CAPÍTULO SEIS

Seattle, veintinueve días antes

Me puse de puntillas y alcé los brazos hacia Fígaro en un intento por convencerlo de que se deslizara hacia mi cuerpo. El gato se había encaramado a la rama más alta e inestable del árbol, y se negaba a bajar, con toda probabilidad aún aterrorizado porque alguien hubiera invadido nuestro santuario privado.

Al percatarme de que todo el pelaje de su cuerpo se había erizado, le ofrecí palabras de cariño que no lo hicieron desistir en acompañarme sobre tierra firme y segura. Las alturas me daban pánico, pero no cualquier tipo de pánico, sino uno implacable, que me recorría la columna vertebral y me dejaba aterrorizada e inmóvil, sin mi normal capacidad para reaccionar ante acontecimientos imprevisibles e incontrolables, lo cual era toda una ventaja para los juicios, en los que me movía como pez en el agua. Supongo que el hecho de que hubiese sido testigo de un crimen atroz en el Space Needle, permaneciendo atrapada durante más de dos horas a semejante altura, lo había cambiado todo.

Sabía que no sucedería como en las películas, donde un apuesto bombero treparía con destreza hacia la rama más alta del árbol y rescataría a mi gato, así que me armé de valor, me bajé de los tacones y... un sudor frío me bañó el rostro cuando intenté subir la pierna hacia la primera rama. Sentí que me faltaba el aire en los pulmones, y me abracé al áspero tronco de aquel abeto.

Dios Santo, qué patética era.

Cuando una inesperada caricia me recorrió la espalda y se asentó sobre mi hombro, solté un alarido y me dí la vuelta para encontrarme con un sorprendido Jack Fisher. Primero me observó a mí, con detenimiento y una profundidad que me hizo sentir incómoda, y luego desvió los ojos hacia mi gato. Por ilógico que fuera, lo cierto es que tenerlo junto a mí logró tranquilizarme y me hizo sentir mejor. Sin pensarlo, me abracé a él con angustia, dejándolo perplejo. Hundí mi cabeza sobre su pecho y aspiré su fragancia masculina. Olía a ropa limpia, desodorante y un ligero perfume; y me gustó. Dudó unos segundos en los que no supo reaccionar, pero a mí no me importo. Todo lo que necesitaba era sentirme arropada por su calidez y protegida por su cuerpo aunque sólo fuera por una vez en la vida. Cuando el deslizó sus manos hacia la parte baja de mi espalda, y me rodeó con sus brazos fuertes, aproximándome hacia su pecho, sentí que estaba segura.

Durante unos segundos no dijo nada, y sólo me abrazó fuerte. Muy fuerte. Luego, sus manos me acariciaron la espalda y el cabello, hasta que me separó un poco de él para estudiar mi expresión. Me sorprendió encontrarme con su gesto afectado, preocupado. No dejó de sostenerme contra su cuerpo, pero había puesto un poco de distancia entre nosotros que me fastidiaba.

¿Qué ha pasado? ─me preguntó, mirándome a los ojos.

Tenía unos ojos grises, insondables y algo rasgados.

No lo sé. Cuando volví a mi casa, me encontré la puerta forzada y el interior revuelto. Fígaro se ha asustado y se ha subido al árbol. Ahora no hay quien lo baje de ahí ─lamenté.

Eso ya lo veremos ─determinó.

Se separó por completo de mí, y se remangó las mangas de la sudadera. La tela de algodón se pegaba a sus biceps, y aquello me pareció un intento descarado pero acertado por llamar mi atención. Vestía unos vaqueros desgastados, una sudadera gris y unas zapatillas sin cordones. No era la clase de hombre que debía gustarme, pero lo hacía.

Sin pensárselo, y con una destreza que me dejó pasmada, dio un salto y se encaramó a la primera rama del árbol. Rodeó el tronco con las piernas, y sentí que era mi cintura la que abrazaba. Aquello hizo que mi piel ardiera, y me dije a mí misma que no tenía nada de extraordinario, pues era un hombre de estatura superior a la media, y no tenía que hacer tanto esfuerzo. Pero aquello me resultó más atractivo, y observar con mis propios ojos como trepaba por el árbol con aquella facilidad innata que le otorgaba una anatomía perfecta me hizo relamerme. No estaba bien que yo disfrutara mientras mi pobre gato lo pasaba tan mal, pero lo estaba haciendo.

Cuando Jack alzó una mano para recoger a Fígaro, éste intentó soltarle un zarpazo. Lo oí maldecir, y desde donde me encontraba atisbé a escuchar que decía:“igual de terca que su dueña”. Luego agarró al gato, que lo arañó preso del temor más primitivo. Cuando se deslizó hacia abajo, depositó el gato en mis brazos, y Fígaro se acurrucó sobre mi pecho. Me hizo gracia el semblante que puso Jack, como si no diera crédito a lo que estaba viendo.

Lo bajo de ese árbol y mira como me lo agradece ─se quejó, pero supe que lo hacía sólo para relajar la preocupación que emanaba de mi expresión ─. Al final va a ser verdad eso de que los animales se parecen a sus dueños.

Me fijé en los arañazos que tenía en los antebrazos, y antes de que se bajara las mangas de la sudadera para ocultarlos, le agarré la muñeca y contemplé la sangre que se extendía cerca del coco derecho.

Dios mío, Fígaro lo ha hecho sin querer. Estaba muy asustado ─lo excusé, y como si estuviera avergonzado, se hizo un ovillo sobre mi pecho ─, déjame que te cure esos arañazos.

No es necesario ─cuando hice el amago de acercarme para inspeccionarlos de cerca, él se alejó de mí, evidentemente molesto ─.De verdad que no, Pamela.

Se bajó las mangas de la sudadera de mala gana, y yo puse los ojos en blanco. Desde luego que era orgulloso.

Jack se negó a marcharse cuando la policía llegó y comenzó a bombardearme con preguntas que me pusieron aún más nerviosa. El hecho de tenerlo pululando por mi casa, y curioseando a su antojo, me hizo sentir desamparada. Pocos hombres habían estado en mi hogar, y él no debería ser uno de ellos.

Según su versión, no se han llevado nada de valor ─dijo el policía.

Así es ─confirmé.

La expresión se le tornó en un gesto grave, y yo me estremecí. Sabía lo que aquello significaba.

Debería cambiar de alarma. Ya hemos dado un parte a la compañía, y vendrán a arreglarla el próximo día, pero yo que usted solicitaría un nuevo sistema de seguridad más efectivo.

Me aseguraron que era la mejor del mercado.

El policía soltó una carcajada, como si aquello fuera absurdo. Desde la cocina, Jack no perdía detalle de la conversación.

La mayoría de estos sistemas de seguridad son disuasorios. Son fácilmente manipulables por alguien experto, y tan sólo sirven para disuadir a los ladrones chapuceros. Quien ha entrado en su casa sabía lo que hacía.

Me deja más tranquila ─siseé.

Ya lo intuía, pero ver la certeza en las palabras de aquel policía consiguió asustarme.

¿Tiene usted enemigos? ¿Alguien que quisiera hacerle daño?

Aquella pregunta me hizo bastante gracia.

Soy abogada penalista. Por supuesto que tengo enemigos.

Por la cara que puso, supe que ya lo había dicho todo.

Le aconsejo que contrate seguridad privada. Podemos dejar una patrulla policial a las puertas de su casa, pero sólo durante veinticuatro horas.

Se lo agradezco, pero prefiero que no.

Con un asentimiento de cabeza, la pareja de policías se marchó de mi casa, dejándome a solas con Jack. Estaba en la cocina, haciendo como que curioseaba los imanes que había sobre la nevera, pero ambos sabíamos que no había perdido detalle de la conversación. Parecía intrigado cuando me miró.

Me crucé de brazos, y no me dejé amilanar por su atractivo. Él lo sabía, yo lo sabía, pero aquello no cambiaba las cosas entre nosotros.

Muchas gracias por rescatar a Fígaro de ese árbol, pero creo que es hora de que te vayas ─le espeté con hosquedad.

Por la cara que puso, deduje que aquello no lo había tomado por sorpresa.

Lo que a mí me sorprendió, no obstante, fue verlo acercarse hacia mí con esa actitud tan segura de sí mismo, y esa sonrisa ladeada, unido a aquel brillo cautivador que latía en su mirada. Desprendía ferocidad y atractivo innato cuando se plantó frente a mí, con sus labios a escasos centímetros de los míos.

¿Me estás echando de tu casa? ─se mofó, pero había cierta acidez en su tono de voz grave y ronco

Alcé la barbilla y lo encaré.

Ya te he respondido a esa pregunta.

Bueno, pero no me voy a ir. Sólo quería que lo supieras ─apuntó con descaro.

El morro que tenía siempre me había asombrado, pero en este momento rozaba lo intolerable.

No sabía que tuvieras el poder de decidir sobre ese aspecto.

Desde el momento en el que tu gato me atacó, en efecto ─respondió burlón─. No seas terca. Cuatro manos recogerán antes todo este desorden.

Era cierto, pero me molestaba que él creyera que lo tenía todo controlado, incluido mis reacciones.

Me crucé de brazos, y él pasó por mi lado rozándome el codo. Supe que lo había hecho a propósito, con toda seguridad para desestabilizarme. Se equivocaba si creía que no podía fingir que lo detestaba, y que era indiferente a sus caricias provocadoras.

No me gusta recibir visitas inesperadas ─le dije, para que se largara.

Te vendría bien ser hospitalaria, aunque sólo fuera por obligación. Así te irían mejor las cosas.

¿Te parezco la clase de persona a la que le van mal las cosas? ─me jacté.

El echó una mirada acusadora a todo aquel desorden, y sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada e irresistible.

¿De verdad hace falta que te responda?

Apreté los labios, y contuve las ganas que sentía de echarlo a patadas. Aquello sólo me habría hecho quedar como una histérica.

Cuando me da la gana, puedo ser todo lo hospitalaria que me propongo ─me defendí.

Pensé que no te gustaba recibir visitas.

Mientras lo decía, iba poniendo de pie todos los muebles que se encontraba a su paso por el suelo.

Entre otras cosas ─rezongué.

No nos dirigimos la palabra mientras terminamos de recoger todo aquel caos que se había apoderado de la casa. Lo cierto es que tenerlo conmigo después de aquella intrusión me tranquilizaba, y el hecho de saber que pronto se marcharía me ponía los vellos de punta. No quería quedarme sola en mi casa, pero me negaba a admitirlo. Así que cuando terminamos de poner orden, lo agarré de la mano y lo llevé a la cocina, con tal de hacer tiempo.

Voy a curarte esos arañazos, y como te niegues, los desinfectaré con alcohol ─lo amenacé.

Aquello lo dejó sin habla, y aproveché para recoger el botiquín que había en uno de los cajones de la encimera. Cuando me volví hacia él, su cara de fastidio me resultó muy cómica. De mala gana, accedió a subirse las mangas de la sudadera para que le curara los arañazos.

¿Qué estabas haciendo por este barrio? ─le pregunté, mientras empapaba un pedazo de algodón en agua oxigenada.

Había venido a verte ─admitió, dejándome impresionada. Un murmullo de inquietud se asentó en mi estómago, pero se disipó pronto cuando él añadió ─, quería convencerte de que dejases el caso O´connor. Aún no he formalizado el auto de inhibición, pero en cuanto lo haga, el caso pasará a Victoria Graham. Supongo que ya sabes las ganas que tiene de hundirte.

Creía que ya lo habías superado.

Negó con la cabeza, y la mirada que me dedicó me obligó a mirarlo a los ojos.

Tenía la esperanza de que cambiaras de opinión ─me ofreció un estudiado gesto pesaroso.

Pierdes el tiempo.

Me rozó la mano con los dedos en un gesto íntimo que me hizo suspirar para mis adentros. Cada vez que lo tenía cerca, demasiado cerca como en aquella ocasión, la atmósfera se cargaba de un ambiente caliente y enrarecido. Deseaba más que nada en este mundo estamparle un beso y dejarme llevar por la pasión que me consumía estando a su lado, pero era algo absurdo teniendo en cuenta que íbamos a divorciarnos.

Lo sé ─admitió, y no parecía cabreado, sólo hastiado. Jack detestaba perder, y creo que aquello era lo único que teníamos en común─. En cuanto te he escuchado decirle a ese policía que no querías una patrulla de vigilancia, he sabido que jamás te haría cambiar de opinión.

Coloqué una mano sobre su muslo, supongo que de manera involuntaria y porque me sentía atraída hacia él sin preverlo, lo que era más preocupante. Con la otra mano libre le desinfecté el brazo, y le rocé la piel caliente con las yemas de los dedos. Lo hice porque sentaba demasiado bien acariciarlo de aquella manera.

Escuchar conversaciones ajenas es de ser un maleducado.

Me da exactamente igual.

El tono grave con el que me respondió me hizo mirarlo, y lo que encontré en sus ojos me asustó. Por un momento, atisbé el brillo oscuro del deseo, y me separé de él, para darme la vuelta y tratar de ignorarlo. Tiré el apósito usado al cubo de la basura, y luego me dediqué a cerrar el botiquín.

Fui consciente de que se incorporó y se colocó detrás mía. Sentí que las piernas me flaqueaban cuando se aproximó a mí, y su respiración caliente me acaricio la nuca. Me apartó el cabello hacia un lado, en un gesto demasiado íntimo que me hizo cerrar los ojos. Agradecí que él no pudiera verme el rostro, porque mi expresión traicionera me habría delatado.

Su mano me acarició el cuello libre, y sentí que la piel me ardía bajo sus dedos hábiles. Al final, la dejó inmóvil sobre mi hombro, y sentí la tentación de dejar mi mano sobre la suya, para que no me abandonara. Desde luego que no lo hice.

¿En qué andas metida, Pamela? ─exigió saber.

Si estaba preocupado o no fui incapaz de descubrirlo. Tan sólo logré atisbar el destello de una autoridad que me desagradó.

Todavía no lo sé ─le confesé.

Me giré para tener la situación controlada, pero tuve que apoyarme sobre la encimera cuando él se aproximó a mí. Todo mi cuerpo se tensó al notar que no dejaba de acercar su cuerpo al mío, y se me cortó la respiración al sentir sus manos sobre mis mejillas, sosteniéndome el rostro con firmeza.

Sabes que puedes confiar en mí.

Es lo bueno de tener un marido con el que me une una nula relación ─me jacté.

Eso podemos arreglarlo ahora mismo ─sugirió con descaro, inclinándose hacia mí.

Furiosa, le dí un empujón para apartarlo de mí. Él no me lo impidió, y dio un paso hacia atrás cuando escapé de su alcance y subí a toda prisa las escaleras hacia la segunda planta. Me encerré en el cuarto de baño para desvestirme. Al quedarme desnuda, me metí en la ducha con la esperanza de que se largara.

Abrí el grifo del agua caliente, y me froté la piel hasta que se me enrojeció. A pesar de que era estricta respecto al ahorro de agua, y tan sólo me permitía un baño con espuma una vez a la semana, en ese momento me quedé más tiempo del necesario bajo la alcachofa. Durante varios minutos, mientras el agua caliente recorría mi piel, cerré los ojos y me obligué a serenarme creyendo que el asalto a mi casa se debía a un hecho fortuito y que mi integridad no corría peligro, a pesar de que algo me decía que de alguna manera que aún ignoraba, todo estaba relacionado con el caso de David O´connor.

Incapaz de soportar el deseo que tanto me excitaba, enterré una mano en mis muslos y acaricié mi sexo para prodigarme el placer que con él me estaba vetado. Mordisqueé mi labio inferior mientras me venían a la mente imágenes de Jack desnudo tomándome con la boca. Imaginarlo fue extraordinario.

Tras recuperarme del orgasmo, salí de la ducha envuelta en una toalla de algodón blanca que me cubría por encima de las pantorrillas, y al abrir la puerta del cuarto de baño, me encontré a Jack en mi habitación con una carpeta abierta en las manos. Estaba hurgando en los documentos del informe policial del caso O´connor, y me sentí tan furiosa que no medí el impulso de arrojarme contra él para arrebatárselo de las manos.

Alzó los ojos hacia mí, pasmado por mi arrebato. No era la clase de mujer que se dejaba llevar por la ira, y me complacía el control que ejercía sobre mí misma y mis emociones, lo cual era perfecto para mi trabajo. Él lo sabía, así que cuando me lancé hacia su cuerpo dejándome llevar por la pasión del momento, retrocedió por puro instinto y alzó los documentos por encima de su cabeza. Desbocada por mis propios sentimientos, empujé mi cuerpo contra el suyo y traté de arrebatárselos.

Contuve la respiración al sentir como su brazo libre me rodeaba la cintura y me pegaba contra su pecho. Sentía mi cuerpo húmedo bajo la fina tela de la toalla, y el suyo duro pegado contra mí. Me disgustó aquella exposición, y me excitó más de lo que estaba dispuesta a admitir. Traté de retroceder, pero él me mantuvo firme contra su pecho y tuve que alzar la barbilla para encararlo. Aquella sensación de sentirme pequeña y desamparada a su antojo sí que no me gustó.

Devuélveme los documentos ─le ordené, con la mandíbula apretada. Sentí que me iba a partir los dientes de lo cabreada que estaba.

Percibí que mis pezones se adivinaban bajo la tela húmeda y se apretaban contra su pecho. Maldita fuera, ¡Por qué mi cuerpo tenía que dejarme en evidencia frente a él!

Deja el caso ─me pidió.

Apreté los puños contra su pecho. Ya no sentía el deseo de separarme de él, pero persistía en mí el ansia de golpearlo.

¿Para eso has entrado en mi casa? ¿Para robar y calmar tu ambición? ─le espeté, aunque sabía que no era del todo cierto.

Ya sabes a qué he venido ─respondió con voz grave.

Tiró los documentos al suelo, pero no me soltó. Con la mano libre, me agarró un hombro y me apretó más contra él, si es que acaso era posible. Sentí las palpitaciones aceleradas de mi corazón contra su pecho, y rogué en silencio que no se percatara de lo rápido que me latía el pulso. Por como me miraba, con aquella intensidad devastadora, parecía estar pensando en otra cosa.

Lo que he visto en ese informe es intolerable ─insistió, tratando de convencerme.

Podríamos hablar de muchas cosas intolerables ─musité con descaro.

La mano que estaba en mi hombro subió hasta mi garganta, y sus dedos ascendieron hasta mi barbilla, acariciándome en un toque provocador y caliente desde el mentón hasta la mejilla. Los labios me temblaron, y entrecerré los ojos presa del placer.

Estoy deseando conocerlas ─me animó, y ladeó una sonrisa que desintegró mi autocontrol. Dejó de apretarme contra su cuerpo, y subió ambas manos hasta mi rostro para sostenerlo. Ahora que podía, no me aparté de él ─. Tú y yo no tenemos la misma opinión sobre lo que es intolerable o no, por eso vamos a divorciarnos.

Lo fulminé con la mirada, y en mi interior creció algo cercano al odio, pero más peligroso.

Podría llamar a la policía, y asegurar que no has querido marcharte de mi casa, a pesar de que he insistido en ello varias veces. Sería interesante observar cómo te defiendes de una acusación semejante.

Su cuerpo se tensó, y me observó con reproche. Durante unos segundos me miró los labios, y de pronto me soltó con brusquedad. Se apartó de mí como si le desagradara tenerme cerca, y aquel gesto me resultó tan humillante que tuve que taparme con la toalla.

Deberías añadir que te diste un baño en mi presencia, y que no te preocupaste en ponerte algo de ropa decente cuando te abalanzaste completamente mojada hacia mí ─me soltó, y dijo aquella palabra con un remarcado sentido sexual que me enervó.

Me agaché para recoger los documentos y los guardé en un cajón.

Eres imbécil.

Recurrir al insulto cuando no se tiene nada más que decir es la peor de las defensas.

Puse las manos a cada lado de mis caderas y lo miré con sorna.

Tengo muchas cosas que decir, pero me las guardo porque parece ser que te gusta la hospitalidad, incluso cuando te comportas como un huésped indeseado y maleducado.

Dí que sí, Pamela. El silencio es el mejor recurso de los que no tienen nada que decir ─respondió, sin perder la calma.

Si pretendes psicoanalizarme como si esto fuera un juicio, te aseguro que no tiene sentido. Jamás nos hemos visto la cara en un juzgado, y te prometo que lamentarás el día en el que eso ocurra.

Yo jamás lamentaría verte ─se sinceró.

Me estremecí al escucharlo, y al mirarlo a los ojos, atisbé el destello de un fuego primitivo. Peligroso. Por un instante, percibí el deseo con el que recorría mi cuerpo, hasta que me dí cuenta de que se había colocado en la entrada de la puerta, y antes de que la tensión que acababa de surgir entre ambos a causa de su confesión se disipara, se dio media vuelta y se marchó.

Arrojé la toalla al suelo y me dejé caer en la cama. Ni siquiera me esforcé en cerrar la puerta, pues sabía que tras aquello él no volvería. Dejé pasar unos minutos hasta que logré serenarme. Jack me afectaba de una forma que no era sana. Porque no podía ser sana, ¿Cierto?

Producía en mí una serie de sentimientos ambivalentes, y tan pronto sentía que me consumía la ira como era atacada por el deseo más incombustible. Lo necesitaba todo lo lejos posible de mí, y a una distancia razonable para saber que no iba a perderlo. Quería el divorcio, pero me horrorizaba el hecho de separarme de él. Destruir el único vínculo que nos unía era lo más sensato, pero siempre sentía la tentación de fingir que el nuestro era un matrimonio convencional.

Me empezaron a castañetear los dientes presa del frío que empezó a adormecerme el cuerpo, y fui consciente de que la ventana de la habitación estaba abierta de par en par. Habría jurado que mientras Jack y yo discutíamos, la ventana había estado cerrada, pero presa del ataque de histeria en el que me encontraba, no le concedí mayor importancia.

Me puse unos pantalones holgados y un grueso jersey de lana antes de acercarme a cerrar la ventana que daba a la calle. Entonces, atisbé a observar la figura masculina y espigada que doblaba la esquina. Aquel extraño giró la cabeza para observarme, y aquello me inquieto. Cerré la ventana de inmediato, y tuve la horrible sensación de que acababa de escabullirse por la ventana mientras yo estaba desnuda y con la mente en otra parte. Al final, sacudí negativamente la cabeza y supuse que los acontecimientos de este día me habían vuelto demasiado vulnerable.

Por si acaso, y para calmarme, bajé hacia la primera planta para cerrar todas las ventanas y la puerta trasera. Al doblar la esquina, vislumbré una sombra masculina y ahogué un grito de terror. Mi primer impulso fue echar a correr hacia la calle, pero no sé por qué, las piernas no me reaccionaron y me quedé paralizada por el miedo. Cuando la figura se movió hacia la nevera y abrió la puerta del frigorífico, suspiré y recobré todo el sentido común.

Jack seguía en casa, y a juzgar por sus movimientos, estaba cocinando.

Alucinada por tenerlo todavía allí, avancé con paso renqueante hacia la cocina y me senté en uno de los taburetes que había frente a una encimera. Lo observé algo cansada, y me deshice de las ganas de discutir. El hecho de pasar la noche sola me aterrorizaba, y esta vez, no iba a ser yo la que le pidiera que se marchara.

Supe que sintió mi presencia tras su espalda, pero quizá porque la discusión lo había enfadado, hizo como que me ignoraba y siguió cocinando. Olisqueé una mezcla de especias y salsa de pescado que me maravilló. Apoyé los codos sobre la encimera, y puse el rostro sobre mis manos para observarlo a mi antojo.

Tenía una espalda ancha, y se movía con agilidad dentro de mi cocina, como si ya la conociera. Era la clase de espalda que a mí me gustaría arañar. Es decir, no era la clase de chica que iba arañando espaldas, pero supuse que era lo que querría hacer si dejara que el deseo me consumiera en una cama, y con alguien de su estilo. Luego me dí cuenta de que ese alguien sólo podría ser él, y sentí una mezcla de frustración y ardor.

¿Qué estás cocinando? ─le pregunté con interés.

Me respondió sin mirarme.

Merluza en salsa verde. Espero que no te moleste que haga uso de tu cocina.

Ya que estás aquí...

Noté que sonreía, a pesar de que no podía verle el rostro. Animado por el olor a comida y el calor humano, Fígaro apareció en la cocina y se rozó con las piernas de Jack, recabando atención. No estaba segura de que a él le gustaran los animales, y de todos modos no era buena idea dejarlo cerca de quien le había hecho aquellos arañazos, por lo que cogí a Fígaro y lo deposité en su mullida cama. A continuación, cogí dos copas de cristal y serví aquel vino que tenía reservado para las ocasiones especiales. Le ofrecí una copa a Jack, y nuestros dedos se rozaron cuando él la aceptó.

No me vayas a decir que el alcohol y nosotros no es una buena combinación ─lo amenacé, con una sonrisa.

Él se relajó, y se llevó la copa a los labios. Tomó un sorbo, y advertí como el líquido se deslizaba por su garganta. No pude evitar lamerme los labios, y desviar la mirada cuando el clavó los ojos en mí.

Hice como que no me importaba, y abrí la tapa de la olla para oler el contenido. La salsa burbujeaba y olía de maravilla. Cogí una cuchara y probé la comida sin pedir permiso. Sabía que él me estaba observando. Asentí con admiración, porque estaba realmente delicioso. Entonces lo miré.

¿Qué clase de marido en proceso de divorcio te prepara la cena después de discutir? ─pregunté divertida.

Uno que está enamorado o es tonto ─respondió sin dudar.

Se me aceleró el pulso.

¿Y cuál eres tú?

Tonto no soy, desde luego.

Nos echamos a reír de inmediato. Eché la cabeza hacia atrás, y los ojos se me llenaron de lágrimas. Nos reímos a carcajadas, y apoyé la mano en su brazo en un gesto de acercamiento que ninguno de los dos había buscado. Al agachar la cabeza y mirarlo a los ojos, nos quedamos callados y no desviamos la mirada, sin saber qué decir. Jack se movió hacia el mismo lado que yo, y nos chocamos para luego disculparnos a la vez. En un segundo, nos aproximamos y sentí su respiración pesada sobre mi boca. Le miré los labios, me miró los labios, y supe que íbamos a besarnos. Nos acercamos con torpeza. Me agarré a sus brazos, él puso una mano sobre la pared y me encerró contra su cuerpo. Antes de cerrar los ojos para sucumbir, observé que Fígaro tenía algo entre sus garras que estaba haciendo pedazos. Aparté a Jack de un empujón al darme cuenta de lo que era.

Corrí hacia el gato y le quité el pedazo de papel que estaba hecho jirones. Era una de las fotografías contenidas en el informe policial, y estaba segura de haberla guardado en la carpeta. Me giré hacia Jack, quien por la cara que puso, había adivinado de lo que se trataba.

¿La has cogido tú? ─exigí saber.

¿Te crees que soy capaz de hacer eso? ─replicó de mal humor.

Apreté los labios y subí las escaleras, sólo para constatar lo que ya sabía. En la carpeta del informe policial que había guardado en el cajón de la mesita de noche faltaba aquella fotografía. Bajé las escaleras y volví a la cocina, donde Jack sostenía la fotografía en las manos con un gesto de espanto.

Cuando cogiste el informe, ¿Viste esa fotografía dentro?

Estoy seguro de que no. Lo habría recordado de ser así.

Sabía a lo que se refería. Aquella fotografía mostraba con todo detalle el cuerpo sin vida de Jessica Smith. Era espeluznante, y yo no había sido capaz de mirarla por una segunda vez hasta ahora.

¿Qué estás insinuando? ─me preguntó.

Puede que esté exagerando, pero cuando te marchaste de la habitación, me quedé un rato sentada en la cama, con la cabeza en otra parte. Al cabo de unos minutos, me dí cuenta de que la ventana estaba abierta de par en par. No puedo asegurarlo, pero juraría que cuando tú estabas conmigo, la ventana estaba cerrada. Me asomé, y vi a un hombre cruzando la esquina. Me miró, y sentí que acababa de salir de la casa.

Jack abrió un cajón y cogió un cuchillo de considerable tamaño. Al hacerlo, di un respingo hacia atrás y puse las manos en alto por puro instinto. Entonces, vi que se encaminaba hacia las escaleras y se me escapó un grito.

¡A dónde vas! ─exclamé asustada, si bien, sabía de sobra hacia donde se dirigía.

Quédate aquí abajo, y si escuchas algún ruido, sal a la calle y llama a la policía. Ni se te ocurra seguirme ─me ordenó, y me miró de tal forma que no fui capaz de contradecirlo.

Me quedé al pie de las escaleras, con Fígaro en mis brazos. Cambié el peso de una pierna a otra, y sentí que el corazón me latía cada vez más deprisa. Los segundos pasaban, y la angustia se apoderaba de mí. Fui consciente de que jamás me perdonaría que a él le pasara algo, y justo en el momento en el que puse un pie en la escalera para ir a buscarlo, bajó las escaleras para encontrarse conmigo. Pasó por mi lado y se dirigió a la puerta trasera. Lo seguí apresurada.

¿Qué pasa Jack? Me estás asustando ─le rocé el hombro para que me prestara algo de atención, y él cerró la puerta trasera con pestillo.

La ventana estaba cerrada, Pamela ─respondió, muy afectado.

Le acaricié el antebrazo y lo observé con cuidado.

Puede que los nervios nos estén jugando una mala pasada.

Estoy seguro de que estaba cerrada, porque cuando subí a tu habitación, yo mismo la cerré. ¡Y no estoy nervioso! ─exclamó furioso.

Puse los ojos en blanco. Los hombres y su orgullo...

De pronto, recabé en lo que implicaban sus palabras. Si había cerrado la ventana, con toda seguridad alguien la había abierto posteriormente, y conmigo dentro de la habitación. Sentí un escalofrío que me recorrió la columna vertebral al pensar en un extraño deslizándose desde debajo de la cama. Traté de tranquilizarme a mí misma y a Jack.

Quien quiera que fuera, ya se habrá ido.

Maldita sea, Pamela. ¿En qué andas metida? ─me increpó con dureza.

Di un paso hacia atrás, dolida por sus palabras.

Lo dices como si fuera culpa mía.

No he querido decir eso, y lo sabes.

Ya sé lo que has querido decir ─respondí con amargura.

Él nunca había ocultado su desagrado por mi trabajo. Estaba segura de que pensaba que me había ganado ser atacada en mi propia casa al defender a aquellos que él consideraba pacto del escarnio público.

Piensa lo que te dé la gana. Voy a asegurarme de que el resto de habitaciones de la planta baja están vacías. Quédate aquí.

Asentí con desgana, pues el instinto me decía que en la casa sólo estábamos nosotros dos. No obstante, el mismo instinto me apremiaba a creer con firmeza que aquel allanamiento estaba relacionado con el caso O´connor. Recordé la caja de seguridad del Washington Federal, y un creciente malestar se apoderó de mí.

No sabía en qué acaba de meterme, pero estaba segura de que no era nada bueno.

Al cabo de un minuto, Jack regresó y guardó el cuchillo dentro del cajón. Se acercó hacia mí, y asintió para asegurarme que la casa estaba vacía.

No te voy a dejar sola hasta que cambies el sistema de seguridad. Me quedo contigo esta noche y el tiempo que haga falta ─decidió por los dos.

Asentí, sin mirarlo ni responder. En mi cabeza resurgían aquellas palabras que había mencionado hacía pocos minutos: “Maldita sea, Pamela, ¿En qué andas metida?”. Esa acusación indirecta que ponía todo el peso de su conciencia y recelo en público, y me hacía sentir tan vilipendiada.

No pienso eso de ti ─aseguró, al adivinar mis pensamientos.

Se te va a quemar la comida ─le espeté sin mirarlo.

Me largué al salón, y me acurruqué en el sofá, con Fígaro calentándome los pies. El gato se mostraba más partidario que yo a llevarse bien con Jack, supongo que porque era él quien lo había bajado del árbol. Así que tras degustar aquella sabrosa cena, Fígaro se asentó sobre sus rodillas y allí se quedó, como si quisiera desafiarme.

Desde el rabillo del ojo, podía vislumbrar la mano fuerte de Jack acariciar el pelaje sedoso y brillante de Fígaro, quien entrecerró los ojos y maulló de placer. Tensé los labios y me abracé las rodillas, en un intento por fingir que mi concentración me impedía fijarme en cualquier otra cosa que no fuera la aburrida película que se estaba retransmitiendo en televisión. Quizá fuera mi orgullo femenino, pero podía notar la mirada intensa de Jack sobre mi rostro. Las mejillas me ardieron, y me levanté de golpe sin decir ni una palabra. Él inclinó la cabeza y me observó con el ceño fruncido. Parecía tan fuera de lugar como yo, pero no se atrevió a decir nada.

Fui a la habitación de invitados, cuyo nombre era mera fachada, pues adoraba tanto mi independencia que jamás había invitado a ningún amigo a pasar la noche en casa. Adecenté la cama con sábanas que olían a suavizante y un edredón sin estrenar, en un intento porque Jack se sintiera lo más cómodo posible. Después, bajé los escalones y regresé junto a él. Carraspeé con la garganta para hacerme notar, un tanto molesta por su manera deliberada de ignorarme, a pesar de que sabía que lo estaba haciendo a propósito.

Tienes sábanas limpias en la habitación de invitados, y hay mantas en el armario de la habitación, por si tienes frío durante la noche. Espero que estés cómodo ─le dije, haciendo gala de toda la educación que pude reunir.

Él acarició el pelaje de Fígaro, y me dedicó una mirada oscura. Diría que peligrosa.

No tengo nada de frío, de hecho...

Buenas noches─resolví sin dejarlo terminar, al tiempo que me daba media vuelta para marcharme.

Jack agarró mi muñeca para detenerme, y sus dedos hábiles acariciaron mi mano en una caricia descarada que me llenó de calor. Tenía una sonrisa ladeada y burlona en el rostro cuando dijo:

¿No me vas a dar un besito de buenas noches?

Aparté mi mano con brusquedad, y lo fulminé con la mirada antes de subir las escaleras. Desde la segunda planta, pude escuchar su risa grave, y me dí cuenta de lo divertido que a él le resultaba provocarme con aquellas insinuaciones que a mí me ponían tan nerviosa. Tuve la horrible sensación de que no quería divorciarse de mí porque hacerme sentir como una estúpida lo divertía.

No paré de dar vueltas en la cama hasta que conseguí quedarme dormida. Lo último que recuerdo pensar fue que un hombre jamás debería tener una risa tan masculina.

***

No me despertó el sonido de la alarma, sino el murmullo del agua recorriendo las cañerías de la casa. Supuse que era Jack quien se estaba dando una ducha en el cuarto de baño de la primera planta, por lo que aproveché para holgazanear unos minutos más en el calor de las sábanas, y me desvestí dentro de la cama. Estaba a punto de destaparme para poner un pie en el suelo, cuando la puerta del baño incorporado de la habitación se abrió, y Jack salió con el cabello húmedo, y una toalla blanca de dimensiones ridículas atada a la cintura.

Buenos días ─me saludó.

Se frotó el cabello rubio con las manos, por lo que algunas gotitas de agua le salpicaron el pecho. Tuve que parpadear varias veces para cerciorarme de que no estaba soñando, y cuando fui consciente de mi desnudez, me tapé con las sábanas hasta el cuello. No quería que se diera cuenta de que estaba desnuda, pero por la cara de terror que puse, el destello de sus ojos grises me dijo que lo había adivinado.

¿Quién te ha dado permiso para utilizar mi cuarto de baño? ─gruñí, con la voz áspera.

Pensé que no te importaría ─le restó importancia.

Sin poder evitarlo, me fijé en aquel abdomen masculino, marcado y con unos oblicuos que marcaban el sendero hacia el pecado. El vello castaño, más oscuro que el color de su cabello, se perdía dentro de la toalla. Tragué con dificultad y lo miré a los ojos. Él se dio cuenta de lo que acababa de mirar, y me dedicó una mirada de autosuficiencia que me enervó.

¿Te has desnudado mientras yo estaba en el baño? Si querías ahorrarnos tiempo, estoy de acuerdo

me provocó con descaro.

Si has utilizado mi cuarto de baño en un intento por ganarte algo más que una mirada curiosa, te vas a quedar con las ganas. Ya he visto todo lo que tenía que ver.

Todo no ─me retó, y con un gesto de cabeza señaló lo que tenía entre las piernas.

Sal de mi habitación. Ahora ─le ordené furiosa.

Él obedeció con una sonrisa, al parecer encantado por haber conseguido sacarme de mis casillas. Hasta que no escuché sus pisadas bajar las escaleras, no me quedé tranquila ni fui capaz de salir de la cama. Por si acaso, y a pesar de que sabía que era absurdo, cerré la puerta de la habitación con pestillo y entonces pude respirar sosegada.

Me dí una ducha rápida, y percibí el olor de su cuerpo flotando en el vapor de agua que empañaba todos los cristales. Sacudí la cabeza para borrarme ideas delirantes y absurdas, y tras vestirme, bajé las escaleras para ir hacia la cocina y preparar café. Me irritó que él se me hubiera adelantado, pero desistí discutir por algo carente de toda razón, y me bebí la taza que él me ofreció. Cuando terminamos de desayunar en silencio, cogí mi bolso y él me acompañó hasta la puerta de la entrada. Salimos al exterior, y busqué la llave del coche en un intento por no hacer la despedida más incómoda. Sobraba decir que él no estaba incómodo, en absoluto.

Aquella seguridad que tenía sobre sí mismo me agradaba y me resultaba insultante. Yo también era de esas, pero con Jack me sentía pequeña, estúpida y débil.

Gracias por todo ─le dije, sin añadir nada más.

A él le brillaron los ojos.

¿Por todo? Ojalá hubiera más cosas que tuvieras que agradecerme.

El descarado comentario me puso algo nerviosa.

Ya sabes..., por rescatar a Fígaro, por la cena, y por quedarte conmigo a pesar de que te pidiera que te marchases. No me habría gustado pasar la noche sola ─admití a regañadientes.

Eso tiene fácil solución, Pamela.

La forma en que dijo mi nombre, con aquella cadencia grave y seductora, me acarició todo el cuerpo.

Ja, ja. No.

Él se mordió el labio, y mi respuesta pareció divertirlo. Se metió las manos en los bolsillos, y bajó los escalones del porche para cruzar la acera. Me dedicó una mirada que no supe descifrar, y se despidió con un movimiento de cabeza. No dije nada, pero verlo marchar de aquella manera me afectó.

Aquella era una mañana despejada, lo cual era asombroso teniendo en cuenta que estábamos en Febrero, y lo habitual en Seattle eran los días nublados de lluvia suave y constante. Por si acaso, cargué con el paraguas de mano en el bolso, y me deslicé bajo las copas húmedas de los abetos, sauces y arces, mientras aspiraba el olor de los arbustos de arándanos. Me había trasladado desde Washington a Seattle porque amaba la vida tranquila y solitaria, y a pesar de que no era una mujer especialmente familiar, disfrutaba de mi independencia y de los paseos a pie en los que me encontraba con los vecinos de mi barrio o con mi escasa familia.

Caminé hacia el lugar en el que había aparcado el coche, pero antes de abrirlo, me fijé en las cuatro ruedas desinfladas. Me llevé las manos a la cara, y solté un suspiro de hastío. Alguien me había pinchado las ruedas del coche, y el mensaje que quería transmitirme era claro: deja de meter las narices donde no te llaman.

Por desgracia, ya era demasiado tarde.