XIX

Swanbeck y Holden contemplaban a los dos ex cautivos. Higgins llevaba al brazo izquierdo un cabestrillo y Delahaye se apoyaba en unas muletas. Los dos sonreían.

—No fue tan malo —dijo Delahaye—, teniéndolo en cuento.

—Aquellos árboles sólo parecían blandos —añadió Higgins.

Holden contempló agudamente al hombre del lápiz y a la silla vacía que tenía al lado. Luego, trasladó de nuevo la mirada a Delahaye.

—¿Le molesta estar de pie?

—Bien...

Al extremo de la mesa, alguien se aclaró la garganta.

—Venga aquí, Steve. Tenemos una butaca sobrante.

Higgins y Delahaye se contemplaron mutuamente. El último sonrió y avanzó hacia la silla vacía, en la que se sentó, siendo al instante rodeado por los inquisidores.

Holden se concentró en Higgins.

—Están destruyendo casi todos los centros civilizados del planeta.

—Naturalmente.

—¿Por qué? ¿Qué les hemos hecho nosotros?

—Bueno —repuso Higgins con sequedad— enviamos un equipo de exploración planetaria.

—¿Y por qué les molestó esta exploración?

—Obviamente, nos consideraron una potencia rival. Vieron que poseíamos... hidrofusores, y que por tanto resultábamos peligrosos.

—¿Qué es un hidrofusor?

—El instrumento básico de la ciencia.

—¿El qué?

No hay ciencia sin hidrofusor. Los hidrofusores son los instrumentos básicos de la ciencia. La ciencia es el conocimiento de lo que puede hacerse con los hidrofusores, y cómo hacerlo. Sólo se puede construir un hidrofusor cuando ya se poseen otros. Cuando se tienen hidrofusores y se sabe utilizarlos, se posee un poder infinito; puede controlarse la estructura atómica y molecular, los procesos de los metales, crear barreras impenetrables, crear la antigravedad, construir correctores, y fabricar más hidrofusores. Si se tiene un enemigo, hay que construir grandes cantidades de hidrofusores, colocar una clavija especial a uno de sus costados y arrojarlos sobre él. Cuando estallan debido a su inestabilidad, claro está.

Holden estaba inclinado hacia delante, las manos sobre la mesa.

—Está afirmando que poseen un instrumento básico... ¡Un momento! ¿Se trata de un reactor de hidrofusión controlado?

—¿Cómo pueden saberlo? Y si no lo saben...

—Un momento. ¡Si lo han construido, tienen que saberlo!

—¿Por qué? ¿No es posible utilizar un martillo sin conocer la composición del acero?

—Sí, pero es imposible fabricar otro martillo sin saber cómo está hecho.

—Seguro. Hay que saber cómo está hecho. Lo que se hace entonces es coger cuatro «hidrofusores» y estudiar los procedimientos en el manual, bajo el epígrafe conveniente. Entonces se cogen las debidas cantidades de material, y utilizando otro hidrofusor como modelo, se coloca a éste en el foco alfa de los otros cuatro. Bien, se comprueban los diseños de los cuatro hidrofusores, y se mueve el ensamblaje de forma que los materiales se hallen en el foco beta. Entonces, se sitúan los cuatro en forma de inestabilidad cíclica, y se dejan por un tiempo. Después, la mayoría de los materiales han desaparecido, y se poseen seis hidrofusores en vez de cinco. Se redactada un nuevo manual para el reciente hidrofusor y ya está. Es muy fácil. Esta lección es de la Ciencia Seis.

Holden y Swanbeck se miraron mutuamente. Swanbeck contempló después a Higgins y dijo:

—¿Cómo sabe...?

—¿Que me dijeron la verdad? —terminó Higgins, con aspecto cándido—. Claro que no lo sé. Posiblemente pensaban dejarnos marchar después de contarnos una sarta de embustes, y por esto nos ayudaron a huir.

—Bien —se maravilló Swanbeck—, hallo muy extraño que consiguiesen escapar.

Holden, que conocía la repugnancia que Higgins sentía hacia toda autoridad, no dijo nada. Higgins poseía un aspecto de su carácter que Holden siempre trataba de evitar.

Higgins estaba sonriéndole a Swanbeck, descansando su mirada en la estrella plateada de su guerrera.

La nuca de éste enrojeció. Apretó convulsivamente la mano, y luego la relajó.

—Vamos a ello —dijo, bruscamente.

—¿A qué? —Higgins le miró con ironía.

Swanbeck esbozó un gesto de disgusto.

—Mientras estamos aquí, los Chinches siguen adelante con su plan.

Higgins dirigió su mirada a un rincón de la estancia, se levantó y salió fuera.

—¿Qué le ocurre? —le preguntó Swanbeck a Holden.

—No le gusta la autoridad. Además, usted dudó de sus palabras.

—Tenía que dudar.

—¿Qué importa?

Swanbeck vio cómo Higgins regresaba, llevando una caja oscura del tamaño de un diccionario. Se sentó enfrente de Swanbeck y giró la caja hasta que una ranura quedó delante de aquél. La ranura tenía una pulgada y media de anchura por dos de longitud. A su lado derecho había un triángulo de color anaranjado, apuntando hacia abajo, con lo que parecían unas letras griegas en la base de un triángulo. A la izquierda de la ranura había un triángulo similar de color verde, apuntando hacia arriba. Una esquina de la caja se hallaba desgarrada, manchada.

—Bien —dijo Higgins sin dejar de mirar a Swanbeck—, le diré cómo conseguimos huir de la prisión de los Chinches.

Buscó en su bolsillo y extrajo una pistola aplanada, de juguete, con la que apuntó a Swanbeck. Éste no alteró la expresión de su semblante.

—Esto es una jeringa —explicó—. En el inyector hay un pedazo de cera —cubrió el extremo de la pistola con una mano y luego la retiró.

La expresión de Swanbeck no cambió.

—Éter —dijo.

Higgins asintió.

—Éter. Estuvimos en la base de la hondonada cuando nos marchamos en el reactor. Yo había tenido ciertas dificultades en poner el motor en marcha, por lo que me llevé esta jeringa para inyectar éter al carburador. Pero Andy ya había descubierto el fallo, por lo que desaparecieron todas las dificultades. Ensarté esta pistola dentro de mi bota, y cuando los Chinches nos atraparon no la encontraron. Los Chinches poseen una vista tremenda, con unos ojos enormes, pero se nos parecen mucho. Sólo poseen un rasgo peculiar. En lugar de nariz tienen algo que parece el extremo de un conducto inhalador de aire, completado con un enrejado. No sólo respiran a través del emparrillado, sino que los sonidos salen por allí. No tardamos en averiguar que no poseen el sentido del olfato. En la cápsula existe mucha materia corrompida, y su hedor casi nos hizo desmayarnos. A los Chinches parecía también molestarles un poco, pero no como a nosotros.

»Bien, para descubrir si olían o no, vertí un poco de éter en mi pañuelo, y lo exhibí cuando entró el guardián. No hizo el menor comentario, pero perdió el equilibrio y pareció ofuscado. Cuando llegó el momento de escapar, le lancé un buen chorro a su conducto respiratorio y se desvaneció. Salimos, nos ocultamos en un avión, y cuando pasamos encima de unos pinos bajos, arrojamos esta cajita y saltamos sobre los árboles. Bien, afirmo que esta caja es un hidrofusor, que ellos emplean para fabricar cosas, y que convierten en una bomba por un procedimiento que sitúa una palanca bajo la ranura, donde usualmente hay un espacio libre.

Higgins miró intensamente a Swanbeck.

—Tal vez nos hayan engañado. Tal vez nosotros seamos unos necios. Pero apriete la palanca y descúbralo.