CAPÍTULO ONCE
Sanatorio Waverly Hills, Louisville, Kentucky , 9 de Marzo de 2013
Echo un vistazo a mi alrededor, y por primera vez desde que desperté en este lugar, reconozco que hay algo más peligroso que los internos que adolecen de locura. Un silencio en torno a mi desaparición que me hace intuir lo que ya sabía: no debería meterme donde no me llaman, y he perseguido una sombra muy poderosa.
Ha llegado el momento de hacerme preguntas incómodas. La primera de ellas, y que me provoca una aguda punzada de dolor es la referente a por qué nadie ha preguntado por mí durante todo este tiempo de ausencia. Supuse que mi familia, mis amigos, y especialmente Jack me estarían buscando como locos, y que a estas alturas, mi fotografía habría aparecido en todos los medios de comunicación.
Recuerdo la última frase que le dije a Jack antes de verlo por última vez: “no quiero volver a verte en la vida”. Siendo honesta, prefiero pensar que él no se lo tomó en el sentido literal, y que el rencor no le ha impedido buscarme; ansiarme de la misma manera y con la intensidad con la que yo lo necesito en este momento.
Debería haberle dicho todo lo que sentía cuando tuve la oportunidad de hacerlo. Y no sólo a él. A Helen, a mi madre, e incluso a Linda. Aquellas personas que siempre estuvieron a mi lado sin esperar grandes cosas a cambio.
Si ellos me estuvieran buscando, ya habría salido de este lugar. Todos se darían cuenta de que esto no ha sido más que un error, y mi inminente salida haría tambalear la muerte de David O´connor, así como destaparía el escándalo del que fui consciente a fuerza de las circunstancias.
Me esfuerzo en encontrar una explicación razonable a la pasividad de mis seres queridos, y al final, me dejo caer sobre la pared y los ojos se me empañan de unas lágrimas rabiosas que me borro con el puño de mi jersey. Me siento herida, y por una vez en mi vida, no quiero ser la loba solitaria de la que me sentía tan orgullosa. Tan sólo necesito saber que le importo a alguien, que no estoy sola, y que sigo viva, con alguien esperando por mí.
Viva.
Me levanto de golpe, presa de la excitación y la conmoción del momento. He de tranquilizarme a mí misma para reorganizar las ideas que aturullan mi cabeza, sofocada por los acontecimientos de los últimos días.
Recuerdo las palabras del Doctor Moore, y cobran un significado distinto y esclarecedor que me aterroriza. Tengo que sentarme para no caer presa del colapso y así poder encontrar una explicación razonable al hecho de que no haya ninguna Pamela Blume...viva en Seattle.
Me llevo las manos a la cabeza, y sofoco un sollozo.
─Dios mío... estoy perdida. Me han dado por muerta─ me horrorizo, y apenas soy consciente de que lo hago en voz alta.
Helen, mi madre, Linda..., ni siquiera Jack. No me han olvidado, y con toda probabilidad estarán llorando mi muerte, razón suficiente para que no me busquen, teniendo en cuenta que he muerto asesinada, en mi propia casa.
Asiento y me muerdo los labios. Los acontecimientos de mi última noche en libertad me producen dolor de cabeza, y de manera inconsciente me llevo las manos hacia la herida vendada que tengo sobre el cráneo. Cierro los ojos y lo veo con toda claridad. A Jack, el golpe...la oscuridad. Ahora puedo recordarlo todo.
Corrí con el corazón acelerado y el rostro empañado por las lágrimas. No podía creer lo que había descubierto, pero allí estaba la verdad, tan cruel y devastadora que era incapaz de despojarme del temblor que se había apoderado de mi cuerpo. En toda mi vida me había sentido tan débil, humillada y exhausta. Y en cualquier otra ocasión, me habría largado sin decir una mala palabra, con la cabeza alta y el andar resuelto. Pero fui incapaz, y al mirar a Jack a los ojos, me sentí tan dolida que lancé contra él un improperio de insultos. Le grité hasta que me quedé sin fuerzas, y lo golpeé con los puños cuando él me abrazó y me suplicó que lo escuchara.
No quería hacerlo. No quería comprender que podíamos tener otra oportunidad. Me sentía incapaz de ofrecerme de nuevo; incapaz de soportar que alguien volviera a hacerme daño. Sentí que lo amaba y lo odiaba al mismo tiempo. Tenía el corazón destrozado, y me dolía de una forma que creía imposible.
Al llegar a mi casa, las llaves se me cayeron al suelo y terminé por abrir la puerta con torpeza al tercer intento. Me encerré dentro y apoyé la espalda sobre la puerta. En la calle, sentí el motor de un coche aparcar frente a la casa, y supe que era él.
Me había seguido a toda prisa, y había sido consciente de las ráfagas de luces que me dedicó mientras conducía, y él me seguía zigzagueando entre los coches para alcanzarme.
─¡Maldita sea, Pamela, abre la puerta! ─aporreó la puerta con los puños, y no pareció importarle que fuera de madrugada, y los vecinos del barrio estuvieran dormidos.
Sentía una desazón que me consumía las fuerzas, y rompí a llorar al escuchar sus gritos. Sabía que me necesitaba, del mismo modo que yo lo necesitaba a él. Pero no podía entenderlo. Simplemente no podía. Dolía demasiado, y era incapaz de abrir la puerta y escuchar las explicaciones que él decía querer ofrecerme.
Me aparté de la puerta cuando esta tembló de nuevo debido a los golpes de Jack. Sentí que iba a echarla abajo, y me asusté. Era imposible que sucediera tal hecho, pero la impotencia con la que él gritaba mi nombre y aporreaba la madera llegó a intimidarme.
A los pies de la escalera, Fígaro arqueó su cuerpo y su pelaje blanco se erizó. Corrí hacia él y lo sostuve entre mis brazos para tranquilizarlo. Lo acaricié, como si aquel gesto pudiera hacernos sentir mejor a ambos.
No podía soportarlo, por lo que subí las escaleras hasta llegar a mi habitación. Me negué a mirar por la ventana, pero Jack seguía gritando mi nombre, exigiendo que le abriera la puerta. Suplicando con desesperación.
─Pamela, por favor...─su voz sonó débil, y me pareció que se había dado por vencido ─. Mereces una explicación. Merezco que me escuches. Danos una oportunidad a ambos. Por una vez, no hagas las cosas más difíciles de lo que ya son.
Me eché a reír con furia, y me quité los zapatos de una patada.
Lo odiaba por decir esas cosas. Lo odiaba por hacerme sentir culpable pese a que era él quien me había defraudado con sus mentiras.
─Te necesito ─fueron sólo dos palabras. Dos palabras que tambalearon mi fuerza de voluntad─ Tú también me necesitas. Maldita sea, déjame entrar y arreglemos las cosas.
─No ─susurré, pese a que él no podía oírme.
Me mordí el labio, y presa de la curiosidad y la debilidad descorrí la cortina y eché un vistazo por la ventana. Él estaba con la cabeza y las manos apoyadas sobre la puerta, en actitud derrotada. Aquello me influyó demasiado, y cuando él alzó la cabeza como si hubiera adivinado que lo estaba observando, me escondí tras las cortinas.
En la calle llovía a mares, y me sulfuré al saber que él se estaba empapando. Lo más sensato es que se metiera dentro del coche y se largara a su casa para cobijarse de la lluvia, pero desde el reflejo de la ventana fui consciente de que se negaba a moverse.
─No es justo...no eres justa conmigo ─si intentaba darme pena...bien, lo estaba consiguiendo. Me maldije a mí misma por ser tan débil, y observé desde el cristal que las gotas de agua resbalaban por su mandíbula y le empapaban el cabello ─. No me pienso marchar. Al fin y al cabo eres mi esposa.
Me estremecí al escuchar esa palabra.
La enunció con voz grave y posesividad, y contuve el aliento al sentir que él se reía con desazón al tiempo que se pasaba la mano por el cabello húmedo, visiblemente nervioso. Me pareció tan fuera de sí, tan superado por la situación, que parpadeé incrédula.
Tenía miedo a perderme.
─Quiero que te cases conmigo. Otra vez ─me soltó de pronto.
Me quedé paralizada ante aquella declaración, y antes de que pudiera pensármelo, me dí la vuelta con la intención de abrirle la puerta. Fue entonces cuando me topé de bruces con un extraño con el rostro enmascarado. Sentí el frío del miedo y la muerte, y no supe reaccionar.
Algo duro me golpeó el cráneo, y lo perdí todo.
Tras aquel recuerdo, me quedo sin aire y tengo que apoyarme sobre la pared para recuperar el equilibrio. Si aquella noche había sido reacia a perdonar a Jack, ahora me siento reacia a aceptar que no soy una estúpida. Definitivamente lo soy. Estúpida redomada; por meterme donde no me llaman pese a las continuas advertencias recibidas, por investigar algo que podía acabar con mi vida y poner en peligro la de mis seres queridos. Por sentir la necesidad de vengarme, y ante todo, por sentir la necesidad de escapar de este lugar, no sólo para volver a ver a las personas que me importan, sino para sacar de la cárcel a David O´connor, el tipo al que le prometí la libertad en un arranque de emoción.
Muy estúpida.
Como un leopardo al acecho de su presa, observo que Veronica pasea por el salón con ese aire alegre que la caracteriza, por lo que corro en su búsqueda. He pasado demasiado tiempo lamentándome, y esperando con inocencia a que alguien se anime a escuchar mi versión de los hechos.
Jamás he sido una damisela en apuros a la espera de un príncipe que la salve, y esta vez no va a suponer una excepción. Me enorgullezco de ser una mujer fuerte, decidida y con iniciativa, y haré todo lo que sea necesario para salir de este lugar.
<<No eres débil, Pamela>>, recuerdo las últimas palabras que mi padre me dijo antes de fallecer en mis brazos, y asiento con los ojos cerrados. Por mi padre, por Jack, por Helen y por todas aquellas personas a las que quiero. No voy a defraudarlos, ni a ellos ni a la mujer que fui hasta hace unos días
Al abrir los ojos, lo hago con la determinación de quien ha tomado una decisión irrevocable.
─¡Veronica! ─la llamo, y corro hacia donde se encuentra
La joven se detiene de inmediato, y me saluda con aquella sonrisa sincera que llena de luz su rostro moreno y agradable. Sin mediar palabra, la cojo del brazo, y la llevo hacia un rincón alejado de la multitud. Si se tratara de cualquier otra persona, con seguridad habría recibido rechazo y una camisa de fuerza como respuesta, pero Veronica no me trata como un ser repugnante y al que rehuir. Sencillamente, su naturaleza bondadosa y altruista se lo impide.
─¿Qué sucede, Rebeca? ─me saluda, y parece alegrarse de verme.
Trato de forzar una sonrisa al escuchar aquel nombre que tanto detesto.
─Necesito hablar con Anne, pero no la encuentro por ninguna parte. Es muy urgente.
Se pone ceñuda, y me da la impresión de que el término “urgente” no le dice nada. En realidad, no es que yo vaya a culparla por su reacción. Estoy encerrada en un manicomio, y teniendo en cuenta el lugar y mi reclusión, la palabra urgencia es relativa.
─No encuentras a Anne porque está enferma. No volverá a reincorporarse hasta dentro de unos días.
La noticia me cae como un jarro de agua fría en pleno invierno.
─¡Hasta dentro de unos días! ─exclamo con fastidio.
¿Por qué ha tenido que ponerse enferma justo ahora que tanto la necesito?
Al percatarse de mi expresión desolada, Veronica parpadea atónita y me da una palmadita en la espalda, como si con ello pudiera consolarme.
─No sabía que le tuvieses tanto cariño. De hecho pensé... ─se detiene y me ofrece una mirada de disculpa ─. Bueno, Anne no está aquí, pero yo sí que lo estoy ─se ofrece, con espontaneidad.
Pese a que sé que Veronica no es la persona indicada, y que con toda seguridad se negará a hacerme caso, asiento y le cojo las manos con aire suplicante y ansioso.
─Eres la única persona en la que puedo confiar en este momento─ le hago saber, en tono grave.
Ella asiente, y me presta toda su atención.
─Prométeme que vas a hacer lo que te pida sin cuestionarlo.
Veronica trata de soltarme las manos un tanto irritada, pero no se lo permito.
─No estás en posesión de exigir nada ─me recuerda, con molestia.
─Te estoy pidiendo un favor.
─Rebeca... ─sacude la cabeza y se aleja de mí─. No sé de qué se trata, pero intuyo que no va a gustarme.
─Necesito que mires el registro de defunciones, y encuentres si Pamela Blume ha fallecido hace unas semanas.
─¡Otra vez con eso! ─se exaspera, y se aleja de mí para continuar su camino.
La sigo sin darme por vencida, y la acorralo contra la pared para no perder la oportunidad. Me percato de que algunas enfermeras se apresuran a acercarse hacia nosotras con la intención de separarme de Veronica, por lo que le hablo a escasos centímetros del rostro.
─El registro de defunciones de Seattle, busca el nombre de Pamela Blume. Si lo encuentras, habla con Jack Fisher. Él sabrá lo que hacer ─Veronica tiembla al sentir mis dedos sobre sus hombros. Parece asustada por mi próxima reacción, por lo que la suelto de inmediato, y la miro a los ojos con desesperación─.Si no descubres nada, te aseguro que no volveré a molestarte. Eres la única persona que puede sacarme de aquí. ¡Mírame, maldita sea, mírame! ¿Acaso te parezco una loca?
Unas manos fuertes me agarran de las muñecas para apartarme de Veronica con brusquedad. Ella me observaba atónita y paralizada, incapaz de reaccionar. Nos miramos a los ojos, y le suplico con los labios de manera silenciosa.
─¿Quieres que te encerremos en tu habitación? ─una enfermera me sacude para que le preste atención, pero no lo hago. Mantengo los ojos clavados en Veronica, y ella en mí. Parece aterrorizada y dubitativa─. ¡Avisa al Doctor Moore! No hay quien pueda con ella.
Me arrastran hacia el pasillo, y observo que Veronica se tropieza con uno de los internos. Tras disculparse con nerviosismo, se apresura a salir del salón con paso apremiante y sin mirar atrás. La veo marchar, y confío en que mis palabras la hayan convencido de tomar la decisión correcta. Es decir, la decisión correcta para mí, pues lo cierto es que ello no la beneficia en absoluto.
Ella es mi única opción.
─Haz el favor de comportarte como es debido ─me amonesta una de las enfermeras.
Al percatarse de mi cabello recogido, pone mala cara y me observa con desaprobación. No tarda más de dos segundos en acercarse hacia mí con ese aire amenazante y de falsa superioridad con el que todos me tratan. Acto seguido, extiende una mano para que le devuelva aquel coletero que para mí supone un acto de rebeldía y libertad. Me encojo contra la pared, y por un instante, la reto a que me lo arrebate por la fuerza, pero al final, tomo la decisión más sensata y se lo devuelvo de mala gana, recibiendo una sonrisa de engreimiento por su parte.
─¿De dónde lo has sacado? ─me urge.
No quiero meter en problemas a Veronica por mi culpa, pese a que parezca ridículo teniendo en cuenta lo que acabo de pedirle, así que me encojo de hombros y le ofrezco una mirada insurgente. La enfermera pierde la paciencia y me sacude con sus fornidos brazos.
─Te he hecho una pregunta.
Azo la barbilla y la miro con descaro.
─La he robado.
─Con que la has robado... ¡Vete a tu habitación y piensa en lo que ha hecho! Esta noche no saldrás a cenar con el resto. Te lo tienes merecido por desobediente.
Me río mientras me dirijo hacia mi habitación. Lo último que me apetece es cenar con el resto de internos, y no porque me crea mejor que ellos, sino porque no soporto la expresión de desprecio que el personal médico nos dedica cuando creen que nadie se percata de ello.
De camino hacia mi habitación, serpenteo entre los internos que se agolpan en los pasillos y me cortan el paso. Uno de ellos, una mujer de avanzada edad, capta mi atención al corretear por el pasillo completamente desnuda y con los ojos anegados por un llanto alegre que me pone los vellos de punta. Dejo de reírme de inmediato, y continúo con la cabeza gacha y la intención de pasar desapercibida.
Apenas faltan unos metros para llegar a mi habitación cuando siento que una mano callosa me agarra la muñeca y tira de mí. Se me acelera la respiración, cierro los ojos y trato de avanzar en vano. La palma sudorosa y agrietada me aprieta la muñeca para hacerme daño, por lo que me giro hacia el desconocido en actitud apremiante y belicosa. Me encuentro a aquel hombre de ojos codiciosos y sonrisa libidinosa.
─Suéltame ─le ordeno con apremio.
Mueve la cabeza de manera negativa para luego llevarse un dedo a los labios, instándome a guardar silencio. Comprendo que estoy en su territorio cuando un grupo de hombres y mujeres me rodean y observan entre risas maliciosas. El círculo se cerca a mi alrededor, las pulsaciones se me aceleran y siento la muñeca dolorida y pesada.
─Te he dicho que me sueltes ─le espeto con arrojo.
A mi alrededor todos ríen y mascullan insultos en voz alta. Sulfurada, le doy un empujón y consigo zafarme, pero la libertad apenas me dura unos segundos, pues choco contra la enorme barriga de una mujer que me apresa entre sus brazos y me sacude como si fuera un monigote.
El hombre de los ojos oscuros y la apariencia enfermiza me señala con un dedo y suelta:
─Calva.
Me muerdo el labio inferior, y presa de la frustración me da por soltar una risa histérica.
─¿Eso es todo? ¿Calva?
─¡Calva, calva, calva! ─gritan al unísono, al tiempo que señalan el vendaje que llevo en la cabeza.
Al sentir que uno de ellos tiene la osadía de alzar una mano para tocarme el cabello, le golpeo la muñeca y aprieto los puños. Creo que en toda mi vida no he estado tan desatada y fuera de mí como ahora. Debería ignorarlos hasta que cesen sus burlas, pero me es imposible. O tal vez debería pedir auxilio en voz alta.
Estoy a punto de recapacitar sobre la segunda opción cuando una figura oriunda arrampla con el corrillo que se ha formado a mi alrededor, y agarrándome la cintura en una muestra protectora, les dedica a todos una mirada agresiva que agradezco con toda mi alma.
Tessa se pone delante de mí, como si fuera una leona protegiendo a su retoño, y a pesar de que me encuentro fuera de lugar, no hago nada por contradecirla y me mantengo a su espalda y bajo su protección.
Al parecer, todos manifiestan respetar y temer a la gigantesca Tessa, pues se dispersan con los rostros imbuidos de terror, momento en el que logro suspirar de alivio. Todos se marchan, excepto el hombre que ha iniciado la pelea, quien le dedica a Tessa una mirada cargada de odio que ella recibe con los puños cerrados.
Estoy a punto de darle lar gracias, pero la mano abierta de Tessa abofetea a aquel hombre, que cae de bruces al suelo. Me llevo las manos a la boca, presa del asombro, y cuando veo que aquel insensato rompe a llorar como un condenado, agarro a Tessa del brazo y la sacudo para que se marche.
─¡Vete antes de que te pillen! ─la insto, al percatarme de que las enfermeras acuden hacia donde nos encontramos.
Tessa me ignora, y con un brazo me empuja hasta colocarme de nuevo tras su espalda. Al observar la mirada protectora que hay en su semblante, comprendo que tiene miedo de que las enfermeras me hagan daño.
─¡Tessa! ¿Por qué lo has golpeado? ─una de las enfermeras se acerca hacia ella, y Tessa le suelta un empujón que la tira de espaldas.
Lo que sucede a continuación me deja sin palabras y con dos palmos de narices. Una docena de enfermeras se lanzan sobre Tessa, y con gran esfuerzo, consiguen doblegarla. La agarran de la cintura y las extremidades, mientras yo asisto a la escena impasible y con total repulsión.
─¿A dónde se la llevan? ─le pregunto a una de ellas.
─Eso no es asunto tuyo ─me espeta, y me empuja con el hombro para abrirse camino.
Algo que nace dentro de mí y me es imposible controlar me impele a colocarme en medio del pasillo y extender los brazos para detener aquella injusticia. Las enfermeras me observan con hastío y furia, por lo que me da la impresión de que no es la primera vez que deben enfrentarse con una actitud como la mía.
─¡Esto es injusto! Ella no ha hecho nada. Sólo me estaba protegiendo ─les hago saber, para que entren en razón.
Una de ellas me aparta hacia un lado con inclemencia, y me dedica una mirada cargada de resentimiento.
─Como no te apartes, correrás su misma suerte.
Observo las dos lágrimas silenciosas que corren por las mejillas redondas de Tessa, y se me parte el alma. Ha actuado de esa forma para protegerme, pese a que por mi parte sólo ha recibido desprecio y una actitud esquiva. Extiende la mano para despedirse de mí, y una media sonrisa se planta en sus labios.
─¿Qué es lo que van a hacerle? ─musito, al observar con impotencia que la arrastran por el pasillo.
No dejo de observarla hasta que su enorme cuerpo se pierde por el pasillo. Entonces, apoyó la espalda en la pared y tiemblo de la cabeza a los pies. Es el momento de formular las temibles preguntas que llevo reprimiendo durante todo este tiempo.
¿Qué demonios hago aquí encerrada? ¿Por qué no me han matado? ¿Por qué no he corrido la misma suerte que la chica asesinada del vídeo? ¿Acaso lo peor está todavía por venir?
CAPÍTULO DOCE
Seattle, veintisiete días antes
Las manos de Jack acariciaban mi espalda en un movimiento desenfrenado y poderoso. Se habían colado por dentro de mi jersey, y las yemas de sus dedos rozaban mi piel, al principio tanteando mi respuesta, luego, al cerciorarse de mi entrega, de una manera enloquecida que me catapultó a la rendición.
─¡Ah! ─gemí al borde del colapso, entregada a la pasión que nos unía.
Mis manos se habían hundido en su cabello, acariciándolo de aquella manera en la que siempre había soñado. Hacía rato que los besos y las caricias me habían llevado a sentarme a horcajadas sobre él, sin importarme lo impropio de aquella postura. Notaba su erección entre mis muslos. Me sentía poderosa al conocer que la razón de su excitación era yo. Mi cuerpo. La manera acalorada en la que nos estábamos besando. Las caricias ardientes que nos dedicábamos, y que en aquel instante nos transportaban a un mundo que nos pertenecía a ambos. Una intimidad que me trastocaba y llegaba a rozarme el alma.
Jamás me había sentido así. Tan entregada, expuesta y vulnerable. No quería que terminara, y en un arrebato pasional, me saqué el jersey por la cabeza y lo tiré al suelo. Jack abrió los ojos, bastante impresionado. Noté que el pecho le subía y bajaba con rapidez, mientras sus ojos hambrientos me devoraban desde la clavícula desnuda hasta el vientre. Echó una mirada rápida y apremiante al sujetador de encaje que llevaba puesto, y sacudió la cabeza con atrevimiento, hasta que algunos mechones rebeldes se esparcieron sobre su frente y una sonrisa pícara se dibujó en sus labios.
Tenía una boca llena, exuberante, hambrienta.
─Joder...Pamela... ─su voz ronca sonó más grave que de costumbre.
Me dio la sensación de que aquellas dos palabras eran lo único coherente que podía salir de sus labios en ese momento. Sonreí con una mezcla de timidez y atrevimiento, y enredando mis manos en su nuca, lo acerqué hacia mí para volver a besarlo.
Él me rodeó la cintura, acariciándome la espalda de arriba a abajo. Me prodigaba caricias lentas, perversamente sensuales y cargadas de ternura. Me estremecía el poder que tenía sobre mí. Me maravillaba la delicadeza con la que podía tratarme al mismo tiempo que desestabilizarme con aquellas manos apasionadas que parecían querer tocarlo todo.
Me abrazó contra su pecho, rodeándome entre sus brazos fuertes y ardientes. Me fastidiaba admitir que me sentía protegida sobre aquel pecho, entre semejantes brazos, pero así era. Protegida, ansiada e incluso un poco querida. Sabía que él era todo lo que yo deseaba en ese momento, y había decidido disfrutarlo.
Jack me besó el hombro. Fue un beso cálido, cargado de ternura y seducción. Tenía que reconocer que en todas las veces que había fantaseado con sus besos, jamás imaginé que él pudiera ser tan afectuoso. Y no estaba segura de poder soportarlo.
Podía controlar a Jack el seductor, pero no tenía fuerzas para hacer frente a esta faceta suya. La que me trataba con delicadeza y afecto, como si de verdad quisiera que lo que iba a suceder se convirtiese en algo que jamás pudiese olvidar.
Apoyé la frente sobre su pecho y dejé escapar un trémulo suspiro. Era demasiado... perfecto, y me estaba encantando.
Jack apartó mi cabello hacia un lado, y su lengua recorrió mi cuello hasta que me estremecí y cerré los ojos. Las palmas de mis manos se asentaron sobre su pecho, y mis dedos jugaron con el vello de su abdomen. Él continuó besando y lamiendo mi piel, hasta llegar al lóbulo de mi oreja. Fue en ese instante donde no pude contenerme. Haciendo gala de una iniciativa que ninguna vez había demostrado en este tema, mis manos descendieron hacia la presilla de su pantalón y comenzaron a desabrocharlo con ansiedad. Me tensé al notar que él me sostenía por los hombros para apartarme, y la expresión se me congeló en una mueca de vergüenza y rabia.
─¿No quieres continuar? ─le pregunté anonada.
A Jack se le dibujó una media sonrisa, y sacudió la cabeza.
─No se trata de eso. Por Dios, claro que quiero continuar ─replicó, como si fuera tan evidente. Sus dedos me acariciaron los hombros, y me miró a los ojos con premura. Notaba su erección entre mis muslos, exigente ─. Pero no quiero que cuando esto acabe me eches a la cara que ha sido un error.
Me mordí el labio y suspiré. Debería decir que lo era; que no estábamos hechos el uno para el otro, pero todo lo que hice fue acercarme a sus labios y rozarlos con necesidad.
─Es lo que quiero.
Sus labios sonrieron sobre los míos.
─Menos mal que estamos de acuerdo en esto.
Me reí mientras él capturaba mi boca con la suya y me besaba con apremio. Sus manos agarraron mis nalgas hasta empujar mis caderas contra su erección. Tuve que ahogar un gemido al sentir su dureza, pero él no lo hizo. Soltó un grito gutural y grave que me estremeció por completo. Aquel hombre era mío, por ahora.
─Es un alivio... ─musitó, lamiendo la sensible piel de mi cuello. Impulsó las caderas contra mis muslos para apretar la tremenda erección que parecía atormentarlo de placer─. Porque por una vez, voy a hacerte tantas cosas que no podrás decirme que no.
En un movimiento brusco, me empujó sobre el sofá y tumbó su cuerpo sobre el mío. Imbuída por la necesidad ─además de porque lo había fantaseado demasiadas veces─, metí las manos por dentro de su camisa y acaricié el abdomen duro. Mis dedos rozaron un cálido vello, y al hacerlo advertí la sonrisa traviesa de él.
De repente llamaron a la puerta de su apartamiento, por lo que nos quedamos congelados sobre el cuerpo del otro. Él se negó a soltarme, pese a que yo me había separado un poco, como si alguien pudiera irrumpir dentro de aquel salón y pillarnos in fraganti.
Suspiré demasiado irritada por la interrupción como para fingir lo contrario. Al parecer, la palpitante erección de Jack opinaba igual que yo.
─¿Quién demonios es ahora? ─se quejó, elevando la vista al cielo.
Utilizó un tono tan dramático que estuve a punto de soltar una carcajada. Jack puso cara de fastidio y se negó a abrir la puerta. Con un dedo me instó a callar y me guiñó un ojo. Traté de no reírme y me apoyé sobre él.
─¿Jack, querido, estás ahí ? ─aquella frase me habría helado las entrañas de no ser porque la voz provenía de una inconfundible anciana. Lo miré perpleja, y él me ofreció una mirada de disculpa ─. Bob ha vuelto a subirse al armario y no soy capaz de bajarlo de ahí.
─Lo siento. Es mi vecina Mary. Vive sola, y tiene una cacatua que le da algún que otro problema ─me explicó, mientras se debatía entre acudir a la puerta o continuar en donde lo habíamos dejado.
Asentí y lo insté a que ayudara a aquella señora.
─No te preocupes. Puedo esperar ─le aseguré.
Jack resopló, pero se levantó de inmediato y me ofreció una sonrisa lastimera y dolorida. Antes de ir a abrir la puerta, me dedicó una mirada hambrienta y prometedora que me hizo arder por dentro.
─Cinco minutos ─aseguró con solemnidad.
─¿Sólo eso? Te hacía más prometedor ─me burlé.
─Qué graciosa ─fue a darse la vuelta, pero entonces se detuvo y giró sobre sus talones para mirarme de una manera que consiguió traspasar la escasa tela que llevaba puesta─. Estoy deseando quitarte ese sujetador, Pamela.
Antes de abrir la puerta, se giró para mirarme con una sonrisa plena. Me dio la sensación de que quería decir algo más, pero al final sólo me miró con los ojos brillantes antes de marcharse solícito a ayudar a su vecina.
Me dejé caer sobre el sofá, me llevé las manos a la cabeza y sofoqué una risilla nerviosa. Me estaba volviendo loca. Con la ausencia de Jack, me relajé y pude esbozar la expresión bobalicona que merecía esta situación.
Los cinco minutos excedieron el tiempo prometido, pero no me importó, pues me dediqué a curiosear a mi antojo su apartamento. Se notaba que era un hombre pulcro y ordenado, y cada mueble y pertenencia estaba colocada en el lugar indicado. Sin pensármelo, y presa de la curiosidad, abrí su armario para encontrarme con un conjunto de prendas opuestas entre sí. Camisas y trajes hechos a medida que vaticinaban que era un hombre que se preocupaba por su aspecto, y sudaderas y camisetas con mensaje que mostraban su lado más informal. No pude evitarlo. Hundí la nariz en aquella ropa limpia y aspiré el aroma de Jack. Joder, fue magnífico.
Cerré las puertas del armario y me apresuré a regresar al salón. De ningún modo quería que me descubriera hurgando entre sus pertenencias, pues intuía que Jack Fisher no era la clase de hombre al que convenía inflar el ego masculino. Seguro de sí mismo y con las intenciones muy claras, no iba a encontrar en mí a una patética aduladora.
Me senté en el sofá y miré mi reloj de muñeca con cierta impaciencia. La cacatua de aquella señora debía haberse encaramado al mueble más alto de la casa, y conocía de sobra a Jack y su vocación de servicio público como para adivinar que no se marcharía hasta que consiguiera ayudar a aquella pobre anciana. Por ello, me incorporé con la intención de ir a ofrecer mi ayuda en el instante en el que el teléfono móvil de Jack emitió un zumbido. Lo cogí para hacérselo llegar, y realmente, no tenía el menor interés por leer aquel mensaje que no era de mi incumbencia, pero al iluminarse la pantalla, no pude evitar echar un breve vistazo que fue más que suficiente para leer aquel mensaje tan revelador que me dejó con dos palmos de narices.
De Lorraine, 12.00 horas.
Cariño, ya tengo preparado lo que me pediste. Firma los papeles del divorcio y en unos días serás libre. Lo pasé genial contigo el otro día. ¡Tenemos que volver a repetirlo!
No sabía quién era la tal Lorraine, pero de una cosa estaba segura: aquellos papeles de divorcio me incluían a mí, y por lo visto había pasado un rato más que agradable con Jack.
¿Sería Lorraine la cita por la que me había dejado plantada en el taxi?
Actué por puro instinto, y de hecho, no me sentí orgullosa de mí misma al borrar aquel mensaje que Jack jamás leería. Tampoco me enorgullecí al apresurarme a la salida y cerrar de un portazo. Lo más sensato habría sido quedarme allí plantada, a la espera de que Jack regresara para exigirle una explicación, pero mi orgullo me impelió a huir con la cabeza gacha y el rostro hirviendo de rabia.
Me sentía la mujer más estúpida del mundo, y aquella voz sabia a la que había ignorado mientras me dejaba hacer a los besos de Jack me gritaba ahora que me lo tenía merecido.
¿A quién se le ocurría pretender acostarse con su futuro ex marido? Jack Fisher no era más que un mujeriego propenso a contradecirme en voz alta; y yo, una tonta.
***
Observé la decadencia de aquel sitio y tomé aire. Era evidente que la cafetería en la que nos encontrábamos necesitaba una limpieza a fondo, pero no era aquel asunto lo que me preocupaba. Frank me había citado a las afueras de la ciudad, en aquella cafetería de carretera a la que precisamente no acudía lo más granado de la sociedad. En la calle se agolpaban las prostitutas y los yonkis, por lo que no pude evitar sobrecogerme al imaginar que si no hacía algo con Molly acabaría convirtiéndose en una mezcla de medias de rejilla y pintalabios rojo.
─Oh, por favor, suéltalo ya ─le pedí a Frank.
Siempre me había agradado la facilidad pasmosa con la que él abordaba cualquier asunto, razón por la que no entendía su misticismo a estas alturas.
─Sólo estaba tanteando el terreno, pelirroja.
─Pues deja de hacerte el interesante.
─¿Sirve de algo? ─preguntó con fingida esperanza.
Fruncí los labios con irritación y él no se hizo de rogar. Me extendió una carpeta cuyo contenido esparció sobre la mesa, no sin antes dedicar una mirada cautelosa a la camarera y el único cliente que había dentro del local, ajenos a nosotros. Había dos símbolos parecidos en aquel folio. Uno de ellos era el símbolo del que le había pedido que recabara información, y el otro era idéntico, aunque carecía de la daga y la serpiente enroscada. Al fijarme con mayor atención, me percaté de que era muy parecido al símbolo del ying y el yang, pero añadiendo un nuevo espacio con otra línea y un punto.
─Seguro que este símbolo sí te suena de algo ─adivinó mis pensamientos.
Asentí, a pesar de que no sabía hacia donde quería ir a parar.
─Es muy parecido al símbolo del ying y el yang.
─Exacto. A diferencia del símbolo taijitu, este se trata de un trisquel, es decir, un rihelete de tres líneas unidas. Sirve para identificar a los practicantes del sadomasoquismo. Como puedes observar, un símbolo discreto y a la vez lo suficientemente distintivo.
Observé el símbolo que Frank me señalaba con énfasis. El símbolo del sadomasoquismo, tal y como Jack me había mencionado.
─¿Y el otro símbolo? ¿El que yo te dibujé? ─le pregunté con curiosidad.
─No tengo ni la más remota idea. Es evidente que se trata de una transformación del anterior, pero nadie ha sabido decirme de qué se trata. No le encuentro sentido a la serpiente y la daga, y de hecho, son símbolos muy antiguos. La serpiente, por ejemplo, aparece en la Biblia desde los tiempos de Adán y Eva.
Fran frunció el ceño, y supe que no me estaba contando toda la verdad. Enarqué una ceja y lo apremié a que finalizara su narración con un asentimiento de cabeza.
Dudó antes de continuar.
─Bueno... me he encontrado con algunas personas reacias a hablar del tema, y un par de ellos me han amenazado. Nada grave ─le restó importancia con una media sonrisa temblorosa, pero lo cierto es que parecía preocupado.
─Así que podemos deducir que ese símbolo tiene algo que ver con el bdsm.
─¿Estás muy versada en el tema? ─sugirió, con picardía.
─En absoluto ─mi tono lo amenazó de que no hiciera ninguna otra broma al respecto.
Puso las manos en alto, y luego me extendió la carpeta.
─He recopilado algo de información sobre el tema. No es nada que no puedas encontrar en Internet, pero te he ahorrado el trabajo, y supongo que una visión de alguien que conozca ese mundo te acercará a tu objetivo.
Parpadeé con cinismo. Frank podía llegar a ser muy ridículo.
─¿Te van las esposas y las fustas de cuero? ─me burlé.
─No tienes ni idea de lo que la gente puede llegar a hacer por cincuenta dólares ─rumió, y aquel comentario desagradó a la feminista consagrada que había en mí.
─Ahórratelo ─zanjé.
─Mystic 108. Es un club.
─¿Qué? ─me sobresalté.
─Un burdel.
─Entiendo ─respondí con desapego.
─No, no lo entiendes ─lo miré con escepticismo ante el comentario, pero él añadió ─: no permiten la entrada de mujeres. Tú ya me entiendes.
─Me hago una idea.
Me levanté para marcharme, pero Frank me sostuvo la mano. En su rostro había una advertencia que no me pasó desapercibida.
─Corren ciertos rumores alrededor de ese sitio ─insistió, en un intento por detenerme─. Solo sé que su dueño se llama Paolo, pero el que lo dirige todo desde la sombra es su tío Giovanni. No quiero que te metas en un lío, Pamela. A ese sitio solo le está permitido el acceso a los peces gordos, según tengo entendido. Sé que vas a ir a ese lugar, pero no deberías.
─No me vengas con sentimentalismos a estas alturas.
Frank me soltó de inmediato. A pesar de ello, no despegó sus ojos de mí.
─Puedo acompañarte. Al menos no deberías ir sola.
─Esto no es asunto tuyo.
Me estaba dando la vuelta para marcharme cuando él volvió a insistir. Aquella actitud paternalista no era propia de Frank, por lo que hice acopio de paciencia y me giré para escuchar lo último que tenía que decirme, con total seguridad un consejo que yo desoiría.
─Pamela, no sé en qué andas metida, pero me preocupa que puedan hacerte daño. Apenas he oído hablar de ese club, y por lo que tengo entendido lo lleva gente con la que no conviene meterse en problemas. Yo he recibido varias amenazas hoy, y no me gustaría que a ti te sucediera algo peor.
─Gracias por los buenos deseos, pero sé cuidar de mí misma.
Salí de aquella cafetería con la sensación agorera que Frank me había contagiado. A pesar de ello, hice caso omiso a sus consejos y me planté frente al Mystic. No era tan estúpida como para entrar por mi propio pie, por lo que esperé con resignación a que se me presentara la oportunidad idónea para adentrarme en aquel lugar al que no se me estaba permitido acceder.
Desde la distancia, conseguí vislumbrar al hombre oriundo y canoso que se cubría el rostro con un sombrero de ala ancha. Ante la familiaridad de aquella figura masculina, me moví del asiento y me dispuse a tomar varias fotografías del individuo al que los guardias de seguridad permitían el acceso. Lo había visto demasiadas veces para que un simple sombrero y una gabardina ancha consiguieran engañarme.
─¡El juez Marshall! ─exclamé anonada─. A eso se refería Frank con lo de los peces gordos...
Si el juez Marshall estaba relacionado con los asuntos turbios que sucedían en aquel club ─lo que en aquel momento era una mera sospecha─, no quería ni imaginar cuantos hombres poderosos estarían inmiscuidos.
Solté un bufido al percatarme de que mi teléfono móvil sonaba por tercera vez. Teniendo en cuenta que Jack era el único culpable de mi malestar, se estaba comportando de una manera muy molesta y agotadora. No me apetecía hablar con él, pero tampoco podía permitirme apagar mi teléfono, pues necesitaba estar en contacto con Roberto por si Molly armaba una de las suyas. Así que hice acopio de valor, y pese a que aún me sentía dolida, contesté a su llamada.
─¿Se puede saber dónde diablos te has metido? ─exigió saber su voz iracunda al otro lado del teléfono.
Me agradó el hecho de haberlo dejado sin ofrecerle ninguna explicación, y disfrutaba con la idea de que su cita con Lorraine, a la que detestaba por puro instinto, se hubiera ido al garete.
─Me pillas en mal momento ─le respondí en tono glacial.
─¡Ni se te ocurra colgarme! ─se alteró.
Por supuesto que lo hice. Colgué el teléfono y disfruté ante el hecho de dejarlo con dos palmos de narices, la polla dura y la palabra en la boca. Todavía sentía aquel pellizco en el estómago si recordaba el mensaje de la tal Lorraine. Qué nombre de arpía tenía aquella tipeja, por cierto.
Horas antes me había encontrado vilipendiada, hundida y humillada, y aunque la sensación de sentirme engañada persistía, me había prometido a mí misma no volver a dejarme embaucar por un hombre como Jack. Pese a su atractivo, sus palabras lisonjeras y su falsedad.
De acuerdo, estaba jodida. Todavía me escocía el engaño y el orgasmo fracasado. Hundida hasta el tuétano. Hecha una mierda
Me repantigué en el asiento del conductor y relajé las manos sobre el volante. Era una mujer lo suficiente precavida como para haber cerrado las puertas con el seguro y mantener las ventanillas cerradas, pues no quería llevarme una desagradable sorpresa. Pese a ello, no pude evitar alterarme y dar un brinco dentro del vehículo al notar que unos nudillos golpearon la ventanilla del conductor. Con el corazón acelerado, me giré hacia la joven que pegaba su exuberante escote contra el cristal, mostrándome una imagen sórdida y cuanto menos ridícula, dada mi condición.
─¿Eh, guapo, quieres compañía? ─me provocó con insolencia.
Desde luego, aquella jovencita que debería rondar la edad de Molly no tenía la culpa de haberme confundido con un maromo, dado que me había recogido el cabello en una gorra con visera y escondido los ojos azules bajo unas gafas oscuras.
No le fue necesario más que un rápido vistazo para percatarse de que yo no era el hombre que andaba buscando aquella noche. Chasqueó la lengua contra el paladar, visiblemente contrariada, y se marchó soltando un bufido.
─¡Eh, espera! ─me bajé del coche y la seguí en la oscuridad.
A lo lejos, el cartel de neón que daba la bienvenida al club refulgía bajo la manta de estrellas que alumbraban un cielo despojado de nubes. A medianoche, la ciudad esmeralda dejaba de brillar para dar la bienvenida a los olvidados de la sociedad, y no pude evitar sentir cierta aflicción por aquellos que, a diferencia de Molly, no tendrían una segunda oportunidad.
─Guapita, no me van las mujeres, por muy alto que pongas el precio ─se negó con dignidad.
La alcancé en un par de pasos y me interpuse entre su cuerpo y la acera. No me convenía que me pillaran haciendo preguntas incómodas cerca de aquel club que no me daba buena espina, así que la cogí del brazo y la aparté fuera del alcance del enorme gorila que franqueaba la entrada mientras nos dedicaba una mirada furibunda.
─Te pagaré bien por tus servicios, y no es por lo que estás pensando ─le expliqué para tranquilizarla.
Me observó con reticencia, y le ofrecí el encendedor que llevaba dentro del bolso cuando ella hizo el amago de encenderse el cigarrillo que portaba sobre los labios pintados con carmín. No se podía negar su belleza etérea y de perfil griego, y me pregunté si alguien como ella, con la vestimenta adecuada y el maquillaje correcto, no podría encontrar algo mejor que un revolcón por cincuenta dólares.
─La gente se piensa que las chicas como yo hacemos de todo por un puñado de billetes, pero se equivocan. Si estás buscando algo fuera de lo común, más te vale largarte por donde has venido ─me amenazó, soltando una amplia bocanada de humo gris por la boca.
─Necesito un contacto que me explique qué es lo que está sucediendo en ese club. Tú pones el precio.
Me asombré al percatarme de que ella torcía el gesto y negaba con la cabeza.
─Olvídalo.
─Te pagaré bien, y sólo tendrás que informarme de lo que sucede en la habitación ciento ocho.
─No merece la pena. Gano quinientos dólares al día por hacer mi trabajo.
─¿Y de esos quinientos dólares cuántos son para ti? ─puso mala cara ante mi pregunta, y un temblor incesante se apoderó de su barbilla─. Te ofrezco un trabajo sin intermediarios. Dinero seguro y sólo para ti.
─¿Eres periodista? No voy a jugarme el pellejo, ni siquiera por todo el dinero del mundo. No merece la pena.
─No soy periodista.
─¿Y entonces?
─No es de tu incumbencia. ¿Aceptas o no? Si no lo haces tú, cualquier otra se llevará el dinero.
La susodicha soltó un resoplido y dejó caer el cigarrillo sobre la calzada para pisarlo con la suela de sus botas de aguja.
─No estés tan segura ─replicó de manera enigmática.
Dio un paso atrás para marcharse, pero yo la detuve al extenderle una tarjeta garabateada con mi número de teléfono. No había nombre escrito, ni dirección alguna. Tan sólo un conjunto de números que a nadie le descubrían nada en particular. No bromeaba cuando le dije a Frank que sabía cuidar de mí misma, y desde luego, la cautela era una de mis exigencias hacia mí misma para desarrollar ciertos aspectos de mi trabajo con la mayor seguridad posible.
La chica cogió la tarjeta que le extendí y la observó con pasmo . Me devolvió la mirada con los ojos entrecerrados y palpable recelo, pero terminó por guardársela dentro del canalillo de su ostentoso escote.
─¿No tienes nombre, guapita?
─Y a ti qué te importa ─la reté, con aire chulesco. Sabía que debía hacer gala de un amplio dominio sobre mí misma si quería convencer a aquella joven de ayudarme en la investigación─. Tienes hasta el mediodía de mañana para darme una respuesta.
Con aquel ultimátum, me largué sin darle tiempo a reaccionar. Podía notar las miradas hambrientas que los hombres le dedicaban a las chicas, pero lo que más me aturdió fue que aquel portero que franqueaba la entrada no me quitaba la vista de encima. Al llegar al coche, arranqué y me marché todo lo deprisa que pude de aquel lugar. Recé para que no hubieran anotado la matrícula de mi coche, y blasfemé contra mí misma por ser tan confiada y estúpida.
Por el espejo retrovisor, visualicé la silueta alargada de un vehículo oscuro que llevaba varios minutos siguiéndome. Pisé el acelerador para dejarlo atrás, pero el coche aumentó la velocidad y continuó persiguiéndome. Estaba a punto de hacer una locura cuando el semáforo se puso en rojo y tuve que pisar el freno. Respiré agitada y agarré el bate de béisbol que guardaba bajo el asiento.
Una figura masculina y alta se apeó del vehículo y me hizo señas para que me bajara. Se me aceleró la respiración, y sentí como si un centenar de arañas me recorrieran la columna vertebral paralizándome de miedo. Fue entonces, en aquel escrutinio aterrador, que me cercioré de que la figura no era otra que la de Jack Fisher. Tiré el bate de béisbol sobre el asiento de al lado y salí del coche hecha una furia.
Jack no tenía una expresión más suavizada que la mía.
Enderecé la espalda, y de pronto, los sentimientos que me habían impulsado a escapar de su apartamento acudieron a mí con mayor energía. Me contagié de una rabia incontrolable que me desplazó hacia él y me obligó a ofrecerle una mirada atravesada.
─¿Se puede saber por qué me sigues? ¡Me has dado un susto de muerte! ─exploté.
─Eres increíble, y no lo digo en el buen sentido ─me habló con peligrosa calma, y aproximó su rostro hacia el mío.
Tenía la mandíbula tensa, y me dio la sensación de que se le iban a partir los dientes si apretaba un poco más.
Alcé la barbilla y rocé su barba con la punta de la nariz, pero no me relajé al sentir las cosquillas sobre mi piel, ni aquella ardiente sensación que siempre provocaba en mí y que en ese momento me provocó más furia que otra cosa.
─Aléjate de mí ─le exigí, en un tono que no daba opción a réplica.
─Hace unas horas opinabas todo lo contrario ─me recordó con descaro.
Me avergonzó sonrojarme, por lo que apreté los puños y fingí una media sonrisa ladeada.
─Algo has debido de hacer mal para que me largara con tanta prisa ─le solté con aspereza.
No dio muestras de culpabilidad, ni señal alguna de que conociera a lo que me estaba refiriendo. Sin duda, Jack era un perfecto mentiroso, y aquello consiguió enfurecerme más.
─En mi opinión, lo hice tan bien que gemiste en un par de ocasiones.
Me aparté de él con las mejillas ardiendo.
─Eres odioso.
Ensanchó una sonrisa y sacudió la cabeza con despreocupación.
─Cuando te beso tengo la sensación de que opinas todo lo contrario.
***
El coche de Jack era como su dueño. Limpio, cuidado y elegante. Me eché sobre el asiento y cerré los ojos con agotamiento. Sabía que él tenía la mirada clavada en mí, pero no hice nada por prestarle atención.
En un arranque de histeria, le había gritado palabras malsonantes que él recibió con una carcajada ácida. Entonces, cuando presa del resentimiento me había quedado callada con la intención de marcharme, él me había atrapado entre sus brazos, y cargándome como si me tratara de un saco de patatas, me golpeó el trasero y me soltó dentro de su vehículo.
Pasamos más de quince minutos sin dirigirnos la palabra. A él la situación debía de resultarle de lo más divertida, pues no dejaba de esbozar aquella sonrisita provocadora que a mí conseguía sacarme de mis casillas.
─Cuando te canses de mirarme, podrías hacer el favor de explicarme por qué me sigues como un psicópata y me retienes contra mi voluntad en tu coche ─le hablé, con toda la calma de la que pude hacer gala.
─Eres una mujer muy complicada, Pamela Blume. Es obvio que tenemos una conversación pendiente.
─El divorcio es lo único que tú y yo tenemos pendiente ─zanjé con acritud.
A él se le agrió la expresión.
─Háblalo con mi abogada.
Su abogada.
La palabra femenina se me atragantó en la garganta. Lorraine, aquella mujer con la que Jack había pasado un buen rato. Me la imaginaba morena, despampanante y repleta de curvas. Por supuesto, con las manos muy largas y la risa estridente.
─¿Tienes algo más que decirme o puedo marcharme ya? Alguien me espera en casa, y estará preocupado si llego más tarde de medianoche.
Me dio la sensación de que a él se le descompuso la expresión, hasta que la transformó en una máscara dura e inaccesible.
─¿Pretendes hacerme creer que un hombre te está esperando en casa cuando hace unas horas suplicabas por uno de mis besos? Ambos sabemos que la única compañía masculina que toleras es la de tu gato.
Aquella alusión fue el peor de los insultos que pude recibir en aquel momento en el que mi autoestima se encontraba por los suelos, así que le dediqué una mirada acerada.
─Piensa lo que te dé la gana. Con todo, me están esperando y no pienso perder mi valioso tiempo contigo. Tengo cosas mejores que hacer ─golpeé los nudillos contra la ventanilla del coche para instarlo a que me abriera la puerta, pero él ignoró mi orden ─. Por cierto, suplicar es un término muy alarmante. Tenía una necesidad, y tú me pareciste la mejor opción para resolverla.
─¿La mejor opción? ─graznó cabreado─. ¿Pero quién coño te crees que eres?
─Pamela Blume, tu esposa durante poco tiempo.
─Así que prefieres hacerte la interesante y flirtear en la calle ─me soltó, refiriéndose con malicia a lo sucedió hacía unos minutos.
─Cuidado con lo que dices ─le advertí.
─Maldita sea, sólo me preocupo por ti, Pamela ─se disculpó con malestar.
─No soy asunto tuyo, así que déjame en paz.
─Lo eres. Al menos por ahora.
Me estremecí ante su tono convincente. Jack me cogió la mano y me instó a mirarlo.
─¿Qué es lo que está pasando? Dime por qué tenías el símbolo del sadomasoquismo entre los papeles del caso O´connor ─exigió saber, y parecía realmente preocupado.
─Ya te he dicho que no es asunto tuyo ─le respondí en tono esquivo.
Sabía que actuaba movido por la buena intención, pero estaba demasiado dolida por el mensaje de Lorraine, y por sus mentiras sin fundamento. Si quería divorciarse de mí y llevarme a la cama, sólo tenía que ser sincero.
─No voy a permitir que te pongas en peligro.
Lo miré perpleja, y solté una risilla que recibió con una mirada atravesada.
─¿Te estás oyendo? Eso suena ridículo.
─Ridículo es encontrarte con una gorra y unas gafas de sol rodeada de hombres que te violarían sin ningún miramiento. Y te aseguro que eso no lo voy a permitir.
He de reconocer que sus palabras consiguieron asustarme y devolverme a la realidad.
─¿Qué está sucediendo, Pamela? ─exigí.
─Todavía no lo sé ─musité.
─Entonces aléjate antes de que te salpique.
─No puedo. La vida de un hombre depende de ello.
─David O´connor es culpable. Todas las pruebas apuntan en su contra, y tú no eres tan ingenua para creer en quimeras.
─La vida de un hombre no es ninguna quimera.
Me sostuvo por los hombros y me sacudió para hacerme entrar en razón.
─Tu vida tampoco.
Me habló con voz afectada. Su rostro permaneció a escasos centímetros del mío, y su respiración caliente y pesada me sacudió las pestañas y devastó mi fuerza de voluntad. Quise apartarme de él, pero al sentir sus ojos magnéticos, grises y exigentes sobre los míos me quedé paralizada, deseando que me besara. Fue en ese preciso instante de ridícula necesidad en el que me percaté de lo lamentable que podría ser el hecho de necesitar a un hombre como Jack. Sus manos siguieron ancladas sobre mis hombros, negándose a soltarme. Recobré el sentido común, pensé en Lorraine, y por qué no, en todas las Lorraine que estaban por llegar, y aquellas que con toda probabilidad Jack había dejado lloriqueando por las esquinas. Por el contrario, yo era Pamela Blume, su futura ex esposa.
Coloqué las manos sobre su pecho para apartarlo, pese a que él no se dignó a moverse.
─Haz el favor de entrar en razón.
─Eso intento ─le aseguré, y al percatarse de que volví a empujarlo, esta vez puso mala cara y se echó hacia atrás.
Apoyó un brazo sobre el volante, y me observó con resignación. Parecía dolido por mi rechazo, lo que no tenía ningún sentido. Gran actor, desde luego. Un actor de primera. Probablemente se iría aquella noche a retozar con Lorraine para olvidarse de mi desabrimiento, y estaba muy segura de que lo único que podía dolerle era la entrepierna. Me los imaginaba follando como cosacos mientra se reían a mis espaldas, y me ponía enferma.
Sin embargo, al mirarlo a los ojos, un murmullo de inquietud se asentó en mi estómago. Contuve el aire, y me negué a mantenerle la mirada, pues haciéndolo vacilaba en creer que fuera un hombre arrogante con tendencia a reírse de las mujeres. Era más fácil así, pues el Jack honesto, serio y con un alto sentido de la justicia me seducía como la miel al oso.
─Dime por qué te has marchado sin ofrecerme una explicación ─me pidió, y me sobresalté al percatarme de que no fue una orden, sino una petición angustiada, como si él temiera haber hecho algo que me hubiese molestado lo suficiente como para huir a hurtadillas.
─Porque besas fatal.
Me miró con escepticismo.
─Mentirosa ─respondió, muy convencido.
─Me lo pensé mejor.
─Algo debió suceder para que te marchases de esa manera.
─Eres muy observador ─siseé con la voz cargada de resentimiento.
─No me jodas... Pamela ─se sulfuró, perdiendo la paciencia─. Voy a necesitar un manual de instrucciones para comprenderte. ¡Y no me da la gana! ¿Por qué cojones no puedes ser sincera conmigo?
Jack el mentiroso hablando de sinceridad, lo que me faltaba...
Lo insté con un cabeceo a que abriera la puerta, pero él no lo hizo. Por toda respuesta se repantigó sobre el asiento y me ofreció una mueca guasona.
─Puedo comprender que estés habituada a hacer las cosas como tú digas y a que los demás te besen el culo, pero sinceramente no entiendo tu empeño en meterte en problemas a estas alturas.
Me tensé ante la reflexión espontánea y sincera que había hecho sobre mí misma.
─Mírate ─por supuesto que no lo hice. Clavé los ojos en él, y lo reté a que continuara─: lo tienes todo, y aún así no estás satisfecha. Eres la abogada más respetada de todo Seattle, y definitivamente esto que estás haciendo no es necesario.
─Tú no lo entiendes.
─¿Entender qué? ¿Qué te puede ese maravilloso ego que te hace creer que eres más lista que el resto?
Solté una carcajada ácida y me mordí los labios.
─¿Tan extraño te parece que quiera salvar la vida de un hombre inocente? ─le pregunté herida.
Jack me miró, y no dio muestras de sentirse arrepentido por soltar aquellos insultos velados. Yo, por el contrario, estaba roja de indignación. No podía creer que él se tomara tanta libertad para juzgarme. Él tampoco era la mejor persona del mundo, y yo no me sentía quien para juzgarlo, pese a todo.
─Me parece extraño que quieras jugarte el pellejo por un tipo que no merece la pena. Piensa en la gente que te quiere.
No tenía derecho a nombrar a mis seres queridos, y aquel comentario fue la gota que colmó el vaso.
─Déjame en paz.
─Me temo que no puedo ─se sinceró con resignación.
Lo miré asombrada, y él se encogió de hombros con una sonrisa.
─Estoy preocupado por ti ─admitió.
─No tienes derecho a decir esas cosas ─musité.
Lo miré a los ojos por segunda vez. Él no había apartado los ojos de mí. Su mirada grave me encendió, y sentí que cada vez que lo tenía cerca me sentía viva, deseada y querida. Era una sensación extraña aunque placentera teniendo en cuenta quien la provocaba.
─Tengo derecho a decir todo lo que se me pase por la cabeza, pese a que te incumba a ti. Pese a que te ofenda. Alguno de los dos debe decir lo que siente.
─Me ofende que mientas.
Se inclinó hacia mí y me observó con peligrosidad.
─Te tengo encerrada en mi puto coche porque me acojona que salgas a la calle y jamás vuelva a verte ─me soltó con los dientes apretados, casi rozándome los labios.
Se me aceleró el pulso al escuchar sus palabras.
Pegó su boca a la mía, y habló sobre mis labios.
─¿Te crees que soy un mentiroso?
Aparté la mirada y le hablé entre dientes.
─Te he dicho que me dejes en paz.
Sólo necesitaba algo tan sencillo como eso. Que me dejase en paz. No podía soportar sus mentiras durante más tiempo. Fingir que yo le importaba y que se preocupaba por mi bienestar me otorgaba esperanza, y no quería anhelar aquella sensación de sentirme amada que tanta falta me hacía.
Me alejé de él todo lo que me permitió la dimensión de su coche, por eso me sorprendió tanto cuando en un arranque de exasperación él me atrapó entre sus brazos y me acercó hacia sí, prohibiéndome que lo ignorara durante más tiempo. Sostuvo mi rostro entre sus manos, y sentí sobre mis mejillas sus palmas cálidas y fuertes.
─Ahora resulta que vas a huir cuando escuchas algo que no estás dispuesta a aceptar.
Tenía razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo.
─¿Te parezco la clase de persona que huye?
─Ya me lo has demostrado esta mañana, Pamela. Qué absurda eres.
Agarré sus antebrazos para apartarlo de mí, si bien, por alguna extraña razón dejé mis manos sobre su cuerpo, y me negué a mí misma la orden de soltarlo.
─Si soy tan absurda, no entiendo por qué te preocupas por mí. Es evidente que eso te supone un verdadero fastidio.
Suspiró y dijo:
─No elegimos de qué preocuparnos, entre otras cosas.
─En eso te doy la razón.
Sus pulgares me acariciaron los pómulos en lo que me pareció un toque anhelante y casi desesperado por convencerme.
─Mantente al margen, y vete a tu casa.
Sabía que era un consejo, pero decidí tomármelo como una orden indeseada.
─¿O si no qué? ─lo desafié.
─No me hagas decir algo de lo que me arrepienta. No soy esa clase de hombre.
─Y yo no soy la clase de mujer que acata órdenes absurdas. Abre la maldita puerta del coche.
─¿O si no qué?
Esta vez, tragué el nudo que se había formado en mi garganta, y aparté sus manos de mi cuerpo con mayor delicadeza de la debida. Cerré los ojos por un instante al percatarme de que sus dedos se deslizaron por mi rostro hasta llegar a mis labios. Fue la caricia más ardiente y extraña que me habían otorgado nunca.
¡Qué fastidio! Mientras que para mí suponía un verdadero acopio de valor pedirle que se apartara de mí cuando lo único que deseaba es que no parara de tocarme, para él no era más que un juego de seducción en el que yo era otra más de su lista de amiguitas con derecho a roce.
─Tengo que irme a casa.
─Ya te oí la primera vez ─respondió cabreado.
Me encogí de hombros, esperando con diligencia a que él se dignara a abrir la puerta del coche. Al parecer, le costó un tiempo que a mí me resultó excesivo tomar la decisión de dejarme marchar. Cuando abrí la puerta y puse un pie en el suelo sin mirar atrás, él me llamó con frialdad.
─Pamela ─mi nombre en sus labios fue una palabra grave, entonada por obligación.
Me detuve sin ganas para escuchar lo último que tenía que decirme.
─Conduciré detrás de ti para cerciorarme de que llegas a tu casa.
Me mordí el labio, irritada por su sobreprotección. Estaba acostumbrada a decidir por los demás, y no de que fuera al contrario. De hacer y deshacer a mi antojo sin que a nadie pareciera importarle.
─No es necesario.
─No te estaba pidiendo opinión ─atajó, poniendo el coche en marcha.
A pesar de que ya no me observaba, lo calciné con la mirada y cerré de un portazo. Habría jurado escuchar su risa áspera mientras caminaba hacia mi coche, si bien, estaba tan malhumorada por su orden inquebrantable que me empeñaba en ver fantasmas donde no los había.
Me senté en el asiento y arranqué el vehículo con la intención de pisar el acelerador y dejarlo atrás, mas luego recapacité y sacudí la cabeza. Me coloqué tras la oreja los rizos cobrizos que habían caído sobre mis ojos mientras me recordaba a mí misma la sensatez de la que siempre presumía. Desde luego, no iba a provocar un accidente automovilístico por un berrinche ocasionado por el impresentable de Jack fisher.
De repente, el pensamiento crudo de que él falleciera se me antojó triste y cercano, como si el hecho de poder perderlo me provocara una congoja difícil de asimilar.
Cerré los ojos y tragué las lágrimas que me apretaban la garganta. Sentí ganas de llorar y gritar, y tuve que apoyar la cabeza sobre el volante para tranquilizarme y reprimir los sollozos que amenazaban con derrumbar mis murallas inquebrantables.
─No hay quien me entienda... ─musité acongojada.
Quise asegurarme a mí misma que esto no era por Jack, sino por todas aquellas personas que me juzgaban sin conocerme. Por los amigos que nunca tuve, y por la familia que me criticaba entre miradas silenciosas. Adoraba mi trabajo, me sentía realizada como persona, pero una parte de mí anhelaba ser querida sin importar el resto.
¿Por qué las personas que me conocían hacían prevalecer a la Pamela Blume abogada sobre la mujer sencilla y apasiona que era en realidad?
Jamás me había importado la opinión de los demás, pero empecé a comprender que el criterio de Jack suponía un punto de inflexión en mi autoestima. En mis prioridades.
Ajusté el espejo retrovisor hasta colocarlo en el ángulo correcto para observarlo. No me estaba mirando en ese momento, pero como si pudiera notar la mirada acusadora que le estaba dedicando en aquel instante, alzó la cabeza y encontró mis ojos. Me saludó con una sonrisa desagradable, y yo hice lo mismo. Luego, porque necesitaba provocarlo, me llevé dos dedos a los ojos y a continuación a la carretera diciéndole sin palabras que mantuviera la vista fija en el frente.
Por mi parte, acaté la orden silenciosa que le había dado a Jack, y conduje de camino hacia mi casa con la vista fija en el frente y las manos apretadas en torno al volante. Ni siquiera fui consciente de que, sumergida en mis propios pensamientos, tomé el camino más largo hasta llegar a mi hogar.
Retiré las llaves del contacto, y en el instante en el que puse un pie en la acera, escuché un algarabía de voces en el interior de la casa, seguido de un estruendo por el inconfundible sonido de la rotura de cristales. Cerré la puerta del coche y corrí hacia la entrada seguida de cerca por Jack, quien me exigió que me detuviera, con toda probabilidad preocupado de que hubiera asaltantes en mi casa.
Abrí mucho los ojos al contemplar los restos de lo que había sido un jarrón de porcelana, y que segundos antes atravesó la ventana para caer sobre el césped. Apreté los labios, resignada ante lo que me esperaba, y detuve a Jack con un movimiento de mano, pues se mostraba lívido aunque impasible ante lo que acababa de observar.
─Será mejor que te marches. Lo que pasará ahí dentro no va a ser agradable, y no tienes por qué verlo ─le pedí, rogando en mi interior que por una vez él tomara en serio mi opinión.
─Desde luego que no me muevo de aquí. ¿A quién tienes ahí dentro? Si esa es la persona que te estaba esperando, me niego a dejarte sola con semejante bárbaro.
Suavicé una sonrisa al comprender que él sólo estaba preocupado, lo cual era lógico teniendo en cuenta lo que acababa de ocurrir.
Fue el mejor momento para que Roberto, que parecía un armario empotrado, abriera la puerta de golpe y me dedicara un gesto de cabeza apremiante para que entrara. Parecía exhausto y desolado, como si la situación lo superara y se le hubiera escapado de las manos.
─Menos mal que estás aquí. He escuchado el sonido del motor, y he sentido que estaba en la gloria. No soy capaz de controlar a esa chiquilla ─, se disculpó con pesar, aunque él no tenía la culpa de lo sucedido.
Le puse una mano encima del hombro para tranquilizarlo.
─Siento haberme demorado tanto, pero había alguien que recababa mi atención ─sentí que Jack clavaba los ojos en mi nuca, pero me dio exactamente igual. Se lo tenía merecido por el comportamiento despótico y sin fundamento de hace unos minutos ─. No tendría que haberte dejado a cargo de semejante responsabilidad. Lo lamento.
─Los amigos están para ayudar, querida.
Sí, eso es lo que era Roberto.
Jamás me había atrevido a mencionarlo en voz alta por miedo a sentir rechazo, pero Roberto y algunos de mis clientes más ambiguos eran lo más cercano a un amigo que alguien como yo podría conseguir nunca.
─¿Quieres que me quede? ─se ofreció, al percatarse de que entraba dentro de casa seguida por Jack, a quien no había invitado.
─No es necesario. Ya la ayudo yo ─replicó Jack, poniéndose en medio de ambos.
Parpadeé perpleja, y me crucé de brazos al percatarme de que estaba echando a Roberto de mi propia casa. Sin duda, Jack Fisher tenía un ego mayor del que me había culpado a mí. Resoplé, y la absurda idea de que Jack pudiera sentir celos del grandullón de Roberto me hizo delirar de la risa.
─Llámame si necesitas cualquier cosa ─me pidió Roberto, quien no quitó la vista de encima a Jack.
Le acaricié el brazo y lo conduje hacia la salida con premura al escuchar el estropicio que Molly estaba produciendo en la planta de arriba.
─Cuídate Roberto.
─Lo mismo te digo. No olvides que tienes una cita en casa de mi madre. Se alegrará de verte ─. Me guiñó un ojo y se despidió con un beso en mi mejilla que recibí con una sonrisa.
Al cerrar la puerta, me encontré con la expresión tirante de Jack. Los ojos le brillaban con una emoción peligrosa y casi violenta. Pasé por su lado y le rocé el hombro sin detenerme, pues tenía cosas más importantes que hacer que ponerme a discutir con él sobre algo que no era de su incumbencia.
Me siguió al tiempo que me hablaba a mi espalda.
─¿Quién es ese tipo ? ─exigió saber. Al ver que no me detenía, me arrinconó contra la pared y me detuvo con su propio cuerpo. Sus labios rozaron la piel de mi cuello, y su expresión anhelante, casi desesperada, me consumió de ternura─. Y por lo que más quieras, ¿Por qué vas a ir a cenar a casa de su madre?
Escuché el sonido inconfundible de otro jarrón de porcelana caer al suelo, y resoplé con inquietud. Por su parte, él no movió ningún músculo. Estaba demasiado tenso y pegado a mí para hacerlo.
─¿Quién te crees que eres para hacerme ese tipo de preguntas? ─repliqué aireada.
Se mordió el labio, quizá en busca de un poco de serenidad. A mí me resultó el gesto más sexy y masculino del mundo. Su labio húmedo y enrojecido me resultó tentador, y por un momento no pude observar otra cosa.
Colocó su rostro a escasos centímetros del mío, y su boca casi rozó mis labios.
─Tu marido.
Asentí con los ojos cerrados, bastante aturdida. Cuando los abrí, Jack se había separado considerablemente de mí, y se mesía el cabello con ambas manos, tan afectado como yo.
─Te lo estás tomando muy en serio teniendo en cuenta que estás deseando quitarme de encima.
Me miró extrañado, y pareció sincero. Luego esbozó una expresión cercana al resentimiento.
─No tienes ni idea de lo que dices.
─Ese es el problema, que lo sé todo.
Le dí un empujón sin querer al subir las escaleras para ir a ver a Molly. Él me agarró la muñeca y me dejó a medio camino, sobre su pecho, el mismo en el que había encontrado un lugar acogedor y cálido hacía unas horas.
─No hemos terminado.
─Tengo cosas más importantes que hacer que seguir discutiendo contigo ─le aseguré, y era la verdad.
Echó una mirada hacia arriba, y frunció el entrecejo con desconfianza.
─No voy a dejar que entres sola a esa habitación. Sea lo que sea que guardes ahí dentro, puede esperar.
Con las dos manos, lo agarré del cuello de la sudadera y lo acerqué a mi cara. Apreté la mandíbula y le hablé sin tapujos.
─Cuidado ─le advertí indignada─. La persona que está ahí dentro me importa demasiado, así que guárdate tus críticas estúpidas y lárgate por donde has venido. No voy a permitirte que la insultes, aunque te creas mejor que yo o que nadie.
Lo solté de un empujón y subí las escaleras a toda prisa, sin darle tiempo a reaccionar. Tomé aire para hacerme a la idea de lo que se me avecinaba, pues no era la primera crisis de Molly a la que me enfrentaba, y de un empellón abrí la puerta para pillarla con las manos en la masa. Mi habitación estaba hecha un desastre.
El papel de las paredes arrancado, los cajones abiertos, la ropa arrugada y tirada por el suelo, y Molly sujetando el cuadro con la fotografía de mis sobrinas. Sin alterarme, extendí una mano y le hablé con inusitada calma.
─Si lo rompes, lo lamentarás y te juro que jamás podré perdonártelo. Es muy importante para mí.
***
Molly temblaba y sudaba a mares. El cabello se pegaba a su frente húmeda; lucía pálida y demacrada, y en su semblante nada quedaba de la joven resuelta y llena de vida que conocí la primera vez que la vi hacía varios años.
Me moví para dejarle espacio en la cama, pero ella agarró mi mano en un gesto ansioso para que no me alejara de su lado. No era la primera vez que pasábamos por esto, pero rezaba para que fuera la definitiva. De todos sus cuadros de abstinencia, este se me presentó como el más difícil de sobrellevar.
En la puerta, Jack permanecía impasible en silencio. Parecía fuera de lugar, y de hecho lo estaba. Acaricié el rostro de Molly al tiempo que lo apremié con histeria.
─O te mueves o te largas. Ahí parado no haces nada ─le espeté, con mayor acritud de la que hubiera deseado.
Asintió desconcertado para luego acercarse hacia donde me encontraba con demasiada torpeza para tratarse de ese Jack Fisher al que conocía de sobra.
─Sólo dime que es lo que tengo que hacer ─resolvió, echándole a Molly una mirada preocupada.
─Trae paños, un cuenco de agua y algunas chocolatinas. En la cocina lo encontrarás todo.
Se marchó solícito con la intención de ir a buscar lo que le había pedido, dejándome a solas con Molly, quien se retorció sobre las sábanas. Tenía la expresión ida y sollozaba desesperada. Pese a que me habría gustado aliviar su sufrimiento, no existía manera de que yo pudiese aplacar los temblores que se apoderaban de su escuálido cuerpo.
─No te vayas de mi lado, por favor..., tengo mucho miedo ─me suplicó entre sollozo y sollozo.
Le sostuve la mano fría como el mármol, y deposité un beso sobre su frente mientras le acariciaba el cabello.
─Hemos pasado por muchas cosas juntas, y esto también lo superaremos.
─Vete a la mierda, Pam.... ¡A la puta mierda! ─tras su espontáneo estallido de rabia, pareció regresar a sus cabales y me dedicó una mirada suplicante─. Pero en ese sitio voy a estar sola. No voy a ser capaz de conseguirlo...
La abracé y acerqué mis labios a su oído.
─Lo serás. Eres una chica muy fuerte, Molly.
─No lo soy. Mientes para hacerme sentir mejor. Prométeme que vendrás a visitarme, ¡Prométemelo!
Le aseguré que así lo haría mientras trataba de tranquilizarla. En un arranque de ansiedad, Molly intentó levantarse balbuceando palabras sin ningún sentido. Carecía de la fuerza necesaria para sostener el cuerpo de aquella joven que era capaz de arramblar con todo, por ello agradecí que Jack apareciera en ese instante, y tras depositar todo lo que le había pedido sobre la mesita de noche, me ayudara a tumbar a Molly en la cama.
Me sorprendió que fuera capaz de tratarla con tanta ternura, e incluso que no sintiera deseos de retirar la mano cuando Molly se la agarró con angustia. Todo lo que hizo fue permanecer a nuestro lado sujetando a Molly para que no se escapara.
Aproveché para humedecer un paño en el barreño de agua y colocarlo sobre la frente de Molly, quien suspiró aliviada y se sumió en un sueño que sabía que no le duraría demasiado. Al confirmar que se había quedado dormida, saqué todos los objetos punzantes de la habitación con los que podía hacerse daño a sí misma. Al pasar frente al espejo, apreté los labios y me dirigí a Jack.
─Ayúdame a descolgar el espejo. Yo sola no puedo.
─¿Qué mal podría hacerle un espejo?
─En su estado, yo tampoco querría ver mi reflejo. Además de lo obvio, podría autolesionarse con un trozo de cristal si llegase a romperlo.
Jack puso mala cara.
─¿De veras crees que podría hacer eso?
─Prefiero pensar que no, pero no sería la primera vez que soy consciente de que alguien que se está desintoxicando intenta autolesionarse a la menor oportunidad.
En cuanto logramos descolgar el espejo y sacarlo de la habitación, fui consciente de que Jack no me quitaba la vista de encima. Parecía aturdido e interesado a partes iguales, por lo que me crucé de brazos y enarqué las cejas.
─¿Qué pasa?
─¿Para qué son todas esas chocolatinas que he dejado sobre la mesita de noche?
─Ah, eso. Durante el consumo pierden el apetito, pero con la abstinencia pueden experimentar un hambre inusitada. Si se despierta, que lo hará, será mejor que tenga a mano algo que le apetezca ver, ¿No crees?
Pareció asombrado de que tuviera su opinión en cuenta.
─Supongo ─respondió, sin saber qué decir─.Admito que estoy pasmado, y lamento haberme quedado ahí como un pasmarote, pero no tenía ni idea de lo que hacer.
─Es comprensible.
Le coloqué una mano en el hombro, y él la sostuvo de manera instintiva. Al hacer el intento de apartarme, no la soltó y se aproximó hacia mí.
─¿Por qué sabes cómo actuar en una situación como ésta?
─Durante unos años, fui voluntaria en un centro de toxicómanos. No tienes ni idea de lo que puedes llegar a aprender ─eché un vistazo a la habitación en la que Molly dormía en apariencia tranquila. Sabía que por dentro estaba sufriendo, y me torturaba conocer que no podía hacer nada por ayudarla ─. De todos modos, nunca imaginé que tuviera que ayudar a una persona a la que quiero. No es la primera vez que Molly se enfrenta a una crisis, pero espero que sea la definitiva. Por eso necesitaba obligarla a que entrara en un centro de desintoxicación. Por su propia voluntad no duraría más de un día, así que nada mejor que la ley para hacerla entrar en razón, ¿No te parece, fiscal Jack Fisher?
A pesar de que seguía impasible, vislumbré un rastro de arrepentimiento en su ceño fruncido.
─Esa chiquilla no es como esperaba. La pobre está indefensa y sólo te tiene a ti.
─Lo dices como si fuera algo malo ─mascullé.
─No maquilles mis palabras ─gruñó molesto. Me acarició la mano mientras me hablaba ─. Tenerte es lo mejor que le ha pasado en la vida. Me alegro por ella, al menos en esa parte.
A pesar de que sus palabras me afectaron y consiguieron estremecerme, fingí altivez e indiferencia al alzar la barbilla para responderle.
─Qué bonito, Jack. Me alegro de que esa chiquilla te haya hecho entrar en razón. Apuesto a que ahora piensas que soy un poquito menos mala, incluso puede que te convenzas de que tengo corazón ─le solté, maldiciendo para mí misma al percatarme de que aquella frase denotaba resentimiento y un profundo dolor.
─La única equivocada aquí eres tú, Pamela ─me soltó de repente, y se alejó con molestia.
Parpadeé alucinada por su reacción, pues no era lo que esperaba.
─Estás empeñada en lucir como una arpía a mis ojos, probablemente porque piensas que yo soy el peor hombre del mundo. Pero por mucho que te empeñes, sé que ahí dentro se esconde una buena mujer. Te pese a ti, y le pese a quien le pese ─dijo con ira apenas contenida.
Me asombré ante la seguridad de sus palabras. Le pese a quien le pese...; sí, a mí me pesaba, desde luego.
─En el coche no parecías pensar lo mismo ─lo acusé, deseando que fuera incapaz de rebatirlo.
─Cuando me enfado digo cosas que no siento.
─¿Significa que estás arrepentido?
─Y que quiero pedirte perdón. No tenía ningún derecho a juzgarte tan a la ligera.
─Vaya... vaya... El gran Jack Fisher bajándose de su pedestal.
─Bájate tú de tu pedestal de altivez y falsa frialdad y hazme caso de una puñetera vez.
Me aparté de él con rabia y le coloqué un dedo en el pecho para que no se atreviera a decir ni una sola palabra. Maldito fuera Jack, su zalamería, sus palabras falsas y todo lo que le rodeaba. Maldita fuera yo por creerlo, y por desear que todo lo que saliera de su boca fuese verdad.
Bajé las escaleras a toda prisa sin rumbo alguno, con la intención de perderlo de vista y escapar de su influjo, que no me dejaba pensar ni actuar con claridad.
No tardó en volver a hacer aparición, interceptándome frente al sofá.
Parecía haber perdido la paciencia, lo cual era perfecto teniendo en cuenta que yo carecía de dicha cualidad, además de que en aquel momento me sentía herida.
─Seguro que tampoco te imaginabas que era voluntaria en un centro de toxicómanos ─solté con inquina ─. Oh, espera, ¿Cómo los llamas tú? ¿Yonkis?
Se llevó las manos a la cara y se frotó el rostro con desesperación. Su actitud me detuvo de realizar cualquier otro comentario ácido. Al apartarse las manos del rostro, clavó los ojos en mí.
─Déjalo ya, ¿Quieres?
─¿Dejar el qué?
─Probar que eres mejor que yo. No me interesa, de verdad que no ─parpadeé atónita al sentir que se acercaba a mí. Tuve que agarrarme a él porque estuve a punto de caerme sobre el sofá por tenerlo tan cerca─. Somos muy distintos, ¿Y qué? ¿Qué más quieres probar?
─Que te vayas de mi casa, por ejemplo.
─No.
─¿No?
─No seas orgullosa. Necesitas ayuda con esa chiquilla, y no voy a dejarte sola.
─Puede ser, pero estoy demasiado enfadada como para pedirte que te quedes.
─No hace falta, porque ya lo he decidido ─me dio la sensación de que miró mis labios con deseo, pero dado que lo tenía tan cerca y era incapaz de actuar con claridad, bien podría habérmelo imaginado─. Déjame pedirte perdón.
Aquella súplica inesperada, carente de suficiencia, realizada por la simple necesidad de hacerme sentir mejor, consiguió alelarme. Pese a todo, continué en mis trece.
Traté de apartarme,
pero él no me lo permitió. Fruncí los labios con desagrado y lo
observé con una rabia que me consumía.
─Eso es nuevo. Nunca tienes en cuenta mi
opinión, y ahora exiges mi permiso para algo que no lo
necesitas.
─A mi manera ─me robó un beso mientras me
tendía sobre el sofá.