CAPÍTULO NUEVE

Sanatorio Waverly Hills, Louisville, Kentucky , 8 de Marzo de 2013

Dedico una corta mirada de fastidio a mis zapatillas desgastadas sin cordones. No entiendo qué mal pueden hacer unos cordones a mis zapatos, pero el hecho de que a ninguno de los internos nos sea permitido llevar zapatillas con cordones me pone de los nervios, y una indeseada sensación de furia me recorre los huesos.

No quiero sentirme así, pero a veces pienso que me ofrecen razones suficientes para comportarme de una manera poco racional, que es justo lo que ellos me recriminan en silencio.

Por la rendija de la puerta se cuela un tímido rayo de luz que se proyecta sobre la pared trasera. Me coloco delante y extiendo la mano hacia la luz, moviendo los dedos y sintiéndome un poco más libre. Recuerdo aquellas palabras de mi padre, y siento que en este momento tienen un significado más profundo del que antes carecían: “que nadie te arrebate la libertad de ser quien eres”.

En un gesto inconsciente, me llevo las manos al vientre y reprimo la oleada de pánico que me invade. No quiero pensar en ese asunto en particular, pero me es imposible dejarlo de lado y hacer como que no sucede nada. Tal vez sea mejor así. Por el momento, fingir me resulta la opción más segura para nosotros.

Vamos a salir de aquí ─me prometo a mí misma en voz alta.

La puerta se abre con la rutina concertada de la mañana. En un lugar en el que la mente es libre y el cuerpo yace encerrado dentro de cuatro paredes cercadas por un muro de piedra y alambre, no deja de resultarme cómico el hecho de que traten de someterlos mediante una rutina que carece de sentido para ellos.

Buenos días, Rebeca. ¿Qué tal has pasado la noche? ─me saluda Veronica.

Tiene esa sonrisa sincera y espontánea que tanto me incomoda. Teniendo en cuenta que trabaja en un lugar en el que las personas son encerradas sin su consentimiento, y con toda probabilidad sin entender la razón por la que se encuentran en un lugar como éste, o ni siquiera comprender el significado de la palabra manicomio, su habitual buen humor y predisposición hacia todo el mundo me es incomprensible.

He dormido todo lo bien que puede dormir alguien encerrado en un sitio en contra de su voluntad

respondo, con descaro.

En ese caso me alegro. De la vida hay que esperar lo posible, pues vivir de falsas ilusiones sólo nos hace infelices.

Conformarse con la cara fácil y básica de la vida es de personas mediocres.

A Veronica se le borra la sonrisa de un plumazo.

No deberías decir esas cosas.

No deberías animar a los demás a ser conformistas. Te crees que los haces sentir mejor, pero sólo les demuestras que tras estas paredes no existe nada por lo que luchar.

No vas a salir de aquí ─me dice, y sé que no lo hace para hacerme daño.

Tan sólo es un hecho. Al menos algo convincente para ella.

Puede ser ─le miento.

Rebeca, deja de comportarte de esa manera. ¿Es que no te das cuenta que con ello sólo te estás haciendo daño?

Deja de llamarme de esa manera ─le pido, con odio.

Ese es tu verdadero nombre.

Eso es lo que tú te crees.

Me mira un tanto desconcertada, pero al final se encoge de hombros, como si discutir acerca de la manera correcta con la que referirse a mí no tuviera importancia, o al menos no tanta como ella insiste en hacerme ver.

Vamos a desayunar. Esta mañana han cocinado huevos revueltos con bacon, y el comedor desprende un olor exquisito ─me anima, y me parece que se siente culpable porque cree haberme hecho sentir mal con sus anteriores palabras. Si ella supiera...

Entre tú y yo, la comida de este sitio es asquerosa, y lo sabes.

¡Rebeca! ¿Es que no puedes encontrarle algo positivo a este lugar? ─pregunta con severidad.

He de reconocer que su rostro arrebolado y cargado de excitación ante mis palabras me hace bastante gracia. Creo que soy la única persona capaz de sacar de quicio a la dulce y amable Veronica, siempre dispuesta a tratar con ternura a todo el mundo.

Por Dios, claro que no.

Al menos finge un poco de entusiasmo ─me pide.

Estaría entusiasmada de que me prestaras un coletero para recogerme el cabello ─le hago saber, y disfruto con la expresión de consternación que ella me dedica.

Ya sabes que está prohibido que portéis elásticos y utensilios afilados.

Puede ser, pero desconozco la razón por la que podría hacer daño que llevase el cabello recogido. En realidad, el pelo se me mete dentro de los ojos, y creo que si lo llevo atado en un moño no llamaría tanto la atención, ¿No te parece?

Me parece que tienes una habilidad especial para llevarte la situación a tu terreno y convencer a la gente ─opina, y me extiende un coletero que lleva atado a la muñeca. Disfruto de la placentera sensación de salirme con la mía, despejarme el rostro y sentir la nuca liberada─. ¿En qué trabajabas? Quiero decir... antes de que...

¿Antes de ser una loca? Podría decirte que era abogada, pero tampoco me creerías. Así que me dedicaba a vender aspiradoras a domicilio. O mejor, a limpiar el culo de los monos del zoológico de Seattle. O tal vez era camarera en un bar de carretera. No lo sé.

Veronica suelta un suspiro de disgusto, me coge de la mano y me arrastra consigo hacia la zona del comedor.

Tienes quince minutos para desayunar. Después, tienes una cita concertada con el Doctor Moore para asistir a tu primera terapia de hipnosis.

La palabra hipnosis me produce un escalofrío de temor.

Sinceramente, no me apetece ver a ese hombre.

No creo que lo que te apetezca o te deje de apetecer sea una razón de peso para no asistir a tu terapia.

Tienes razón. Olvidaba que lo que yo quiera o no quiera es irrelevante en este maldito lugar.

Eso no es cierto ─responde, espantada por la crudeza de mis palabras.

En ese caso, quiero salir de aquí.

Pero no es posible.

***

Estoy tumbada en un cómodo diván tapizado en cuero rojo. Supongo que la intención del Doctor Moore es la de hacerme sentir cómoda trayéndome a una habitación distinta a la de la primera vez, que tan malos recuerdos me genera. En cierto modo, podría decirse que ha conseguido su objetivo, pues es imposible no sentirse así en un sitio como éste, que me aleja de la fría e inhóspita reclusión a la que jamás podré acostumbrarme.

La habitación es un conjunto acogedor y rústico, con papel pared y cuadros pintados a mano en los que se visualizan paisajes en colores vívidos que me invitan a perderme en sus frondosos bosques. En el centro de la estancia hay una chimenea en la que las ascuas crujen y caldean el hogar, por lo que me deshago de la gruesa rebeca de lana que tanto me horroriza, y que Veronica me ofreció prestada, prefiero ignorar de quien.

Una alfombra de suave pelo blanco se esparce frente al diván, y me invita a descalzarme para hundir los pies desnudos sobre el espeso pelaje. El Doctor Moore está reclinado sobre una butaca, con las manos en las rodillas y el semblante circunspecto.

Sé lo que está intentando, y me escandaliza que pueda conseguirlo, pues no quiero acostumbrarme a él, ni a Veronica, o incluso a la grandota Tessa. Sentir que sus rostros me son familiares, y que conozco sus anhelos, padezco sus inquietudes y puedo llegar a interesarme o incluso preocuparme por ellos. Es imposible, pues todo lo que quiero es salir de este lugar, demostrar mi cordura y encontrar a Jack.

¿Qué será lo próximo, unas pastitas y un té? ─sugiero socarrona.

Podría conseguirlo ─responde él, sin perder la calma.

Aprieto los labios, y me niego a mirarlo. Todo sería más fácil si él no se empeñara en ser amable.

¿Entonces, quieres que pida que te suban algo de comer? ─insiste, y detesto que me tuteé.

No tiene ningún derecho a familiarizarse conmigo.

¿No se supone que he venido a verlo para que me someta a una ridícula terapia de hipnosis?

No cree en la hipnosis ─declara, y por su tono de voz, parece que ya se lo esperaba.

¿Creer que puedo perder la conciencia y someter mi subconsciente a usted con un simple movimiento de una monedita atada a una cuerda? Oh... por favor... Doctor Moore, puede que eso le sirva con alguien más inocente, pero le aseguro que pierde el tiempo conmigo.

Y para afianzar mis palabras, me cruzo de brazos.

No me sorprende que piense de esa manera.

Explíquese.

Creer que la hipnosis funciona sólo con los débiles de mente es una creencia generalizada y errónea. En realidad, la persona que es hipnotizada tiene un fuerte dominio sobre su mente, lo que le permite relajarse por completo hasta entrar en un estado de trance al que autoriza a acceder al hipnotizador.

Si lo prefiere, fingiré que estoy impresionada.

No es necesario, señorita Devereux.

Al escuchar ese nombre, cada músculo de mi cuerpo se tensa. El Doctor Moore no parece notar mi repentina incomodidad.

¿Y para qué me ha traído si no va a hipnotizarme?

Confiaba en mi habilidad para convencerla de los beneficios de dejarse hipnotizar ─responde, con una sonrisa de derrotismo.

¿Convencerme? ─inquiero con asombro─. Ya, claro. Y qué más.

Es normal que tenga miedo a perder la conciencia, sobre todo si no confía en mí.

Yo no tengo miedo, Doctor Moore. Que le quede claro ─le suelto, y me da la sensación de que acabo de amenazarlo.

Es extraño, pues no soy una persona violenta, pero la calma con la que él me trata me convierte en un sujeto sin dominio sobre sí mismo, y eso es preocupante.

¿Le funciona comportarse de esa manera?

¿De qué manera, Doctor?

Haciéndose la valiente en cualquier situación.

Lo fulmino con la mirada.

Si tanto le molesta mi resistencia, tal vez debería utilizar la fuerza bruta, pero le advierto que sé defenderme ─replico con atrevimiento, y un brillo peligroso en la mirada─. Estoy segura de que lo saco de quicio, Doctor.

Jamás te haría daño, aunque me lo pidieras ─musita con la voz ronca.

Su sinceridad me deja desconcertada, y lo miro a los ojos. Advierto el perfil duro y masculino de Michael Moore, y un brillo desatado, pasional, en sus ojos oscuros, que me miran a la cara.

¿Puedo marcharme ya? ─le pido, y hago ademán de levantarme.

El Doctor Moore asiente, y me quedo pasmada cuando se incorpora para acompañarme hacia la puerta. Coloca una mano sobre la parte baja de mi espalda, y siento su respiración cálida sobre mi nuca. Me empuja con suavidad hacia la salida, y en cuanto cruzo el umbral, me aparto de él. Permanece en la entrada, sin moverse un ápice, pero sin alejarse de mí.

La veo mañana a la misma hora.

Alzo la barbilla, y siento la necesidad de desafiarlo.

¿Y si no quiero?

Iré a buscarla ─me promete, con voz grave.

Me estremezco de la cabeza a los pies, y antes de que él pueda descubrir el efecto que han tenido sobre mí sus palabras, me doy la vuelta y me encamino con premura hacia el pasillo en el que me espera una de las enfermeras. Me siento desconcertada, pues intuyo que la familiaridad con la que me trata no la extiende al resto de sus pacientes, lo que en cierto modo me incomoda. A pesar de la distancia, todavía puedo sentir sus dedos cálidos sobre mi espalda.