XV

Swanbeck, Holden y otra media docena se hallaban en torno a la mesa, con las colillas de cigarrillos en un cenicero colocado en medio. Había lápices, pisapapeles, reglas por todas partes, y montañas de documentos atestaban la mesa y el suelo.

—Bien —dijo Swanbeck, tras haber examinado un dibujo—. Ya tenemos el esquema y, como han dicho ustedes, el objeto debe casar completamente contra la fachada que alberga la rueda posterior. Tal vez ellos no se han dado cuenta de ello.

—Usemos una cápsula de aluminio ligero —dijo un individuo delgado, de ojillos vivaces, con un lápiz sobre una oreja—, y será un conjunto perfecto. Ellos tienen al menos tres dibujos de este avión. El que posee una serie de portillos para permitir que la rueda posterior parezca la misma si lo arreglamos con una rueda trasera «fija».

—En vuelo, tal vez —opinó Swanbeck—, pero al aterrizar, la rueda posterior encajará en un ángulo distinto, y no habrá portillos.

—Tal vez no se den cuenta. Podemos poner unos portillos de imitación.

—Bueno, esto está demasiado a popa —exclamó inesperadamente Holden—. El peso hará que caiga la cola.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? —preguntó Swanbeck—. No podernos adelantarlo. Dos modelos de esta clase de aviones tienen ruedas anteriores que se pliegan a los costados del aparato. El otro modelo posee ruedas anteriores fijas. Pero de todas maneras, esto sería como un pulgar dolorido en cualquier sitio, salvo delante de la rueda posterior.

—De acuerdo, Phil, pero así la cola bajará. Si lo ponemos ahí, tendremos que inventar algo para darle la explicación lógica que explique la bajada de la cola.

—¿Qué?

Holden frunció el ceño largo rato.

—Tal vez podríamos encajarlo con aquel pequeño problema de mantener el objeto unido en el primer sitio.

—Sí, seguro que sí —afirmó Swanbeck—. Lo que necesitamos es algo que atraiga su atención y les haga aterrizar. O forzarles a bajar.

El individuo del lápiz tras la oreja, dijo:

—Podría ser, ¿pero se le ha ocurrido a alguien que estos aviones poseen un diseño especialmente sencillo?

—¿Qué quiere decir? —inquirió Holden.

—No hay más que mirarlos. Obviamente, emplearon grandes conocimientos técnicos cuando los construyeron. Los hicieron sin alas, y son de un metal muy duro que puede destruir a nuestros aparatos, mientras que los nuestros apenas mellan los suyos. Y sin embargo, aquí hay uno con un equipo fijo de aterrizaje. Lo cual me produce la impresión de un cruce híbrido entre una técnica avanzada y otra simple, como si un Spad de la Primera Guerra Mundial se hubiera aparejado con el Marte I, y hubiesen tenido un vástago. O como si nosotros estuviésemos invitados al lanzamiento de una raza técnica, y cuando la cuenta llegase al punto de «ignición», un muchacho con un traje de amianto destrozase el cohete, arrojando una cerilla encendida por un agujero. Como si se abriese la capota del motor de un coche, y en su interior, en lugar de la maquinaria, hubiera media docena de ardillas. No sé si pueden comprenderme.

—Veamos de nuevo estas fotografías —propuso Holden.

Alguien las colocó sobre la mesa y Holden y Swanbeck se inclinaron para estudiarlas. El primero utilizaba una lente de aumento.

—Sí, es un equipo de aterrizaje sumamente tosco.

—Claro —dijo alguien—, algunas grandes mejoras, incluso los más grandes adelantos tienen sus desventajas. Tal vez esta gente gusta de las cosas sencillas.

—Sí —asintió otro—. Pero lo malo de las cosas sencillas es que tornan los procedimientos lentos y complicados. Sirven para muchas cosas, pero si se las quiere emplear como instrumento de aplicación general, son como un hombre provisto de un martillo y una sierra tratando de competir con instrumentos eléctricos. No, desafía a la razón que una raza tan adelantada utilice un equipo de aterrizaje tan simple.

—¿Por qué no? Tiene pocas partes. Es...

El individuo del lápiz tras la oreja les interrumpió con impaciencia:

—Porque es una cosa muy tosca, he aquí por qué. ¿Pueden ustedes pensar que un ingeniero lo dejaría así?

—¿Qué piensa usted de esto? —Swanbeck volvió a dirigirse a Holden.

Holden dejó las fotos sobre la mesa.

—Lo cierto es que los utilizan.

—Sí ¿pero por qué?

Frunciendo el ceño, Holden cogió una fotografía.

—¿Por qué una raza tan adelantada produce metales súper-duros, pantallas de fuerza y, aparentemente, antigravitatorias, y en cambio tiene un equipo de aterrizaje tan sencillo?

—Pensándolo bien —replicó Swanbeck—, no es sólo esto lo único tosco y rudimentario que poseen. También es tosca su estrategia y su táctica.

—Nos han aplastado.

—¿Y cómo no, con su superioridad? Han empleado el procedimiento de dividir la Tierra en varios sectores, poner una fuerza expedicionaria en cada uno y, metódicamente, ir aplastándonos. Lo cual sólo demuestra la superioridad de su fuerza.

Holden, exasperado, arrojó la fotografía sobre la mesa.

—Sí —dijo— ¿pero cómo consiguieron esta superioridad? Han solucionado problemas que nosotros reputábamos imposibles, y esto supone un nivel de habilidad técnica que unos necios no podían poseer —volvió a contemplar la fotografía que tenía delante y de nuevo su mano avanzó para cogerla.

La rueda, tosca, rudimentaria, le miró burlonamente.