CAPÍTULO CATORCE
Seattle, veintiséis días antes
Jack capturó mi boca con la suya al tiempo que me tumbaba sobre el sofá. Cerré los ojos y le rodeé el cuello con mis manos en un abrazo que lo acercó a mi cuerpo. Fue algo instintivo; casi sagrado, porque cuando él me besaba, sentía que me completaba con la intimidad que otros jamás habían conseguido. Tocaba aquella parte de mí que tanto me esforzaba en ocultar a los demás. Cuando lo besaba, cuando nos besábamos, era incapaz de fingir. No había mentiras dichas en voz alta, ni falsas apariencias narradas a media voz, pues tan sólo existía el silencio de nuestros besos y caricias descubriendo la piel y los deseos del otro. Y me parecía que él me conocía mejor que yo misma, pues sabía tocar partes de mí que creía inexistentes.
Le acaricié la nuca y presioné mis labios sobre los suyos, en una caricia lenta, cálida y cargada de ternura. Sentía su respiración pesada sobre mis labios, los latidos de su corazón fuertes sobre mi pecho, la calidez de sus manos recorriéndome el cuerpo con premura y pasión.
Sentí deseos de arder con él por la pasión que me consumía. Quise gritarle que lo anhelaba, que me asustaba sentir que lo nuestro podía funcionar, que me aterraba admitir que no quería divorciarme de él, porque, pese a nosotros, lo...
Me aterrorizó la intensidad con la que aquel pensamiento se adentró en mi mente y lo eclipsó todo. Si esto no era amor, se le parecía demasiado. Si se trataba de amor, ni siquiera me asustaba sentirlo, pues podía fingir lo contrario mientras lo tuviera lo suficiente cerca como para amarlo en silencio. Lo que me asustaba era que Jack me amase, y que tras conocerme, me abandonara a mi suerte como ya habían hecho otras personas. Podía esforzarme en aparentar que era de piedra, pero por dentro sufría, y no quería soportar la pérdida de quien tanta falta me hacía. Mi padre, mi querido padre al que tanto había amado, se fue en mis brazos dejándome un vacío que nadie podría volver a completar. No quería volver a pasar por lo mismo.
Lo aparté con lentitud de mi cuerpo, y él no dijo nada. Fue como si se esperase aquella respuesta, pues quizás resultaba una mujer lo suficiente predecible para su conocimiento en materia femenina. Lo odié de una manera que me hizo daño por hacerme sentir tan plena y a la vez insatisfecha.
─¿Esta es tu manera de pedirme perdón? ─le recriminé, con el corazón acelerado.
Todavía no me había recuperado de la impresión cuando él respondió en tono desabrido:
─Y de hacerte pasar un buen rato.
Se levantó y me dejó tirada en el sofá, con el cabello revuelto y las mejillas arreboladas por la pasión que habíamos compartido hacía unos instantes. Tragué el nudo que se formó en mi garganta, me quedé sentada con dos palmos de narices y la cara roja de vergüenza.
─No necesito tus manos para pasar un buen rato ─repliqué en tono ufano.
De hecho, y a pesar de que mi deseo se había enfriado, quise echarlo de mi casa sólo para asegurarme a mí misma de que era capaz de disfrutar sin la necesidad de que un tipo como él interviniera en el asunto.
Me dedicó una mirada sardónica.
─No lo voy a poner en duda. Resultas más apasionada de lo que a simple vista intentas ocultar con un moño apretado y un maquillaje soso.
Ante su ataque injustificado, me levanté de golpe para increparlo con ojos furiosos.
─Mereces que te abofetee y te saque de mi casa a patadas, pero no voy a hacerlo. Molly me necesita, y por ella soy capaz de cualquier cosa, incluso de ignorar tus palabras cargadas de veneno por haberte dejado a medias... ─me tembló la barbilla a medida que escupía aquellas palabras, pero me aparté de él cuando intentó tocarme sin duda con la intención de disculparse.
Le sostuve la mirada cuando volvió a intentar acercarse a mí, y esta vez no retrocedí. Me quedé expectante, aireada. Quería demostrarle que, si buscaba a la Pamela Blume que estaba desatando con sus palabras hirientes, encontraría a la loba con la que nadie quería enfrentarse.
─Ni te imaginas lo que me haces sentir ─admitió a media voz.
Suspiré para hacerle ver que no me interesaba, pero él continuó. Acercó su boca a mi oído, y noté que cerraba los ojos con dolor al tenerme tan cerca. Se me estremeció la piel ante su contacto.
─Jamás te insultaría a propósito, Pamela. Jamás ─prometió. Con una mano apartó el cabello de mi rostro y depositó un casto beso sobre mi cuello─. Lo que he dicho no tiene nada que ver con dejarme a medias. Siempre consigues desatar un infierno cuando te tengo cerca, y no por ello te odio.
Giré la cabeza para encontrarme con sus ojos grises.
─¿Y entonces por qué?
─Porque quiero que vuelvas.
Me humedecí los labios y negué con la cabeza.
─Estás loco.
─Ese es un término muy relativo para definir lo que siento por ti.
Me alteré ante aquella frase, y antes de que pudiera continuar con falsas palabras que me hicieran perder el norte, me aparté de él para subir a la planta de arriba. Jack me contemplaba con una expresión que no supe desentrañar.
─En ese mueble tienes sábanas limpias y una almohada, por si te quieres quedar a dormir. No te lo pediría en otra ocasión, pero agradecería que te quedaras por si Molly se despierta, pues yo sola no podré con ella. Estaré arriba durmiendo a su lado.
Permaneció impasible ante mis palabras, pero al final se despidió con un escueto:
─Buenas noches.
Subí las escaleras hacia mi habitación, pero no pude evitar echar un último vistazo antes de recorrer los escasos metros del pasillo que me separaban del cuarto en el que Molly estaba durmiendo. Jack permaneció de pie durante un largo rato hasta que se tumbó sobre el sofá, con los brazos extendidos tras la cabeza y los ojos fijos en el techo. Me percaté de que suspiraba con pesadez, lo cual me transmitió la inquietante sensación de que no era la única que lo estaba pasando mal respecto a nuestra situación no resuelta.
Desde donde estaba, era imposible que me observase, por lo que su reacción sincera consiguió trastocarme. Al menos yo daba la impresión de ser una persona con un carácter frío y difícil de llevar, pero cuanto más conocía a Jack, más descolocada me dejaba, y por tanto, más evidente se hacía el hecho de que me había casado con un extraño que me tenía hechizada y me seducía poco a poco con cada nueva faceta suya que descubría. Con todo, ya fuera por mis inseguridades o debido a que no terminaba de creerlo, había una parte de él que me estaba vedada, justo la que más ansiaba para romper aquellos papeles de divorcio que me tenían atada de pies y manos.
¿Quería o no quería divorciarme de Jack Fisher?; ah, esa sí que era una buena pregunta.
No quería que él quisiera divorciarse de mí, pero quería querer divorciarme de él, pese a que quería seguir teniéndolo a mi lado.
Lo único cierto en todo esto es que nuestra unión había sido fruto de un error que debía resolverse cuanto antes. Nada de ataduras absurdas ni uniones que no nos llevaban hacia ninguna parte. Entonces, el hecho de por qué me aterrorizaba tanto separarme de Jack cuando era lo más sensato no tenía explicación; o tal vez sí. Una explicación de la que yo no quería escuchar ni hablar: me daba miedo divorciarme de Jack porque tenía la sensación de que si lo hacía él jamás volvería a mi lado.
Durante demasiado tiempo dí vueltas en la cama sin poder pegar ojo. No podía dormir en la habitación de invitados, pues Molly había roto varias tablas del somier de aquel colchón en un arrebato de furia, por lo que me acosté al lado de Molly.
A mi lado, Molly sollozaba en sueños abrazada a mi cuerpo, por lo que me puse de lado para apartarle los mechones sudorosos que se habían quedado pegados a su frente. Le acaricié las mejillas mientras le susurraba al oído palabras de consuelo que supe que no podía oír, pues estaba sumida en aquellos malditos fantasmas que la hacían agonizar de sufrimiento.
Durante los años en los que había trabajado como voluntaria en el centro de desintoxicación, había sido consciente de como muchos de ellos no lograban escapar del tormento de la aguja y el mono, tal y como se referían a la sensación que les oprimía los pulmones y se clavaba en su cerebro, haciéndolos desconfiar de todos los que tenían a su alrededor.
Deseé de todo corazón que Molly escapara de aquel infierno. Necesitaba que le brindaran la ayuda, los cuidados médicos y la vigilancia necesaria para que no recayera de nuevo, pues en su situación, corría el peligro de morir por una sobredosis si volvía a recaer en la droga.
Me levanté de la cama con cuidado de no despertarla y dejé la puerta entreabierta antes de marcharme, pues si se despertaba, quería estar lo suficiente cerca para socorrerla. La planta de abajo estaba en completa oscuridad, por lo que supuse que Jack se había quedado dormido. Sentí deseos de recorrer los escasos metros que me separaban del salón para paliar mi curiosidad y observarlo mientras dormía, pero la sensatez se apoderó de mí y me encaminé hacia la cocina.
Al llegar, encendí el interruptor de la luz y me topé de bruces con un cuerpo masculino y grande que me arrancó un grito y me obligó a pegarme contra la pared. Me llevé las manos al rostro desencajado por el susto mientras que Jack me observaba con el ceño fruncido y los labios apretados. Estaba apoyado sobre la mesa de la cocina y tenía a Fígaro en su regazo, que ronroneaba de puro placer al sentir la mano masculina sobre su lomo.
─¡Me has dado un susto de muerte! ─exclamé, todavía conmocionada.
Siguió acariciando a Fígaro como si nada.
─Sólo vine a por un vaso de agua, pero no encontraba el interruptor de la luz ─se disculpó.
Me fijé en el vaso vacío que había a su lado y me relajé por completo. Fígaro tenía los ojos entrecerrados, y parecía la mar de a gusto ante las caricias que Jack le profesaba.
─No suelen gustarle los extraños ─lo informé, encantada ante el cariño espontáneo con el que trataba al animal.
─Es bueno hacer excepciones ─respondió con una sonrisa.
Si había un mensaje oculto en sus palabras, quise desoírlo al abrir la nevera para servirme un vaso de leche fría. En uno de los cajones, encontré la caja de medicamentos que estaba buscando, y a pesar de que no me gustaba enseñar aquella muestra de debilidad en público, estaba tan agotada que me llevé una pastilla a la boca y la tragué con un sorbo de leche. Mientras lo hacía, observé que a Jack se le tensaba la mandíbula y los ojos le refulgían con un brillo peligroso.
─¿Estás enferma? ─preguntó en tono grave.
Dejé el vaso sobre la encimera y negué con una sonrisa obligada en los labios.
─Qué va. Desde que tengo uso de razón, siempre he sido una mujer con una salud de hierro. De pequeña nunca me ponía enferma, y era la única de mis hermanas a las que mis padres dejaban jugar en el jardín cuando nevaba ─le expliqué. No supe por qué le contaba aquello, pero el hecho de hablarle de mí misma me hizo sentir mejor.
─De pequeño era un niño muy enfermizo ─me contó, dejándome sorprendida.
Abrí mucho los ojos y repasé con deseo su atlético cuerpo, de espalda ancha y biceps trabajados. Era de los hombres más altos que conocía, y en aquel momento, llevaba una delgada camiseta de algodón que se pegaba a su abdomen duro y marcado. Sentí ganas de introducir las manos por dentro de la tela para acariciarlo como había hecho unas horas antes aquel mismo día.
─¿En serio? No me lo habría imaginado ─repliqué, pues era la verdad.
Él sonrío de oreja a oreja al percatarse de cómo lo observaba.
─Me alegro de que te guste lo que ves, pero hace años no era más que un chaval desgarbado de piel lechosa.
─No te voy a acrecentar tu ego, Jack. Apuesto a que eso ya lo hacen otras mujeres ─me fastidió decir aquello en voz alta, y más cuando él me observó un tanto confundido.
─Si te refieres a mi madre y a mi hermana Lorraine, lo único que intentan es emparejarme sin éxito con alguna de sus amiguitas.
Me perdí el resto de la frase, pues aquellas dos palabras me provocaron una tos nerviosa. Jack se acercó hacia mí con el gato en brazos, y me acarició la espalda para calmarme. Me puse roja de vergüenza, y agradecí que él creyera que se debía a mi repentino ataque de tos.
¡Lorraine era la hermana de Jack!
Me sentí animada de inmediato, hasta que una mezcla de arrepentimiento y alivio me consumió. Lo había juzgado erróneamente sin darle la oportunidad de explicarse, y había borrado aquel mensaje de texto por unos celos injustificados.
─Pensé que tenías una salud de hierro ─comentó extrañado.
─Y la tengo. Ha sido la pastilla ─le mentí. Abordé el asunto que me preocupaba sin dilación─. ¿Tu hermana se llama Lorraine?
Me observó confundido.
─Sí, ya te lo he dicho.
─¡Y es abogada! ─exclamé agitada.
─Lo dices como si fuera algo malo.
Entrecerré los ojos y le lancé una mirada atravesada.
─Te recuerdo que detestas a los abogados.
─En eso te equivocas. Si no existieseis, me quedaría sin trabajo.
─Qué práctico ─siseé.
─De todas maneras, Lorraine no es como tú. Es abogada matrimonial, y lo único que lleva son divorcios y pensiones alimenticias.
Me quedé congelada de pura rabia.
─Así que no es como yo...─solté, con los dientes apretados.
Jack se retiró de mí, un tanto agotado.
─No he querido ofenderte. Lorraine se dedica al derecho matrimonial, y tú eres abogada penalista. Evidentemente no trabajáis en lo mismo, ¿No?
Asentí poco convencida. En mi cabeza, una voz muy molesta me gritaba que era idiota.
─Es la abogada que va a llevarte el divorcio ─adiviné.
─Eso todavía tenemos que hablarlo tú y yo ─sentenció con firmeza.
Abrí la boca bastante anonada.
─En otro momento. Ahora no tengo ganas de discutir.
─No tenemos por qué discutir ─resolvió, agarrándome del brazo para que no me escapara.
Le ofrecí una sonrisa burlona.
─Nos conocemos Jack...
─De hecho, no. ¿Para qué son esas pastillas que te has tomado?
─Para dormir ─le respondí, sin ganas de ocultarle el motivo.
─No puedes dormir porque estás preocupada por Molly ─creyó adivinar.
─Estoy preocupada por Molly, pero no concilio el sueño desde hace un par de años.
Me miró descolocado. Parecía que en la imagen que se había forjado de mí no le encajaba la idea de una Pamela Blume que diera vueltas en la cama hasta las tantas de la noche.
─Las pastillas tardan en hacer efecto un par de horas, así que podríamos aprovechar el tiempo mientras tanto. Si no tienes sueño, por supuesto ─aventuré a decir.
─Cuando estoy contigo nunca tengo sueño ─soltó de repente, muy cerquita de mis labios.
Le puse las manos en el pecho y aspiré su aroma. Desprendía un aroma potente y cítrico; unas gotas de perfume mezcladas con gel de baño. Olía a ropa limpia y a un lugar acogedor en el que refugiarse.
─Qué adulador.
Me apartó el cabello de la cara y sostuvo mi rostro entre sus manos. Sus dedos acariciaron mis mejillas y sus labios rozaron los míos en una suave caricia que debería estarnos prohibida.
─Los aduladores mienten, pero yo sólo digo la verdad.
Oh, por supuesto que quise escuchar aquella verdad tan prometedora que tenía que contarme, pero no se lo pedí. Coloqué mis manos en su nuca y lo atraje hacia mí hasta que nuestras respiraciones se mezclaron y pude sentir el calor que exudaba su cuerpo. Entonces sonreí y dije:
─Así que siempre eres muy sincero...
─Cuando se trata de algo que merece la pena prefiero no andarme por las ramas ─resolvió, atrayéndome hacia sí─. En este instante, por ejemplo, me muero de ganas de darte un beso. Y si tú fueras un poco honesta con ambos me dirías qué es lo que más deseas ahora, aunque yo ya lo sé.
Acompañó aquel tono descarado con una mirada brillante que me recorrió el rostro. Pese a que consiguió encenderme, aproveché aquella oportunidad para llevarme la situación a mi terreno.
─En ese caso, siendo sincera, quiero que me cuentes qué es lo que sabes del sadomasoquismo.
Suspiró y puso mala cara. Sus manos se asentaron en mis caderas para pegarse un poco más a mi cuerpo, si es que acaso era posible.
─Cómo te gusta atormentarme.
─Me gusta saber quién es el hombre con el que me he casado.
─Eso te lo puedo demostrar sin necesidad de palabras.
─Jack... ─lo acusé, pero me tembló la voz.
Jack asintió, esta vez más serio. A pesar de que estuvo de acuerdo en saciar mi curiosidad, aquello no le importó demasiado para alejarse de mí, pues me obligó a apoyarme sobre la encimera de la cocina mientras jugueteaba con uno de mis rizos. Parecía abstraído, pese a que su cuerpo y su manera de tocarme sí que sabían lo que hacían.
─Cualquiera podría haberlo adivinado. Se parece mucho al símbolo del ying y el yang, pero a diferencia del primero, este tiene un triskel formado por tres líneas y tres puntos. Una vez me explicaron que era para pasar desapercibidos y al mismo tiempo resultar reconocibles a primera vista.
─¿Quién te lo explicó? ─mi voz sonó excesivamente autoritaria y me odié por ello.
─Qué más da eso, Pamela.
No, igual no me daba, desde luego.
Enrolló un tirabuzón pelirrojo en su dedo y lo miró fascinado.
─Dime que tienes raíces irlandesas y me volveré loco ─admitió con la voz ronca.
Me oí suspirar a mí misma.
─Cómo lo has adivinado ─ironicé. Tan sólo había que echar un vistazo rápido a mi rostro lleno de pecas doradas y a aquellos tirabuzones pelirrojos que tanto me costaba domar con el cepillo.
─Porque escondes un fuego que estoy deseando apagar con mis manos ─me dijo
Sus besos se perdieron por mi cuello y tuve que cerrar los labios para ahogar un gemido.
─Un fuego ardiente... como tu cabello.
Sus manos me recorrieron los brazos descendiendo hacia la cintura para luego acercarse con peligro a mis muslos.
─Tus manos pueden estarse quietas ─le ordené.
Me fastidiaba que él tuviera aquella facilidad para cambiar de tema y llevarse nuestra conversación por derroteros más eróticos. Ante aquella orden, volvió a dejar sus manos sobre mis caderas.
─Pueden, pero no quieren ─musitó.
El muy bribón logró arrancarme una media sonrisa que me esforcé en disimular.
─Dime todo lo que sepas acerca del sadomasoquismo ─cambié de tema.
─Otra vez con eso ─replicó agotado.
─¿Me ayudarías si te digo que la muerte de Jessica Smith puede estar relacionada con esas prácticas?
Sus ojos se enfriaron mientras su cuerpo se tensó.
─Los practicantes de esas prácticas sexuales a las que te refieres con tanta libertad no son unos asesinos ─me contradijo con peligrosa calma.
─Lo sé ─ante mi respuesta concisa y segura, sus ojos buscaron los míos─. Por eso quiero descubrir qué grupo de sádicos se oculta tras el asesinato de esa pobre mujer. Creo que no es la única a la que asesinaron, y de hecho, creo que si no los detengo seguirán asesinando a mujeres. Con toda probabilidad chicas como Jessica Smith. Prostitutas a las que nadie prestará la mayor atención, ¿Entiendes lo que quiero decir? No se trata sólo de la vida de un inocente, sino también de la de muchas chicas que pueden correr su misma suerte.
Durante un rato se quedó callado, asimilando mis palabras en silencio. Se pasó la mano por la barbilla para luego humedecerse los labios. Le había visto repetir ese gesto un montón de veces, y en todos los casos, lo que venía después era el fruto de un razonamiento muy estudiado.
─¿Por qué estás tan segura de que David O´connor no asesinó a Jessica Smith si todas las pruebas lo sitúan en el lugar y en el momento del crimen? ¿Y cómo sabes que varias personas intervinieron en el asesinato?
─Lo sé, y te lo explicaré siempre que me cuentes todo lo que sepas. Te habrás dado cuenta de que no estoy muy puesta en ese tema ─repliqué con amargura.
A él, la cara que puse debió de hacerle mucha gracia, pues a pesar de la gravedad de los hechos que le había narrado, tuvo que reprimir una sonrisa.
─En primer lugar, el término correcto para referirse es BDSM, y no sadomasoquismo, que se trata de una expresión utilizada por la psiquiatría para definir un trastorno mental por el que un sujeto obtiene placer realizando distintos actos de crueldad. El BDSM, por el contrario, es un término que engloba distintas prácticas sexuales consensuadas. Cada inicial se refiere a una práctica distinta: Bondage, Disciplina, Sumisión y Masoquismo. Por tanto, y siempre que lo que digas sea cierto, no te enfrentas con personas mentalmente estables y sanas que disfrutan del sexo como algo consensuado.
Tuve que apartarme de él para asimilar todo lo que me había contado. Si algo tenía claro desde el principio es que aquel acto sádico que había vislumbrado en la pantalla del televisor no era consensuado, y que por tanto, se alejaba de aquellas prácticas sexuales que tan de moda se habían puesto en los últimos años.
¿A qué me estaba enfrentando?
Jack me puso una mano en el hombro para captar mi atención.
─Pareces aturdida.
─Sencillamente es lo que me esperaba, pero me aterroriza lo que puedo encontrar si escarbo un poco en este asunto.
Jack esbozó un gesto grave.
─Entonces déjaselo a la policía.
─¿Y deshacerme de la única prueba que puede salvar la vida de David? No, en absoluto. Tan sólo tengo un vídeo que demuestra lo que digo, y algunas presunciones que relacionan ambos casos. Tú y yo sabemos cómo funciona esto ─por una vez, él me dio la razón y asintió con gesto serio
─La policía no se va a afanar en buscar otro culpable porque ya tienen una cabeza de turco a la que culpar. Un hombre que apareció ensangrentado y con el arma homicida en la mano.
─Quizás te equivoques y ambos casos no estén relacionados.
─¿Y entonces por qué tenía David aquella cinta de vídeo?
─No lo sé. Quizá quería exculparse relacionando ambos crímenes.
─Si quería exculparse, debería haber escondido el cuerpo. Ningún asesino es tan retorcido.
─¿Tú crees? ─me contradijo─. Eres abogada penalista. Las cosas siempre son lo que parecen, y a menudo la gente no ve lo que tiene delante, pero la verdad está ahí. Se puede tocar, y sólo es necesario tener los ojos muy abiertos para reconocerla.
─Tengo los ojos muy abiertos, y te aseguro que no te estaría contando esto si no creyera que necesito ayuda. Eres el fiscal más prometedor que conozco, y la única persona en la que confío para ayudarme. O estás conmigo o no lo estás.
Suspiró, apoyó su frente sobre la mía y dijo:
─Por supuesto que estoy contigo, Pamela. Si no te protejo yo, ¿Quién va a hacerlo?
Lo aparté de mí, más por demostrarle que tenía razón que por la necesidad de tenerlo lejos. De hecho, empezaba a comprender que me gustaba tenerlo cerca, tanto como lo permitiese mi autocontrol, que debía haberse marchado de vacaciones sin previo aviso.
─No necesito que me protejas, Jack. Necesito que me eches un cable, pero si no quieres, siempre puedo hacerlo yo sola.
─Se me había olvidado que eres imparable ─soltó con ironía.
─Y que te he pedido ayuda ─le señalé exasperada.
Sin pensármelo, lo cogí de la mano y lo arrastré hacia el salón, deseosa de que viera con sus propios ojos aquello de lo que yo me había autoconvencido. Lo empujé con delicadeza para que tomara asiento en el sofá. Él me observó con una mezcla de curiosidad y sorpresa, expectante ante lo que tenía que mostrarle.
Corrí a buscar la carpeta del caso O´connor y me percaté de que Molly seguía dormida, por lo que me relajé antes de regresar junto a Jack para extender las fotografías que quería mostrarle. Todavía no me había acostumbrado a contemplar el cuerpo inerte y demacrado de Jessica Smith, pues a pesar de que se tratara de una imagen congelada en aquel trozo de papel, aquellos ojos abiertos me impelían a hacer justicia y encontrar a su asesino.
─¿Lo ves? ─señalé con ansiedad.
─Sí, lo veo, y no sé a donde quieres llegar ─respondió, volteando la fotografía con pudor.
Solté un resoplido y le ofrecí el informe médico de David O´connor.
─David tiene la espalda llena de arañazos, pero Jessica Smith fue asesinada de frente. Eso sólo implica una cosa.
─Que mantuvieron sexo.
─¡Exacto! Esas marcas se refieren al sexo, pero no implican que se defendiera de él. Además, a David le dieron algunos puntos porque tenía una herida en la cabeza. Cuando se despertó, Jessica yacía muerta a su lado, y la policía lo estaba esposando. No tiene ningún sentido, ¿No crees? Si asesinas a alguien, lo lógico sería que intentaras esconder el cadáver. En el cuerpo de David no se encontraron sustancias tóxicas que puedan justificar un desmayo. ¿Qué se supone qué hizo, echarse una siestecita tras asesinar a Jessica a sangre fría?
─¿Estás insinuando que alguien entró en el apartamento de Jessica, golpeó a David y colocó el arma homicida en su mano? Es demasiado...
─Lo sé. Pero es justo lo que creo que sucedió ─tomé aire para continuar con la que creía a pies juntillas que era la versión de los hechos ─. David me comentó que diez minutos después de haber entrado en la casa, se percató de que se habían dejado la puerta de la entrada abierta, por lo que volvió a cerrarla. Eso explica que el asesino no tuviera que forzar la cerradura.
─¿Y por qué motivo querrían incriminar a tu defendido?
─Porque estaba entrevistando a Jessica y pretendía destapar los asesinatos.
─Los asesinatos ─repitió fríamente─. ¿Te estás oyendo? Si no fueras una reputada abogada penalista y no te conociera como lo hago, pensaría que estás desvariando.
Me llevé las manos a la cabeza para sofocar las ganas que sentía de golpearlo. Para mí todo estaba tan claro que no comprendía que él fuese incapaz de verlo.
─Ya sé que tú estás justo al otro lado, y que tú trabajo consiste en encarcelar de por vida a tipos como David. Pero piensa, por un instante, en que todo lo que te he contado sea cierto. ¿Qué sucedería si nadie se esforzara en ver lo que tiene ante sus ojos? Tú mismo lo has dicho antes. La verdad está justo delante de nuestras narices.
Carraspeó incómodo, pero noté que empezaba a mostrarse menos reacio a creerme.
─Ningún jurado del mundo creería tu versión de los hechos.
─Estoy empezando a convencerte a ti. Algo es algo ─le dije. No pude evitar esbozar una media sonrisa.
Jack se cruzó de brazos con el rostro ceñudo.
─No me estás...
Señalé a la pantalla del televisor y le insté a guardar silencio. Aquel vídeo sórdido y que había sido incapaz de terminar de visualizar captó toda su atención. Se inclinó hacia delante, apoyó la barbilla sobre ambas manos y apretó los labios. Pasaron unos segundos hasta que sacudió la cabeza y me pidió en silencio que detuviera aquella grabación. Asentí y apagué el dvd sin decir ni una palabra.
Jack se levantó de golpe y comenzó caminar de un lado a otro. La expresión conmocionada y su silencio me hicieron adivinar que aquel vídeo lo había trastocado tanto como a mí.
De pronto, caminó hacia mí y me sostuvo por los hombros.
─¿Dónde lo has encontrado? ─exigió saber.
─David O´connor lo tenía en una caja de seguridad del Washington Federal, y estoy segura de que esto es lo que buscaba el ladrón que entró en mi casa hace unos días ─inspiré y me abracé a mí misma para hacer acopio de valor y contarle aquello que tanto me angustiaba─. Hay algo más. La razón por la que no acudo a la policía es que no me fío ni de mi propia sombra.
─¿Insinúas que la policía está metida en todo esto?
─No lo sé... ─respondí─. Admitir lo contrario sería imprudente, pero hay un silencio en torno a ese club que me horroriza. Incluso vi al Juez Marshall entrar dentro. Si un hombre tan aparentemente respetable como él está metido dentro de esto, ¿A quién se supone que voy a acudir cuando carezco de pruebas que relacionen los asesinatos?
─Cuéntame todo lo que sepas ─decidió.
Y no lo dudé. Sabía que si de alguien podía fiarme era de Jack Fisher, y no porque fuese mi marido, sino porque era una mujer intuitiva y el instinto me decía que Jack era la única persona en la que podía confiar.
Mientras le relataba todo lo que sabía le iba entregando el contenido de la caja de seguridad de David O´connor. Él lo ojeaba todo sin pronunciar una sola palabra, lo que consiguió ponerme más nerviosa e impulsó que me formulara a mí misma la temida pregunta:
¿En qué me estaba metiendo?
***
El grito de Molly seguido del estruendo causado por la caída de un mueble me obligó a separarme de Jack y correr escaleras arriba. Creo que era la primera vez en mi vida que subía seis escalones de golpe presa de la desesperación, así que cuando abrí la puerta y la encontré con la boca y las mejillas manchadas de chocolate y una cuchilla de afeitar en la mano, me detuve ipso facto ante la expresión desquiciada que me dedicó. Se llevó la hoja afilada a la muñeca mientras me dedicaba una mirada cargada de recriminación.
Me remangué las mangas del pijama y extendí los brazos para que advirtiera que no era mi intención hacerle daño. Luego recapacite y me dí cuenta de que aquello no tenía sentido. Tonta de mí, Molly era su mayor amenaza para sí misma.
─Molly cariño, suelta eso ─le pedí angustiada.
Me tragué las lágrimas que me atenazaban la garganta y avancé con pasos cortos pero decididos en su búsqueda. Me fijé en que le temblaba la mano que empuñaba la cuchilla, por lo que me aterrorizó que en un arranque de excitación pudiera cometer una locura.
─No des un paso más, Pamela ─hice caso omiso a su orden, por lo que ella se alteró─. ¡Qué no te muevas, joder!
Me detuve con el corazón martilleándome sobre el pecho. Sabía que si no hacía algo pronto, Molly podía desangrarse ante mis ojos. Entonces, por el rabillo del ojo, me fijé en que Jack se había desplazado hacia el cuarto de baño incorporado de la habitación. Mientras yo había perdido la calma, él había actuado con una frialdad envidiable, decidido a entrar por la otra puerta sin que Molly se percatara de ello.
Él se llevó un dedo a los labios para que no hiciera ruido, por lo que me dispuse a despistar a Molly captando su atención con una pregunta.
─¿Por qué haces esto? ¿Por qué me haces esto?
─¡La necesito! ¡No sabes cuánto la necesito! ─gritó desesperada.
─Y yo te necesito a ti ─musité.
Molly me miró con algo cercano al odio. Sabía que debido a su crisis en aquel momento desconfiaría y atacaría a cualquier persona que intentara ayudarla, por eso no quise oír las siguientes palabras que me dijo.
─Tú sólo te necesitas a ti misma. Siempre has sido una egoísta. No puedes perder. Odias perder. Para ti soy un puñetero experimento. Una pobre niñita por la que sentir lástima.
No me dio tiempo a responder, pues Jack reaccionó rápido y la atrapó entre sus brazos. Le quitó la cuchilla mientras Molly se retorcía y gritaba obscenidades a pleno pulmón. De una patada, saqué la cuchilla del dormitorio y cerré la puerta. Me quedé congelada ante la visión de Molly pálida y demacrada, y apunto estuve de no reaccionar, pero el grito que Jack me lanzó me despertó de mi letargo. Entre los dos, conseguimos tumbar a Molly en la cama, lo que no logró que se calmara. De hecho, estaba tan alterada que intentó atacarnos como una fiera.
─Quita las sábanas mientras yo la sostengo. Vamos a tener que atarla ─decidí, pues sabía que era lo más sensato.
Jack no pareció muy convencido, pero no se atrevió a contradecirme. Mientras la atábamos al cabecero, se me escapó una lágrima que me borré con el puño del pijama.
─Maldita seas por obligarme a hacer esto ─susurré mirándola a la cara.
Molly abrió de par en par aquellos ojos negros como la noche que tenía. Los mismos que, la primera vez que la vi, me habían mirado con inocencia clamando por un poco de ayuda. Sabía que en algún lugar de aquel cuerpo escuálido seguía perviviendo la chica dulce e ingenua a la que tanto quería, por lo que me juré a mí misma que ni las drogas ni nada me la arrebatarían hasta que hubiera conseguido salvarla de sí misma.
Al terminar de atarla, salí de la habitación con el corazón acelerado. Jack me siguió hasta el pasillo, cerrando tras de si la puerta con suavidad. No hizo falta que dijera nada, pues él sabía de sobra lo que necesitaba en aquel momento. Abrió los brazos para recibirme en un gesto cargado de afecto que me conmovió. Avancé sin vacilar hacia él y apoyé la cabeza sobre su pecho. Acto seguido rompí a llorar. Fue un sollozo silencioso que me liberó de aquella carga.
Agradecí que él no dijese nada. Tan sólo me bastaba que él me consolara acunándome entre sus brazos y acariciándome el pelo. Era la primera vez que lloraba delante de alguien que no fueran mis padres, y aquello se remontaba a mis recuerdos más infantiles. En aquel momento, no sentí vergüenza, tan sólo un profundo desasosiego que me recorrió todo el cuerpo hasta sumirme en un cansancio abismal.
No sé cuánto tiempo pasé abrazada a él. Me perdí en su olor y calor, hasta que no sentí más ganas de llorar y el temblor que se había apoderado de mi cuerpo se esfumó. Entonces, suspiré y me separé de él lo justo para mirarlo a los ojos.
─¿Estás mejor?
Asentí mientras me mordía el labio con nerviosismo.
─No quería atarla, pero tenía mucho miedo de que intentara volver a hacerse daño ─sentí la necesidad de justificarme.
─Por un momento yo también dudé, pero ha sido lo mejor ─me acarició la espalda para infundirme ánimo─. He visto tu expresión cuando te ha dicho que eres una persona egoísta. Sabes que no lo piensa, ¿Verdad?
Me conmovió que él pareciera lo suficiente preocupado porque yo misma pudiera pensar aquello.
─Sí, lo sé. Es sólo que... en este momento me siento superada por la situación.
─Pareces agotada.
─Las pastillas.
Eché un ligero vistazo a la puerta cerrada de la habitación de Molly. Decidí que sería mejor no aparecer por allí hasta que se hubiera calmado lo suficiente como para mantener una conversación civilizada con ella. Jack adivinó mis pensamientos y me condujo en silencio hacia la planta de abajo, como si la casa fuera suya.
Colocó sábanas limpias y una almohada sobre el sofá mientras yo permanecía de brazos cruzados en un rincón. En cierto modo, por una vez me gustaba que alguien que no fuera yo tomara la iniciativa en cualquier cosa que me concerniera, por insignificante que fuera. Estaba acostumbrada a hacer, deshacer y decidir por mí misma, lo que me otorgaba una gran independencia, pero que en ciertos aspectos podía llegar a ser extenuante.
─Te prometo que no te tocaré ─me aseguró solemne.
Me hizo bastante gracia, sobre todo teniendo en cuenta que estaba deseando lo contrario, o peor aún, que no estaba segura de poder mantener mis manos quietas en cualquier parte que no fuera su cuerpo.
Me tumbé de lado dándole la espalda para que tuviera el suficiente espacio libre. Sentí que el se acomodaba cerca de mi cuerpo. Dios Santo, podía llegar a exudar un calor reconfortante y atrayente. Fui incapaz de desoír la llamada de mi cuerpo, por lo que acurruqué mi espalda contra su pecho mientras sentía que se tensaba, respuesta que he de admitir que me sorprendió.
─Puedes abrazarme hasta que me quede dormida ─le dije. Fue una petición en toda regla, a pesar de que la enmascaré bajo una pregunta para no sentirme tan descarada.
Sentí su respiración nerviosa sobre la nuca. Maldije para mis adentros, pues me percaté de que se lo estaba pensando.
─No me puedes pedir esas cosas ─masculló con la voz ronca.
¿Era deseo contenido lo que ocultaba su voz?
Cerré los ojos con la intención de apartarme bastante decepcionada de él, lo cual no fue necesario. En el instante en el que iba a moverme, su brazo me rodeó el vientre para apretarme contra su pecho. Quise ignorar aquella parte de su anatomía que presionaba contra mis glúteos, pero fue imposible.
De todos modos, sobraba decir que me sentí cómoda, plena y muy feliz. Me quedé dormida con su aliento acariciándome la espalda, mi mano rozando la suya y una sonrisa comedida en los labios.
Me desperté con los primeros rayos de sol acariciándome las mejillas. Era de extrañar que hubiera dormido de una sentada toda la noche, sin tan siquiera desvelarme. No quería creer que Jack
─o mejor dicho; su cuerpo─ tuviera algo que ver en ello, pues acostumbraba a dormir sola en mi cama, y así debía de seguir siendo.
Abrí los ojos para encontrarme con aquellos ojos grises, insondables, que me observaban con mucha curiosidad. Dí un brinco sobre el colchón, por lo que estuve a punto de caerme al suelo. Jack lo impidió sosteniéndome por la cintura.
Al tenerlo tan cerca, me fijé en el hoyuelo de su barbilla, el cabello despeinado y la cara de sueño que aún lucía. No tenía derecho a ser tan guapo recién levantado. No quise ni imaginar mi rostro enrojecido de cabellos enmarañados que poca competencia le harían a aquel potente atractivo. La verdad es que siempre me había considerado una mujer con encanto, pero con él me sentía pequeñita e insignificante.
─¿Duermes con los ojos abiertos? ─lo saludé, con la inconfundible voz ronca de la mañana.
─No, te estaba observando ─me informó.
Con la mano, me apartó el cabello que me caía sobre el rostro.
─No hay mucho que ver a estas horas.
─Te equivocas. Lo que veo me interesa bastante ─me contradijo.
Me levanté de golpe para alejarme de él.
─Bueno, es hora de irse ─murmuré mientras salía de aquella cama improvisada.
Se desesperezó arqueando la espalda y extendiendo los brazos todo lo largo que era, lo que me resultó un gesto demasiado sexy y natural para asimilar a las seis y media de la mañana. Al percatarse de que lo observaba, me guiñó un ojo con atrevimiento, por lo que me enfurruñé y le tiré la almohada a la cara.
─¿Me estás echando?
─Sí, tengo muchas cosas que hacer ─lo apremié sin educación alguna.
Puso mala cara, pero se negó a salir del sofá. Habría jurado que Jack Fisher era un tipo madrugador al que nunca se le pegaban las sábanas, pero me equivocaba. Parecía la clase de hombre que disfrutaba justo debajo. De golpe, me vinieron a la mente imágenes de él desnudo tirado en la cama, recibiéndome con los brazos abiertos. Cerré los ojos y me dí la vuelta, acalorada por aquellos pensamientos tórridos e indeseados.
─Prepararé café ─anuncié.
─Desayuno tortitas, zumo de naranja y bacon.
Le dediqué mi mejor cara de perro.
─No soy tu chacha. Si quieres un desayuno de rey, hazlo tú.
Con aquella frase y su risa de fondo, me dirigí hacia la cocina, donde puse a calentar la cafetera antes de subir las escaleras para encaminarme a mi habitación, donde Molly continuaba maniatada. Inspiré para hacerme a la idea de que lo que me esperaba tras aquella puerta era una chiquilla encolerizada y gritona que me atacaría a la menor oportunidad, por ello me llevé una grata sorpresa al contemplarla plácidamente dormida.
Avancé sin vacilar, decidida a desatar su muñeca del cabecero de la cama. Aún me sentía culpable por haber tenido que emplear una medida tan drástica, y las mejillas húmedas a causa de las lágrimas vertidas por la noche agravaron mi malestar, a pesar de que era consciente de que mi decisión era la única manera de salvarla de sí misma.
Le dí toquecitos leves en las mejillas para despertarla mientras ella refunfuñaba molesta, con la intención de seguir dormida. De pronto, abrió los ojos de par en par para mirarme a la cara. Temí su reacción, pero lejos de encontrarme un reclamo por tenerla atada durante toda la noche, descubrí que sus ojos oscuros clamaban por mi perdón.
─Buenos días ─bostezó.
─Eh... buenos días, ¿Qué tal te encuentras? ─le pregunté con suavidad.
Se incorporó para sentarse en la cama, y me percaté de que buscaba mi cuerpo para tantear mi reacción, por lo que la recibí sin oponer resistencia alguna. Supuse que en el fondo, Molly debía tener la misma opinión de mí que el resto de la gente, sólo que un poco más dulcificada y reprimida por la gratitud.
─Algo mejor que ayer.
Le palmeé la mano para animarla.
─Eso es buena señal ─demostré entusiasmo por las dos.
─Todo lo que te dije ayer...─comenzó.
Me tensé al recordarlo, pero sacudí la cabeza para restarle importancia.
─Ya está olvidado.
─¿De verás? ─preguntó temerosa, con la cabeza gacha.
─De verdad.
─Soy una persona horrible cuando me falta la droga.
─La droga te hace decir cosas horribles, pero eso no te convierte en una mala persona ─le aseguré convencida, pues es lo que pensaba.
─Entonces déjame que me quede aquí contigo ─pidió esperanzada. Al ver la cara que puse, continuó─: puedes vigilarme mientras te ayudo con las tareas de casa. Trabajas mucho, y te vendría bien un poco de ayuda para una casa tan grande.
No pude controlar una risilla atónita.
─Ya hemos hablado de eso.
Se soltó de mí y se levantó de la cama para comenzar a vestirse.
─¡No! Tú has decidido eso.
─¿Yo? ─me señalé con falsa inocencia─. Fue el juez Marshall, pero si no estás de acuerdo con su decisión, puedes pedirle que agrave tu condena y te encierre en prisión.
Molly apretó los puños, dio vueltas alrededor de la habitación y terminó pataleando sobre el suelo de parqué.
─Eres terrible, Pamela. En ese juicio conseguiste justo lo que querías. Siempre lo haces, y no sé cómo. ¡No me lo niegues!
La contemplé un poco aburrida.
─No iba a hacerlo ─ante la rabieta de Molly, opté por ignorar su pataleta juvenil y le indiqué que se vistiera con algo más decente que aquellos harapos sucios.
Al principio, consternada al darse cuenta de que era imposible que se saliera con la suya, caminó por la habitación con el rostro arrebolado mientras graznaba palabras malsonantes por aquel piquito de oro que tenía, para al final, darse por vencida, asentir y aventurarse dentro de mi vestidor para aparecer a los cinco minutos vestida con unos pantalones de pinzas azul oscuro y una blusa blanca.
Tuve que llevarme una mano a la boca para evitar la carcajada que estaba deseando soltar, pues Molly, vestida con mi ropa, parecía un monigote disfrazado al que le sobraba tela por todas partes.
─Ni se te ocurra hacer un chistecito de los tuyos ─me advirtió de mal humor. Me cogió del brazo para que la acompañara a desayunar. Mientras descendíamos las escaleras, esbozó una expresión pícara y me golpeó con el codo ─. ¿Quién es el tipo de anoche? ¿Un amiguito?
Evidentemente, no iba a entrar en detalles acerca de la relación tumultuosa y complicada que mantenía con Jack, así que me encogí de hombros y para saciar su curiosidad le dije:
─Un amigo.
Molly parpadeó asombrada, lo cual me fastidió bastante. No era agradable que la chiquilla de la que llevaba cuidando desde que ella tenía quince años y yo veinticuatro tuviera tan pobre opinión de mí como para creer que no tenía amigos a los que invitar a mi propia casa.
De acuerdo, de hecho no los tenía, pero prefería que el resto de la humanidad, y sobre todo las personas por las que sentía un sincero afecto, no estuvieran al tanto de mi patética e inexistente vida social.
El olor del copioso desayuno que Jack había preparado me hizo relamerme de anticipación, mientras que Molly, por su parte, tomó asiento y dio buena cuenta del desayuno repitiendo varias veces en voz alta lo delicioso que estaba.
─Te lo has tomado al pie de la letra ─le dije de buen humor, al tiempo que saboreaba una tortita con sirope de arce.
Jack me pasó un brazo alrededor de los hombros y me dio un beso de buenos días en la mejilla, para luego susurrarme al oído.
─Es mi obligación alimentar a mi simpática mujercita.
Se me atragantó la comida, y Molly, que estaba lo suficiente cerca para oír sus palabras, abrió la boca y nos observó perpleja.
─¿Estáis casados? ─nos preguntó, a pesar de que sólo me observaba a mí.
─No por mucho tiempo ─le respondí con desgana.
─Le gusta hacerse la interesante ─la informó Jack, ganándose una mirada ácida por mi parte.
Durante el tiempo que duró el desayuno, Molly no cesó de hacer preguntas acerca de nuestro matrimonio, por lo que Jack se inventó una rocambolesca historia en la que me había pedido matrimonio después de que yo hiciera un comentario ─verídico─, acerca de lo mediocre que resultaba un fiscal de sueldo tan bajo. Narró con entusiasmo que había decidido convertirse en un mantenido y cuidar de mi gato, quien debía soportar el mal genio de una mujer independiente que siempre quería llevar la razón.
Molly río a carcajadas mientras aplaudía la versión de Jack, y yo los insté a voces a que nos marchásemos de una vez por todas, mientras ambos me ignoraban con deliberación y seguían a lo suyo, criticándome de manera burlona, lo cual me provocó una sonrisa inesperada al percatarme de que Molly parecía una nueva chica gracias a que Jack le había contagiado su buen humor.
Tras pasar por casa de Molly, quien vivía en un piso que yo le había conseguido en el barrio de Fremont , pues detestaba la mala influencia de sus anteriores vecinos; conduje hacia el centro en el que el Juez Marshal había impuesto su internamiento en menos de doce horas.
Le hice una seña a Jack para que se quedase dentro del vehículo, e insté a Molly a que me acompañara. Asintió con gravedad, y la sonrisa que había esbozado durante el resto de la mañana se le borró de un plumazo. Se despidió de Jack con un vago asentimiento de cabeza, y me acompañó como si se tratara de una autómata.
En el centro, un hombre joven de ánimo resuelto nos recibió. Me llevó a un sitio aparte para que Molly no pudiese escuchar lo que me decía.
─No figura en la lista de familiares de la joven ─comentó, más por precaución que porque realmente le importase la identidad del acompañante de Molly.
─Soy la persona más cercana que tiene ─le informé.
Asintió con pesar, por lo que no fue necesario decir nada más. Aquel hombre sabía lo necesario que era para Molly recibir visitas de la única persona que sentía afecto sincero por ella, por lo que no puso impedimentos a que la visitara los fines de semana, respetando el horario de visitas establecidas por el centro.
─No será fácil, y no creo que los cinco meses impuestos por el juez sean suficientes para curar su adicción, por lo que ella tendrá que poner todo de su parte si quiere reinsertarse en la sociedad. En este sitio la ayudaremos en todo lo que nos sea posible, pero no podemos doblegar su voluntad. Ella tiene la última palabra, señorita...
─Blume.
─Señorita Blume, encantado de conocerla ─me tendió una mano que no dudé en estrechar.
─Sí, lo sé ─respondí, con la vista fija en Molly.
Crucé algunas palabras de cortesía con aquel tipo antes de dirigirme hacia Molly, quien me esperaba mordiéndose la uña del pulgar. Al percatarse de que estaba a su lado, soltó un bufido cargado de resignación. Le palmeé el hombro para calmar aquella inquietud que sabía que negaría si osaba mencionar en voz alta.
─Este sitio no es tan malo como parece ─traté de animarla ─, el tipo que nos ha recibido, por ejemplo, parece una persona con la que se puede tratar.
Soltó un resoplido que dispersó los mechones de su espeso flequillo oscuro.
─Eso lo dices porque tú no eres la que tiene que quedarse aquí ─me contradijo enfadada.
─Podría decirte que yo no me quedo aquí, porque no hecho nada por lo que merezca vivir encerrada durante cinco meses ─repliqué, con la dureza necesaria para hacerla recapacitar.
El comentario no le sentó nada bien, y haciendo gala del espíritu rebelde que yo esperaba que se le disipara con el paso de los años, me dedicó una mirada carga de rabia. Sabía que el brillo de sus ojos se debía a la reclusión que tendría que soportar durante los próximos meses, así que no me lo tomé como algo personal.
─Me estás abandonando ─me recriminó con los ojos brillantes. Dentro de unos segundos rompería a llorar, situación que yo no quería presenciar, y no porque fuera la mujer dura y sin sentimientos por la que todos me tomaban, sino porque sabía que no podía soportar sus llanto incontrolable antes de marcharme de aquel lugar para dejarla como la mujer joven y adulta en la que, pese a todo, se había convertido.
─Soy yo la que se va, pero eres tú la que me abandona ─la sostuve por los hombros para captar toda su atención─. Cúrate, por el amor de Dios. No sé qué voy a hacer contigo si sigues destruyéndote como si no hubiera nadie a quien le importases. Te quiero, así que no me lo pongas más difícil.
Me separé de ella para marcharme de aquel lugar con paso apresurado, pero su voz quebrada al decir mi nombre me detuvo de inmediato. Me giré hasta encontrar sus ojos brillantes por las lágrimas, pero en esta ocasión, no había reclamo alguno en ellos. Asintió mientras se limpiaba el rostro humedecido con el puño de la blusa y la firme determinación que se desprendía de su expresión.
─Te lo prometo ─musitó, con una voz lo suficiente firme para que yo la creyera.
Le sonreí por última vez antes de regresar junto a Jack, quien estaba esperándome fuera del coche apoyado sobre la puerta del conductor con las manos metidas en los bolsillos de su sudadera. Se alegró de verme, y yo me alegré de que así fuera.
A pesar de que él sabía ─no es que hubiera que ser un lince para ello─, que dejar a Molly en aquel sitio me había dolido más a mí que a ella, no hizo ningún comentario y se metió en el vehículo. Yo, por mi parte, me encendí un cigarrillo y me quedé fuera. Necesitaba el humo del tabaco en aquel momento, por muy insano que fuera.
─¿Te importa esperar un minuto? ─le pregunté desde el exterior.
Jack se encogió de hombros, se dejó caer sobre el asiento y me dedicó una mirada extraña que no supe desentrañar. Permanecimos en silencio, él sentado dentro del coche, mirándome mientras yo fingía que no me daba cuenta de que me miraba. Tras unas breves caladas que no me hicieron sentir mejor, tiré el cigarrillo sin consumir al suelo, lo pisé con la suela del zapato y me monté en el vehículo.
─Molly es como una hermana pequeña para mí ─solté en voz alta, y hasta a mí me sorprendió aquella necesidad de hablar con Jack del tema, pues no era dada a contarle mi vida, ni mis problemas, a la primera persona que tuviera delante.
Él se giró para mirarme a los ojos, asintiendo brevemente al percatarse de lo que me sucedía.
─¿No tienes hermanos? ─se interesó.
Se me agrió la expresión, y opté por no responder a aquella pregunta, pues sabía que cuanto menos supiera de mi vida era mejor. Y de hecho, no había respuesta idónea para aquella pregunta. Sí, tenía dos hermanas, y yo estaba justo en el medio, como siempre me había sentido en la vida. Sin encajar en ninguna parte.
Helen era mi hermana mayor, a la que adoraba pero con la que no tenía demasiadas cosas en común. Olivia era mi hermana pequeña, quien nunca me había permitido tener una relación afectuosa con ella, y mientras yo era la hija díscola que se regía por sus propias reglas, ella se trataba ─por muy mal que estuviera decirlo─ de la oveja negra de la familia; aquella que siempre hacía lo que le venía en gana y tenía grandes dificultades para llegar a fin de mes.
─Es de admirar que te intereses por una chica que no es parte de tu familia. No te tomes a mal lo que voy a decirte, pero nunca lo hubiera esperado de ti, Pamela.
Me encogí de hombros, pese a que su comentario no me había sentado bien.
─No me molesta, estás siendo sincero.
─Te empeñas en parecer una mujer fría y altiva, pero no lo eres.
─No tengo ningún interés en granjear determinadas opiniones sobre mí a los demás, te lo aseguro ─respondí sin dudar─. Te equivocas demasiado conmigo, pero por los motivos equivocados. Puede que la gente piense que soy de la manera en la que tú me describes, y que yo no les haya dado motivos para cambiar de opinión, pero sinceramente, no me interesa. El único mal que he podido cometer es el de ser jodidamente buena en mi trabajo, y no voy a pedir perdón por ello.
─A mí la opinión de los demás me importa una mierda ─replicó, un tanto ofuscado─, ya me he formado la mía.
─Sí, lo suponía.
─El problema es que tú estás empeñada en hacerme cambiar de opinión ─me giré hacia él asombrada. Jack sonrío de oreja a oreja─. Pero no vas a conseguirlo. Soy un hombre de ideas fijas.
Con aquel comentario sin resolver que para mí tuvo mucho significado, arrancó el coche y dejó de prestarme atención. Yo, por el contrario, no pude evitar observarlo mientras conducía. Estaba concentrado, a pesar de que su boca seguía curvada en una sonrisa felina que me resultó demasiado tentadora. El sol atravesaba el cristal para hacer brillar algunos mechones de su cabello, lo que le otorgaba un aire desenfadado que me tenía encandilada.
─¿Dónde vamos? ─preguntó, al detener el coche frente al semáforo en rojo.
─Querrás decir dónde me dejas ─repliqué, a pesar de que me sería muy útil tenerlo como aliado en aquella pesquisa.
Si Jack no estaba dispuesto a creer en mi intuición, entorpecería mis planes con su sentido común y sus comentarios cargados de una sensatez que no me resultaría útil en aquel momento.
─No me moveré de tu lado, Pamela. Ahora que me has contado todo lo que sabes no puedes pedirme que me aparte sin más. Me quedo contigo, y no hay más que hablar. Metételo en esa cabecita tuya de la que te sientes tan orgullosa ─soltó, dándome dos leves golpecitos en la frente que me dejaron atónita─. Así que, ¿A dónde vamos?
─Sigue recto y gira a la derecha en la tercera calle ─respondí, y deseé que no se notara que estaba encantada de tenerlo conmigo en aquel asunto.
─Esa es la calle de la casa en la que murió Jessica Smith ─refunfuñó con desaprobación.
─Si me vas a acompañar, guárdate el sentido común y el tonito paternalista en un sitio en el que yo no tenga que oírlos. Si no es contigo, iré sola.
─Y no lo dudo ─replicó, poniendo el coche en marcha─. Eres una mujer insoportable.
***
A petición mía, Jack aparcó el coche dos calles abajo, por lo que tuvimos que caminar durante unos minutos hasta la casa de Jessica Smith. Sentí una caricia gélida en la espalda al pasar frente a la casa. Aquella pobre chica había sido asesinada de una forma cruel y sanguinaria, y a pesar de que yo me encontraba en aquel lugar para liberar a David, no podía negar las ansias de justicia que aquel caso me habían infundido.
En mi vida, había tenido aquella sensación una sola vez, y el resultado se traducía en el internamiento de la que sentía como mi propia hermana.
─No irás a entrar a esa casa ─se temió Jack, mientras me sostenía del brazo por si las moscas.
Me zafé de su agarre, irritada por su sobreprotección. En aquel equipo improvisado, él era la voz de la razón que me afanaba en ignorar.
¡Qué suplicio!
─Sólo si es necesario.
Me encaminé con determinación hacia la casa de la vecina a la que David había mencionado, situada justo frente a la residencia de la difunta Jessica Smith, que aún tenía la puerta precintada con aquel cordón policial de cinta amarilla. Me sobrecogí al percatarme del aspecto macabro que un simple detalle como aquel podía otorgar a todo un barrio.
─¿Te das cuenta de lo ilógica que eres? ─me recriminó Jack, en cuanto llamé al timbre de aquella casa─. Se supone que crees a pies juntillas en la versión de David, pero vienes aquí para confirmar que no te ha mentido.
Lo miré con fastidio.
─Te equivocas. Vengo aquí porque jamás pondría la mano en el fuego por nadie ─desde el interior escuché pasos que se acercaban hacia la entrada, por lo que me apresuré a añadir─: y porque nada me causará más placer que demostrarte que estás equivocado. Tengo razón, y te lo voy a demostrar.
La puerta se abrió, y me encontré con una mujer de avanzada edad, una redecilla repleta de rulos sobre la cabeza, bata de andar por casa y unas gafas sobre el puente de la nariz. Nos observó de hito en hito, con evidente curiosidad.
A mi espalda, pude percibir que Jack sonreía por la razón equivocada, pues nos habíamos topado con el especímen más peligroso del vecino de la casa de al lado: la vecina cotilla.
Por mi parte, a mí me pareció una oportunidad inmejorable, pues estaba convencida de que aquella mujer estaba lo suficiente aburrida como para meterse en la vida de los demás, incluida la de Jessica Smith.
─Buenos días, señora Pitt ─a mi espalda, Jack se puso ceñudo, lo que me convenció de que él no estaba habituado a hacer el trabajo de campo, demasiado ocupado en ganar juicios con discursos que apabullarían al mejor de los oradores. Yo, por el contrario, prefería los hechos irrefutables, pues no existía mayor placer en el mundo que el de dejar al fiscal de turno con cara de póquer.
De acuerdo, no es que tuviera que sentirme victoriosa por haber echado un rápido vistazo al buzón de aquella mujer para cerciorarme de su nombre antes de llamar a su puerta, pero fue una oportunidad perfecta para demostrarle que yo sí que sabía lo que hacía.
─Soy Megan Williams, y este es mi compañero Adam Sandler ─el susodicho parpadeó atónito─. Venimos en representación de la aseguradora de la difunta Jessica Smith, y nos gustaría hacerle unas preguntas si nos concede un par de minutos.
─¡Oh, por supuesto que sí! Pobre chica.. .¡Pasen, pasen! ─nos recibió entusiasmada, mientras abría la puerta para que la siguiéramos.
Jack pasó por mi lado y susurró a mi oído:
─¿Adam Sandler?
Me encogí de hombros, y le respondí cuando la señora Pitt comentaba algo acerca de su gato.
─Me gusta ese actor, y es lo primero que se me ha ocurrido.
La señora Pitt nos invitó a tomar asiento en un saloncito decorado con un amplio ventanal que ofrecía unas inmejorables vistas a la calle. Enarqué una ceja hacia Jack para que se diera cuenta de aquel detalle, y en respuesta, él se puso ceñudo, negándose a darme la razón.
─Ustedes dirán ─antes de que pudiera responder, la señora Pitt continuó con su perorata─. Pobre chiquilla... era tan joven... morir a manos de ese bárbaro. ¡Dios mío, creo que nunca podré superarlo!
A mí, por el contrario, me pareció que ya lo había hecho.
─¿La conocía usted bien? ─pregunté con inocencia.
─Bueno... éramos vecinas, y ella era una chica muy educada que siempre saludaba a todo el mundo pese... ─fingió que su rostro se turbaba con pudor, e hizo una pausa larga y falsa para continuar─, las malas lenguas dicen que era prostituta. Yo nunca los creí... pero recibía muchas visitas masculinas.
─De todos modos no se merecía morir ─replicó Jack, cabreado sin poder evitarlo.
Le solté un codazo para que se mantuviera al margen.
─¡Oh, por supuesto que no! Recuerdo que fui la primera en llamar a la policía al escuchar los gritos... pero fue demasiado tarde ─se lamentó, y me pareció que era sincera ─. Aún no me han dicho para qué necesitan mi ayuda ─comentó, con cierto recelo.
─Jessica Smith tenía contratada una póliza de vida con nuestra compañía y estamos intentando contactar con sus familiares más cercanos, pero debido a que residen en Canadá, nos es imposible conocer su paradero. A Jessica se le olvidó rellenar unas datos, e iba a solventarlo esta semana...─solté un suspiro que consiguió el efecto deseado en la señora Pitt, a quien se le llenaron los ojos de lágrimas.
─Pobrecita... era tan joven y estaba tan llena de vida ─de repente, su rostro se iluminó al sentir que podía sernos útil─. Hace unas semanas, se fue de viaje durante unos días a visitar a su familia, y me dio un número de teléfono al que llamarla por si alguien entraba en su casa. Ya le habían entrado a robar un par de veces, pero quién podía imaginar que la asesinarían estando ella dentro...─sacudió la cabeza con desaprobación─. No podía imaginar que aquel chico no era trigo limpio, de hecho, me pareció que la obligaría a encauzar su vida por el buen camino, ustedes me entienden.
─Por supuesto ─asentí.
─¿Quieren que les apunte el número de la casa de sus padres? Creo que yo también voy a llamarlos, porque aún no les he dado el pésame. Pensaba hacerlo en el funeral, pero su familia ha pedido que trasladaran el cadáver a Canadá. Por supuesto, es lo más sensato.
La Señora Pitt se levantó para ir a buscar aquel número de teléfono que a mí no me interesaba, pues había ido hasta aquel lugar con aquella excusa para formularle una pregunta que esperaba que me respondiera
─Hay algo más, señora Pitt. Jessica también tenía asegurada su casa.
─Pero si estaba de alquiler─ comentó asombrada.
Jack se llevó las manos al rostro, muy intranquilo. Por mi parte, me apresuré a solventar aquel error.
─Sí, por su puesto. Me refería al propietario de la casa.
─¡Ah, el señor Müller!
─Exacto, el señor Müller. Contrató un seguro de vivienda hace un par de meses, y nos hemos percatado de que la cerradura de la puerta no funciona. Tal vez usted podría decirme si, en la desgraciada muerte de Jessica, alguien la forzó.
─Oh... pues... ahora que lo dice ─se frotó la barbilla para hacer memoria─. Estaba tejiendo una bufanda para mi sobrina, y como ya se han percatado, esta ventana tiene la orientación perfecta para parecer una vecina cotilla ─se excusó con fingida turbación─. Quizá tenga usted razón, porque al poco tiempo de entrar, ese chico volvió para cerrar la puerta de la entrada.
─¿Se percató de que alguien entraba en la casa? ─le pregunté con ansiedad, a pesar de que no había forma de justificar aquella pregunta.
De todos modos, la Señora Pitt se apresuró en responder.
─Lo siento, pero me quedé dormida y me levanté en el momento en el aquel chico cerraba la puerta. De hecho, me desperté con el ruido del motor de un coche que no paraba de dar vueltas a la manzana. Ya le dije a la policía que aquella chica rubia que lo conducía llevaba merodeando por el barrio un par de semanas, pero no me hicieron caso. A mí no me daba buena espina, pero ya ve usted que el mal se encuentra donde menos te lo esperas ─aludió con resignación a David.
Palidecí ante el comentario del coche y la chica rubia, por lo que me apresuré a sacar del bolso la fotografía de aquella joven rubia con la que Jessica aparecía discutiendo. Sin importarme lo que la Señora Pitt pensara de mí, le señalé a la joven.
─¿Es esta mujer? ─le pregunté.
─Se le parece mucho, pero no sabría decírselo con seguridad. Puede que sí o puede que no, pues nunca la vi de cerca. Era rubia, delgada y de piel muy pálida.
Aquella descripción casaba a la perfección con la de la mujer escuálida que discutía con Jessica Smith en aquella fotografía.
La señora Pitt nos dedicó una mirada recelosa.
─Dígame una cosa, ¿Ustedes no son aseguradores, cierto? ─adivinó la Señora Pitt.
─La chica de la fotografía es una amiga de Jessica Smith. La difunta la ha nombrado en la póliza de vida, y nos vendría muy bien conocer su paradero ─se apresuró a inventar Jack.
Le agradecí aquel gesto que no logró disipar el recelo de aquella mujer.
Al cabo de unos minutos, nos marchamos con el número de teléfono de los padres de Jessica. La señora Pitt, tras ofrecerme una mirada cargada de suspicacia, suspiró y dijo:
─El coche que conducía era un ford ka blanco y viejo, por si les sirve para que puedan encontrarla.
─Jack y yo la observámos de hito en hito, y la Señora Pitt nos ofreció una media sonrisa─. Como he dicho, el mal está donde menos te lo esperas.
Cerró la puerta, dejándonos anonadados ante aquella ayuda inesperada. Sabía que no éramos aseguradores, pero nos había auxiliado de todos modos, con toda probabilidad porque ella también sospechaba de la mujer rubia que le había turbado el sueño.
─De acuerdo, puede que tengas razón ─admitió Jack a regañadientes.
─Aún no. Necesito cerciorarme de algo ─le informé, mientras me encaminaba hacia la casa de Jessica.
Me alcanzó a la carrera, interponiéndose entre mi cuerpo y la puerta de la entrada.
─No vas a entrar ahí dentro. Si nos pillan, los dos perderemos nuestro trabajo por entorpecer una investigación criminal.
─En lo que a mí respecta, el único que estorba aquí eres tú. Quítate de en medio ─le ordené, de mala manera. Ante su negación, opté por aplacarlo haciendo acopio del sentido común─. Necesito saber si existía una puerta trasera. Si esa mujer entró y asesinó a Jessica Smith, ¿Por dónde salió sin ser vista?
Arrugó la frente, sopesando si por ello merecía la pena jugarnos el pellejo.
─Tiene sentido.
─¡Por supuesto que lo tiene! ─exclamé impaciente.
Ante mi asombro, Jack sacó una tarjeta de crédito del bolsillo con la que intentó abrir la puerta, mientras yo lo observaba sin esperanza alguna. Me mordí el labio para no reírme, pues no quería herir sus sentimientos cargados de hombría, y le puse una mano en el hombro para detenerlo.
─Eso sólo funciona en las películas.
Soltó un gruñido áspero para que dejara de molestarlo, giró el pomo de la puerta mientras forcejeaba con la cerradura y tras unos segundos, la puerta se abrió para hacerme tragar mis anteriores palabras. Jack me observó orgulloso con una sonrisa de oreja a oreja.
─¿Dónde has aprendido a hacer eso? ─pregunté con recelo.
─Eso que más da ─echó un vistazo a la calle desierta para cerciorarse de que nadie nos estaba espiando, lo cual era absurdo, pues estaba segura de que la señora Pitt nos vigilaba sin perder detalle desde la ventana. Por alguna extraña razón, también tuve la certeza de que no iba a denunciarnos a la policía.
Tras la breve inspección, Jack se agachó para no romper el cordón policial, ofreciéndome una mano con educación para que lo siguiera al interior. Rehúse su mano, lo que me granjeó una mirada escéptica de su parte.
No quise detenerme a observar los detalles de aquella casa, pero Jack sí lo hizo. Me era imposible no percibir la sombra de lo que en su día había sido Jessica, cerniéndose por las paredes y exigiéndome en susurros que me helaban el cuerpo que descubriera a su asesino, o tal vez, dada la ultima información; asesina.
─Tal vez deberíamos echar un vistazo al interior de la casa antes de largarnos ─sugirió.
─¿A dónde se ha ido tu sentido común? ─rehusé.
─Si existe esa puerta de atrás de la que hablas, sal por ahí y espérame fuera. Yo voy a inspeccionar el interior. A Jessica la mataron porque sabía demasiado, y voy a averiguar el motivo.
Antes de que pudiera detenerlo, se escabulló en dirección a la planta de arriba, dejándome con la palabra en la boca. Me sentía agobiada y superada por la situación; bastante surrealista si tenía en cuenta que entrar allí había sido idea mía.
Crucé la casa en dirección al jardín trasero. Tal y como había supuesto, existía una puerta trasera que se abría y cerraba desde dentro, por lo que parecía lógico que la misma persona que entró en la casa pudo salir desde aquel lugar sin ser visto por los vecinos. La parte trasera de la casa colindaba con el jardín de una residencia vecina, a la que separaba una pared de menos de metro y medio. Me mordí el labio, advirtiéndome a mí misma que lo que se me acababa de ocurrir no era buena idea. Cinco segundos más tarde, estaba encaramada a la pared con una pierna por encima.
─¿Se puede saber qué estás haciendo? ─exigió Jack a mi espalda.
Fue tal el susto que me solté por puro instinto. Por suerte, Jack fue lo suficiente rápido como para sostenerme en alto antes de que me cayese al suelo. No era una gran caída, pero me habría hecho daño de todos modos.
─Salvada por el príncipe ─me dijo, guiñándome un ojo─, ahora tienes que agradecérmelo con un beso de amor.
─Bájame ahora mismo.
Se señaló la mejilla.
─Me conformo con que seas más amable que de costumbre. Dame un besito, justo aquí ─me pidió con falsa inocencia, ladeando la cara para que lo besara donde me pedía.
Suspiré, y a pesar de que intuía lo que iba a suceder, le rodeé el cuello con los brazos para acercarme a su rostro. No sé lo que me invadió en aquel instante ─un virus, como mínimo─, pero haciendo alarde de la locura que sufría cada vez que lo tenía cerca, lo besé en los labios. Jack abrió la boca, preso de la sorpresa. Entonces actúo por instinto, me apretó contra su pecho y encontró mi lengua. Nos besamos durante un rato largo, hasta que el beso se tornó en algo más arriesgado que no estaba dispuesta a soportar, por lo que me separé de él jadeando.
Conmigo en brazos, haciendo caso omiso a mis pataleos para que me bajase, volvió a aproximarse con un brillo peligroso en la mirada.
─Otro ─reclamó.
Me eché a reír hasta hacerlo enfadar, provocando que me soltara de mala manera en el suelo. En mi empeño por aparentar que aquel beso no me había afectado, volví a encaramarme a la pared con la intención de comprobar si alguien de mediana estatura podía saltar la tapia y escapar sin ser visto con cierta facilidad.
─Estás obcecada en hacerme perder la paciencia ─gruñó, mientras me aupaba con las manos puestas en el trasero.
─¡Eh, yo sola! ─exigí, pataleando para que no volviera a tocarme, lo cual fue innecesario, pues no lo intentó de nuevo─. Quiero probar si alguien como yo puede saltar esta tapia y escapar sin ser visto.
─Eso es absurdo...
No escuché nada más, pues salté al otro lado para caer sobre un arbusto espinoso. Aullé de dolor, y a los dos segundos, tenía a Jack a mi lado, quien tuvo mejor suerte que yo y fue a caer a un claro a escasos centímetros de donde me hallaba tirada. Me levanté con la cara y los brazos arañados por las zarzas, lo que me granjeó una mirada guasona de su parte.
─¿Te creías que eras Tom Raider, eh? ─preguntó con suavidad, mientras me quitaba una ramita que tenía en el pelo.
Iba a callarle la boca con un comentario sarcástico cuando escuchamos los pasos y gritos que se acercaban hacia nosotros. Por supuesto, no nos detuvimos a presentarnos. Echamos a correr atravesando aquel espeso follaje que nos ocultaba de las miradas ajenas.
─¡Ya han vuelto a saltar otra vez la tapia! ─exclamó una voz masculina.
─¡Te dije que podaras esos arbustos! ¡Ya pasó lo mismo el día que asesinaron a esa pobre chica! ─replicó una voz femenina.
Jack y yo nos miramos con la boca abierta, sin dejar de correr hasta que conseguimos llegar hasta el coche. Me sacudí las ramas y la suciedad de los brazos, mientras él se peinaba el cabello, tan aturdido como yo.
Por un instante de egoísmo, deseé no estar en lo cierto, que David O´connor fuera culpable y yo continuara con mi monótona, ordenada y segura vida. Sentí todo el miedo acumulado al que había rehusado atender los días anteriores, y me mordisqueé la uña del pulgar con nerviosismo, anticipando en mis pensamientos lo que se me venía encima.
─Tenías razón ─dijo muy serio.