XIII

Swanbeck dejó el teléfono en su horquilla y miró a Holden con curiosidad.

Holden fruncía el ceño, al tiempo que estudiaba varios dibujos y bocetos, cada uno de los cuales mostraba un objeto semejante a una cúpula, parcialmente sumergida en una estructura parecida a un buñuelo. Desde distintos puntos de dichas estructuras se proyectaban unas líneas cortas, con una serie de ángulos situados a los lados de las líneas, y con horas escritas muy cerca.

Swanbeck se aclaró la garganta. Holden levantó la vista.

—Han barrido el puesto de mando al oeste de Centerville —dijo Swanbeck—. Y Higgins y Delahaye han sido capturados.

—¿Cómo ocurrió? —quiso saber Holden.

—Salieran de la hondonada y llegaron al puesto de observación de madrugada. Como los árboles carecen de hojas, es inútil observar en tales condiciones. Por tanto, se arrastraron entre tinieblas, ocultándose en un hoyo formado por la maleza, hoyo que ellos mismos ensancharon, a fin de quedar completamente fuera de vista.

—¿Por qué no excavaron un hoyo en el borde del bosque?

—Hay allí una gradual pendiente, con muchos álamos en el campo, de forma que desde el nivel del suelo no se distingue nada. Desde la maleza pensaron que estarían a salvo de ser observados desde cualquier dirección, al tiempo que lograrían una vista bastante amplia de la barrera, y podrían transmitir la información empleando un teléfono direccional.

—¿Qué sucedió?

—Los Chinches tienen la costumbre de lanzar bengalas a horas extrañas de la noche, y tienen aviones que patrullan en un radio de dos millas sobre la barrera. Ante cualquier cosa sospechosa, disparan. La maleza tenía unos cincuenta pies, y como no deseaban ser avistados al resplandor de ninguna bengala, Higgins y Delahaye retrocedieron varias veces. Cuando salió el sol, descubrieron que un sendero de heno había sido abierto por donde habían retrocedido. Era como un sendero de cincuenta pies que llevaba directamente a donde ellos estaban ocultos.

—¿Y entonces...? —Holden lanzó un juramento.

—Enviaron informes, hasta que el sol alcanzó el ángulo debido, y algún Chinche descubrió el sitio donde el heno había sido aplastado. Entonces salieron un transporte de tropas y varias fortalezas volantes, y los Chinches, bien pertrechados con toda clase de armas, les rodearon por completo. Higgins y Delahaye contaban con un arsenal de descubridores de dirección y distancia, cámaras, y un aparato destinado a explorar dentro de la barrera...

—¿Sirve?

—No —Swanbeck hizo una mueca de disgusto—. En consecuencia, sólo poseían una pistola del 45 para los dos. Dispararon algunas veces, y entonces los Chinches los acorralaron y los metieron dentro del transporte.

Holden sostuvo la respiración.

—Higgins y Delahaye eran dos de nuestros hombres más inteligentes.

—En realidad, Higgins cogió el teléfono direccional en el último instante y gritó: «¡Todavía vivo!». Los otros se lo llevaron al puesto de observación. Pero nadie supo qué había sucedido hasta que Schmidt, que había estado en el límite del bosque procurando escrutar por entre las hojas de los álamos, lo contó.

—Gracioso ¿verdad? —Holden frunció el ceño—. Estuvimos hablando de esta misma expresión. ¿Por qué la empleó?

Swanbeck tabaleó sobre la mesa.

—¿Leía mucho Higgins?

—Sí, era un lector empedernido. Se tragaba los estantes de libros como una máquina el carbón. Ambos hombres son una pareja de entusiastas de la naturaleza, y sin embargo, poseen un buen cerebro.

—Tal vez Higgins lanzó esta frase como un desafío.

—Tal vez.

—¿Cree que puede haber algo más?

—No lo sé. Pero Higgins y Delahaye poseen un crítico sentido del humor. Y me parece... —Holden meneó la cabeza.

Swanbeck frunció el ceño y finalmente se encogió de hombros.

—Si se sienten humoristas —dijo—, necesitarán muchas dosis de humor. Bien ¿qué opina de los Chinches? ¿Han mejorado sus barreras, verdad?

Holden estudió los diagramas.

—Tenemos una mínima posibilidad de lanzar un cohete por entre alguno de sus agujeros, pero no hará mucho daño. Han construido una especie de antecámara. Sus naves, al regreso, pasan a dicha antecámara, luego se cierra la entrada exterior y se abre otro paso en la barrera interna. Si conseguimos lanzar un cohete por entre la entrada exterior, el daño quedará reducido a la antecámara.

—No basta. Casi los pusimos fuera de combate la última vez. Esta vez hay que exterminarlos.

—Se trata de una oportunidad... pero muy tenue.

—¿Qué está usted pensando? — preguntó Swanbeck.

—¿Está usted familiarizado con las «minas lapa»?