuse que Jack habría sentido vergüenza de mí, lo que terminó por aniquilar mi orgullo. Para colmo, me había comportado de una manera agresiva al atreverme a pedir explicaciones a una mujer de la que solo conocía el nombre.
¿En qué me había convertido?
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, salí disparada con Jack pisándome los talones. Abrí la puerta del apartamento, me quité los zapatos y lo rehuí, consciente de que no podía ofrecerle una justificación que calmara los ánimos ante un comportamiento tan patético.
─Me sentía culpable ─me explicó, arrancándome de mi ensimismamiento.
─¿Cómo dices? ─le pregunté, mirándolo a la cara.
Su mirada vacía logró hacerme daño.
─Me sentía culpable por lo mal que se lo hice pasar, y no quería que sufriera cuando nos viera juntos. Por eso no quise entrar en detalles cuando os presenté. Sé que Blair está enamorada de mí, pese a que solo le he dado motivos para odiarme. No lo ha superado y no quería hacerle pasar un mal trago ─su sinceridad me dejó pasmada. Me acerqué a él para prestarle toda mi atención, pues sabía que sólo tendría aquella oportunidad─. Blair es la mejor amiga de mi hermana, y cuando empezamos a salir juntos a todos les encantó la idea. Nos comprometimos porque se suponía que era lo que teníamos que hacer. No podía creer que ella mostrara tanto entusiasmo mientras que para mí el matrimonio era indiferente. Era una chica estupenda que se desvivía por mí, por eso no entendía que no fuera capaz de amarla. Un día salí de casa con la intención de tomar una decisión, y acabé en un hotel con una antigua compañera de clase. La culpa me corrompía, por lo que se lo conté todo a Blair en un intento por hacerla reaccionar. Para mi sorpresa, decidió perdonar mi infidelidad porque estaba enamorada de mí. A las dos semanas rompí el compromiso y me mudé a Seattle. Cada vez que la veo, soy incapaz de no sentirme como un malnacido por haberla tratado tan mal. No tienes de qué preocuparte porque tienes justo lo que a ella no le pude ofrecer.
Se me atragantó la culpabilidad en la garganta.
─Gracias por contármelo.
Torció el gesto antes de marcharse hacia la habitación de invitados. Supe que aquella noche no dormiríamos juntos, del mismo modo que me percaté de que había cometido un error.
No pude conciliar el sueño. No sabía si era por la carencia de las pastillas, o por la culpabilidad que sentía no solo por haberme comportado de una manera tan ruin, sino por tener a Jack en la habitación de invitados y ser incapaz de dejar a un lado mi renuencia para meterme con él bajo las sábanas.
Suspiré y me levanté para prepararme una tisana que me apaciguara, pese a que sabía que lo único que podía hacerme dormir era una de aquellas pastillas que Jack había arrojado a la basura. De repente me enfurecí, quise odiarlo y sentí la tentación de correr descalza por las calles de Washington hasta llegar a aquella papelera.
Por supuesto, no lo hice. Estaba desquiciada y la ansiedad me impedía razonar con claridad. O tal vez no, pues en aquel instante, supe que era una adicta.
Me sobresalté cuando mi teléfono móvil sonó a la una de la madrugada. Aturdida al comprobar que no reconocía el número, contesté a la llamada, un tanto mosqueada por el hecho de que alguien se comunicara conmigo a esas horas tan intempestivas.
─¿Pamela Blume? ─una temblorosa voz de mujer me saludó.
─¿Quién es? ─no quise afirmar mi identidad hasta conocer el motivo de dicha llamada.
─He visto en los medios de comunicación que es usted la abogada de David O´connor ─se hizo el silencio durante un breve instante─. Necesito hablar con usted. Tengo información que quizá pueda interesarle.
─Aún no me ha dicho su nombre.
─Soy la madre de Logan, el amigo de David. A mi hijo lo asesinaron por el mismo motivo por el que su cliente está encarcelado, y me temo que es la única que puede ayudarme a que se haga justicia.