XX

Maivail escuchaba atentamente, con un profundo surco en la frente, a medida que Serokel hablaba.

—Resumiendo, señor, tengo la impresión de que esos individuos poseen un abordamiento completamente distinto al nuestro. Haciendo una comparación..., ¿está usted familiarizado con la Gran Meseta de Sanar?

—¿Dónde está situada la ciudad de vacaciones? Ciertamente; he estado allí varias veces.

—Bien, señor, recordará cómo es el contorno. El centro de la zona es una marisma.

Maivail sonrió, reminiscente.

—Sí, y los fanáticos de la naturaleza van montados en ruedas de autofuerza desde el aeropuerto espacial, a través del pantano, y luego trepan por la ladera de la Meseta —se echó a reír—. De niño, formé parte de un grupo adicto a la naturaleza, y pasé por ese camino sobre una rueda. El lugar estaba plagado de chinches. Después llegamos al fondo de un empinado promontorio y trepamos, trepamos. Yo me sentí cansado, desdichado. A mi alrededor, los demás deseaban, sin más demora, escalar el risco. En la ladera existe un pequeño nicho donde pasamos la primera noche. El muro delantero del risco era vertical, como la fachada de un edificio.

»Cuando íbamos a empezar la ascensión, hubo un grito, y vi a varios escaladores silueteados contra el cielo, atados por una cuerda. Cayeron contra una roca y ya no pude verles, pero seguí oyendo el grito. Aunque eran varios, sólo pareció resonar un grito. Luego se produjo un estallido.

«Nuestro grupo estaba pálido. Varios temblaban. Pero el jefe, un mocetón fornido, exclamó sin alterarse: ¡Esta forma de trepar nunca ha dado buenos resultados! Bien, arriba. Ya es hora de empezar.

»En aquel momento —continuó Maivail— un aerotaxi se posó a un costado, y el conductor gritó sin grandes esperanzas: ¿Alguien va hacia arriba? Entré en el taxi con tanta premura que se ladeó. Bien, yendo hacia lo alto pasamos por delante del muro erecto, y me sentí tentado a dar gracias por aquel impulso que me había hecho coger el taxi, en vez de atarme a una cuerda con otros dos o tres temblando delante, y el precipicio debajo. Luego, por algún oculto motivo, comencé a tacharme de cobarde, y casi fui lo bastante necio para pedir que volviésemos de nuevo abajo. Pero por fortuna se me ocurrió pensar que iba a la Meseta a pasar unas vacaciones, y como parte de un programa de adiestramiento militar. Llegué a la cima, gocé de mis tres días de vacaciones y naturalmente pude disfrutar de más tiempo que los que ascendieron por el risco. Me gusta la Meseta. Pero no escalarla por el costado.

Sarokel escuchaba con suma atención.

—Sí, señor. Así es exactamente. La tierra de abajo es lisa, pero infestada de cucarachas y chinches. La tierra de arriba también es lisa, pero aparte de los lagos y pantanos, es tierra seca, firme, suave. Pero para llegar a la cima, si no se dispone de un aerotaxi, es muy dificultoso, aun cuando se vaya por el camino más accesible.

—No vale la pena —asintió Maivail—. Excepto, claro está, que no haya otro medio de subir.

—Así es, señor.

—¿Qué quiere decir?

—La comparación es perfecta. Nosotros estamos en la Meseta. Los nativos o se hallan en la llanura de abajo o están escalando el costado de la Meseta.

—Parece correcto —dijo Maivail, tras unos instantes de meditación.

—¿Verdad? Además, es fantástico.

—¿Pero piensa que es verdad?

—Sí, señor.

—¿Y puede relacionar su comparación con los hechos?

—Creo que sí, señor.

—Bien, adelante —y Maivail aguardó en completa tensión.