IX
Swanbeck dejó el teléfono en su horquilla y sonrió.
—Denver ya les ha dicho a los Chicom que hay veintiocho cohetes Naomi con las espoletas a punto, por si acaso nos están engañando.
—¿Cuál es la reacción de los Chicom?
—Colaboradora. Aparentemente ya están hartos de los extranjeros que gustan de provocar mares de sangre mediante océanos de llamas.
—Entonces, esto nos hemos ahorrado —Holden consultó su reloj—. Si al menos fuesen ya las 16,30.
—No falta mucho.
Entró un joven teniente, vio a Swanbeck y saludó.
—Señor, los Chinches han dejado de enviar exploradores. Y todos los aviones se están replegando a su base.
Swanbeck miró su reloj.
—¿Qué hacemos? —continuó el teniente—. ¿Esperamos a las 16,30?
Swanbeck miró al teléfono y luego al teniente.
Holden suspiró, enojado.
—No —decidió Swanbeck—. Ataquémosles.