10
—Mi madre sufrió lo indecible toda su vida por haber tenido un hijo bastardo —dijo Phillip Bowen—. Creo que lo que más le dolía no eran las cuestiones morales, sino la sensación de haber significado tan poco para un hombre que ni siquiera había querido formar una familia con ella. Eso la hirió profundamente.
Estaban sentados en el césped, en la misma colina donde se habían conocido dos días atrás. Barney, que había estado correteando como un poseso, había caído rendido a dos pasos de ellos y dormía profundamente. Sólo movía la oreja izquierda de vez en cuando, y su barriga subía y bajaba regularmente, al compás de su respiración.
Jessica había superado las náuseas de la mañana y había salido a dar el paseo de costumbre después del desayuno. Decidió seguir el mismo camino que dos días antes había tomado por error, porque el valle donde rescató a Barney le había encantado y le apetecía volver a verlo. Ya de lejos había visto una figura sentada en la hierba, y el instinto le dijo que era Phillip Bowen. Iba a dar media vuelta cuando él se volvió hacia ella y la saludó. Debió de oírla llegar. Jessica supo que tenía que seguir caminando hacia él, pero no se sintió del todo bien al hacerlo. Le pareció que hablar con aquel hombre era traicionar a Patricia, quien durante el desayuno les había dado instrucciones muy claras: «Nos limitaremos a no hacerle caso. Os ruego a todos que no le dirijáis la palabra si volvéis a verlo en alguna ocasión. No debemos permitir que intente volver a explicarnos su disparatada historia. Si pone un pie en nuestro terreno lo echaremos inmediatamente. Deberá emprender acciones legales contra mí, y eso le llevará mucho tiempo. Además, me da la impresión de que no cuenta precisamente con los medios económicos necesarios para ello».
Así pues, Jessica sabía que tenía que evitarlo y seguir caminando, pero le pareció muy difícil comportarse así con un hombre que, apenas dos días antes, la había ayudado cuando estaba en apuros y no le había exigido nada a cambio. Es cierto que tenía problemas con Patricia, pero ¿qué motivos tenía ella para decantarse por un bando?
—Debería haberme puesto al corriente de sus asuntos cuando le dije que me alojo en Stanbury House —le había reprochado al sentarse a su lado.
—Pero entonces habría puesto a Patricia sobre aviso.
—¿Y qué? ¿Qué habría cambiado? En cualquier caso va a tenerlo muy difícil. Es muy dura de pelar. Además, no pensaría que ella saltaría de emoción y se fundirían en un fraternal abrazo al enterarse de que usted pretende la mitad de su herencia, ¿no?
—Al final tendrá que ceder.
—Ni siquiera volverá a escucharlo.
Él la miró y sonrió, pero sus ojos no brillaban.
—Es un hueso duro, ¿no?
—Sabe mantenerse firme.
Phillip empezó a juntar unos tallos de hierba y hacer trenzas con ellos.
—Me sorprendió la tensión que reinaba en el ambiente ayer por la tarde —dijo, cambiando de tema—. Cuando entré en la sala me encontré con todas esas personas de las que en el pueblo se comenta que son íntimos amigos desde hace años, pero tuve la sensación de que algo no funcionaba bien. De que aquello no era real. Había mucha crispación, mucha agresividad contenida, mucha… no sé, muchas cosas que no encajaban, aunque no sepa decir cuáles exactamente. —La miró de nuevo—. ¿Entiende a lo que me refiero?
Jessica, para su desgracia, lo entendía perfectamente.
—No —le respondió en cambio, aunque supo que él no la creía.
—La mujer rolliza, ya sabe, la que llevaba ese vestido tan vaporoso que debe de haberle costado una fortuna, parecía muy triste. No —se corrigió moviendo la cabeza—, más que triste. Parecía… desesperada. Sí, eso, desesperada. Como si algo en su interior hubiese muerto.
—Evelin —dijo ella, sorprendida por su capacidad de observación y lo acertado del comentario, aunque él por supuesto no podía saberlo. «Como si algo en su interior hubiese muerto»— perdió a su bebé hace unos años. Estaba en el quinto o sexto mes de embarazo. Después de aquello pasó mucho tiempo deprimida. A veces creo que sigue estándolo. Y parece que no logra volver a quedarse en estado.
Phillip asintió.
—Parece muy sola. Y Patricia también, por cierto.
—¿Patricia? Qué va. Ella no para en todo el día, tiene siempre un montón de planes y conoce a media humanidad…
—Pero eso no significa que no se sienta sola. Se escuda, a sí misma y a su perfecta familia, tras un muro de actividad. Vi su dormitorio cuando estuve en la casa. Jamás me había topado con tantos retratos de una misma y sonriente familia reunidos en una sola habitación. Me pareció demasiado evidente, demasiado forzado. Y el guaperas de su marido no parece muy enamorado de ella…
—Da usted demasiadas vueltas a las cosas —objetó Jessica con dureza—, y me temo que no soy la persona más indicada para escucharlo. Apenas nos conocemos.
—¿Usted me cree?
—¿Cuando dice que espera obtener la mitad de Stanbury House?
—Sí.
—Ya le digo que apenas nos conocemos. ¿Cómo voy a creerlo?
—¿Qué sabe usted de Kevin McGowan?
—¿Del abuelo de Patricia? Sólo que fue un reputado corresponsal de televisión, que salía mucho por la tele y que se hizo muy famoso en Inglaterra. En Alemania, en cambio, apenas oí hablar de él.
—Sin embargo, vivió un tiempo en Alemania. Allí se abrió camino como periodista.
Jessica se encogió de hombros.
—Por entonces yo aún no había nacido.
—Se especializó en la actualidad política irlandesa. Debió de tener buenos contactos con el IRA. Aunque nadie puede asegurarlo, muchos consideran que aquellos contactos fueron a más, como es propio de un inglés.
—Lo que más me sorprende —dijo Jessica— es por qué no ha aparecido usted antes. Según me han dicho, el abuelo de Patricia, es decir, el hombre del que afirma ser hijo, murió hace diez años. Fue entonces cuando Patricia heredó Stanbury House. ¿Por qué no exigió sus derechos inmediatamente?
—Porque la identidad de mi padre fue el secreto mejor guardado de mi madre. Y la mayor fuente de sufrimiento de mi vida, no sólo en mi juventud, sino también, y sobre todo, en mi etapa de adulto. No supe la verdad hasta el verano pasado, cuando mi madre vio que llegaba su fin.
—¿Por qué tan tarde?
Fue entonces cuando Phillip le habló del dolor y del sentimiento de fracaso de su madre, que no logró sobreponerse a la vergüenza de ser abandonada por el padre de su hijo.
—Lo borró de su vida. Ni siquiera intentó que reconociera su paternidad. Ni le pidió dinero. Lo suprimió; así, sin más. Creo que nadie podría haber sido más radical: lo eliminó de su mente como si nunca hubiese existido.
—Pero usted le preguntaría por él, ¿no?
—Desde luego. Todos los niños que conocía tenían un padre. Yo era el único que no. Ella me dijo que había muerto en un accidente de coche antes de que yo naciera, y que ni siquiera habían tenido tiempo de casarse. Durante un tiempo lo creí.
—Pero se hizo mayor…
Él asintió.
—Me hice mayor, más crítico y más curioso. Le pedí que me enseñara fotos, que me dejara visitar su tumba, que me presentara a sus familiares. Debía de tener una familia, ¿no?, padres, hermanos… Empecé a ponerla entre la espada y la pared, hasta que un día me lo confesó todo. Bueno, no todo; jamás logré que me diera el nombre de mi padre.
—¿Ella lo crió sin ninguna ayuda económica?
—Así era mi madre. Autosuficiente. Si rompía su relación con alguien, tampoco aceptaba su dinero. Era profesora en una escuela para discapacitados. No ganaba mucho, pero íbamos tirando, y de hecho… —lo dijo con una expresión melancólica y triste— de hecho nunca me faltó de nada.
—Sólo un padre.
—Ya. —Volvió a trenzar tallos de hierba—. Me faltó un padre.
Barney irguió la cabeza. Parecía opinar que ya había descansado lo suficiente y que iba siendo hora de ponerse otra vez en movimiento. Echó a trotar por la hierba como un potrillo salvaje, y sus patas, demasiado grandes, le hicieron tropezar varias veces. Parecía feliz y satisfecho.
—¿Cuándo murió su madre?
—En noviembre del año pasado. Todo comenzó hace tres años, cuando le diagnosticaron un cáncer de mama que acabó en metástasis generalizada. Vivió en casa mientras pudo. Una vecina se ocupaba de ella y yo iba a visitarla siempre que podía. Además, debo admitir que Geraldine la cuidó con mucho cariño… —Al ver que Jessica enarcaba las cejas, explicó—: Es mi novia. Llevamos juntos una eternidad. —Había hecho ya una trenza de varios centímetros, pero no parecía que fuera a parar—. En fin, el caso es que al final de su vida decidió revelar su secreto. Me habló de mi padre y me contó su historia. Yo me quedé muy impresionado al saber que se trataba del gran Kevin McGowan. Su época dorada como corresponsal coincidió con mis años de juventud y de interés por la política, así que… en cierto modo, crecí con él. Su figura marcó mi vida. Yo creía en lo que él decía y me gustaba el modo en que lo decía. Y de pronto me entero de que era mi padre, el sinvergüenza que había abandonado y herido a mi madre en lo más profundo de su alma. Al principio no pude asimilarlo.
Se pasó la mano por la cabeza, despeinándose el pelo un poco más. Jessica observó su jersey y sus pantalones, la misma ropa desgastada que llevaba el día anterior, y el anterior. Parecía bastante pobre. Seguro que la herencia de McGowan le ayudaría más a él que a Patricia. Bueno… siempre que el hombre fuera realmente su padre.
—¿Y está usted seguro —le preguntó con cautela— de que su madre… bueno… de que pese a su enfermedad estaba suficientemente lúcida como para…?
En el rostro de Phillip se dibujó una mueca de desprecio.
—Habla usted como Geraldine. Siempre con la misma cantinela. Mire usted, durante su enfermedad mi madre tuvo etapas mejores y peores, al menos hasta octubre, cuando empezó a estar cada vez peor. El cáncer es así. En sus malos momentos tomaba calmantes muy fuertes que solían dejarla desorientada y le impedían ordenar correctamente a las personas en el tiempo y el espacio. En los buenos, en cambio, apenas tomaba medicación, pues temía más a la desorientación que al dolor. Y le aseguro que yo, que estaba acostumbrado a escucharla, sabía distinguir perfectamente cuándo tenía la cabeza lúcida y cuándo no. En este sentido sé que puedo valorar el grado de veracidad de sus palabras.
Jessica tuvo la sensación de haberlo molestado, pero aun así se atrevió a formularle otra pregunta:
—¿Y su madre podía estar segura de que Kevin McGowan era su padre?
Phillip no entendió y la miró arrugando la frente, pero de pronto comprendió el significado de la pregunta y palideció. Se quedó blanco como el papel y Jessica se arrepintió de haber hablado con demasiada precipitación.
—Quiero decir…
—He entendido perfectamente lo que quiere decir —la interrumpió él con acritud—. Quiere decir que mi madre podría haber estado tirándose a varios a la vez y que por tanto ni ella misma podía estar segura acerca del padre de su hijo bastardo. —Se levantó y la miró con odio—. ¡Y como no sabía cuál de sus amantes era, escogió al más conocido, que además era perfecto porque estaba muerto y había dejado una bonita herencia!
Jessica también se levantó. Intentó apoyar su mano en el brazo de Phillip, pero éste se apartó.
—Phillip…
Él se limitó a lanzarle una última mirada enfurecida, se dio la vuelta y empezó a bajar la colina alejándose de ella. Por el porte de sus hombros y el ritmo de sus pasos ella comprendió cuán indignado estaba y cuánto lo había herido. No lo había hecho a propósito y se entristeció, pero estaba claro que ahora no era momento para seguir hablando con él.
Llamó a Barney, que acudió corriendo, y emprendió el camino de vuelta a casa.