18

Justo cuando Leon entraba en su casa el teléfono empezó a sonar. Era muy temprano por la mañana y se preguntó quién podría llamarlo a horas tan intempestivas. Para mantenerse en forma, como siempre, había subido la escalera a paso ligero en lugar de coger el ascensor, de modo que estaba casi sin aliento cuando descolgó el auricular.

—Leon Roth —dijo, y al punto esbozó un gesto de enorme sorpresa—. ¡Jessica! ¡Qué alegría oírte!… ¿Qué?… ¿Los últimos días? No he estado en casa. De hecho acabo de llegar. —Escuchó y su alegría fue trocándose en una mueca de incredulidad—. ¿Cómo dices? ¿Evelin? ¡Imposible! ¿Estás segura? ¿Y ese… Phillip Bowen? —Alargó la mano para acercar una silla y se sentó. La noticia casi le había hecho perder el equilibrio—. Sí, sí, vale, te creo, pero es que… Dios mío, ¿quién lo iba a suponer? La buenaza de Evelin, con su mirada triste… ¿Qué? ¡Vamos, ahora no te pongas a repartir culpas! ¿Qué podíamos hacer? ¿Acaso somos responsables de la vida de los demás? —Empezó a acalorarse. ¿Cómo era posible que le reprocharan nada? ¡Sólo le faltaba eso! Su mujer y sus hijas habían sido asesinadas, así que él era víctima, no culpable—. Escucha, Jessica, ése era un asunto entre Tim y Evelin, caray. Ella tendría que haber ido a la policía. ¿Qué querías que hiciéramos nosotros, si nos venía con una sarta de mentiras para justificar sus heridas y lesiones?… Sí, claro que lo sabíamos, ¡pero es que ella no quería que la ayudáramos! ¿Cómo puede ayudarse a alguien que no quiere ayuda? Vamos, por favor, tú tampoco llevas tanto tiempo con nosotros y hay muchas cosas que no sabes. Ella siempre estaba a favor de Tim siempre lo defendía… ¿Enferma? No, no sabía que estuviera enferma. De todos modos, no sé si lo creerás pero no me pasaba las veinticuatro horas del día pensando en Evelin, la verdad. Si necesitaba ayuda bien podía haber confiado en nosotros y habérnoslo dicho. Pero no lo hizo, ya ves. ¿Qué más quieres que te diga? —Escucho y luego añadió, en tono conciliador—: Vamos, Jessica, tampoco sirve de nada arrancarnos los ojos ahora, ¿no crees? Me alegro de que hayan atrapado al culpable, eso es todo. ¿Cuánto tiempo te quedarás en Inglaterra?… Ah, así que mañana mismo. Muy bien, pues llámame entonces, ¿vale? ¡Cuídate!

Colgó, se levantó y empezó a pasearse por la habitación. Desde luego, Jessica podría tener un poco más de tacto con sus inculpaciones. ¿Qué diantre habría podido hacer él por Evelin? ¡Como si no tuviera suficiente con sus problemas! Sus deudas, su taquicardia, su farsa de matrimonio… ¿Y quién se había preocupado por él? ¡Bastante había hecho con enfrentarse a lo suyo! Cada cual tenía que aguantar su vela. Así era la vida.

Fue a la cocina, puso agua en la cafetera y cogió del armario la lata del café. Había desayunado en casa de Nadja, pero de pronto necesitaba meterse algo más en el cuerpo para recuperar ánimos. La llamada de Jessica lo había puesto de mal humor. Con Nadja lo había pasado muy bien: estuvo con ella todo el fin de semana y el lunes, y eso que cuando la llamó no parecía muy receptiva.

—¡No, Leon, ni lo sueñes, no pienso volver a trabajar contigo! —le había dicho—. ¡Ahora necesito ganar dinero!

Pero él le respondió:

—Tranquila, he cerrado el bufete; a partir del verano empiezo con un trabajo nuevo. Sólo tengo ganas de verte.

Al final ella accedió a que fuera a verla. Durante toda la tarde Leon le estuvo contando de sí mismo y de su vida. Nadja se había enterado de los asesinatos por la prensa, pero, como no mencionaban ningún nombre, ni en sueños hubiese relacionado la tragedia con algún conocido. Al oírlo se quedó de una pieza.

Se mostró comprensiva, interesada y compasiva, y acabaron acostándose juntos, y los dos se sintieron tan a gusto y tan dichosos como antes, cuando mantenían una relación clandestina. Leon pudo imaginarse un futuro con ella, y le pareció que a Nadja le pasaba lo mismo. Su vida adquiría una nueva perspectiva: tenía piso nuevo, trabajo nuevo, una mujer a la que parecía gustarle de verdad… El futuro se presentaba esperanzador.

Pero de pronto aparecía Jessica, lo acusaba de fallarle a Evelin y le fastidiaba aquella soleada mañana.

Puso unas cucharadas de café en el filtro. ¿Qué esperaba? ¿Que se autoflagelara sólo por haber sobrevivido? Los demás tampoco se habían enfrentado a la desagradable realidad. La diferencia era que ellos ya no podían rendir cuentas. Sacudió la cabeza. Todavía no lograba asimilar que Evelin hubiese sido capaz de matar salvajemente a cinco personas. Santo Dios, eso significaba que todos ellos habían convivido con una bomba de relojería. No sólo depresiva, sino completamente chiflada. ¿Quién lo habría dicho?

Comprendió que con el café no tendría suficiente. Iba a necesitar una copa para digerir todo aquello.

Se sirvió un poco de whisky, pero antes de que le llegara a los labios le entró un ataque de rabia incontenible y lanzó la copa contra la pared de enfrente, donde se estrelló. Observó cómo goteaba el alcohol en la moqueta. Vaya mierda. Desde luego, si lo que Jessica pretendía era disgustarlo, podía darse por satisfecha, porque lo había conseguido. ¿Culpable? ¡No pensaba reconocerlo, ni mucho menos! Los sentimientos de culpa sólo servían para torturarse y nunca aportaban nada bueno. Durante más de veinte años había sido capaz de impedir que le asaltara la culpa sobre la muerte de Marc, y ahora no iba a permitir ni en broma que le complicasen la vida con el tema de Evelin. ¡Antes prefería dejar de ver a Jessica! Había sido un idiota al pedirle que lo llamara cuando regresase de Inglaterra. Era obvio que volvería a insistir en el tema todos-hemos-fracasado-con-Evelin. ¡Pues lo tenía claro! Con él no iba a funcionarle, así que ya podía ir buscándose a otro para darle la lata. Si le salía con aquello, la cortaría en seco y le diría que no quería hablar nunca más del tema. Y si no respetaba sus deseos, ya podía ir olvidándose de él para siempre.

No había mucho más que decir al respecto. No hacía falta que perdiera el tiempo pensando en ello.

Se llenó una segunda copa de whisky, y después otra, y una cuarta.

Bajo los efectos del alcohol la vida perdió gran parte de su acritud, y los contornos del pasado empezaron a difuminarse. Ahora sólo le interesaba el futuro. Era libre. Y joven. Todo estaba bien.

—La verdad, lo habría apostado todo a que Bowen era el asesino de esos pobres alemanes —dijo Lucy a disgusto.

Estaba en el piso de Geraldine, sentada en el sofá, hojeando el Daily Mirror, y acababa de releer el artículo sobre los asesinatos de Yorkshire. En él se explicaba cómo se había resuelto el caso y que Phillip Bowen, el hombre más buscado del país, era inocente.

—Al final, el verdugo resultó uno del grupo. Quién lo iba a decir.

—Yo nunca creí que Phillip pudiera hacer algo así —dijo Geraldine, aunque en su momento había tenido serias dudas—. Admito que no siempre fue amable conmigo, pero no es un asesino. No podía haberme equivocado tanto con él… —Estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Con aquel pelo tan corto (y aquella mañana aún tan despeinado) parecía una niña traviesa.

«Si se decidiera a trabajar de nuevo, seguro que le lloverían las ofertas», pensó Lucy.

—Si me permites un consejo, Geraldine, no vuelvas a intentarlo con Bowen, ¿me oyes? Vuestra historia se acabó. No pegáis ni en pintura. Vuelve a ocuparte de tu trabajo y no malgastes el tiempo yendo detrás de un hombre que no te quiere.

—No te preocupes —dijo Geraldine.

Pero a Lucy le pareció que respondía demasiado rápido. Suspiró. Seguro que ya estaba maquinando alguna estratagema para encontrarse con Bowen y hablar con él.

—Si quieres puedo ofrecerte un trabajo para la semana que viene, en Milán —dijo.

Geraldine miró por la ventana con expresión aburrida.

—Pero tampoco he de descartar todas las posibilidades, ¿no? Ahora me siento más independiente y ya no le tengo ningún miedo.

—Bueno, bueno, yo no estaría tan segura. Que no haya matado a nadie no significa que se haya ganado el cielo, ¿me oyes? Además, él no te perdonará que le hayas destrozado los papelotes sobre su supuesto padre. A saber de lo que aún es capaz.

—Vamos Lucy, a ti nunca te ha gustado.

—De acuerdo, pero te equivocas si crees que la vida con él puede ser de pronto perfecta. Seguirá siendo el de siempre. Obsesionado con Stanbury, los abogados lo desplumarán y entonces volverá a necesitarte, pero sólo por tu dinero. Todo volverá a ser como antes, Geraldine.

Pero la joven parecía de nuevo perdida en sus pensamientos, y Lucy se dio cuenta de que ni siquiera la escuchaba.

Suspiró. Efectivamente, todo volvería a ser como antes.

Cuando Jessica salió del Fox and Lamb se encontró cara a cara con Ricarda, tan de golpe que dio un respingo. Aquella mañana hacía un tiempo espléndido, tanto como el día anterior: el sol brillaba en lo alto y el aire era cálido y agradable. A la entrada del hotel un gato remoloneaba sobre los adoquines. Estiró las patas y se tumbó panza arriba para calentarse al sol.

—¡Ricarda! —jadeó Jessica.

La chica parecía algo indecisa y tímida.

—Iba a buscarte a tu habitación —dijo.

—¿Damos un paseo? —propuso Jessica—. Ahí dentro está muy oscuro y el aire resulta sofocante.

Ricarda asintió y echaron a andar por la calle. Al principio fueron en silencio: no estaban acostumbradas a su mutua compañía y se sentían algo extrañas. «Nunca habíamos paseado juntas —pensó Jessica—. De hecho creía que jamás lo haríamos».

—Ya me he enterado —dijo Ricarda, rompiendo el silencio.

En ese momento pasaban por la tienda de la hermana de la señora Collins, que estaba repleta gente. Seguro que estaban todos poniéndose al corriente con las novedades de Stanbury House. Nadie quería perderse ni el menor detalle al respecto.

—No se habla de otra cosa en los alrededores —le comentó Jessica.

Ricarda asintió.

—Ayer mismo nos visitaron granjeros de toda la comarca, o mejor dicho, sus mujeres, porque parece que la noticia de que estoy viviendo con Keith ha corrido como la pólvora. Esperaban que les contase cosas. Pero resulta que en realidad no sé mucho.

—Conoces a Evelin de toda la vida, y eso te convierte en una valiosa fuente de información.

—Esas mujeres me dieron asco —dijo Ricarda—. Eran tan… tan lascivas; tenían tan poco respeto por lo que nos sucedió, por nuestra realidad… Lo único que querían era saber algo más; algo que pudieran adornar un poco y luego contar a sus amigas.

—Hay gente para todo, y en todas partes hay gente como ésta. Para ellos la tragedia de Evelin no es más que una ocasión para romper con el aburrimiento y la monotonía de su rutina cotidiana. Me temo que seguirás siendo el centro de atención durante un buen tiempo. Lo único que puedes hacer es intentar que no te afecte demasiado.

Ricarda volvió a asentir. Se quedaron en silencio un rato más y por fin la chica dijo en voz baja:

—¿Se te había ocurrido que podía ser Evelin?

Jessica negó con la cabeza.

—No. Ni en sueños. Aunque al final resulta que todo encaja y hasta tiene su lógica. ¿Y tú? ¿Lo habías pensado?

Ricarda reflexionó unos segundos, como si no supiera cómo explicar lo que estaba pensando, y al final dijo:

—Cuando me enteré, me extrañó comprobar que en realidad no me sorprendía. ¿Entiendes lo que quiero decir? No me quedé boquiabierta y sin habla, y eso me dio que pensar. Entonces comprendí que en el fondo… muy dentro de mí… lo había intuido todo. Pero no me había atrevido a tomarlo en serio porque creía que no debía pensar así. Que no debía pensar así sobre Evelin. Siempre le tuve mucho cariño. Era… más sincera y humana que los demás, y secretamente deseaba que no hubiera sido ella.

—Hubieras preferido que fuese yo, ¿verdad? —dijo Jessica, aunque se arrepintió inmediatamente porque no quería que Ricarda lo tomara como una provocación.

Sin embargo, y para su sorpresa, Ricarda la miró de reojo y dijo:

—No. Sabía que tú no podías ser.

—¿Ah, no? ¿Y por qué?

—¿La verdad? Bueno, tú eras la más normal. Estabas mucho más sana que cualquiera de ellos.

—Supongo que en el fondo todos quisimos creer en la culpabilidad de Bowen —dijo Jessica entonces—. No era del grupo. Su culpabilidad era más fácil de soportar. —Hablas por hablar, le dijo una vocecilla interior, y ella se alegró de que Ricarda no la mirase a los ojos.

—Yo sabía que tampoco era él —dijo la joven—. No me preguntes por qué, pero lo sabía. Tal vez porque presentía que había sido Evelin. Por eso no dije a la policía que lo encontré junto a la verja de Stanbury House la noche antes de los asesinatos. Eso habría contribuido a hacerlo aún más sospechoso, ¿no?

—Me dijiste que habías olvidado ese detalle, que lo recordaste después de hablar con la policía…

—Sí, bueno, te mentí. En realidad estuve pensándolo mucho y al final… algo me dijo que me guardara ese detalle para mí. Era algo insignificante pero habría complicado mucho la vida de Bowen, y por eso… No sé, ese hombre me cae bien. Tal vez porque Patricia lo odiaba —añadió con una sonrisa.

Jessica se detuvo y la miró.

—Sabías muchas cosas, ¿eh? Sobre Evelin y sobre todo lo que sucedía entre ella y su marido y el resto del grupo, ¿no?

Ricarda también se detuvo.

—Sí. Me enteraba de bastantes cosas. Y la verdad es que no entendía por qué todos la dejaban continuamente en la estacada. Ahora… —se pasó la mano por la frente, en un gesto de desorientación— bueno… ahora todo es horrible. Evelin mató a mi padre, a quien yo adoraba, pero en cierto modo creo que puedo entenderla. ¿No es horrible? Después de todo lo ocurrido creo que puedo… no justificar, pero sí comprender por qué lo hizo. Y no la odio. Cuando pienso en ella no siento rabia, sino… tristeza. Y un vacío inmenso.

—Exactamente igual que yo —dijo Jessica, y añadió con tacto—: Y yo también quise mucho a Alexander.

A Ricarda le costó asimilar esa observación. Apartó la mirada, turbada, incapaz de decir nada al respecto. Cuando se recuperó, dijo:

—Bueno, te preguntarás a qué he venido. Quería pedirte que dijeras a mi madre que no se preocupe por mí. Keith y yo seguiremos juntos, y yo haré todo lo posible por matricularme en una escuela de Bradford. Quiero acabar mis estudios. Keith también opina que es lo más correcto. Después nos casaremos y tendremos hijos. Seguro que ella se alegrará si se lo dices.

Jessica sonrió.

—Seguro que sí —le dijo—. Y yo también me alegro. Eres muy madura para tu edad, Ricarda. Tu padre estaría muy orgulloso de ti.

Ricarda tragó saliva y necesitó un momento para recuperar el habla.

—Si… bueno, si vuelves por aquí alguna vez, podrías… no sé, podrías visitarme alguna vez.

—Me encantará, te lo aseguro; lo haré. ¿Y tú me llamarás de vez en cuando? Sólo de vez en cuando, para que sepa cómo te va.

—Vale. Hecho —dijo Ricarda. Y entonces, como si temiera que la conversación se tornara demasiado sentimental, preguntó—: ¿Qué pasará ahora con Evelin?

—Tengo que hablar con Leon. Él es abogado y podrá ayudarme a conseguir que la trasladen a Alemania. Allí seguro que la ingresan en una clínica psiquiátrica de alta seguridad. Pero quizá podamos visitarla. No pienso abandonarla otra vez.

—Bien, eso está bien —dijo Ricarda. Habían llegado al final de la calle principal—. Bueno, será mejor que vuelva a casa. Cuídate mucho, Jessica, y saluda a mi madre de mi parte, ¿quieres?

Y echó a andar con paso rápido hacia la granja que ahora era su hogar. Una joven con una idea clara de su futuro. Jessica la contempló hasta verla desaparecer tras un recodo.

—Cuídate tú también, Ricarda —dijo en voz baja.

Anduvo durante dos horas, pero esta vez escogió un camino diferente de los que solía tomar cuando estaba en Stanbury House. Ya no sentía necesidad de volver a acercarse a la casa ni a ninguno de los lugares que le eran familiares. Incluso pensó que ya nunca querría volver allí.

Cuando regresó al pueblo, cansada pero a la vez renovada por el sol y el aire, ya era casi mediodía. Su vuelo de regreso a Alemania salía por la tarde, así que aún le quedaba un poco de tiempo. Comería algo y después llamaría al superintendente. Evelin había sido detenida el día anterior, y quería preguntarle cómo estaba. Tal vez pudieran comentar algo sobre su posible traslado a la justicia alemana.

La tienda de la hermana de la señora Collins seguía llena de gente que seguramente sólo hablaba de un tema. Quizá había algún periodista infiltrado. El día anterior ya habían acudido como buitres a Stanbury House, pero la policía protegió en todo momento a Jessica y Phillip. Aquella mañana no se había encontrado con ninguno, pero ahora vio de lejos que frente a la entrada del Fox and Lamb había dos coches aparcados, así como dos hombres y una mujer desconocidos. Su instinto le dijo que se trataba de periodistas y ralentizó el paso. No quería hablar sobre Evelin con ningún desconocido. No quería hacer ningún comentario respecto a su complicada amistad, y menos aún encontrarlo abreviado de un modo sensacionalista en el titular de algún periódico del día siguiente. Por desgracia ese día no había ningún policía por ahí para protegerla. Se preguntó si lograría llegar hasta su coche sin que la vieran. Llevaba la llave en el bolsillo del pantalón y el vehículo estaba junto al hotel, no en la entrada sino en la esquina del callejón lateral. Un policía había ido a recogerlo a Stanbury la tarde anterior y lo había aparcado allí. Ella le agradeció enormemente el gesto, porque le ahorró el tener que volver al lugar de los hechos una vez más.

—Me he escapado por la puerta trasera —le dijo una voz desde atrás—, y supongo que a usted tampoco le apetecerá ponerse a charlar con esa gente, ¿no?

Se llevó un susto de muerte. Era Phillip Bowen, surgido de la nada como Ricarda por la mañana.

—Perdón —añadió él—. No pretendía asustarla. Me he ido escondiendo entre las casas, después de haber dado un rodeo para alejarme del hotel sin tener que explicar cómo me siento ahora que han encontrado al culpable y ya no soy el sospechoso principal. Y entonces la he visto a usted.

Ella sonrió.

—Hoy no deja de salirme al paso gente por sorpresa. Debo de andar muy absorta en mis pensamientos…

—No me extraña. Supongo que tiene un montón de cosas en que pensar.

—El tiempo todo lo cura —dijo ella, con la esperanza de que Phillip no se pusiera a hurgar en la llaga. Necesitaba que la comprendieran y la consolaran. Necesitaba a alguien que le dijera que debía seguir con su vida y no mirar atrás.

Por suerte, él comprendió de inmediato que ella no quería seguir hablando del tema, al menos de momento, y comentó:

—Me había hecho ilusiones de desayunar con usted, pero cuando bajé al restaurante ya se había marchado.

—Soy una madrugadora empedernida. Me despierto con las primeras luces del alba y me encanta salir a pasear. De hecho, cuando no trabajo soy capaz de pasarme todo el día paseando. Una locura, ¿no le parece? Últimamente, visto lo sucedido con mi vida, estoy pensando mucho en los diferentes grados y tipos de locura que afectan al ser humano, y reconozco que empiezo a preguntarme si mi absoluta necesidad de pasear no será también una especie de enfermedad.

Él se encogió de hombros.

—¿Y qué significa enfermedad? En el fondo no es más que un modo de enfrentarse a la vida. Cada uno tiene sus trucos. Al menos usted no hace daño a nadie con el suyo.

Ella asintió.

—Visto así, tiene razón.

Quiso decirle algo más, pero no supo cómo formularlo, de modo que se quedó callada e indecisa. Phillip también guardó silencio. Se limitó a mirarla a los ojos, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Llevaba una camiseta blanca totalmente arrugada, y ella pensó que probablemente no tenía más ropa que la que hubiese cogido al darse a la fuga.

—Phillip —le dijo por fin—, creo que aún no le he dado las gracias. Ayer me salvó la vida. Si no hubiese vuelto a Stanbury House seguro que Evelin me habría matado en su ataque de locura. Y yo no estaría ahora en esta calle, disfrutando del sol. Además —se pasó una mano por el vientre—, también salvó a mi hijo. Dos vidas en un solo día.

—Oh, vamos —bromeó él—, por el modo en que empuñaba aquel bate no estoy seguro de que hubiera necesitado mi ayuda. Parecía muy dispuesta para la batalla. No habría dudado en atizarle a Evelin un buen batacazo en la cabeza. ¡Así que tal vez sea ella quien tenga que agradecerme haberle salvado la vida!

Ella no se sumó a la chanza. No quería tratar el asunto con ligereza.

—Se lo agradezco de todo corazón, Phillip, y nunca lo olvidaré. —Titubeó unos segundos y precisó—: Nunca lo olvidaré a usted.

Se miraron y, sin necesidad de palabras, supieron lo que sentían y comprendieron lo que podría haber surgido entre ellos si, después de aquel primer encuentro en un cálido día de abril a orillas de un riachuelo, las cosas hubiesen sido distintas. Todo un abanico de posibilidades, pensamientos, sentimientos y sueños se habría abierto ante ellos. Si las cosas hubiesen sido distintas. Pero sus vidas eran muy diferentes y avanzaban por caminos demasiado distanciados. El punto de inflexión en que se encontraron fue demasiado pequeño y los acontecimientos que lo rodearon impidieron que llegara a crecer. Ahora sólo les quedaría el recuerdo y algún que otro suspiro por las promesas latentes que nunca se cumplirían.

Jessica fue la primera en recobrar la compostura. Como siempre, decidió seguir adelante y no permitir que la afectara algo que en el fondo no conduciría a nada.

—Ayer me dijo que había ido a Stanbury House para despedirse —dijo—, de la casa y de su padre. ¿Significa que ha renunciado a luchar por su parte de la propiedad?

—Significa que prefiero dejar las cosas como están —respondió él—. Que he decidido resignarme a no saber quién fue mi verdadero padre. He vivido cuarenta y un años sin saberlo, y supongo que podré aguantar cuarenta y uno más.

Ella lo miró casi con preocupación.

—¿Y a qué se debe ese cambio tan repentino? Parecía usted tan… tan…

—¿Obsesionado? Ya puede decirlo. Obsesionado. Obcecado. Completamente poseído por esa historia. Pero he reflexionado, quizá por primera vez desde que me propuse conseguir Stanbury House. Me he permitido considerar la posibilidad de que tal vez Kevin McGowan no fuera mi padre. Que sólo fuera una ilusión de mi madre; un ídolo de juventud al que, abrumada por la morfina, convirtió en su amante. No sé. Quizá fue cierto que se acostó con él, que existió aquel romance. Pero eso no lo convierte en mi padre. Un padre asume responsabilidades, no se desentiende completamente de la criatura que ha engendrado. En este sentido, él nunca habría sido mi padre, ¿entiende?

—Sí, por supuesto.

—Y al pensar en ello, comprendí que tampoco llegaría a ser mi padre por el simple hecho de que yo viviera en su casa, me quedara mirando las paredes y mantuviera diálogos imaginarios con él intentando obtener unas respuestas que nunca me daría. Con eso sólo conseguiría caer de nuevo en el vacío. Él se mantuvo siempre alejado de mí, y la muerte convirtió su actitud en definitiva. Ésa es la realidad, y tengo que aceptarla. Tengo que vivir con ella.

—¿Cree que podrá?

—¿Vivir sin un padre? Ayer, mientras paseaba por el bosque que hay detrás de Stanbury House, me pregunté una cosa muy distinta: ¿podría vivir con este padre? ¿Qué había conseguido al creer en las palabras de mi madre? Estaba huyendo de la justicia porque se me culpaba de una serie de asesinatos. Estaba hambriento y sediento. Me había mostrado desaprensivo y cruel con mi novia Geraldine, lo cual me dolía profundamente. Y me había pasado infinitas horas coleccionando artículos de prensa sobre un reportero muerto y ordenándolos cuidadosamente como un idiota. No es que me dedicara a ello de vez en cuando, no, es que eso era mi vida. Apenas trabajaba. Ya no ganaba dinero. Dejé que la pobre Geraldine me mantuviera mientras yo me pasaba días enteros en los archivos como un ratón de biblioteca, recogiendo toda la información existente sobre Kevin McGowan, fotocopiándola, llevándomela a casa y clasificándola en mis malditas carpetas. ¡Y mientras tanto la vida seguía su curso! Después, cuando Geraldine me quemó los archivos, perdí los estribos. En serio, me entraron ganas de matarla. —Había ido subiendo el tono, y los periodistas reunidos frente al Fox and Lamb se volvieron para mirarlos. Continuó en voz baja—: Quizá en ese momento empecé a comprender que las cosas debían cambiar. Que si seguía así sólo lograría acabar conmigo mismo.

Jessica guardó silencio. Phillip tenía razón en todo. Sin embargo, hasta hacía pocos días él se habría enzarzado a puñetazos con cualquiera que le hubiera dicho esas mismas palabras. Había tenido que recorrer su propio camino, comprender las cosas por sí mismo, para llegar al punto en que se encontraba ahora.

—Quizá me resultaba cómodo delegar en la figura de Kevin McGowan —añadió—. Hacerlo responsable de mi vida. Pero al final eso no sirve de nada. Cuando intentamos librarnos de nuestras responsabilidades no hacemos más que engañarnos a nosotros mismos. Después siempre llega el momento en que comprendemos que siguen estando ahí y no van a dejarnos. No creo que nada nos persiga con más insistencia.

—¿Qué hará ahora? —preguntó Jessica.

—Volver a Londres. Apuesto a que Geraldine estará esperándome en mi piso dispuesta a hablar del futuro conmigo. Ahora tengo remordimientos por lo que le hice, y supongo que eso hará que retomemos la relación por una temporada. Además intentaré ponerme a trabajar, aunque no sé en qué. Quizá sea incapaz de realizar un trabajo normal y siga con mis clásicos trabajos temporales. Ya veré. —Alargó un brazo y acarició suave y dulcemente la mejilla de Jessica—. ¿Y usted? ¿Qué hará?

—Volveré a Alemania. Buscaré otra casa para Barney y para mí. Trabajaré en mi consulta. Haré todo lo posible para que trasladen a Evelin a nuestro país. Y en octubre tendré a mi pequeño. —Se encogió de hombros—. Sí, ésos son mis próximos planes.

Phillip sonrió.

—Bueno, ahora quizá deberíamos ocuparnos de planes más inmediatos. O sea, los más importantes. Me muero de hambre. ¿Y usted? He visto que su coche está aparcado en el callejón contiguo al hotel. ¿Cree que podremos dar esquinazo a esos paparazzis y llegar hasta él sin que reparen en nuestra importante presencia?

—Intentémoslo —dijo Jessica.

—Conozco un local muy agradable en un pueblo que descubrí una vez. Podríamos comer allí, si le parece. Y charlar un rato. Sin compromisos.

Jessica le devolvió la sonrisa. La angustia y la tristeza seguían muy vivas en su interior, pero Phillip tenía razón en una cosa: lo importante era pensar en los planes inmediatos.

—Comer y charlar —dijo—. Justo lo que necesito.

Sin dudarlo, Phillip la cogió de la mano y se pusieron en camino.