CAPÍTULO VEINTITRÉS
Sanatorio Waverly Hills, Louisville, Kentucky , 12 de Marzo de 2013
La sangre que hay en mis muslos me hace estallar en un sollozo incontrolable. Se esparce por mis piernas desnudas, sobre la tela vieja y sucia que tapa mi desnudez. Grito hasta que me desgañito y me faltan las fuerzas, y trato de frenar la hemorragia que sé que es irreversible.
El sádico Doctor Moore me ha encerrado en la planta de arriba, que corresponde a la zona de mayor seguridad y aislamiento. Me ha arrebatado mi libertad y al hijo que guardaba en las entrañas.
Siento un vació en el estómago que confirma mis peores sospechas, y por un instante imagino que estoy en mi casa, bajo a abrir la puerta y me reconcilio con Jack, el hombre del que estoy enamorada y al que fui incapaz de perdonar debido a ese orgullo que no sirve para nada salvo para hacerme daño.
¿Qué explicación me habría dado de habérselo permitido? ¿Por qué dijo que quería volver a casarse conmigo?
Tirada en el suelo de la celda en la que me han encerrado, sueño con una boda que sí puedo recordar, repleta de mis flores favoritas, con pocos invitados y la sonrisa sincera de una madre que me quiere. La banda sonora es la de cualquier canción de U2, pues a ambos nos gusta ese grupo y es un momento que debemos atesorar en la memoria con una de las canciones de aquel concierto que no pudimos disfrutar porque el miedo volvió a interponerse entre nosotros.
Si alzo la mano, casi puedo tocar el cabello rubio de Jack, con esos mechones rebeldes colándose en sus ojos grises. Los mismos ojos que me miran con deseo cuando hacemos el amor. Jack es mi marido, y tiene esa manera de mirarme que me devora los sentidos hasta que me convierte en un ser que cree que lo puede todo.
Excepto ahora.
Recuerdo al hijo que quería incluso antes de conocer su existencia. Imagino a la persona en la que se habría convertido, alguien de quien sentirme orgullosa y a quien amar como la madre que pude ser y que ahora no soy.
Porque no lo han dejado nacer. Porque fui incapaz de perdonar cuando solo quería amar. Por todos los errores que cometí y no podré enmendar. Por las personas a las que dejé atrás y no volveré a encontrar.
Cierro los ojos y me dejo ir hacia un lugar en el que la esperanza es una sombra borrosa de la que apenas tengo conciencia, pues el sitio al que me dirijo es tan fácil como inaccesible salir una vez que has entrado. He perdido la esperanza.
Estoy a punto de cerrar los ojos cuando la puerta se abre y la luz del exterior me ciega. Una figura enorme da un paso hacia mí, por lo que extiendo las manos en busca de ese último rayo de esperanza que puede salvarme.
Tessa.