CAPÍTULO DIECISIETE
Sanatorio Waverly Hills, Louisville, Kentucky , 11 de Marzo de 2013
De madrugada, para no levantar sospechas, acudo a la enfermería con la excusa de un fuerte dolor de estómago. Veronica me está esperando en la entrada. Tiene la expresión apurada, como si supiera que está saltándose las reglas pero no encontrara otro medio de calmar su conciencia. En cuanto me ve llegar, me arrastra dentro de la enfermería mientras coloca la mano sobre mi frente, fingiendo que me toma la temperatura. Nada más cerrar la puerta, me suelta y suspira.
─Pamela Blume está muerta ─dice al fin.
Ni siquiera reacciono al escuchar aquellas cuatro palabras que tienen tanto significado para mí.
─¿Y se puede saber cómo la han matado si yo estoy aquí? ─exijo saber.
Veronica sacude la cabeza, como si aquello careciera de importancia.
─Todo lo que sé es que conseguí tener acceso al registro de defunciones, y tu nombre aparecía como fallecida el día 27 de Febrero. Te han asesinado.
─¡¿Asesinado?! ─exclamo alterada. Aquello sí que me ha tomado por sorpresa. De hecho, no tiene ningún sentido.
─Sí, asesinado.
─¿Quién se supone que me ha asesinado?
─Jack Fisher. Ese es su nombre.
Sucede que mi mundo se paraliza en el instante que lo nombra.
─Jack... ─gimo su nombre en un sollozo incontenible.
Veronica, conmovida por mi reacción, coloca una mano en mi hombro que retengo poniendo la mía sobre la suya. No puedo creer que hayan metido a Jack en esto. A él no..., por mi culpa no...
─¿Es importante para ti? ─adivina.
─Es mi marido.
Me doblo en dos para abrazarme a mí misma. Ahora sí que es evidente la razón por la que Jack no ha removido cielo y tierra para encontrarme. Está en la cárcel, acusado de un crimen que no ha cometido, y a no ser que yo salga pronto de aquí, podrían condenarlo a la pena capital.
Siento pavor de solo imaginarlo. Una sensación desconocida me abrasa, desgarrándome por dentro. Jack no... él no... La desesperación me consume cuando enfilo directa a la puerta, con la intención de salir de allí para volver a Seattle y salvar a Jack, pero la mano de Veronica sostiene la mía.
─Sé lo que estás pensando, pero no lo hagas ─me sacudo para alcanzar la puerta, por lo que ella me zarandea con la intención de captar mi atención. Mis ojos desesperados encuentran los suyos, clamando por un poco de ayuda. Lo que encuentro, por el contrario, me convence de detenerme─. No sé en qué andas metida, pero quiero que entiendas una cosa. No estás en un centro cualquiera, Pamela. Este es el psiquiátrico con internos de nivel más peligrosos de todos los Estados Unidos. Quienes te han encerrado aquí quieren que desaparezcas para siempre. Y lo han conseguido. Tu marido está encarcelado por haberte asesinado, y tú estás encerrada en este lugar con el nombre de otra mujer que no ha existido. Si intentas huir, podrían tratar de matarte. No les costaría acabar con Jack, porque en la cárcel es un blanco fácil. Tampoco les costaría acabar contigo si intentas escapar. ¿Cómo se supone que vas a viajar desde Kentucky hasta Seattle sin ser descubierta?
¿Kentucky? ¿Me encuentro en Kentucky?
Siento que todo me da vueltas, por lo que me agarro al filo del escritorio en un intento por aclarar mis ideas. Pero en mi cabeza martillea el nombre de Jack. Desde luego que cuando me inmiscuí en la investigación de David O´connor creí que a la única persona que podía poner en peligro era a mí misma. El hecho de pensar en él, encerrado en una celda y presuponiendo mi muerte hace que estalle de dolor. Por primera vez en mucho tiempo, lloro como una niña pequeña que se siente perdida y desamparada. Tenía miedo de necesitarlo cuando ya lo hacía, y ahora que soy consciente de que mis últimos días fueron construidos en torno a él, echo de menos todo lo que nos unía.
─No me puedes pedir que me quede aquí. No puedes pedirnos... ─me llevo las manos al vientre. Ahora pienso en plural. En el bebé que guardo en mi interior y del que Jack es el padre.
Nuestro hijo.
Nuestro.
Veronica lleva sus manos a mi vientre, por lo que trato de apartarla en un gesto de instinto maternal que me nace desde el interior. Estoy conectada a un ser minúsculo que brama por su vida. Ambos queremos volver a ver a Jack. Abrazarlo. Sentirlo. Amarlo.
─Sólo quiero... ─deja la mano en el aire, pidiéndome permiso con la mirada. Al final asiento, dejando que sus dedos acaricien mi vientre plano─. Yo... entiendo que no lo hubieras dicho antes en tu situación.
─Necesitamos salir de aquí, Veronica.
─Lo sé, pero no me he atrevido a hablar con la policía. Desconozco la magnitud del problema, pero he supuesto que las personas que te han encerrado en este lugar tendrían grandes influencias cuando han conseguido hacerte desaparecer de una manera tan certera sin levantar sospechas.
─Has hecho bien, porque de haberlo intentado, te habrías puesto a ti en peligro. E incluso...
Prefiero no pensarlo, por lo que arrugo la frente para apartar aquel pensamiento.
─Creí que lo oportuno sería pedirle ayuda a alguien en quien confíes, pero debes saber que puedes ponerlo en peligro.
Lo sé, por lo que no puedo ser egoísta exponiendo a mi familia de aquella manera. Prefiero que sigan creyendo que estoy muerta antes de colocarlos en una situación comprometida. Entonces, caigo en la cuenta de que existe una persona de la que nadie sospecharía. La misma que estará encerrada en un centro de desintoxicación durante los próximos meses.
─Hay una chica llamada Molly. Nadie sospechará de ella, porque está encerrada en un centro de rehabilitación. Si la llamo por teléfono, ella sabrá lo que hacer.
─Pero hasta que Molly le cuente a todo el mundo que estás viva y puedas salir de aquí, prométeme que no harás ninguna locura. Si descubren que intentas escapar, no les será difícil acabar contigo en un sitio como éste. Uno en el que muchos internos se suicidan de vez en cuando...
─Molly no tardará más de un par de horas en sacarme de este lugar. Ella sabe con quien tiene que hablar y lo que tiene que hacer ─le digo, recobrando la esperanza.
Veronica asiente, y me ofrece el teléfono para que marque el número. Antes de hacerlo, arrugo el entrecejo y caigo en la cuenta de que es imposible que nadie haya reconocido mi cadáver. No entiendo cómo han logrado darme por muerta sin la existencia de un cadáver sin identificar. Empiezo a tener una ligera idea que me pone enferma, por lo que me atrevo a preguntar para salir de dudas.
─¿Quién ha reconocido mi cadáver? Quiero decir... el cuerpo...
Primero observa mi vientre, y luego me mira a mí.
─Eso no importa ahora. Tranquila.
Fuerza una sonrisa que no me creo, por lo que empiezo a sentirme mal. No sé lo que ha sucedido, pero intuyo que sea lo que sea es algo malo. No puede haber nada peor que el hecho de que Jack esté en la cárcel. No...no puede.
─Pamela... ─sonrío al escuchar mi nombre, pues llevo demasiado tiempo sin oírlo. Se acabó escuchar el nombre de Rebeca. Lo sé, porque Molly va a sacarme de aquí. Confío en Molly. Siempre lo he hecho ─, en tu estado será mejor que no...
La puerta de la enfermería se abre, por lo que me apresuro a pasarle el teléfono a Veronica, quien lo agarra en el instante en el que el Doctor Moore pasa al interior de la habitación. Primero dirige una mirada insidiosa a ella. Luego clava los ojos en mí.
─Me han comentado que Rebeca no se encontraba bien, por lo que me gustaría inspeccionarla.
Denoto una doble intención en esa frase que me pone los pelos de punta, por lo que me pego a Veronica ocultando el teléfono que ella se apresura a guardar en su bolsillo antes de que el Doctor Moore se percate de lo que está haciendo.
─No te preocupes, yo atenderé a Pamela ─se ofrece, interponiéndose entre ambas.
Veronica y yo intercambiamos una mirada alarmante.
─Doctor Moore, no es necesario. Yo puedo encargarme, y su turno acabó hace...
─Soy el director de este psiquiátrico ─responde contundente, y ella aprieta los labios. La amenaza del Doctor Moore da resultado─. Dos de sus compañeras necesitan ayuda para calmar al paciente de la ciento ocho.
Veronica asiente, me ofrece una mirada de disculpa y se marcha. Veo como la puerta se cierra en un chirrido que me estremece, pero en realidad, tanto el Doctor Moore como yo sabemos que no quiero estar a solas con él. Desconfío de él, y soy la clase de persona que sabe que debe fiarse de su instinto.
Percibo que se sienta en el borde del escritorio, cruza los brazos y me observa durante un rato que se me hace eterno. Por mi parte, me afano en ignorarlo fingiendo que mi postura es fruto de mi rebeldía, pues ahora más que nunca, quiero fingir que soy una paciente inestable que merece estar encerrada.
─¿Qué es lo que le sucede, Rebeca?
─Me ha sentado mal la cena.
─Podría tratarse de un síntoma de reflujo gastroesofágico, por lo que debería hacerte un endoscopia para comprobar que todo anda bien.
Me da la sensación de que intenta provocarme, por lo que finjo una sonrisa y me doy la vuelta. Una endoscopia es lo último que necesito estando embarazada, y estoy segura de ser capaz de matar al Doctor Moore con mis propias manos si le hace daño a mi bebé.
─El apio no me sienta muy bien..., ya se lo dije a una de las enfermeras. Pero ahora me encuentro mucho mejor.
El semblante del Doctor Moorse se ensombrece, por lo que descubro que algo va mal. No se ha tragado mi mentira. Se incorpora hasta quedar a mi altura, camina hacia mí y coloca sus manos a cada lado de mi estómago. No baja la mirada mientras lo hace, ni yo me lo permito a mí misma, pese a que quiero apartarme de él para que deje de tocarme de esa manera.
Aprieta a ambos lados, ejerciendo una presión constante sobre mi vientre, hasta que ya no puedo más. Doy un paso hacia atrás, aparto sus manos de mi cuerpo y me cruzo de brazos, como si con el gesto pudiera defenderme.
─Ya le he dicho que me encuentro bien.
─No crea que no sé lo que está haciendo, Rebeca.
─No sé de qué me habla ─me mantengo en mis trece.
─Intenta convencer a Veronica con sus mentiras, pero no es más que una paciente con un trastorno de la personalidad. Una mentirosa compulsiva ─finjo una actitud altanera antes sus palabras, pero él continúa. Insiste. Persiste en su empeño y no sé por qué lo hace─. ¿Y si su vida no fuera más que una mentira? ¡Despierta, Rebeca! Tú sitio está aquí.
─Este no es mi lugar.
─Tu lugar está donde yo te diga ─determina rabioso.
Y entonces sucede. Exterioriza todo lo que llevaba conteniendo y se desprende de la máscara del doctor correcto y educado que en realidad no es.
El doctor Moore da un paso hacia mí y estira el brazo hasta que sus dedos recorren mi mandíbula en una caricia que debería estarnos prohibida. Ahogo la respiración, me temo que por las razones equivocadas, pues su comportamiento consigue asquearme. Siento su mirada pesada, oscurecida, hambrienta... recorriendo cada parte de mi cuerpo con inusitada lascivia, hasta que empuja su cuerpo contra el mío y duda. Duda durante lo que a mí me parece una eternidad. Ni siquiera lo retiene el hecho de que aparto la cabeza y rehuyo su mirada, rechazándolo con verdadero horror. Primero se acerca con cierta vacilación, oteando mi respuesta como si necesitara atisbar mi deseo, que no mi permiso. Cuando no lo encuentra, suelta un gruñido y atrapa mi boca con violencia. Golpeo mis puños contra su pecho mientras él saquea mi boca sin concederme tregua. Enfurecida, atrapo su labio con mis dientes hasta que saboreo el gusto metálico de su sangre. Solo entonces se separa de mí. Percibo su expresión desquiciada, los ojos oscurecidos por la pasión interrumpida y algunas gotas de sudor que salpican su rostro enrojecido. Sin apartar la mirada de mí, se lleva una mano a la boca y descubre la sangre que mancha sus dedos. Ladea una sonrisa asquerosa, se recompone la ropa y chasquea la lengua contra el paladar, como si desaprobara mi comportamiento.
─No olvides que somos culpables de nuestras propias acciones ─advierte, con una calma que me pone los vellos de punta─. Son nuestros actos los que determinan nuestro destino, y tú acabas de sentenciar el tuyo.
─¿Me puedo ir ya? ─insisto, como si no lo hubiera escuchado.
Me siento mareada ante su actitud, y sé que llevo todas las de perder si continúo con él en la misma habitación. Por mucho que insista, nadie me creerá si digo que Michael Moore ha intentado abusar de mí.
─Si insiste en jugar con fuego, pondrá en problemas a mucha gente. Veronica es una excelente trabajadora, y no me gustaría que tuviera problemas por creer en sus mentiras.
─¿Me está amenazando?
─Soy el director de este psiquiátrico. Las amenazas me son innecesarias.
─En ese caso déjeme marchar.
Da otro paso hacia mí.
─¿Qué tal duerme por las noches?
Empiezo a estremecerme, pues no comprendo cómo sabe tantas cosas sobre mí.
─Perfectamente. Gracias.
─¿Tiene pesadillas, Rebeca?
Sacudo la cabeza, a pesar de que es mentira.
─¿No hay nada que la aflija por las noches?
─En absoluto.
─La culpa la atormenta y es incapaz de conciliar el sueño.
Quiero que se calle.
─¡No sabe nada de mí, asqueroso sádico abusador de mujeres! ─exploto.
Mete la mano en el bolsillo de su bata blanca, del que saca una caja de pastillas idénticas a las que yo utilizaba hasta hace no demasiado tiempo para dormir por la noches. Agita la cajita delante de mis narices, por lo que el sonido de las píldoras es lo único que se escucha en el silencio de la habitación, hasta que su voz monótona vuelve a la carga.
─La benzodiacepina es un medicamento que se prescribe para la ansiedad y el insomnio, y usted es incapaz de dormir cuando oscurece, Rebeca ─trato de ignorarlo, pero soy incapaz de no clavar la vista en la caja que sacude frente a mis ojos─. La benzodiacepina es un medicamento muy peligroso que no debe ser utilizado por un amplio periodo de tiempo, pero tú llevas años tomándola.
¿Qué pasó en aquella farmacia cuando se negaron a venderte las pastillas sin receta?
Me quedo callada, pues sé que está intentando confundirme. Pero recuerdo la noche a la que se refiere, y lo que sucedió después. La razón por la que supuestamente estoy encerrada en este lugar.
─La adicción a la benzodiacepina produce temblores, insomnio, depresión, comportamientos violentos..., comportamientos como los que usted tuvo el día en el que se negaron a venderle la receta.
─Aquel día solo me defendí... ─trato de justificarme.
─Está aquí porque intentó asesinar a una mujer.
─¡No!
─Está aquí para curarse, señorita Devereux ─me quedo paralizada, por lo que él aprovecha ese instante de debilidad para atraparme entre sus brazos. Mi vientre se pega al suyo, me retuerzo bajo su agarre y comienzo a chillar. Pataleo, me resisto e intento morderlo. Pero él continúa ─. Déjame curarte, Rebeca.
─¡Cállase! ─le exijo, superada por la situación.
Necesito que deje de decir mentiras, porque me estoy volviendo loca y ya no sé en lo que creer. Los acontecimientos de aquella noche acuden a mi mente, y me encuentro de golpe en aquella farmacia. Aquella noche de febrero tras haber discutido con Jack.
Temblaba de la cabeza a los pies cuando me acerqué a la caja registradora con un fajo de billetes en la mano. Tenía el cuerpo sudoroso y frío, el cabello pegado a la frente y un aspecto que poco tenía que ver con la mujer de aspecto impecable a la que tenía acostumbrado a todo el mundo. Pero por dentro, mi mundo se desmoronaba a pasos agigantados. Podía fingir que había recobrado la confianza en mí misma, sin embargo, algo tan simple como una discusión y un montón de gritos podían mermar mi seguridad.
─Señorita, no puedo atenderla si no tiene la receta ─me informa la cajera.
La asesiné con la mirada, hasta que me acordé de Jack, y sentí que era capaz de odiarlo por lo que acababa de hacerme. No tenía derecho a convencerme de dejar las pastillas. No debió tirar todas mis recetas firmadas por un médico que era mi cliente. Uno de aquellos que no preguntaba y aceptaba un descuento en mis honorarios por extenderme una receta a finales de mes.
¿Por qué me había hecho esto? ¡Por qué!
Desoí la voz que clamaba en mi interior. Aquella que me gritaba que lo había hecho porque quería protegerme de mi peor enemigo. La que vivía en mi cuerpo, se alimentaba de mis peores miedos y me impedía avanzar. Quería protegerme de mí misma, como yo quería proteger a Molly de sí misma.
Aireada por la falta de pastillas, derrumbé un armario de productos capilares. Los envases se reventaron contra el suelo, el líquido gelatinoso bañó mis pies y patiné hasta caerme de culo. Alguien se acercó para brindarme su ayuda, pero la rehusé de malas maneras y eché a correr. Estaba en mitad de la calle con un aspecto lamentable cuando alguien me gritó a la espalda.
─¡Eh, guapita!