CAPÍTULO VEINTE
Seattle, veintitrés días antes
Aceleré en la última esquina para adelantar a Jack, a quien le había resultado emocionante aquello de retarme a una absurda carrera matutina en la que, por supuesto, no iba a dejarme vencer. Las pulsaciones se me aceleraron cuando aumenté la zancada para alcanzarlo antes de que se detuviera en la puerta de mi casa. Con la lengua fuera y el corazón palpitando furioso, subí de una sentada los cuatro escalones de la entrada antes de que él pudiera reaccionar.
Abrí la puerta para que él entrara dentro. Me dedicó una mirada burlona que quería decirlo todo, pero aún así añadió:
─¿Siempre eres tan competitiva?
Me encogí de hombros para restarle importancia, pese a que asentí.
─Supongo que sí.
─Pues que sepas que te he dejado ganar. De hecho, no podrías haber seguido mi ritmo durante los diez kilómetros.
Lo miré con los ojos muy abiertos.
─¡Yo quería hacer doce! ─protesté.
Se río como si estuviera loca, pero pronto me tuvo capturada entre sus brazos. Subimos hasta la segunda planta, donde nos metimos en la ducha entre beso y beso. Apenas teníamos tiempo para aquellos menesteres, lo que no impidió que aprovecháramos aquel instante para prometernos lo que nos depararía horas después, esa misma noche.
Desde que nos habíamos acostado, Jack no se separaba de mí. Nadie podía asegurarnos que no volverían a asaltar mi hogar, y Jack estaba empeñado en no dejarme a solas ni un solo minuto. El decía aquello de “ por si acaso”, pero yo prefería pensar que era porque se sentía incapaz de separarse de mí sin echarme de menos. Qué absurdo teniendo en cuenta las circunstancias anteriores; pero qué gozada.
En cuanto Jack detuvo el coche frente al edificio de apartamentos en el que se suponía que vivía Sasha, acordamos que yo entraría por la puerta delantera mientras que él esperaba en la parte de atrás que daba al jardín, pues teniendo en cuenta los acontecimientos anteriores, no queríamos que Sasha volviera a escapar.
El interior del edificio era tan deprimente como la fachada exterior. Las paredes estaban llenas de desconchaduras y el cableado eléctrico relucía enmarañado, lo que suponía un verdadero peligro para el bebé que berreaba en el interior del apartamento. No tuve tiempo de preguntarme si Sasha tenía un hijo, pues me apresuré a llamar a la puerta cuando atisbé que un anciano había abierto la puerta de al lado para gritarme de malas maneras que me largara de allí, alzando el bastón en dirección a mi cabeza.
A los pocos segundos, una mujer afroamericana abrió la puerta, entrecerró los ojos y me estudió de arriba a abajo. Llevaba subido a la cadera a aquel niño que no dejaba de lloriquear, por lo que en un intento por ganarme su confianza, saqué una de las muchas piruletas que llevaba en el bolso y que siempre tenía guardada para ofrecer a mis sobrinas. Las mejillas redondas del bebé se hincharon en cuanto recogió aquel presente, y yo sonreí encantada. Me gustaban los niños, pero hasta hace un tiempo escaso, no había encontrado al hombre indicado. Por supuesto, todavía tenía que preguntarle qué pensaba él al respecto de tal idea.
─¿Qué quiere? ─inquirió la mujer. No se me pasó desapercibido que no era bien recibida en aquel lugar.
─Estoy buscando a Sasha.
─Aquí no vive ninguna Sasha.
Hizo el intento de cerrarme la puerta, por lo que interpuse el pie en el interior para evitarlo, razón por la que me granjeé una mirada iracunda.
─¿Qué pasa ahí fuera, Macy? ─preguntó una voz femenina desde el interior del apartamento.
Por la mirada alarmante que le dedicó Macy a la persona de la voz femenina, adiviné sin mayor esfuerzo que se trataba de Sasha, por lo que traté de empujar la puerta pese a que aquella mujer tenía una fuerza considerable.
─¿Sasha? ¿Sasha Ivanenko? ─pregunté, para hacerla salir.
Escuché los pasos acelerados de la susodicha tratando de huir, momento que aprovechó Macy para cerrar la puerta sin darme tiempo a reaccionar. Pero sabía que Sasha intentaría escapar por la puerta de atrás, por lo que bajé las escaleras, esquivé al anciano que intentó golpearme con el bastón y salí al jardín, donde Jack la tenía acorralada contra la verja del exterior.
─¡Yo no sé nada! ¡No sé nada en absoluto! ─nos gritó a los dos.
Con las manos en alto, Jack trataba de calmarla asegurándole que no queríamos hacerle daño. Pero yo me aventuré a ir más allá, y sacando la fotografía en la que Sasha aparecía discutiendo con Jessica Smith, se la planté frente a la cara.
─Discutiste con Jessica Smith un par de días antes de que la asesinaran. Merodeabas por su casa el día en el que la asesinaron, y quiero saber por qué. O hablas con nosotros, o hablas con la policía. Tú decides.
A Sasha le temblaron las rodillas antes de echarse a llorar sobre mis brazos.
***
Estábamos en el interior de la casa de Macy a petición de Sasha, quien se negaba a hablar con nosotros en cualquier otra parte porque tenía miedo de que la descubrieran. Me costaba creer que supusiera que el lugar más seguro para ella era junto a un recién nacido y una mujer de mediana edad, pero ella me aseguró que tras haber dejado su residencia con lo poco que llevaba encima, nadie sabía que estaba viviendo en aquel sitio. Nadie excepto nosotros y Roberto, que siempre era capaz de enterarse de todo. Evidentemente, yo prefería no preguntarle cómo.
─Si lo que están preguntándome es si yo asesiné a Jessica Smith, puedo asegurarle que no lo hice. Tenía motivos para hacerlo..., pero no lo hice ─nos aseguró.
Yo no estaba tan convencida de ello, pues mi sentido común me invitaba a desconfiar de cualquiera que no tuviera una coartada sólida. Quizá porque Macy me leyó la mente, se unió a la conversación pese a que le había pedido que se mantuviera al margen.
─Sasha no mató a Jessica porque estaba conmigo el día que esa pobre chica fue asesinada ─replicó. Jack y yo nos miramos sin decir nada, pues sabíamos que aquella mujer mentiría con tal de exculpar a su amiga. No obstante, no pudimos objetar nada cuando Macy soltó el ticket de una farmacia, fechado con el día en el que habían asesinado a Jessica, en una hora lo suficiente cercana a la muerte ─. Mi bebé estaba enfermo, y llamé a Sasha para que viniera a ayudarme. No tengo seguro médico, así que le pedí que fuera a la farmacia para comprarle algo que le aliviara la fiebre. Si van a preguntar, estoy segura de que la farmaceútica que la atendió corraborará su historia.
─Ya no tienen nada que hacer aquí, así que márchensen ─nos instó con brusquedad.
Ninguno de los dos se movió tras aquella orden.
─Oye Macy, ¿Por qué no te metes en tus asuntos y vas a echarle un ojo a tu hijo? Tenemos que hablar con Sasha, y no me gustaría llenarte la casa de policías porque te niegas a colaborar.
La susodicha bufó, se levantó de la silla cuando me crucé de brazos expectante y nos dejó a solas.
─¿Pretendes que nos creamos que no sabes nada de la muerte de Jessica? ─inquirió Jack, por lo que ella desvió la mirada hacia otro lado─. Una vecina te vio merodeando por los alrededores de la casa.
─Ya les he dicho que yo no era ─suspiró, se llevó las manos a la cara y se mordió los labios con rabia─. Les contaré todo lo que sé, pero tienen que marcharse. No quiero que me pongan en peligro, ¡Ni a Macy y su hijo!, ¿Entendido?
Jack asintió, pero yo no me mostré tan proclive. Si Sasha no era la mujer rubia que había merodeado por los alrededores de la casa de Jessica, ¿Quién demonios era?
─¿Qué es lo que sabes de la muerte de Jessica? ─exigí saber.
─Que la mataron por meter las narices donde no la llamaban ─su voz destiló cierto rencor.
Aquello me resultó muy familiar.
─¿Quién?
─Querrá decir quienes ─replicó.
Al ver que Jack y yo no decíamos nada, sacudió la cabeza.
─No tenéis ni idea de donde os estáis metiendo, ¿Verdad? Correréis la misma suerte que esas chicas muertas. A nadie le importan. Prostitutas, toxicómanas, extranjeras, desequilibradas... mueren todos los días y nadie hace nada por evitarlo. O quizás corráis la misma suerte que ese tal David. O peor... como Jessica.
─La policía cree que David asesinó a Jessica ─respondió Jack, que seguía en sus trece.
Sasha se rió ante aquella declaración.
─Estaba loco por ella, ¿Entiendes lo que quiero decir? ─soltó una carcajada ácida─. ¡Jamás le habría puesto una mano encima! ¿Por qué iba a hacer tal cosa? Incluso estaba decidido a dejar a su mujer.
Una mezcolanza de sentimientos desagradables me oprimieron el estómago.
─¿Por qué estás tan segura? Puede que sólo fuera una más ─repliqué, molesta porque aquello era demasiado insultante para mi hermana Olivia.
─Bueno..., Jessica me lo dijo. Ella sólo estaba ayudando a David porque estaba colada por él, y por cómo la miraba David, apuesto a que él estaba enamorado de ella. Esa es la única razón por la que Jessica se atrevió a ponerse en peligro. La conocía, y no era la clase de chica que se jugaba el pellejo por un cliente que le llenaba la cabeza de promesas. Pero con David era distinto, al fin y al cabo, no le pagaba para que se acostara con ella.
─¿Por qué dices que Jessica se puso en peligro?
─David estaba intentado entrar a ese club. Lo conocí cuando respondí a un anuncio que puso en internet en el que decía buscar a una chica extranjera, de algún país de Europa del Este. Ese tipo de peticiones no son muy descabelladas en este trabajo, así que me reuní con él porque prometía una considerable cantidad de dinero. Cuando me dijo que quería que entrara en aquel club, me negué y le dije que yo no me metía en los asuntos de los demás. Me contó que en aquel sitio pasaban cosas muy raras, pero yo no quise escucharlo. Entonces apareció Jessica. Por aquel entonces éramos compañeras de piso, y surgió el flechazo entre ambos. Jessica empezó a trabajar para él, y contactó con un tal Tyler o algo así, que es quien selecciona a las chicas que entran al club. Luego Jessica se metió en la boca del lobo al conquistar a Paolo, que es el gerente del club. Al parecer, trataba de entrar en la habitación ciento ocho porque es ahí donde David buscaba las pruebas, pero Paolo se negaba a dejarla entrar porque se había encaprichado de ella. Todo lo que sé es que David debía de estar muy satisfecho con ella, porque le pagó el alquiler de una casa en una barrio de esos elitistas. Al parecer, la hermana de su esposa está forrada y les pasa un cheque todos los meses, sin preguntar.
Empecé a asquearme de la situación, por lo que me puse de pie y me abaniqué con mis propias manos. A mi lado, Jack escuchaba lo que Sasha decía, a pesar de que no me quitaba el ojo de encima. Intuía que la hermana forrada de la que hablaba con tal liberalidad no era otra que su esposa.
Me sentí insultada por el mismo hombre al que trataba de salvarle la vida. Peor aún, sentí que estaba insultando a mi hermana pequeña porque además de estar ocultándole la verdad, estaba permitiendo que creyera que su marido era un ser excepcional que la amaba por encima de todas las cosas.
En aquel momento en el que no sabía lo que creer ni lo que estaba bien o mal, dejé que Jack hiciera las preguntas mientras me dirigía hacia la salida, donde me encontré a aquel bebé de piel mulata y ojos oscuros con las manos alzadas hacia mi cuerpo, pidiéndome que lo cogiera en brazos. No pude negarme; en el fondo lo estaba deseando.
No dejé de hacerle carantoñas hasta que Jack me puso una mano en el hombro para captar mi atención. De mala gana, acepté devolverle el pequeño a su madre, quien lo recibió antes de dedicarme la clase de mirada sobreprotectora que a mí me hubiera encantado poseer, a pesar de que no era posible.
En el coche, Jack me explicó que Sasha llevaba huyendo desde la muerte de Jessica, pues unos extraños habían asaltado su casa; hecho que ella relacionaba con saber demasiado acerca de los hechos sucedidos en el Mistyc, que en el fondo poco le importaban. Según ella, estaba intentando reunir el dinero suficiente para regresar a Rusia mientras trataba de pasar desapercibida.
─Oye... respecto a lo que ha dicho Sasha de David y el dinero que...
─Era yo quien les pasaba aquel dinero. Sin preguntar ─repliqué, molesta conmigo misma.
─Yo también le hubiera dado dinero a mi hermana si me lo hubiera pedido.
─¿A una hermana con la que tienes una nula relación? ¿Sin preguntar?
─No voy a juzgarte, Pamela ─respondió con determinación─. Y tú tampoco deberías hacerlo. No podías conocer al esposo de tu hermana cuando ni ella misma lo conocía.
─Ni siquiera sabía que estaba casada ─admití resignada.
Él enarcó las cejas, visiblemente sorprendido ante la escasa ─o mejor dicho nula relación─ que mantenía con mi propia hermana.
─¿Entonces de qué te culpas?
─Ni siquiera le he contado a mi hermana que su esposo le era infiel. De hecho, no me lo había planteado hasta ahora. ¡Es mi hermana! Ya sé que David es mi cliente, y que como abogada debo guardar el secreto profesional, pero no puedo hacerle eso a Olivia. ¿Se supone que debo dejar que se entere cuando llegue el día del juicio? No quiero que me odie más de lo que ya lo hace.
─Si te odiara no te habría escogido como abogada.
─Me ha escogido como abogada porque soy la mejor y mis honorarios le son gratuitos.
Ante eso, no pudo rebatir mi argumento.
─Tú sabrás qué es lo más importante para ti; tu trabajo o tu familia. Yo sé lo que haría.
Sí, por supuesto que él sabía lo que haría. ¿Pero lo sabía yo?
Ante mi petición, que más bien fue una orden tajante debido a mi mal humor, Jack me dejó en la penitenciaría de Seattle antes de irse a un juicio del que yo prefería no saber nada. A nosotros nos unían las ganas que teníamos el uno del otro, la pasión y lo bien que parecíamos pasarlo juntos. Por ello, prefería que el trabajo fuera algo que perteneciera a la parcela privada que nos teníamos vedada, pues estaba segura de que no solo teníamos formas opuestas de trabajar, sino maneras totalmente distintas de encarar determinados asuntos.
Me despedí con un breve beso en los labios antes de poner un pie en el suelo para encaminarme hacia el edificio, por lo que Jack me sostuvo la barbilla para darme un beso largo mientras me acariciaba el pómulo. Fue un gesto simple que, sin embargo, me llenó de un ánimo renovado. La clase de gesto que necesitaba en un momento como este.
Uno de sus dedos se enredó en un rizo.
─Déjame que te corte este ─rogó con voz melosa.
Me eché a reír.
─Eres tonto.
─Pero te he hecho reír, y no hay nada más bonito que ver tu sonrisa en esos labios que me vuelven loco ─dijo, tomándome la boca con hambre.
Jadeé contra su boca hasta que nos separamos. Entonces exhalé un suspiro tembloroso que significaba demasiado. Qué cosas me hacía sentir... ¿Era posible que un simple beso me incendiara el estómago? Pues sí, Jack Fisher lo conseguía.
─¿Eres real? ─musité, absorbida por su encanto─. ¿Dónde está el tipo antipático y arrogante que conocí?
─Te estoy mostrando mi lado más irresistible, cariño. Se supone que debes estar loca por mí. Así es como funciona, ¿No?
─Se lo preguntaré a Vicky ─traté de irritarlo.
Él ladeó una sonrisa, pero ignoró el comentario insidioso.
─Si me lo preguntaras a mí, te diría que yo estoy loco por ti. La clase de locura que me haría follarte en este coche, bajo la vista de todos. Es la clase de locura que no me deja dormir por las noches pese a que te tengo a mi lado, porque despertarme para ver como te acurrucas contra mi pecho es un verdadero placer. Y también es la clase de locura que me hace desearte cada día un poco más, Pamela.
─El sentimiento es mútuo ─admití.
Puso mala cara.
─Puedes llegar a ser muy parca en palabras.
Era un adulador al que le encantaba ser adulado. Y empezaba a quererlo de esa manera que había estado evitando...
─Y tú un verdadero incordio ─solté, antes de plantarle un beso rápido que me supo a poco.
Linda me telefoneó instantes antes de entrar a visitar a David, por lo que me apresuré a descolgar el móvil, pese a que me granjeé una mirada reprobatoria seguida de un carraspeo de garganta del funcionario de prisión, por si acaso no me había quedado claro que no le gustaba que le hiciera perder el tiempo. Orgullosa como era, me dí la vuelta para responder a la llamada.
─¡Lo has conseguido! ─fue lo primero que dijo.
─¿A qué te refieres?
─El caso del señor Gallagher es tuyo. Acaba de despachar a su último abogado y tiene el juicio dentro de cuatro semanas, así que me ha llamado para concertar una cita contigo. Dice que está ansioso por conocerte, y no es para menos. Si yo fuera él y me enfrentara a un delito por blanqueo de capitales por millones de dólares, me daría mucha prisa en contactar contigo.
─Los hombres como Gallagher se hacen de rogar incluso en situaciones como esta. Concerta una cita con él para dentro de una semana.
─¿Hoy no? Gallagher se pondrá furioso...
─Pero me ha pedido a mí, y es la clase de hombre que quiere lo que tiene. No me preocupa cabrearlo un poco.
Me despedí de Linda y me permití soltar una risita histérica.
Acababa de conseguir la defensa del caso por el que todos los abogados penalistas del Distrito de Columbia se tirarían de los pelos. El Señor Gallagher era el administrador de Industrias McMahon, pertenecientes al magnate de los negocios americanos Steven McMahon. Del mismo modo que a nadie le cabía la menor duda de que Steven se había lucrado sobornando a funcionarios públicos para conseguir terrenos no urbanizables y blanqueando dinero del tráfico de drogas, era una verdad admitida que el Señor Gallagher no era más que la cabeza de turco de Steven McMahon, el verdadero culpable de la que era considerada por la prensa “La gran estada americana del año”.
Tras la emoción inicial por llevar a cabo la defensa de un caso de semejante envergadura, entré a visitar a David O´connor con el ánimo renovado y el hambre de un tiburón. Ni siquiera me senté cuando lo tuve en frente, solté el maletín encima de la mesa y lo abofeteé con todas mis fuerzas. Los funcionarios que hacían guardia parpadearon y ni siquiera se inmutaron, con toda probabilidad porque no querían ayudar al supuesto asesino de un crimen tan deleznable.
David se masajeó la mejilla enrojecida, se sentó sin decir una palabra y rehuyó mi mirada.
─¿Cómo te atreviste a mirarme si quiera a la cara cuando sabías que yo era la persona que había pagado tus escarceos? ¡Hasta le pagué un maldito alquiler a Jessica! ¿Es que me has visto con cara de idiota? ¡Olivia es mi hermana!
─Se... se suponía que mientras tú seas mi abogada Olivia no ha de importarme ─titubeó, con un descaro que me dejó alucinada.
─Como si acaso te hubiera importado alguna vez ─le espeté asqueada.
En aquel momento, sentí que era muy afortunada por tener a un marido que miraba por mí como David era incapaz de mirar por Olivia, mientras que ella estaba llorando y abanderando su inocencia en casa de Helen.
─Tenía que cuidar de Jessica... ofrecerle un hogar. Tú no lo entiendes..., ¡La metí en ese club y la asesinaron por mi culpa! ─se desesperó─. La amaba... la amaba y no me siento culpable por admitirlo. Iba a divorciarme de Olivia, pero cuando sucedió todo..., ¿Qué se suponía que tenía que hacer; contarte la verdad y morir por un crimen que no he cometido?
─Tal vez no deberías haberte tirado a otra con mi dinero ─espeté con frialdad.
A David se le llenaron los ojos de ira.
─Jessica era más que un polvo para mí.
─¿Y entonces por qué la dejaste que entrara en ese club?
─¡Por que no podía mirar para otro lado! ─explotó.
Acto seguido, se llevó las manos al cabello sucio y echó a llorar. Mostraba un aspecto deplorable y tenía el rostro lleno de magulladuras que me advirtieron de que en la cárcel lo estaban golpeando. Con todo lo que le había hecho a mi hermana, no debería sentir pena por él. Pero la sentí.
─Tenía un amigo que se enteró de lo que sucedía en el club. No le concedí mayor importancia, pero entonces... apareció muerto a los pocos meses. Se suponía que tuvo un accidente doméstico en la ducha, pero con todo lo que yo sabía no podía hacer como si nada. Habría sido fácil, pero no era justo.
─Dime que mi hermana no sabe nada de esto ─exigí.
─No me habría atrevido a ponerla en peligro. Conocí a Jessica, y ya sabes lo que pasó después ─me dijo.
No parecía arrepentido, tan sólo lucía abochornado ante la verdad.
─Necesito un nombre. Algo. Lo que sea. No logro vincular los asesinatos del club Mistyc con la muerte de Jessica Smith, y ya sabes lo que eso significa para ti.
Dejó de cubrirse el rostro con las manos para observarme muy sorprendido.
─¿Tienes intención de defenderme? ─preguntó, temeroso de conocer la respuesta.
Por supuesto que la tenía. Quería decirme a mí misma que era solo porque todas esas mujeres merecían que se les hiciera justicia, pero lo cierto es que David, aunque no fuera santo de mi devoción, era inocente y yo tenía la responsabilidad de hacer mi trabajo. Como su abogada, no podía mirar hacia otra parte dejando que una persona no culpable pagara por los crímenes de quienes nunca serían acusados a no ser que yo hiciera algo por remediarlo.
─Es mi trabajo ─respondí con sequedad.
─Giovanni es el que mueve los hilos, pero el gerente del local es su sobrino Paolo. Jessica logró acceder al club a través de Tyler, que es el encargado de reclutar a las chicas. Toda la mierda recae sobre él, pero no es más que otra cabeza de turco de los verdaderos culpables de esos crímenes. Si Giovanni cae, lo harán todos. Es imposible cuantificar quienes están metidos en el asunto, porque el club Mystic no es más que una tapadera. En realidad, todo sucede en la habitación ciento ocho. Así logran crear la apariencia de un club selectivo donde los clientes normales se mezclan sin saberlo con esos sádicos hijos de puta. Jessica averiguó que en cuanto un cliente se encaprichaba de una de las chicas, esta entraba en la habitación ciento ocho y no volvía a salir.
─Pero a ella nunca la eligieron porque Paolo estaba loco por ella, ¿O me equivoco?
Esquivo mi mirada con palpable resentimiento.
─Era la única manera de que estuviera segura en aquel club ─se defendió David─. Paolo es el sobrino mimado de Giovanni. Sólo estaría a salvo si se acercaba a él.
─Está muerta ─espeté con frialdad.
─Supongo que Giovanni lo descubrió todo y... el resto ya lo sabes.
─No, no lo sé ─lo corté irritada─. ¿Pretendes hacerme creer que ese Paolo del que hablas no sabe nada de lo que se cuece en el interior?
─De hecho, la mayoría de los clientes lo desconocen. ¿Qué mejor lugar para cometer un crimen que aquel al que acuden personas muy importantes que no tienen ni idea de lo que sucede pero mantendrán la boca cerrada si ven algo raro porque no quieren que nadie sepa que frecuentan ese tipo de clubes? Durante el tiempo en el que Jessica ─se le quebró la voz al decir su nombre, por lo que inspiró y volvió a intentarlo─. Cuando Jessica consiguió entrar en ese lugar, los clientes con los que trataba no le pedían nada fuera de lo común, hasta que se dio cuenta de que las chicas más antiguas del club iban desapareciendo. Era consciente de que todas las que entraban en la habitación ciento ocho no salían. El vídeo que tienes en tu poder lo grabó mi amigo, el mismo del que te he hablado y que asesinaron.
─¿Quién es Giovanni?
─Proviene de una familia italoamericana que se ha hecho a sí misma. Su sobrino Paolo lo idolatra, así que no es de extrañar que haga la vista gorda en el club para los negocios de su tío.
─La insignia que los identifica...
─Giovanni tiene un anillo de oro macizo con el mismo símbolo.
─¿Cómo lo sabes?
─Porque Jessica lo vio una vez. Al día siguiente, estaba muerta.
─¿Y dónde puedo encontrar al tal Giovanni? ─inquirí.
David negó con la cabeza, como si acaso lo que acababa de proponer fuera algo absurdo.
─Nadie lo sabe.
─El juez Marshall, el jefe de policía de Seattle... ¿Cuántos peces gordos hay en todo esto?
─Es imposible saberlo, porque en el club todos actúan con un secretismo absoluto. Pero si Giovanni cae, lo harán todos.
Solté un suspiro antes de incorporarme para marcharme.
─No me estás ayudando en nada ─le reproché.
─¿Crees que si lo supiera no te lo diría? ¡Mi vida depende de ello! ─se exaltó.
Me resultó un comportamiento de lo más adecuado si tenía en cuenta sus circunstancias, que no las mías. Ocultarle a mi hermana la infidelidad de su marido, que para colmo era mi cliente, me resultaba una traición a la escasa relación fraternal que nos unía. Si antes me había parecido una idea de lo más práctica, empezaba a echarme en cara actuar con aquella falta de escrúpulos.
─¿Dónde vivía tu amigo?
─En una apartamento arrendado en Madison Park. Pero no encontrarás nada. Tras su muerte, la policía peinó el apartamento y no halló nada. Yo también estuve, y su madre me dio las pertenencias de Logan en una caja.
Pasé por alto el comentario que se me venía a la cabeza acerca de que David no era más que un inútil en los quehaceres de espiar la intimidad de una persona.
Le pedí que me apuntara la dirección de la casa de su amigo antes de salir de la cárcel. Después, me monté en el coche para telefonear a Frank, quien volvió a no cogerme el teléfono. Estaba empezando a preocuparme aquella ausencia suya, pues Frank era una persona con la que siempre podía contar cuando tenía un problema, y de hecho, no se trataba de alguien que se escabullera sin antes avisar.
Conduje en dirección a su casa y me bajé del vehículo para llamar a la puerta. Al cabo de un rato, una vecina se asomó a la ventana para hacerme una señal con la mano.
─Está en el hospital desde el otro día ─me informó.
─¿Qué le ha sucedido? ─me alarmé.
─Un ladrón entró en casa e intentó robarle mientras dormía. El pobre Frank tuvo mala suerte y se despertó en el momento equivocado. Aquel tipo le dio una paliza antes de huir, pero los médicos dicen que se pondrá bien. ¿Es usted su amiga?
Primero habían entrado en mi casa, y luego habían intentado asesinar a Frank. Se me heló todo el cuerpo mientras era consciente de que yo, e incluso Jack, corríamos un grave peligro si no me apuraba en desvelar la verdad del caso O´connor.
─¿En qué hospital se encuentra?
─En Harborview. Al menos ha tenido la suerte de vivir al lado del hospital, porque le fracturaron una costilla y de no ser por lo rápido que actuaron los servicios médicos podría no haberlo contado.
Me despedí de aquella mujer con un agradecimiento sincero. Como la casa de Frank estaba a dos manzanas de distancia, opté por caminar con la intención de desprenderme de aquella sensación horrible que me oprimía todo el cuerpo.
Aligeré el paso mientras me apretujaba dentro de mi abrigo, pues sentía la necesidad de contemplar a Frank con mis propios ojos para creer lo que su vecina acababa de contarme. Puesto que Frank no iba a poder ayudarme, tendría que ser yo la que entrara al apartamento del amigo de David, y antes de que anocheciera, debía reunirme con la amiga de aquella prostituta que iba a colarse en el club.
Doblé en una esquina cuando unas manos grandes me agarraron de la cintura para aprisionarme contra un cuerpo masculino que apestaba a alcohol. Tuve el instinto de gritar, por lo que la mano me tapó la boca al tiempo que una lengua lasciva se paseó por mi cuello.
─Señorita Blume, qué agradable sorpresa.
Reconocí aquella voz como la de Anthony, el cliente al que había dejado de representar. De un empujón, lo separé de mí mientras me alisaba las mangas de mi abrigo aparentando una calma que no poseía.
─¿Qué quieres? Tengo bastante prisa ─le espeté de malhumor.
Anthony detuvo sus ojos en mis pechos, y supe de inmediato que había cometido un grave error al infravalorarlo. No era más que un niño de papá cabreado porque había dejado de prestarle mis servicios. Pero un hombre que me doblaba el tamaño, al fin y al cabo.
─¡Quiero que vuelva a hacer su maldito trabajo! ─rugió, llenándome el rostro de saliva que escupió al gritar.
Hice un esfuerzo por contener la arcada que me sobrevino, y traté de calmar mi respiración acelerada. Anthony se apretó contra mí, luciendo una sonrisa torcida que auguraba las peores intenciones. Su mano me retorció la muñeca izquierda, por lo que aullé de dolor mientras él se reía como el cerdo que era. Aproveché aquel momento de fingida debilidad para cerrar el puño derecho.
─No me ha entendido, Señorita Blume. Usted solo acata órdenes ─se lamió los labios para luego echarme su apestoso aliento a la cara ─. Tal vez tenga que enseñarle modales...
Volvió a lamerse los labios mientras sus ojos me devoraban con lascivia.
─Apártate de mí. Ya te he dicho que tengo prisa ─le advertí.
Inclinó la cabeza hacia un lado y me lanzó una beso repugnante.
─¿O qué?
Fue todo lo que pudo decir antes de que mi puño derecho impactara en su mandíbula. Oí un crujido, se apartó de mí y comenzó a gritarme insultos. No me detuve cuando avanzó hacia mi cuerpo con paso renqueante, sino que saqué el spray de pimienta reglamentario que llevaba en el interior del bolso y le rocié el rostro. Entonces eché a correr, abrí el coche y me metí dentro. Cuando pisé el acelerador y miré por el espejo retrovisor, pude divisar su silueta ensangrentada corriendo como un poseso en mi dirección. Pisé el acelerador, lo perdí de vista y empecé a hiperventilar.
Acababa de ganarme otro enemigo.
Todavía me dolía la muñeca cuando avancé por el pasillo del hospital en dirección a la habitación de Frank. En cuanto lo vi tumbado en la cama, cubierto de vendajes y con un ojo entrecerrado que luchaba por abrirse camino entre la hinchazón morada en la que se había convertido su rostro, me llevé las manos a la boca y ahogué un sollozo.
Frank alzó una mano para que se la sostuviera, y me la llevé a los labios para infundirle ánimo.
─¿Quién te ha hecho esto? ─sollocé.
Una palabra rota escapó de su garganta.
─Mystic...
─¿Pudiste ver al hombre que te atacó?
Inspiró, y los tubos a los que estaba conectado emitieron un gorgojeo. Durante unos segundos en los que él intentaba hacer acopio de fuerza, solo escuché el sonido monótono del monitor cardíaco.
─Grande... fuerte... ─logró decir.
Sostuve sus manos entre la mía para tratar de calmarme a mí misma.
─Mi amigo Roberto no dejará que ningún extraño entre a molestarte ─el susodicho asomó la cabeza desde el exterior de la entrada y nos saludó a ambos. Los ojos de Frank se llenaron de lágrimas, y me pareció débil, asustado y agradecido─. Descansa. Te prometo que nadie volverá a hacerte daño.
No me despedí de él, pues me sentía tan culpable por lo sucedido que necesitaba entrar en acción cuanto antes. Pasé por delante de Roberto, quien asintió con la cabeza para asegurarme que nadie entraría en aquella habitación, excepto el personal médico y la escasa familia que Frank tenía.
Telefoneé a Jack y le pedí que nos viéramos en su casa dentro de un par de horas. No quise entrar en detalles para no alarmarlo, por lo que traté de sonar tranquila mientras le hablaba.
Aparqué una calle abajo de donde vivía Logan, el amigo de David que, según la versión que me había ofrecido mi cliente, había muerto en uno de aquellos accidentes domésticos que eran tan comunes cuando alguien tomaba una ducha.
¿Habría corrido Logan aquella suerte, o por el contrario alguien había intentando enmascarar su muerte bajo un fatal accidente?
Vigilé aquel apartamento durante más de una hora, pues ni quería alertar de mis movimientos al mismo hombre que había atacado a Frank, ni deseaba que los nuevos huéspedes me impidieran el acceso, o peor aún, llamaran a la policía para ponerme en evidencia y granjearme un nuevo problema.
Por ello, me quedé esperando en una cafetería situada frente a aquella casa, hasta que un matrimonio con una niña pequeña salió de allí. Supuse que tendría tiempo suficiente para inspeccionar la vivienda, por lo que me apresuré a entrar por la parte trasera e intenté forzar la cerradura. Lo había visto hacer en muchas de las películas de detectives que tanto me gustaban, así que me puse histérica cuando se me echó el tiempo encima mientras trataba de forzar la cerradura con la ganzúa que Frank me había regalado por navidad. Sólo a un tipo como Frank se le habría ocurrido un regalo como aquel, pero lo cierto es que estaba apuntado a un club en el que promovían el “ganzuado deportivo” y en el que se competía a nivel internacional. En las ocasiones que había intentado flirtear conmigo, utilizaba tácticas tan variopintas como la de pedirme que fuera su compañera en un club tan delirante.
Así era Frank, y ahora estaba en el hospital porque yo le había pedido que encontrara una información que lo había puesto en peligro no solo a él, sino también a mi propio marido.
Al final, me guardé la ganzúa en el bolsillo del abrigo, cogí una piedra del jardín y rompí el cristal de la puerta para abrir la cerradura desde dentro. Entré a la casa y fui directa a la planta de arriba, donde supuse que el difunto Logan habría tenido su dormitorio. Descarté la habitación infantil y me dirigí hacia el dormitorio de matrimonio. Si David tenía razón y la policía había peinado la casa en busca de alguna prueba para resolver una muerte que a todas luces parecía un simple accidente, no iba a encontrar nada hurgando en los cajones y los armarios. Además, tenía que tener en cuenta que los nuevos inquilinos se habrían desecho de cualquier pertenencia de Logan, por lo que opté por buscar en los rincones más insólitos.
Si habían asesinado a Logan, y supuse que lo habían hecho por la misma razón por la que habían asesinado a Jessica, éste debía guardar algo lo suficiente incriminatorio, puesto que en aquel dvd no existían rostros identificables, ni siquiera una localización exacta, por mucho que David tuviera una nota escrita en la que apareciera el nombre del club Mystic.
El suelo estaba compuesto de múltiples tablones de madera, por lo que utilicé la ganzúa para levantarlos uno a uno. Apenas llevaba la mitad de los tablones cuando me percaté de que no me daría tiempo, por lo que me senté e inspiré en un intento por infundirme ánimo. Fue entonces cuando, al alzar la cabeza, me percaté de la rejilla de ventilación. Me subí a la mesita de noche, la despegué de la pared con la ayuda de la ganzúa y palpé dentro de las paredes hasta que rocé con la yema de los dedos un objeto de tacto metálico.
Una llave.
Antes de ponerme a cavilar sobre las distintas opciones que abriría aquella llave, me apresuré a volver a colocar la rejilla de la ventilación así como los tablones de madera que había dejado sueltos en el piso. Al colocar el último, escuché el sonido del motor de un coche. El corazón se me aceleró al asomarme por la ventana y descubrir que los inquilinos habían regresado a su hogar. Descendí las escaleras a toda prisa mientras escuchaba sus voces desde el interior del salón. Fui consciente de que no sería capaz de cruzar hacia la parte trasera sin que se percataran de mi presencia al atravesar el amplio pasillo, por lo que retrocedí para meterme en la cocina cuando escuché los pasos infantiles que se acercaban hacia donde estaba. Una amplia cocina sin lugar en el que esconderme me dio la bienvenida. Era bonita, luminosa y... demasiado luminosa para escapar sin ser vista.
Empecé a hiperventilar al escuchar a la madre de familia diciéndole a su marido que iba a cocinar un pastel de carne para la cena, por lo que en un arranque de desesperación, me deslicé bajo la mesa que había pegada a la pared. Me hice un ovillo con mi cuerpo y esperé a que se me presentara la oportunidad de escapar de aquel lugar.
Durante minutos que se me hicieron eternos, la madre trastabilló entre cacerolas para preparar un pastel de carne que me abrió el apetito. Casi sentí ganas de salir de mi escondite para ofrecerme a ayudarla con la preparación de la cena.
Podía recordar las veces en las que había ayudado a mi madre a preparar el asado navideño. Desde la muerte de mi padre, sin embargo, era Helen la que la ayudaba. No había vuelto a descolgar el teléfono para decirme aquella consabida frase de. “¿Tienes algo que hacer esta tarde, cariño?” Entonces yo me hacía la sorprendida y respondía con aquello de: “No, ¿Tienes algún plan?
Entre mi madre y yo se había abierto una brecha que mucho me temía que no cicatrizaría nunca. Me culpaba de la muerte del que era el amor de su vida, e incluso cuando hablaba de él en mi presencia, lo hacía como el marido al que había amado y no como el padre de sus hijas. Como mi padre.
Para ella, e incluso para mí, yo era la culpable de la muerte del hombre al que había amado hasta que yo se lo había arrebatado.
Me acurruqué con mi propio dolor, quedándome allí quieta, como hacía en las noches en las que era incapaz de dormir y mi único remedio era atiborrarme de pastillas que disipaban los recuerdos al sumirme en un sueño que me hacía muy infeliz.
─¿Cenamos en el salón o en la cocina? ─oí que preguntaba el cabeza de familia.
¡En el salón!
Quise gritarle que cenaran en el maldito salón, pero obviamente decidieron llevarme la contraria, y se dispusieron a cenar en la misma mesa bajo la que yo me escondía. Pegué la espalda a la pared cuando tres pares de piernas se arremolinaron en torno a mi cuerpo. Maldije para mis adentros y me tapé la boca con las manos, no fuera a ser que mi propia respiración me traicionara.
Por si fuera poco, a la mocosa que me ponía perdida al tirar las acelgas debajo de la mesa para que sus padres no se dieran cuenta de que no deglutía aquella cena, se le cayó el tenedor debajo de la mesa. Sin pensármelo dos veces, le dí una patada y se lo acerqué a la pata de su silla.
Pude respirar tranquila cuando todos se alejaron después de dar cuenta de aquella copiosa cena de la que a mí me habían tocado unas alubias traicioneras. No es que culpara a aquella pequeña, pues a mí tampoco me gustaban dichas verduras.
No salí de mi escondite hasta que me percaté de que todos los miembros de la familia estaban en la planta de arriba. Entonces, salí de aquella casa tal y como había entrado; a toda prisa y sin hacer ruido.
Llegué al apartamento de Jack con la muñeca dolorida por el golpe que le había propinado a Anthony, pero con la certeza de que aquel cretino se lo merecía. Sin duda, se lo pensaría dos veces antes de meterse de nuevo con Pamela Blume.
Para no alarmar a Jack, me coloqué los guantes antes de subir a su apartamento. Me abrió la puerta dándome uno de aquellos besos largos y cálidos a los que tanto me estaba acostumbrando. Cerré los ojos, agarré su camisa y me apreté contra él. Aspiré el perfume de su cuerpo, acaricié sus labios suaves y sentí que el mundo me parecía un lugar más acogedor cuando lo tenía tan cerca.
─¿Un mal día? ─adivinó.
Asentí antes de empujarlo dentro del apartamento. Cerré la puerta de una patada, me quité el abrigo y expuse mi cuello ante sus besos.
─¿Qué ha pasado? ─preguntó preocupado.
Agarré su cabello para invitarlo a que besara la piel expuesta de mi cuello. Él se lo tomo al pie de la letra, pues me enloqueció al lamerme la garganta en una caricia ardiente que me dejó medio drogada y con ganas de más. Y así me dejó.
Se separó de mí, ladeó la cabeza y me contempló con los ojos oscurecidos por la pasión que él mismo había interrumpido, y las dudas que yo le sembraba. Así que se lo conté todo, exceptuando aquel percance que había tenido con Anthony y que ya se había convertido en un agua pasada.
─Así que ahora te crees Mis Marple ─soltó con desagrado, refiriéndose a mi allanamiento de morada de hacía unos minutos.
─No empieces... ─le dije, agotada por la situación.
Aceptó a regañadientes al percatarse de que necesitaba un brazo que me consolara, y no un apercibimiento que me merecía pero que no me serviría de nada.
─¿Se pondrá bien? ─se interesó por el estado de Frank.
─Sí. Tiene varias costillas fracturadas y algunos huesos rotos, pero los médicos dicen que no hay ninguna lesión irreversible. Se curará con el tiempo, y he dejado a Roberto apostado en la entrada de su habitación para que no vuelvan a molestarlo.
─¿Y a ti quién te cuida? ─me recriminó.
─¿Tú?
Suavizó su expresión al aflorar una sonrisa que me resultó encantadora. De todos modos, su ceño fruncido permaneció.
─Yo no te cuido porque tú no me dejas.
─Tenemos que ir a ver a esa chica. Su amiga es el único contacto que tenemos con el club ─le dije, como si no lo hubiera oído.
─Pamela... ─se sulfuró.
─Ahora más que nunca sabes que llevo razón. No podemos dejar que sea lo que sea que sucede en ese lugar continúe. No puedo permitirlo.
─Y vas a ponerte en peligro.
─Nadie sospecha de mí. He espaciado las visitas con David para que crean que no me estoy tomando su caso muy en serio, y estoy siendo muy meticulosa en todo lo que hago. Nadie sabe que estoy inmiscuyéndome en los asuntos de esa banda de lunáticos.
─Hasta que se enteren ─se preocupó.
Miré mi reloj de muñeca y supe que no me quedaba demasiado tiempo, por lo que me abotoné el abrigo, granjeándome una mirada exasperada de Jack.
─¿Vienes o no? ─pregunté, una única vez.
Me abrió la puerta con una caballerosidad que me resultó cómica teniendo en cuenta su palpable enfado.
─¡Qué remedio! Pero conduzco yo.
Jack condujo en dirección a la misma estación ferroviaria en la que me había visto con aquella chica la última vez. En esta ocasión, pese a mi insistencia, se apeó del vehículo y caminó en dirección al lugar indicado, desoyendo la orden que le di de que se quedara dentro del vehículo.
La chica rubia y su amiga, una exuberante colombiana de curvas morenas, nos saludaron con reticencia al percatarse de quien me acompañaba. Pese a ello, la chica rubia extendió la mano para que le diera el dinero que le había prometido. Al hacerlo, lo contó con parsimonia mientras me presentaba a Dori, una chica que llevaba trabajando en el Club desde hacía un par de semanas.
─¿Has visto algo raro? ─me interesé.
Se encogió de hombros mientras mascaba chicle con la boca abierta.
─Lo de siempre, ¿Por qué?
─Necesito que seas mis ojos dentro de la habitación docientos ocho.
─Ahí dentro solo pueden pasar las chicas que son pedidas por Giovanni, el tío del dueño.
Otra vez ese nombre.
Me saqué del bolsillo la llave que había encontrado en la rendija de la habitación y se la extendí.
─Prueba con esto ─le extendí la llave y ella no me pidió explicaciones. No tenía razones para creer que esa era la llave que abría dicha habitación, pero necesitaba probar que era la correcta─. Si logras entrar dentro, haz una foto de todo lo que veas.
─¿Me pagarás?
─Le acabo de dar a tu amiga miles de dólares por presentarnos. ¿No deberías exigirle tu parte?
La rubia me incineró con la mirada, cosa que a mí no me importó.
─Te pagaré el doble si haces lo que te pido.
Prometí que nos veríamos a la siguiente semana, pues Dori tan solo trabajaba en el club los fines de semana alternos. Ni Jack ni yo le dimos nuestros nombres , pues sabía que no erraba al llevar aquel tema con la mayor discreción.
Jack insistió en dormir en su apartamento, y de hecho creí que era la mejor opción. Necesitábamos aparentar que éramos un matrimonio convencional, y no una pareja de detectives aficionados que metían las narices donde no los llamaban.
Puesto que no podía hacer nada hasta que vinculara la fotografía de aquel club con la escena del crimen que salía en aquel vídeo, acepté su ofrecimiento de poner tierra de por medio y visitar a sus padres aprovechando el juicio que tenía en Washington.
No iba a engañarlo demostrándole un falso entusiasmo por conocer a mis suegros, pero al menos podía poner un poco de mi parte en aquella relación que, ahora sí, me empeñaba en conservar.
Pasamos por mi casa para recoger a Fígaro, pues me negaba a irme de viaje sin preparar la maleta. Y mi equipaje incluía a mi adorado amigo felino, quien pareció feliz de volver a encontrarse con Jack. Lo dejé rascándole detrás de las orejas mientras yo incluía en la maleta un par de trajes de Chanel, ropa cómoda y un vestido negro con el que trataría de causar buena impresión a mi familia política.
Al terminar, me encontré a Jack con dos copas de vino en la mano y una improvisada cena que había preparado con los restos que tenía en la nevera. Estaba tan hambrienta que me quité los guantes para dar cuenta de la copiosa cena que había preparado, sin percatarme de los nudillos enrojecidos que delataban la pelea con Anthony.
─¿Qué te ha pasado en la mano? ─preguntó alarmado.
Sin previo aviso, me sostuvo la muñeca derecha y aullé de dolor antes el contacto de sus dedos.
─¡Auch! ─me quejé sin poder evitarlo.
Jack aflojó el agarre, pero impidió que retirara la mano de su contacto. Traté de aparentar que estaba calmada cuando él estudió la herida con un interés que logró ponerme nerviosa. Entonces inclinó la cabeza para mirarme a los ojos con gesto severo, por lo que supuse que mi expresión me había delatado.
─No es nada ─mentí, forzando una sonrisa.
─¿Ah, no? Juraría que le has dado un puñetazo a alguien ─dijo convencido─. La herida de tus nudillos y el dolor de muñeca te delatan.
─No soy la clase de persona que va golpeando a la gente...
Que no se le merezca, quise añadir.
Jack inspiró, como si estuviera tratando de formarse una opinión al respecto. Al final deslizó los dedos por el dorso de mi mano, trazando círculos cariñosos mientras su boca se curvó en una sonrisa tan dulce que fui incapaz de seguir mintiéndole. En ese instante tuve la certeza de que él me comprendería sin juzgarme.
─¿Hay algo que tengas que contarme? ─concedió.
─He tenido un problema con un ex cliente. No volverá a molestarme ─le dije, pues estaba segura de ello.
La expresión de Jack se endureció a pesar de que él trató de aparentar lo contrario. Me conmovió que se preocupara por mí de aquella manera.
─Deberías denunciarlo ─aconsejó, y supe que se estaba conteniendo.
─No puedo denunciar a todos los clientes con los que he tenido problemas, Jack. Me quedaría sin trabajo y nadie querría contratarme ─bromeé.
A él la broma no le hizo ninguna gracia. Una arruga de preocupación le cruzó el entrecejo, por lo que me incliné hacia él y traté de animarlo al apoyar la cabeza sobre su hombro. Tomándome por sorpresa, Jack sostuvo mi rostro con las manos en un gesto cargado de ternura.
─Qué voy a hacer contigo... ─murmuró, dedicándome una mirada de ojos brillantes que me hechizó
. Me besó en la punta de la nariz─. Quizás creas que no soy nadie por pedirte esto... ─, su boca se asentó en mi frente y luego en cada mejilla─; pero cuida de ti. Preocúpate por ti. No puedo salvarte de ti misma, y me aterroriza que alguien pueda hacerte daño.
─Eres mi marido ─solté encandilada.
─Pero nunca me haces caso ─refunfuñó, de tal modo que me hizo sonreír.
Terminamos la cena sin apenas hablar porque estaba muy hambrienta y exhausta por los acontecimientos del día, pero cuando finalicé, recordé lo entusiasmada que estaba a raíz de la adjudicación del caso Gallagher, por lo que quise hacerlo partícipe de mi felicidad.
─Hoy he conseguido la defensa de un caso muy importante ─le expliqué.
Él se limpió las comisuras de los labios antes de prestarme toda su atención. Parecía muy interesado por lo que tenía que contarle, y eso me hizo sentir dichosa, pues era la primera vez que alguien con el que compartía una parcela privada de mi vida mostraba un interés verdadero por lo que a mí me suponía un salto profesional del que estaba orgullosa.
─El Señor Gallagher ha despachado a su último abogado. ¿Sabes de quién estoy hablando? ─al ver que se ponía lívido, continué ─: el administrador de la empresa de...
─Se quién es ─me cortó con aspereza─. No me digas que has aceptado.
Pareció conmocionado de que así fuera, por lo que mi entusiasmo inicial se disipó.
─Por supuesto que he aceptado. Es el caso que quieren todos los abogados del Distrito de Columbia.
Jack se llevó las manos al rostro, visiblemente consternado.
─No me lo puedo creer. ¡Llevo meses trabajando en ese caso! ─exclamó, y fue una recriminación en toda regla.
─No tenía ni idea de que te hubieran adjudicado el caso ─me defendí con voz queda.
Elevó la cabeza para mirarme a los ojos.
─No puedes quitarme el caso, Pamela. Sabes que si aceptas la defensa de ese caso me veré obligado a formalizar un escrito para inhibirme. Nuestro matrimonio es una causa de inhibición4
─A las lecciones de competencia judicial ya asistí en la facultad ─respondí, alterada porque él me acusara de algo de lo que no era partícipe.
─Sé que esto no es culpa de ninguno de los dos, Pamela ─trató de suavizar su tono, pese a que seguía ofuscado─, por ello te pido que le pases la defensa de este caso a otra persona. Tu subordinada podría hacerlo por ti, y el caso ni siquiera saldría de tu despacho.
─¿Linda? No tiene experiencia y es un caso en el que me juego mi reputación... ─me detuve al comprender que estaba cavilando la opción de dejar el caso por él─. No puedes pedirme esto. No es justo.
─Te lo estoy pidiendo de todos modos ─exigió con gravedad.
Supe que aquel caso era tan importante para él como para mí. Jack había trabajado en la acusación durante meses, y yo había recopilado la información necesaria por si el caso llegaba a mí. Ahora que por fin se me había presentado la oportunidad, tenía en una balanza mi trayectoria profesional y mi matrimonio.
¿Qué era más importante para mí?
─Tengo tanto derecho a este caso como lo puedes tener tú ─musité, viniéndome abajo.
─No voy a negarlo.
No podía creer que él me estuviera poniendo en semejante disyuntiva, ni que yo estuviera empezando a replantearme mis prioridades. Jack conocía de sobra la trascendencia de dicho caso en los medios de comunicación, así que no podía entender por qué se empeñaba en hacerme sentir culpable cuando él parecía tener tanta ambición como yo de hacerse con aquel caso.
─Para ti vendrán otros casos, Pamela ─quiso hacerme entender─. Pero yo llevo cerca de un año trabajando en la acusación. Tirarás todo mi trabajo por la borda si aceptas su defensa.
─¿Y qué hay de mí?
Parpadeó asombrado ante aquella exigencia.
─No compares.
─¿Qué no compare? ─mi voz sonó estrangulada─. Ya veo..., no eres capaz de admitirlo en voz alta, pero destilas prepotencia. Por mucho que te empeñes en hacerme creer que mi trabajo es tan necesario como el tuyo, en realidad piensas como los demás. No soy más que un parásito que se nutre de los verdaderos hombres de honor como tú, ¿No?
No hizo nada por negármelo, lo que termino por abochornarme.
─¿Es tan difícil que comprendas que quiero meter a ese criminal en la cárcel mientras que tú te empeñas en defenderlo? ─explotó.
Me mordí los labios, hasta hacerme tanto daño como el que acababa de producirme su acusación sin tapujos. De repente, las palabras de Victoria Graham cobraron una relevancia mayor. No quería que nuestros trabajos nos separaran, pero estaba empezando a suceder.
─El caso es tuyo, Jack ─decidí desconsolada.
Me agaché para recoger a Fígaro, pese a que no sentía emoción alguna por acompañar a Jack en su viaje a Washington. Me acababa de utilizar sin reparo alguno exponiendo nuestro vínculo como algo que me importaba demasiado, y ahora que había claudicado me sentía débil y estúpida.
Me tocó el hombro, y estuve segura de que lo hizo para agradecerme mi decisión. Aquello me sentó fatal teniendo en cuenta que lo único que necesitaba era un abrazo y unas sinceras palabras de disculpa, por lo que me aparté de él y fui a coger la maleta. Él ya la llevaba a cuestas, observándome con un gesto difícil de desentrañar.
─Pamela, solo es trabajo ─le restó importancia.
Ni siquiera lo miré cuando le respondí.
─Ya me lo has dejado claro. Es tu trabajo, y el mío no merece la misma consideración que el tuyo.
─No he querido decir eso.
─Lo has dicho y lo piensas ─avancé por el vestíbulo de camino hacia la entrada─. Ya has conseguido lo que quieres. Qué más da. Ni siquiera estoy enfadada, tan sólo un poco resignada. Sabía que este momento iba a llegar y he tomado la decisión más acertada porque me importas.
Sentí que su pecho se henchía ante mi declaración. Soltó la maleta, se colocó a mi espalda y me apartó el cabello para acariciarme la nuca con los labios.
─Gracias ─fue una palabra sincera que no me hizo sentir mejor.
─No hay de qué.
─Por pensar en mí ─me tomó de la cintura para voltearme hasta quedar frente a él─. No tenía derecho a pedírtelo, pero lo he hecho de todos modos porque era importante para mí. Te doy la opción de rectificar si es lo que quieres, Pamela. El trabajo es lo de menos cuanto te tengo a ti. Te lo aseguro.
Lo contemplé con cierto recelo. Me había subido a un escalón, por lo que quedé a su altura y pude observarlo sin medidas. El cabello despeinado sobre la frente, los ojos limpios y los labios anchos. Estaba siendo sincero porque le importaba.
Me desinflé de inmediato, y mis brazos le rodearon la espalda para acercarlo hacia mí.
─Todo lo que necesitaba era una petición sincera y no exigente. Lo que es importante para ti es importante para mí, pero si vuelves a insultar mi trabajo, te aseguro que acabaremos muy mal.
─Lo sé y lo siento ─se disculpó, antes de atrapar mi boca bajo la suya.
Su boca bañó la mía en una mar de disculpas silenciosas que me supieron a gloria, hasta que tuve la certeza de que el trabajo y todo lo demás podía irse al infierno si lo tenía a él a mi lado. Era una mujer competitiva y ambiciosa, pero en aquel instante en el que su lengua ardió en mi boca, supe que tenía todo lo que había buscado.
Cogió mi rostro entre sus manos y me habló a escasos centímetros de los labios.
─Eres el caso más importante de mi carrera. La victoria de la que me siento más satisfecho ─dijo con voz ronca.
Lo agarré de la camisa por puro instinto.
─¿Has ganado? ─pregunté.
─Tengo todo lo que siempre quise... ─me acarició el pómulo con un dedo─. Eso podría asemejarse a una victoria, ¿No crees?
No me permitió responder, pues volvió a besarme. De todos modos, carecía de una respuesta para aquella pregunta. Desconocía si yo era todo lo que él quería, pero estaba segura de que él siempre había sido todo lo que yo deseé. Lo que deseaba en este instante. Probablemente para siempre.
─La victoria más apasionante de mi vida ─susurró contra mi boca, lo que provocó que sonriera.
Nos separamos jadeando cuando el beso se volvió más tórrido y primitivo, con Fígaro maullando entre nuestros cuerpos, luchando por hacerse un hueco entre la pasión que nos consumía. Con una sonrisa, abrí la puerta para encaminarme hacia el apartamento de Jack.
Washington nos estaba esperando.
***
Washington DC, 3 días después
Recostada en el sillón sobre el cuerpo de Jack, contemplaba la película que habíamos alquilado mientras mi mente permanecía en otras cosas. Nos encontrábamos en el ático que había comprado hacía bastantes años, y el mismo del que me mudé tras la muerte de mi padre y mi reciente pánico a las alturas.
Era un apartamento luminoso que, en aquel momento, permanecía con las cortinas echadas. El suelo estaba revertido de madera de roble, y en el mobiliario moderno y funcional prevalecían los tonos neutros. En su momento, aquel contraste innovador e informal me había encantado, pero ahora se me antojaba carente de atractivo si lo comparaba con mi residencia acogedora y hogareña en el barrio de Queen Anne.
Costaba creer que un lugar en el que había sido tan feliz se hubiera convertido en la cuna de mis miedos y pesadillas. Con Jack en mi casa, al menos me podía distraer de otras formas.
Tenía un brazo rodeándome los hombros y una mano asentada sobre mi vientre, que me acariciaba la piel con dedos que de vez en cuando se introducían por la presilla del pantalón, provocándome un suspiro que su respiración acompasada y cálida solapaba.
─¿Tienes pensado vender este sitio? ─me preguntó.
¿Venderlo?
Había cavilado aquella opción en varias ocasiones, puesto que me encantaba mi casa de Queen Anne y no tenía pensado volver a establecerme en Washington DC. De hecho, con lo que sacara de la venta del ático y lo que tenía ahorrado podría hacerle una oferta al propietario de la casa de Queen Anne, por la que pagaba una renta más que elevada.
─Alguna vez, pero no termino de decidirme. El año pasado lo tuve alquilado a un colega de la abogacía, pero cuando se marchó no estuve dispuesta a dejar entrar a alguien que no conociera.
─Mi hermana tiene pensado mudarse desde Black Diamond a Washington DC, y está buscando un ático muy parecido al tuyo. Estoy seguro de que le encantaría.
Sobra admitir que no me hizo ni la más remota gracia la idea de tener a Lorrainee pululando por mi ático. No obstante, dejé el orgullo a un lado y supuse que la manera más sencilla de no regresar a aquella vivienda era la de traspasársela a Lorraine, por la que sentía una animadversión que era mutua. De hecho, era ella quien la había provocado con sus comentarios insidiosos acerca de la relación que mantenía con su hermano.
─Supongo que podría vendérselo por un precio razonable ─comenté de manera evasiva.
Estaba a punto de incorporarme para preparar la cena cuando en aquella película que no me interesaba pronunciaron una frase que se metió en mi cerebro: “el crimen perfecto no es aquel que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un falso culpable”.
Justo lo que había sucedido con el caso O´connor.
Le dije a Jack que estaría en el dormitorio trabajando en el que sería mi primer ─y esperaba que el último─ caso de derecho matrimonial. Pero en realidad, lo que iba a hacer era investigar por mi cuenta acerca de aquella película casera en la que se mostraba con todo lujo de detalles el asesinato de una joven de la que desconocía la identidad.
No quería preocupar a Jack, puesto que le había prometido que nos tomaríamos una semana de descanso hasta que aquella chica nos mostrara una fotografía de la habitación ciento ocho. Con aquella información y el vídeo que obraba en mi poder, tenía más que suficiente para ir a la policía, pero empezaba a estar segura que defender la inocencia de David sería más complicado. Él había aparecido en la escena del crimen, con las huellas dactilares en el arma homicida, cubierto de la sangre de la víctima, y por si fuera poco, aturdido al lado del cadáver.
Lo único que demostraban mis pruebas era la existencia de una organización de desequilibrados que asesinaban a prostitutas extranjeras en pos de una tendencia sexual que ahora estaba de moda. Por tanto, me esforcé en buscar un vínculo que uniera los asesinatos y la muerte de Jessica Smith, hasta que volví a recabar en la mujer rubia que según la vecina de David, había estado merodeando por los alrededores de la casa de Jessica.
¿Quién era la extraña? ¿Por qué motivo tendría intención de hacerle daño a Jessica?
De alguna manera que se me escapaba, aquella mujer debía estar relacionada con el club Mystic para que todo tuviera sentido. Así que tomé un rotulador y un trozo de papel para plasmar mis dudas por escrito.
Según lo averiguado, Giovanni era el que manejaba los hilos. Su sobrino Paolo era el gerente del club, que al parecer hacía la vista gorda ante los crímenes que se perpetraban en la habitación ciento ochos. Y Tiler Wells era el matón de turno encargado de seleccionar a las chicas. Respecto a La Cúpula, que así fue como decidí bautizar a la cartera de clientes, desconocía su alcance y envergadura, pero sospechaba que estaba compuesta por hombres de respetable imagen pública tales como el Juez Marshall y el jefe de policía. Por tanto, me quedaban dos cuestiones por resolver. La primera y la que más me inquietaba era la identidad de la chica rubia. Si descubría quién era, podría probar la inocencia de David O´connor.
Encendí el portátil con la intención de buscar una respuesta, pero desconocía por dónde empezar mi búsqueda. La situación se me iba de las manos mientras un grupo de sádicos criminales continuaban asesinando a chicas por las que nadie se preocupaba. ¿En pos de qué? ¿Algún rito de iniciación para formar parte de su grupo de criminales?
Todo era tan retorcido y carecía de sentido para mi mente que empecé a sentirme enferma. Estaba acostumbrada a la defensa de casos simples en los que lo tenía todo atado, pero la responsabilidad de aquellas muertes pesaba sobre mis hombros. Si no conseguía resolver el caso, habría puesto mi vida y la de Jack en peligro para nada, y David O´connor moriría pese a que sabía que era inocente.
De repente, la pantalla del ordenador se apagó y la habitación se quedó en absoluta oscuridad. Escuché pisadas cercanas y me tensé sobre la cama, pues era incapaz de vislumbrar nada en la oscuridad.
Solté un grito de terror cuando una mano me rozó el hombro, por lo que me caí de la cama y me tropecé con un cuerpo masculino al que comencé a golpear por puro instinto, hasta que me atrapó entre sus brazos para detenerme. Estaba tan asustada por ser incapaz de ver que tuve la intención de salir corriendo para avisar a Jack, pero aquel extraño me rodeó por el vientre y me abrazó contra él. Sentí sus músculos duros y su respiración forzada acariciándome la piel.
─Pamela, tranquilízate. Solo se ha ido la luz ─me dijo Jack, y tuve ganas de reír como una histérica al comprobar que era él quien me tenía asida─. ¿Te encuentras bien?
─Me has asustado ─gimoteé, abrazándome a su cuerpo.
En la oscuridad de la noche, los recuerdos y el miedo a no despertarme de mis propias pesadillas me aterraban hasta el punto de convertirme en una persona neurótica incapaz de reaccionar con normalidad ante un simple apagón.
─Vine a preguntarte dónde tienes una linterna ─me explicó.
Pero no fue necesario, pues tras un breve parpadeo de luces, la oscuridad se disipó. Me encontré tirada sobre el cuerpo de Jack, asida al edredón de la cama con la expresión desencajada por la impresión inicial.
─Suele pasar. Supongo que tendré que contratar a alguien que le eche un vistazo a la instalación eléctrica, pero como nunca vengo por aquí, no me había preocupado ─lo informé, mientras me levantaba e instintivamente rodaba los ojo hacia la pantalla encendida del portátil.
─¿De verdad que te encuentras bien? Pareces conmocionada.
─Un poquito ─admití, forzando una sonrisa─. Soy una miedosa de manual.
Él me atrapó entre sus brazos hasta tranquilizarme bajo el calor acogedor de su propio cuerpo. Dejé escapar el aire cuando sus manos masajearon mi espalda hasta deshacer todos los nudos de tensión. Él era mi punto estable, el mismo que me permitía mantener los pies en la tierra ahora que me hacía tanta falta. Al descubrir su mirada indolente, suspiré con cierta resignación.
─Soy muy asustadiza, ¿Vale?
─Me resulta contradictorio ─respondió, tumbándose sobre mí─. Te asustas con facilidad pero insistes en meterte en la boca del lobo.
Incliné la cabeza y rocé su barbilla con mis labios. El gusto de su piel era cálido y algo áspero.
─Contigo siempre estoy en la boca del lobo ─le descubrí excitada. Sus manos hicieron el resto al adentrarse en mi ropa interior y acariciar el pubis─. Tengo la sensación de que vas a comerme y yo no voy a hacer nada por evitarlo.
Con la mano libre, agarró mis pantalones y los deslizó por la piel hasta dejarme en ropa interior. Me dedico una mirada hambrienta antes de apoyar la boca sobre el interior de mis muslos para recorrerlos con besos ardientes que me hicieron suspirar.
─Eso... suena muy apetecible ─admitió, mordisqueándome la pantorrilla.
Cerré los ojos y dejé exhalar un gemido de placer. Entonces, separó su cuerpo del mío, por lo que tuve que abrir los ojos para encontrarme con su sonrisa arrogante. Le encantaba retarme.
─¿Qué te apetece cenar? ─preguntó, dejándome a caballo entre el placer interrumpido y las ganas de golpearlo.
Me tenía justo donde le daba la gana.
─Algún día serás tú el que suspires por mis besos... ─le advertí.
─Suspiro por tus besos incluso cuando te estoy besando, Pamela. Nunca me sacio de ti.
Decía cosas que siempre me ponían nerviosa, por lo que hablé apresuradamente.
─Abajo hay un restaurante de comida india ─le propuse.
Él asintió, y se puso las zapatillas mientras yo me repantigaba sobre la cama con la idea de continuar inmersa en mi búsqueda. Jack ladeó una sonrisa, me guiñó el ojo y se marchó dispuesto a complacerme, ignorando que en aquel momento, y tras mi placer interrumpido, lo único que quería era seguir sola para continuar con mi búsqueda sin granjearme una mirada reprobatoria.
Tenía que descifrar a qué clase de sociedad me enfrentaba.
En cuanto se fue, volví a la pantalla del ordenador. Me fijé en los resultados más concretos, hasta que la búsqueda me llevó a relacionar el término vídeo snuff con la masonería. Entrecerré los ojos y me informé de manera más amplia acerca de lo que cualquier ciudadano de a pie podría saber sobre una asociación que había sido abordada en las películas y la literatura de una manera tan fantasiosa.
La masonería, según la búsqueda que me ofrecía Internet, era una asociación secreta para trasformar al hombre en la persona perfecta libre de principios ético-morales mediante la práctica de ritos y liturgia. Muchos de estos ritos, y fue este último lo que me impresionó, estaban relacionados con distintas prácticas sexuales.
Me masajeé las sienes para despejar aquel abotargamiento en el que se había convertido mi mente al analizar tantos conceptos que no parecían conectar entre sí.
De la masonería conocía lo poco que había leído en algunos libros, por lo que no entendía qué tenía que ver el símbolo del tridente y la serpiente con el de la masonería, que constaba de una escuadra , un compás y dos letras; la G y la A.
Busqué información de dichos símbolos, hasta que me percaté de que su significado nada tenía que ver con el grupo de sádicos que estaban asesinando a prostitutas con la intención de grabarlo en vídeo. La escuadra implicaba la virtud, y el compás era un símbolo que limitaba a cualquier masón respecto a los demás; mientras que las letras G y A se referían al Gran arquitecto del universo, que era el nombre con el que era conocido su Dios en las sociedades secretas.
Por tanto, y presuponiendo que aquella sociedad a la que empezaba a referirme fuera una versión alejada de la masonería, busqué información acerca de la serpiente y la masonería.
Me quedé helada al contemplar que no estaba tan equivocada como pensaba, pues la serpiente era un símbolo masón poco comprendido mediante el cual, los masones pretendían escapar de la ignorancia para llegar a la verdad.
Fue así como me di cuenta de que la serpiente también era un símbolo controvertido, pues al mismo tiempo era utilizado como un simbolismo religioso, o como un instrumento de Satanás. Lo que sí era cierto es que, en ciertas páginas, se trataba acerca de rituales con connotaciones sexuales que liberaban al hombre y servían como su entrada en una sociedad secreta y reservada.
Fuera esta la masonería o algo más peligroso y alejado de la versión inicial ─que era lo que me temía─, lo cierto es que el símbolo del tridente con la serpiente, los rituales sexuales y las sociedades secretas se entrelazaban para crear un crimen escabroso que a mí me ponía los vellos de punta.
No apagué el portátil cuando Jack apareció con las bolsas de comida india, sino que esperé hasta que ambos dimos buena cuenta de aquella cena improvisada para contarle todo lo que había descubierto. La vinculación de los asesinatos con una sociedad secreta que iniciaba a sus nuevos componentes ─o eso pensaba yo─, mediante la perpetración de asesinatos crueles que eran grabados en vídeo.
Jack me escuchó con palpable escepticismo, muy propio de él, pero a medida que fui encajando las piezas de aquel puzzle y le mostré los estudios que había encontrado en Internet, asintió mientras se rascaba la barbilla.
─¿Qué tiene que ver en esto la mujer rubia de la que habló la vecina de Jessica Smiht? ─preguntó, aludiendo a mi duda principal─.Tal vez la vecina estaba equivocada y no era más que una mujer que pasaba por allí.
No quería creer en aquella alternativa, pues me quedaba sin la única prueba que podía exculpar a David del asesinato de Jessica Smith por el que se enfrentaba a la pena capital.
─Dijo que no era la primera vez que la veía merodeando por los alrededores de la casa ─determiné.
Entonces, Jack formuló aquella pregunta que tanto me alarmaba.
─¿Y cómo vamos a encontrarla si no tenemos ninguna pista?
Al menos, me apaciguó que él se incluyera en aquella investigación. Por primera vez en mucho tiempo, dejaba de estar sola.