XXIV
Dionnai, conde de Maivail, abrió los ojos y vio a Angstat mirando por la abertura del corrector.
Maivail, sintiéndose ya bien, salió del aparato.
—¿Cuánto tiempo esta vez?
—Casi dos días, señor.
—¿Tanto?
Iban ya por el corredor.
—Sí, señor. Yo también he entrado en otro. Parece ser que ronda por aquí una especie de epidemia. Tendremos que triplicar el número de correctores.
—¿Cuál es la causa?
—La de costumbre, señor. Algo de los alimentos, o el aire. Los detalles no importan.
Saltaron por encima de un cadáver tendido en el pasillo, en el lugar donde la primera explosión había destruido una rampa que conducía a la superficie.
—Hay que limpiar esto —dijo Maivail.
—Lo sé, señor. Pero hay cosas más importantes... —Angstat descubrió a un técnico andando errabundo por el pasillo. Parecía que estuviese danzando por el universo—. ¡Usted! —gritó.
—¿Señor?
—Venga un momento. ¿Ve aquello? Llévelo al rincón con los demás, entiérrelos y luego despeje el suelo.
Cuando el técnico se dispuso a obedecer, Angstat se reunió con Maivail.
—Tenía razón, señor. No es conveniente para la moral no actuar con disciplina. Cuidaré de que toda la zona quede limpia lo antes posible.
—Y ahora —asintió Maivail, aprobando—, pasemos a los asuntos de mayor importancia.
—Sí, señor.
—¿Se ha localizado a los dos prisioneros?
—No hay indicios de ellos, señor. Se desvanecieron en el aire.
—¿Algún signo de... hostilidad desde el cuarto planeta?
—Nada en absoluto, señor. Seguramente no han conseguido localizar a ese Dios de la Guerra.
—¿Cómo sigue la conquista de los nativos?
—Bien, señor. Existe esa enfermedad, pero en conjunto todo marcha espléndidamente. Hemos bombardeado fábricas de producción en dos tercios de los distritos, reduciéndolos a polvo —vaciló—. Sin embargo, señor..., en el resto de los distritos, lamento decir que se han producido incidentes.
—¿Cuáles?
—Bien, por un lado, en cada sitio donde los nativos contraatacaron se han producido variantes de la dolencia. Todo el mundo se encuentra, se ha encontrado o se encontrará en baja forma. Más de dos tercios del personal quedó batido en aquel momento, y nuestras fuerzas han decaído.
—¡Vaya al grano! —rugió Maivail—. ¿Qué ha ocurrido?
—Debido a la fatiga y a la enfermedad, señor, los Controladores del Tráfico se han mostrado algo descuidados y han variado el orden de abertura de los pasos según una pauta, en vez de hacerlo al azar. Los locales no han tardado en comprender la pauta y han disparado cosas al interior de los pasos.
—¿Daños?
—La Base 4 sufrió el impacto de lo que debió ser media docena de hidrofusores inestabilizados, perdiendo veinte aviones con sus tripulaciones. Los pasos de la barrera interna fueron cerrados, sin embargo.
»La Base 6 tuvo ardiendo un enorme avión local junto a la barrera interior, pero por fortuna no ocurrió ningún desastre.
»Las Bases 8 y 11 fueron bombardeadas con tambores que estallaban, dejando escapar millares de insectos. Estos insectos apestan, y producen graves molestias. Hemos llevado los Grupos 14 y 17 a las zonas despejadas de las Bases 8 y 11, poniéndolas bajo la protección de los refugios 8 y 11. Los hombres, sin embargo, se niegan a desembarcar a causa de los insectos.
—¿Están dentro de la barrera interior?
—Sí, por desdicha, señor. El paso interno se abrió, de acuerdo con el reglamento, al cerrarse los exteriores. Los insectos pasaron y... ¡Allí reina el caos!
—Bien, sobreviviremos a esto, aunque los correctores tengan que verse muy concurridos. ¿Algo más?
—Casi nada, señor —añadió Angstat—. Todavía queda la Base 9.
—¿Qué ocurrió allí?
—Bueno... Fueron atacados por la enfermedad —Angstat iba manoteando para apartar las moscas que invadían el corredor—. Supongo que se mostraron descuidados. El Controlador del Tráfico fue hallado inconsciente con una horrible mueca en la cara, y estuvo seis días en el corrector.
—¿Seis días?
—Sí, señor; un hecho sin precedentes. Bien, hallándose en este estado, entrando y saliendo todos del corrector, olvidaron despejar los pasos, y una banda de nativos penetró con una cuerda. Las cosas cogieron mal cariz allí, señor.
Maivail iba estudiando todas aquellas desdichas mentalmente.
—Arrojaron de allí a los nativos, ¿verdad?
—No. Pero trasladamos al Grupo 15, el cual lo consiguió.
—Entonces, todo está arreglado.
—Sí, señor. Excepto que ahora el Grupo 15 sufre la enfermedad. Están fabricando correctores a toda velocidad, y apenas puede servirse la demanda.
Maivail meditó cuanto acababa de oír. La capacidad productora y bélica del enemigo estaba reducida en dos tercios de las zonas de guerra. Sin embargo, casi un cuarto de las fuerzas invasoras había sido destruido en el primitivo contraataque enemigo y el resultado había sido agrupar tres grupos de invasión. El efecto había sido reducir la fuerza en un cincuenta por ciento.
—Oh —añadió Angstat—, hay algo más. Iba a decírselo cuando usted se puso enfermo.
—¿Qué es? —Maivail frunció el ceño al pisotear una fila de hormigas.
—Hemos descubierto más sobre Shurlok Homes.
Maivail ya lo había olvidado. Aplastó una cucaracha verde y luego abrió la puerta de su despacho.
Dentro, varios miembros del personal estaban arrojando nubes de moscas, en tanto comían su pitanza. Había moscas en el aire y en la mesa, moscas que se posaban sobre los bizcochos, que nadaban dentro de la sopa. El personal seguía comiendo estoicamente.
Maivail desdeñó tales trivialidades, recordando que un guerrero debe estar preparado para soportar estas molestias. Enfocó sus pensamientos sobre asuntos de mayor importancia.
—¿Este Homes es el Dios de la Guerra?
—No, señor. Son individuos distintos. Pero tenemos pruebas positivas de que los locales poseen correctores, aunque evidentemente en número limitado.
Maivail se acomodó a su mesa.
—¿Cómo es eso?
—Hemos calculado que ese Homes tiene unos cien años, o más. En este planeta, setenta años es la capacidad media de la existencia. Sin embargo, los comentarios de los nativos demuestran que consideran a Homes como un ser lleno de vigor y en posesión de todas sus facultades. Por tanto, debe de poseer un corrector para eliminar el exceso de fatiga.
Maivail aplastó una cucaracha.
—¿No estamos mostrándonos excesivamente inteligentes, Angstat? ¿Por qué no preguntar a los nativos cosas relativas a ese tipo?
Angstat meneó la cabeza.
—Lo intentamos. Y ello provocó los sonidos de ahogo y carraspeo que llaman risa, señor. Después, cuando escuchamos sus conversaciones, hablaron de él como si no existiera, pero más tarde se refirieron a él como a un ser real. Hemos logrado deducir que está de viaje.
—Nunca hemos visto a ese Homes —exclamó Maivail, de repente—. Tampoco hemos visto a ese Dios de la Guerra, aunque haya una prueba de su existencia. Ya tenemos bastantes complicaciones sin tener que ocuparnos de tales misterios. Olvidémonos de ese Homes. En cuanto al Dios de la Guerra, sólo tenemos que vigilar el cuarto planeta. Una vez los tengamos conquistados, podremos ocuparnos de aquél —Maivail se sentía en plena forma después de la estancia en el corrector, y añadió con animación—. ¡Al diablo todas esas entidades misteriosas! —manoteó, apartando las moscas—. Si no puede verse una cosa, ¿cómo puede molestarnos? Angstat, hay que trasladar los Grupos de Invasión restantes a las zonas despejadas...
—¡Señor! ¡General Angstat! —la puerta acababa de ser abierta de improviso.
Maivail levantó la vista, asombrado.
Un miembro del personal, con la cuchara en la mano y una nube de moscas en torno suyo, señaló urgentemente la estancia contigua.
—¡Señor, una nave espacial extranjera!
—¿Y eso qué tiene de extraordinario? —rugió Maivail.
—¡Es exactamente igual a los bocetos diseñados como pertenecientes a la nave del Dios de la Guerra!
Maivail y Angstat se abalanzaron a la habitación indicada, y apartaron a todos los miembros del personal para poder mirar por la pantalla. Detrás de una colina cercana había una fantástica nave, con mástiles cortos, aparejos, cañones a popa y proa, una cabina en el centro, y varios guerreros del color del cobre, con pieles y acero en cubierta, junto a los cañones.
—Está bien —rezongó Maivail, mirando a los aprensivos miembros de su personal—. Finalmente llegaremos al fondo de este asunto. Ordenen a los Grupos 2, 5, 16 y 18 que custodien el planeta contra ataques externos. Los Grupos 7 y 10 quedarán a la reserva inmediata. Y ahora cojan todos los transportes y aviones de combate y traigan a mi presencia a todos los soldados que puedan.
—Señor —tartamudeó un miembro del personal—, tal vez no sea prudente...
Maivail le contempló con olímpico desprecio.
—Los Grupos 3 y 13 —continuó— actuarán como reservas de los Grupos 4, 6 y 12, que reconocerán al planeta buscando cualquier señal de esos invasores. El Grupo del Cuartel General se dedicará a capturar a esos soldados. ¡Obedezcan!
El personal se decidió a actuar.
—Señor —dijo Angstat, tan pronto como estuvo solo en el despacho de Maivail—, tal vez nos encontremos con dos guerras a la vez.
—Este asunto no es de mi incumbencia. Y si así ocurre, tendré que averiguarlo antes de que sea tarde. Ponga al Estado Mayor de Planteo a trabajar en la ruta más rápida para salir de aquí.
—Sí, señor.
Maivail se sentó y dejó correr los dedos sobre la mesa. ¿Y si había un Dios de la Guerra al mando del cuarto planeta? ¿Y si Shurlok Homes existía, con todo su enorme poder, y en posesión de un corrector? En un archivo estaban otras formidables entidades que parecían vivir una existencia encantadora. Algunos de dichos seres poseían sus propios ejércitos. Algunos vivían en distantes planetas pero podían presentarse en cualquier momento en el espacio con una flota espacial. Otros podían cambiar de forma a voluntad. Unos cuantos poseían poderes peculiares que detenían un proceso mental. ¿Qué haría si sus hombres se enfrentaban con un ser que cabalgase por el aire mediante su solo poder, sin poder ser destruido por los explosivos?
Maivail se retrepó en el asiento, vio un nuevo informe sobre la mesa y lo cogió. El título decía: «Ultimas Conclusiones de la Estructura Social de los Habitantes Locales de 1202 (2P6) 11-3». Frunciendo el ceño, Maivail le echó una ojeada y luego se irguió, animado. El informe estaba redactado en lenguaje vulgar, sin emplear generalmente palabras largas en lugar de otras cortas similares y, por encima, no se refería a ninguna clase de misterio. Era posible leerlo, no descifrarlo, e incluso tenía una introducción al principio y un resumen al final:
«Según los hechos, a saber: 1) El alto nivel de destreza técnica que evidencian los nativos; y 2) la aparente existencia de Inmortales reconocidos, tales como el famoso Homes, y el admitido Inmortal Dios de la Guerra, resulta evidente que este planeta, lógicamente, debe de poseer correctores e hidrofusores.
»Pero también se deduce, según la corta existencia de sus habitantes, que los correctores no se hallan debidamente distribuidos. Su existencia no está ampliamente conocida, y las largas existencias de los Inmortales se explican bajo distintas formas.
»¿Por qué?
»Este informe concluye, tras un cuidadoso estudio de los documentos traducidos, que un pequeño grupo de ciudadanos excepcionalmente competentes detenta esos aparatos para su propio uso, elige nuevos miembros para su grupo y no deja que miembros extraños al mismo conozcan la existencia de tales ingenios.
»Esta conclusión se armoniza con los hechos locales con una demostrada y básica regla de Ciencia: «Un hidrofusor no puede ser fabricado más que por quienes se hallan ya en posesión de otro hidrofusor, hábiles en su empleo». Asimismo, los correctores no pueden hacerse más que con ayuda de los hidrofusores.
«Inmediatamente se plantea la cuestión: ¿Por qué los habitantes, en su mayoría, no saben nada de estos artilugios?
«Existen dos respuestas:
»1) Los Inmortales desean reunir los frutos de la diversidad que la falta de estos últimos instrumentos obliga a los habitantes a emplear.
»2) Básicamente, la naturaleza del grueso de tales habitantes es tan caótica, tan falta de disciplina, dividida, violenta, ambiciosa y falta de visión, que la posesión de estos aparatos crearía el caos. Para evitar tal desorganización, los Inmortales restringen tales aparatos a su propio uso, pero permiten el uso de otros recursos similares, aunque menos poderosos. Así se consigue cierto grado de organización y armonía. Si los últimos inventos fuesen generalizados, quedarían en manos de facciones de tendencias muy diversas, lo cual significaría la mutua destrucción, y el engrandecimiento de los Inmortales. Pero no tardaría en sobrevenir el caos.
«Afirmamos que esta explicación es simple, lógica, de acuerdo con los hechos conocidos, y por tanto, tiene que ser la verdadera.»
Maivail se sintió grandemente aliviado, alivio que desvaneció un grito en el exterior.
Angstat penetró corriendo en el despacho.
En la oficina exterior irrumpieron unos guerreros de matiz cobrizo, cubiertos de pieles y metal, con los extremos de unas cuerdas aún anudados a las muñecas, vacías las fundas de sus armas, empuñando pequeñas pistolas. No tenían nariz ni olfato, pero el personal y unos cuantos guardias iban cayendo a diestro y siniestro.
Maivail se sobrepuso a su estado de estupor.
—¡Cerrad la puerta!
Angstat se precipitó a cerrarla y atrancarla. Maivail rompió un cristal colocado sobre un botón rojo de su despacho. Apretó dos veces el timbre y resonó un clarín, al tiempo que una orden chillaba:
—¡Retirada, a las naves!
Hubo un pesado choque contra la puerta.
Maivail abrió un cajón de la mesa, le entregó una pistola a Angstat, se metió otra en su cinturón, cogió un hidrofusor de un estante, lo mantuvo apuntado y excavó un agujero a través del muro del corredor.
Hubo otro pesado choque contra la puerta, pero Maivail y Angstat se hallaban ya en el corredor.
La llamada resonaba por todo el centro subterráneo, en torno a Maivail y Angstat, en tanto los hombres se iban retirando, empuñando sus pistolas, blandiendo sus sables, arrastrando sus piernas rotas...
—¡Cuidado! ¡El Dios de la Guerra! —gritaban desde todos los rincones. Antes de poder llegar a las naves se produjo un movimiento de pánico—: ¡Shurlok!
Maldiciendo ferozmente, Maivail y sus oficiales consiguieron por fin empujar a la desorganizada horda hacia las naves en uso. Antes de que ocurriese una catástrofe, Maivail giró el interruptor que daba orden de abrir un paso en la pantalla externa. El enlace cumplió su tarea y Maivail ordenó:
—¡Despeguen las naves!
Entonces se elevaron y surgieron del caos.
—¿Y ahora qué, señor? —quiso saber Angstat.
—No quiero combatir contra dos planetas a la vez —decidió Maivail—, pero aún no estamos batidos.
—¿No sería mejor salir de aquí antes de que aparezca la flota espacial?
—Aún no. Tenemos que dar el golpe final.