IV
Dionnai, conde de Maivail, asintió impersonalmente al agente residente Sumer Lassig.
—Sí. Sus informes han sido investigados completamente, agente Lassig. Tuvo razón al recomendar la «reducción» de aquel individuo. Sus informes han sido recibidos con la más alta aprobación por parte del Consejo Supremo Determinante. Yo mismo, naturalmente, los he revisado.
Lassig se inclinó.
—Muy honrado, Excelencia.
—Ahora, sin embargo, quiero oír sus explicaciones de viva voz.
—Sí, señor —las transparentes membranas se deslizaron sobre los ojos de Lassig, mientras meditaba, y luego volvió a subirlas—. Para empezar —dijo—, yo llegué aquí sólo hace cuatro meses, tiempo local, encontrando que mi predecesor había descuidado sus deberes. Era evidentemente un individuo de tipo profesional, muy poco adecuado para esta labor.
Maivail asintió con interés.
—¿Qué había hecho? ¿En qué estado le encontró usted?
—En cuanto a lo que había hecho, había enviado unos comunicados confusos al principio, sugiriendo la posesión de una habilidad extraordinaria por parte de los nativos. Al ser interrogado, confesó su error, excusándose en las dificultades del lenguaje, y después envió unos informes inocuos que fueron debidamente aceptados como válidos, hasta que los locales enviaron la primera expedición de importancia que fue, claro está, captada por el monitor. Éste negó la pintura que aquél había creado. Cuando yo le encontré, estaba rodeado por la traducción de los documentos locales, y musitaba para sí mismo: «No puede ser verdad. ¿Pero qué es esto? Me volveré loco». No había esperanza para él. Le maté.
—Excelente. ¿Y su estado mayor?
—Se puso de manifiesto que también ellos estaban infectados. Varios tomaban narcóticos. Los demás se mostraron incoherentes. Parloteaban respecto a «proezas múltiples», hablaban de una «escala de consecuciones», decían que los nativos habían alcanzado «casi todos los peldaños, no sólo los superiores», y cosas por el estilo, y me presentaron una lista de cosas que, afirmaron, los nativos poseían y nosotros no.
Maivail pareció interesado.
—¿Posee la lista?
—Era un pedazo de papel. Pensé que usted querría verlo. Lo guardé.
Maivail lo cogió y lo repasó.
—Hum... «Humor». «Química». «Ficción». «Sentido del olfato» —levantó la vista—. ¿Qué son estas cosas?
—Por si acaso podían servir para algo, interrogué al personal con más atención. Sus respuestas fueron completamente heréticas. Para impedir que la infección se extendiera a mi propio personal, gasifiqué inmediatamente a tales individuos.
—Muy bien hecho. Pero... meditemos sobre la primera palabra. «Humor». ¿Qué es?
—Es una palabra local, señor. Hemos intentado traducirla, pero resulta imposible. No poseemos una palabra correspondiente. Según el personal, es un sentido peculiar que provoca la risa de los nativos...
—¿Qué?
—¿Señor?
—¿La risa? ¿Qué significa esto?
—Es una contracción espasmódica del diafragma, acompañada de un enrojecimiento de la faz, y ruidos ahogados.
—Entiendo —dijo Maivail—. Veamos, Lassig. Por favor, no emplee palabras locales para definir otra. Resulta muy difícil de entender.
—Lo siento, señor. Procuraré evitarlo. Bien, este peculiar sentido del «humor», hace que los nativos se ahoguen y gangueen en situaciones.
—Supongo que el «humor» puede traducirse como «polvillo en los tubos de aire». Obviamente, las contracciones espasmódicas del diafragma deben ser provocadas con la finalidad de expeler el polvillo.
—Exactamente, señor —asintió Lassig—. Pero el personal afirmó que era psicológico.
—¿«Psicológico»?
—Sí, señor.
—Hum... Contracciones espasmódicas del diafragma. Ahogo. Gargarismos... ¿Esto es psicológico?
Lassig extendió las manos.
—Señor, así lo afirman. Dicen que el súbito miedo de alguien, o el escapar a un peligro por poco, les causa la risa a los locales, muy a menudo.
Maivail reflexionó largamente.
—¿Cuál es la relación causal?
—Según el personal, señor... el «sentido del humor».
Maivail parpadeó.
—Esta explicación tiene cierto tinte de locura.
—Exactamente, señor.
—¿Y la siguiente palabra de la lista: «Química»? ¿Qué es?
Lassig adoptó la postura de un hombre enfrentado con la tarea de levantar un objeto pesado, careciendo de manos.
—Bien, señor... ah... supongo que... Es una forma de la ciencia.
—Sólo hay una verdadera ciencia: el control de «mer», o sea la energía-materia.
Lassig pareció inquieto.
—Sí, señor. Usted tiene razón, señor. El personal continuó hablando de la escala y proclamó que el control de «mer» originalmente tuvo dos partes: el control de la materia y el control de la energía. «La química» fue el control de la materia.
—¡Diantre! —exclamó Maivail. Cualquier imbécil sabe que la materia y la energía son, básicamente, la misma cosa. La materia es energía condensada. La energía es, por otro lado, materia altamente rarificada.
—Sí, señor.
—¿Cómo explicó esto el personal?
—Afirmaban, señor, que para alcanzar el conocimiento científico hacía falta mucho tiempo, siendo un proceso laborioso, gradual.
—¡Esto es fantástico! —se maravilló Maivail—. Se tarda exactamente tres años en aprender todo esto.
—Sí, señor. Es lo que les contesté, precisamente. Pero el personal arguyó que hubo una época, antes de las facultades...
—¿«Antes de las facultades»?
—Sí, señor.
—Entonces, ¿quién enseñó a la juventud?
—Dijeron que... eh... la gente de entonces tenía que aprender por sí misma.
—¡Aprender por sí misma! Pero... Veamos, seguramente los miembros del personal habrían visto algún «hidrofusor». ¿Cómo diablos puede construirse uno, si no se posee otro?
—Dijeron que la gente de este planeta —Lassig meneó la cabeza, dubitativamente— estaba progresando gradualmente para construirse uno.
—¿Cómo?
—Esto no puedo ya explicarlo, señor.
—El instrumento básico para el control del «mer» es el hidrofusor. Y no es posible fabricar uno a menos que ya se posea otro. No es posible construir un hidrofusor de la nada, lo mismo que es imposible criar «slergs» sin un padre «slerg». Pero cuando se posee un hidrofusor o un padre «slerg», entonces es fácil.
—Sí, señor. Fueron más lejos, señor. No era posible discutir con ellos.
—¿Y lo siguiente? «Ficción». ¿Qué puede ser?
—El personal se mostró muy confuso a este respecto, señor. Parece ser que los locales... Bien, sinceramente, señor, no sé qué es ficción. Esto era lo que mi predecesor estaba tratando de descubrir cuando yo llegué aquí. Me dijo que algunos de los informes locales resultaban irreales... no, sintéticos, dijo.
—¿Informes sintéticos? —Maivail abrió los ojos, asombrado—. ¿Quiere decir que los nativos falsifican sus propios informes?
Lassig pareció haberse quedado sin aliento.
—Esto es lo bello. Aquel tipo afirmó que no se trataba de una falsificación.
—¿No es una falsificación? Pero si es sintético...
—Añadió que los nativos sabían que los informes eran sintéticos, por lo que no se llamaban a engaño.
Maivail tragó a duras penas. Su orgullo estaba siendo atrozmente vapuleado.
—Veamos, Lassig. Si los locales saben que un informe es falso, ¿qué provecho obtiene el falsificador?
Lassig pareció desamparado.
—Presumamos por un momento —exclamó Maivail, irritado—, que yo soy un inspector de suministros. Presumamos, asimismo, que usted es un maldito estafador. Usted ha entregado seis y nueve décimas de glúteos de esmolonio, con un tanto por ciento de 006. Pero usted se había comprometido a entregar siete glúteos de 008. Usted falsifica la factura y me la presenta, etiquetada, como «Falsa». Bien, usted sabe que es falsa. Yo sé que es falsa. ¿Dónde vamos a parar? ¿De qué sirve la falsificación?
Lassig no halló respuesta.
—O estos nativos son una raza muy complicada —afirmó Maivail—, o todo el personal falsificó sus datos. Y sin embargo, ¿quién podía creerles? ¿Cuál era su propósito? Hay algo particularmente desenfocado en esto. Bien, tratemos respecto a otra cosa. ¿Qué es ese «sentido del olfato»?
Lassig pasó nerviosamente una mano por su orificio del conducto de la respiración.
—Bien, señor... en cuanto a esto...
Maivail le vio vacilar y le contempló con frialdad. Se trataba de un hombre elegido por su habilidad en absorber, calcular y explicar las culturas extranjeras.
Pero a pesar de la perfección con que habían sido llevadas a cabo todas las operaciones militares, Maivail sintió que algo quedaba fuera de su alcance mental y visual.